Diccionario de psicología, letra V, Vínculo

Vínculo

Definición
Del latín: «vinculum» de «vincire» que significa atar, unión o atadura de una persona o cosa con
otra. Antiguamente expresaba una unión sujetada firmemente que se hacía juntando un haz de
ramas atada con una cuerda de nudos, sugiriendo una atadura lo más duradera posible
(Corominas, 1973).
El vínculo constituye una noción central de la ampliación metapsicológica de Berenstein y Puget, que lo conciben como una construcción básica para la construcción de la subjetividad que se da simultáneamente en tres espacios psíquicos, cada uno de ellos con sus representaciones específicas e independientes entre sí. Es una ligadura estable entre yoes deseantes con características de extraterritorialidad. Se diferencia de la relación de objeto, que es
intrasubjetiva. Es una organización inconsciente constituida por dos polos (dos yoes, descripto
desde un observador virtual, o un yo y un otro, visto desde sí mismo) y un conector o
intermediario que los liga.
Se representa en configuraciones y se realiza en un entramado fantasmático que se produce
entre los yoes, en una zona de contacto entre la investidura narcisista y lo incompartible del otro.
El vínculo es registrado por los yoes como un sentimiento de pertenencia. Se rige más por la
suplementación que aporta el «exceso» del otro en cada yo, por los nuevos sentidos que se
ofrecen los yoes entre sí, que por la complementariedad. Se sostiene en una serie de
estipulaciones inconscientes tales como acuerdos, pactos y reglas que contienen una cualidad
afectiva. Dicho entramado fantasmático es de orden representacional y está regido por las leyes
de condensación y desplazamiento, a las cuales Berenstein le añade la ley de oposición,
determinante de las semejanzas y diferencias entre los yoes. (1995)
Origen e historia del término
La complejidad, la polisemia y la ubicuidad de la noción de vínculo se enmarcan en una
diversidad que incluye desde planteos que desestiman su importancia para la práctica del
psicoanálisis, pensado fundamentalmente desde la intrasubjetividad, hasta orientaciones
teóricas como las de que lo consideran un concepto fundante del mundo intersubjetivo. Los
primeros conciben el vínculo como relaciones de objeto, los últimos como producto de la
intersubjetividad constituyente a su vez de los sujetos del vínculo. Los vínculos han sido
teorizados desde múltiples perspectivas que engloban diferentes planteos metapsicológicos, a
menudo inconciliables. La diversidad también abarca posturas que toman la vinculación como un
comportamiento biológico interindividual, que depende de una motivación innata, hasta el vínculo
pensado psicoanalíticamente como una organización inconsciente.
Existe una multiplicidad de referencias e intuiciones en la obra de Freud, que pueden ser
consideradas como antecedentes de una concepción intersubjetiva. Losso (1990) señala que la
postulación freudiana (1921) de un descentramiento del sujeto respecto del yo producido a
través de la identificación originaria con la o las figuras parentales pone sobre el tapete la
ajenidad del sujeto con respecto a su propio yo. Si bien las concepciones relacionales del
desarrollo del individuo datan desde larga data, es sobre todo a partir de la década del 50 que
las teorizaciones sobre los vínculos adquieren un mayor desarrollo. Dentro de las últimas
orientaciones hay matices y diferencias entre los autores. Resulta imposible mencionar aquí
todos los aportes existentes en el desarrollo de este término.
En 1956 Bateson y sus colaboradores formulan la hipótesis del «doble vínculo» basándose en la
teoría de los tipos lógicos de Whitehead, y Russell y señalan sus implicaciones psicopatológicas.
El doble vínculo es aquel que se establece entre personas atrapadas en un sistema estable,
productor de definiciones conflictivas de dicha relación. La definición de doble vínculo sufre
varias modificaciones durante el desarrollo de la obra de Bateson, pasando del campo de la
patología al de la creación, convirtiéndose finalmente en un principio abstracto que define un
proceso de creación fundado en la inversión de los diferentes niveles de mensajes .
Entre las nociones de sistema y de estructura, surgen distintas corrientes teóricas. Pichón
Riviére (1956-57), así como Bion, W. (1959) se refiere al vínculo en términos intra e
intersubjetivos. Visualiza el mundo interno como reconstrucción de la trama vincular en la que
emerge el sujeto. La noción de instinto cede paso a la de estructura vincular. El sujeto pichoniano
es un sujeto activo, creativo, transformador de su contexto sociocultural y el vínculo constituye
la manera particular con que un sujeto se conecta o relaciona con otro creando una estructura
particular para cada caso y cada momento. Existen distintos tipos de vínculos: depresivo,
hipocondríaco, paranoico, etcétera. Esta teoría se centra en el vínculo como una estructura que
incluye un sistema de transmisión – receptor, mensaje, canal, signo, símbolos y ruido. Los
vínculos «internos» serían relaciones externas que han sido internalizadas, el conjunto de dos
representaciones de objeto y la relación entre ambas. Las relaciones intersubjetivas se
establecen sobre la base de necesidades en las que interviene la fantasía inconsciente,
fundamento motivacional del vínculo. El vínculo para Pichon incluye al sujeto y al objeto, su
interacción, sus modos de comunicación y aprendizaje, configurando un proceso en forma de
espiral dialéctica.
Para Bion (1965) el vínculo describe una experiencia emocional en la que dos personas (vínculo interpersonal) o dos partes de una personalidad (vínculo intrapsíquico entre distintas
representaciones, entre pulsión y representación o entre pensamiento y afecto) están
relacionadas unas con otras, con la presencia de emociones básicas. La investidura libidinal
entre la madre y el lactante sería la base de todo vínculo. Selecciona tres grandes grupos de
emociones: amor (L), odio (H) y conocimiento (K) intrínsecas al vínculo entre dos objetos que se
afectan mutuamente. Considera que ninguna experiencia emocional puede ser concebida fuera
de una relación. Sus postulaciones abarcan principalmente los aspectos más fusionales,
regresivos y narcisistas que se ponen en juego en la vincularidad.
Desde una concepción relacional del individuo Winnicott (1952) afirma que «el centro de
gravedad de ser no tiene su comienzo en un individuo sino en una organización total».
El planteo bioniano del efecto estructurante de los fantasmas originarios en el proceso grupal, es
retomado por Kaës, R. (1972) quien formula nuevas precisiones sobre las características de
dichos fantasmas referidas, por ejemplo, a la noción de permutación o de circularidad de los
lugares y posiciones estructurales. Para este autor la estructura de relación básica que sustenta
el vínculo está constituida por los fantasmas originarios. Habría en la base de todo vínculo un
intento de superación de la discontinuidad con el otro, una tentativa de retorno a un nivel primario
de funcionamiento en que el psiquismo materno y el del infans se confunden entre sí. Postula
además tres modalidades de lo negativo (de obligación, relativa y radical) necesarias para la
constitución, organización y mantenimiento del vínculo que implican el sacrificio de ciertas zonas
del sí-mismo y del otro en aquello que debe ser objeto de una renuncia pulsional, de la represión
de una representación o del rechazo de un afecto. En 1989 descarta la hipótesis de un
inconsciente del conjunto, proponiendo que «ciertas formaciones del inconsciente acaso deban
algunos de sus contenidos y una parte de sus destinos al hecho de estar constituidas dentro del
conjunto y de ser constitutivas de éste».
Con una concepción esencialmente vincular del psiquismo, Aulagnier, P. (1975) señala la
arbitrariedad de todo intento de separación entre los espacios psíquicos del infans y de la madre
en los que se inscribe una misma experiencia de encuentro. Resalta el carácter vital del
encuentro con un portavoz sujeto al sistema de parentesco y a la estructura lingüística. Para
esta autora, un vínculo estable se construye en base a una compleja interacción de diferentes
niveles de representaciones vinculares: originario, interfantasmático e ideico. (ver
Representación vincular) La subjetivación y desprendimiento del infans dependen del deseo de
la madre de que este acceda a cierta autonomía. Su reconocimiento del carácter plural de la
subjetividad abarca distintas posibilidades de resolución del enigma de la escena primaria, en
tanto organizadora de la inclusión del tercero para la madre y el infans.
Existen otros desarrollos teóricos contemporáneos más o menos afines a la Teoría de las
Configuraciones Vinculares, con variadas diferencias teóricas según los autores.
Con una perspectiva estructuralista, Liberman, D. y Labos, E. (1982) toman la idea de una trama
inconsciente comunicacional que participa en la constitución de las fantasías inconscientes del
sujeto y desarrollan el concepto de «organización de la fantasía vincular circunstancial». Los
elementos interpersonales, apoyados en una determinada fantasía inconsciente, son los que
marcan la dirección del sentido de la significación.
Refiriéndose a los vínculos inconscientes intrafamiliares, Eiguer, A. (1983-1984) habla de «haces
de investiduras recíprocas entre sus miembros». Diferencia dos tipos de vínculos que se
articulan entre sí simultánea y complementariamente: los narcisistas y los objetales.
Para Maldavsky (1991) el vínculo es una formación inconsciente compleja, promovida por el
empuje pulsional y desiderativo acotado por las tradiciones, las exigencias contextuales y las
restricciones de cada individuo. Es el resultado de transacciones que distribuyen posiciones
interindividuales creando una red defensiva que hace a la determinación de cada organización
particular.
¿Qué estabilidad mínima se requiere para la existencia de un vínculo? Seiger y Moguillansky
(1991) hacen una precisión por la cual distinguen el vínculo, como organización estable, del
estado vincular, que tiene un carácter provisorio, fluctuante o puntual.
Algunos autores subrayan el descentramiento del sujeto presente en la vincularidad. Merea, E.
C. (1994) (20) piensa el inconsciente como situado en el espacio intermedio de la vida relacional.
Concibe un aparato psíquico extenso, homeoerético, interpenetrado con el semejante, con
tendencia a mantener cierto nivel conflictividad intersubjetiva.
Para Puget, J. y Berenstein, I. (1988) todo vínculo se origina en un intento de resolver una falta,
una condición de desamparo originario. Ser sujeto y objeto simultáneamente y elegir a un otro
como objeto propone una alternancia entre actividad y pasividad indispensable en la constitución
del vínculo. El dominio del vínculo requiere de una relación entre un yo y un otro cuya presencia
es imprescindible para la construcción de la realidad (realidad psíquica vincular). Siguiendo las
conceptualizaciones de Aulagnier, afirman que en la intersubjetividad se reviste de fantasía el
componente real e irreductible del otro en un intento de conocerlo. Esto hace que el yo lo pierda
y posea a la vez, intentando ilusoriamente tener lo que nunca tuvo.
Bernard, M (1997) considera que en el hay dos polos: uno adaptativo que da cuenta de la
realidad externa y otro imaginario o fantasmático que constituye una membrana de
para-excitación que envuelve el vínculo. Plantea que en el dispositivo psicoanalítico bipersonal
hay un vínculo, pero advierte que la presencia del otro en la escena analítica, puede darle un
viso de realidad a los despliegues transferenciales que allí se producen.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
La noción de vínculo es una idea fundante del movimiento psicoanalítico de las Configuraciones Vinculares, implicando ampliaciones metapsicológicas. El vínculo es considerado como
constitutivo y constituyente de los sujetos. Lo social y lo familiar los precede.
Para Puget, J. (1988) «el vínculo con el cuerpo social es un compuesto de elementos
inconscientes, activos pero mudos y otros conscientes», del cual depende la inscripción en la
continuidad histórica, la cultura y las leyes de parentesco. Berenstein, I., en cambio, reserva la
denominación de vínculo para el espacio intersubjetivo. Estas ligaduras estables socioculturales
están directamente relacionadas con el sentimiento de pertenencia y refieren a representaciones
inconscientes socioculturales inscriptas muy tempranamente en el psiquismo, difícilmente
accesibles a las palabras. Los vínculos pueden tener modos más primitivos de funcionamiento
(con prevalencia de fusión) o más complejos (con prevalencia de la alteridad o discontinuidad).
Berenstein, I. (1991) realiza tres precisiones en esta noción referidas a los siguientes aspectos:
los territorios donde se establecen las ligaduras estables, su cualidad (duradera o transitoria,
pasible de ser expresada con palabras o no, etc.) y la direccionalidad del significado
inconsciente.
Con relación a los territorios, diferencia tres espacios: el de la intrasubjetividad caracterizado por
relaciones de objeto, por leyes de condensación y desplazamiento, el de la intersubjetividad
caracterizada por vínculos y el espacio transubjetivo caracterizado por las representaciones
inconscientes socioculturales. El área de la intersubjetividad presupone una configuración de
sujetos reales externos con una producción interfantasmática que depende de las leyes del
conjunto, entre las que se destacan las de correspondencia y correlatividad. Se caracteriza por
la presencia de vínculos que engloban a los sujetos, con características de extraterritorialidad.
La transubjetividad refiere a los significantes y significados socioculturales inconscientes que
atraviesan las subjetividades y los vínculos, cuyo prototipo serían los procesos ideológicos.
La segunda precisión alude a la reformulación de la cualidad de estabilidad en la noción de
vínculo, planteada actualmente como una tendencia a la estabilidad, incluyendo bajo la
denominación de vínculo no solamente los intercambios estables sino también aquellos contactos
únicos, efímeros o derivados del azar.
La tercera precisión refiere a la direccionalidad del significado inconsciente. En el mundo
intersubjetivo ésta proviene del vínculo, considerado como algo propio que excede la suma de
los yoes relacionados, irradiándose a las otras áreas (mundo interno y sociocultural).
Los vínculos se sostienen en la capacidad de transferir, en el intento ilusorio de recuperar la
sensación oceanica propia de la vivencia de unicidad. La presencia de un otro real externo,
sería una condición necesaria para constituirse en soporte y garante de la bidireccionalidad del
vínculo, entendida como una ligadura estable entre dos seres deseantes. Berenstein le asigna a
la vivencia de separatividad entre los yoes un carácter defensivo frente a la vivencia de fusión.
(Berenstein, 1995).
Rojas y Sternbach (1994), aludiendo a los tres registros lacanianos, admiten niveles conscientes
e inconscientes en el vínculo. Es posible discriminar en el vínculo distintas dimensiones: «una,
narcisística, marcada por la fusión y la ilusión de plenitud, ineludible en el encuentro con el otro
por la marca del desamparo primordial. Otra, simbólica, campo del deseo y del lenguaje, marcada
por la castración y el reconocimiento de la alteridad; y la tercera dimensión, el orden de la
satisfacción pulsional, fuertemente enraizada en la corporeidad.
En cuanto a la naturaleza de la cualidad vinculante Berenstein, I. (1991) distingue lugares activos
y pasivos del vínculo. Afirma que los vínculos tienen una tendencia a estabilizarse constituyendo
ligaduras estables. Dicho autor apoya la idea de la existencia en el ser humano de una
capacidad innata para crear vínculos de complejidad creciente, que relaciona con el
conocimiento ligado a la semantización de la primera ausencia que se instala como símbolo de la
finitud de la experiencia de placer. Los vínculos de la estructura de parentesco tienen
denominaciones específicas siendo estructurados y a su vez estructurantes de los yoes
intervinientes. Los intercambios entre los yoes que componen una familia están atravesados por
varios encadenamientos de sentido que resultan invisibles para esos mismos yoes. La
Estructura Familiar Inconsciente es el espacio al cual advienen los yoes para constituirse como
sujetos y continuar el proceso identificatorio.
Problemáticas conexas
¿Qué factores socio-históricos intervienen en el ensanchamiento del foco de interés
psicoanalítico del sujeto al vínculo? Notamos que el interés creciente del psicoanálisis por la
vincularidad coincide con un momento histórico de debilitamiento o disolución de los sentidos de
la modernidad. La episteme occidental de fin de siglo marca desterritorializaciones, contenidos,
funcionamientos intersubjetivos y transculturales que sitúan al vínculo como una dimensión
privilegiada para restituir ciertos niveles de apoyatura social.
La «explosión» de la intersubjetividad acentúa el papel de la realidad externa, en una ineludible dislocación vincular. Los sujetos descentrados en otros están incluidos en lazos que a su vez los trasciende, redefiniendo sus posiciones. Las subjetividades no están solamente arrojadas en el lenguaje, sino también en las tramas vinculares. Esta visión replantea toda la cuestión del método psicoanalítico, la teoría y la praxis. Dentro del vuelco filosófico hacia lo histórico-finito, los lazos sociales aparecen como retículos de conexiones y al mismo tiempo, como modos singulares de experiencia donde cristalizan actos de palabra que a su vez remontan, en forma simultánea o sucesiva, hacia otros.
Resolver la afirmación de la vincularidad desde un pensamiento estructuralista a ultranza
conlleva un riesgo de pérdida de historicidad dentro de un logicismo que supone una cantidad
finita de variaciones posibles dentro de un sistema reglado y preestablecido . En los últimos años
ha habido un viraje teórico en el movimiento de las configuraciones vinculares hacia una
concepción de estructuras abiertas a las transformaciones, donde el azar obtiene un mayor
protagonismo. La asunción de la condición de malentendido en que se mueven las
intersubjetividades nos parece una contraposición fértil al supuesto de un estado normal de
continuidad y transparencia entre los sujetos «curables» o «modificables», que habría que lograr.
La vincularidad que se propone pensar como nuevo paradigma se encuentra en un diálogo muy
estrecho con una crítica del sujeto llevada a cabo por la filosofía contemporánea y reabre un
debate histórico en el campo teórico del psicoanálisis de los fenómenos multipersonales. Se trata
de un más allá del sujeto que pone en relieve un arduo proceso de reconocimiento Y
transformación de la realidad externa. La realidad externa, que en Freud era un universo de
masas en movimiento generadoras de energía que irrumpían en la intrasubjetividad, en una
subversión del dualismo subjetividad-realidad externa, adquiere otro estatuto teórico: se
redimensiona la importancia el otro como realidad externa, lo que ha obligado a un replanteo
epistemológico de la importancia de la dialéctica sujeto-objeto dentro del campo psicoanalítico.
Dentro de ese replanteo, la tendencia a la abducción, en el afán de rescate de la riqueza del
legado freudiano, puede convertirse en un obstáculo epistemológico, al «estirar» ciertos
conceptos más de lo que estos admiten y obturar la creación de nuevas nociones.
¿Hasta qué punto lo «nuevo» paradigmático no sería una cuestión ilusoria impulsada por los
efectos de obsolescencia y el ansia de renovación acelerada que promueven las estrategias del
capitalismo tardío? Es posible que el debilitamiento o disolución de la noción intrasubjetiva de
sujeto construida a partir del comienzo de este siglo, desde el psicoanálisis, junto a la
reivindicación de la noción de vínculo, no remitan necesariamente a un nuevo paradigma. Pueden
indicar las tendencias denegadoras o excluyentes de lo social, de otros saberes y prácticas
psicoterapéuticas sobre los vínculos, desde los atravesamientos institucionales que han
marcado dicho campo. En este sentido, consideramos que no es posible acceder a cierta
intelección de la intersubjetividad sin una deconstrucción histórica, una desnaturalización de los
significados y un análisis metateórico capaz de explicitar las suposiciones ontológicas y
epistemológicas que subyacen a nuestras formulaciones .
Desde distintas concepciones recientes sobre vínculo los autores coinciden en que los desarrollos epistemológicos del carácter plural de la subjetividad requieren de un orden de mayor complejidad. La noción de vínculo permite volver sobre variados recorridos teóricos que ofrecen zonas más o menos amplias de continuidad y discontinuidad. A modo de invitación a una contrastación y/o articulación entre las diversas concepciones teóricas psicoanalíticas sobre la noción de vínculo encontramos que Berenstein, a diferencia de otros autores tales como Pichon Riviére, reserva la denominación de vínculo para el área intersubjetiva. A diferencia de Kaës, que acota o relativiza la heterogeneidad entre los distintos espacios psíquicos, desde una metapsicología doble («doble estatuto del sujeto»), a través de las formaciones intermediarias y fóricas, Berenstein y Puget enfatizan más la discontinuidad y heterogeneidad entre los distintos espacios, desde una metapsicología triple.
¿Cómo cercar en términos metapsicológicos la especificidad de las formaciones del inconsciente
en los conjuntos y en el cuerpo social? ¿Cómo incide el punto de partida (por ejemplo, el
dispositivo psicoanalítico de grupo en el caso de Kaës o el dispositivo psicoanalítico de familia en
el caso de Berenstein), a la hora de inteligir la vincularidad con el supuesto de un inconsciente?
Finalmente, en el conjunto de las obras recorridas, encontramos más desplegada la cuestión de
la capacidad constituyente y la condición precedente del vínculo con relación al sujeto singular,
el a priori vincular, que su aporte transformacional, reparatorio y gratificante.