Diccionario de psicologia, lera T, Técnica psicoanalítica

Técnica psicoanalítica
(o del psicoanalista)
Alemán: Psychoanalytische Technik.
Francés: Technique psychanalytique (ou de la psychanalyse).
Inglés: Technique of psychoanalysis.

En la historia del movimiento freudiano, se llama técnica del psicoanálisis a los procedimientos de
intervención clínicos, terapéuticos e interpretativos que permiten definir el marco de la cura
psicoanalítica. Junto a la reflexión sobre la transferencia, la contratransferencia, la regla
fundamental y la abstinencia, y en el interior mismo de las modalidades de aparición del análisis
didáctico y de control, este marco quedó delimitado por reglas denominadas técnicas. La
duración de las sesiones y de la cura en sí, el número de sesiones por semana, el modo de
intervención (activo o pasivo) del analista, la posición del analizante (tendido o cara a cara):
todas estas cuestiones han sido objeto de múltiples debates que llevaron siempre a la definición
de nuevas maneras de conducir los tratamientos conforme se tratara de niños, neuróticos,
psicóticos o psicoanalistas en formación, o según la pertenencia del analista a una u otra de las
grandes corrientes del freudismo: el annafreudismo, la Ego Psychology, la Self Psychology, el
lacanismo.
Al respecto, la historia del psicoanálisis en el sentido terapéutico y clínico de la palabra es
siempre la historia de las innovaciones técnicas aportadas por sus grandes clínicos, disidentes o
no de la International Psychoanalytical Association (IPA).
El psicoanálisis nació de la impugnación del nihilismo terapéutico que dominaba la psiquiatría
alemana de fines de siglo a través de la nosografía de Emil Kraepe!in. La actitud nihilista llevaba a
observar al enfermo sin escucharlo, y a clasificar las enfermedades del alma sin tratar de
curarlas. Freud puso de manifiesto desde sus inicios de profesional una voluntad feroz de curar
a los hombres de sus sufrimientos psíquicos, y sobre todo de demostrar que su método era el
más eficaz, por ser el más científico y el más coherente. En otras palabras, el psicoanálisis tuvo
en primer término el objetivo terapéutico de curar rápido y bien: de allí el nacimiento de una nueva
utopía correlativa a una nueva doctrina.
Pero muy pronto hubo que cambiar de tono: como todos los métodos terapéuticos, como toda
medicina, el psicoanálisis no llegó a definir los cánones de la cura perfecta. Había fracasos,
desfallecimiento, desastres provocados por la rutina, la lentitud, la esclerosis de la escucha. De
allí la idea de reflexionar sobre una nueva temporalidad de la cura, y por lo tanto organizar de
otro modo su duración. Así surgió la noción de la "prisa terapéutica" que signaría el conjunto de
las innovaciones técnicas del freudismo durante cien años: "La tentación -escribió Jean-Baptiste
Fagés- sería doble: abreviar el tratamiento y precipitarlo para obtener una eficacia tangible".
El primero en impugnar el carácter interminable de la cura freudiana y en aplicar un método
llamado "activo" fue Wilhelm Stekel. Él propuso limitar las curas, que tendrían entre cincuenta y
ciento cincuenta sesiones, al ritmo de tres a seis por semana. Después de Stekel, Sandor
Ferenczi, el clínico más brillante de toda la historia del psicoanálisis, introdujo en 1919 el principio
de la "técnica activa", según la cual, en lugar de limitarse a interpretaciones, el analista debía
intervenir en el curso de la sesión con mandatos y prohibiciones. Más tarde Ferenczi impulsó el
activismo al punto de permitir a ciertos pacientes que lo abrazaran o acariciaran, a fin de
instaurar una identificación con un progenitor amante que les había faltado durante la infancia.
En 1932 fue aún más lejos con la idea del análisis mutuo, que permitía una inversión de roles: ir a
la casa del paciente en lugar de recibirlo en el consultorio, y dejarlo conducir la cura a su
manera, o incluso tenderse en el diván en lugar de él, o pagarle. En síntesis, se trataba de
establecer una reciprocidad maternante, siempre con el objeto de obtener los mejores
resultados. Freud denunció el furor sanandi (locura de curar) de su discípulo preferido.
Otto Rank, por su lado, desarrolló la idea de una "terapia activa": las curas debían ser breves (de
algunos meses) y limitadas de antemano en el tiempo. Sostuvo asimismo que, en lugar de
conducir sin cesar al paciente a su historia pasada y a su inconsciente, interpretando los
sueños y el complejo de Edipo, era preferible apelar a la voluntad consciente de aquél, a su
situación presente y a su deseo de curarse, como única manera de sacarlo de la pasividad
masoquista. Después llegaron, sucesivamente, las innovaciones de Wilhelm Reich, Franz
Alexander y la Escuela de Chicago, y finalmente las de Michael Balint, en gran medida inspiradas
por su filiación ferencziana.
Freud tomó en cuenta las modificaciones aportadas por sus discípulos, y subrayó, hacia el final
de su vida, el carácter "interminable" del psicoanálisis. Renunciando a todo ideal de cura
perfecta o curación lograda, propuso que tanto los analistas como los pacientes renovaran la
experiencia de la cura al infinito, en reanálisis sucesivos, siempre que fuera necesario.
Entre los sucesores de Freud partidarios de la "prisa terapéutica", Jacques Lacan fue el único
que aplicó una innovación técnica consistente en abreviar la duración de la sesión, más bien que
la de la cura. Lacan invocó la necesidad de puntuar el discurso del analizante a partir del
enunciado de un significante. Esta innovación llevó a la corriente lacaniana a una prolongación
considerable de la duración de las curas, y para el propio Lacan concluyó en un desafío
fáustico: la disolución radical del tiempo de la sesión.
Estas innovaciones técnicas demostraron que el psicoanálisis, lejos de seguir coagulado en una
doctrina monolítica, supo modificar su práctica a lo largo de los años, enfrentando tanto la
competencia de las otras psicoterapias como las transformaciones radicales debidas a la
demanda y el deseo de los analizantes.
Una de las grandes revoluciones del psicoanálisis ha consistido en abolir la división tradicional
entre el médico y el enfermo. Al dar la palabra al paciente más bien que a la nosografía, y al
considerar que el propio sujeto podía verbalizar sus síntomas, la doctrina freudiana ha permitido
que ex pacientes se conviertan a su vez en terapeutas. De alguna manera ha borrado la
frontera tradicional entre el saber y la verdad, entre la ciencia y el dolor, entre la razón y la
locura. En consecuencia, el estatuto mismo de la curación psíquica se ha modificado
considerablemente en el último siglo. En lugar de remover los síntomas o pretender erradicarlos,
el psicoanálisis ha señalado la vía de una cierta sabiduría: la curación equivale tanto a una
transformación como a una aceptación de sí mismo.