Diccionario de Psicología, letra I, Imaginario

Diccionario de Psicología, letra I, Imaginario

Mientras que Freud, en una anotación tardía 1924) a dos de sus textos más antiguos, se refiere a la evolución de su pensamiento desde lo real hasta lo imaginario (en este caso, desde la aceptación ingenua de la pretendida realidad de la seducción histérica, a su interpretación crítica como fantasía optativa), Lacan, a la inversa, caracteriza su propio recorrido por el privilegio sucesivamente acordado en su investigación a lo imaginario, lo simbólico y lo real. De hecho, en la prolongación del análisis freudiano de lo imaginario fantasmático, la elaboración lacaniana de una categoría de lo imaginario sanciona un desarrollo que progresa en tres fases, inaugurado por la definición del estadio del espejo, continuado con la interpretación del fantasma en su dependencia de un corte de la cadena significante, e inscripto finalmente en la concepción de una tópica «borromea» que sitúa lo real en el estatuto de lo imposible; este desarrollo sostiene el reconocimiento de la primacía de la categoría de vacío en cada uno de estos dominios de lo imaginario, lo simbólico y lo real.

De la prematuración a lo imaginario fálico

Al principio, la dehiscencia constitutiva del yo podría fundamentarse, de ser necesario, en la hipótesis clásica de la neotenia o prematuración de Bolk: «La noción objetiva del inacabamiento anatómico del sistema piramidal, así como de ciertas remanencias humorales del organismo materno, confirma esta idea que nosotros formulamos como el dato de una verdadera prematuración específica del nacimiento en el hombre.» De modo que lo imaginario primitivo se localiza en esta hiancia originaria del individuo. «Este desarrollo -escribe Lacan en 1949- es vivido como una dialéctica temporal que proyecta decididamente en historia la formación del individuo: el estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación y que, para el sujeto presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad.» No obstante, el estatuto de lo imaginario sólo se precisará en el interior de tres sistemas de nociones que aparean el sujeto y el objeto en las dimensiones de lo imaginario, lo simbólico y lo real, implicando los procesos característicos de la negatividad en su acepción psicoanalítica: frustración, privación, castración. En los términos del seminario de 1956, La relación de objeto, se dirá que hay frustración imaginaria de un objeto real, privación real de un objeto simbólico, castración simbólica de un objeto imaginario. Compárese esta sistemática con la de Freud en El porvenir de una ilusión; se observará de entrada que Freud la encaraba desde la perspectiva de la satisfacción pulsional, mientras que Lacan toma su punto de referencia en el sistema de las categorías de la modalidad, tal como lo presentaba por ejemplo la Crítica de la razón pura; en segundo lugar -y sin duda en esto reside lo esencial de la preocupación de Lacan-, la referencia a lo imaginario está destinada a fundar la posición de la cuestión fálica en la renovación del análisis freudiano de la fase fálica, su desarrollo en la amenaza de castración, y su desembocadura en el ocaso del Edipo: la ilustración será el comentario sobre las observaciones de Freud (en particular de Juanito y el Hombre de las Ratas) y la interpretación de Hamlet. Así como el yo se falta originariamente a sí mismo, dice Lacan en el mismo seminario de 1956, entre la madre y el niño falta ese tercer término, el falo, cuyo estatuto imaginario se determina precisamente por el hecho de que falta. En otras palabras, en el nivel de la deuda simbólica, el objeto de la castración es el falo imaginario (La relación de objeto, 1956).

La psicosis. Una combinatoria sobre la existencia

Dos años más tarde, el valor operatorio de esta sistematización se buscará en el terreno de la psicosis, no sin que haya que interrogarse sobre el curioso caso de un texto antedatado. En el momento de la publicación, en los Escritos, del texto «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», fechado en 1958-1959, Lacan, en efecto, subraya que contiene «lo más importante de lo que hemos dado en nuestro seminario, durante los dos primeros trimestres de enseñanza 1955-1956». En efecto, la indicación es enunciada en el seminario sobre la psicosis de 1955-1956 y en los comentarios de su redacción final, que son el aporte de los años 1958-1959. Ocurre que entre el seminario sobre la psicosis (1955-1956) y «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis» (1958) se produjo la publicación, en 1957, del artículo esencial de Roman Jakobson titulado «Los conmutadores, las categorías verbales y el verbo ruso», indispensable para fundar, el año siguiente, el «recubrimiento» de la imagen especular por lo simbólico gracias a las luces que ese artículo aporta sobre la estructura de este último registro -en primer lugar, la relación del sujeto con el significante- («Mensajes de código y código de mensaje», Escritos.) Se podrá calibrar este recorrido comparando los comentarios aportados en 1955 (seminario El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica) y en 1958 (versión definitiva del seminario sobre las psicosis), al esquema L, destinado a ilustrar la situación del sujeto con relación a lo imaginario. 25 de mayo de 1955: «No hay medio de captar nada de la dialéctica analítica si no postulamos que el yo es una construcción imaginaria. El hecho de ser imaginario no le quita nada a este pobre yo -diría incluso que esto es lo que él tiene de bueno- Si no fuera imaginario, nosotros no seríamos hombres, seríamos lunas, lo que no quiere decir que baste con que tengamos ese yo imaginario para ser hombres. Aún podemos ser esa cosa intermedia que se llama un loco. Un loco es justamente el que se adhiere a ese imaginario, pura y simplemente». No obstante, «cuando el sujeto habla con semejantes, habla en el lenguaje común, que tiene a los yoes imaginarios por cosas no simplemente exsistentes, sino reales. No pudiendo saber de qué se trata en el campo donde se mantiene el diálogo concreto, se relaciona con un cierto número de personajes, a’, a». Puesto que el sujeto los pone en relación con su propia imagen, aquellos otros a quienes habla son también aquellos otros con los cuales se identifica». Además, serán designados simplemente por S y A, el sujeto analítico y el otro en tanto que puede mentir, el otro que está más allá del muro del lenguaje. Entre S y A se trazará la línea del inconsciente, y entre a y a’ la relación imaginaria. Comparemos esta presentación con la versión del escrito «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis» (1958): el esquema L aparece allí con una forma, nos dice Lacan, simplificada. «La condición del sujeto S (neurosis o psicosis) depende de lo que sucede en el Otro A. Lo que tiene lugar allí está articulado como un discurso (el inconsciente es el discurso del Otro), del que Freud buscó primero definir la sintaxis por los fragmentos que nos llegan de él en momentos privilegiados, en sueños, lapsus, chistes. «¿Cómo se interesaría el sujeto en ese discurso, si él no fuera parte interesada? Lo es, en efecto, en tanto que está estirado en las cuatro esquinas del esquema, a saber: S, su inefable y estúpida existencia; a, sus objetos; a’, su yo, es decir, lo que se refleja de su forma en sus objetos, y A, el lugar desde el cual se le puede plantear la cuestión de su existencia. «Pues para el análisis es una verdad de experiencia que al sujeto se le plantea la cuestión de su existencia, no bajo la especie de la angustia que ella suscita en el nivel del yo, y que es sólo un elemento de su cortejo, sino en tanto que interrogación articulada -«¿qué soy ahí?»-, concerniente a su sexo y a su contingencia en el ser, a saber: que él es hombre o mujer por una parte, y por la otra que podría no ser; los dos temas conjugan su misterio, y lo anudan en los símbolos de la procreación y la muerte. «Que la cuestión de su existencia baña al sujeto, lo sostiene, lo invade, incluso lo desgarra por todas partes, es aquello de lo que las tensiones, los suspensos, los fantasmas con que el analista tropieza, le dan testimonio; aun es preciso decir que es a título de elementos del discurso particular como esta cuestión se articula en el Otro. Pues se debe a que estos fenómenos se ordenan en las figuras de ese discurso el hecho de que tienen fijeza de síntomas, que son legibles y se resuelven cuando son descifrados.» ¿Qué ha sucedido? En 1958, el propio Lacan nos remite al aporte de Jakobson y a la noción de conmutador [shifter]. De hecho, es el conjunto del artículo sobre el verbo ruso lo que preludia este tema de la referencia a la enunciación en el texto del enunciado. Así queda abierto el camino a la interpretación que se da allí del delirio de Schreber como expresión de la «puesta en pregunta del sujeto en su existencia». «Para sostener esa estructura, encontramos allí los tres significantes en los que se puede identificar al Otro en el complejo de Edipo. Bastan para simbolizar las significaciones de la reproducción sexuada, bajo los significantes de relación, del amor y de la procreación. «El cuarto término está dado por el sujeto en su realidad, como tal forcluido en el sistema y entrando sólo bajo el modo de muerto en el juego de los significantes, pero convirtiéndose en el sujeto verdadero a medida que ese juego de los significantes lo haga significar.» No obstante, continúa Lacan, en tanto que viviente, el sujeto «se servirá de un set de figuras imaginarias, seleccionadas entre las formas innumerables de las relaciones anímicas, y cuya elección supone cierta arbitrariedad, puesto que para recubrir homológicamente el ternario simbólico, tiene que ser numéricamente reducido. «Para ello la relación polar por la cual la imagen especular (de la relación narcisista) está ligada como unificante con el conjunto de elementos imaginarios llamado del cuerpo fragmentado, provee una pareja que no está sólo preparada por una conveniencia natural de desarrollo y de estructura para servir de homólogo a la relación simbólica madre-niño. La pareja imaginaria de estadio del espejo, por lo que manifiesta de contranatura, si bien es preciso referirla a una prematuración específica del nacimiento en el hombre, se revela apropiada para dar al triángulo imaginario la base que la relación simbólica pueda de alguna manera recubrir. (Véase el esquema R.) «Es en efecto por la hiancia que abre esta prematuración en lo imaginario y en la que abundan los efectos del estadio del espejo, por lo que el animal humano es capaz de imaginarse mortal, no que pueda decirse que podría hacerlo sin su simbiosis con lo simbólico, sino más bien que sin esta hiancia que lo aliena a su propia imagen, la simbiosis con lo simbólico en la que se constituye como sujeto a la muerte no habría podido producirse.» «El tercer término del ternario imaginario -añade Lacan-, aquel en el cual el sujeto se identifica, opuestamente, con su ser de vivo, no es otra cosa que la imagen fálica cuyo develamiento en esa función no es el menor escándalo del descubrimiento freudiano.» En síntesis, somos introducidos a una combinatoria de la existencia. El esquema R aportará la ilustración de esta conceptualización de lo imaginario, en asociación con la búsqueda de lo simbólico y lo real. «¿Podemos nosotros -se pregunta Lacan- ubicar los puntos geométricos del esquema R en un esquema de la estructura de sujeto al término del proceso psicótico?» La respuesta llega con el esquema 1, llamado a figurar el caso Schreber, estructura en la cual la forclusión del Nombre-del-Padre excluye la representación del sujeto por la imagen fálica, a consecuencia de lo cual el yo [moil reemplaza al sujeto, y el ideal del yo ocupa el lugar del Otro.

Posiciones existenciales de la modalidad

Además, precisa Lacan, la «distorsión que manifiesta este nuevo esquema entre las funciones que en él identifican las letras tomadas del esquema R sólo puede ser apreciada en su uso de rebote dialéctico». En la prolongación de los análisis de Jakobson y sobre todo en su insistencia en el proceso de la enunciación, este relanzamiento encontrará su primera formulación en lo que concierne a lo imaginario, en el caso particular del fantasma. Tenemos que «completar la estructura de la fantasía -escribe Lacan en 1960-, ligando esencialmente en ella, a la condición de un objeto [ … ] el momento de unfading o eclipse del sujeto, estrechamente ligado a la Spaltung o escisión que sufre como consecuencia de su subordinación al significante [ … ] sobre el fantasma así establecido [ … ] se regula el deseo, homólogo a lo que ocurre con el yo con respecto a la imagen del cuerpo». Tomando esta metáfora a Damourette y Pichon, «el fantasma», dirá Lacan, «es propiamente «el paño» de lo que se encuentra primordialmente reprimido, de lo que es sólo indicable en el fading de la enunciación» (Escritos, «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo», 1960). Pero ¿qué hay de esta interrogación del sujeto sobre su existencia, realzada por el esquema L, y que ilustró Schreber en su producción delirante? La respuesta llegará en el último estado del pensamiento de Lacan, cuando se apela a lo real para que ocupe, en el centro de la teoría, el lugar que antes llenó lo imaginario, y después lo simbólico. Entonces se ponen de relieve dos aspectos del problema: la tipología de las relaciones con la existencia, bajo la forma de las dimensiones (o dicho-mansiones) de lo real, lo simbólico y lo imaginario, la sistematización de esas tres categorías en una representación borromea que tiene por función asegurar la consistencia del conjunto por articulación de los vacíos en torno de los cuales se constituyen los registros respectivos.

Agujero del goce fálico

El viraje decisivo se produce en torno al tema del amor: la castración fálica, en su relación con el objeto a, causa del deseo, toma la posición de hilo conductor de esta promoción de la categoría del vacío. «El hábito ama al monje -escribe Lacan en Aun, en 1972- porque de tal modo ellos no son más que uno: en otras palabras, lo que hay bajo el hábito y que nosotros llamamos el cuerpo no es quizá más que ese resto que yo llamo el objeto a. Lo que hace que la imagen se mantenga es un resto. El análisis demuestra que el amor es narcisista en su esencia, y denuncia que la sustancia pretendidamente objetal -charlatanería- es de hecho lo que, en el deseo, es resto, es decir su causa, y el sostén de su insatisfacción, velo de su imposibilidad. «Dicho de otro modo: pasamos de lo imaginario como irrealidad del objeto, a lo imaginario como representante de la incompletud del sujeto. Lo imaginario presentifica bajo las especies del objeto a la falta constitutiva del sujeto, en tanto que él es sujeto de un corte en la cadena significante. El goce del cuerpo del Otro está entonces marcado por ese agujero que no le deja otra vía que la del goce fálico. En tanto que sexual, decir que el goce es fálico es decir simplemente que no se relaciona con el Otro como tal.» Importará por lo tanto instaurar un corte estricto entre lo imaginario y lo simbólico. «El fin de nuestra enseñanza -escribe Lacan en Aun- consiste en disociar a y A, reduciendo la primera a, en lo que concierne a lo imaginario, y la otra a lo que concierne a lo simbólico. Está fuera de duda que lo simbólico es el soporte de lo que ha sido hecho Dios. Es seguro que lo imaginario se sostiene en el reflejo de lo semejante a lo semejante. Y sin embargo, la a ha podido prestarse a confusión con S(A), por el sesgo de la función del ser. Más allá del sexo, el ser es el goce del cuerpo como tal, es decir, como asexuado. Aquí resta por hacer una escisión, hay que abrir los ojos, la psicología es la escisión no efectuada. «Así se comprenderá que el goce sólo se interpela, se esquiva, se rastrea a partir de un semblante. El amor se dirige al semblante. Si es cierto que el Otro sólo se alcanza abrazándose a a, causa del deseo, el amor se dirige al semblante de ser. Pero este ser, allí, no es nada. Es supuesto a ese objeto que es el a. ¿No debemos encontrar aquí esa huella, que en tanto que tal responde a algo imaginario?» La respuesta es dada por los nudos borromeos, en cuanto esa graficación apunta a representar una «consistencia» por la asimilación de varios vacíos. «¿Por qué hice intervenir otrora el nudo borromeo? Fue para traducir la fórmula «yo te demando… ¿qué? … que rechaces… ¿qué?… lo que te ofrezco … ¿por qué?… porque no es eso»… eso, ustedes saben lo que es, es el objeto a. El objeto a no es ningún ser. «El objeto a es lo que supone de vacío una demanda, de la cual, sólo situándola por la metonimia; es decir por la pura continuidad asegurada desde el comienzo hasta el final de la frase, nosotros podemos imaginar lo que puede haber de un deseo que ningún ser soporte, un deseo sin otra sustancia que la que se asegura con los nudos mismos.» Caracterizado por su «consistencia», así como lo real por su «existencia» y lo simbólico por su «insistencia», lo imaginario encontrará su paradigma en el efecto del espejo -uno de los dos- del que el borde nos proporciona además una ilustración, ilustración que retorna la pulsión en Lacan, en tanto que justamente ella es experiencia de borde.

Imaginario

Alemán: Imaginär. Francés: Imaginaire. Inglés: Imaginary. Término derivado del latín ¡mago (imagen) y empleado como sustantivo en filosofia y psicología para designar lo que tiene que ver con la imaginación, es decir, con la facultad de representarse las cosas en el pensamiento y con independencia de la realidad. Utilizado por Jacques Lacan a partir de 1936, este término es correlativo de la expresión estadio del espejo, y designa una relación dual con el semejante. Asociado a lo real y lo simbólico en el marco de una tópica a partir de 1953, lo imaginario en el sentido lacaniano se define como el lugar del yo por excelencia, con sus fenómenos de ilusión, captación y señuelo. Jacques Lacan construyó su primera teoría de lo imaginario inspirándose a la vez en los trabajos del psicólogo Henri Wallon (1879-1962), en la fenomenología hegeliana y husserliana, y en el concepto de Umwelt, tomado de Jakob von Uexküll (1864-1944). Este biólogo alemán designaba con el término Umivelt al mundo tal como lo vive cada especie animal. A principios de siglo revolucionó el estudio del comportamiento (incluyendo al sujeto humano), al demostrar que la pertenencia a un ambiente debía pensarse como la interiorización de dicho ambiente en cada especie. De allí la idea de que la pertenencia de un sujeto a su ambiente no podía ya definirse como un contrato entre un individuo libre y la sociedad, sino como una relación de dependencia entre el ambiente y el individuo. Esta idea de Uexüll llevó a Lacan a construir, en 1938, en Les Complexes familiaux , su teoría de lo imaginario: no ya como simple hecho psíquico, sino como ¡mago, es decir, conjunto de representaciones inconscientes que aparecen con la forma mental de un proceso más general. En un primer momento, Lacan demostró que el estadio del espejo era el pasaje de lo especular a lo imaginario; después, en 1953, definió lo imaginario como un señuelo ligado a la experiencia de un clivaje entre el moi y el je (el sujeto). Lo simbólico fue entonces definido como el lugar del significante y de la función paterna; lo imaginario, como el lugar de las ilusiones del yo, de la alienación y la fusión con el cuerpo de la madre, y lo real, como un resto imposible de simbolizar. Hasta 1970 Lacan asignó a lo simbólico un lugar dominante en su tópica. El orden de las instancias era S.l.R. Después construyó otra organización, centrada en la primacía de lo real (y por lo tanto de la psicosis), en detrimento de los otros dos elementos. S.l.R. se convirtió entonces en R.S.I.

Imaginario / ria adj.; a veces se usa como s. m. (fr. imaginaire; ingl.imaginary; al. [das] Imaginäre). De las tres categorías lacanianas, la que procede de la constitución de la imagen del cuerpo. El conjunto terminológico y conceptual «real, simbólico, imaginario» fue objeto de un seminario de Lacan de 1974-75, titulado R.S.I. Sólo se puede pensar lo imaginario en sus relaciones con lo real y lo simbólico. Lacan los representa por medio de tres redondeles de hilo anudados borromeanamente, es decir, de una manera tal que, si se deshace uno de los redondeles, los otros dos también se deshacen. Véase matema. Lacan habla del «registro imaginario», del «registro simbólico» y de lo real. Estos dos registros son instrumentos de trabajo indispensables para que el analista tome posición en la dirección de la cura, mientras que lo real debe registrarse en el orden de lo imposible. Lo imaginario debe entenderse a partir de la imagen. Es el registro de la impostura [leurre: señuelo /impostura], de la identificación. En la relación intersubjetiva siempre se introduce algo ficticio que es la proyección imaginaria de uno sobre la simple pantalla que deviene el otro. Es el registro del yo [moi], con todo lo que este implica de desconocimiento, de alienación, de amor y de agresividad en la relación dual. El estadio del espejo. Para comprender lo imaginario, hay que partir del estadio del espejo . Es una de las fases de la constitución del ser humano que se sitúa entre los seis y los dieciocho meses, período caracterizado por la inmadurez del sistema nervioso. El niño se vive al principio como despedazado, no hace ninguna diferencia entre lo que es él y el cuerpo de su madre, entre él y el mundo exterior. Llevado por su madre, va a reconocer su imagen en el espejo, anticipando imaginariamente la forma total de su cuerpo. Pero el niño se vive y se posiciona en primer lugar como otro, el otro del espejo en su estructura invertida; así se instaura el desconocimiento de todo ser humano en cuanto a la verdad de su ser y su profunda alienación en la imagen que va a dar de sí mismo. Es el advenimiento del narcisismo primario. Narcisismo en el pleno sentido del mito, pues indica la muerte, muerte ligada a la insuficiencia vital de la que ese momento ha surgido, Se puede señalar este tiempo de reconocimiento de la imagen de su cuerpo por la expresión de júbilo del niño, que se vuelve hacia su madre para demandarle que autentifique su descubrimiento. Porque es llevado por una madre cuya mirada lo mira, una madre que lo nombra -«sí, eres tú Pedro, Pablo, o Juan, mi hijo»-, el niño encuentra un rango en la familia, la sociedad, el registro simbólico. Al instaurarlo la madre en su identidad particular, le da un lugar a partir del cual el mundo podrá organizarse, un mundo donde lo imaginario puede incluir a lo real y al mismo tiempo formarlo. Se puede comprender así al estadio del espejo como la regla de reparto entre lo imaginario, a partir de la imagen formadora pero alienante, y lo simbólico, a partir de la nominación del niño, pues el sujeto no podría ser identificado por otra cosa que por un significante, que en la cadena significante remite siempre a otro significante. Las identificaciones en la cura. Hay todo un trabajo en la cura que se hace alrededor de las identificaciones. A pesar de sus defensas y sus abrazos narcisistas, el paciente deberá reconocer que habla de un ser que nunca ha sido otra cosa que su obra en lo imaginario [paráfrasis de un párrafo de Lacan en «Función y campo…», Escritos, 1966]: discurso imaginario del paciente que parece hablar en vano de alguien que se le parece hasta el punto de confundírsele, pero que nunca convergerá en la asunción de su deseo. Por ello el psicoanalista no responde a este discurso y, al no subrayar con sus intervenciones lo que pertenece al registro imaginario, al no comprometerse con el paciente en su equivocación [méprise: término utilizado por Lacan polívocamente, en el sentido de pifia/descaptura/equívoco/desprecio, resonancias etimológicas y homonímicas que aluden a efectos rastreables en tres registros: la descaptura de lo real, el equívoco de lo simbólico, el desprecio y el engaño de lo imaginario], hace que el paciente mismo pueda registrar la hiancia, la discordancia primordial entre el yo y el ser, su excentración en tanto sujeto con relación al yo. Para intentar decirlo simplemente, al pasar del registro imaginario al registro simbólico, es decir, trabajando sobre el significante, él permite al sujeto, en tanto sujeto deseante, advenir. El registro imaginario es también una demarcación desde el punto de vista teórico. Por ejemplo, a propósito de la palabra padre , importa precisar si se habla del padre real, del padre imaginario o del padre simbólico. El padre imaginario es la imagen paterna nacida del discurso de la madre, de la imagen que este da de sí y de la manera particular -mente subjetiva en que este conjunto de elementos es percibido. Véase padre real, padre imaginario, padre simbólico. La denegación. Una de las manifestaciones del desconocimiento que el registro imaginario implica es lo que Freud ha llamado la Verneinung , es decir, la denegación: «No vaya a creer que se trata de mi madre», dice el paciente de Freud al explicar su sueño, con lo que Freud inmediatamente concluye: «Es su madre». El paciente no puede dejar hablar al sujeto, sujeto del inconciente, si no es en una forma denegatoria. Véase denegación. La misma dificultad se encuentra en lo concerniente al deseo. El hombre no tiene acceso directo a su propio deseo. Sólo «Mediatizado» por el registro imaginario puede tener alguna intuición de él; pues el deseo del hombre es el deseo de¡ otro. San Agustín ha descrito los celos violentos (invidia) que siente un niño al ver a su hermano de leche prendido de la teta: en la completud que imagina en el otro, el niño con el seno, le es posible ubicar su deseo, pero nada puede decir de él. El registro imaginario es el registro de los sentimientos que se podrían escribir «senti-miento»: su característica, en efecto, es la ambivalencia. Se ama con el yo, palacio de espejismos. El objeto está irremediablemente perdido, y por lo tanto el objeto sustitutivo no es sino intercambiable, pero también se puede evocar, en oposición, la historia trágica de Werther: ante la vista de una joven dando de comer a sus hijos, Werther cae perdidamente enamorado, enamorado hasta el punto de morir por ello. Hay aquí un encuentro, una coincidencia entre el objeto y la imagen exacta de su deseo.

Imaginario (s. y adj.) Al.: Imagináre. Fr.: imaginaire. Ing.: imagynary. It.: immaginario. Por.: imaginário. En la acepción dada a este término por J. Lacan (utilizándose casi siempre como substantivo): uno de los tres registros fundamentales (lo real, lo simbólico, lo Imaginario) del campo psicoanalítico. Este registro se caracteriza por el predominio de la relación con la imagen del semejante. La noción «imaginario» se comprende ante todo en relación con una de las primeras elaboraciones teóricas de Lacan respecto a la fase del espejo. En la obra dedicada a ésta, el autor pone en evidencia la idea de que el yo del pequeño ser humano, debido particularmente a su prematuridad biológica, se constituye a partir de la imagen de su semejante (yo especular). Considerando esta experiencia princeps, puede calificarse de imaginario: a) desde el punto de vista intrasubjetivo: la relación fundamentalmente narcisista del sujeto para con su yo; b) desde el punto de vista íntersubjetivo: una relación llamada dual basada en (y captada por) la imagen de un semejante (atracción erótica, tensión agresiva). Para Lacan sólo existe el semejante (otro que sea yo) porque el yo es originalmente otro; c) en cuanto al mundo circundante (Uinwelt): una relación del tipo de las que han sido descritas en etología animal (Lorenz, Tinbergen) y que señalan la prevalencia de una determinada Gestalt en el desencadenamiento de los comportamientos; d) en cuanto a las significaciones: un tipo de aprehensión en el que desempeñan un papel determinante factores tales como la semejanza, el homeomorfismo, lo que demuestra una especie de coalescencia entre el significante y el significado. El uso especial que efectúa Lacan de la palabra imaginario no deja, sin embargo, de hallarse en relación con el sentido usual de este término: puesto que toda conducta, toda relación imaginaria está, según Lacan, esencialmente dedicada al engaño(88). Lacan insiste en la diferencia, la oposición existente entre lo imaginario y lo simbólico, mostrando que la intersubjetividad no se reduce a este conjunto de relaciones que él agrupa bajo el término «imaginario» y que es importante no confundir ambos «registros», durante la cura anaclítica.