Obras de Winnicott: De la dependencia a la independencia en el desarrollo del individuo

De la dependencia a la independencia en el desarrollo del individuo

(Conferencia pronunciada en la Atlanta Psychiatric Clinic, en octubre de 1963)
En este capítulo he optado por describir el crecimiento emocional en los términos del recorrido desde la dependencia hasta la independencia. Si hace treinta años se me hubiese pedido que realizara esta misma tarea, casi seguramente yo me habría referido a los cambios en virtud de los cuales la inmadurez deja paso a la madurez como progresión en la vida instintiva. Habría hablado de las fases oral, anal, fálica y genital. Tal vez las habría subdividido: oral primaria, preambivalente, oral secundaria, sádica oral, etcétera. Algunos autores han subdividido mucho la fase anal. Otros se han contentado con una idea de la fase genital basada en términos generales en el funcionamiento de los órganos de ingestión, absorción y eliminación. Todo esto está bien. Es ahora tan cierto como antes, y puso en marcha nuestro pensamiento y la estructura de la teoría que nos sirve de timón. No obstante, ahora, por así decirlo, lo llevamos en los huesos. Lo damos por sentado, y sólo prestamos atención a otros aspectos del crecimiento, cuando, como de mí ahora, se espera que digamos algo que no reitere exactamente el conocimiento común, o que tome en cuenta los últimos desarrollos de la teoría y de
nuestra postura.
Aunque yo haya optado por considerar el crecimiento en los términos de una dependencia que se convierte gradualmente en independencia, espero que mis lectores concuerden en que esto de ningún modo invalida la eventual descripción del crecimiento en términos de zonas erógenas o de relación objetal.
La socialización Hablamos de la madurez del ser humano no sólo en relación con el crecimiento personal, sino también respecto de la socialización. Digamos que en la salud, que es casi sinónimo de la madurez, el adulto puede identificarse con la sociedad sin un sacrificio demasiado grande de la espontaneidad personal, o bien, a la inversa, que el adulto puede atender a sus propias necesidades personales sin ser antisocial y, por cierto, sin dejar de asumir alguna responsabilidad por el mantenimiento o la modificación de la sociedad tal como se la encuentra. Heredamos ciertas condiciones sociales; se trata de un legado que tenemos que aceptar y, de ser necesario, modificar; esto es lo que finalmente entregamos a quienes vienen después de nosotros.
La independencia no es nunca absoluta. El individuo sano no queda aislado, sino que se relaciona con el ambiente de un modo tal que puede decirse que él y su medio son interdependientes.
El recorrido No hay nada nuevo en la idea de un recorrido desde la dependencia hasta la independencia. Todo ser humano debe hacer este viaje, y muchos llegan a algún lugar no alejado de su punto de destino, a una independencia con sentido social incorporado en ella. En tal caso la psiquiatría tiene ante sí un crecimiento sano, tema que a menudo queda en las manos del estudioso de la educación o el psicólogo.
El valor de este enfoque consiste en que nos permite estudiar y discutir al mismo tiempo los factores
personales y ambientales. En este lenguaje, «salud» significa tanto salud del individuo como salud de la sociedad, y la madurez completa del individuo no es posible en un escenario social enfermo o inmaduro.
Las tres categorías Al estructurar este breve enunciado de un tema muy complejo, encuentro necesarias tres categorías y no dos; no simplemente la dependencia y la independencia, pues me parece útil pensar por separado en:
la dependencia absoluta; la dependencia relativa; hacia la independencia.
La dependencia absoluta En primer lugar llamaré la atención sobre las etapas muy tempranas del desarrollo emocional de todo infante.
Al principio el infante depende totalmente de la provisión física que le hacen llegar la madre viva, el útero o el cuidado al infante alumbrado. Pero en términos psicológicos tenemos que decir que el infante es al mismo tiempo dependiente e independiente. Debemos examinar esta paradoja. Está todo lo heredado, incluso los procesos de la maduración y quizás algunas tendencias patológicas, y tiene una realidad propia, que nadie puede alterar; al mismo tiempo, el despliegue de los procesos de la maduración depende de la provisión ambiental. Podemos decir que el ambiente facilitador hace posible el progreso constante de los procesos de la maduración, pero el ambiente no hace al niño. En el mejor de los casos permite que el niño advierta su potencial.
La expresión «proceso de maduración» se refiere a la evolución del yo y del self, e incluye la historia total del ello, de los instintos y sus vicisitudes, y de las defensas yoicas relacionadas con el instinto.
En otras palabras, una madre y un padre no producen un bebé como un pintor un cuadro o un alfarero un jarrón. Ellos inician un proceso evolutivo del que resulta un huésped en el cuerpo de la madre primero, después en sus brazos, y finalmente en el hogar que proveen los progenitores; cómo será finalmente ese huésped está más allá del control de todos. Los padres dependen de las tendencias heredadas del infante. Podría preguntarse:
«Pero, si no pueden hacer a su propio hijo, ¿qué es lo que pueden hacer?». Desde luego, pueden hacer mucho.
Diré que pueden proveer lo necesario para un niño sano, en el sentido de que es maduro en los términos de lo que significa la madurez en cualquier momento para ese niño. Si tienen éxito en esa provisión, los procesos de la maduración del infante no quedan bloqueados, sino que encuentran sus necesidades satisfechas y pueden pasar a formar parte del niño.
Esta adaptación a los procesos de la maduración del infante es sumamente compleja, les plantea a los padres exigencias enormes y, al principio, es la propia madre la que constituye el ambiente facilitador. En ese momento ella misma necesita respaldo, y quienes mejor se lo brindan son el padre del niño (digamos su esposo), la madre, la familia y el ambiente social inmediato. Esto es absolutamente obvio, pero no por ello menos cierto, y es necesario decirlo.
Le he dado un nombre especial a este estado de la madre, porque creo que su importancia no se aprecia. Las madres se recuperan de este estado y lo olvidan. Yo lo denomino «preocupación materna primaria». No es necesariamente un buen nombre, pero se trata de que hacia el final del embarazo y durante algunas semanas después del parto, la madre está preocupada por el cuidado del bebé (o, mejor dicho, «entregada» a ese cuidado): ese bebé al principio le parece una parte de ella misma; además, se identifica mucho con la criatura y conoce perfectamente bien lo que ésta siente. A tal fin la madre utiliza sus propias experiencias como bebé. De este modo se encuentra también en un estado dependiente y vulnerable. Para escribirlo empleo las palabras «dependencia absoluta» con referencia al estado del bebé.
De este modo la naturaleza hace lo necesario para satisfacer lo que el infante necesita, que es un alto grado de adaptación. Explicaré lo que entiendo por esta palabra. En los primeros días del psicoanálisis, por adaptación sólo podía entenderse una cosa: satisfacer las necesidades instintivas del infante. La lentitud con que algunos han comprendido que las necesidades del infante no se limitan a las tensiones instintivas, por importantes que sean, ha generado muchas concepciones erróneas. Está también todo el desarrollo del yo del infante, que tiene sus propias necesidades. En este punto hay que decir que la madre «no abandona a su infante», aunque puede y debe frustrarlo en cuanto a las necesidades instintivas. Sorprende lo bien que las madres satisfacen las necesidades del yo de sus infantes, incluso algunas madres que no les dan muy bien el pecho y rápidamente lo
reemplazan por el biberón y un preparado.
Siempre hay algunas mujeres que no pueden comprometerse totalmente, como es necesario en esa etapa muy temprana, aunque ésta dura sólo unos meses hacia el final del embarazo y al principio de la vida del infante.
Describiré las necesidades del yo, que son multifacéticas. El mejor ejemplo es la simple cuestión del sostén.
Nadie puede sostener a un bebé a menos que se identifique con él. Balint (1951, 1958) se ha referido al oxígeno del aire, del que el infante no sabe nada. Yo podría recordar la temperatura del agua del baño, que la madre prueba con el codo; el infante ignora que el agua podría haber estado demasiado caliente o demasiado fría, pero da por sentada la temperatura corporal. Hablo todavía de la dependencia absoluta. Se trata de una cuestión de intrusión o no intrusión en la existencia del infante, y deseo desarrollar este tema.
Todos los procesos de un infante vivo constituyen un seguir siendo, una especie de proyecto para el
existencialismo. La madre capaz de entregarse durante un lapso limitado a su tarea natural, puede proteger el seguir siendo del infante. Toda intrusión o falla de la adaptación causa una reacción en el infante, y esa reacción quiebra el seguir siendo. Si la pauta de la vida del infante es reaccionar a las intrusiones, se produce una seria interferencia con la tendencia natural de la criatura a convertirse en una unidad integrada, capaz de seguir teniendo un self con pasado, presente y futuro. Con una ausencia relativa de reacciones a las intrusiones, las funciones corporales del infante proporcionan una buena base para construir un yo corporal. De este modo se estructura la quilla para la salud mental futura.
Vemos que la adaptación sensible a las necesidades del yo del infante sólo dura un pequeño lapso. Pronto la criatura empieza a obtener placer con el pataleo, y a sacar algo positivo de la rabia por lo que podrían denominarse pequeñas fallas de la adaptación. Pero por esa época la madre reemprende su propia vida, que finalmente se vuelve relativamente independiente de las necesidades del infante. A menudo el crecimiento del niño corresponde con total exactitud a la reasunción por la madre de su propia independencia, y estaremos de acuerdo en que una madre que no puede ir fallando gradualmente en esta cuestión de la adaptación sensible falla en otro sentido: debido a su propia inmadurez o a sus propias angustias, falla porque no le da a su infante razones para tener rabia. Un infante que no tiene ninguna razón para la rabia, pero que desde luego lleva en sí
la cantidad habitual de ingredientes de la agresividad, sean ellos los que fueren, enfrenta una dificultad
especial, la dificultad de fusionar la agresión con el amor.
De modo que en la dependencia absoluta el infante no tiene ningún medio de percatarse de la provisión materna.
La dependencia relativa
Así como he denominado «dependencia absoluta» a la primera etapa, llamaré «dependencia relativa» a la etapa que sigue. De este modo puedo distinguir la dependencia que está más allá del alcance del infante, y la dependencia de la que el infante puede darse cuenta. Primero, la madre hace mucho para satisfacer las necesidades del yo del infante pero nada de ello queda registrado en la mente del niño.
La etapa siguiente, la de la dependencia relativa, es un período de adaptación con una falla gradual de la adaptación. La gran mayoría de las madres están dotadas para proveer una desadaptación graduada, y esto engrana perfectamente con los desarrollos rápidos que despliega el infante. Por ejemplo, se inicia la comprensión intelectual, que se desarrolla como una amplia extensión de procesos simples tales como los reflejos condicionados. (Piénsese en un infante que espera la comida. Llega un momento en que el infante puede esperar algunos minutos porque los ruidos de la cocina indican que pronto le darán de comer. Esos ruidos no son simplemente estímulos que lo excitan, sino que se sirve de ellos para poder esperar.)
Naturalmente, la capacidad de los infantes para el empleo precoz de la comprensión intelectual es muy
variable; a menudo demora su aparición la existencia de alguna confusión en el modo como se presenta la realidad. Esta es una idea en la que tenemos que hacer hincapié, pues todo el procedimiento del cuidado del infante tiene como principal característica una presentación regularizada del mundo. Esto es algo que no puede hacerse deliberada ni mecánicamente. Sólo lo logra el manejo continuo realizado por un ser humano, por una mujer que es siempre ella misma. No se trata en este caso de perfección. La perfección es propia de las máquinas. Lo que el infante necesita es exactamente lo que suele lograr: el cuidado y la atención de alguien que sigue siendo él mismo. Desde luego, esto se aplica también al padre.
Debemos detenernos especialmente en el punto de este «ser ella misma» porque hay que trazar una distinción entre la persona y el hombre o la mujer, madre o niñera, que actúa esa parte, tal vez perfectamente bien en algunos momentos, gracias a haber aprendido a cuidar infantes con algún libro o en algún curso. Pero esta «actuación» no es suficientemente buena. El infante sólo puede encontrar una presentación libre de confusiones de la realidad externa si lo cuida un ser humano consagrado a él y a la tarea de atenderlo. La madre irá saliendo de este estado de devoción fácil para ella, y pronto volverá a su oficina, a escribir novelas, o a una vida social junto al esposo, pero por el momento está hundida en esa devoción hasta el cuello.
La recompensa en la primera etapa (de dependencia absoluta) es que el proceso de desarrollo del infante no sufre ninguna distorsión. La recompensa en esta etapa de la dependencia relativa consiste en que el infante empieza de algún modo a percatarse de luz dependencia. Cuando la madre está ausente por un lapso más extenso que el de la capacidad del bebé para creer en la supervivencia de ella, aparece la angustia, que es el primer signo de que el infante conoce. Antes, si la madre estaba ausente, el infante simplemente no podía beneficiarse con la especial habilidad de ella para protegerlo de las intrusiones, por lo cual no quedaba bien establecido un desarrollo esencial de la estructura del yo.
Después de que el infante de algún modo siente necesidad de la madre, aparece la etapa en la que empieza a comprender que la madre es necesaria.
En la salud, poco a poco la necesidad de la madre real se vuelve violenta y terrible, de modo que las madres detestan dejar solos a sus hijos, y están dispuestas a sacrificar mucho para no provocar en ellos malestar y producir odio y desilusión durante esta fase de necesidad especial, que puede decirse que dura aproximadamente de seis meses a dos años.
Cuando el niño tiene dos años, se han iniciado nuevos desarrollos que le dan armas para tratar con la pérdida.
Será necesario referirse a ellos. También hay que tomar en consideración factores ambientales importantes aunque variables. Por ejemplo, puede formarse un equipo madre-niñera, que es en sí un tema interesante de estudio. Puede haber tías, abuelos o amigos de los padres, personas adecuadas que por su presencia constante merecen ser consideradas sustitutos maternos. También el esposo de la madre puede ser una persona importante en la casa, que ayude a crear un hogar; ese padre puede ser un buen sustituto materno, o gravitar de un modo más masculino, brindándole a su esposa apoyo y una sensación de seguridad que ella puede transmitirle al infante.
No será necesario abordar detenidamente estos detalles más bien obvios, aunque sumamente significativos.
Pero se verá que varían mucho; de este modo y en concordancia con ellos se inducen los procesos de
crecimiento del infante.
Caso clínico
He tenido la oportunidad de observar a una familia con tres niños desde el momento de la muerte repentina de la madre. El padre actuó de un modo responsable, y una amiga de la madre que conocía bien a los chicos se hizo cargo de cuidarlos; al cabo de cierto lapso se convirtió en su madrastra.
Uno de esos niños era un bebé de cuatro meses cuando la madre falleció súbitamente. Su desarrollo continuó de manera satisfactoria, sin ningún signo clínico que indicara una reacción. En mi lenguaje, para este bebé la madre era «un objeto subjetivo» y la amiga había ocupado la posición de ella. Más tarde el niño pensaba en la madrastra como si fuera la madre real.
Pero cuando este hermano menor tuvo cuatro años, me lo trajeron porque estaba empezando a presentar diversas dificultades de la personalidad. En el juego de la entrevista terapéutica inventó algo que tenía que repetirse muchas veces. El se ocultaba, y yo introducía una muy leve modificación en, por ejemplo, la posición de un lápiz sobre mi escritorio. Entonces venía él, descubría la leve modificación, se encolerizaba y me «mataba». El niño habría seguido con este juego durante horas.
Aplicando lo que había aprendido, le dije a la madrastra que se preparara para hablarle sobre la muerte. Esa misma noche, por primera vez en la vida, él le dio a la mujer la oportunidad de tocar el tema, y esto llevó a que el niño necesitara conocer exactamente todos los hechos relacionados con la madre de cuyo interior él había salido, y con su muerte. Esa necesidad cobró impulso en los días siguientes; había que repetirle las cosas una y otra vez. Continuó su buena relación con la madrastra, a la que seguía llamando «mamá».
El mayor de los tres hermanos tenía seis años en el momento de la muerte de la madre. Simplemente la lloró como a una persona que era amada. El proceso de duelo le tomó más o menos dos años, y emergió de él con un acceso de robos. Aceptaba a la madrastra como madrastra, y recordaba a su madre real como a una persona tristemente perdida.
El hermano intermedio tenía tres años en el momento de la tragedia. Se encontraba en una fuerte relación positiva con el padre, y se convirtió en un caso psiquiátrico, necesitado de psicoterapia (unas siete sesiones a lo largo de un período de ocho años). El hermano mayor dijo de él: «No le hablamos del nuevo casamiento de papá porque él cree que matrimonio significa asesinato».
Este hermano intermedio se encontraba confuso y era incapaz de manejar con éxito la culpa que tenía
necesidad de experimentar, porque la muerte de la madre se había producido cuando él se encontraba en una fase homosexual con un especial apego al padre. Dijo: «No me importa, era… (el hermano mayor) quien la quería». Desde el punto de vista clínico, se convirtió en hipomaníaco. Su inquietud extrema duró un largo período, y era claro que lo amenazaba una depresión. En su juego había un cierto grado de confusión, pero podía organizarlo lo suficiente como para transmitirme, en las sesiones de psicoterapia, cuáles eran las angustias específicas que le causaban desazón.
Aún quedan signos de trastorno psiquiátrico residual en este muchacho, que ahora tiene trece años, es decir diez años más que cuando se produjo la tragedia que para él fue traumática.
Un desarrollo importante en el infante es el que denominamos «identificación». Desde muy temprano el infante puede presentar una capacidad para identificarse con la madre. Existen reflejos primitivos de los que puede decirse que constituyen la base de estos desarrollos, por ejemplo la sonrisa con la que el bebé responde a otra sonrisa. Muy pronto la criatura se vuelve capaz de formas más complejas de identificación, que implican la existencia de imaginación. Por ejemplo, el bebé puede desear llegar a la boca de la madre y alimentarla con su dedito mientras él mismo toma el pecho. He visto que esto sucede a los tres meses, pero las fechas no deberían preocuparnos. Un poco antes o un poco después, ocurre con todos los infantes (salvo algunos enfermos), y sabemos que después del desarrollo de la capacidad para «ponerse en el lugar de la madre» se produce en el
niño un gran alivio de la dependencia. De esto proviene el desarrollo completo de la comprensión de que la madre tiene una existencia personal y separada, y finalmente el niño llega a poder creer en la unión de los progenitores, que de hecho condujo a su propia concepción. Esto tiene lugar mucho más adelante y nunca se logra en los niveles más profundos.
El efecto de estos nuevos mecanismos mentales sobre el tema de la dependencia consiste en que el infante puede aceptar acontecimientos que están más allá de su control, y como es capaz de identificarse con la madre o con ambos padres, desvía hacia una vía muerta parte del odio enorme que experimenta respecto de lo que desafía su omnipotencia.
Empieza a comprender y quizás a utilizar el lenguaje. Este importantísimo desarrollo del animal humano les permite a los progenitores darle la oportunidad de cooperar, a través de la comprensión intelectual, aunque en la profundidad el infante sienta aflicción, odio, desilusión, miedo e impotencia. La madre puede decir: «Voy a salir para buscar un poco de pan». Esto dará resultado, a menos, desde luego, que permanezca ausente más del lapso durante el cual el infante tiene capacidad para mantener, en sus sentimientos, la idea de que ella está viva.
Deseo referirme a una forma de desarrollo que afecta especialmente la capacidad del infante para las
identificaciones complejas. Tiene que ver con la etapa en que sus tendencias integradoras generan un estado en el que es una unidad, una persona total, con un interior y un exterior, y una persona que vive en el cuerpo, más o menos limitada por la piel. Una vez que lo exterior significa «no-yo», el interior significa yo, y se cuenta con un lugar para almacenar cosas. En la fantasía del niño, la realidad psíquica personal está ubicada dentro. Si está situada fuera, hay buenas razones para ello.
En este punto, el crecimiento del infante toma la forma de un intercambio continuo entre la realidad interna y la realidad externa, que se enriquecen recíprocamente.
El niño ya no es sólo un creador potencial del mundo, sino que también se vuelve capaz de poblarlo con muestras de su propia vida interior. Gradualmente llega a «abarcar» casi todos los hechos externos, y la percepción es casi sinónima de creación. De nuevo tenemos un medio por el cual el niño logra el control de los hechos externos y del funcionamiento interior de su propio self.
Hacia la independencia
Una vez que estas cosas han quedado establecidas, como ocurre en la salud, el niño puede gradualmente enfrentar el mundo y sus complejidades, pues en él ve cada vez más lo que ya está presente en su propio self.
Se identifica con la sociedad en círculos crecientes de la vida social, pues la sociedad local es una muestra del mundo personal del self tanto como una muestra de los fenómenos verdaderamente externos.
De este modo se desarrolla una verdadera independencia; el niño llega a una existencia personal satisfactoria mientras participa en los asuntos de la sociedad. Naturalmente, existen grandes posibilidades de que se produzcan retrocesos en este desarrollo de la socialización hasta las etapas finales ulteriores a la pubertad y la adolescencia. Incluso un individuo sano puede tropezar con una tensión social que exceda lo que él soporta, antes de su ampliación personal de las bases de la tolerancia.
En la práctica vemos a nuestros adolescentes pasar de un agrupamiento a otro, ampliando continuamente el círculo e incluyendo los fenómenos nuevos y cada vez más extraños que la sociedad genera. Los padres son muy necesarios en el manejo del hijo adolescente que explora un círculo social tras otro, porque ellos ven mejor que los jóvenes el momento en que ese pasaje del círculo social limitado al círculo social ilimitado es demasiado rápido, quizá debido a elementos sociales peligrosos presentes en el vecindario inmediato, o a los desafíos propios de la pubertad y de un rápido desarrollo de la capacidad sexual. También se los necesita especialmente a causa de las tensiones y pautas instintivas que reaparecen después de haber sido abandonadas en la edad del deambulador.
«Hacia la independencia» describe las luchas del niño deambulador y del niño púber. En el período de la latencia, por lo general los niños están satisfechos con la dependencia que tienen la suerte de poder
experimentar. La latencia es el período en el que la escuela desempeña el papel de sustituto del hogar, lo cual no siempre ocurre, pero aquí no tenemos espacio para desarrollar más este tema.
Debe esperarse que los adultos continúen el proceso de crecer y madurar, puesto que pocas veces llegan a una madurez completa. No obstante, en cuanto han hallado un nicho en la sociedad gracias al trabajo, y tal vez se han casado o llegado a una solución de transacción entre copiar a los progenitores y la identidad personal desafiante, una vez, entonces, que se han producido estos desarrollos, puede decirse que se inició la vida adulta, y los individuos van emergiendo uno a uno del ámbito abarcado por esta breve descripción del crecimiento en términos de «dependencia hacia la independencia».