Obras de M. Klein: Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé (1952)

ALGUNAS CONCLUSIONES TEORICAS SOBRE LA VIDA EMOCIONAL DEL BEBE (1952) (1)

Mi estudio de la mente del niño me ha hecho tomar cada vez más conciencia de la asombrosa complejidad de los procesos que actúan, en gran parte simultáneamente, en los estadíos tempranos del desarrollo. Por lo tanto, al escribir este capitulo traté de dilucidar tan sólo algunos aspectos de la vida emocional del bebé durante su primer año, seleccionando los más estrechamente ligados a las ansiedades, defensas y relaciones de objeto.

LOS PRIMEROS TRES O CUATRO MESES DE VIDA (LA POSICIÓN ESQUIZO-PARANOIDE) (2)

I

Al principio de la vida postnatal, el bebé experimenta ansiedad proveniente de fuentes internas y externas. Por muchos años sostuve la idea de que la acción interna del instinto de muerte produce el temor al aniquilamiento, y que esto es la causa primaria de la ansiedad persecutoria.

La primera causa externa de ansiedad puede hallarse en la experiencia del nacimiento. Esta experiencia que, según Freud, proporciona el patrón de todas las situaciones de ansiedad ulteriores, marca las primeras relaciones del bebé con el mundo exterior (3) . Parecería como si el dolor e incomodidad sufridos por él, así como la pérdida del estado intrauterino, fueran sentidos como un ataque de fuerzas hostiles, es decir, como persecución (4) . Por lo tanto, la ansiedad persecutoria entra desde un principio en la relación del bebé con los objetos, en la medida en que está expuesto a privaciones.

La hipótesis de que las primeras experiencias del lactante con el alimento y la presencia de la madre inician una relación de objeto con ella es uno de los conceptos básicos presentados en este libro (5). Esta relación es primeramente una relación con un objeto parcial, porque las pulsiones orallibidinales y oral-destructivas están dirigidas desde el principio de la vida
hacia el pecho de la madre en particular. Suponemos que existe también una interacción, aunque en proporciones variables, entre las pulsiones libidinales y agresivas, que corresponde a la fusión de los instintos de vida y de muerte. Puede concebirse que en períodos libres de hambre y tensión, existe un equilibrio óptimo entre las pulsiones libidinales y agresivas. Este equilibrio se altera cada vez que, debido a privaciones de origen interno o externo, las pulsiones agresivas son reforzadas. Sugiero que esta alteración del equilibrio entre libido y agresión es causa de la emoción que llamamos voracidad, la cual es primeramente y sobre todo de naturaleza oral.

Cualquier aumento de la voracidad fortalece los sentimientos de frustración y éstos, a su vez, fortalecen las pulsiones agresivas. En los niños en quienes el componente agresivo innato es fuerte, la ansiedad persecutoria, la frustración y la voracidad se despiertan fácilmente y esto contribuye a las dificultades del niño para tolerar la privación y manejar la ansiedad. Por lo tanto, la fuerza de las pulsiones destructivas en su interacción con las pulsiones libidinales suministraría la base constitucional de la intensidad de la voracidad. Sin embargo, mientras en algunos casos la ansiedad persecutoria puede aumentar la voracidad, en otros (según sugiero en El psicoanálisis de niños ) puede transformarse en causa de las primeras inhibiciones de la alimentación.

Las vivencias recurrentes de gratificación y frustración son estímulos poderosos de las pulsiones libidinales y destructivas, del amor y del odio.

En consecuencia, en la medida en que gratifica, el pecho es amado y sentido como «bueno»; y en la medida en que es fuente de frustración, es odiado y sentido como «malo». Esta marcada antítesis entre el pecho bueno y el pecho malo se debe en gran parte a la falta de integración del yo, así como a los procesos de escisión dentro del yo y en relación con el objeto.

Existen por lo tanto razones para suponer que aun durante los tres o cuatro primeros meses de vida, el objeto bueno y el objeto malo no son totalmente distintos el uno del otro en la mente del lactante. El pecho de la madre, en sus aspectos bueno y malo, también parece estar unido para él a su presencia corpórea, y su relación con ella como persona se construye así gradualmente a partir de este primer estadío.

Además de las experiencias de gratificación y de frustración provenientes de factores externos, una serie de procesos endopsíquicos – principalmente introyección y proyección- contribuyen a la doble relación con el objeto primitivo. El lactante proyecta sus pulsiones de amor y las atribuye al pecho gratificador (bueno), así como proyecta sus pulsiones destructivas al exterior y las atribuye al pecho frustrador (malo).

Simultáneamente, por introyección, un pecho bueno y un pecho malo se instalan en el interior (6). En esta forma la imagen del objeto, externa e internalizada, se distorsiona en la mente del lactante por sus fantasías, ligadas a la proyección de sus pulsiones sobre el objeto. El pecho bueno, externo e interno, llega a ser el prototipo de todos los objetos protectores y gratificadores; el pecho malo, el prototipo de todos los objetos perseguidores externos e internos. Los diversos factores que intervienen en la sensación del lactante de ser gratificado, tales como el aplacamiento del hambre, el placer de mamar, la liberación de la incomodidad y la tensión, es decir la liberación de privaciones, y la experiencia de ser amado, son todos atribuidos al pecho bueno. A la inversa, cualquier frustración e incomodidad es atribuida al pecho malo (perseguidor).

Describiré en primer término las ramificaciones de la relación del lactante con el pecho malo. Si consideramos la imagen que existe en la mente del lactante -tal como podemos ver retrospectivamente en el análisis de niños y adultos-, encontramos que el pecho odiado adquirió las cualidades oral-destructivas de las propias pulsiones del lactante cuando éste atraviesa estados de frustración y de odio. En sus fantasías destructivas muerde y desgarra el pecho, lo devora, lo aniquila, y siente que
el pecho lo atacará en la misma forma. A medida que las pulsiones sádicouretrales y sádico-anales se fortalecen, el lactante, en su imaginación, ataca al pecho con orina envenenada v heces explosivas, y por lo tanto supone que el pecho lo envenenará o hará explotar. Los detalles de sus fantasías sádicas determinan el contenido de su temor a los perseguidores internos y externos, y, en primer lugar, al pecho retaliativo (malo) (7) .Como los ataques fantaseados dirigidos contra el objeto son fundamentalmente influidos por la voracidad, el temor a la voracidad del objeto, debido a la proyección, constituye un elemento esencial de la ansiedad persecutoria: el pecho malo devorará al bebé con la misma voracidad con que él desea devorarlo.

Sin embargo, aun durante el estadío primitivo, la ansiedad persecutoria es en cierta medida contrarrestada por la relación del lactante con el pecho bueno. Indiqué más arriba que aunque sus sentimientos se centran en la relación alimentaria con la madre, representada por el pecho, otros aspectos de la madre intervienen ya en la primera relación con ella, pues aun el niño muy pequeño responde a la sonrisa de la madre, a sus manos, a su voz, al hecho de que lo alce en brazos o atienda sus necesidades. La gratificación y amor que el bebé experimenta en esas situaciones le ayudan a contrarrestar la ansiedad persecutoria y aun los sentimientos de pérdida y persecución despertados por la experiencia del nacimiento. Su proximidad física a la madre durante la alimentación – esencialmente su relación con el pecho bueno- lo ayuda constantemente a superar la añoranza de un estado anterior perdido, alivia la ansiedad persecutoria y fortalece la confianza en el objeto bueno.

II

Es característico de las emociones del niño muy pequeño ser extremas y poderosas. El objeto frustrador (malo) es sentido como un perseguidor terrible; el pecho bueno tiende a transformarse en el pecho »ideal» que saciaría el deseo voraz de gratificación ilimitada, inmediata e incesante. De esta manera se origina la sensación de que hay un pecho perfecto, inagotable, siempre disponible, siempre gratificador. Otro factor que interviene en la idealización del pecho bueno es la fuerza del temor a la persecución en el lactante; esto crea la necesidad de ser protegido contra los perseguidores y por lo tanto viene a incrementar el poder de un objeto totalmente gratificador. El pecho idealizado constituye el corolario del pecho perseguidor; y en la medida en que la idealización deriva de la necesidad de protección contra los objetos perseguidores, es un medio de defensa contra la ansiedad.

El ejemplo de la gratificación alucinatoria puede ayudarnos a comprender cómo se realiza el proceso de idealización. En este estado la frustración y la ansiedad de diversos orígenes quedan suprimidas, se recupera el pecho externo perdido y se reactiva la sensación de tener el pecho ideal en el interior (poseyéndolo). También podemos suponer que el bebé alucina el añorado estado prenatal. Como el pecho alucinado es inagotable, la voracidad queda momentáneamente satisfecha. (Pero tarde o temprano, la sensación de hambre vuelve al bebé al mundo externo y entonces la frustración, juntamente con todas las emociones que origina, es nuevamente vivenciada.) En la alucinación de realización de deseos, varios mecanismos y defensas fundamentales entran en juego. Uno de ellos es el control omnipotente del objeto interno y externo, porque el yo asume la posesión total de ambos pechos, externo e interno. Además, en la alucinación, el pecho perseguidor es mantenido bien separado del pecho ideal, y la experiencia de ser frustrado de la de ser gratificado. Parece ser que este clivaje que lleva hasta la escisión del objeto y de los sentimientos hacia él, está ligado al proceso de negación. La negación en su forma extrema -tal como la hallamos en la gratificación alucinatoria- lleva hasta el aniquilamiento de cualquier objeto o situación frustradores y está ligada al fuerte sentimiento de omnipotencia que prevalece en los primeros estadíos de la vida. La situación de ser frustrado, el objeto que causa la frustración, los malos sentimientos originados por ésta (así como las partes escindidas y apartadas del yo) son sentidos como inexistentes, aniquilados, y en esta forma se consigue la gratificación y el alivio de la ansiedad persecutoria. El aniquilamiento del objeto perseguidor y de la situación de persecución está ligado al control omnipotente del objeto en su forma más extrema. Yo sugeriría que estos procesos también intervienen, en cierta medida, en la idealización.

Parecería que el yo primitivo también emplea el mecanismo de aniquilamiento de un aspecto escindido y apartado del objeto y de la situación en otros estados además de las alucinaciones de realización de deseos. Por ejemplo, en alucinaciones de persecución, el aspecto aterrador del objeto y de la situación parece prevalecer a tal punto que el aspecto bueno es sentido como si hubiera sido totalmente destruido -proceso que no puedo entrar a examinar aquí-. Parecería que el grado en que el yo mantiene separados los dos aspectos varía considerablemente en diferentes estados y que de esto depende que el aspecto negado sea sentido o no como si hubiera desaparecido por completo de la existencia.

La ansiedad persecutoria influye esencialmente en dichos procesos.

Podemos suponer que cuando la ansiedad persecutoria es menos intensa, la escisión es de menor alcance y por lo tanto el yo es capaz de integrarse y sintetizar en cierta medida los sentimientos hacia el objeto. Bien pudiera ser que cada uno de estos pasos hacia la integración sólo se produce si, en ese momento, el amor hacia el objeto predomina sobre las pulsiones destructivas (en última instancia, el instinto de vida sobre el instinto de muerte). Creo que la tendencia del yo a integrarse puede considerarse, por lo tanto, como una expresión del instinto de vida.

La síntesis entre sentimientos de amor y pulsiones destructivas hacia un mismo objeto -el pecho- origina ansiedad depresiva, culpa y necesidad de reparar el objeto bueno dañado, el pecho bueno. Esto implica que la ambivalencia es a veces vivenciada en relación con un objeto parcial -el pecho de la madre- (8) . Durante los primeros meses de vida, esos estados de integración son de corta duración. En este estadío, la capacidad de integración del yo es naturalmente muy limitada aún y a ello contribuye la fuerza de la ansiedad persecutoria y de los procesos de escisión, que se hallan en su apogeo. Parecería que, paralelamente al crecimiento, las experiencias de síntesis, y por lo tanto, de ansiedad depresiva, se hacen más frecuentes y duraderas; todo esto forma parte del progreso en la integración. Con el progreso en la integración y la síntesis de emociones contrastantes hacia el objeto, la libido llega a mitigar las pulsiones destructivas (9) . Esto, sin embargo, conduce a una disminución efectiva de la ansiedad, lo cual constituye una condición fundamental del desarrollo normal.

Según sugerí, existen grandes variaciones en la fuerza, frecuencia y duración de los procesos de escisión (no solamente en individuos distintos sino también en un mismo niño en distintos momentos). La rápida alternancia, o incluso, según parece, simultaneidad, de una multitud de procesos, es parte de la complejidad de la vida emocional temprana. Por ejemplo, podemos ver que juntamente con la escisión del pecho en dos aspectos, amado y odiado (bueno y malo), existe una escisión de distinta naturaleza que origina la sensación de que el yo, así como su objeto, están despedazados; tales procesos subyacen a los estados de desintegración (10) .

Estos estados, como lo señalé más arriba, alternan con otros en los que va en aumento el grado de integración del yo y de síntesis del objeto. Los tempranos métodos de escisión influyen fundamentalmente en la forma en que se lleva a cabo la represión, en un estadío algo ulterior; y esto a su vez determina el grado de interacción entre lo consciente y lo inconsciente. En otros términos, la medida en que las distintas partes de la mente permanecen «porosas» unas para otras es determinada en gran parte por la fuerza o debilidad de los tempranos mecanismos esquizoides (11) . Los factores externos desempeñan un papel vital desde el principio; tenemos razones para suponer que todo lo que estimula el temor a la persecución refuerza los mecanismos esquizoides, es decir, la tendencia del yo a escindirse a sí mismo y al objeto, mientras que toda experiencia positiva fortalece la confianza en el objeto bueno y contribuye a la integración del yo y a la síntesis del objeto.

III

Algunas de las conclusiones de Freud implican que el yo se desarrolla mediante la introyección de objetos. En lo que concierne a la fase más temprana, el pecho bueno, introyectado en situaciones de gratificación y felicidad, llega a ser, a mi entender, parte vital del yo y fortalece su capacidad de integración. En efecto, este pecho interno bueno -que también forma el aspecto auxiliador y benigno del superyó temprano- fortalece la capacidad de amar del bebé y la confianza en sus objetos, exalta los estímulos hacia la introyección de objetos y situaciones buenos y es por lo tanto una fuente esencial de reaseguramiento contra la ansiedad, llega a ser el representante interior del instinto de vida. Pero el objeto bueno llena estas funciones solamente si es sentido como no dañado, lo cual implica que haya sido internalizado con sentimientos predominantes de gratificación y amor. Estos sentimientos presuponen que la gratificación al mamar ha estado relativamente exenta de perturbaciones provenientes de factores externos o internos. La fuente principal de disturbios internos se halla en las excesivas pulsiones agresivas que aumentan la voracidad y disminuyen la capacidad de tolerar la frustración. En otros términos, cuando en la fusión de los dos instintos el instinto de vida predomina sobre el instinto de muerte -y por lo tanto la libido sobre la agresión-, el pecho bueno puede instalarse en forma más firme en la mente del lactante.

Sin embargo, los deseos sádico-orales del lactante, activos desde el principio de la vida y fácilmente despertados por la frustración de origen externo e interno, le producen inevitablemente una y otra vez la sensación de que el pecho se halla destruido y despedazado en su interior, como consecuencia de sus voraces ataques devoradores. Estos dos aspectos de la introyección existen conjuntamente.

El hecho de que predominen sentimientos de frustración o de gratificación en la relación del lactante son el pecho esta sin duda muy influido por las circunstancias externas pero no podemos dudar de que deben tenerse en cuenta los factores constitucionales que desde un principio contribuyen a fortalecer al yo. Sugerí anteriormente que la capacidad del yo para tolerar la tensión y la ansiedad y por lo tanto, en cierta medida, tolerar la frustración es un factor constitucional (12) . Esta mayor capacidad innata para tolerar la ansiedad parece en última instancia depender del predominio de la libido sobre las pulsiones agresivas, del papel desempeñado por el instinto de vida desde un principio en la fusión de los dos instintos.

Mi hipótesis de que la libido oral expresada en la función de mamar capacita al lactante para introyectar el pecho (y el pezón) como objeto relativamente no destruido, no contradice la suposición de que las pulsiones agresivas son más potentes en los estadíos primitivos. Los factores que influyen en la fusión y defusión de los dos instintos son aun oscuros, pero no hay razón para dudar de que en relación con el primer objeto -el pecho- el yo es a veces capaz, mediante la escisión, de separar la libido de la agresión (13) .

Volveré ahora sobre el papel que desempeña la proyección en las vicisitudes de la ansiedad persecutoria. Describí en otro lugar (14) la forma en que las pulsiones sádico-orales de devorar y vaciar el pecho materno son elaboradas en fantasías de devorar y vaciar el cuerpo de la madre. Ataques derivados de todas las demás fuentes de sadismo quedan pronto ligados a esos ataques orales y así se desarrollan dos principales líneas de fantasías sádicas. Una forma de ataque fantaseado -principalmente sádico-oral y ligado a la voracidad- consiste en vaciar el cuerpo de la madre de todo lo bueno y deseable. La otra -predominantemente anal- consiste en llenar el cuerpo materno con sustancias malas y partes del yo que fueron escindidas y proyectadas en el interior de la madre. Estas sustancias y partes malas son principalmente representadas por los excrementos, que se transforman en instrumentos para dañar, destruir o controlar al objeto atacado. O bien todo el sí-mismo -sentido como «malo»- entra en el cuerpo materno y lo controla. En estas distintas fantasías el yo se posesiona por proyección de un objeto externo -en primer lugar de la madre- y lo transforma en una extensión del si-mismo. El objeto se transforma, hasta cierto punto, en representante del yo, y estos procesos constituyen a mi entender la base de la identificación por proyección o «identificación proyectiva» (15) . La identificación por introyección y la identificación por proyección parecen ser procesos complementarios. Los procesos que subyacen a la identificación proyectiva operarían ya en la primitiva relación con el pecho. El mamar como acto de »vampirismo», el vaciar el pecho, se desarrollan en la fantasía del bebé como un abrirse camino dentro del pecho y luego dentro del cuerpo materno. Por lo tanto la identificación proyectiva empezaría simultáneamente con la voraz introyección sádico-oral del pecho. Esta hipótesis concuerda con la opinión a menudo expresada por mí de que la introyección y la proyección interactúan desde el principio de la vida. Como hemos visto, la introyección de un objeto perseguidor está en cierta medida determinada por la proyección de una pulsión destructiva en el objeto. La tendencia a proyectar (expulsar) lo malo es incrementada por el temor a los perseguidores internos. Cuando la proyección está dominada por el temor a la persecución, el objeto en que ha sido proyectado lo malo (el si-mismo malo) se transforma en el perseguidor por excelencia, porque se lo ha dotado de todas las malas cualidades del sujeto. La reintroyección de este objeto refuerza agudamente el temor a los perseguidores internos y externos. (El instinto de muerte, o más bien, los peligros que lo acompañan, ha sido nuevamente vuelto hacia adentro.) Existe así una constante interacción en la que los procesos involucrados en la identificación proyectiva desempeñan un papel vital. La proyección de los sentimientos de amor -que subyacen al proceso de inversión de la libido en el objeto- es, según lo sugerí, la condición preliminar del hallazgo de un objeto bueno. La introyección de un objeto bueno estimula la proyección de sentimientos buenos hacia el exterior y esto, a su vez, por reintroyección, fortalece el sentimiento de poseer un objeto interno bueno. A la proyección del si-mismo malo en el objeto y en el mundo externo, corresponde la proyección de partes buenas del símismo, o de todo el sí-mismo bueno. La reintroyección del objeto bueno reduce la ansiedad persecutoria. Así pues la relación con ambos mundos, interno y externo, mejora simultáneamente, y el yo adquiere mayor fuerza e integración. El progreso de la integración que, según sugerí en una sección anterior, depende de la predominancia temporaria de las pulsiones de amor sobre las pulsiones destructivas, conduce a estados transitorios en los que el yo sintetiza sentimientos de amor y pulsiones destructivas hacia un objeto (en primer lugar el pecho materno). Este proceso de síntesis inicia nuevos pasos de importancia en el desarrollo (que bien pueden producirse simultáneamente): surgen las penosas emociones de la ansiedad depresiva y la culpa; la agresión es mitigada por la libido; en consecuencia, disminuye la ansiedad persecutoria; la ansiedad relativa al destino del objeto externo e interno en peligro conduce a una identificación más fuerte con él; por lo tanto el yo lucha por reparar y también inhibe las pulsiones agresivas, sentidas como peligrosas para el objeto amado (16) . Con la creciente integración del yo, las experiencias de ansiedad depresiva aumentan en frecuencia y duración. Simultáneamente, a medida que aumenta el alcance de la percepción, el concepto de madre como persona única y total se desarrolla en la mente del lactante a partir de una relación con partes de su cuerpo y varios aspectos de su personalidad (como su olor, tacto, voz, sonrisa, el ruido de sus pasos, etc.). La angustia depresiva y la culpa se centran gradualmente en la madre como persona y aumentan en intensidad; la posición depresiva aparece en primer plano.

IV

Describí hasta ahora ciertos aspectos de la vida mental durante los primeros tres o cuatro meses. (Debe recordarse, sin embargo, que sólo puede darse una apreciación grosera de la duración de los estadíos del desarrollo, en razón de las grandes variaciones individuales). En la descripción de este estadío, tal como lo presento, algunos rasgos se destacan como característicos. Predomina la posición esquizoparanoide. La interacción entre los procesos de introyección y proyección -reintroyección y reproyección- determina el desarrollo del yo. La relación con el pecho amado y odiado -bueno y malo – constituye la primera relación de objeto del lactante. Las pulsiones destructivas y la ansiedad persecutoria se hallan en su apogeo. El deseo de ilimitada gratificación tanto como la ansiedad persecutoria, contribuyen a que el lactante sienta que existen a la vez un pecho ideal y un pecho peligroso devorador, que se hallan cuidadosamente separados uno de otro en su mente. Estos dos aspectos del pecho materno son introyectados y constituyen el núcleo del superyó. La escisión, la omnipotencia, la idealización, la negación y el control de los objetos internos y externos predominan en este estadío. Estos primeros métodos de defensa son de naturaleza extrema, de acuerdo con la intensidad de las emociones tempranas y la limitada capacidad del yo para tolerar la ansiedad aguda. Al mismo tiempo que estas defensas, en cierto modo, obstruyen el camino de la integración, son esenciales para el total desarrollo del yo, porque alivian una y otra vez las ansiedades del bebé. Esta seguridad relativa y temporaria se logra principalmente manteniendo el objeto perseguidor separado del objeto bueno. La presencia en la mente del objeto bueno (ideal) permite al yo conservar por momentos fuertes sentimientos de amor y gratificación. El objeto bueno también ofrece protección contra el objeto perseguidor porque el lactante siente que lo ha reemplazado (como lo muestra el ejemplo de la alucinación de la realización de deseos). Estos procesos subyacen, según creo, al hecho observable de que los niños pequeños oscilan con suma rapidez entre estados de completa gratificación y estados de gran aflicción. En este estadío primitivo, la capacidad del yo para manejar la ansiedad mediante la unión de las emociones contrastantes hacia la madre y por lo tanto de los dos aspectos de ésta, es aún muy limitada. Esto implica que la atenuación del temor al objeto malo por medio de la confianza en el objeto bueno y la ansiedad depresiva sólo surgen durante fugaces vivencias. A partir de los procesos alternados de desintegración e integración se desarrolla gradualmente un yo más integrado, con mayor capacidad para el manejo de la ansiedad persecutoria. La relación del bebé con partes del cuerpo de la madre, centrada en su pecho, se transforma gradualmente en una relación con ella como persona. Estos procesos presentes en la más temprana infancia pueden ser considerados bajo los siguientes aspectos: Un yo que posee ciertos rudimentos de integración y cohesión y progresa constantemente en esa dirección. También realiza, desde los comienzos de la vida postnatal, algunas funciones fundamentales; por ejemplo, usa los procesos de escisión y la inhibición de deseos instintivos como algunas de sus defensas contra la ansiedad persecutoria, vivenciada por el yo a partir del nacimiento. Relaciones de objeto, moldeadas por la libido y la agresión, por el amor y el odio, y penetradas por una parte por la ansiedad persecutoria y por la otra por el corolario de ésta: el reaseguramiento omnipotente que deriva de la idealización del objeto. Introyección y proyección, ligadas a la vida de fantasía del lactante v a todas sus emociones, y por lo tanto objetos internalizados de naturaleza buena y mala, que inician el desarrollo del superyó. A medida que el yo adquiere mayor capacidad para tolerar la ansiedad, los métodos de defensa se modifican paralelamente. A ello contribuye el creciente sentido de realidad y la mayor variedad de gratificación, intereses y relaciones de objeto. Disminuye la fuerza de las pulsiones destructivas v de la ansiedad persecutoria; se fortalece la ansiedad depresiva y llega a su clímax durante el período que describiré en la parte siguiente.

Notas:

[1] Para mi contribución a este libro, es decir, a Desarrollos en psicoanálisis: véase la Nota aclaratoria a «Sobre la teoría de la ansiedad y la culpa». Recibí valiosa ayuda de mi amiga Lola Brook, quien revisó cuidadosamente mis manuscritos e hizo muchas sugerencias útiles, tanto en lo que concierne a las formulaciones como al ordenamiento del material. Mucho le debo por su interés constante en mi trabajo.
[2] En «Notas sobre algunos mecanismos esquizoides», que trata mas detalladamente este tema, señalo que adopté el término de Fairbairn «esquizoide», agregado al mío propio «posición paranoide».
[3] En Inhibición, síntoma y angustia (O. C. 20) Freud declara que «existe mayor continuidad entre la vida intrauterina y la primera infancia de lo que nos permite creer la impresionante cisura del nacimiento».
[4]Sugerí que la lucha entre los instintos de vida y de muerte ya entra en la experiencia dolorosa del nacimiento y refuerza la ansiedad persecutoria provocada por ella. Véase «Sobre la teoría de la ansiedad y la culpa».
[5][M. Klein remite aquí a los trabajos de S. Isaacs (1952) y P. Heimann (1952a), y al suyo propio titulado «Observando la conducta de bebés«, todos ellos incluidos en Desarrollos en psicoanálisis.]
[6]Estos primeros objetos introyectados forman el núcleo del superyó. A mi entender, el superyó comienza con los primeros procesos introyectivos y se construye a partir de figuras buenas y malas, que son internalizadas en situaciones de amor y de odio en los diversos estadíos del desarrollo y son gradualmente asimiladas o integradas por el yo. Véase Heimann (1952a).
[7] La ansiedad relacionada con ataques provenientes de objetos internalizados -ante todo objetos parciales- constituye a mi entender la base de la hipocondría. Adelanté esta hipótesis en mi libro El psicoanálisis de niños, y también expuse en él mi opinión de que las tempranas ansiedades infantiles son de naturaleza psicótica y forman la base de ulteriores psicosis.
[8] En mi artículo «Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos» sugiero que la ambivalencia es vivenciada por primera vez en relación con el objeto total durante la posición depresiva. De acuerdo con la modificación de mi opinión respecto al surgimiento de la ansiedad depresiva (véase «Sobre la teoría de la ansiedad y la culpa»), considero ahora que la ambivalencia es vivenciada con respecto a los objetos parciales.
[9] Esta forma de interacción de la libido y de la agresión correspondería a un estado particular de fusión de los dos instintos.
[10] Véase: «Notas sobre algunos mecanismos esquizoides».
[11] En pacientes de tipo esquizoide, hallé que la fuerza de los mecanismos esquizoides infantiles era responsable en última instancia de la dificultad de acceso al inconsciente. En tales pacientes, el progreso hacia la síntesis es trabado por el hecho de que bajo la presión de la ansiedad, se vuelven incapaces una y otra vez de mantener los lazos fortalecidos en el transcurso del análisis y entre las diferentes partes del yo. En pacientes de tipo depresivo, la división entre lo inconsciente y lo consciente es menos pronunciada y por lo tanto estos pacientes tienen mayor capacidad de insight. A mi entender, han superado con mucho mas éxito sus mecanismos esquizoides en la temprana infancia.
[12] Véase El psicoanálisis de niños, cap. 3.
[13] Mi argumentación (tal como está representada aquí y en otros escritos) sobreentiende que no comparto el concepto de Abraham de un estado preambivalente en la medida en que esto implica que las pulsiones destructivas (sádico-orales) aparecen con la dentición. Debemos recordar sin embargo que Abraham también señaló el sadismo inherente al mamar «como acto de vampirismo». No hay duda de que la dentición y los procesos fisiológicos que afectan a las encías constituyen un fuerte estímulo de las pulsiones y fantasías canibalísticas; pero la agresión forma parte de la más primitiva relación del lactante con el pecho, aunque en ese estadío no suela expresarse mediante la acción de morder.
[14] Véase El psicoanálisis de niños
[15] Véase «Notas sobre algunos mecanismos esquizoides».
[16] Abraham se refiere a la inhibición instintiva que aparece primeramente en «… el estadío de narcisismo con fin sexual canibalístico» («Un breve estudio de la evolución de la libido».) Puesto que la inhibición de las pulsiones agresivas y de la voracidad tiende a involucrar igualmente deseos libidinales, la ansiedad depresiva se transforma en causa de las dificultades para aceptar el alimento que se presentan en lactantes de pocos meses y aumentan con el destete. En lo que atañe a las dificultades en la alimentación que se presentan en algunos lactantes desde los primeros días, creo que son causadas por la ansiedad persecutoria. (Véase El psicoanálisis de niños).

Continúa en ¨Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé (1952), segunda parte¨