Diccionario de Psicología, letra F, Fetichismo

Diccionario de Psicología, letra F, Fetichismo

s. m. (fr.fétichisme; ingl.fetishism; al. Fetischismus). Organización particular del deseo sexual, o libido, tal que la satisfacción completa no se alcanza sin la presencia y el uso de un objeto determinado, el fetiche, que el psicoanálisis reconoce como sustituto del pene faltante de la madre, o como significante fálico. Largamente descrito, en el siglo XIX, por autores como Havelock Ellis o Krafft-Ebing, el fetichismo es incluido por lo general en la esfera de la perversión. De hecho, el comportamiento del fetichista evoca fácilmente esta dimensión: el fetichista elige un objeto, un par de botines, por ejemplo, que se convierte en su único objeto sexual. Le da un valor totalmente excepcional y, como lo dice Freud, «no sin razón se compara este sustituto con el fetiche en que el salvaje ve su dios encarnado». Lo que en el nivel descriptivo parece particularmente representativo del registro perverso es la dimensión de condición absoluta que caracteriza, en numerosos casos, al objeto fetiche. Aunque pueda tener relaciones sexuales «normales», el fetichista no puede librarse a ellas, por ejemplo, o no puede extraer de ellas un goce, a menos que su compañía consienta en adoptar una vestimenta particular. El fin sexual no es aquí el acoplamiento; el deseo que ordinariamente se supone dirigido a un ser en su totalidad se encuentra claramente dependiente de una parte del cuerpo «sobrestimada» (fetichismo del pie, del cabello, etc.) o de un objeto material en relación más o menos estrecha con una parte del cuerpo (ropa interior, etc.). Agreguemos a esto que los rasgos fetichistas están a menudo presentes en las prácticas más comúnmente designadas como perversas (fetichización del látigo en el sadismo, etcétera). Para el psicoanálisis, sin embargo, el fetichismo tiene una importancia más general, mucho más allá de la consideración de una entidad patológica particular. Debe así notarse que «Un cierto grado de fetichismo» se encuentra en «la vida sexual normal» (Freud, Tres ensayos de teoría sexual, 1905). Y allí Freud cita a Goethe: «Tráeme un chal que haya cubierto su seno, /Una liga de mi bienamada» (Goethe, Fausto, 1, 7). Se convendrá por cierto en que el fetichismo caracteriza más especialmente a la libido masculina, puesto que los hombres, más o menos concientemente, van a menudo a la búsqueda de un rasgo distintivo que es el único en hacer deseable a su compañera. Pero sería poco pertinente oponer el fetichismo a las otras manifestaciones del deseo. Si el fetichista elige una categoría particular de objetos, no por ello está «fijado» a uno de ellos. Siempre capaz de desplazarse hacia otro, equivalente pero diferente, el fetichismo incluye esa parte de insatisfacción constitutiva de todo deseo. La renegación de la castración. ¿Cómo dar cuenta del fetichismo y su importancia en la sexualidad humana? En Tres ensayos de teoría sexual, Freud toma de A. Binet la idea de la «influencia persistente de una impresión sexual experimentada casi siempre en el curso de la primera infancia». Pero reconoce que «en otros casos, es una asociación de pensamientos simbólicos, de los que el interesado a menudo no es conciente, la que ha conducido al remplazo del objeto por el fetiche». Y, en una nota de 1910, escribe, a propósito del fetichismo del pie, que este representa «el pene de la mujer, cuya ausencia impresiona fuertemente». Debemos partir aquí, en efecto, de la cuestión de la castración o, más precisamente, del «terror de la castración» activado por la percepción de la ausencia de pene en la mujer, en la madre. Si la mujer está castrada, pesa sobre el varón una amenaza de castración concerniente a la posesión de su propio pene. Por lo tanto, para prevenirse de esta amenaza reniega de la ausencia de pene en la madre (véase renegación), no siendo el fetiche otra cosa que el sustituto del pene faltante. Este mecanismo de formación del fetiche es puesto en evidencia por Freud (Fetichismo, 1927) a partir de la elección del objeto como tal. Si se imagina la mirada del niño que va al encuentro de lo que le será traumático, por ejemplo, remontándose a partir del suelo, el fetiche estará constituido por el objeto último percibido antes de la visión traumática misma: un par de botines, el borde de un vestido. «La elección tan frecuente de las piezas de lencería como fetiche se debe a lo que se retiene en ese último momento del desvestirse en el que todavía se ha podido pensar que la mujer es fálica». En cuanto a las pieles, simbolizan la pilosidad femenina, último velo tras el cual se podía todavía suponer la existencia de un pene en la mujer. Hay así en el fetichismo una especie de detención en la imagen, un resto congelado, separado de aquello que lo puede producir en la historia del sujeto. En este sentido el fetichismo es esclarecedor en lo concerniente a la elección de objeto perversa. Acerca de esta, Lacan demuestra que no tiene valor de metáfora, como el síntoma histérico, por ejemplo, sino que está constituida de manera metonímica. Elemento desprendido de una historia, constituido la mayor parte de las veces por desplazamiento, no sucede sin desubjetivación: en el lugar en el que se planteaba una cuestión subjetiva, responde con la «sobrestimación» de una cosa inanimada. Es curioso ver en este punto converger la teorización psicoanalítica con los análisis de Marx sobre la fetichización de la mercancía. Notemos que la teoría Freudiana de la renegación se acompaña de una teoría de la escisión psíquica. En efecto, el fetichista no «escotomiza» totalmente una parte de la realidad, en este caso la ausencia de pene en la madre. El intenta mantener en el inconciente dos ideas a la vez: la de la ausencia del falo y la de su presencia. Freud evoca en este sentido a un hombre que había elegido como fetiche un ceñidor púbico [ Schamgürtel: ciñe-vergüenzas], cuyo antecedente había sido la hoja de parra de una estatua vista en la infancia. Este ceñidor, que disimulaba enteramente los órganos genitales, podía significar tanto que la mujer estaba castrada como que no lo estaba. E incluso, llevado por él como slip de baño, «permitía por añadidura suponer la castración del hombre». Esta idea de una escisión psíquica será mantenida por Freud hasta el final (La escisión del yo en el proceso defensivo, 1938), y adquirirá una importancia creciente en el psicoanálisis. Eel fetiche como significante. ¿Qué es lo esencial en la teoría Freudiana del fetichismo? Sin duda el señalamiento de la problemática fálica, de la problemática de la castración como aquella en la que se inscribe el fetiche. Y, por otra parte, el estatuto del fetiche mismo, que, con Lacan, se puede considerar como un significante. En lo concerniente al primer punto, es verdad que Freud mismo alude, especialmente en Tres ensayos de teoría sexual, a otros componentes del fetichismo aparte de los fálicos: el fetichismo del pie incluye a menudo una dimensión olfativa (pie maloliente), que puede proceder de una pulsión parcial (registro anal). K. Abraham ha prolongado este tipo de análisis, retomado sobre todo por los autores anglosajones, generalmente kleinianos, como S. Payne («Some observations on the ego development of the fetishist», en International Journal of Psychoanalysis, tomo, XX). Es sabido que, para M. Klein, el niño aún muy pequeño experimenta una muy fuerte necesidad de destruir los objetos que siente como malos, como perseguidores, de los que correlativamente teme una retorsión. El fetichismo, para Payne, constituye una defensa, una defensa frente a lo que podría ser, en la prolongación de esa relación destructiva con el objeto, una verdadera perversión, una perversión de tipo sádico. Esta explicación nos parece que desconoce el primado del falo en el sujeto humano, primado que hace que el fetichismo, como por otra parte el conjunto de las perversiones, no se defina como supervivencia de «estadios pregenitales», sino más bien, siguiendo a Freud, dentro de la problemática fálica. En lo concerniente al segundo punto, la identificación del fetiche con un significante, podemos guiarnos por la observación de Lacan (Seminario IV, 1956-57, «La relación de objeto y las estructuras Freudianas») de que el fetiche no representa el pene real, sino el pene en tanto puede faltar, en tanto puede ser atribuido a la madre, pero reconociendo su ausencia al mismo tiempo: es la dimensión de la escisión, puesta en evidencia por Freud. Y esta alternancia de la presencia y de la ausencia -sistema fundado en la oposición del más y del menos- caracteriza a los sistemas simbólicos como tales. Notemos que la palabra ya constituye la presencia sobre un fondo de ausencia: nos desprende de la percepción empírica de la cosa; en el límite, la anula, y al mismo tiempo hace subsistir la cosa bajo otra forma. Ausente, no por ello deja de estar evocada. Que la consideración del lenguaje, por ejemplo de los mecanismos de la homofonía, e incluso de su funcionamiento translingüístico, es esencial para captar lo que sucede con el fetiche, es algo que ya aparece en Freud (op. cit.): un hombre joven había adoptado como fetiche un cierto «brillo sobre la nariz». Este hombre había sido educado en Inglaterra y luego había pasado a Alemania: pues bien, oído en inglés, el «brillo sobre la nariz» (brillo en alemán se dice Glanz) era de hecho una «mirada sobre la nariz» (ya que en inglés glance quiere decir «mirada, vistazo»). Sin embargo, quizás haya que insistir en otro punto. El fetichismo despliega ante la realidad un velo que la disimula, y es este velo el que el sujeto finalmente sobrestima. Hay allí una ilusión, pero una ilusión que sin duda se encuentra en todo deseo. «¿Por qué el velo es más precioso para el hombre que la realidad?». Es una pregunta que Lacan planteaba en 1958. Y que hoy sigue siendo actual.

Alemán: Fetischismus. Francés: Fétichisme. Inglés: Fetishism. Término creado hacia 1750, a partir de la palabra «fetiche» (derivada del portugués feitiço: sortilegio, artificio), y retomado en 1887 por el psicólogo francés Alfred Binet (1857-1911), y después por los fundadores de la sexología, para designar una actitud de la vida sexual normal consistente en privilegiar una parte del cuerpo del partenaire, o bien una perversión sexual (fetichismo patológico) caracterizada por el hecho de que una de las partes del cuerpo (pie, boca, seno, cabellos) u objetos relacionados con el cuerpo (zapatos, gorros, telas, etcétera) son tomados como objetos exclusivos de la excitación o el acto sexual. En 1905, Sigmund Freud actualizó el termino, primero para designar una perversión sexual caracterizada por el hecho de que una parte del cuerpo o un objeto son elegidos como sustitutos de una persona, y después para definir una elección perversa, en virtud de la cual el objeto de amor (partes del cuerpo u objetos relacionados con él) funciona para el sujeto como sustituto de un falo atribuido a la mujer, y cuya ausencia se rechaza mediante una renegación. La noción de fetiche es común a todos los dominios del saber. En tal carácter, se ha convertido en tema y objeto de múltiples controversias para la antropología, la filosofía, la economía política, la sociología, la religión, la psiquiatría, la literatura y el psicoanálisis. Por otra parte, conviene señalar que todos los Freudianos. sea cual fuere su tendencia, han comentado los textos originales de Freud sobre el tema, y publicado numerosos historiales de fetichistas. En la Sociedad Psicológica de los Miércoles se dedicaron a esta cuestión varias sesiones, y los primeros discípulos de Freud quedaron manifiestamente fascinados por lo que aprendían: había fetichismo del pie, de la ropa, del olfato, de la vista, etcétera. Después, desde Richard von Krafft-Ebing hasta Masud Khan, pasando por Michael Balint, Edward Glover y muchos otros, cada corriente desarrolló su propia teoría, sea en el marco de una concepción kleiniana del objeto (bueno o malo), sea en la óptica winnicottiana del objeto transicional, sea en la perspectiva lacaniana de una doctrina de la perversión extendida a la «estructura perversa», y según la cual el fetiche, como objeto (pequeño) a, se convierte en la condición absoluta del deseo y el lugar de un goce. Por lo general se atribuye al magistrado francés Charles De Brosses (1709-1777) la primera descripción del fetichismo como fenómeno religioso. Gran viajero y partidario de la filosofía de las Luces, De Brosses compartía con la mayor parte de los pensadores de su tiempo la idea de que el estudio de los pueblos llamados primitivos permitiría comprender el origen y la evolución de toda la humanidad. Esta «etnología», que dará origen a la antropología de inspiración darwiniana en la que se abrevó Freud para escribir Tótem y tabú, consideraba al «salvaje» como a un «niño», y la infancia como un estadio anterior a la edad adulta. De allí la idea de atribuir a las sociedades un principio de evolución biológica según el cual todas habrían pasado progresivamente desde un estado salvaje «infantil» a un estado «adulto» de civilización. Desde esta perspectiva, De Brosses hizo del fetichismo una forma de religión, consistente en transformar en divinidades a animales y seres inanimados, a los que se atribuye un poder mágico. El fetichismo del «negro» es al mismo tiempo inferiorizado y asimilado a un culto pueril característico de una «primera edad de la humanidad». Esta tesis fue retomada por Hegel en 1831, en sus Lecciones de filosofía de la historia, pero invalidada por Auguste Corme (1798-1857), quien, como lo demostraría luminosamente Georges Canguilhem (1904-1995), no excluyó «la edad del fetichismo» en su historia de los tres estados del espíritu humano, sino que al contrario la integró como el primer estado teológico de la humanidad. Freud retomó a su vez la idea de las diferentes «edades» de la humanidad, principalmente en Tótem y tabú, en 1912, inspirándose en ese evolucionismo, no compteano sino darwiniano. Ahora bien, el evolucionismo había sido criticado desde principio de siglo por los grandes fundadores de la antropología moderna, inglesa y francesa, marcados todos por la enseñanza de Émile Durkheim (1858-1917). En este contexto, la etnología abandonó la noción de fetichismo, como lo subrayó Marcel Mauss (18721950) en 1908: «La idea de fetiche [ … ] debe desaparecer definitivamente de la ciencia [ … ]. El objeto que sirve de fetiche, a pesar de todo lo que puede haberse dicho de él, no es nunca un objeto cualquiera, elegido arbitrariamente, sino que es siempre definido por el código de la magia o la religión [ … ]. Cuando se escriba la historia de la ciencia de las religiones y de la etnografía, sorprenderá el papel indebido y fortuito que un concepto como el de fetiche ha desempeñado en los trabajos teóricos y descriptivos. Sólo corresponde a un inmenso malentendido entre dos civilizaciones, la africana y la europea; no tiene otro fundamento que una obediencia ciega al uso colonial.. .» Evacuado de la antropología, el término, ya retomado por la sexología y la psiquiatría, iba a ser literalmente investido por el psicoanálisis. Si bien Freud conservó la idea del evolucionismo, y continuó comparando al niño con un primitivo, y al fetiche con el «dios incorporado» del salvaje, este modo de ver no tenía en él ningún carácter etnocentrista o inferiorizador. Por otra parte, la idea de incorporación, de sacralización, incluso de terror, relacionada con el fetiche, será retomada por algunos herederos franceses de Freud, en particular Guy Rosolato, no para analizar la religión, sino para explicar la gnosis y el fenómeno de las sectas religiosas organizadas en torno a una mitología del secreto en la que el bien y el mal, el éxtasis y la abyección constituyen otras tantas oposiciones irreductibles que arrastran al sujeto a servir a un fetiche, al punto de perder todo contacto con la realidad. Ya a principios de siglo, Hermann Rorschach había proyectado estudiar este fenómeno, y Michel de Certeau (1926-1986) volvió a privilegiar el tema en su análisis de los místicos. La concepción Freudiana del fetiche se despliega a través de varios textos. En 1905, en los Tres ensayos de teoría sexual, el Ersatz (o sustituto) es una parte del cuerpo que se encuentra en relación con la persona sexual. La «sobrestimación- del objeto, es decir, un cierto grado de fetichismo, se produce «normalmente» en toda relación amorosa. Sólo se vuelve patológica cuando la fijación en el objeto es la consecuencia de una libido infantil. Más tarde, en su estudio dedicado a Leonardo da Vine¡ (1452-1519), y después en sus comentarios a la Gradiva de Wilhelm Jensen (1837-1911), Freud identifica la dimensión fetichista de todas las formas de perversión (exhibicionismo, voyeurismo, coprofilia), demostrando que, en estos casos, el fetiche es portador de todos los otros objetos. Pero precisa que el encuentro con el fetiche no es más que la reactualización de un recuerdo precoz reprimido. A propósito de Leonardo da Vine¡ y el fantasma del «buitre», introduce la idea de que el fetiche (por ejemplo el pie) es un sustituto del falo que le falta a la mujer: «La veneración del pie femenino y del calzado toma al pie como símbolo del miembro antes faltante en la mujer». En 1914, con «Introducción del narcisismo», Freud pasa del objeto al sujeto, para llegar a la conclusión de que no existe el fetichismo femenino. En efecto, el fetichismo de la ropa es a su juicio «normal» en las mujeres, puesto que lo que se fetichiza es todo el cuerpo, y no un objeto. De modo que el fetichismo femenino sólo sería una «narcización» del cuerpo. Con la introducción del término renegación en 1923, Freud construye una teoría que en su artículo de 1927 lo lleva a comprender el fetichismo como la coexistencia de una negación de la percepción de la ausencia de pene en la mujer, y un reconocimiento simultáneo de esa falta, lo cual lleva a un clivaje permanente del yo y a la fabricación del fetiche como sustituto del órgano ausente. Para ilustrar lo que dice, narra el caso de un hombre cuyo fetiche era una funda pubiana que él podía llevar como slip. Esa prenda ocultaba los órganos genitales y enmascaraba la diferencia de los sexos. El fetichista encuentra placer en el hecho de que la mujer esté a la vez castrada y no castrada, y de que también el hombre pueda estar castrado. Se crea el fetiche con la intención de destruir la prueba de la castración, para sustraerse a la angustia concomitante. El fetiche se convierte entonces en una especie de paradigma de la perversión en general. La tesis de la inexistencia del fetichismo femenino, considerablemente aceptada a principios de siglo, demuestra que los médicos de la época no habían tenido la ocasión de observar casos clínicos convincentes. Pero también da prueba de la ceguera de Freud respecto de las mujeres (y, sobre todo, de algunas mujeres de su entorno, Marie Bonaparte, por ejemplo, cuyas prácticas y teorías sobre la feminidad podrían haberlo llevado a una reflexión más detenida). De todos modos, esta tesis fue cuestionada por sus sucesores kleinianos, quienes inscribieron el fetichismo general en el marco de una relación arcaica con la madre, compartida por los dos sexos, y por Robert Stoller, gran especialista norteamericano en los problemas de la identidad sexual, para quien el fetichismo masculino (homosexual y heterosexual) es una fetichización de objeto u órgano, mientras que el fetichismo femenino (homosexual o heterosexual) sería una fetichización de la relación: por ejemplo, una mujer necrófila se enamora del cadáver que desea y del que se hace partenaire erótica, mientras que un hombre necrófilo se apropia del cadáver como de un trozo de cuerpo. La escuela francesa, marcada a la vez por la enseñanza de Gatan Gatian de Clérambault y por la de Jacques Lacan, impugnó también la presunta inexistencia del fetichismo feminino y, más en general, de la perversión femenina. Uno de los mejores enfoques teóricos de la cuestión ha sido el de Wladimir Granoff y François Perrier, quienes publicaron en 1964 el texto de una conferencia pronunciada en 1960. Ambos admiten que el fetichismo no existe en la mujer como construcción de un objeto fetiche, pero señalan que la mujer puede convertirse en su propio fetiche, en una relación erotómana con el hijo. En tanto que madre, ella se construye entonces como ídolo omnipotente, y en consecuencia como un fetiche.