Obras de S. Freud: La sexualidad infantil, Activación de las zonas genitales (segunda parte)

Activación de las zonas genitales.
Entre las zonas erógenas del cuerpo infantil se encuentra tina que no desempeña, por cierto, el
papel principal ni puede ser la portadora de las mociones sexuales más antiguas, pero que está destinada a grandes cosas en el futuro. Tanto en los varones como en las niñas se relaciona
con la micción (glande, clítoris), y en los primeros está dentro de un saco de mucosa, de
manera que no puede faltarle estimulación por secreciones, que desde temprano son capaces
de encender la excitación sexual. Las activaciones sexuales de esta zona erógena, que
corresponde a las partes sexuales reales, son sin duda el comienzo, de la posterior vida sexual «normal».
Por su situación anatómica, por el sobreaflujo de secreciones, por los lavados y frotaciones del
cuidado corporal y por ciertas excitaciones accidentales (como las migraciones de lombrices
intestinales en las niñas), es inevitable que la sensación placentera que estas partes del cuerpo
son capaces de proporcionar se haga notar al niño ya en su período de lactancia, despertándole
una necesidad de repetirla. Si se considera la suma de estas circunstancias y se repara en que
las medidas adoptadas para mantener la limpieza difícilmente tendrán efectos diversos de los
producidos por su ensuciamiento, se vuelve poco menos que forzoso concluir que mediante el
onanismo del lactante, al que casi ningún individuo escapa, se establece el futuro primado de
esta zona erógena para la actividad sexual (1). La acción que elimina el estímulo y
desencadena la satisfacción consiste en un contacto de frotación con la mano o en una presión,
sin duda prefigurada como un reflejo, ejercida por la mano o apretando los muslos. Esta última
operación es con mucho la más frecuente en la niña. En el caso del varón, la preferencia por la
mano señala ya la importante contribución que la pulsión de apoderamiento está destinada a
prestar a la actividad sexual masculina. (2)
Redundará en beneficio de la claridad (3) indicar que es preciso distinguir tres fases en la
masturbación infantil. La primera corresponde al período de lactancia, la segunda al breve
florecimiento de la práctica sexual hacia el cuarto año de vida, y sólo la tercera responde al
onanismo de la pubertad, el único que suele tenerse en cuenta.
La segunda fase de la masturbación infantil.
El onanismo del lactante parece desaparecer tras breve lapso; no obstante, su prosecución
ininterrumpida hasta la pubertad puede constituir ya la primera gran desviación respecto del
desarrollo a que se aspira para el ser humano en la cultura. Después del período de lactancia,
en algún momento de la niñez, por lo común antes del cuarto año, la pulsión sexual suele
despertar de nuevo en esta zona genital y durar un lapso, basta que una nueva sofocación la
detiene, o proseguir sin interrupción. Las relaciones posibles son muy diversas y sólo pueden
elucidarse mediante el examen más pormenorizado de casos individuales. Pero todos los
detalles de esta segunda activación sexual infantil dejan tras sí las más profundas
(inconcientes) huellas en la memoria de la persona, determinan el desarrollo de su carácter si
permanece sana, y la sintomatología de su neurosis si enferma después de la pubertad (4). En este último caso, hallamos que este período sexual se ha olvidado, y se han
desplazado los recuerdos concientes que lo atestiguan; ya dije que yo vincularía también la
amnesia infantil normal con esta activación sexual infantil. Por medio de la exploración
psicoanalítica se logra hacer conciente lo olvidado y, de esta manera, eliminar una compulsión
que parte del material psíquico inconciente.
Retorno de la masturbación de la lactancia.
La excitación sexual del período de lactancia retorna en los años de la niñez indicados; puede
hacerlo como un estímulo de picazón, condicionado centralmente, que reclama una
satisfacción onanista, o como un proceso del tipo de una polución, que, de manera análoga a la
polución de la época de madurez, alcanza la satisfacción sin ayuda de ninguna acción. Este
último caso es el más frecuente en las niñas y en la segunda mitad de la niñez; no se lo conoce
bien en su condicionamiento, y a menudo -aunque no regularmente -parece tener por premisa
un período de onanismo anterior. La sintomatología de estas exteriorizaciones sexuales es
pobre; del aparato sexual todavía no desarrollado da testimonio casi siempre el aparato urinario,
que se presenta, por así decir, como su portavoz. La mayoría de las llamadas afecciones
vesicales de esta época son perturbaciones sexuales; la enuresis nocturna, cuando no
responde a un ataque epiléptico, corresponde a una polución.
Causas internas y ocasiones externas son decisivas para la reaparición de la actividad sexual;
en casos de neurosis, ambas pueden colegirse a partir de la conformación de los síntomas y
descubrirse con certeza mediante la exploración psicoanalítica. De las causas internas
hablaremos más adelante; las ocasiones externas contingentes cobran en esa época una importancia grande y duradera. En primer término se sitúa la influencia de la seducción, que
trata prematuramente al niño como objeto sexual y, en circunstancias que no pueden menos
que provocarle fuerte impresión, le enseña a conocer la satisfacción de las zonas genitales;
secuela de ello es casi siempre la compulsión a renovarla por vía onanista. Semejante influencia
puede provenir de adultos o de otros niños; no puedo conceder que en mi ensayo sobre «La
etiología de la histeria» (1896c) yo haya sobrestimado su frecuencia o su importancia, si bien es
cierto que a la sazón todavía no sabía que individuos que siguieron siendo normales podían
haber tenido en su niñez esas mismas vivencias, por lo cual otorgué mayor valor a la seducción
que a los factores dados en la constitución y el desarrollo sexuales (5). Resulta
evidente que no se requiere de la seducción para despertar la vida sexual de] niño, y que ese
despertar puede producirse también en forma espontánea a partir de causas internas.
Disposición perversa polimorfa. Es instructivo que bajo la influencia de la seducción el niño
pueda convertirse en un perverso polimorfo, siendo descaminado a practicar todas las
trasgresiones posibles. Esto demuestra que en su disposición trae consigo la aptitud para ello;
tales trasgresiones tropiezan con escasas resistencias porque, según sea la edad del niño, no
se han erigido todavía o están en formación los diques anímicos contra los excesos sexuales: la
vergüenza, el asco y la moral. En esto el niño no se comporta diversamente de la mujer
ordinaria, no cultivada, en quien se conserva idéntica disposición perversa polimorfa. En
condiciones corrientes, ella puede permanecer normal en el aspecto sexual; guiada por un hábil
seductor, encontrará gusto en todas las perversiones y las retendrá en su práctica sexual. Esa
misma disposición polimorfa, y por tanto infantil, es la que explota la prostituta en su oficio; y en
el inmenso número de las mujeres prostitutas y de aquellas a quienes es preciso atribuir la
aptitud para la prostitución, aunque escaparon de ejercerla, es imposible no reconocer algo
común a todos los seres humanos, algo que tiene sus orígenes en la uniforme disposición a
todas las perversiones.
Pulsiones parciales.
En lo demás, la influencia de la seducción no ayuda a descubrir la condición inicial de la pulsión
sexual, sino que confunde nuestra intelección de ella, en la medida en que aporta
prematuramente al niño el objeto sexual, del cual la pulsión sexual infantil no muestra al
comienzo necesidad alguna. De cualquier manera, tenemos que admitir que también la vida
sexual infantil, a pesar del imperio que ejercen las zonas erógenas, muestra componentes que
desde el comienzo envuelven a otras personas en calidad de objetos sexuales. De esa índole
son las pulsiones del placer de. ver y de exhibir, y de la crueldad. Aparecen con cierta
independencia respecto de las zonas erógenas, y sólo más tarde entran en estrechas
relaciones con la vida genital (6); pero ya se hacen notables en la niñez como unas
aspiraciones autónomas, separadas al principio de la actividad sexual erógena. Sobre todo, el
niño pequeño carece de vergüenza, y en ciertos años tempranos muestra una inequívoca
complacencia en desnudar su cuerpo poniendo particular énfasis en sus genitales. El
correspondiente de esta inclinación considerada perversa, la curiosidad por ver los genitales de otras personas, probablemente se hace manifiesto sólo algo más avanzada la niñez, cuando el escollo del sentimiento de vergüenza ya se ha desarrollado en alguna medida. (7)
Bajo la influencia de la seducción, la perversión de ver puede alcanzar gran importancia para la
vida sexual del niño. No obstante, mis exploraciones de la niñez de personas sanas y de
neuróticos me han llevado a concluir que la pulsión de ver puede emerger en el niño como una
exteriorización sexual espontánea. Niños pequeños cuya atención se dirigió alguna vez a sus propios genitales -casi siempre por vía masturbatoria- suelen dar sin contribución ajena el paso ulterior, y desarrollar un vivo interés por los genitales de sus compañeritos de juegos. Puesto que la ocasión para satisfacer esa curiosidad se presenta casi siempre solamente al satisfacer las dos necesidades excrementicias, esos niños se convierten en voyeurs, fervientes mirones de la micción y la defecación de otros. Sobrevenida la represión de estas inclinaciones, la
curiosidad de ver genitales de otras personas (de su propio sexo o del otro) permanece como
una presión martirizante, que en muchos casos de neurosis presta después la más potente
fuerza impulsora a la formación de síntoma.
Con independencia aún mayor respecto de las otras prácticas sexuales ligadas a las zonas
erógenas, se desarrollan en el niño los componentes crueles de la pulsión sexual. La crueldad
es cosa enteramente natural en el carácter infantil; en efecto, la inhibición en virtud de la cual la
pulsión de apoderamiento se detiene ante el dolor del otro, la capacidad de compadecerse, se
desarrollan relativamente tarde. Es notorio que no se ha logrado todavía el análisis psicológico
exhaustivo de esta pulsión. Nos es lícito suponer que la moción cruel proviene de la pulsión de
apoderamiento y emerge en la vida sexual en una época en que los genitales no han asumido
aún el papel que desempeñarán después. Por tanto, gobierna una fase de la vida sexual que
más adelante describiremos como organización pregenital (8). Niños que se distinguen por una particular crueldad hacia los animales y los compañeros de juego despiertan la sospecha, por lo común confirmada, de una práctica sexual prematura e intensa proveniente de las zonas erógenas; y en casos de madurez anticipada y simutánea de todas las pulsiones sexuales, la práctica sexual erógena parece ser la primaria. La ausencia de la barrera de la compasión trae consigo el peligro de que este enlace establecido en la niñez entre las pulsiones crueles y las erógenas resulte inescindible más tarde en la vida.
Desde las Confesiones de Jean-Jacques Rousseau, la estimulación dolorosa de la piel de las
nalgas ha sido reconocida por todos los pedagogos como una raíz erógena de la pulsión pasiva
a la crueldad (del masoquismo). Con acierto han deducido de ahí la exigencia de que el castigo
corporal, que casi siempre afecta a esta parte del cuerpo, debe evitarse en el caso de todos
aquellos niños cuya libido, por los posteriores reclamos de la educación cultural, pueda ser
empujada hacia las vías colaterales (9).
La investigación sexual infantil. (10)
La pulsión de saber.

A la par que la vida sexual del niño alcanza su primer florecimiento, entre los tres y los cinco
años, se inicia en él también aquella actividad que se adscribe a la pulsión de saber o de
investigar. La pulsión de saber no puede computarse entre los componentes pulsionales
elementales ni subordinarse de manera exclusiva a la sexualidad. Su acción corresponde, por
una parte, a una manera sublimada del apoderamiento, y, por la otra, trabaja con la energía de la
pulsión de ver. Empero, sus vínculos con la vida sexual tienen particular importancia, pues por
los psicoanálisis hemos averiguado que la pulsión de saber de los niños recae, en forma
insospechadamente precoz y con inesperada intensidad, sobre los problemas sexuales, y aun
quizás es despertada por estos.
El enigma de la esfinge.
No son intereses teóricos sino prácticos los que ponen en marcha la actividad investigadora en
el niño. La amenaza que para sus condiciones de existencia significa la llegada, conocida o
barruntada, de un nuevo niño, y el miedo de que ese acontecimiento lo prive de cuidados y
amor, lo vuelven reflexivo y penetrante. El primer problema que lo ocupa es, en consonancia
con esta génesis del despertar de la pulsión de saber, no la cuestión de la diferencia entre los
sexos, sino el enigma:, «¿De dónde vienen los niños?» (11). En una desfiguración
que es fácil deshacer, es este el mismo enigma que proponía la Esfinge de Tebas. En cuanto al
hecho de los dos sexos, al comienzo el niño no se revuelve contra él ni le opone reparo alguno.
Para el varoncito es cosa natural suponer que todas las personas poseen un genital como el
suyo, y le resulta imposible unir su falta a la representación que tiene de ellas.
Complejo de castración y envidia del pene.
El varoncito se aferra con energía a esta convicción, la defiende obstinadamente frente a la
contradicción que muy pronto la realidad le opone, y la abandona sólo tras serias luchas
interiores (complejo de castración). Las formaciones sustitutivas de este pene perdido de la
mujer cumplen un importante papel en la conformación de múltiples perversiones (12).
El supuesto dé que todos los seres humanos poseen idéntico genital (masculino) es la primera
de las asombrosas teorías sexuales infantiles, grávidas de consecuencias. De poco le sirve al
niño que la ciencia biológica dé razón a su prejuicio y deba reconocer al clítoris femenino como
un auténtico sustituto del pene. En cuanto a la niñita, no incurre en tales rechazos cuando ve los
genitales del varón con su conformación diversa. Al punto está dispuesta a reconocerla, y es
presa de la envidia del pene, que culmina en el deseo de ser un varón, deseo tan importante luego.
Teorías del nacimiento.
Muchas personas recuerdan con claridad cuán intensamente se interesaron en el período
prepuberal por esta cuestión: ¿De dónde vienen los niños? Las soluciones anatómicas fueron
en esa época de los más diversos tipos: vienen del pecho, son extraídos del vientre, o el
ombligo se abre para dejarlos pasar (13). En cuanto a la investigación
correspondiente a los primeros años de la infancia, es muy raro que se la recuerde fuera del
análisis; ha caído bajo la represión mucho tiempo atrás, pero sus resultados fueron uniformes:
los hijos se conciben por haber comido algo determinado (como en los cuentos tradicionales) y
se los da a luz por el intestino, como a la materia fecal. Estas teorías infantiles traen a la
memoria modalidades del reino animal, en especial la cloaca de los tipos zoológicos inferiores a
los mamíferos.
Concepción sádica del comercio sexual.
Si a esa tierna edad los niños son espectadores del comercio sexual entre adultos, lo cual es
favorecido por el convencimiento de los mayores de que el pequeño no comprende nada de lo
sexual, no puede menos que concebir el acto sexual como una especie de maltrato o
sojuzgamiento, vale decir, en sentido sádico. Por el psicoanálisis nos enteramos de que una
impresión de esa clase recibida en la primera infancia contribuye en mucho a la disposición para un ulterior desplazamiento {descentramiento} sádico de la meta sexual. En lo sucesivo los niños se ocupan mucho de este problema: ¿En qué puede consistir el comercio sexual o -como dicen ellos -el estar casado? Casi siempre buscan la solución del secreto en alguna relación de comunidad {Gemeinsamkeit} proporcionada por las funciones de la micción o la defecación.
El típico fracaso de la investigación sexual infantil.
Acerca de las teorías sexuales infantiles puede hacerse esta formulación general: son reflejos
de la propia constitución sexual del niño y, pese a sus grotescos errores, dan pruebas de una
gran comprensión sobre los procesos sexuales, mayor de la que se sospecharía en sus
creadores. Los niños perciben también las alteraciones que el embarazo provoca en la madre y
saben interpretarlas rectamente; a menudo escuchan con una desconfianza profunda, aunque
casi siempre silenciosa, cuando les es contada la fábula de la cigüeña. Pero como la
investigación sexual infantil ignora dos elementos, el papel del semen fecundante y la existencia
de la abertura -sexual femenina -los mismos puntos, por lo demás, en que la organización
infantil se encuentra todavía retrasada-, los esfuerzos del pequeño investigador resultan por lo
general infructuosos y terminan en una renuncia que no rara vez deja como -,secuela un
deterioro permanente de la pulsión de saber. La investigación sexual de la primera infancia es
siempre solitaria; implica un primer paso hacia la orientación autónoma en el mundo y establece
un fuerte extrañamiento del niño respecto de las personas de su contorno, que antes habían
gozado de su plena confianza,
Fases de desarrollo de la organización sexual (14)
Hasta ahora hemos destacado los siguientes caracteres de la vida sexual infantil: es
esencialmente autoerótica (su objeto se encuentra en el cuerpo propio) y sus pulsiones
parciales singulares aspiran a conseguir placer cada una por su cuenta, enteramente
desconectadas entre sí. El punto de llegada del desarrollo lo constituye la vida sexual del adulto
llamada normal; en ella, la consecución de placer se ha puesto al servicio de la función de
reproducción, y las pulsiones parciales, bajo el primado de una única zona erógena, han
formado una organización sólida para el logro de la meta sexual en un objeto ajeno.
Organizaciones pregenitales.
Ahora bien, con el auxilio del psicoanálisis podemos estudiar las inhibiciones y perturbaciones
de este curso de desarrollo. Ello nos permite individualizar esbozos y etapas previas de una
organización de las pulsiones parciales como la aludida, que al mismo tiempo dan por resultado
una suerte de régimen sexual. Normalmente, estas fases de la organización sexual se recorren
sin tropiezos, delatadas apenas por algunos indicios. Sólo en casos patológicos son activadas y
se vuelven notables para la observación gruesa.
Llamaremos pregenitales a las organizaciones de la vida sexual en que las zonas genitales todavía no han alcanzado su papel hegemónico. Hasta aquí hemos tomado conocimiento de dos de ellas, que hacen la impresión de unas recaídas en estadios anteriores de la evolución zoológica.
Una primera organización sexual pregenital es la oral o, si se prefiere, canibálica. La actividad
sexual no se ha separado todavía de la nutrición, ni se han diferenciado opuestos dentro de ella.
El objeto de una actividad es también el de la otra; la meta sexual consiste en la incorporación
del objeto, el paradigma de lo que más tarde, en calidad de identificación, desempeñará un
papel psíquico tan importante. El chupeteo puede verse como un resto de esta fase hipotética
{fiktiv} que la patología nos forzó a suponer; en ella la actividad sexual, desasida de la actividad
de la alimentación, ha resignado el objeto ajeno a cambio de tino situado en el cuerpo propio (15).
Una segunda fase pregenital es la de la organización sádico-anal. Aquí ya se ha desplegado la
división en opuestos, que atraviesa la vida sexual; empero, no se los puede llamar todavía
masculino y femenino, sino que es preciso decir activo y pasivo. La actividad es producida por
la pulsión de apoderamiento a través de la musculatura del cuerpo, y como órgano de meta
sexual pasiva se constituye ante todo la mucosa erógena del intestino; empero, los objetos de
estas dos aspiraciones no coinciden. Junto a ello, se practican otras pulsiones parciales de
manera autoerótica. En esta fase, por tanto, ya son pesquisables la polaridad sexual y el objeto
ajeno. Faltan todavía la organización y la subordinación a la función de la reproducción (16).
Ambivalencia.
Esta forma de la organización sexual puede conservarse a lo largo de toda la vida y atraer
permanentemente hacia sí una buena parte de la práctica sexual. El predominio del sadismo, y
de la zona anal en el papel de cloaca, le imprimen un sesgo notablemente arcaico. Además,
posee este otro carácter: los pares de opuestos pulsionales están plasmados en un grado
aproximadamente igual, estado de cosas que se designa con el feliz término introducido por
Bleuler: ambivalencia.
La hipótesis de las organizaciones pregenitales de la vida sexual descansa en el análisis de las neurosis; difícilmente se la pueda apreciar si no es con relación al conocimiento de estas.
Tenemos derecho a esperar que el continuado empeño analítico nos depare datos mucho más
amplios sobre el edificio y el desarrollo de la función sexual normal.
Para completar el cuadro de la vida sexual infantil, es preciso agregar que a menudo, o
regularmente, ya en la niñez se consuma una elección de objeto como la que hemos supuesto
característica de la fase de desarrollo de la pubertad. El conjunto de los afanes sexuales se
dirigen a una persona única, y en ella quieren alcanzar su meta. He ahí, pues, el máximo
acercamiento posible en la infancia a la conformación definitiva que la vida sexual presentará
después de la pubertad. La diferencia respecto de esta última reside sólo en el hecho de que la
unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales no son
establecidas en la infancia, o lo son de manera muy incompleta. Por tanto, la instauración de
ese primado al servicio de la reproducción es la última fase por la que atraviesa la organización
sexual (17).
Los dos tiempos de la elección de objeto.
El siguiente proceso puede reclamar el nombre de típico: la elección de objeto se realiza en dos
tiempos, en dos oleadas. La primera se inicia entre los dos (18) y los cinco años, y el período
de latencia la detiene o la hace retroceder; se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas
sexuales. La segunda sobreviene con la pubertad y determina la conformación definitiva de la vida sexual.
Ahora bien, los hechos relativos al doble tiempo de la elección de objeto, que en lo esencial se
reducen al efecto del período de latencia, cobran suma importancia en cuanto a la perturbación
de ese estado final. Los resultados de la elección infantil de objeto se prolongan hasta una
época tardía; o bien se los conserva tal cual, o bien experimentan una renovación en la época
de la pubertad. Pero demuestran ser inaplicables, y ello a consecuencia del desarrollo de la
represión, que se sitúa entre ambas fases. Sus metas sexuales han experimentado un
atemperamiento, y figuran únicamente lo que podemos llamar la corriente tierna de la vida
sexual. Sólo la indagación psicoanalítica es capaz de pesquisar, ocultas tras esa ternura, esa
veneración y ese respeto, las viejas aspiraciones sexuales, ahora inutilizables, de las pulsiones parciales infantiles. La elección de objeto de la época de la pubertad tiene que renunciar a los objetos infantiles y empezar de nuevo como corriente sensual. La no confluencia de las dos
corrientes tiene como efecto hartas veces que no pueda alcanzarse uno de los ideales de la
vida sexual, la unificación de todos los anhelos en un objeto (19).

Continúa en ¨Fuentes de la sexualidad infantil¨

NOTAS:
1- En las ediciones de 1905 y 1910, la última parte de esta oración decía: «difícilmente puede desconocerse, entonces, que el propósito de la naturaleza ha sido establecer, mediante el onanismo del lactante (al que casi ningún individuo escapa), el futuro primado de estas zonas erógenas para la actividad sexual». Debido a su índole teleológica, esta argumentación en favor de la universalidad del onanismo infantil fue agudamente criticada por Rudolf Reitler al discutirse el tema, en 1912, en la Sociedad Psicoanalítica de Viena (Diskussionen, 1912. En su propia intervención en el debate, Freud reconoció que su manera de exponerla no había sido feliz, y se comprometió a modificarla en reimpresiones posteriores. Así fue como en la edición de 1915 sustituyó el pasaje anterior por el actual.
2- Nota agregada en 1915. Las técnicas inusuales para practicar el onanismo en años posteriores parecen remontarse a la influencia de una prohibición de onanismo superada.
3- Este párrafo se agregó en 1915. En la edición de ese año se añadieron, asimismo, el subtítulo del apartado siguiente y, en la segunda oración de este, el inciso «por lo común antes del cuarto año». Además, en la primera oración del apartado, «tras breve lapso» vino a remplazar a «al comienzo del período de latencia», como figuraba en, 1905 y 1910. En estas dos ediciones el párrafo siguiente comenzaba así: «Durante los años de la niñez (aún no ha sido posible establecer generalizaciones en cuanto a la cronología), vuelve la excitación sexual de la primera infancia … ». Todos estos cambios introducidos en 1915 estaban motivados, sin duda, por la necesidad de distinguir mejor la segunda de la primera fase de actividad sexual infantil, y de asignarle a aquella una fecha más precisa («hacia el cuarto año de vida»)
4- Nota agregada en 1915. Aguarda todavía un esclarecimientoanalítico exhaustivo el hecho, reconocido hace poco por Bleuler [1913a], de que la conciencia de culpa de los neuróticos se ligueregularmente al recuerdo de la práctica onanista, casi siempre delperíodo de la pubertad. [Agregado en 1920:] Tal vez, el factor másgenera e importante en este condicionamiento es el hecho de que elonanismo constituye el poder ejecutivo de toda la sexualidad infantil, y por eso está habilitado para tomar sobre sí el sentimiento de culpa adherido a esta.
5- Véase el detallado examen que hace Freud de esto en su segundo trabajo sobre el papel de la sexualidad en las neurosis (1906a). Havelock Ellis (1903) [Apéndice B] ha publicado, cierto número de informes autobiográficos, de personas que en su mayoría permanecieron normales en su vida posterior, acerca de sus primeras mociones sexuales en la infancia, y las ocasiones de estas. Tales informes adolecen, desde luego, del defecto de no contener la prehistoria de la vida sexual, encubierta por la amnesia infantil. Ella sólo puede ser completada mediante psicoanálisis en un individuo que se ha vuelto neurótico. Empero, son valiosos en más de un aspecto, e informaciones de la misma índole son las que me movieron a modificar mis supuestos etiológicos, como lo consigno en el texto. Freud volvió a referirse a estos informes autobiográficos en «Sobre las teorías sexuales infantiles» (1908c), AE, 9, pág. 188.
6- «Sexual» en 1905 y 1910.
7- En la primera edición (1905), esta oración rezaba: «El correspondiente [ … ] se agrega sólo más avanzada la niñez, cuando … ». En 1910 se añadió la palabra « probablemente »; en 1915, «se agrega» fue remplazado por «se hace manifiesto»; y en 1920 se insertó «algo» delante de «más avanzada».  El tema del exhibicionismo en los niños pequeños había sido examinado por Freud con cierta extensión en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 254-6.
8- [Las dos últimas oraciones recibieron su forma actual en 1915. En 1905 y 1910 se leían como sigue: «Tenemos derecho a suponer que las mociones crueles fluyen de fuentes en realidad independientes de la sexualidad, pero que ambas pueden entrar en conexión tempranamente, por una anastomosis [conexión trasversal] próxima a sus orígenes. No obstante, la observación enseña que entre el desarrollo sexual y el de la pulsión de ver y de crueldad persisten influencias recíprocas, que vuelven a restringir la aseverada independencia entre ambas clases de pulsiones».]
9- Nota agregada en 1910. En 1905, eran esencialmente los resultados de la exploración psicoanalítica de adultos los que me autorizaban a formular las tesis expuestas en el texto acerca de la sexualidad infantil. En esa época no podía aún sacarse pleno partido de la observación directa del niño, que sólo había proporcionado indicios aislados y valiosas confirmaciones. Desde entonces se ha conseguido una intelección directa de la psicosexualidad infantil mediante el análisis de diversos casos de contracción de neurosis en la primera infancia. Puedo apuntar, con satisfacción, que la observación directa certificó plenamente las inferencias del psicoanálisis y, así, ha brindado un buen testimonio de la confiabilidad de este método de investigación. Por otra parte, el «Análisis de la fobia de un niño de cinco años» (1909b) nos ha enseñado muchas cosas nuevas para las cuales el psicoanálisis no nos había preparado; por ejemplo, el hecho de que cierto simbolismo sexual, cierta figuración de lo sexual por objetos y relaciones no sexuales, llega hasta esos primeros años, en que recién se empieza a dominar el lenguaje. Además, me saltó a la vista una falla expositiva del texto, donde, en beneficio de la claridad, se describía la separación conceptual entre las dos fases, el autoerotismo y el amor de objeto, como sí fuese también una división temporal. Pero por los análisis citados, así como por las comunicaciones de Bell, nos enteramos de que niños de tres a cinco años de edad son capaces de una muy clara elección de objeto, acompañada por fuertes afectos. En la edición de 1910 esta nota continuaba así: «Otros aportes a nuestro conocimiento de la vida sexual infantil que aún no han sido mencionados en el texto se refieren a las investigaciones sexuales de los niños, las teorías a que ellas los llevan (cf. mi trabajo sobre este tema, 1908c), la gravitación de estas teorías en las neurosis ulteriores, el resultado de tales investigaciones infantiles y su relación con el desarrollo de las facultades intelectuales de los niños»
10- Esta sección se incluyó por primera vez en 1915.
11- En un trabajo posterior (1925i), Freud corrigió este aserto, declarando que no es válido para las niñas y no siempre lo es para los varones.
12- Nota agregada en 1920. Tenemos derecho a hablar de un complejo de castración también en las mujeres. Tanto los varoncitos como las niñas forman la teoría de que también la mujer tuvo originariamente un pene que perdió por castración. En el individuo de sexo masculino, la convicción finalmente adquirida de que la mujer no posee ningún pene deja a menudo como secuela un permanente menosprecio por el otro sexo.
13- Nota agregada en 1924. En estos últimos años de la infancia abundan mucho las teorías sexuales. En el texto se mencionan sólo unos pocos ejemplos.
14- También esta sección se incluyó por primera vez en 1915. El concepto de «organización pregenital» de la vida sexual parece haber sido introducido por Freud en «La predisposición a la neurosis obsesiva» (1913i), donde se ocupa solamente, sin embargo, de la organización sádico-anal. En apariencia, la organización oral fue reconocida como tal por primera vez en el presente pasaje.
15- Nota agregada en 1920. Sobre los restos de esta fase en neuróticos adultos, cf. Abraham (1916). Agregado en 1924. En otro de sus trabajos (1924), este mismo autor descompuso tanto esta fase oral como la posterior fase sádico-anal en dos subdivisiones, caracterizadas por una diferente conducta hacia el objeto.
16- Nota agregada en 1924. En el ensayo mencionado en último término (1924), Abraham llama la atención sobre el hecho de que el ano proviene de la boca primordial {blastoporo} del embrión, lo cual parece un modelo biológico del desarrollo psicosexual.
17- Nota agregada en 1924. Con posterioridad (1923) he modificado esta exposición intercalando, tras las dos organizaciones pregenitales en el desarrollo del niño, una tercera fase; esta merece ya el nombre, de fase genital, muestra un objeto sexual y cierto grado de convergencia de las aspiraciones sexuales sobre este objeto, pero se diferencia en un punto esencial de la organización definitiva de la madurez genésica. En efecto, no conoce más que una clase de genitales, los masculinos. Por eso la he llamado el estadio de organización fálico (Freud, 1923e [donde se cita casi íntegramente este párrafo del texto]). Según Abraham [1924], su modelo biológico es la disposición genital indiferenciada del embrión, de la misma clase para ambos sexos.
18- En 1915 aquí decía «tres»; la modificación es de 1920.
19- Estas dos corrientes fueron detenidamente examinadas en «Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa» (1912d), AE, 11, págs. 174-80.