Diccionario de psicología, letra P, Pueden los legos ejercer el análisis?

Pueden los legos ejercer el análisis?
Obra de Sigmund Freud publicada en alemán en 1926 con el título de Die Frage der
Laienanalyse. Traducida por primera vez al francés en 1928 por Marie Bonaparte, con el título de
Psychanalyse et Médecine, y retraducida en 1985 por Janine Altounian, André Bourguignon
(1920-1996), Odile Bourguignon, Pierre Cotet y Alain Rauzy, con el título de La Question de
l’analyse profane. Esta traducción fue ligeramente revisada en 1994 por el mismo equipo de
traductores. Traducida al inglés por primera vez en 1927 por A. P. Maerker-Branden, con el título
de The Problem of Lay-Analysis; en 1947 por Nancy Procter-Gregg con el título de The
Question of Lay-Analysis, y en 1959 por James Strachey, con el título de The Question of
Lay-Analysis.
El posfacio, «Nachtwort zur Frage der Laienanalyse», publicado en alemán en 1927, y agregado
a la obra en 1928, fue traducido por primera vez al francés en 1985, e incorporado a la segunda
edición del libro. La traducción francesa de 1994 lo presenta íntegramente, incluyendo el pasaje
que Freud suprimió por consejo de Max Eitingon y Ernest Jones, quienes lo consideraban
demasiado ofensivo para los norteamericanos. Esta última edición contiene además las notas de
1935, así como un post scriptum del mismo año, destinados a una edición norteamericana que
nunca se publicó. Estos documentos, encontrados por llse Grubrich-Simitis, no figuran en
ninguna edición inglesa o norteamericana. El posfacio fue traducido por primera vez al inglés en
1927, con el título de «Concluding remarks on the question of lay analysis», y en 1950 por James
Strachey con el titulo de «Postscript to a discussion on lay analysis».
En la primavera de 1926, como consecuencia de la acusación de un ex paciente, Theodor Reik
sobrellevó un juicio por ejercicio ¡legal de la medicina, en virtud de una antigua ley austríaca que
reprimía el «charlatanismo». Los problemas de Reik habían comenzado dos años antes, cuando el
fisiólogo Arnold Durig (1872-1961), miembro del Consejo Superior de Sanidad de la Ciudad de
Viena, le solicitó a Freud una opinión experta sobre la cuestión del análisis practicado por los
no-médicos. Freud registró esos primeros incidentes en una carta a Karl Abraham del 11 de
noviembre de 1924, inédita, en francés, en la cual manifiesta su esperanza de que el asunto no
tenga consecuencias. Aparentemente la opinión de Freud no convenció a sus interlocutores, y el
24 de febrero de 1925 a Reik, entonces miembro de la Wiener Psychoanalytische Vereinigung
(WPV), se le prohibió el ejercicio del psicoanálisis. Esta interdicción se inscribía en un clima
represivo, ilustrado por la limitación del acceso al policlínico psicoanalítico de Viena, en el que
sólo podían ingresar los médicos, a continuación de un informe del profesor Wagner-Jauregg y
de los ataques incesantes de la Asociación de los Analistas Médicos Independientes, dirigida por
Wilhelm Stekel, contra la WPV«
Después de la sanción aplicada a Reik, Freud intervino de nuevo, en este caso ante Julius
Tandler, profesor de anatomía e informante de salud pública ante la Municipalidad de Viena. En lo
que se cree fue el texto de esa intervención epistolar, Freud invirtió de entrada la formulación
habitual de la cuestión: el «lego» o «profano» no era el analista no médico, sino «quien no haya
adquirido una formación tanto teórica como técnica suficiente en psicoanálisis, tuviera o no un
diploma médico». «El psicoanálisis, aunque nacido en el terreno médico -afirmó Freud-, hace ya
mucho tiempo que no es un asunto puramente médico», y si bien a nadie se le podía impedir que
se interesara en él, sólo «haciéndose analizar uno mismo y ejerciendo el análisis con otros» se
adquiría la «experiencia y convicción» necesarias.
A juzgar por la reanudación del procedimiento contra Reik, esta segunda actitud no tuvo más
éxito que la anterior. Sin duda por ello, sin aguardar, en un contexto emocional signado por el
proceso del episodio Hug-Hellmuth (que se había producido en marzo de 1925 y la prensa
vienesa reflejó generosamente), Freud redactó su texto ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, subtitulado Entrevistas con un interlocutor imparcial, interlocutor que parece haber sido el fisiólogo Arnold Durig, el cual, inicialmente, le había pedido su opinión sobre el tema.
La obra se publicó en el otoño de 1926. Iba mucho más allá de la defensa de Reik y, en general,
de los analistas no médicos. Las palabras de Freud se inscriben en otro debate que, para
abordar la cuestión del análisis profano, trata de hecho de la formación de los psicoanalistas, y
concierne en primer lugar al movimiento psicoanalítico internacional en sí. En efecto, en 1925 el
presidente de la New York Psychoanalytic Society (NYPS), Abraham Arden Brill, anunció su
intención de romper con Freud por esta cuestión, y en el otoño de 1926, en el momento de la
publicación del texto de Freud, el Estado de Nueva York declaró ¡legal la práctica del análisis por
los no-médicos. Lo que estaba en juego en el conflicto que acababa de estallar, y que no iba a
concluir pronto, concernía entonces, más allá de la relación con la medicina, a los contornos
institucionales del psicoanálisis, sus fundamentos epistemológicos y su carácter universalista,
garante de una cuestión que la actualidad geopolítica pronto haría arder: la de la emigración. En
pocas palabras, las de Jean-Bertrand Pontalis en su prólogo a la edición francesa de 1985, se
puede decir que, «para Freud, seguramente, la cuestión del análisis profano era la cuestión del
análisis mismo».
Una breve introducción le da a Freud la oportunidad de subrayar, no sin humor, que durante
mucho tiempo no existió la preocupación de saber quién practicaría el psicoanálisis, porque el
deseo unánime era que «no lo ejerciera nadie»; a continuación, los cinco primeros capítulos del
libro presentan la teoría psicoanalítica de una manera didáctica, a través de interrogantes
variados y precisos, observaciones críticas y objeciones, que Freud atribuye a su «interlocutor
imparcial—.
Al final del quinto capítulo se aborda el ámbito institucional, cuando el interlocutor, al que Freud
acaba de exponerle los principios y las reglas que gobiernan el desarrollo de la cura, pregunta:
«¿Dónde se aprende entonces lo necesario para practicar el análisis?» Freud menciona la
existencia del Berliner Psychoanalytisches Institut (BPI) dirigido por Max Eitingon, se refiere a la
formación impartida en Viena, evoca al pasar las múltiples dificultades que las autoridades le
crean «a esta joven empresa», y anuncia la inauguración, «dentro de poco», de un tercer instituto
de enseñanza en Londres, bajo la dirección de Ernest Jones.
La cuestión de la relación con la medicina comienza a discutirse cuando el interlocutor señala
que el psicoanálisis bien podría ser considerado una especialidad médica entre otras. Freud
responde que cualquier médico que comparta el conjunto de las concepciones teóricas y
observe las reglas que él acaba de enumerar sería bien recibido, pero que no se podía ignorar
una realidad totalmente distinta, caracterizada por la lucha que el conjunto de los médicos habían
emprendido contra el análisis. Esta actitud, además de que bastaba para negarle al cuerpo
médico cualquier título histórico para pretenderse propietario del psicoanálisis, lleva a Freud a
dirigirse, más allá de su interlocutor, al legislador austríaco. «Charlatán» es «quien emprende un
tratamiento sin tener los conocimientos y las capacidades requeridas». Por lo tanto, precisa, en
materia de análisis son los médicos los que constituyen el grueso del contingente de los
«charlatanes», puesto que casi siempre «practican el tratamiento analítico sin haberlo aprendido y
sin comprenderlo». Freud ha pasado con resolución a la ofensiva, subrayando que la formación
médica es particularmente mala como preparación para el ejercicio del psicoanálisis. Con el
deseo de no abandonar totalmente el terreno del asunto Reik, Freud se refiere a la cuestión
general de la intervención de los poderes públicos en la reglamentación de la práctica del
análisis, y previene contra la propensión a reglamentar y prohibir, característica de lo que
sucedía en Austria. Recuerda que, en materia de psicoanálisis, e incluso de parapsicología,
importa respetar la libertad intelectual; las prohibiciones, dice, nunca han conseguido ahogar el
interés de los hombres por cosas real o supuestamente misteriosas.
Consciente de que respecto de esas cuestiones estaba lejos de haberse llegado a la unanimidad
en el seno del movimiento psicoanalítico, Freud se adelanta: traza una distinción teórica (cuyo
alcance minimizará más tarde) entre el diagnóstico, acto médico previo a la prescripción de una
terapia psicoanalítica, y el tratamiento en si, que siempre debe ser hecho por un psicoanalista,
médico o no médico. ¿No se podría entonces -propone el interlocutor- autorizar a los analistas no
médicos que ya hayan demostrado su competencia, pero en adelante exigir una formación
médica? Ante este último intento de transacción, Freud aborda de frente la cuestión de la
formación de los analistas, y afirma que su objetivo, la creación de una escuela superior de
psicoanálisis, supone una enseñanza que, lejos de limitarse a los conocimientos médicos,
englobaría la historia de las civilizaciones, la mitología, la literatura, y se basaría en el postulado
de la autonomía del registro psíquico respecto del sustrato fisiológico.
Pero el conocimiento libresco no podría bastar para que los especialistas en las ciencias del
espíritu, en particular los pedagogos, tuvieran éxito en la empresa de la aplicación; ellos mismos
tendrían que someterse a un análisis, para lo cual se necesitarían analistas didactas con una
formación particularmente completa, muy distante de los conocimientos médicos.
Si Freud insiste tanto en la cuestión de la formación, lo hace porque, lejos de tratar de instalar el
psicoanálisis en una torre de marfil, quiere confrontarlo con todas las formas de conocimiento.
De modo que, al recusar el modelo de la formación médica, no se trata de propugnar la
improvisación o la práctica salvaje, sino de construir y desarrollar la especificidad de la
formación analítica. Ésta es una de las cuestiones más cruciales de la historia del movimiento
psicoanalítico: en el núcleo de los conflictos y las escisiones, atestiguó a posterior¡ la justeza de
la posición freudiana. En efecto, Freud no se equivocaba: la alternativa médico-no médico no era
para él más que una «máscara de la resistencia al psicoanálisis, y la más peligrosa de todas»,
como escribió en una carta a Sandor Ferenczi del 11 de mayo de 1920.
Finalmente Reik fue sobreseído, pero ello se debió más a la descalificación del acusador que al
efecto producido por el libro de Freud.
Lejos de reducir las contradicciones que comenzaban a manifestarse en los ambientes
psicoanalíticos a propósito de estos temas, el libro de Freud no hizo más que reforzarlas.
Entonces, como preludio al Congreso de Psicoanálisis que se realizaría en 1927 en Innsbruck, se
decidió organizar una discusión general sobre la cuestión. Introducido por Jones, el debate
opuso sobre todo a Freud y Eitingon. El conjunto de las intervenciones se publicó ese mismo año
en el Internationale Zeitschriftfür Psychoanalyse y en el International Journal of
Psycho-Analysis. El legajo atestigua lo capcioso de los enfrentamientos y la hostilidad que
suscitaba la posición de Freud. Allí se dibujó una primera división entre los norteamericanos,
unánimemente opuestos a la práctica del análisis por los no-médicos, y los europeos, a su vez
divididos entre ellos. Ferenczi, Edward Glover, John Rickman, entre otros, defendieron la
posición freudiana de un psicoanálisis totalmente autónomo respecto de la medicina; Jones y
Eitingon, también entre otros, aunque rechazaban que el psicoanálisis se sometiera a cualquier
autoridad ajena, deseaban que siguiera siendo una profesión médica.
A continuación del Congreso de Innsbruck, Freud, cada vez más aislado, redactó lo que se
convertiría en el posfacio de este ensayo. En esa última intervención no realizaba ninguna
concesión, y atacaba en particular a sus «colegas norteamericanos», a quienes les reprochaba
una argumentación inconsistente, que él compara con «un intento de represión».
Esta preocupación por defender la especificidad de su descubrimiento, de mantenerlo
irreductible a cualquier otro enfoque, ya fuera científico (la medicina) o espiritual (la religión), fue
reafirmada por Freud, sin la menor ambigüedad, en 1938, cuando en los Estados Unidos corrió el
rumor de que él había cambiado de opinión. «No puedo imaginar -respondió- de dónde proviene
ese estúpido rumor acerca de mi cambio de opinión sobre el tema del análisis practicado por los
no-médicos. Es un hecho que nunca he repudiado mis ideas al respecto, y las sostengo aun con
más fuerza que antes, ante la evidente tendencia que tienen los norteamericanos a transformar
el psicoanálisis en una criada para todo servicio de la psiquiatría.»
La posición de Jacques Lacan acerca de este tema y, más allá, los contornos de la «excepción
francesa» tienen que considerarse en la perspectiva freudiana.
En el plano clínico, la práctica del análisis profano se discutió en Francia en oportunidad del
proceso a Clark-Williams, que, por sus consecuencias, fue uno de los puntos en juego en la que
sería la primera escisión del movimiento psicoanalítico francés, en 1953. En un primer momento,
Margaret Clark-Williams, psicoanalista no médica que realizaba análisis de niños en el Centro
Claude-Bernard, fundado por Georges Mauco, fue dejada en libertad. Pero a continuación de que
la Orden de los Médicos apelara esa decisión, la novena cámara de la corte de París la condenó
a una pena de principio, aunque pidiendo homenaje a su moral y su competencia. Su proceso
sentó jurisprudencia hasta la finalización del juicio del tribunal correccional de Nanterre, a cuyo
término, el 9 de febrero de 1978, quedó jurídicamente reconocida la independencia del
psicoanálisis respecto de la medicina. Lacan, que no había declarado durante el proceso, no por
ello defendió menos a los no-médicos, en el curso de las discusiones que tuvieron lugar al
respecto en los círculos analíticos y psiquiátricos, reprochándole a Sacha Nacht, entonces
presidente de la Société psychanalytique de París (SPP), que quisiera abandonarlos
completamente. De hecho, esta posición de Lacan era coyuntural, dictada por los que él
consideraba intereses inmediatos del psicoanálisis. Muy pronto les aconsejó a sus discípulos
que emprendieran estudios de medicina o filosofía, considerando que la protección de la
formación de los analistas y del propio psicoanálisis debía ejercerse prioritariamente contra la
psicología y el psicologismo que él denunciaba como un peligro mayor que la medicina. Más
tarde, en la perspectiva abierta por Freud, Lacan, en particular a través de los textos dedicados
a la enseñanza y formación de los analistas, trató de delimitar la especificidad del acto
psicoanalítico y demostrar que, si el psicoanalista es necesariamente «profano», ello se debe en
primer lugar a que su acto se inscribe en la experiencia psicoanalítica que ha atravesado.