Diccionario de psicología, letra P, PSICOANÁLISIS DE NIÑOS

Psicoanálisis de niños
El psicoanálisis de niños no es un ámbito separado del psicoanálisis. En todos los países del mundo, la formación requerida para poder ser psicoanalista de niños es la misma exigida para la práctica con los adultos. Si bien el psicoanálisis de niños mantiene desde siempre una relación
particular con la pedagogía, la medicina (la pediatría), la psiquiatría (la paidopsiquiatría) y la
psicología, no se ha creado ningún término técnico (precisamente del tipo de «pediatría» o
«paidopsiquiatría«) que lo designe como especialidad. Oskar Pfister, que practicó muy pronto el
psicoanálisis de niños en Suiza según la tradición de los pastores, inventó el término
«pedanálisis» como denominación de la pedagogía psicoanalítica, Pero la palabra no se impuso. A
pesar de ésto, los psicoanalistas de niños, que son también psicoanalistas de adultos, tienen a
menudo la impresión de ser distintos de los otros psicoanalistas.
Así como el psicoanálisis nació de la medicina y después de la psiquiatría (y de la psiquiatría
dinámica), la práctica del psicoanálisis de niños es heredera de la filosofía de las Luces. En
todos los países se introdujo por cuatro vías: la medicina, la psiquiatría, la psicología y la
pedagogía. En Francia tomó la vía de la psiquiatría o la psicología, mientras que en otros países
de Europa (en general protestantes) se difundió más bien sobre el terreno de la pedagogía, y por
lo tanto del análisis profano. En los otros lugares se mezcló con las disciplinas conexas.
Fue el oficial de sanidad francés Jean-Marc-Gaspard Itard (1774-1838), admirador de Philippe
Pinel (1745-1826), quien realizó la primera descripción de un tratamiento moral aplicado a un
niño: Victor del Aveyron (1789-1828). El caso de este «niño salvaje» sería considerado el
prototipo de una cura de la psicosis infantil con autismo. Suscitó numerosos comentarios, y fue
llevado a la pantalla por François Truffaut (19321984). Capturado en el bosque en 1800, a los 12
años, Victor fue llevado a la Institución de Sordomudos de París. Itard trató de enseñarle a
hablar, sin lograrlo nunca.
Los trabajos de Philippe Ariés (1914-1984) sobre el niño y la familia en el Antiguo Régimen, los
de Michelle Perrot sobre la familia y la vida privada, y los de Élisabeth Badinter sobre el amor
materno han demostrado que el lugar acordado al niño en la familia varía según las sociedades,
y sobre todo que se ha modificado considerablemente desde el siglo XIX, bajo el efecto del culto
a la maternidad. En esta época terminó de imponerse una visión rousseauniana de la infancia, y
el niño se convirtió en objeto de un apego específico que crecería con los progresos de la
medicina, y después con la generalización de la anticoncepción de las sociedades industriales.
Parece evidente que cuanto más desciende la tasa de mortalidad infantil, más dolorosa resulta la
pérdida de un hijo. Asimismo, cuanto más el hijo es conscientemente deseado o «programado»,
más importante se considera su lugar en el afecto parental.
En este contexto, y más tarde en el de la crisis de la familia burguesa, el psicoanálisis de niños
tomó impulso a principios de siglo, cuando Sigmund Freud, que había puesto de manifiesto el
papel principal de la sexualidad infantil en el destino humano, le propuso a su amigo Max Graf
que analizara a su hijo Herbert Graf (Juanito).
En la historia del psicoanálisis, la función de analizar a los niños le cupo primeramente a las
mujeres. Esa función, llamada «educativa», no las obligaba a estudiar medicina (carrera en
general reservada a los hombres), y les permitía adquirir muy pronto una gran libertad, así como
ocupar un lugar importante en el movimiento freudiano. En este sentido, el análisis de niños
favoreció la emancipación femenina. Pero fue también el ámbito de múltiples dramas. Las
psicoanalistas de la primera y la segunda generación analizaron a menudo a sus propios hijos, o
confiaron esa tarea a colegas allegados. Entre las mujeres psicoanalistas de niños hubo un
número impresionante de muerles violentas: cuatro suicidios (Arminda Aberastury, Sophie
Morgenstern, Tatiana Rosenthal, Eugénie Sokolnicka), y un asesinato (Hermine von
Hug-Hellmuth).
Después de Sandor Fereenzi, que fue uno de los más grandes clínicos de la infancia a principios
de siglo, y de August Aichhorn que se ocupó de los niños delincuentes en Viena, también otros
hombres se dedicaron a esta rama del psicoanálisis: en particular Erik Erikson, René Spitz,
Donald Woods Winnicott y John Bowlby.
En el área del análisis de niños (como en la de la sexualidad femenina), dentro de la International
Psychoanalytical Association (IPA) se enfrentaron dos grandes concepciones, después de la
publicación, en 1909, del historial de Juanito: la concepción de la escuela vienesa, representada
por Anna Freud, su padre y los primeros discípulos de este último, y la de la escuela inglesa,
representada desde 1924 por Melanie Klein. Para la escuela vienesa, el análisis de niños no
debe comenzar antes de los cuatro años, ni ser realizado «directamente», sino con la mediación
de la autoridad parental considerada protectora. Sigmund Freud sostuvo esta postura con
argumentos perfectamente coherentes, como lo demuestra su correspondencia con Joan
Riviere: «Nosotros planteamos como algo previo -escribió el 9 de octubre de 1927- que el niño es
un ser pulsional, con un yo frágil y un superyó que está sólo en vías de formación. En el adulto
trabajamos con ayuda de un yo fortalecido. Por lo tanto, no somos infieles al análisis si tomamos
en cuenta en nuestra técnica la especificidad de niño, en el cual, en el análisis, el yo debe ser
sostenido contra un ello pulsional omnipotente. Ferenczi ha hecho la observación muy ingeniosa
de que si la señora Klein tiene razón, ya no hay verdaderamente niños. Naturalmente, la
experiencia tendrá la última palabra. Hasta el momento, mi única constatación es que un análisis
sin objetivo educativo no hace mas que agravar el estado del niño y tiene efectos
particularmente perniciosos con los niños abandonados, asociales.»
Para Melanie Klein, por el contrario, había que abolir todas las barreras que impedían que el
psicoanalista accediera de modo directo al inconsciente del niño. A su juicio, la protección de la
que hablaba Freud era un señuelo al cual había que oponer una verdadera doctrina del infans (el
niño entre los 2 y 3 años), es decir, del niño que aún no habla, pero que ya no es un lactante,
porque ha reprimido al lactante en él.
Si Freud fue el primero en descubrir en el adulto al niño reprimido, Melanie Klein, a través del
interés por la psicosis y por las relaciones arcaicas con la madre, fue la primera que identificó en
el niño lo que ya está reprimido, es decir, el lactante. En consecuencia, ella propuso no sólo una
doctrina, sino también un marco necesario para la realización de curas específicamente
infantiles: «Le proporcionó al niño un marco analítico apropiado -escribió Hanna Segal-, es decir
que los horarios de las sesiones son fijados de manera estricta: cincuenta y cinco minutos,
cinco veces por semana. El consultorio está especialmente adaptado para recibir a un niño. Sólo
hay en él muebles simples y robustos, una pequeña mesa y una silla para el niño, otra silla para
el analista, un pequeño diván. Las paredes son lavables. Cada niño debe tener su caja de
juguetes reservada para el tratamiento. Los juguetes son escogidos cuidadosamente. Hay
casitas, pequeños personajes de uno y otro sexo, preferentemente de dos tamaños distintos,
animales de granja y animales salvajes, cubos, pelotas, bolitas, y otros materiales
indispensables, tijeras, hilos, lápices, papel, pasta de moldear. Además, en la habitación debe
haber un vertedero, pues el agua desempeña un papel importante en ciertas fases del análisis.»
Freud dijo en 1927 que la experiencia tendría la última palabra. Ahora bien, la experiencia parece
haberle dado la razón en todo el mundo a las teorías kleinianas, que se impusieron con fuerza
entre todos los profesionales de la infancia. Pero en todas partes han sido revisadas,
corregidas, transformadas, modificadas, en el sentido de una mayor participación de los
progenitores en el despliegue de la cura. Por otro lado, la herencia de la escuela vienesa fue
recogida por los partidarios de las experiencias sociales y educativas, desde Margaret Mahler
hasta Bruno Bettelheim.
Francia es uno de los pocos países donde el kleinismo no hizo escuela; han influido en cambio
dos fuertes tradiciones: la primera, vinculada con la psiquiatría hospitalaria y la Société
psychanalytique de Paris (SPP), fue conducida por Serge Lebovici y René Diatkine. La segunda
se forjó a partir de la herencia de las grandes pioneras: Eugénie SokoInicka, y después Sophie
Morgenstern. Fue primero representada por Françoise Dolto, y más tarde por Jenny Aubry,
Ginette Raimbault y Maud Mannoni, todas ellas ligadas a Jacques Lacan y a la École freudienne
de Paris (EFP).
Muy influida por Winnicott, Maud Mannoni, cuyos trabajos son conocidos en todo el mundo, creó
en 1969 la École expérimentale de Bonneuil-sur-Marne, que recibe a niños y adolescentes
psicóticos.