Diccionario de psicología, letra T, Tótem y tabú

Diccionario de psicología, letra T, Tótem y tabú

Tótem y tabú

Obra de Sigmund Freud publicada por primera vez en cuatro partes en la revista Imago (entre 1912 y 1913) con el titulo de «Über einige Übereinstimmungen im Seelenleben des Wilden und der Neurotiker», y después, en 1913, con ei título de Totem und Tabu: Einige Übereinstimmungen im Seelenleben des Wilden und der Neurotiker. Traducida por primera vez al francés por Samuel Jankélévitch en 1924, con el titulo de Totem et Tabou, y en 1993 por Marielène Weber, con el
titulo de Totem et Tabou. Quelques concordances entre la vie psychique des sauvages et celle des névrosés. Traducida al ingés por primera vez en 1918 por Abraham Arden Brill, con el título de Totem and Taboo, y más tarde por James Strachey con el mismo título, primero en 1950 y después en 1953, con algunas modificaciones.
Junto con Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci y Moisés y la religión monoteísta, Tótem y, tabú se cuenta entre los libros más criticados de Freud. Los tres, en efecto, encierran errores manifiestos e interpretaciones erróneas que no escaparon a la mirada vigilante de los especialistas en arte, antropología e historia de las religiones. Sin embargo, estos tres libros son verdaderas obras maestras, tanto por su escritura, digna de la mejor literatura novelesca del
siglo XIX, como por el desafío que lanzan al razonamiento científico.
Es en la correspondencia con Sandor Ferenczi, su discípulo predilecto, donde se capta mejor la exaltación que se apoderaba de Freud al abordar el dominio de la antropología para ocuparlo a la manera de un general. Con esta historia de Tótem y tabú él creía haber realizado su mejor trabajo desde La interpretación de los sueños, y lo regocijaba la idea de provocar una nueva tempestad de indignación. Hay que decir que la apuesta era considerable.
En 1911, un año después de la creación de la International Psychoanalytical Association (IPA), Freud no era ya el padre primitivo de una horda salvaje, sino el maestro reconocido de una doctrina que acababa de darse un aparato político independiente del poder de él. Al descentrarse de Viena, el movimiento psicoanalítico pasó del estado de tribu primitiva al de sociedad moderna. De allí un doble distanciamiento: del padre respecto de los hijos, y de éstos respecto del padre. El primero corría el riesgo de padecer abandono, infidelidad, herejía,
humillación y derrota, cuando los otros sintieran alguna vez la tentación de rebelarse y destronar al déspota. Ya Wilhelm Stekel y Alfred Adler habían abandonado la nave; pronto lo haría Carl Gustav Jung.
¿Cómo evitar ese tipo de disidencias? ¿Cómo promulgar leyes que preservaran la libertad de cada uno sin poner trabas a la de los otros? ¿Cómo inventar para el psicoanálisis reglas técnicas y ética valiosas en todos los países, pero respetuosas de las diferencias culturales?
Finalmente, ¿Cómo darle una significación universal al complejo de Edipo, pivote conceptual del edificio freudiano? Tales eran entonces las cuestiones debatidas entre Freud y sus dos principales lugartenientes: Jung y Ferenczi.
Mientras que Jung sostenía que el padre era siempre el que prohibía el incesto, a juicio de Ferenczi el hombre primitivo, desde la noche de los tiempos, se había desarrollado en simbiosis con el destino geológico de la madre tierra. Freud, por su parte, deseaba aportar una explicación global del origen de las sociedades y la religión a partir de los datos del psicoanálisis: en otras palabras, dándole un fundamento histórico al mito de Edipo y a la prohibición del incesto, y demostrando que la historia individual de cada sujeto era sólo la repetición de la historia de la humanidad.
De los cuatro ensayos que componen la obra, los tres primeros fueron redactados durante el segundo semestre de 1911 y en 1912; el último, en la primavera de 1913. Aparecieron en la revista Imago y después se los reunió en un libro compuesto de cuatro partes: 1) El horror del incesto; 2) El tabú y la ambivalencia de los sentimientos; 3) Animismo, magia y omnipotencia del
pensamiento, y 4) El retorno infantil al totemismo. Freud no introdujo ninguna modificación en las ediciones posteriores.
El título del libro reflejaba la ambición teórica e inscribía la obra en la tradición de la antropología evolucionista de fines del siglo XIX. El término tótem había sido introducido en 1791, tomado de la lengua algonquina que se hablaba en la zona de los Grandes Lagos norteamericanos. A través de la obra de John Fergusson McLerman (18271881), dio más tarde origen a la teoría del
totemismo, que apasionó a la primera generación de antropólogos, así como la histeria fascinaba a los médicos: «La moda de la histeria y la del totemismo fueron contemporáneas -escribió Claude Lévi-Strauss-; se originaron en el mismo ambiente de la civilización y se explican en primer lugar por la tendencia común de varias ramas de la ciencia, hacia fines del siglo XIX, a constituir separadamente [. ..] ciertos fenómenos humanos que los científicos preferían
considerar exteriores a su universo moral [ … ]». El totemismo consistía en establecer una conexión entre una especie natural (un animal) y un clan exogámico, para dar cuenta de una hipotética «unidad» original de los diversos hechos etnográficos.
Proveniente de la Polinesia e introducida por el capitán Cook en 1777, la palabra tabú (taboo o Tabu) se había difundido con dos acepciones: por una parte, como específica de sus culturas de origen, y por la otra designando la prohibición en general. En cuanto a la palabra salvaje (Wilden), utilizada por Freud, remitía a la historia misma de la antropología evolucionista y a uno
de sus fundadores, Lewis Morgan (1818-1881), quien había dividido la historia de la humanidad en tres estadios: el salvajismo (caracterizado por la caza), la barbarie (alfarería y útiles de hierro), y la civilización (escritura). En sus Tres ensayos de teoría sexual Freud había ya retomado la noción de estadio para describir la evolución del sujeto en función de la libido.
En el prefacio de 1913 presentó Tótem -Y tabú como una aplicación del psicoanálisis a «problemas no esclarecidos de la psicología de los pueblos», pretendiendo oponerse a Wilhelm Wundt (1833-1920) por un lado, y a Jung por el otro. El primero, a juicio de Freud, perseguía «el mismo objetivo [con] las hipótesis y los modos de trabajo de la psicología no analítica»; el segundo, a la inversa, trataba de «resolver problemas de psicología individual recurriendo a
material de la psicología de los pueblos». «No tengo inconvenientes en reconocer -admite Freud- que de estos dos lados ha emanado la instigación más inmediata para mis propios trabajos.» De hecho, redactó este prefacio en septiembre de 1913, un mes antes del Congreso de la IPA en Múnich, en el que se produjo el alejamiento definitivo de Jung del movimiento psicoanalítico.
En primer lugar, la obra se presenta a la vez como una fantasía darwiniana sobre el origen de la humanidad, una digresión sobre los mitos fundadores de la religión monoteísta, una reflexión sobre la tragedia del poder, desde Sófocles hasta Shakespeare, y un largo viaje iniciático por la literatura etnológica de fines del siglo XIX y principios del XX.
Resumimos lo esencial. En un tiempo primitivo, los hombres vivían en pequeñas hordas, cada una de ellas sometida al poder despótico de un macho que se apropiaba de las hembras. Un día, los hijos de la tribu, en rebelión contra el padre, pusieron fin al reino de la horda salvaje. En un acto de violencia colectiva, mataron al padre y comieron su cadáver. Pero después del asesinato se arrepintieron, renegaron del crimen y crearon un nuevo orden social, instaurando simultáneamente la exogamia (o renuncia a la posesión de las mujeres del clan del tótem) y el totemismo, basado en prohibir el asesinato del sustituto del padre (el tótem). Totemismo, exogamia, prohibición del incesto: tal había sido el modelo común de todas las religiones, y en particular del monoteísmo.
Desde esta perspectiva, el complejo de Edipo, sacado a luz por el psicoanálisis, según Freud no era nada más que la expresión de dos deseos reprimidos (deseo de incesto, deseo de asesinar al padre) contenidos en los dos tabúes propios del totemismo: la prohibición del incesto, la prohibición de matar al padre tótem. Era por lo tanto universal, puesto que traducía las dos grandes prohibiciones fundantes de todas las sociedades humanas.
Para describir el modo en que en la sociedad primitiva se transfería a un animal (el tótem) la representación del padre muerto, Freud apeló a su teoría de la sexualidad infantil, a la historia de Herbert Graf (Juanito), y sobre todo a una observación paradigmática proporcionada por Ferenczi: el caso de «Arpad, el Niño Gallo». Mordido en el pene a los 2 años y medio cuando  orinaba en un gallinero, Arpad había renunciado al lenguaje humano y se había transformado él mismo en gallo para cacarear y lanzar quiquiriquíes. A los 5 años comenzó a hablar de nuevo, pero sólo se interesaba por historias de aves de corral. A veces asistía con deleite al degüello de los pollos, y a continuación acariciaba voluptuosamente el cadáver del animal; en otros momentos afirmaba que su padre era un gallo, y él mismo un pollito que se convertiría en pollo y después en gallo. En este ejemplo Freud constató dos analogías con el totemismo: la
identificación total con el animal tótem, y la ambivalencia de los sentimientos respecto de él. Llegó a la conclusión de que el complejo de Edipo era la condición del totemismo, puesto que las dos prohibiciones de este último (no matar al tótem ni usar sexualmente a una mujer pertenenciente al clan del tótem) coincidían con los dos crímenes de Edipo (que mató al padre y desposó a la
madre).
Al postular de este modo la existencia primera de un complejo universal propio de todas las sociedades humanas y ubicado en el origen de todas las religiones, Freud pretendía aportar una solución psicoanalítica a la antropología evolucionista, que veía en la instauración del tótem la prefiguración de la religión, y en la del tabú, el pasaje de la horda salvaje a la organización del
clan.
Para construir esta fábula se basó en la literatura evolucionista. En primer lugar, tomó de Charles Darwin la célebre historia de la horda salvaje, narrada en El origen del hombre, y después la teoría de la recapitulación, según la cual el individuo repite los principales estadios de la evolución de la especie (la ontogénesis resume la filogénesis), y finalmente la tesis de la Inerencia de los caracteres adquiridos. Popularizada por Jean Baptiste Lamarck (1744-1829) y
retomada por Darwin y Ernst Haeckel, esta tesis «neolamarckiana» fue cuestionada en 1883 por August Weismann (1834-1914) y definitivamente abandonada en 1930.
De James George Frazer (1854-1941) -el autor de la famosa epopeya La rama dorada, historia del rey asesino de la Antigüedad latina muerto por su sucesor, siendo que él mismo había obtenido su poder por el asesinato de quien lo había precedido-, Freud aceptó la concepción del totemismo como modo del pensamiento arcaico de las sociedades llamadas «primitivas». De William Robertson Smith (1846-1894) retomó la tesis de la comida totémica y de la sustitución de la horda por el clan. En James Jasper Atkinson encontró la idea de que el sistema patriarcal encontró su fin en la rebelión de los hijos y el devoramiento del padre. Y de la obra de Edward Westermark (1862-1939) extrajo consideraciones sobre el horror M incesto y el carácter nocivo de los matrimonios entre consanguíneos.
Así como en 1905 Freud había utilizado los trabajos de la sexología para construir una doctrina de la sexualidad muy alejada de la de los sexólogos, en 1911-1913 se inspiró en la antropología evolucionista, mientras la ponía en contradicción con ella misma, dando finalmente una nueva definición de la universalidad de la prohibición del incesto y de la génesis de las sociedades
humanas.
Por un lado, consideró al salvaje como un equivalente del niño, y conservó los estadios evolutivos, pero en cambio abandonó toda la teoría antropológica de la «superioridad» de la civilización y la «inferioridad» del estado primitivo, coincidiendo en esto con la etnología moderna (desde Bronislaw Malinowski hasta Marcel Mauss), para la cual no hay una jerarquía de culturas. En consecuencia, Freud no hizo del totemismo un modo de pensamiento mágico menos elaborado que el espiritualismo o el monoteísmo: por el contrario, lo consideró una supervivencia interna en todas las religiones. Y, por la misma razón, sólo comparó al salvaje con el niño para demostrar la adecuación entre la neurosis infantil y la condición humana en general, y erigir de este modo el complejo de Edipo como modelo universal.
Finalmente, en cuanto a la prohibición del incesto y el origen de las sociedades, Freud aportó un nuevo esclarecimiento. Por una parte, renunciaba a la idea misma de origen, afirmando que la famosa horda no había existido en ninguna parte: el estado original era de hecho la forma interiorizada en cada sujeto (la ontogénesis) de una historia colectiva (la filogénesis) que se repetía a lo largo de las generaciones; por otra parte, subrayó que la prohibición del incesto no
provenía, como pensaba Westermarck, de un sentimiento natural de repulsión de los hombres respecto de esta práctica, sino que, por el contrario, existía un deseo de incesto, y este deseo tenía por corolario la prohibición instaurada en forma de ley y de imperativo categórico. ¿Por qué, en efecto. se habría prohibido un acto, si era cierto que causaba tal horror a la colectividad?
En otras palabras, Freud le aportó dos temas a la antropología: el de la ley moral y el de la culpa.
En lugar del origen, un acto real: el asesinato necesario; en lugar del horror al incesto, un acto simbólico: la interiorización de la prohibición. Desde esta perspectiva, todas las sociedades se basaban en el magnicidio, pero sólo salían de la anarquía asesina si ese magnicidio era seguido por la sanción y una reconciliación con la imagen del padre, la única que daba autoridad a la
conciencia.
Tótem y tabú es más un libro político de inspiración kantiana que una obra de antropología propiamente dicha. En ese carácter, propone una teoría del poder democrático centrada en tres necesidades: necesidad de un acto fundador, necesidad de la ley, necesidad de la renuncia al despotismo. Sin duda Freud pensaba en este punto en Cromwell (su héroe), en la democracia inglesa, tan admirada, y en el Imperio Austro-Húngaro, cuya declinación advertía. Mientras se inspiraba en el gran fresco de Johann Jakob Bachofen (1815-1887) sobre el reinado de la madre, no oponía el patriarcado al matriarcado, ni valorizaba uno de los sistemas en detrimento del otro. Sin embargo, como en su teoría de la libido, renunció al dualismo evolucionista, asociando la génesis de la institución social con un principio masculino: ese principio era la razón, pero el «macho» no era ya el único que la poseía, puesto que la instauración de la
sociedad de los hijos había permitido la abolición del despotismo del padre y su revalorización en forma de la ley.
Tótem y tabú no fue recibido como un libro político, sino por lo que pretendía ser: una contribución del psicoanálisis a la antropología, que intentaba otorgarle a esta última un fundamento psicoanalítico. No suscitó la indignación esperada, pero sí severas críticas, a menudo justificadas. En efecto, Freud no sólo seguía atado a los marcos de un evolucionismo del que la etnología de principio de siglo estaba emancipándose al renunciar a las fábulas y mitos
para estudiar minuciosamente las sociedades reales, sino que además tenía la pretensión de regir en un dominio del que no sabía nada, sin tener en cuenta los trabajos modernos. Lo mismo que James Frazer, Freud pareció entonces un científico de otra época, encerrado en su consultorio y dialogando con los adeptos del folclore totémico, en el momento en que los investigadores abandonaban los recintos cerrados de las universidades para viajar a la
Melanesia.
La crítica desarrollada en 1920 por el antropólogo norteamericano Alfred Kroeber (1876-1960), estudioso de los indios de Norteamérica, tenía esta misma dirección y fue retomada por numerosos representantes de la disciplina. Sonó como un tiro de gracia, aunque Kroeber le había atribuido al conjunto de la obra freudiana una importancia considerable para la elucidación del psiquismo humano.
Finalmente, en virtud de las resistencias que suscitó, Tótem y tabú fue el punto de partida de los vivos debates entre Malinowski, Ernest Jones y Geza Roheim, los cuales dieron origen a una escuela de antropología psicoanalítica de lengua inglesa.