Diccionario de psicología, letra T, Trauma – traumatismo (psíquico)

Trauma, traumatismo (psíquico)
Al.: Trauma.
Fr.: trauma o traumatisme.
Ing.: trauma.
It.: trauma.
Por.: trauma, traumatismo.

Acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la Incapacidad del sujeto de
responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca
en la organización psíquica.
En términos económicos, el traumatismo se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo, en relación con la tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar psíquicamente dichas excitaciones.
Trauma y traumatismo son términos utilizados ya antiguamente, en medicina y cirugía. Trauma,
que viene del griego «herida», y deriva de «perforar», designa una herida con efracción;
traumatismo se reservaría más bien para designar las consecuencias sobre el conjunto del
organismo de una lesión resultante de una violencia externa. Pero no siempre se halla implícita la
noción de efracción del revestimiento cutáneo; así, por ejemplo, se habla de «traumatismos
cráneo cerebrales cerrados». Se observa también que en medicina los dos términos «trauma» y
«traumatismo» tienden a utilizarse como sinónimos.
El psicoanálisis ha recogido estos términos (en Freud sólo se encuentra Trauma) transponiendo al plano psíquico las tres significaciones inherentes a los mismos: la de un choque violento, la de una efracción y la de consecuencias sobre el conjunto de la organización.
El concepto de traumatismo remite, ante todo, como el propio Freud indicó, a una concepción
económica: «Llamamos así a una experiencia vivida que aporta, en poco tiempo, un aumento tan
grande de excitación a la vida psíquica, que fracasa su liquidación o su elaboración por los
medios normales y habituales, lo que inevitablemente da lugar a trastornos duraderos en el
funcionamiento energético». El aflujo de excitaciones es excesivo en relación a la tolerancia del
aparato psíquico, tanto si se trata de un único acontecimiento muy violento (emoción intensa)
como de una acumulación de excitaciones, cada una de las cuales, tomada aisladamente, sería
tolerable; falla ante todo el principio de constancia, al ser incapaz el aparato de descargar la
excitación.
Freud dio, en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), una
representación figurada de este estado de cosas, considerándolo al nivel de una relación
elemental entre un organismo y su medio ambiente: la «vesícula viva» se mantiene resguardada
de las excitaciones externas por medio de una capa protectora o protector contra las
excitaciones, que sólo deja pasar cantidades de excitación tolerables. Cuando esta capa
experimenta una efracción extensa, nos hallamos ante el trauma: la tarea del aparato consiste
entonces en movilizar todas las fuerzas disponibles, a fin de establecer contracatexis, fijar
sobre el terreno las cantidades de excitación aferentes y restablecer así las condiciones de
funcionamiento del principio de placer.
Es clásico definir los comienzos del psicoanálisis (entre 1890 y 1897) del siguiente modo: en el
terreno teórico, la etiología de la neurosis se atribuye a experiencias traumáticas pasadas,
haciendo retroceder cada vez más la época de estas experiencias, a medida que profundizan
las investigaciones analíticas, desde la edad adulta a la infancia;. en cuanto a la técnica, la
eficacia de la cura se busca en la abreacción y la elaboración psíquica de las experiencias
traumáticas. Asimismo es clásico señalar que tal concepción pasó paulatinamente a segundo
plano.
Durante este período de creación del psicoanálisis, el trauma designa, ante todo, un
acontecimiento personal de la historia del sujeto, cuya fecha puede establecerse con exactitud,
y que resulta subjetivamente importante por los afectos penosos que puede desencadenar. No
puede hablarse de acontecimientos traumáticos de un modo absoluto, sin tener en cuenta la
«susceptibilidad» (Empfünglichkeit) propia del sujeto. Para que exista trauma en sentido estricto,
es decir, falta de abreacción de la experiencia, la cual persiste en el psiquismo a modo de un
«cuerpo extraño», deben darse determinadas condiciones objetivas. Ciertamente, el
acontecimiento, por su «misma naturaleza», puede excluir la posibilidad de una abreacción
completa (por ejemplo, «pérdida de un ser querido y aparentemente insubstituible»); pero, aparte
de este caso extremo, lo que confiere al acontecimiento su valor traumático son determinadas
circunstancias específicas: condiciones psicológicas en las que se encuentra el sujeto en el
momento del acontecimiento («estado hipnoide» de Breuer), situación efectiva (circunstancias
sociales, exigencias de la tarea que se está efectuando) que dificulta o impide una reacción
adecuada («retención») y finalmente, sobre todo, según Freud, el conflicto psíquico que impide al
sujeto integrar en su personalidad consciente la experiencia que le ha sobrevenido (defensa).
Además, Breuer y Freud observan que una serie de acontecimientos, cada uno de los cuales no
actuaría como trauma, pueden sumar sus efectos («sumación»).
Se aprecia que, bajo la diversidad de condiciones establecidas en los Estudios sobre la histeria
(Studien über Hysterie, 1895), existe un denominador común, el factor económico, siendo las
consecuencias del trauma la incapacidad del aparato psíquico de liquidar las excitaciones según
el principio de constancia. Asimismo se concibe la posibilidad de establecer una serie que se
extendería desde el acontecimiento cuya eficacia patógena se debe a su violencia y a lo
inopinado de su aparición (por ejemplo, un accidente), hasta el acontecimiento cuyo poder
patógeno obedece a su inserción en una organización psíquica que comporta ya sus puntos de
ruptura muy particulares.
El valor concedido por Freud al conflicto defensivo en la génesis de la histeria y, en general, de las «psiconeurosis de defensa», no disminuye la función del traumatismo, aunque complica la teoría del mismo. Señalemos, ante todo, que, durante los años 1895-1897, se afirma cada vez más la tesis según la cual el trauma es esencialmente sexual y que, durante el mismo período, el traumatismo originario se descubre en la vida prepuberal.
No es éste el lugar adecuado para presentar en forma sistemática la concepción de Freud en
aquella época acerca de la articulación entre el trauma y la defensa, tanto más cuanto que sus
puntos de vista acerca de la etiología de las psiconeurosis se hallaban en constante evolución.
Con todo, varios textos del citado período exponen o suponen una tesis muy precisa, que tiende
a explicar cómo el acontecimiento traumático desencadena, por parte del yo, en lugar de las
defensas normales habitualmente utilizadas frente a un acontecimiento penoso (por ejemplo,
desviación de la atención), una «defensa patológica» (cuyo modelo es, entonces, para Freud la
represión), la cual actúa según el proceso primario.
La acción del trauma se descompone en varios elementos y supone siempre la existencia de,
por lo menos, dos acontecimientos: en una primera escena, llamada de seducción, el niño sufre
una tentativa sexual por parte de un adulto, sin que ésta despierte en él excitación sexual; una
segunda escena, a menudo de apariencia anodina, y ocurrida después de la pubertad, evoca,
por algún rasgo asociativo, la primera. Es el recuerdo de la primera el que desencadena un aflujo
de excitaciones sexuales que desbordan las defensas del yo. Si bien Freud denomina traumática
la primera escena, se observa que, desde un punto de vista estrictamente económico, este
carácter sólo le es conferido con posterioridad; o incluso: solamente como recuerdo la primera
escena se vuelve posteriormente patógena, en la medida en que provoca un aflujo de excitación
interna. Esta teoría otorga su pleno sentido a la célebre fórmula de los Estudios sobre la
histeria: «[…] los histéricos sufren sobre todo de reminiscencias» (der Hysterische leide[t]
grösstenlei1s an Reminiszenzen).
Al mismo tiempo, vemos modificarse la apreciación del papel desempeñado por el acontecimiento
exterior. La idea del traumatismo psíquico deja de ser una copia del traumatismo físico, por
cuanto la segunda escena no actúa por su propia energía, sino solamente en la medida en que
despierta una excitación de origen endógeno. En este sentido, la concepción de Freud, que
resumimos aquí, prepara ya el camino hacia la idea según la cual la eficacia de los
acontecimientos externos proviene de las fantasías que activan, y del aflujo de excitación
pulsional que desencadenan. Pero, por otra parte, se aprecia que Freud no se contenta, en
aquella época, con describir el trauma como el despertar de una excitación interna por efecto de
un acontecimiento exterior que es solamente su causa desencadenante; siente la necesidad de
relacionar a su vez este acontecimiento con un acontecimiento anterior que sitúa en el origen de
todo el proceso (véase: Seducción).
En los años siguientes, el alcance etiológico del trauma fue disminuyendo en favor de la vida
fantasmática y de las fijaciones a las diversas fases libidinales. El «punto de vista traumático»,
aun cuando no resulta «abandonado», como subraya el propio Freud, se integra en una
concepción que hace intervenir otros factores, como la constitución y la historia infantil. El
traumatismo, que desencadena la neurosis en el adulto, constituye una serie complementaria
junto con la predisposición que a su vez incluye dos factores complementarios, endógeno y
exógeno:

«Etiología de la neurosis =        Disposición por fijación de la libido
+ Acontecimiento accidental (Traumático)

Constitución sexual (acontecimiento prehistórico) Acontecimiento infantil»
Se observará que, en este cuadro dado por Freud en las Lecciones de introducción al
psicoanálisis (Vorlesungen zur EinfíJhrung in die Psychoanalyse, 1915-1917), el término
«traumatismo» designa un acontecimiento que sobreviene en un segundo tiempo y no las
experiencias infantiles que se hallan en el origen de las fijaciones. El alcance del trauma se
reduce y su originalidad disminuye: en efecto, se tiende a asimilar, en el desencadenamiento de
la neurosis, a lo que Freud, en otras formulaciones, denominó Versagung (frustración).
Pero, mientras la teoría traumática de la neurosis adquiere una importancia más relativa, la
existencia de las neurosis de accidente y, sobre todo, de las neurosis de guerra, vuelve a situar
en el primer plano de las preocupaciones de Freud el problema del trauma, bajo la forma clínica
de las neurosis traumáticas.
Este interés lo atestigua, desde un punto de vista teórico, el trabajo Más allá del principio del
placer. Se vuelve a utilizar la definición económica del trauma como efracción, lo cual conduce a
Freud a hacer la hipótesis de que un aflujo excesivo de excitación anula inmediatamente el
principio de placer, obligando al aparato psíquico a realizar una tarea más urgente «más allá del
principio del placer», tarea que consiste en ligar las excitaciones de tal forma que se posibilite su
descarga ulterior.
La repetición de los sueños en los que el sujeto revive intensamente el accidente y se coloca de
nuevo en la situación traumática, como para controlarla, es atribuida a una compulsión a la
repetición. De un modo más general, puede decirse que el conjunto de fenómenos clínicos en los
que Freud ve actuar esta compulsión, pone en evidencia que el principio de placer, para poder
funcionar, exige que se cumplan determinadas condiciones, que son abolidas por la acción del
traumatismo, en la medida en que éste no es una simple perturbación de la economía libidinal,
sino que viene a amenazar más radicalmente la integridad del sujeto (véase: Ligazón).
Por último, en la teoría de la angustia, renovada en Inhibición, síntoma y angustia (Heinmung,
Symptom und Angst, 1926), y, de un modo más general, en la segunda tópica, el concepto de
trauma adquirirá un valor creciente, aparte de toda referencia a la neurosis traumática
propiamente dicha. El yo, al desencadenar la señal de angustia, intenta evitar ser desbordado
por la aparición de la angustia automática que caracteriza la situación traumática, en la cual el yo
se halla indefenso (véase: Desamparo). Esta concepción lleva a establecer una especie de
simetría entre el peligro externo y el peligro interno: el yo es atacado desde dentro, es decir, por
las excitaciones pulsionales, como lo es desde fuera. El modelo simplificado de la vesícula viva,  tal como Freud lo presentó en Más allá del principio del placer (véase supra), deja de ser válido.
Finalmente se observará que, buscando el núcleo del peligro, Freud lo encuentra en un aumento,
más allá de lo tolerable, de la tensión resultante de un aflujo de excitaciones internas que exigen
ser liquidadas. Esto es lo que, en último término, explicaría, según Freud, el «traumatismo del
nacimiento».