Obras de M. Klein: Contribución a la psicogénesis de los estados maníacos-depresivos (1935) Parte I

CONTRIBUCION A LA PSICOGÉNESIS DE LOS ESTADOS MANIACO-DEPRESIVOS (1935)

En mis primeros trabajos (1) describí una fase del sadismo en su cúspide, por la que pasan los niños durante el primer año de vida. En los primeros meses de la existencia del niño, éste tiene impulsos sádicos dirigidos no sólo contra el pecho de su madre, sino también contra el interior de su cuerpo; impulsos de vaciar su contenido, de devorarlo y destruirlo por todos los medios que el sadismo pueda sugerir. La evolución del niño pequeño está gobernada por los mecanismos de introyección y proyección. Desde el comienzo el yo introyecta objetos «buenos» y «malos», siendo el pecho de la madre el prototipo de ambos: de los objetos buenos cuando el niño lo consigue, y de los malos cuando le es negado. Esto se debe a que el bebé proyecta su propia agresión sobre estos objetos que siente que son malos, y no sólo porque frustran sus deseos: el niño los concibe como realmente peligrosos, como perseguidores que teme lo devoren, vacíen el interior de su cuerpo, lo corten en pedazos, lo envenenen, que, en resumen, maquinen su destrucción por todos los medios que el sadismo pueda imaginar. Estas imagos, que son un cuadro fantásticamente distorsionado de los objetos reales sobre los cuales se basan, las instala el bebé no sólo en el mundo exterior, sino, por el proceso de incorporación, también dentro del yo. De ahí que niños muy pequeños pasen por situaciones de ansiedad (y reaccionen con mecanismos de defensa) cuyo contenido es comparable al de la psicosis de los adultos. Uno de los primeros métodos de defensa contra el miedo a los perseguidores, ya sentidos en el mundo externo o ya internalizados (eventualmente después de la proyección sobre un objeto real), es el de la escotomización, la negación de la realidad psíquica; esto puede llevar a una restricción consid erable de los mecanismos de introyección y proyección y a la negación de la realidad externa, formando la base de psicosis más graves. Muy pronto, también, el yo trata de defenderse contra los perseguidores internalizados mediante los procesos de expulsión y proyección. Al mismo tiempo, puesto que el miedo a los objetos internalizados no es de ningún modo extinguido con su proyección, el yo dirige contra los perseguidores dentro de su cuerpo las mismas fuerzas y medios que emplea contra los del mundo externo. Estos contenidos de ansiedad y mecanismos de defensa forman la base de la paranoia. En los miedos infantiles a los magos, brujas, bestias salvajes, etc., descubrimos algo de esta misma ansiedad, pero sufriendo ya el proceso de la proyección y modificación. Una de mis conclusiones fue que la ansiedad psicótica del niño (2) en particular la ansiedad paranoide, se liga y modifica por los mecanismos obsesivos que hacen su aparición muy tempranamente.En el presente trabajo me propongo tratar los estados depresivos en su relación con la paranoia por una parte y con la manía por otra. He obtenido el material sobre el cual se basan mis conclusiones, del análisis de estados depresivos en casos de neurosis graves, de casos marginales y de pacientes, tanto adultos como niños, que evidenciaron tendencias paranoicas y depresivas mezcladas. He estudiado estados maníacos en diversos grados y formas, incluyendo estados ligeramente hipomaníacos en personas normales. El análisis de características depresivas y maníacas en niños y adultos normales también resultó muy instructivo (3) .De acuerdo con Freud y Abraham, el proceso fundamental de la melancolía es la pérdida del objeto amado. La pérdida verdadera de un objeto real, o alguna situación similar que tenga el mismo significado, da por resultado la instalación del objeto dentro del yo. Debido, sin embargo, a un exceso de impulsos canibalísticos en el sujeto, esta introyección se malogra y la consecuencia es la enfermedad. Ahora bien, ¿por qué el proceso de introyección es tan especifico para la melancolía? Creo que la diferencia principal entre la incorporación en la paranoia y en la melancolía está relacionada con cambios en la relación del sujeto con el objeto, aunque también se trata de un cambio en la constitución del yo introyectante. De acuerdo con Edward Glover, el yo, al principio vagamente organizado, consiste en un número considerable de núcleos del yo. Según esto, en primer lugar un núcleo oral del yo y después un núcleo anal del yo predominan sobre los otros (4) . En esta fase muy temprana, en la que el sadismo oral tiene un papel predominante y según mi criterio constituye la base de la esquizofrenia (5) , el poder del yo de identificarse con sus objetos es todavía pequeño, en parte porque todavía no está coordinado y en parte porque los objetos introyectados son todavía principalmente objetos parciales, que el niño equipara con las heces (Abraham). En la paranoia, las defensas características se dirigen principalmente a la destrucción de los «perseguidores», mientras que la ansiedad del yo ocupa un lugar prominente en el cuadro. A medida que el yo completa su organización, las imagos internalizadas se aproximan más a la realidad y el yo puede identificarse más ampliamente con los objetos «buenos». El miedo a la persecución, dirigido primero sólo al yo, se extiende ahora también al objeto bueno, y en adelante la preservación del objeto bueno será considerada como sinónimo de la supervivencia del yo. Junto con este desarrollo se produce un cambio de mucha importancia, es decir, se pasa de la relación de objeto parcial a la relación de objeto total. Con este paso el yo llega a una nueva posición, que forma los cimientos de la llamada pérdida del objeto amado. Sólo después que el objeto haya sido amado como un todo, su pérdida puede ser sentida como total. Con este cambio en la relación con el objeto, hacen su aparición nuevos contenidos de ansiedad y se produce un cambio en los mecanismos de defensa. El desarrollo de la libido es influido decisivamente por los cambios en la relación del sujeto con su objeto. La angustia paranoide de que los objetos sadísticamente destruidos sean una fuente de veneno dentro del cuerpo del sujeto, hace que éste, junto a la vehemencia de los ataques oral-sádicos, muestre una desconfianza profunda hacia ellos mientras los incorpora. Esta desconfianza conduce a una debilitación de las fijaciones orales. Una manifestación de esto puede observarse en las dificultades que niños muy pequeños presentan con la comida, y que tienen, según mi opinión, una raíz paranoide. Si el niño (o el adulto) se identifica más ampliamente con el objeto bueno, los impulsos libidinales aumentan; desarrolla un deseo y un amor «codicioso» de devorar este objeto, y el mecanismo de introyección se refuerza. Además, se siente impelido constantemente a repetir la incorporación de un objeto bueno, en parte porque teme haberlo perdido con su canibalismo -es decir, la repetición del acto es para probar la realidad de sus temores y negarlos- y en parte porque teme a sus perseguidores internalizados y necesita un objeto bueno que lo ayude a vencerlos. En este estadío el yo es impulsado más que nunca, por amor y por necesidad, a introyectar el objeto. Otro estimulo para el aumento de la introyección es la fantasía de que el objeto amado puede ser conservado a salvo dentro del sujeto. En este caso los peligros internos son proyectados sobre el mundo exterior. Sin embargo, si la importancia del objeto aumenta, y se establece un mejor reconocimiento de la realidad psíquica, la ansiedad por miedo a que el objeto sea destruido en el proceso de introyección conduce -según lo ha descrito Abraham- a perturbaciones de la función de introyección. En mi experiencia he visto que hay además una profunda ansiedad por los peligros que esperan al objeto una vez introyectado. No puede ser mantenido a salvo en el interior puesto que éste es considerado como un lugar peligroso y venenoso donde el objeto amado moriría. Aquí vemos una de las situaciones que he descrito como fundamental para la angustia ante «la pérdida del objeto amado», es decir, la situación de angustia en la que el yo se identifica ampliamente con sus objetos buenos internalizados y al mismo tiempo -por el aumento de la percepción de la realidad psíquica- se da cuenta de su propia incapacidad para protegerlo y preservarlo contra los objetos internalizados perseguidores y contra el ello. Esta ansiedad está justificada psicológicamente, porque el yo, aun cuando se identifica más ampliamente con el objeto, no abandona sus primeros mecanismos de defensa. De acuerdo con la hipótesis de Abraham, la destrucción y expulsión del objeto -procesos característicos del primer nivel anal- inician el mecanismo depresivo. De ser exacto, confirmaría mi opinión de la conexión genética entre paranoia y melancolía. En mi opinión, el mecanismo paranoico de la destrucción de objetos (ya sea dentro del cuerpo o en el mundo exterior) por todos los medios que el sadismo oral, uretral y anal tiene a su disposición persiste, pero en menor grado y con ciertas modificaciones debido al cambio en la relación del sujeto con sus objetos. Como he dicho, el temor de que el objeto «bueno» sea expulsado junto con el «malo» hace que los mecanismos de expulsión y proyección pierdan parcialmente su valor. Sabemos que, en este estadío, el yo hace un mayor uso de la introyección del objeto bueno como un mecanismo de defensa. Esto se halla asociado con el surgimiento de tendencias y fantasías muy importantes: realizar la reparación del objeto. En trabajos anteriores (6) estudié en detalle el concepto de reparación y demostré que era algo más que una simple formación reactiva. El yo se siente impelido (y ahora puedo agregar: impelido por su identificación con el objeto bueno internalizado) a llevar a cabo una reparación por todos los ataques sádicos que en fantasías regresivas anteriores ha dirigido contra ese objeto. Cuando se ha logrado una división bien marcada entre los objetos buenos y malos, el sujeto trata de reparar a los primeros, compensando en la reparación todos sus ataques sádicos en cada detalle (7) . Pero todavía el yo del niño pequeño no puede creer mucho en la bondad del objeto y en su propia capacidad para realizar una restitución. Por otra parte, por medio de su identificación con el objeto bueno y por medio de otros progresos mentales, el yo se ve forzado a un mayor reconocimiento de la realidad psíquica, y esto lo expone a conflictos terribles. Algunos de sus objetos -un número indefinido- son sus perseguidores, listos para devorarlo y aniquilarlo. De todos modos, ellos ponen en peligro al yo y a los objetos buenos. Todo daño que el niño hace en la fantasía a sus padres (primero por odio y después como autodefensa), todo acto de violencia cometido por un objeto contra otro (en particular el coito destructivo y sádico de los padres, que él considera como otra consecuencia de sus deseos sádicos), todo esto acontece para él tanto en el mundo exterior como dentro del yo (desde que el yo está absorbiendo constantemente todo el mundo exterior). Pero estos procesos son considerados como una fuente perpetua de peligro tanto para el objeto bueno como para el yo. Es verdad que, ahora que los objetos buenos y malos están más claramente diferenciados, el odio del niño se dirige más bien contra los últimos, mientras que su amor y sus intentos de reparación se hallan más enfocados hacia los primeros; pero el exceso de sadismo temprano y ansiedad frena el avance de su desarrollo mental. Todo estímulo externo o interno (toda frustración real, por ejemplo) está lleno de los mayores peligros: no sólo los objetos malos, sino también los buenos están asi amenazados por el ello, porque todo acceso de odio y de ansiedad puede temporariamente abolir la diferenciación y dar así por resultado una «pérdida del objeto bueno amado». Y no es solamente la vehemencia del odio incontrolable del sujeto, sino también la de su amor la que pone en peligro al objeto. Porque en este estadío de su desarrollo, amar un objeto y devorarlo están íntimamente relacionados. Un niño que cree, cuando su madre desaparece, que él la ha comido y destruido (ya sea por amor o por odio) se halla atormentado por la ansiedad tanto por sí mismo como por la madre. Ahora se aclara por qué en esta fase del desarrollo el yo se siente constantemente amenazado en su posesión de los objetos buenos internalizados. Está lleno de ansiedad por miedo de que tales objetos perezcan. Tanto en niños como en adultos que sufren de depresiones, he descubierto el miedo de albergar objetos moribundos o muertos (especialmente los padres) dentro de ellos y una identificación del yo con objetos en esta situación. Desde el comienzo mismo del desarrollo psíquico hay una constante correlación entre los objetos reales y aquellos instalados dentro del yo. Es por esta razón que la ansiedad que acabo de describir se manifiesta en una exagerada fijación del niño hacia su madre o sustituta (8). La ausencia de la madre hace surgir ansiedad en el niño por miedo de que sea entregado a objetos malos, externos o internos, sea porque ésta muera o porque pueda transformarse en una madre «mala».Ambos casos significan para él que ha perdido a su madre querida, y llamará particularmente la atención sobre el hecho de que el temor a la pérdida del objeto «bueno» internalizado se transforma en una fuente perpetua de ansiedad por miedo de que su madre real muera. Por otra parte, cualquier experiencia que sugiera la pérdida del objeto amado real estimula también el temor de perder al internalizado. Ya he dicho que mi experiencia me ha llevado a la conclusión de que la pérdida del objeto amado tiene lugar durante la fase del desarrollo en la cual el yo realiza la transición de la incorporación parcial del objeto a la total. Habiendo descrito ya la situación del yo en esa fase, me puedo expresar con mayor precisión sobre este punto. Los procesos internos que posteriormente se definen como «pérdida de amor» y llevan a la depresión, están determinados por la sensación del sujeto de haber fracasado (durante el destete y en los períodos que lo preceden o lo siguen), en poner a salvo su buen objeto internalizado, etc., y no haberlo poseído. Una razón de su fracaso es que el yo ha sido incapaz de vencer su miedo paranoide de perseguidores internalizados. En este punto nos enfrentamos con una cuestión importante para toda nuestra teoría. Mis propias observaciones y las de muchos colegas ingleses me han llevado a la conclusión de que la influencia directa de los primeros procesos de introyección sobre el desarrollo tanto normal como patológico es importantísima y, en ciertos aspectos, distinta de como ha sido aceptada hasta ahora en los círculos psicoanalíticos. De acuerdo con nuestros puntos de vista, aun los primeros objetos incorporados forman la base del superyó e influyen en su estructura. La cuestión no es, sin duda alguna, simplemente teórica. Cuando estudiamos las relaciones del temprano yo infantil con sus objetos internalizados y con el ello y llegamos a comprender los cambios graduales que sufren estas relaciones, logramos una visión más profunda de las situaciones específicas de ansiedad por las que pasa el yo y los mecanismos específicos de defensa que desarrolla a medida que se va organizando más y mejor. Enfocado desde este punto de vista llegamos, en nuestra experiencia, a una comprensión más completa de las primeras fases del desarrollo psíquico, de la estructura del superyó y de la génesis de las enfermedades psicóticas. Cuando nos ocupamos de la etiología, es esencial considerar la disposición libidinal no simplemente como tal, sino también considerarla en conexión con las primeras relaciones del sujeto con sus objetos internalizados y externos, consideración que implica una comprensión de los mecanismos de defensa desarrollados por el yo al enfrentarse con sus diversas situaciones de ansiedad. Si aceptamos este criterio de la formación del superyó, su inflexible severidad en el caso del melancólico se hace más inteligible. Las persecuciones y exigencias de los malos objetos internalizados; los ataques de esos objetos uno contra otro (especialmente aquellos objetos representados por el coito sádico de los padres); la apremiante necesidad de cumplir con las estrictas exigencias de los objetos «buenos» y protegerlos y aplacarlos dentro del yo, con el resultante odio del ello; la constante incertidumbre sobre la «bondad» de un «objeto bueno», lo que hace que éste se transforme tan prontamente en uno malo; todos estos factores se combinan para producir en el yo la sensación de ser presa de exigencias imposibles y contradictorias que surgen del interior, condición que se siente como mala conciencia. Es decir, los primeros balbuceos de la conciencia están asociados con la persecución por objetos malos. La misma expresión «el roer de la conciencia» (Gewissensbisse) es testimonio de la implacable «persecución» de la conciencia y del hecho de que es originalmente concebida como devorando a su víctima. Entre las diversas exigencias internas que contribuyen a la severidad del superyó en el melancólico, he mencionado la necesidad apremiante que existe para el yo de obedecer a las exigencias muy estrictas de los objetos «buenos». Es solamente esta parte del cuadro -la crueldad de los objetos «buenos», es decir, la del objeto como erigido en el yo- la que ha sido reconocida hasta ahora por la opinión analítica general como causa de la inflexible severidad del superyó en el melancólico. Pero, en mi opinión, únicamente observando la relación compleja del yo con sus objetos malos fantaseados, así como con sus objetos buenos, y observando el cuadro completo de la situación interna que he tratado de reseñar en este trabajo, podremos comprender la esclavitud a que se somete el yo cuando obedece a las exhortaciones y exigencias extremadamente crueles de su objeto amado erigido dentro de él. Según he mencionado anteriormente, el yo trata de mantener separados los objetos «buenos» de los «malos», los reales de los fantaseados. El resultado es un concepto de objetos extremadamente malos y extremadamente perfectos, es decir, sus objetos amados son, en muchos aspectos, intensamente morales y exigentes. Al mismo tiempo, desde que el yo no puede mantener separados los objetos malos y buenos en su mente (9) , una parte de la crueldad de los objetos malos y del ello la adjudica a los objetos buenos, y esto aumenta aun más la severidad de sus exigencias (10) . Estas estrictas exigencias tienen el propósito de amparar al yo en su lucha contra sus odios incontrolables y sus malos objetos perseguidores, con los cuales el yo está parcialmente identificado (11) . Cuanto mayor es la ansiedad por perder los objetos amados, mayor es la lucha del yo por salvarlos, y cuanto más difícil se hace la tarea de reparación, más estrictas se vuelven las exigencias asociadas con el superyó. He tratado de demostrar que las dificultades que experimenta el yo cuando realiza la incorporación de objetos totales, proceden de su aún imperfecta capacidad para dominar, por medio de sus mecanismos de defensa, los nuevos contenidos de ansiedad que surgen de este adelanto de su desarrollo. Comprendo la dificultad que hay para trazar una línea definida entre los sentimientos y contenidos de ansiedad del paranoico y del depresivo, desde que ambos están íntimamente ligados. Pero pueden distinguirse unos de otros, con un criterio de diferenciación, si se considera que la ansiedad de persecución está principalmente relacionada con la preservación de los buenos objetos internalizados (totales) con los cuales el yo se identifica. En este caso -que es el del depresivo- la ansiedad y los sufrimientos son de naturaleza mucho más compleja. La ansiedad, por miedo de que los objetos buenos, y con ellos el yo, sean destruidos, o que se encuentren en estado de desintegración, se halla entretejida con esfuerzos continuos y desesperados para salvar los objetos buenos internalizados y externos. Me parece que sólo cuando el yo ha introyectado el objeto como un todo y ha logrado mejores relaciones con el mundo externo y con personas reales, es capaz de comprender ampliamente el desastre creado por su sadismo y especialmente por su canibalismo, y sentirse apenado por ello. Este dolor se relaciona no sólo con el pasado sino también con el presente, puesto que en este temprano estadío del desarrollo el sadismo está en su apogeo. Se necesita una mayor identificación con el objeto amado. El yo se encuentra entonces enfrentado con el hecho psíquico de que sus objetos de amor se encuentran destruidos -en trozos-, y la desesperación, remordimiento y ansiedad que se derivan de este reconocimiento, forman la base de numerosas situaciones de ansiedad, entre las que citaré: cómo juntar los trozos de la manera correcta y a su debido tiempo; cómo recoger los trozos buenos y deshacerse de los malos; cómo hacer revivir el objeto una vez que se han juntado los trozos, y ver esta tarea obstaculizada por los objetos malos y por el propio odio. Las situaciones de ansiedad de este tipo son las que he encontrado en el fondo no sólo de la depresión, sino también de toda inhibición para el trabajo. Las tentativas de salvar el objeto amado, de repararlo y restaurarlo, tentativas que en estado de depresión están unidas con la desesperación, desde que el yo duda de su capacidad para efectuar tal restauración, son los factores determinantes en toda sublimación y en el desarrollo total del yo. En relación con esto, sólo mencionaré la importancia específica que tiene para la sublimación la forma en que se halla reducido el objeto amado en trozos y el esfuerzo por juntarlos. Es un objeto «perfecto» que está en pedazos; asi, la reparación presupone la necesidad de embellecerlo y «perfeccionarlo». La idea de perfección es, además, tan apremiante, porque refuta la idea de desintegración. En algunos pacientes que se han alejado de su madre por odio o desagrado y que han usado otros mecanismos para separarse de ella, he encontrado, sin embargo. que existía en sus espíritus un hermoso cuadro de la madre, pero sentido sólo como el cuadro de ella y no como realidad. El objeto real no era atractivo: en realidad, una persona dañada, incurable y por consiguiente temida. El cuadro hermoso había sido disociado del objeto real, pero no se había renunciado nunca a él, y jugaba un papel importante en los modos específicos de su sublimación. Parece que el deseo de perfección está arraigado en la ansiedad depresiva de desintegración, que es así de gran importancia en todas las sublimaciones. Como he señalado anteriormente, el niño llega a la comprensión de su amor por un objeto bueno, total, y además real, junto con un sentimiento de culpa abrumador hacia él. La identificación total con el objeto, basada en la atracción libidinal, primero hacia el pecho, después a toda la persona, va pareja con su ansiedad por él (por su desintegración), con culpabilidad y remordimiento, con un sentido de responsabilidad para conservarlo intacto contra los perseguidores y el ello y con una tristeza relacionada con la idea de una pérdida inevitable del mismo. Estas emociones, conscientes o inconscientes, son, en mi opinión, uno de los elementos fundamentales de los sentimientos llamados amor. Podemos decir que estamos familiarizados con los autorreproches del depresivo, que representan reproches contra el objeto. Pero, según mi criterio, el odio del yo hacia el ello, que es importantísimo en esta fase, explica aun más. sus sentimientos de desvalorización y desesperación que los reproches hacia el objeto. He encontrado a menudo que estos reproches y el odio contra los objetos malos, sufren secundariamente un aumento para enmascarar el odio frente al ello, que es todavía más insoportable. En último análisis, es el conocimiento inconsciente del yo de que el odio así como el amor, existe también allí, y que en cualquier momento puede llegar a dominar (la ansiedad del yo de ser arrastrado por el ello, destruyendo así el objeto amado) lo que provoca el dolor, los sentimientos de culpa y la desesperación que forman la base de la tristeza. Esta ansiedad es también responsable de la duda acerca de la bondad del objeto amado. Según ha puntualizado Freud, la duda es en realidad, la duda de nuestro propio amor, y «el hombre que duda de su amor, puede o, más bien, tiene que dudar de todas las cosas (12) .»Yo diría que el paranoico ha introyectado también un objeto real y total, pero no ha podido llegar a una identificación completa con él, o habiendo llegado a ésta, no ha podido mantenerla. Mencionaré unas cuantas razones responsables de este fracaso: la ansiedad de persecución es demasiado grande; hay sospechas y ansiedades de naturaleza fantástica que dificultan una completa y estable introyección de un objeto bueno y real. Habiendo sido introyectado como tal, hay poca capacidad para conservarlo como objeto bueno, puesto que dudas y sospechas de todas clases harán que el objeto amado se torne pronto en un perseguidor. Así, su relación con los objetos totales y con el mundo real está todavía influida por su primera relación con objetos parciales internalizados y con heces respectivamente como perseguidores, y puede ceder otra vez a estos últimos. Me parece que es característico del paranoico que aunque desarrolle un fuerte y agudo poder de observación del mundo externo y de los objetos reales, a causa de su ansiedad de persecución y sus sospechas, esa observación y su sentido de la realidad están sin embargo falseados, puesto que su ansiedad de persecución hace que mire a la gente principalmente desde el punto de vista de si son perseguidores o no. Donde la ansiedad de persecución por el yo se halla en camino ascendente, no son posibles ni una identificación completa y estable con otro objeto, en el sentido de considerarlo y comprenderlo como realmente es, ni una capacidad plena para el amor. Otra razón importante por la cual el paranoico no puede mantener su relación de objeto total, es que mientras las ansiedades de persecución y la ansiedad por si misma están todavía operando tan fuertemente, no puede soportar el peso adicional de ansiedades por un objeto amado, por los sentimientos de culpa y remordimiento que acompañan esta posición depresiva. Además, en esta posición puede hacer mucho menos uso de la proyección, por temor de expulsar sus objetos buenos y de este modo perderlos, y, por otra parte, por temor a dañar objetos externos buenos al expulsar de su interior lo que es malo. Vemos así que los sufrimientos relacionados con la posición depresiva lo arrojan regresivamente al estado paranoico. Sin embargo, aunque se haya alejado, la situación depresiva ha sido alcanzada, y por lo tanto la probabilidad de depresión está siempre presente. Esto explica, en mi opinión, el hecho de que frecuentemente encontremos la depresión junto con una paranoia grave, aun en casos de depresión no tan severa. Si comparamos los sentimientos del paranoico con los del depresivo en lo que respecta al despedazamiento del objeto, se puede ver que, característicamente, el depresivo está lleno de dolor y ansiedad por el objeto, y luchará por unirlo de nuevo en un todo, mientras que para el paranoico el objeto despedazado es principalmente una multitud de perseguidores, desde que cada trozo crece de nuevo y se vuelve perseguidor (13). Este concepto de los fragmentos peligrosos a los que se ve reducido el objeto me parece estar en concordancia con la introyección de los objetos -fragmentos (trozos de objetos) que se equiparan a las heces (Abraham)- y con la ansiedad de una multitud de perseguidores internos, los cuales, en mi opinión, dan lugar a la introyección de muchos trozos de objetos y de multitud de heces peligrosas. He considerado ya las distinciones entre el paranoico y el depresivo desde el punto de vista de sus distintas relaciones con sus objetos amados. Tomemos las inhibiciones y ansiedades relativas a la comida. La ansiedad de absorber sustancias destructivas, peligrosas, dentro de sí, será paranoica, mientras que la ansiedad de destruir los objetos buenos externos mordiéndolos y mascándolos, o la de poner en peligro el buen objeto interno introduciendo sustancias malas del mundo exterior, será depresiva. La ansiedad de poner en peligro a un objeto bueno externo dentro de uno mismo, incorporándolo es depresiva. Por otra parte en casos de fuertes rasgos paranoicos, he encontrado fantasías de atraer astutamente a un objeto externo hacia el interior, que es considerado como una cueva llena de monstruos peligrosos, etc., para destruirlo (14). Aquí podemos ver las razones paranoicas de una intensificación del mecanismo de introyección, mientras que, como sabemos, el depresivo emplea este mecanismo tan característicamente, con el propósito de incorporar un objeto bueno.Considerando ahora los síntomas hipocondríacos de este modo comparativo, los dolores y otras manifestaciones que en forma de fantasía son el resultado de los ataques contra el yo de objetos malos internos dentro del individuo, son típicamente paranoides (15). Los síntomas que se derivan, por otra parte, de los ataques de objetos malos internos y del ello contra los buenos -una guerra interna en la que el yo se identifica con los sufrimientos de los objetos buenos- son típicamente depresivos.Por ejemplo, el paciente X al que siendo niño se le dijo que tenía la lombriz solitaria (que él nunca vio), relacionó las lombrices de su interior, con su voracidad. En su análisis tenía fantasías de que una lombriz se estaba abriendo camino a través de su cuerpo, comiéndolo, lo que provocó una gran ansiedad por la idea de que tenía cáncer. El paciente, que sufría de ansiedades hipocondríacas y paranoides, desconfiaba mucho de mí y entre otras cosas, sospechaba que yo estuviera aliada con otras personas que lo hostilizaban. En esa época soñó que una persona que lo perseguía había sido detenida por un detective y puesta en la cárcel. Pero después el detective resultó no ser de toda confianza y se hizo cómplice del enemigo. El detective era yo, toda la ansiedad fue internalizada y también relacionada con la lombriz de su fantasía. La prisión donde fue encerrado el enemigo era su propio interior; en realidad la parte especial de su interior donde el perseguidor había de ser encerrado. Se hizo claro que la lombriz peligrosa (una de sus asociaciones fue que la lombriz era bisexual) representaba a los dos padres en una hostil alianza contra él (en realidad en relación sexual). En la época en que fueron analizadas las fantasías de la lombriz, el paciente desarrolló una diarrea que -según X supuso erróneamente- estaba mezclada con sangre. Esto lo asustó mucho; creyó que era una confirmación de los procesos peligrosos que tenían lugar en su interior. Este sentimiento se fundaba en fantasías en las que él atacaba con excreciones venenosas a sus malos padres unidos en su interior. La diarrea significaba para él excreciones venenosas, así como el pene malo de su padre. La sangre peligrosa y mala que él creía que estaba en las heces, me representaba a mí (esto se vio en asociaciones en las que me relacionaba con sangre). Así, la diarrea representaba para él armas peligrosas con las cuales se defendía de sus padres malos internalizados, así como también sus padres mismos envenenados y destruidos -la lombriz-.

Continúación de ¨Contribución a la psicogénesis de los estados maníacos-depresivos (1935), parte II¨

Notas:
1) El psicoanálisis de niños, caps. 8 y 9
2) Bajo este concepto comprendí la angustia y sentimientos que originan en las diferentes posiciones psicóticas (los que fundamentan todas las psicosis del adulto). «La neurosis del niño es una mezcla de los dif erentes rasgos y mecanismos psicóticos y neuróticos que en el adulto conocernos aislados en forma mas o menos pura» (El psicoanálisis de niños, M. Klein). «Llegué a la conclusión de que la neurosis obsesiva representa la tentativa de vencer la angustia psicótica de las capas más tempranas.» (Ob. cit.)
Con respecto a los estados maníaco-depresivos, señalaba el hecho de que el cambio de tristeza y alegría desmedidos -que es característico de la perturbación maníaco -depresiva, es un fenómeno regular en el niño pequeño. Además, «puedo decir, en base a mis experiencias, que la tristeza del niño, aunque leve, tiene las mismas causas que la perturbación melancólica del adulto, y que la depresión infantil también está acompañada de ideas de suicidio. También he observado que las automutilaciones (en los niños), ya sean leves o intensas, representan tentativas de suicidio emprendidas con medios insuficientes». (Ob. cit.)
Pero en mi libro me limité a la afirmación general de que los mecanismos depresivos ejercen su influencia también en el desarrollo del niño normal, y que esta fase temprana fundamenta la melancolía del adulto. Me ocupé allí, ante todo, de la temprana angustia paranoide del niño y de su elaboración por medio de mecanismos obsesivos y tendencias de reparación. Mis experiencias posteriores me permitieron una comprensión más profunda de la génesis de los estados maníaco-depresivos y en especial de las estrechas relaciones entre estados y angustias paranoid es y maníaco-depresivas.
3) En mi libro ya he descrito los mecanismos maníacos, sin denominarlos allí como tales, sino como un elemento de la formación del carácter y como síntomas. Basado en el estudio de algunos casos de carácter más o menos asocial, dije que ciertas formas de vivacidad desmedidas en el niño, unidas a burla y obstinación (y frecuente incapacidad para amar), tienen el significado de sobrecompensaciones a angustias y sirven a la defensa contra sentimientos de culpabilidad y contra la sensación de la propia responsabilidad. Los casos que cité al respecto, tenían fuertes rasgos obsesivos. Para ello valía lo que escribí sobre la coerción que frecuentemente ejerce el neurótico obsesivo sobre los otros. El neurótico obsesivo trata de defenderse contra su obsesión insoportable (me referí con esto a la angustia ante objetos internalizados y ante situaciones internas de peligro) conduciéndose contra el objeto como si éste fuera el ello o el superyó, emp ujando la obsesión hacia afuera. Al mismo tiemp o, se satisface el sadismo primario por medio del tormento y dominación del objeto. El temor a la destrucción y a los ataques (que espera de parte de los objetos internalizados), que motiva la obsesión de dominar las imagos (obsesión que en realidad nunca puede ser satisfecha), se dirige ahora contra los objetos externos. (Ob. cit.)
En su trabajo «Análisis de niños y adolescentes asociales» (Int. Journal of psychoanalysis), Melitta Schmideberg expuso que la conducta asocial corresponde en algunos casos a una mezcla de mecanismos maníacos y paranoides por medio de la cual el sujeto asocial trata de sustraerse de la depresión.
W. Weiss ha expuesto (Der Verfitungwwahn, etc., t. 12, 1926) que, en la paranoia el objeto introyectado perseguidor, en la manía el o bjeto introyectado perseguido, es proyectado al mundo externo, mientras que en la melancolía quedan internalizados el objeto perseguido como el perseguidor.
Basándose en este trabajo, Melitta Schmideberg llegó a la conclusión de que el sujeto asocial «proyecta sobre objetos externos -correspondiendo al mecanismo maníaco- el objeto introyectado perseguidor así como sus propios impulsos prohibidos y se identifica con el superyó perseguidor. Su posición paranoide, que sobrevino a raíz de la proyección del perseguidor introyectado, fue superada por medio de la agresión. De esta manera se sustrajo el sentimiento de culpabilidad, en parte al proyectar el superyó en el mundo externo, en parte al satisfacer al superyó por medio de la persecución de los objetos sobre los que proyectaba sus propios impulsos condenados».
4) Glover (1932).
5) El lector puede consultar mi concepción sobre la fase en la cual el niño realiza ataques sobre el cuerpo de su madre. Esta fase se inicia con la entrada del sadismo oral, y según mi p unto de vista forma la base de la paranoia. (El psicoanálisis de niños, cap. 8.)
6) «Situaciones infantiles de angustia reflejadas en una obra de arte y en el impulso creador «(1929);
también El psicoanálisis de niños.
7) He visto que las tendencias de reparación y las fantasías son activadas por los sentimientos de culpabilidad y las angustias, que aparecen ya en el niño muy pequeño a causa de sus fantasías sádicas, de manera que las tres tendencias (agresión, sentimiento de culpa y reparación), en relación con los procesos tempranos de introyección, se conectan muy pronto íntimamente entre ellas.
Los análisis de niños pequeños que hacen posibles conclusiones bien fundamentadas sobre estos estadíos tempranos del desarrollo hacen suponer que las tendencias de reparación y fantasías de este cará cter empiezan ya a originarse al medio año de vida y van junto con la introyección del objeto bueno total y son el despertar de los sentimientos de amor hacia éste.
La comprensión y el análisis de esta conexión temprana en las situaciones -tanto internas como externas- en las que se han desarrollado las tres tendencias es de la mayor importancia terapéutica. Si se cumple consecuentemente, este principio ejerce una influencia decisiva sobre la técnica.
8) Durante muchos años he sostenido la opinión de que el origen de la fijación infantil en la madre no es simplemente de dependencia hacia ella sino también su ansiedad y sentimiento de culpa, y que estos sentimientos están relacionados con su temprana agresión contra ella.
9) Ya he explicado que el yo, por la repetida unificación y diferenciación de los objetos bue nos y malos, de los fantásticos y los reales, los internos y los externos, encuentra gradualmente el camino hacia una concepción más real tanto de los objetos internos como de los externos, y así obtiene una relación mas satis factoria con ambos.
10) En El Yo y el Ello Freud ha señalado que en la melancolía el componente destructivo se ha concentrado en el superyó y está dirigido contra el yo.
11) Es bien sabido que algunos niños presentan una ansiedad urgente de ser mantenidos bajo estricta disciplina y estar d e este modo impedidos por un agente externo de cometer algo malo.
12) «A propósito de un caso de neurosis obsesiva», O.C., 10.
13) Según ha señalado Melitta Schmideberg (1930).
14) El psicoanálisis de niños.
15) El doctor Clifford Scott mencionó en su curso de conferencias sobre psicosis en el Instituto de Psicoanálisis, en el otoño de 1934, que, en su experiencia, en la esquizofrenia, clínicamente los síntomas hipocondríacos son más numerosos y extraños y están vinculados a las persecuciones y funciones de objetos parciales. Esto puede observarse aun después de un corto examen. En las relaciones depresivas, clínicamente los síntomas hipocondríacos son menos variados y mas relacionados en su expresión con las funciones del yo.