Melanie Klein: ENVIDIA Y GRATITUD (1957) Segunda parte

ENVIDIA Y GRATITUD (1957)

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El hecho de que la envidia dañe la capacidad de gozar explica hasta cierto punto la razón de su persistencia. Porque son el «goce» y la «gratitud» originados por el pecho los que mitigan los impulsos destructivos, la envidia y la voracidad. Observado desde otro ángulo: la voracidad, la envidia y la ansiedad persecutoria, que se hallan ligadas entre sí, se incrementan inevitablemente. El sentimiento del daño causado por la envidia, la gran ansiedad que proviene de esto, y la resultante incertidumbre acerca de la bondad del objeto, tienen por efecto aumentar la voracidad y los impulsos destructivos. Siempre que el objeto sea, después de todo, sentido como bueno, tanto más vorazmente es deseado e incorporado. Esto se aplica asimismo al alimento. En el análisis hallamos que cuando un paciente está en duda con respecto a su objeto, y por lo tanto también con respecto al valor del analista y del análisis, puede adherirse a cualquier interpretación que alivie su angustia, y tiende a prolongar la sesión porque quiere incorporar la mayor cantidad posible de lo que en ese momento siente como bueno. (Algunas personas temen a tal punto su voracidad que se preocupan especialmente por irse a tiempo.) Las dudas con respecto a la posesión del objeto bueno y la correspondiente incertidumbre acerca de los propios sentimientos buenos contribuyen asimismo a la formación de identificaciones voraces e indiscriminadas. Esas personas son fácilmente influidas porque no pueden confiar en su propio juicio. Contrastando con el bebé que a causa de su envidia no ha logrado estructurar con seguridad un objeto interno bueno, el niño con una fuerte capacidad para el amor y la gratitud tiene una relación profundamente arraigada con su objeto bueno y puede resistir estados temporarios de envidia, odio y sensación de perjuicio sin ser fundamentalmente dañado. Esos estados surgen aun en niños que son amados y reciben buenos cuidados maternos. De este modo, cuando los estados negativos son pasajeros el objeto bueno es recuperado una y otra vez. Este es un factor esencial para su consolidación y crea el cimiento de un yo fuerte y la estabilidad. En el curso del desarrollo, la relación con el pecho de la madre se convierte en el fundamento de la devoción hacia personas, valores y causas. Así es asimilado algo del amor que originalmente fue experimentado hacia el objeto primario. El sentimiento de gratitud es uno de los más importantes derivados de la capacidad para amar. La gratitud es esencial en la estructuración de la relación con el objeto bueno, hallándose también subyacente a la apreciación de la bondad en otros y en uno mismo. Su raíz hállase en las emociones y actitudes que surgen en las épocas más tempranas de la infancia, cuando la madre es el solo y único objeto para el bebé. Me he referido a este vínculo temprano como base para todas las relaciones posteriores con una persona amada. En tanto que la relación exclusiva con la madre varía individualmente en duración e intensidad, creo que esta relación existe hasta cierto punto en la mayoría de las personas. Hasta dónde permanece imperturbada depende en parte de las circunstancias externas. Pero los factores internos subyacentes -sobre todo la capacidad de amar- parecen ser innatos. En un estadío temprano los impulsos destructivos, especialmente la envidia marcada, pueden perturbar este vínculo con la madre. Si la envidia del pecho nutricio es fuerte, interfiere con la gratificación plena porque, como ya lo he dicho, lo característico de la envidia es que implique robar y dañar aquello que el objeto posee. El bebé sólo puede experimentar una satisfacción plena si está suficientemente desarrollada la capacidad de amar, y a su vez, la satisfacción es la base de la gratitud. Freud (1905a) describió la felicidad del bebé al ser amamantado como el prototipo de la gratificación sexual. A mi modo de ver, estas experiencias constituyen no sólo la base de la gratificación sexual sino de toda felicidad posterior, y hacen posible el sentimiento de unidad con otra persona. Esta unidad significa ser plenamente comprendido, hecho que es esencial en toda amistad o relación amorosa feliz. En las mejores circunstancias esta comprensión no necesita palabras para ser expresada, lo cual demuestra su derivación de la más temprana intimidad con la madre en el estadío preverbal. La capacidad de gozar plenamente de la primera relación con el pecho constituye el fundamento para la experimentación de placer proveniente de otros orígenes. Si la satisfacción de ser alimentado sin perturbaciones es vivida con frecuencia, la introyección del pecho bueno se produce con relativa seguridad. La gratificación plena al mamar significa que el bebé siente haber recibido de su objeto amado un don incomparable que quiere conservar: he aquí la base para la gratitud. Esta se halla estrechamente enlazada con la creencia en figuras buenas. Esto incluye en primer término la capacidad de aceptar y asimilar el objeto primario amado (no sólo como fuente de alimento) sin que la voracidad y la envidia interfieran demasiado, ya que la internalización voraz perturba la relación con el objeto. El individuo siente que lo controla y agota y, por lo tanto, lo daña. En cambio, en una buena relación con el objeto interno y externo predomina el deseo de refrenarse y preservarlo. En relación con otro tópico he descrito el proceso subyacente a la confianza en el pecho bueno como derivado de la capacidad del bebé para investir con libido el primer objeto externo. De esta manera se establece un objeto bueno que ama y protege al individuo, siendo a su vez amado y protegido por éste. Aquí es donde se halla el fundamento de la creencia en la propia bondad. Cuanto con mayor frecuencia se experimenta y acepta con plenitud la gratificación en el acto de mamar, tanto más a menudo son sentidos el goce y la gratitud en el nivel más profundo, desempeñando un papel importante en toda sublimación y en la capacidad de reparar. Por medio de los procesos de proyección e introyección, mediante una abundancia interna que se da y es reintroyectada, el yo se enriquece y profundiza. De este modo se restablece una y otra vez la posesión de un objeto interno provechoso, con lo que la gratitud puede ponerse de lleno en acción. La gratitud está estrechamente ligada a la generosidad. La riqueza interna deriva de haber asimilado el objeto bueno, de modo que el individuo se hace capaz de compartir sus dones con otros. Así es posible introyectar un mundo externo más propicio, y como consecuencia se crea una sensación de enriquecimiento. Aun cuando la generosidad es con frecuencia insuficientemente apreciada, esto no necesariamente socava la capacidad de dar. Por el contrario, en aquellos en quienes este sentimiento de riqueza y fuerza internas no está establecido de manera suficiente, los arranques de generosidad son a menudo seguidos de una necesidad exagerada de ser apreciados y agradecidos, y por consiguiente presentan la ansiedad persecutoria de haber sido robados y empobrec idos. Una gran envidia hacia el pecho nutricio interfiere con la capacidad para el goce pleno, socavando así el desarrollo de la gratitud. Existen razones psicológicas muy apropiadas que explican por qué la envidia se halla entre los siete «pecados mortales». Yo sugerí asimismo que inconscientemente es percibida como el mayor pecado de todos porque ataca y daña al objeto bueno, que es fuente de vida. Este punto de vista es coincidente con el descrito por Chaucer en The Parson’s Tale [El relato del párroco]: «Es cierto que la envidia es el peor pecado que existe, pues todos los demás pecados lo son sólo contra una virtud, en tanto que la envidia es un pecado contra toda virtud y toda bondad«. El sentimiento de haber dañado y destruido el objeto primario menoscaba la confianza del individuo en la sinceridad de sus relaciones posteriores y le hace dudar de su propia capacidad para amar y ser bondadoso. Con frecuencia encontramos expresiones de gratitud que resultan estar impulsadas más especialmente por sentimientos de culpa que por la capacidad de amar. Pienso que es importante distinguir en su nivel más profundo entre la gratitud y tales sentimientos de culpa. Esto no significa descartar algún elemento de culpa en el sentimiento de gratitud más genuino. Mis observaciones me demostraron que los cambios significativos del carácter que de cerca se revelan como deterioro, ocurren con mayor probabilidad en aquellos que no han establecido su primer objeto con seguridad y no son capaces de mantener su gratitud hacia él. Cuando por razones internas o externas la ansiedad persecutoria aumenta, ellos pierden por completo su objeto primario bueno, o más bien sus sustitutos, ya sean personas o valores. Los procesos subyacentes a este cambio son un retorno regresivo a los mecanismos tempranos de disociación y desintegración. Siendo esto una cuestión de grados, tal desintegración, aun cuando por último afecta en gran manera el carácter, no lleva necesariamente a la enfermedad manifiesta. Entre los aspectos de los cambios de carácter que tengo presentes se hallan: el deseo vehemente de poder y prestigio o la necesidad de pacificar a los perseguidores a cualquier costo. En algunos casos he comprobado que cuando surge la envidia hacia una persona, este sentimiento es activado desde su fuente más temprana. Puesto que estos sentimientos primarios son de naturaleza omnipotente, se reflejan sobre la presente envidia experimentada hacia una figura sustituta. Por lo mismo contribuyen tanto a las emociones despertadas por la envidia como al desaliento y a la culpa. Parece probable que esta activación de la primitiva envidia por una experiencia corriente sea común a todos. Pero tanto su grado e intensidad, como el sentimiento de la destrucción omnipotente, varían con el individuo. Este factor puede ser de gran importancia en el análisis de la envidia y sólo es posible que tenga pleno efecto si consigue alcanzar sus fuentes más profundas. La frustración y las circunstancias desdichadas sin duda despiertan algo de envidia y odio en cada individuo a lo largo de su vida, pero la fuerza de estas emociones y el modo de enfrentarlas varía de manera considerable. Esta es una de las numerosas razones por las cuales la capacidad de gozar, ligada al sentimiento de gratitud por la bondad recibida, difiere grandemente en las distintas personas.

III-

Para esclarecer lo tratado anteriormente creo necesarias algunas referencias sobre mis puntos de vista en lo que respecta al yo temprano. Este existe desde el comienzo de la vida postnatal, aunque en forma rudimentaria y con una considerable falta de coherencia. Aun en los estadíos más tempranos, desempeña varias funciones importantes. Pudiera ser muy bien que este concepto del yo temprano se halle próximo al postulado de Freud sobre la parte inconsciente del yo. Si bien Freud no presumió la existencia del yo desde el comienzo, le atribuyó al organismo una función que, según mi parecer, sólo puede ser desempeñada por el yo. La ansiedad primordial, de acuerdo con mi punto de vista, que difiere del de Freud, proviene de la amenaza de ser aniquilado por el instinto de muerte que actúa dentro del individuo. Y es el yo, al servicio del instinto de vida -y posiblemente puesto en acción por él-, el que hasta cierto punto desvía esa amenaza hacia el exterior. Freud atribuyó al organismo esta defensa fundamental contra el instinto de muerte, en tanto que yo la considero como principal actividad del yo. A mi juicio hay otras actividades primarias del yo derivadas de la necesidad imperativa de enfrentarse con la lucha entre los instintos de vida y muerte. Una de esas funciones es la integración gradual, la cual proviene del instinto de vida y se expresa en la capacidad de amar. La tendencia del yo a disociarse y disociar sus objetos como opuesta a la anterior, se produce en parte debido a la considerable falta de cohesión que presenta al nacer, y por otra parte porque de este modo constituye una defensa contra la ansiedad primordial, siendo entonces un medio para preservarse. Durante muchos años he atribuido gran importancia a un proceso particular de disociación: la división del pecho en un objeto bueno y otro malo, considerando esta disociación como una expresión del conflicto innato entre el amor y el odio y de las ansiedades que son su consecuencia. Coexistiendo con esta división parecen hallarse, sin embargo, varios otros procesos de dis ociación, y es sólo en los últimos años que algunos de ellos han sido captados con mayor claridad. He hallado, por ejemplo, que coincidiendo con la internalización voraz y devoradora del objeto -el pecho en primer lugar-, el yo se fragmenta y fragmenta sus objetos en grado variable, logrando de este modo una dispersión de los impulsos destructivos y las ansiedades persecutorias internas. Este proceso, que varía en su fuerza y determina la mayor o menor normalidad del individuo, es una de las defensas durante la posición esquizo-paranoide que, según pienso, se extiende a lo largo de los tres o cuatro primeros meses de vida. Con esto no quiero significar que durante ese período el bebé sea incapaz de gozar plenamente de sus mamadas, de su relación con su madre o de frecuentes estados de comodidad física y bienestar. Pero, toda vez que la ansiedad surja, ésta será principalmente de naturaleza paranoide, así como también serán predominantemente esquizoides las defensas y los mecanismos empleados contra ella. Lo mismo se aplica, mutatis mutandis, a la vida emocional del bebé durante el período caracterizado por la posición depresiva. Volviendo al proceso de disociación, agregaré que lo considero como una precondición para la relativa estabilidad del niño pequeño. De modo predominante durante los primeros meses, éste mantiene separado su objeto bueno del malo y así fundamentalmente lo preserva -lo que también significa un aumento en la seguridad del yo-. Al mismo tiempo esta división primaria sólo tiene éxito si existe una capacidad adecuada para amar y el yo es relativamente fuerte. Mi hipótesis señala por lo tanto que la capacidad para amar da ímpetu tanto a las tendencias de integración como a la exitosa disociación primaria entre el objeto amado y el odiado. Esto suena a paradoja pero, como dije, puesto que la integración está basada en un objeto fuertemente arraigado que forma el núcleo del yo, para que ella se produzca es esencial cierta cantidad de disociación, ya que preserva al objeto bueno y más tarde capacita al yo para sintetizar sus dos aspectos. La envidia excesiva, expresión de los impulsos destructivos, interfiere en la disociación primaria entre el pecho bueno y el malo, y es por ello que no puede ser suficientemente lograda la estructuración del objeto bueno. Así queda sin establecerse la base para una personalidad adulta plenamente desarrollada e integrada, puesto que es perturbada en distintos sentidos la posterior diferenciación entre lo bueno y lo malo. Hasta qué punto esta perturbación del desarrollo se debe a la envidia excesiva, está relacionado con la preponderancia de mecanismos paranoides y esquizoides en los estadíos más tempranos. Ellos, según mi hipótesis, constituyen la base de la esquizofrenia. En la exploración de los primitivos procesos de disociación es esencial diferenciar entre un objeto bueno y uno idealizado, aunque esta distinción no pueda hacerse en forma neta. Una disociación muy profunda entre los dos aspectos del objeto indica que no son el objeto bueno y el malo los que se mantienen separados, sino un objeto idealizado y uno extremadamente malo. Esta división tan profunda y definida revela que los impulsos destructivos, la envidia y la ansiedad persecutoria son muy fuertes, y que la idealización sirve principalmente como defensa contra esas emociones. Si el objeto bueno se halla profundamente arraigado, la disociación es de naturaleza fundamentalmente distinta, permitiendo entonces la operación de los tan importantes procesos de integración del yo y de síntesis de los objetos. De este modo puede producirse, en cierta medida, la mitigación del odio por el amor, consiguiéndose elaborar la posición depresiva. Como resultado, con tanta más seguridad es establecida la identificación con un objeto bueno total. Esto también presta fuerza al yo y lo capacita para preservar su identidad y crear el sentimiento de que posee bondad propia. Así se halla menos expuesto a identificarse con una variedad de objetos en forma indiscriminada, proceso éste característico de un yo débil. Además, la plena identificación con un objeto bueno es acompañada por el sentimiento de poseer bondad propia. Cuando los sucesos son adversos, la excesiva identificación proyectiva, mediante la cual son proyectadas en el objeto las partes disociadas del individuo, lleva a una fuerte confusión entre individuo y objeto en la que este último también viene a representar al individuo. Ligado a lo antedicho, existe un debilitamiento del yo y una grave perturbación en las relaciones de objeto. Los niños con fuerte capacidad para amar sienten menos necesidad de idealizar que aquellos en los que prevalecen impulsos destructivos y ansiedad persecutoria. La idealización excesiva denota que la persecución es la fuerza impulsora principal. Según descubrí hace muchos años en mi trabajo con niños pequeños, la idealización es el corolario de la ansiedad persecutoria -una defensa contra ésta- y el pecho ideal es la contraparte del pecho devorador. El objeto idealizado se halla mucho menos integrado en el yo que el objeto bueno, puesto que proviene sobre todo de la ansiedad persecutoria y no tanto de la capacidad para amar. Hallé asimismo que la idealización se deriva del sentimiento innato de la existencia de un pecho extremadamente bueno, lo que lleva al anhelo de un objeto bueno y a la capacidad de amarlo. Esto parece ser una condición para la vida misma, es decir, una expresión del instinto de vida. Puesto que la necesidad de un objeto bueno es universal, la distinción entre un objeto idealizado y uno bueno no puede ser considerada como absoluta. Algunas personas se enfrentan con su incapacidad (derivada de la envidia excesiva) para poseer un objeto bueno, idealizándolo. Esta primera idealización es precaria, pues la envidia experimentada hacia el objeto bueno está destinada a extenderse hasta su aspecto idealizado. Lo mismo es valedero para la idealización de otros objetos y la identificación con ellos, a menudo inestable e indiscriminada. La voracidad es un factor importante en estas identificaciones poco discriminadas,- puesto que la necesidad de obtener lo mejor de todas partes, interfiere con la capacidad para seleccionar y diferenciar. Esta capacidad también está ligada a la confusión entre bueno y malo que surge en la relación con el objeto primario. Mientras aquellos que han podido establecer el objeto primario con relativa seguridad son capaces de retener su amor hacia él a pesar de sus defectos, en otros la idealización es una característica de sus relaciones de amor y amistad. Esto tiende a desbaratar estas relaciones, ya que el objeto amado debe ser frecuentemente cambiado por otro, pues ninguno puede llegar a estar totalmente a la altura de lo esperado. Aquel objeto idealizado a menudo llega a ser percibido como un perseguidor (lo que muestra el origen de la idealización como contraparte de la persecución), y en él es proyectada la actitud envidiosa y crítica del sujeto. Es de gran importancia el hecho de que operen procesos similares en el mundo interno, que de este modo viene a contener objetos particularmente peligrosos. Todo esto conduce a la inestabilidad en las relaciones con los demás. Este es otro aspecto de la debilidad del yo, a la que antes me referí en relación con las identificaciones indiscriminadas. Las dudas con respecto al objeto bueno surgen fácilmente, aun en una relación segura entre el niño y su madre. Esto no sólo se debe al hecho de que el niño es muy dependiente de la madre, sino también a la ansiedad recurrente de ser vencido por su voracidad y sus impulsos destructivos – ansiedad que es un factor importante en los estados depresivos-. Sin embargo, en cualquier período de la vida, bajo la presión de la ansiedad, la fe y la confianza en los objetos buenos pueden ser sacudidas. Pero son la intensidad y duración de tales estados de duda, desaliento y persecución los que determinan la capacidad del yo para reintegrarse y restablecer sus objetos buenos con seguridad. Como puede observarse en la vida diaria, la esperanza y la confianza en la existencia de la bondad ayudan a las personas a través de las grandes adversidades y contrarrestan eficazmente la persecución.

Continúa en ¨ENVIDIA Y GRATITUD (1957), tercera parte¨