Obras de S. Freud: Determinismo, creencia en el azar y superstición: puntos de vista

Determinismo, creencia en el azar y superstición: puntos de vista (1)

Como resultado general de las diversas elucidaciones que preceden, se puede apuntar la
siguiente intelección: Si a ciertas insuficiencias de nuestras operaciones psíquicas -cuyo
carácter común precisaremos enseguida- y a ciertos desempeños que parecen desprovistos de propósito se les aplica el procedimiento de la indagación psicoanalítica, demuestran estar bien motivados y determinados por unos motivos no consabidos a la conciencia.
Para clasificarse entre los fenómenos que admiten tal explicación, una operación psíquica fallida
tiene que reunir las siguientes condiciones:
a. No puede rebasar cierta medida, que es establecida por nuestra estimación y definida por la
frase «dentro del campo de variación de lo normal».
b. Debe poseer el carácter de una perturbación momentánea y pasajera. Es preciso que
hayamos ejecutado antes de manera más correcta la misma operación o ¿os creamos
capaces de cumplirla de manera más correcta en cualquier momento. Y si otro nos corrige, es
preciso que discernamos al punto lo correcto de esa rectificación y lo incorrecto de nuestro propio proceso psíquico.
c. Si llegamos a percibir la operación fallida, no registraremos en nuestro interior nada de una
motivación de ella; más bien estaremos tentados de explicarla como una «desatencíón» o una
«casualidad».
Dadas estas condiciones, permanecen en este grupo los casos de olvido {Vergessen} y los
errores que uno comete no obstante poseer un mejor saber, el desliz en el habla {Versprechen},
en la lectura {Verlesen} y en la escritura {Verschreiben}, el trastrocar las cosas confundido
{Vergreifen} y las llamadas acciones casuales.
La propia lengua {alemana} indica la homogeneidad interior de la mayoría de estos fenómenos
componiendo sus designaciones con el mismo prefijo, «ver».
Ahora bien, al esclarecimiento de estos procesos psíquicos así definidos se anudan una serie
de puntualizaciones que, en parte, pueden despertar un interés de mayor alcance.
A. Cuando desdeñamos una parte de nuestras operaciones psíquicas por considerar que es imposible esclarecerlas mediante representaciones-meta, estamos desconociendo el alcance del determinísmo en la vida anímica. En este ámbito, como en otros, tiene más alcance del que sospechamos. En un artículo del historiador de la literatura R. M. Meyer, publicado en 1900 en Die Zeit (2), hallé expuesta e ilustrada con ejemplos la tesis de que no se puede componer delíberadamente y mediante el libre albedrío un absurdo. Y desde hace más tíempc, yo sé que lo mismo es cierto para las ocurrencias de números o de nombres. Si se indaga un número en apariencia formado según el propio albedrío, por ejemplo uno de varias cifras y declarado como en chanza o por travesura, se comprueba que obedece a un estricto determinismo que realmente no se habría creído posible. Elucidaré primero con brevedad un ejemplo de nombre
de pila arbitrariamente escogido, y luego analizaré con más detalle un ejemplo análogo de un
número «arrojado sin pensar».
1. Mientras preparo para su publicación «el historial clínico de una de mis pacientes (3) me
pongo a considerar el nombre de pila que debo darle en el trabajo. Aparentemente tengo un
amplio margen de elección; es cierto que algunos nombres quedan excluidos de antemano: en
primer lugar, el nombre auténtico; luego, los de integrantes de mi propia familia, pues ello me
resultaría chocante, y acaso otros nombres femeninos de sonido particularmente raro; pero, por
lo demás, no tendría por qué desconcertarme en la elección del nombre. Uno esperaría -y de
hecho yo lo espero- contar con un cúmulo de nombres femeninos. En lugar de ello afloró uno
solo, y ninguno más: el nombre «Dora».
Me pregunto por su determinismo. Y bien, ¿quién más se llama Dora? Quisiera rechazar, por
increíble, la primera ocurrencia; ella reza que así se -llama la niñera de mi hermana. Pero poseo
tanta disciplina o tanta práctica para el análisis que retengo la ocurrencia y sigo devanando ese
hilo. Enseguida se me ocurre un pequeño episodio de la tarde anterior, que proporciona el determinismo buscado. Sobre la mesa de comedor de mí hermana vi una carta con el sobrescrito: «Para la señorita Rosa W.». Asombrado, pregunto quién se llama así, y me entero de que la supuesta Dora en verdad se llama Rosa, y debíó resignar su nombre al emplearse en la casa porque también mi hermana puede considerarse aludida por la interpelación de «Rosa».
Dije conmiserativamente: «¡Pobre gente, ni siquiera su nombre puede conservar!». Según
ahora me acuerdo, callé entonces por un momento y me puse a pensar en toda clase de cosas
serias que se perdían en lo oscuro, pero que ahora podría hacer concientes con facilidad. Y
cuando al día siguiente buscaba un nombre para una persona que no podía conservar el suyo,
no se me ocurrió otro que el de «Dora». La exclusividad de este nombre descansa aquí en un
sólido enlace de contenido, pues en la historia de mi paciente un influjo decisivo -también para el
derrotero de la cura-provino de la persona de servicio en casa ajena, una gobernanta.
Este pequeño episodio (4) tuvo años después una continuación inesperada. Cierta vez que
exponía en unas conferencias el historial clínico de la muchacha ahora llamada «Dora»,
publicado hacía ya mucho tiempo, se me ocurrió que una de las dos mujeres que estaban entre
el auditorio llevaba ese mismo nombre, «Dora», que yo había pronunciado con tanta frecuencia
y en los más diversos enlaces; me dirigí entonces a la joven colega, a quien además conocía
personalmente, presentándole la disculpa de que en realidad no había pensado en que también
ella se llamaba así; y le ofrecí sustituir en las conferencias ese nombre por otro. Se me planteó
entonces la tarea de elegir a toda prisa otro, y a raíz de ello reflexioné en que una cosa no debía
hacer, y era caer en el nombre de pila de la otra oyente, pues así daría pésimo ejemplo a mi colega, ya instruida en el psicoanálisis. Por eso me puse muy contento cuando en sustitución
de Dora se me ocurrió el nombre Erna, del cual me valí en la conferencia. Terminada esta, me
pregunté de dónde provendría el nombre «Erna», y no pude menos que reír cuando advertí que
la temida posibilidad se había abierto paso, al menos en parte, en la elección del nombre
sustitutivo. La otra dama llevaba el apellido Lucerna, del cual Erna es un fragmento.
2. En una carta a un amigo le anuncio que he concluido las correcciones de pruebas de La
interpretación de los sueños, y ya no quiero modificar nada en la obra «aunque contuviera
todavía 2467 errores» (5). Enseguida ensayo esclarecerme ese número, y aún
tengo tiempo de agregar el pequeño análisis como posdata. Lo mejor será citar ahora lo que
entonces escribí, en el momento de pillarme en flagrante:
«De prisa, todavía, una contribución a la psicopatología de la vida cotidiana. Hallas en la carta el
número 2467 como estimación libre y traviesa de los errores que contendrá el libro de los
sueños. Eso quiso decir: un número grande cualquiera, y entonces sobrevino este. Ahora bien,
no hay en lo psíquico nada que sea producto de un libre albedrío, que no obedezca a un determinísmo. Esperarás entonces, y con derecho, que lo inconciente se haya apresurado a
determinar lo que se dejó a su merced desde lo conciente. (6) Y bien, acababa de
leer en los periódicos que un general E. M. había pasado a retiro como comandante de artillería.
Has de saber que este hombre me interesa. Mientras yo servía como aspirante médico militar,
se presentó cierta vez -era por entonces coronel- en la enfermería y dijo al médico: «Usted debe
curarme sin falta en ocho días, pues tengo que llevar a buen término un trabajo de interés para
el Emperador». Desde ese momento me propuse sekuir la carrera de este hombre y hete ahí
que hoy (1899) la ha terminado, es comandante de artillería y ya se jubila. Quise calcular el
tiempo en que él había recorrido ese camino, sobre la base de que yo lo había visto en el
hospital en 1882. Serían, pues, 17 años. Se lo conté a mi mujer, y ella observó: «Entonces, ¿tú
también deberías jubilarte ahora?». Y yo protesté: «¡Dios me guarde!». Tras esa plática me senté
a la mesa para escribirte. Pero la anterior ilación de pensamiento prosiguió, y con buen derecho.
La cuenta estaba equivocada; para saberlo, tengo en mi recuerdo un punto de apoyo firme. Mi
mayoría de edad, vale decir, mi 24º cumpleaños, lo festejé estando bajo arresto militar (por
haberme ausentado sin permiso). Fue, pues, en 1880; han pasado desde entonces 19 años.
¡Ahí tienes el número 24 que aparece en 246V Toma ahora el número de mi edad, 43, y
agrégale 24 años: ¡obtendrás 67! O sea que a la pregunta sobre si yo también quiero jubilarme,
me he concedido en el deseo 24 años más de trabajo. Evidentemente me mortifica que en el
intervalo durante el cual he seguido al coronel M. yo no haya adelantado tanto, pese a sentir una
especie de triunfo por estar él ya acabado, mientras que yo lo tengo todo por delante. Entonces
puedo decirme con derecho que ni siquiera este número 2467, que yo arrojé al azar, carece de
su determinación desde lo inconciente».
3. (7) Desde que esclarecí este primer ejemplo de número escogido al parecer por
libre albedrío, repetí el experimento muchas veces y con el mismo resultado; pero el contenido
de la mayoría de los casos atafle a cosas tan íntimas que impiden la comunicación.
Por eso justamente no dejaré de citar aquí un análisis muy interesante de «ocurrencia de
números», que el doctor Alfred Adler (8), de Viena, recibió de un informante «por completo
sano», conocido de él. He aquí ese informe:
«Ayer a la noche arremetí sobre Psicopatología de la vida cotidiana, y habría acabado con el
libro de no estorbármelo un raro episodio. Cuando leí que todo número que evocamos en la
conciencia, al parecer con total libre albedrío, tiene un sentido preciso, decidí hacer un
experimento. Se me ocurrió el número 1734. Y entonces se prec1pitaron las siguientes
ocurrencias: 1734-. 17 = 102; 102-. 17 = 6. Luego separo el número en 17 y 34. Yo tengo 34
años. Considero, como creo haberle escuchado decir a usted una vez, que los 34 años son el
final de la juventud, y por eso me sentí miserablemente en mi último cumpleaños. Al cumplir 17
años, empezó para mí un período muy hermoso e interesante de mi desarrollo. Divido mi vida
en períodos de 17 años. Ahora bien, ¿que significan estas divisiones? Respecto del número
102, se me ocurre que el número 102 de la Universalbibliothek {U.B.} de Reclam es el drama de
Kotzebue, Menschenhass und Reue {Misantropía y arrepentimiento}. (9)
» Mi estado psíquico presente es de misantropia y arrepentimiento. El número 6 de la U.B. (sé de memoria muchos de sus títulos) es Die Schuld {La culpa}, de Müllner (10). Me martíríza de continuo el pensamiento de que por mi culpa no llegué a ser lo que mis aptitudes prometían.
Además, el número 34 de la U.B. es un relato del mismo Müllner, titulado Der Kaliber {El
calibre}. Separo la palabra en «Ka-liber». Luego se me ocurre que contiene las palabras («Ali» y
«Kali» {«potasio»}. Esto me recuerda que una vez hice rimas con mí hijo Alí (de seis años). Lo
insté a buscar una palabra que rimase con Ali. No se le ocurrió ninguna, y entonces yo le dije:
«Ali reinigt den Mund mit hypermangansaurem Kali» {«Ali se limpia la boca con permanganato de
potasio»}. Reímos mucho, y Ali estuvo muy lieb {bueno}. En los últimos días debí comprobar con
disgusto que él «ka (kein) lieber Ali sei» {«no era un buen Ali»; pronunciándose «ka lieber» como
«Ka-liber»}.
»Entonces me pregunté: ¿Cuál es el número 17 de la U.B.? Pero no pude sacar nada en limpío.
Como antes lo sabía con toda precisión, supongo que quise olvidar ese número. Pensé y
pensé, mas en vano. Quise entonces seguir leyendo, pero lo hacía mecánicamente, sin
entender palabra, pues me martirizaba ese 17. Apagué la luz y seguí buscando. Al fin se me
ocurre que el número 17 tiene que ser una pieza de Shakespeare. Pero, ¿cuál? Se me ocurre:
Hero and Leander. Con toda evidencia, un estúpido. intento de mi voluntad por distraerme. Por
último me levanto y busco el catálogo de la U.B. El número 17 es Macbeth. Me veo forzado a
comprobar, para mi confusión, que no sé casi nada de ese drama, a pesar de haberme
ocupado no menos de esta obra que de las otras de Shakespeare. Sólo se me ocurre: asesino,
Lady Macbeth, brujas, «lo bello es vil», y que en su tiempo había hallado muy hermosa la
traducción de Macbeth por Schiller. Sin duda he querido olvidar esta pieza. Se me ocurre, aún,
que 17 y 34 divididos por 17 dan 1 y 2. Los números 1 y 2 de la U.B. son el Fausto, de Goethe.
Antes he hallado en mí mucho de fáustico».
Tenemos que lamentar que la discreción del médico no nos permita vislumbrar el significado de
esta serie de ocurrencias. Adler sefíala que este hombre no alcanzó la síntesis de sus
explicitaciones. En cuanto a estas, no nos parecerían merecedoras de ser comunicadas si en
su continuación no aflorara algo que nos pone en la mano la llave para entender el número 1734
y toda la serie de ocurrencias.
«Hoy por cierto tuve una vivencia que habla mucho en favor de la justeza de la concepción de Freud. Mi esposa, a quien yo había despertado al levantarme por la noche, me preguntó qué
hacía con el catálogo de la U.B. Le conté la historia. Halló todo demasiado rabulístico; sólo
admitió -muy interesante- a Macbeth, drama contra el cual yo tanto me había defendido. Dijo
que a ella no se le ocurría nada si pensaba un número. Yo respondí: «Hagamos la prueba».
Nombró el número 117. Le repliqué enseguida: «El 17 es una referencia a lo que te acabo de
narrar; además, ayer te dije que si una esposa tiene 82 años, y su marido 35, es una enojosa
desproporción». Desde hace algunos días embromo a mi mujer diciéndole que es una abuelita
de 82 años. 82 + 35 = 117».
El marido, que no supo hallar el determinismo de su propio número, enseguida descubrió la solución cuando su mujer escogió un número supuestamente por libre albedrío. En realidad, la esposa había capturado muy bien el complejo de donde provenía el número de su marido, y escogió su propio número desde el mismo complejo, común por cierto a ambas personas, pues se trataba de la relación entre sus respectivas edades. Ahora nos resulta fácil traducir el
número que se le ocurrió al marido. Expresa, como lo índic; Adler, un deseo suyo sofocado,
que, desarrollado por entero, rezaría: «A un hombre de 34 años, como yo tengo, sólo le
conviene una esposa de 17 años».
Para que no se tenga en excesivo menosprecio estos «jugueteos», quiero agregar lo que hace
poco he sabido por el doctor Adler: un año después de la publicación de este análisis, el hombre
se divorció de su esposa (11).
Parecidos esclarecimientos da Adler para la génesis de los números obsedentes.

Notas:
1- Salvo indicación en contrario, la primera parte de este capítulo, data de 1901.
2- [El periódico de Viena.]
3- [Se trataba del «Fragmento de análisis de un caso de histeria» (1905e). Aunque este fue escrito en su mayor parte en enero de 1901 (vale decir, antes de que apareciera la presente obra), Freud no lo dio a publicidad hasta el otoño de 1905. Cf. mi «Nota introductoria» a dicho historial (AE, 7, págs. 3 y sigs.).]
4- Este párrafo fue agregado en 1907.
5- [El amigo era Wilhelm Fliess, a quien Freud envió este análisis como posdata a su carta del 27 de agosto de 1899 (Freud, 1950a, Carta 116).]
6- Se hallará una breve referencia de Freud a esta concepción del determinismo de los números en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 509.
7- Aparte de este primer párrafo, que data de 1901, el ejemplo 3 fue agregado en 1907.
8- Adler, 1905.
9- La Universalbibliothek de Reclam era una amplia y antigua colección de obras reimpresas en rústica. Kotzebue (1761-1819) es aún conocido en Inglaterra por otra de sus piezas, Lover’s Vows {Los votos de los amantes}
10- [Adolf Müllner (1774-1829).]
11- Para el esclarecimiento de Macbeth, nº 17 de la U.B., Adler me comunica que cuando la persona en cuestión tenía diecisiete años ingresó en una sociedad anarquista que se había fijado como meta el regicidio. Fue por eso, sin duda, que el contenido de Macbeth cayó en el olvido. En aquella época, esta misma persona inventó una escritura secreta en que las letras eran sustituidas por números.

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