Obras de Winnicott: Aprendizaje infantil

Aprendizaje infantil

(Trabajo leído en un congreso sobre predicación del Evangelio en la familia, auspiciado por el Instituto Educativo de Cooperación Cristiana, en el Kinsgwood College for Further Education, 5 de junio de 1968) He venido a dirigirles la palabra en este congreso en calidad de ser humano, de médico de niños, de psiquiatra de niños y de psicoanalista. Al reflexionar sobre lo que ocurría cuarenta años antes, advierto que se ha producido un cambio de actitud. Hace cuarenta años, nadie que se dedicara a la enseñanza de la religión hubiera esperado oír algo útil de un psicoanalista. He sido invitado a venir a este lugar no como maestro de religión, ni siquiera como cristiano, sino como persona que tiene una larga experiencia en un campo limitado, que se interesa por los problemas del crecimiento, la vida y la realización del ser humano. Vuestro presidente dijo algo acerca de que nadie me aventaja en el conocimiento de la conducta infantil. ¡Seguramente lo leyó en la contratapa de algún libro! Lo que ustedes desearían es que yo demuestre que conozco algo más que los fenómenos de superficie, es decir, que la conducta que corresponde a la estructura total de la personalidad. La palabra «realización» es pertinente aquí. Hay personas que estudian la conducta infantil y pasan por alto la motivación inconsciente y la relación de la conducta con el conflicto interno, y de este modo pierden todo contacto con quienquiera que enseñe religión. Creo que es esto lo que vuestro presidente quiso decir, o sea que me intereso por el ser humano en desarrollo en la familia y el medio social. Educado como metodista wesleyano, con el tiempo abandoné las prácticas religiosas, y siempre he encontrado satisfactorio el hecho de haber recibido un tipo de educación religiosa que me diera la posibilidad de dejarla de lado. Sé que estoy hablando a un público ilustrado para el cual la religión no significa simplemente ir a la iglesia todos los domingos. Permítaseme expresar que para mí lo que habitualmente se denomina religión procede de la naturaleza humana, así como para otros la naturaleza humana fue rescatada del salvajismo por una revelación surgida de una fuente exterior a ella. Hay muchas cuestiones importantes que podríamos analizar juntos una vez que hayamos decidido si el psicoanálisis puede hacer un aporte útil a la enseñanza, e incluso a la práctica de la religión. ¿Necesitan ustedes milagros en esta época de observación minuciosa y objetiva? ¿Necesitan adherir a la idea de una vida ultraterrena? ¿Necesitan difundir mitos entre los menos dotados intelectualmente? ¿Necesitan seguir despojando al niño, al adolescente o al adulto de su bondad innata mediante el recurso de inculcarles reglas morales? Debo atenerme a un tema a fin de completar mi exposición en una hora y no salirme del ámbito limitado en que tengo una experiencia especial. Pienso que quizás he sido invitado a dirigirles la palabra a causa de algo que dije una vez acerca de la capacidad del niño de creer en. La cuestión de cómo ha de completarse la frase queda por resolver. Lo que hago es separar la experiencia de vida de la educación. Al educar a un niño pueden transmitirle las creencias que tienen sentido para ustedes y que corresponden al pequeño ámbito cultural o religioso en que nacieron o que eligieron en reemplazo de aquel en que nacieron. Pero sólo lo lograrán si el niño es capaz de creer en algo. El desarrollo de esa capacidad no depende de la educación, salvo que se amplíe el significado de la palabra hasta hacerla abarcar algo que habitualmente no designa. Depende de la experiencia que tuvo el individuo en materia de cuidados cuando era un bebé y un niño en desarrollo. En lo cual interviene la madre, y quizás el padre y otras personas que están en estrecho contacto con el niño, pero inicialmente la madre. Como pueden ver, tengo siempre presente la cuestión del crecimiento y el desarrollo. Nunca pienso en el estado de una persona aquí y ahora si no es en relación con el ambiente y con su crecimiento desde la concepción y, ciertamente, desde la época en que estaba próxima a nacer. Cada bebé nace con tendencias heredadas que lo impulsan a crecer. Me refiero, entre otras, a la tendencia a la integración de la personalidad, a la totalización de una personalidad en cuerpo y mente, y al establecimiento de relaciones con objetos, que gradualmente se convierten en relaciones interpersonales cuando el bebé comienza a crecer y a comprender que existen otras personas. Todo esto procede del interior del niño. Sin embargo, los procesos de crecimiento no pueden tener lugar sin un ambiente facilitador, sobre todo al principio, cuando prevalece una situación de dependencia casi absoluta. Un ambiente facilitador debe tener calidad humana, no perfección mecánica; por eso creo que la frase «madre suficientemente buena» describe en forma adecuada lo que el niño necesita para que los procesos de crecimiento hereditarios se actualicen en su desarrollo. Al comienzo la totalidad del desarrollo se produce a causa de las tremendamente vitales tendencias heredadas a la integración, al crecimiento, a lo que hace que un día el niño quiera caminar, etcétera. Si la provisión ambiental es suficientemente buena, todo eso ocurre en el niño. En caso contrario, la línea de vida se interrumpe y las poderosas tendencias hereditarias no pueden encaminar al niño a la realización personal. Una madre suficientemente buena comienza con un alto grado de adaptación a las necesidades del bebé. La expresión «suficientemente buena» alude a esa enorme capacidad que por lo común tienen las madres de identificarse con el bebé. Hacia el fin del embarazo y en los comienzos de la vida del bebé están tan identificadas con él que saben prácticamente cómo se siente y pueden adaptarse a sus necesidades de tal modo que las satisfacen. Entonces el bebé está en condiciones de llevar a cabo un crecimiento y desarrollo ininterrumpido que es el comienzo de la salud. La madre echa así las bases de la salud mental del bebé, y no sólo de la salud: también de la realización y la riqueza, con todos los peligros y conflictos que éstas acarrean, con todas las dificultades propias del crecimiento y el desarrollo. La madre, entonces, y también el padre (aunque éste no tiene al principio la misma relación física) poseen esta capacidad de identificarse con el bebé sin resentimiento y de adaptarse a sus necesidades. Por miles de años la mayor parte de los bebés de todo el mundo han recibido una atención materna suficientemente buena en los albores de su vida; de lo contrario habría más dementes que personas cuerdas, y no es así. Algunas mujeres ven una amenaza en la identificación con el bebé; se preguntan si alguna vez recuperarán su individualidad y, a causa de esta ansiedad, les resulta difícil aceptar la adaptación extrema del comienzo. Es sabido que las figuras maternas satisfacen las necesidades instintuales de los bebés. Pero este aspecto de la relación entre los padres y el bebé ha recibido un énfasis excesivo en los primeros cincuenta años de la literatura psicoanalítica. Le llevó mucho tiempo a la comunidad analítica (y las ideas sobre el desarrollo infantil han sido fuertemente influidas por el pensamiento psicoanalítico de los últimos sesenta años) darse cuenta, por ejemplo, de lo importante que es el modo de sostener al bebé; sin embargo, puestos a pensar en ello, advertimos que es de fundamental importancia. Imaginemos a una persona que fuma un cigarrillo, sostiene a un bebé por una pierna y lo balancea antes de introducirlo en la bañera. De algún modo ustedes saben que no es eso lo que el bebé necesita. Nos encontramos aquí con cosas muy sutiles. He observado a miles de madres, he hablado con ellas, y todos podemos ver que cuando levantan al bebé sostienen tanto el cuerpo como la cabeza. Si uno no piensa en el bebé como en una unidad y lleva una mano al bolsillo para buscar un pañuelo o lo que fuere, la cabeza del bebé cae hacia atrás y es como si estuviera dividido en dos partes: el cuerpo y la cabeza. El bebé grita y nunca lo olvidará. Lo terrible es que nada se olvida jamás. Después el niño andará por la vida sin poder confiar en nada. Creo que es correcto decir que los bebés y los niños pequeños no conservan recuerdos cuando las cosas han marchado bien, pero sí los conservan cuando las cosas han marchado mal, porque recuerdan que de pronto la continuidad de su vida se interrumpió, que su cuello se dobló hacia atrás, derrumbando todas sus defensas, que ellos reaccionaron, que es algo muy penoso que les ocurrió, algo que nunca podrán olvidar. Y tienen que llevarlo consigo, y si es algo que forma parte del modo como se los atiende, se convierte en falta de confianza en el medio. Cuando las cosas han marchado bien nunca darán las gracias, porque nunca se enteraron de que marcharan bien. En la familias hay esta gran zona de deuda no reconocida que no es una deuda. Nada se debe, pero quienquiera que haya llegado a ser un adulto estable no lo habría logrado si en un comienzo alguien no se hubiese encargado de encaminarlo a través de las primeras etapas. La cuestión del sostén y la manipulación introduce el tema de la confiabilidad humana. Las cosas a las que me he estado refiriendo no podría hacerlas una computadora; debe tratarse de confiabilidad humana (o sea, en realidad, de falta de confiabilidad). En el desarrollo de la adaptación, la gran adaptación de la madre al bebé disminuye gradualmente; por lo tanto el bebé comienza a ser frustrado y a sentir enojo y necesita identificarse con la madre. Recuerdo a un bebé de tres meses que cuando era amamantado, antes de empezar a mamar ponía su mano en la boca de la madre para alimentarla. Era capaz de imaginar lo que sentía su madre. El niño puede conservar la idea de la madre, el padre o la niñera durante cierto tiempo, pero si en esa etapa la madre se ausenta por dos horas, la imagen que el niño tiene de ella se debilita y comienza a desvanecerse. Cuando la madre regresa, es otra persona. Al niño le es difícil hacer revivir la imagen dentro de él. A los dos años aproximadamente, el niño reacciona mal ante la separación de la madre. A esa edad conoce a la madre o al padre lo bastante bien como para interesarse, no en un objeto o una situación, sino en una persona real. A los dos años necesita la compañía de su madre si, por ejemplo, lo internan en un hospital. Pero en todo momento necesita la estabilidad ambiental que facilita la continuidad de la experiencia personal. Aprendo muchas cosas no sólo cuando hablo con las madres y observo a los niños, sino también cuando trato a pacientes adultos; éstos se convierten siempre en bebés y niños durante el tratamiento. Tengo que fingirme más adulto de lo que soy para poder enfrentar la situación. En estos momentos tengo una paciente de 55 años que puede conservar mi imagen si me ve tres veces por semana. Dos veces por semana apenas sería suficiente; una vez por semana, aunque la sesión sea muy larga, no basta. La imagen se debilita, y el dolor de ver que todos los sentimientos y todo el sentido se desvanecen es tan grande que, según me dice, no le sirve de nada y preferiría morir. De modo que el esquema del tratamiento está subordinado a la posibilidad de esta paciente de recordar la imagen paterna. No podemos evitar convertirnos en figuras paternas cuando hacemos algo profesionalmente confiable. Casi todos ustedes, supongo, realizan alguna actividad profesionalmente confiable, y en ese ámbito limitado se desempeñan mucho mejor que en su hogar, y sus clientes dependen de ustedes y buscan su apoyo. Ciertos actos de confiabilidad humana constituyen una comunicación mucho antes de que el habla adquiera significado: el modo como la madre se adapta cuando mece al bebé, el sonido y el tono de su voz comunican cosas antes de que se comprenda el habla. Somos personas que creen. Estamos aquí, en esta amplia sala, y nadie se ha sentido preocupado pensando que el techo podría derrumbarse. Creemos en el arquitecto. Somos personas que creen porque alguien nos inició bien. Durante cierto período nos comunicaron en silencio que nos amaban, en el sentido de que podíamos confiar en la provisión ambiental y por lo tanto proseguir nuestro crecimiento y desarrollo. Un niño que no ha experimentado cuidados preverbales en términos de sostén y manipulación -de confiabilidad humana- es un niño deprivado. Lo único que por lógica puede hacerse por él es prodigarle amor: amor en términos de sostén y manipulación. Hacerlo en un período posterior de su vida es difícil, pero siempre podemos intentarlo, como cuando se lo recibe y se lo cuida en un albergue. El problema está en que el niño necesita poner a prueba el amor preverbal -el sostén, la manipulación y demás- y ver si resiste la destructividad inherente al amor primitivo. Cuando todo marcha bien, la destructividad se sublima en cosas como comer, golpear, jugar, competir, etcétera. No obstante, el niño se encuentra en esta etapa muy primitiva: he aquí alguien a quien amar, y lo que viene inmediatamente después es la destrucción. Si ustedes sobreviven, sólo queda la idea de la destrucción. Pero primero hay destrucción, y si ustedes comienzan a amar a un niño que no fue amado en sentido preverbal, pueden verse en un embrollo. El niño robará, romperá vidrios, torturará al gato y hará toda clase de tropelías. Tendrán que sobrevivir a todo eso. El niño los amará porque fueron capaces de sobrevivir. ¿Por qué razón si yo digo aquí que tuve un buen comienzo, parece una jactancia? Lo que estoy diciendo en realidad es que nada de lo que soy capaz se me debe atribuir a mí exclusivamente: o bien lo heredé, o bien alguien me capacitó para llegar al lugar en que me encuentro. Si suena a jactancia es porque a mí, como ser humano, me resulta imposible creer que no elegí a mis padres. De modo que lo que estoy afirmando es que hice una buena elección. ¿No fue inteligente de mi parte? Parece tonto, pero estamos tratando de la naturaleza humana, y en lo que se refiere al crecimiento y el desarrollo de los seres humanos debemos ser capaces de aceptar paradojas; lo que sentimos y lo que se puede observar que es verdadero pueden conciliarse. La finalidad de las paradojas no es que se las resuelva sino que se las observe. Es aquí donde comenzamos a dividirnos en dos campos. Debemos observar qué es lo que sentimos y al mismo tiempo usar nuestro cerebro para descubrir qué es lo que inspira nuestros sentimientos. Tomemos mi sugerencia de que la expresión preverbal de amor en términos de sostén y manipulación tiene una importancia vital para todo bebé en proceso de desarrollo. Se sigue de ella que a partir de lo que ha experimentado un individuo podemos enseñarle el concepto de, digamos, brazos eternos. Podemos usar la palabra «Dios» y establecer un vínculo específico con la Iglesia y la doctrina cristianas, pero se trata de una serie de pasos. La enseñanza interviene aquí sobre la base de aquello en lo que el niño individual es capaz de creer. Si en el caso de la enseñanza de la moral decidimos calificar ciertas cosas de pecaminosas, ¿no estaremos despojando al niño de la facultad de alcanzar por sí mismo un sentido personal del bien y del mal, de lograrlo como consecuencia de su propio desarrollo? A menudo privamos a un individuo de un momento crucial, como cuando se dice a sí mismo: «Me siento impulsado a hacer esto y aquello, pero por otra parte…», y llega a una fase personal de desarrollo que se habría frustrado si alguien le hubiese dicho: «No debes hacer eso porque es incorrecto». Si el niño obedece estará renunciando a una decisión personal, y si rechaza el mandato nadie ganará nada y no habrá desarrollo. Desde mi punto de vista, lo que ustedes enseñan sólo puede implantarse en la capacidad que ya posee el niño, basada en las experiencias tempranas y en la persistencia del sostén confiable otorgado por el círculo en permanente expansión de la familia, la escuela y la vida social.