Diccionario de psicología, letra T, Tiempo lógico

El tiempo lógico
Puesto que la lógica se ocupa de los valores de verdad, esta relación de la verdad con el tiempo
justifica que Lacan haya intentado anudar lógica y tiempo. Lo hizo desde 1945, en «El tiempo
lógico y el aserto de certidumbre anticipada», donde le otorga un lugar decisivo a una dimensión
temporal nueva, la prisa, que se añade a las ya inventariadas de la sucesión y la sincronía.
La conclusión del sofisma tiene el rigor de una solución lógica, con la condición -dice Lacan- de
que se integre en ella el valor de dos escansiones suspensivas en las que los prisioneros ponen
en duda la validez de la solución y cada vez repiten la conclusión. Estas escansiones tienen
valor de significantes (Lacan, 1966); ellas verifican la precipitación del sujeto para concluir en la
prisa, en un momento de eclipse en el que, realizando un tiempo de retardo de su razonamiento
con relación al de los otros, él tiene miedo, si no concluye de inmediato, si se deja aventajar por
los otros, de no poder estar seguro de que no es un negro. La certidumbre del sujeto -que allí se
confunde con el sujeto de la certidumbre- le llega con un acto de aserción de certidumbre
anticipada. Es en la posterioridad de las escansiones donde el sujeto sabrá que su aserto fue el
correcto. La verificación a posteriori confirma la justeza de algo que se alcanza como verdad
antes de que sea posible verificarla: es la verificación de la anticipación de la verdad. Existe una
distancia irreductible entre la verdad y su verificación, distancia que se reduce a la dimensión
temporal de la prisa.
El tiempo se modula según tres formas de subjetivación (sujeto impersonal en el instante de ver, sujeto indefinido recíproco en el tiempo para comprender, sujeto del aserto en el momento de concluir) que representan otras tantas transformaciones de los datos espaciales, visibles (pero
no vistos) simultáneamente, sobre el estado de combinación de los círculos (2 negros, 1 blanco
= instante de ver; 1 negro, 2 blancos = tiempo para comprender; 3 blancos = momento de
concluir). Sólo una topología de objetos no visibles simultáneamente, como la de la botella de
Klein, puede dar un soporte imaginario a la falta en ver de esos tiempos, que hacen agujero
(Kojève) en la representación. El objeto topológico sirve de soporte a la nominación de la falta en
la que desemboca la lógica de estos tiempos, puesto que el sujeto no se declara blanco por
verse blanco (ni siquiera porque otro lo vea blanco).
«El tiempo lógico» acompañó a Lacan durante toda su enseñanza («mi pequeño sofisma
personal» lo llama él) y tiene un valor paradigmático con aplicaciones múltiples. No constituye
una lógica del tiempo (cuyos impases han sido denunciados, por ejemplo, por Gardiès) sino una
lógica de la acción y de la deliberación (ligada al tiempo desde el ejemplo de la batalla naval
según Aristóteles) que se basa en tres tiempos. Esta lógica le otorga a la repetición de dos
escansiones un valor que no es el de situar al sujeto en el tiempo, sino el de engendrar al sujeto
del aserto por el tiempo de esas escansiones, aislando simultáneamente la función específica de
la prisa. En el momento de concluir, el tiempo de adelanto posible del otro se constituye como
objeto de una concurrencia temporal; el sujeto se precipita a concluir para «recuperar» su
eventual retardo, arrebatar ese objeto temporal de competencia, ese objeto (a)presurado
[h(a)té], como dice Lacan. En ese momento, ese objeto (a)presurado ocupa el lugar del objeto a
mirada, de que dependía el sujeto («en esta tema, justamente, cada uno interviene sólo, a título
de ese objeto a que él es bajo la mirada de los otros»; Lacan, Aun, 1973), y que cae en la falla
entre lo que es supuestamente visto por el otro y lo que el sujeto afirma al desprenderse de esa
suposición.
La función de la prisa es también decisiva en la identificación por la imagen en el espejo, donde
el sujeto anticipa aquello que él designa como yo, y en el fondo de la respuesta fantasmática,
donde hay una relación del sujeto con el tiempo que se enuncia en futuro anterior («él lo habrá
querido»), del lugar de Otro.
La escansión de las sesiones
Entre las múltiples consecuencias de este texto capital retendremos sólo las que atañen a la
maniobra de la transferencia, y en especial a la práctica de las sesiones escandidas, que aún
hoy escandalizan.
En «Posición del inconsciente», Lacan dice que «la transferencia es una relación esencialmente
ligada al tiempo y a su manejo» (Escritos). En tal sentido, la sesión escandida representa «el
modo más eficaz de la intervención y de la interpretación analítica» (Seminario del 1 de julio de
1959). Lacan prescribe que el deseo del analista debe limitarse al vacío, al corte, a ese lugar que
le dejamos al deseo para que allí se sitúe. Lo que se produce al final de cada sesión escandida
es inmanente a toda la situación en sí. La escansión no tiene obligatoriamente lugar al final de
una sesión; puede sobrevenir al inicio o al final de varias sesiones. Por este acto, el analista se
compromete físicamente en una operación que presentifica el corte como tal y como dimensión
temporal de pleno derecho (no hay más que un tiempo), para él y para el analizante. Se niega a
resguardarse detrás de un llamado contrato de duración, que engaña [leurre] al analizante en
cuanto a la obtención de algo que se le debe. Con este modo de intervención, el analista muestra
su disponibilidad a la palabra y apuesta a la enunciación; se regula según la distancia entre el
decir y el dicho. La escansión de la sesión, como la del tiempo lógico, toma el tiempo como
acontecimiento significante y no como lugar de duración mensurable que contiene los
enunciados. Este manejo del tiempo de la sesión anuda la repetición con la rememoración; lo
actual de la palabra que reinscribe en el lugar del Otro la no-identidad consigo mismas de las
palabras de la historia del sujeto permite acceder a lo que hace la indestructibilidad del deseo.
Si es cierto que existe una estructuración temporal de la verdad del síntoma, el analista debe
tener medios para actuar sobre los tiempos según la lógica que gobierna esta estructuración. De
tal modo le da al analizante una oportunidad de atravesar el plano de la identificación con el
sujeto supuesto saber. Pues al escandir las sesiones, el analista se pone en posición de
rechazo de todo saber, se priva él mismo del ideal de la acumulación del saber. Hace funcionar
su deseo de analista en la distancia entre el ideal del yo y el objeto a, según la operación llamada
«separación» por Lacan. Induce al analizante a emprender el camino de la declinación de su
fantasma. La escansión de sesión es como un acto fallido que libera significantes. Habrá sido
preciso que alguien olvide las llaves de su casa para que descubra que «casa» lo remite a
«caza». La anulación de la cosa, la llave (por el acto de olvido), ha hecho surgir su naturaleza
significante y la de la palabra «casa». En el corte de sesión hay esta dimensión de acto fallido
que, cortando el vinculo del lenguaje con la cosa, conecta las palabras con otras palabras para
producir un efecto de sujeto. Por eso el hallazgo, latente durante la sesión, se produce a menudo
en la posterioridad de ésta, y el sujeto experimenta prisa por volver a su sesión para realizar allí
la conexión con los significantes de la procedente.