Biografias, Silberstein Eduard (1856-1925)

Silberstein Eduard
(1856-1925)

Hacia sus 13 años, Sigmund Freud se hizo amigo de Eduard Silberstein, quien tenía la misma
edad que él. Hijo de un banquero judío rumano establecido en Jassy y después en Braila, sobre
el Danubio, había sido educado por un padre medio loco, en una sumisión coactiva a la ortodoxia
talmúdica. Él no soportaba esa educación rígida, y aspiraba al pensamiento libre. En este
contexto se convirtió en condiscípulo del joven Freud en el Realgymnasium de Viena, y después
en el Obergymnasium.
Se crearon vínculos entre las familias de los dos adolescentes, convertidos en los mejores
amigos del mundo. Durante diez años, entre 1871 y 1881, ellos intercambiaron cartas que
revelan numerosos aspectos de la personalidad de Freud en la adolescencia: aparece como un
materialista antirreligioso, sensual y rebelde, partidario de la emancipación de las mujeres,
enamorado de Gisela Fluss, que pensaba seriamente en convertirse en un gran filósofo. Esas
cartas demuestran también cuál fue la cultura vienesa de Freud y de qué modo lo marcó el saber
de su época: el pensamiento alemán por un lado, a través de la filosofía de Ludwig Feuerbach
(1804-1872) y la psicología de Johann Friedrich Herbart, y por otra parte la enseñanza directa de
dos maestros, Franz Brentano y Ernst von Brücke.
Fervientes admiradores de Cervantes (1547-1616), Freud y Silberstein decidieron en esa época
aprender el castellano sin gramática ni profesor, basándose exclusivamente en textos literarios.
Crearon entonces una institución que bautizaron Academia Castellana y que, en ciertos
aspectos, prenunciaba la célebre Sociedad Psicológica de los Miércoles, en la que Freud
reuniría, a partir de 1902, a sus primeros discípulos vieneses. La Academia era un lugar en el
que se hablaba y donde los dos adolescentes se entregaban a placeres intelectuales
subterráneos, más cercanos a la iniciación que al estudio propiamente dicho. Intercambiaban sus
misivas en alemán y a veces en español, atiborrando los dos idiomas con palabras que
operaban como un código secreto. Para señalar su adoración a la literatura picaresca, se
atribuyeron nombres tomados del célebre "Coloquio de los perros", una de las Novelas
ejemplares de Miguel de Cervantes Saavedra.
En ese relato, Cervantes pone en escena al perro Berganza, narrador inveterado, y al perro
Escipión, filósofo cínico y amargo. Los dos son hijos de la hechicera Montiela, a la cual deben la
sorprendente facultad de disertar sobre los vagabundeos del alma humana. Después de
múltiples aventuras que lo han llevado desde el universo de la prostitución hasta la corte de los
reyes, pasando por las diferentes clases de la sociedad, Berganza ha ido a parar al Hospital de
Valladolid, donde te cuenta su vida a Escipión, en la habitación de Campuzano, un héroe
desdichado que se ha contagiado una enfermedad venérea después de ser abandonado por la
esposa, una ex mujer galante, a pesar de su promesa de felicidad eterna. A través de ese
coloquio, Cervantes se entrega a una crítica feroz de las perversiones humanas y de las
injusticias sociales de su época.
Sigmund Freud escogió el nombre de Escipión, obteniendo un placer maligno en comentar las
desdichas de su condiscípulo Eduard-Berganza. No es casualidad que la rebelión de estos dos
adolescentes judíos se expresara a través de esa aspiración a otra identidad, fenómeno al cual
Freud le daría más tarde el nombre de novela familiar. Para ellos, en la Viena de fin de siglo, se
trataba de superar a los padres, accediendo a un estatuto intelectual (de filósofo, científico,
escritor). Y la iniciación se realiza en la lengua del autor de Don Quijote, es decir, del escritor
que supo describir con la mayor lucidez la locura extrema de tomarse por otro.
Poco a poco Eduard Silberstein y Sigmund Freud fueron perdiéndose de vista, aunque sin
romper los vínculos que los habían unido en su adolescencia. Silberstein se recibió de abogado,
se convirtió en militante socialista, volvió a Rumania y ejerció sin convicción la profesión de
banquero. En 1884, Freud lo recordó con ternura: "Todavía el año pasado -escribió- tenía un
barco en el Danubio, se hacía llamar «capitán» e invitaba a todos sus amigos a paseos en cuyo
transcurso ellos desempeñaban el oficio de remeros".
El "capitán" rumano no tuvo suerte en sus relaciones amorosas. Se caso con una joven
melancólica, Pauline Theiler, que envió a Viena en 1891 a hacerse atender por su antiguo
camarada. El día de la entrevista, ella le rogó a la doméstica que la acompañaba que la esperara
abajo y, en lugar de subir al consultorio de Freud, se arrojó al vacío desde el tercer piso del
edificio.
Silberstein se enamoró más tarde de Anna Sachs, una lituana con la que se casó y tuvo una hija
de nombre Theodora. La hija de ésta, Rosita Braunstein Vieyra, visitó a Anna Freud en Londres
en 1982, para que le contara cómo se había suicidado la primera esposa de su abuelo.
En Braila, Eduard Silberstein, hombre de la Ilustración, militó durante toda su vida en favor de la
emancipación de las mujeres, por los derechos de los judíos y de las minorías. Conservó con
celo religioso las cartas de Freud. Éstas han sido particularmente bien traducidas al francés por
Cornélius Heim.