Obras de Winnicott: Consejos a los padres (1957)

Consejos a los padres (1957)

El título de este capítulo tal vez resulte algo equívoco. Durante toda mi vida profesional he evitado
sistemáticamente dar consejos y, si logro cumplir mi propósito aquí, quienes lean esta sección se sentirán también menos inclinados a brindarlos.
Con todo, no quiero llevar esta actitud a extremos absurdos. Sí se le pregunta a un médico: «Qué debo hacer con mi hijo, a quien le han diagnosticado fiebre reumática?», debe aconsejar a los padres que acuesten al niño y lo hagan guardar cama hasta que el médico considere que ya no existe peligro de una lesión cardíaca. O bien, si una enfermera encuentra piojos en la cabeza de una criatura, da instrucciones tendientes a una desinfestación satisfactoria. En otras palabras, en el caso de enfermedades físicas los médicos y las enfermeras conocen a veces la respuesta apropiada merced a su preparación específica, y ser a censurable que no la aplicaran.
Pero muchos niños que no están físicamente enfermos requieren a veces nuestra atención; por ejemplo, en la sala de maternidad nuestra tarea no es curativa, pues tanto la madre como el niño suelen estar sanos. Es mucho más difícil tratar la salud que la enfermedad. Resulta interesante observar que médicos y enfermeras se sienten a veces desconcertados cuando enfrentan problemas que no están relacionados con la enfermedad o la deformidad física; en el campo de la salud, carecen de una preparación comparable a la que tienen en lo relativo a la mala salud o a la enfermedad.
Mis observaciones sobre la cuestión de los consejos corresponden a tres categorías
1. La diferencia entre el tratamiento de una enfermedad y el asesoramiento sobre la vida.
2. La necesidad de convertirse en depositarios del problema, en lugar de ofrecer una solución.
3. La entrevista profesional.
Tratamiento de la enfermedad y asesoramiento sobre la vida
Puesto que en la actualidad los médicos v las enfermeras se interesan cada vez más en la psicología. o en el aspecto emocional o afectivo de la vida; lo primero que deben aprender es que no son expertos en psicología.
En otras palabras, deben adoptar una técnica muy distinta con los padres en cuanto llegan a la l nea divisoria entre ambos territorios, el de la enfermedad física y el de los procesos vitales. Permítaseme dar un ejemplo algo burdo:
Un pediatra examina a un niño debido a algún problema en las glándulas del cuello. Hace su diagnóstico y se lo informa a la madre, indicándole además, en líneas generales, cuál es el tratamiento que él considera adecuado. La madre y el niño sienten simpatía por este pediatra porque es amable comprensivo, y porque tuvo una buena actitud con el niño durante el examen físico. El médico, que está al día en este sentido, le da a la madre la oportunidad de hablar un poco sobre sí misma y su hogar. La madre se ala que el niño no se siente realmente contento en la escuela y se deja intimidar por los compañeros; se pregunta si no convendra llevarlo a otro establecimiento. Todo va bien hasta este momento, pero entonces el médico, acostumbrado a dar consejos en su propio campo, le dice a la madre: «Sí, creo que convendr a cambiarlo de escuela».
En ese momento el médico ha traspasado los límites de su dominio específico, pero sin abandonar por ello su actitud de profesional capacitado. La madre no lo sabe, pero el médico le aconsejó un cambio de escuela únicamente porque él mismo acababa de llevar esa sugerencia a la práctica en el caso de uno de sus hijos a quien los compaeros acobardaban, de modo que esa idea estaba muy presente en su mente. Una experiencia personal distinta lo hubiera llevado a aconsejar a la madre que lo dejara en el mismo establecimiento. En realidad, el médico no estaba capacitado para brindar asesoramiento. Al escuchar el relato de la madre, estaba cumpliendo una función eficaz, aunque sin saberlo, y luego se comportó en forma irresponsable al darle una sugerencia, cosa por otra parte totalmente innecesaria ya que nadie se la haba pedido.
Esto se da con mucha frecuencia en la labor de médicos y enfermeras, y la única forma de impedirlo es que los médicos y las enfermeras comprendan con toda claridad que no están obligados a resolver los problemas relativos a la vida de sus pacientes, hombres y mujeres que a menudo son más maduros que el médico o la enfermera que los aconseja.
El siguiente ejemplo ilustra la posibilidad de seguir otro m todo:
Un joven matrimonio consultó a un médico acerca del problema que les planteaba el menor de sus hijos de ocho meses de edad, porque «no haba manera de destetarlo». No existía enfermedad alguna. Durante la conversación, que dur una hora, sali a relucir que fue la abuela materna del bebé la que les sugirió que visitaran al médico. En realidad, la abuela haba tenido serias dificultades para destetar a su propia hija. En el trasfondo existía una situación depresiva, tanto en la abuela como en la madre. Cuando todo esto se hizo evidente, la madre se sorprendió al comprobar que estaba llorando.
La resolución de este problema se debi al reconocimiento por parte de la madre de que el problema radicaba en su relación con su propia progenitora, después de lo cual pudo salir adelante con los problemas prcticos del destete, que exig an que se mostrara algo cruel con su beb además de amarlo. Los consejos no habran servido de mucho, porque se trataba de un problema de readaptación emocional.
En contraste, el siguiente episodio se refiere a una niña de diez años con la que mantuve una entrevista:

La dificultad consista en que la niña, hija única, se había convertido en un permanente problema para los padres, a pesar de quererlos mutuo. A1 tomar una historia clínica completa se comprob que las dificultades haban comenzado en la poca del destete, cuando la niña tenía ocho meses. Lo haba sobrellevado muy bien, pero nunca más pudo disfrutar de la comida después de haber perdido el pecho materno. A los tres años la llevaron a un médico, quien lamentablemente no advirtió que lo que la niña necesitaba era ayuda personal. Ya se mostraba muy inquieta, incapaz de perseverar en el juego y permanentemente fastidiosa. Las palabras del médico fueron: «Anímese, señora, pronto cumplir cuatro años».
En otro caso, los padres consultaron a un pediatra al enfrentar ciertas dificultades relativas al destete:
El médico examinó al niño y no encontró nada anormal, cosa que comunicó a los padres. Pero no se detuvo allí : aconsejó a la madre que consumara el destete inmediatamente, cosa que ella hizo.
El consejo no era en sí mismo bueno ni malo, pero estaba fuera de lugar; no haba sino negar o pasar por alto el conflicto inconsciente de la madre con respecto al destete de su hijo, el único que posiblemente tendra pues ya contaba treinta y ocho años. Naturalmente, la madre no tuvo otra salida que seguir el consejo del especialista, pero éste jamás debió habérselo dado. Debera haberse limitado a cumplir su tarea específica y dejar la cuestión relativa a comprender la dificultad del destete en manos de alguien que estuviera en condiciones de manejar en forma más eficaz este problema, mucho más amplio, relacionado con la vida y las relaciones humanas.
Por desgracia, estos casos son muy frecuentes en la práctica médica cotidiana. Proporcionar otro ejemplo, con mayores detalles:
Recibí el llamado telefónico de una mujer, quien me dijo que si bien haba recurrido ya a un hospital de niños, quera encarar el problema relativo a su hija de otra manera. Le concedí una entrevista y acudió con la niña, que tena casi siete meses de edad. La joven madre tom asiento frente a mí teniendo al bebé en la falda, lo cual me permitió establecer las condiciones necesarias para observar a una criatura de esa edad. Me refiero a que pude hablar con la madre y, al mismo tiempo, observar al bebé sin la ayuda o la intervención de aquí lla.
Pronto se hizo evidente que era una mujer normal y que tena una actitud espontánea y natural para con su hija; no se dedicó a sacudirla sobre sus rodillas, ni nada que resultara artificial.
El parto de la niña había sido normal, aunque «nació adormecida», y resultaba muy difícil conseguir que
succionara; en realidad, no quería despertarse. La madre describió un intento efectuado en la sala de
maternidad para obligar a la niña a comer. Ella quera darle el pecho y sentía que estaba en condiciones de hacerlo. Ella extraña la leche de su pecho, la cual le era administrada a la niña en un biberón; esto duró una semana. La monja estaba empeciónada en que la niña succionara, para lo cual incansablemente recurría a métodos tales como introducir y sacar en forma rítmica la tetina del biberón en la boca del bebé , hacerle cosquillas en los pies y sacudirlo hacia arriba y hacia abajo. Ninguno de estos procedimientos tuvo el menor éxito de modo que, si bien mucho más tarde, la madre descubrió que toda vez que ella hacía algo activo con respecto a la alimentación de la niña, sta se quedaba dormida. Al cabo de la primera semana se hizo un intento de darle el pecho, pero no se le permiti a la madre utilizar su comprensin intuitiva de las necesidades de la ni a. Todo esto le result sumamente penoso, pues sent a que nadie deseaba realmente que las cosas salieran bien. Deba permanecer sentada, sin intervenir para nada, mientras la monja hac a todo lo posible para
obligar a la nia a comer. La monja, por lo com n bondadosa y hbil, tomaba la cabeza de la ni a entre las manos y la empujaba contra el pecho. Luego de algunos intentos de este tipo, que no hicieron otra cosa que producir un sueo más profundo, se renunci a la idea de amamantar a la ni a; y como consecuencia de este intento tortuoso, se observ una notable desmejor a en el beb.
En forma algo repentina, a las dos semanas y media, se produjo una mejor a. Al cabo de un mes, la nia pesaba algo más de tres kilos (un poco menos que cuando naci) y la madre regres con ella a su hogar, con indicación expresa de que deb a alimentarla con una cuchara.
La madre haba descubierto por su cuenta que pod a alimentar a la nia sin ninguna dificultad, aunque para ese entonces ya no ten a más leche. Al principio le daba de comer durante una hora y media, pero luego decidi estar preparada para darle de comer en dosis muy pequeas pero a intervalos mucho más cortos. Por esa poca un hospital de niños se haba interesado en esta criatura debido a ciertas anormalidades físicas y el departamento de pacientes externos del hospital se encarg de brindarle asesoramiento a la madre. Los consejos ofrecidos parec an estar basados en la idea de que la madre probablemente estaba harta de todo el asunto, cuando en realidad ella disfrutaba alimentando a la nia y no le importaba cu n difícil pudiera resultar esa tarea. Se vio obligada a desafiar a los médicos que la aconsejaban. (A esta altura, hizo este comentario: «La prxima vez decididamente no tendr a mi hijo en un hospital».) En el hospital se llevaron a cabo innumerables investigaciones a pesar de las protestas de la madre, pero sta sent a, como es natural, que deba dejar el
aspecto f sico en manos de los médicos. El antebrazo izquierdo era algo más corto y la nia ten a también un paladar hendido que s lo afectaba a los tejidos blandos.
Debido a estas anormalidades físicas, la madre crey necesario seguir asistiendo al hospital, pero ello
significaba tener que soportar los consejos relativos a la alimentación de la ni a, consejos que por lo general se basaban en una errnea apreciación de su propia actitud. Le indicaron que le administrara alimentos slidos a los tres meses para evitarse el trabajo que significaba estar una hora y media dedicada a alimentar a la ni a o bien siempre dispuesta a hacerlo a intervalos muy breves. Este intento no tuvo xito, y la madre dej entonces de hacerlo. A los siete meses, la nia misma comenz a desear alimentos slidos, como resultado de que le permitieran sentarse junto a los padres mientras stos coman. Cada tanto le permit an probar un bocado y esto gradualmente le sugiri la idea de que exist a otro tipo de comida. Durante ese tiempo, la haban alimentado con leche y bud n de chocolate, y pesaba un poco más de siete kilos.
Por qu vino a verme la madre? Porque necesitaba que le respaldaran sus propias ideas con respecto a la nia. En primer lugar, sta estaba bien desarrollada para su edad, es decir, no manifestaba ningn retraso, mientras que en el hospital se le hab a sugerido en más de una ocasi n que la nia pod a ser retardada. Segundo, estaba dispuesta a aceptar la deformidad del antebrazo pero no a pasar por innumerables investigaciones, y sobre todo, se negaba a que le entablillaran el brazo. Es evidente que la madre era mucho más sensible a las necesidades de la ni a que los médicos y las enfermeras. Por ejemplo, se hab a alarmado cuando en el hospital le pidieron que internara a la nia durante una noche, nada más que para hacerle un análisis de sangre. Negó su autorización y el hospital efectu las pruebas en el consultorio externo sin las complicación de internar a la
ni a en una sala.
Por lo tanto, en el caso de esta madre el problema consista en que reconoc a claramente su dependencia con respecto al hospital en cuanto a los problemas fsicos, y trataba de hacer frente al hecho de que los especialistas, orientados hacia los aspectos f sicos, no haban ca do en la cuenta de que el beb también era un ser humano. En cierto momento, cuando se opuso al proyecto de entablillarle el brazo a la criatura durante sus primeras semanas de vida, los médicos le aseguraron categ ricamente que su beb era demasiado peque a como para que estas cosas le afectaran, aunque la madre estaba absolutamente convencida de que ello entraaba una influencia negativa para el beb ; de hecho, poda comprender que la ni a sera zurda y que el entablillado le inmovilizar a la mano izquierda en una etapa de vital importancia, en la cual la posibilidad de tender la mano y agarrar cosas con ella contribuyen a crear el mundo.
He aquí una descripción del beb en el momento de la consulta, cuando ten a casi siete meses:
Cuando entr en la habitación, la nia me mir fijamente. En cuanto sinti que yo estaba en comunicación con ella, se sonri y daba toda la impresi n de saber que se estaba comunicando con una persona. Tom un l piz sin punta y lo sostuve frente a ella. Siempre mirndome, sonri ndome y observndome, tom el lpiz con la mano derecha y, sin ninguna vacilación, se lo llev a la boca, lo cual pareci producirle gran placer. Poco despus utiliz la mano izquierda para ayudarse y luego sostuvo el lpiz con esa mano en lugar de hacerlo con la derecha mientras lo succionaba. Comenz a babearse. Esta situación continu con algunas variantes hasta que, al cabo de ciónco minutos, y tal como es comn que ocurra, inadvertidamente se le cay el lpiz de la mano. Se lo devolv y el juego se reinici. Al cabo de unos pocos minutos el l piz volvi a caerse, pero esta vez no en forma tan accidental. Ahora no s lo le interesaba llevrselo a la boca y en un determinado momento
se lo coloc entre las piernas. La nia estaba vestida, pues yo no hab a considerado necesario quitarle la ropa. La tercera vez dej caer el l piz deliberadamente y lo observ mientras rodaba. La cuarta vez lo apoy cerca del pecho de la madre y lo dej caer entre sta y el brazo del silln. Ya est bamos casi al final de la entrevista que dur media hora. Cuando el juego con el l piz se termin. La ni a evidentemente ya estaba cansada de la situación y comenz a lloriquear, y entonces se produjo una situación inevitablemente molesta durante los minutos finales, pues la ni a senta que ya era hora de irse, y en cambio la madre a n no estaba dispuesta hacerlo. Pero no hubo mayor problema y ambas salieron de la habitación muy satisfechas la una con la otra.
Mientras todo esto suced a, yo hablaba con la madre y slo en una ocasi n tuve que pedirle que no le tradujera a la nia lo que dec amos, cosa que sola hacer vali ndose del recurso de mover a la criatura; por ejemplo, cuando la interrogu acerca del antebrazo izquierdo, el gesto natural de la madre fue levantarle la manga para mostr rmelo.
La consulta no acarre mayores resultados, salvo en la medida en que la madre obtuvo el apoyo que
necesitaba, esto es, con respecto a su muy certera comprensi n de la nia, que le resultaba imperioso defender debido a la incapacidad de los médicos para aceptar los lmites de su especialidad.
Una cr tica más general es la que expres una nurse al escribir:
He trabajado durante largos períodos en una famosa maternidad privada. He visto bebés hacinados como ganado, con las cunitas pegadas unas a otras, encerrados toda la noche en una habitación sin ventilación, sin que nadie prestara atención a sus llantos. He visto madres que s lo ven a sus hijos a la hora de las comidas, cuando se los traen todos envueltos, y con baberos alrededor del cuello, y los brazos sujetos, y cmo la enfermera obliga al niño a tomar el pezón, y trata de hacerlo comer, a veces durante una hora, hasta que la madre queda agotada y sumida en llanto. Muchas madres jamás habían visto los pies de su bebés. Las cosas no diferan demasiado cuando las madres internadas tenían enfermeras «especiales». He tenido ocasión de presenciar muchos actos de crueldad de la enfermera para con un bebé . En la mayora de los casos, las instrucciones del médico no se tienen en cuenta para nada.
El hecho es que, en el campo de la salud, tratamos continuamente de seguir el ritmo de los procesos naturales, pues todo apresuramiento o toda demora significa una interferencia. Además, si podemos adaptarnos a estos procesos naturales, podemos dejar la mayor parte de los mecanismos complejos en manos de la naturaleza, mientras nosotros nos limitamos a observar y a aprender.
Los depositarios del problema

En los ejemplos presentados se insenña ya este tema, que creo podra formularse de la siguiente manera:
Quienes han recibido formación médica cuentan ya con sus propias aptitudes específicas, pero la pregunta es:
les está permitido o no traspasar los límites de esa práctica específica e internarse en el campo de la
psicología, es decir, de la vida y el vivir? ésta es mi respuesta: sí, siempre y cuando les sea posible convertirse en depositarios de los problemas familiares, personales o sociales que se les confían, y permitir as que la solución surja espontáneamente. Esto significa sufrir, significa soportar la preocupación e incluso la angustia de un caso, del conflicto en un. individuo, de inhibiciones y frustraciones, de discordias familiares, de penurias económicas. Y no es necesario ser psicólogo para proporcionar ayuda: basta con que devolvamos lo que, temporariamente, recibimos y conservamos en custodia, y entonces habremos ofrecido la mejor ayuda posible.
En cambio, si una persona, por motivos temperamentales, necesita actuar, aconsejar, entrometerse, provocar los cambios que considera beneficiosos, entonces la respuesta es: no, esta persona no debe salirse del dominio de su especialidad, la cual tiene que ver con la enfermedad física.
Tengo una amiga que se dedica al asesoramiento en problemas de tipo matrimonial. No recibi ninguna formación especial, salvo como maestra, pero tiene un temperamento que le permite aceptar, durante la entrevista, el problema tal como se le plantea. No necesita comprobar si los hechos son correctos o si existe alguna parcialidad en la manera de presentar el problema; simplemente acepta lo que viniere, y vive como propios los problemas ajenos. Y entonces el interesado se aleja sintiéndose diferente, y a menudo hasta se siente capaz de resolver un problema que pareca insoluble. La labor de esta mujer es más eficaz que la de muchos otros que han recibido un adiestramiento especial; casi nunca da consejos, porque no sabra qué aconsejar, y porque no es una persona que tienda a hacerlo.
En otras palabras, quienes traspasan los límites de su capacidad pueden cumplir una función valiosa siempre y cuando se abstengan de dar consejos.
La entrevista profesional
Por último, si se entra en la práctica de la psicología, es necesario hacerlo dentro de cierto marco: la entrevista debe realizarse en un marco adecuado, y tener un l mite de tiempo fijado de antemano. Dentro de este marco somos confiables, mucho más que en nuestra vida diaria. Ser confiable en todos los aspectos es la principal cualidad que necesitamos. Ello significa no s lo respetar a la persona que acude a nosotros y su derecho de disponer de, parte de nuestro tiempo y nuestra preocupación. Todos nosotros tenemos nuestra propia escala de valores, y eso nos permite no tratar de modificar el sentido del bien y del mal de la persona que nos consulta.
El hecho de hacer un juicio moral y expresarlo destruye la relación profesional en forma total e irrevocable. El lmite en cuanto a la duración de la entrevista profesional se establece en nuestro propio beneficio, pues la perspectiva de que la entrevista ha de terminar neutraliza por anticipado nuestro resentimiento, el cual, de otra manera, se deslizara subrepticiamente y malograr a la eficacia de lo que constituye nuestra autntica tarea. Quienes practican as la psicologa, aceptando l mites y padeciendo durante períodos limitados de tiempo las agonías de cada caso, no necesitan saber mucho. Pero aprenderán, pues quienes acuden a consultarlos serán quienes les proporcionarn esa enseñanza. Creo que cuanto más aprendan en esta forma, tanto más se enriquecern, y tanto menos dispuestos estarán a dar consejos.