CONSIDERACIONES ÉTICAS SOBRE LA FORMACIÓN DEL DESEO DEL ANALISTA: Un inicio, el problema

CONSIDERACIONES ÉTICAS SOBRE LA FORMACIÓN DEL
DESEO DEL ANALISTA
Jesús Manuel Rodríguez Escobar (Psicólogo: Buenos Aires, Argentina)

UN INICIO, EL PROBLEMA
Rubistein (2004) nos alerta en su texto ¿Por qué un analista?, de ciertos efectos que la
transmisión del psicoanálisis tiene en los estudiantes que se encuentran en algunos
estudiantes en formación:
“Una estudiante de psicología pide una entrevista y, al llegar pregunta:
Vos sos lacaniana? Porque a mí me dijeron en la facultad que el objetivo
del psicoanálisis es angustiar al paciente y yo no quiero eso, no quiero
seguir angustiada siempre”3
Como podemos apreciar, la repetición de ciertos textos y su conformación en
axiomas de la clínica llevan a ciertas iatrogenias en la práctica. Una de ellas es la de apelar
a la angustia como operador analítico. ¿Cuántas veces no escuchamos como ideal
comunitario el orientarse hacia lo real, y, como uno de los afectos que no engaña es la
angustia, se apela a esta como lugar de producción? No obstante estamos frente a un
impasse que debemos develar desde sus orígenes en el análisis personal, dado que no se
trata de una coordenada errónea, sino de una aplicación casi temeraria por parte de algunos analistas que bien pueden encausar una cura hacia lo peor cuando no se calcula un efecto
que se encuentra en el borde de la teoría: el goce mismo que el fantasma del analista
encapsula, al “ser” el objeto del analizante en la transferencia y no su semblante.
Comencemos observando lo que Lacan señala con respecto a la neurosis de
transferencia en relación con el deseo del analista:
“El verdadero motivo de sorpresa en lo referente al circuito del análisis
es cómo, entrando en él a pesar de la neurosis de transferencia, se puede
obtener a la salida la neurosis de transferencia misma. Sin duda es
porque hay algunos malentendidos en lo referente al análisis de la
transferencia. De otro modo no veríamos manifestarse la satisfacción que
a veces he oído expresar – que haber dado forma a esta neurosis de
transferencia no es quizás la perfección, pero es, con todo, un resultado.
Es verdad. Es, con todo, un resultado, que lo deja a uno bastante
perplejo.4.
Recordemos como en esta misma clase, Lacan enuncia el paso de la transferencia
por el objeto a, como causa de deseo y único objeto a proponerse al análisis de la
transferencia. Sin embargo, será hasta el Seminario XX, Aún, que Lacan coloca ese a como
semblante en el análisis del ser y como semblante de real: “Lo simbólico, al dirigirse hacia
lo real, nos demuestra la verdadera naturaleza del objeto a. Si antes lo califiqué de
semblante de ser, es porque semeja darnos el soporte del ser”5.
Cuando un analista encarna ese soporte de ser, fuera de su faceta de semblante,
puede generar en el analizante (en caso de que lo hubiere) un rechazo total de la
transferencia perdiéndose como sujeto, o puede llevar al paciente a un acting, obligando al
analista a repensar su lugar en la transferencia. Como menciona Aramburu (2004) el deseo
de “ser” el analista lleva de suyo un efecto de sugestión que descarta la demanda misma del
paciente, lo saca del análisis. Cuando el analista se encuentra en la búsqueda de una
demanda “adecuada” de análisis, se encuentra en el lugar de “ser” el analista,
demandándole ser tomado como tal y dejando totalmente de lado el deseo del analista. Ante
dicho efecto, el analizante no podrá diferenciar los significantes de su demanda de aquella
que le es proferida por el analista6.
Lo anterior localiza sus raíces en el fantasma mismo del analista, lugar que no ha
dejado su paso al atravesamiento, y desde donde se buscará cierta identificación en el lugar
del saber o como agente del fantasma mismo del analizante en sesión. El analista que se
coloca en la posición de demandante es aquel que no le falta el ser, hecho que trae consigo
una aceptación de la satisfacción fantasmática que el paciente le trae, dándole consistencia.
El analista entonces será a y no su semblante, encontrándose fuera del discurso analítico al
responder a la Demanda del paciente, pues esto ha llevado a dejar intacta la identificación
con el ser del sujeto instituido por el fantasma. Esto devela, a pesar de realizarse en una
acción como puede ser la de “angustiar al paciente”, una inhibición del analista que, al
pretender la impostura del ser, confirma la coartada para reprimir la castración, dejando al
analizante pendiente en un trabajo hacia la imposibilidad. La sugestión de un lugar que se
ofrece para el analista practicante, cuando se compromete con una causa sin un verdadero fin de análisis, es un intento de reparar el narcisismo regresivo del placer dejando la
repetición fuera del análisis, alejándose de su lugar en la trasferencia.
Pero ¿Cómo puede ocurrir tal circunstancia si dicho analista está o ha estado en un
dispositivo analítico? Vayamos un paso más allá y veamos lo que podemos entender como
tal desde su proceder, desde su ética.

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Notas:
3 Rubistein, A. ¿Por qué un analista? En: Rubistein A. (comp.) Un acercamiento a la experiencia. Grama Ediciones, Buenos Aires, 2004 p.20
4 Lacan, J. Seminario X: La Angustia Paidós, Buenos Aires, 2006. 303-304 p.p.
5 Lacan, J. Seminario XX: Aún Paidós, Buenos Aires, 2004 p.114
6 Cfr. Aramburu, J. El deseo del analista Editorial Tres Haches, Buenos Aires, 2004, p. 64

Fuente: Revista de Psicoanálisis, Psicoterapia y Salud Mental Vol. 3 nº 7,
2010