Obras de Winnicott: Alocución fúnebre (1958)

Alocución fúnebre (1958)

Palabras pronunciadas en el crematorio de Golders Green el 14 de febrero de

1958. Publicado en Inlernational Journal of Psycho-Analysis (1958).

En mi carácter de presidente actual de la Sociedad Psicoanalítica Británica me corresponde representar a la Sociedad en este momento solemne.

Estamos aquí para rendir tributo a un hombre de excepcional calibre al final de su larga vida. Murió a los 79 años, pero demasiado pronto. Estaba en plena posesión de sus facultades, y habría realizado mayores contribuciones aún de no ser porque la enfermedad fue más rápida que el lento pero inevitable avance de la edad. Esto es lo único que lamentamos. Por lo demás, todos querrán reconocer conmigo que tuvo una vida plena, plenamente vivida.

Ernest Jones era nacido en Gales. No es infrecuente que Gales produzca hombres y mujeres de gran personalidad y fino intelecto. Dispersos por sus pueblos hay filósofos y eruditos que sólo alcanzan la fama en el lugar en que viven. De vez en cuando, por una u otra razón, trascienden hacia una comunidad más amplia, y entonces, como en el caso de Jones, el ámbito natural en el que se desarrolla el drama de su vida tal vez no sea Gran Bretaña sino el mundo.

El propio Jones dijo que el hecho de ser galés en la comunidad británica le hizo comprender mejor que otros la particular posición de la raza judía, de la que Freud fue un miembro tan distinguido.

Desde el principio tuvo que ser evidente el excepcional brillo de Jones. No tengo datos acerca de su paso por las aulas, pero para la época en que se diplomó de médico en el Hospital del Colegio Universitario, donde más tarde murió, ya se había hecho acreedor a la medalla de oro en varias disciplinas, y evidentemente podía alcanzar un lugar prominente en cualquier campo que escogiera como propio. Jones fue sin duda uno de los trabajadores del mundo. Su capacidad de trabajo, empleada siempre al máximo, era fenomenal, y le gustaba completar las tareas que emprendía, como atestiguan las ochenta contribuciones reunidas en las cinco ediciones de sus ensayos, cada uno de los cuales es una pequeña obra maestra.

Tenía una enorme capacidad para la lectura y para recordar todo cuanto había leído, la cual persistió hasta el fin de su vida. Pero no fue sólo en el trabajo que Jones alcanzó los primeros puestos. Sus intereses personales eran múltiples y jamás dejaba de imprimir su marca en lo que hacía. Una de las desventajas de que haya vivido tanto es que, inevitablemente, la mayoría de los que colaboraron con él en las primeras etapas de su carrera están hoy muertos. Jones estaba dedicado a escribir su autobiografía, y es una lástima que no tuviera tiempo para poner por escrito muchos detalles que nos ayudarían a nosotros, los estudiosos de este gran hombre, en nuestro intento de comprender un ejemplo más de genio. Cuando el propio Jones aparece en su biografía de Freud, ya es mucho lo que tenía hecho. En 1908, al presentarse por primera vez como invitado en la Sociedad Psicoanalítica de los Miércoles, tenía 29 años.

Sólo podemos conjeturar cómo habrá sido la vida de este joven y brillante clínico que parecía tener a sus pies el mundo de la neurología y sin embargo prefirió trabajar con Freud, volviéndose así impopular entre sus colegas médicos. Al recordar a Jones, es importante que tengamos presente que le fue necesario capear el temporal de la afrenta. A comienzos de la década de 1920, cuando yo entré en la escena, encontré una profesión médica hostil a Jones, hostilidad que halló expresión directa en la postergación casi indefinida de su elección como miembro del Colegio Real de Médicos. No podremos evaluar debidamente su aporte al psicoanálisis en este país si no tomamos en cuenta los antagonismos que sufrieron Jones y el psicoanálisis por parte de la profesión médica de esa época.

Poco a poco se produjo un cambio de clima intelectual, y hoy nadie tiene necesidad de ocultar que es psicoanalista. Si bien Jones contó con el apoyo de sus amigos, debe presumirse que la hostilidad general de sus colegas profesionales tiene que haberle producido un profundo pesar. Como cualquiera, él hubiera querido que se reconociese su valor. Por cierto, no era un santo. Sin duda quería gozar de la simpatía y el aprecio de su época, pero debió permanecer en un relativo anonimato durante varias décadas. Este fue el precio que pagó por su pronto reconocimiento de la importancia de Freud y su inquebrantable lealtad a su maestro dilecto. Si tenemos en cuenta el hecho de la ambición personal, no es nuestro menor motivo de admiración a Ernest Jones que no sólo estuviese contento sino orgulloso de trabajar con ese hombre a quien él consideraba, en todos los aspectos, más grande que él mismo.

Cuesta imaginar una relación más fructífera entre dos personas que la que mantuvieron Jones y Freud. Yo diría que no se asemejaban, en absoluto. El ingenio de Jones tenía una arista aguda que al parecer no existía en el Freud que el propio Jones nos ha descripto. Jones no idealizó a Freud: percibió el valor y la originalidad de su contribución. Ayudó a crear el medio en que las nuevas ideas podían ser debatidas y desarrolladas, y su propio aporte a esta mancomunidad psicoanalítica fue riquísimo.

Debemos a Ernest Jones la introducción de la obra de Freud en nuestro país y la creación de nuestra Sociedad Científica. El fundó además nuestra revista, y cincuenta libros fueron publicados bajo su dirección en la Biblioteca Psicoanalítica Internacional. Pero en este momento no nos interesa tanto enumerar sus trabajos como recordar al hombre.

Fue característico de Ernest Jones que se retirase sensatamente al campo cuando aún le era posible disfrutar de su vida familiar y de su jardín. Desde luego, en su retiro trabajó con el mismo empeño de siempre, tratando pacientes, leyendo y escribiendo. Su familia creció en torno de él en El Solar de Elsted, y quienes visitaron su hogar nunca dejaron de sentirse enriquecidos por la experiencia. Nada más podía esperarse, sin duda, pero cuando tuvo 70 años recibió el enorme privilegio y la inmensa tarea de escribir la biografía de Freud y la historia de la evolución de sus ideas. Con tal objeto, él y su esposa se sumergieron totalmente en Freud, a punto tal que, según me contaron, jugaban a preguntarse uno al otro qué había hecho Freud tal o cual día a las cuatro de la tarde. El resultado de este acto final de devoción a Freud es una biografía que ha alcanzado fama mundial.

Ahora hemos llegado al fin de la vida de este hombre. La Sociedad, sus miembros titulares y adherentes, sus candidatos y sus candidatos futuros desean ofrecer a su viuda toda su simpatía y amor. La queremos por el afecto que le prodigó a Jones, pero también por haber sido una persona evidentemente feliz como su esposa y madre de sus hijos, y su camarada en el estudio de Freud. Pensamos también en sus tres hijos, su nuera y sus nietos, a todos los cuales quisiéramos hacerles saber que algo de Ernest Jones continúa en el corazón de quienes lo conocimos. Ernest Jones seguirá siendo importante para todos aquellos que, en las futuras generaciones, serán los directos beneficiarios de la postura que adoptó con respecto al postulado de Freud según el cual la naturaleza humana -toda ella, sin excepción- puede ser estudiada científicamente.