Obras de Winnicott: El concepto de individuo sano 1967

El concepto de individuo sano 1967

Conferencia pronunciada en la División de Psicoterapia y Psiquiatría Social
de la Real Asociación Médico-Psicológica, 8 de marzo de 1967
Consideraciones preliminares
«Normal» y «sano» son palabras que usamos al hablar de la gente, y es probable que sepamos lo
que queremos decir. De vez en cuando puede ser útil que tratemos de explicar lo que queremos
decir, a riesgo de decir cosas obvias y de descubrir que no conocemos la respuesta. De cualquier
modo, nuestro punto de vista cambia con el paso de las décadas, y una explicación que nos parecía
correcta en los años cuarenta puede no convenirnos en los años sesenta.
No me propongo comenzar citando lo que han dicho otros autores que se ocuparon del tema.
Permítaseme aclarar sin más preámbulo que la mayor parte de mis conceptos se basan en los de Freud.
Espero no caer en el error de suponer que un individuo puede ser evaluado sin tomar en
consideración el lugar que ocupa en la sociedad. La madurez del individuo implica un movimiento
hacia la independencia, pero la independencia no existe. No sería saludable que un individuo fuera
tan retraído como para sentirse independiente e invulnerable. Si hay alguien con esas
características, sin duda es dependiente. Dependiente de una enfermera psiquiátrica o de su familia.
Sin embargo, me ocuparé del concepto de la salud del individuo porque la salud social depende de
la salud individual, dado que la sociedad no es sino una multiplicación masiva de personas. La
sociedad no puede ir más allá del común denominador de la salud individual, y en realidad ni siquiera puede alcanzarlo, ya que debe soportar la carga de sus miembros enfermos.
Madurez correspondiente a la edad
Desde el punto de vista del desarrollo puede decirse que salud significa una madurez acorde con la que corresponde a la edad del individuo. El desarrollo prematuro del yo o la conciencia prematura
de sí no es más saludable que la conciencia tardía. La tendencia a la maduración forma parte de lo
que se hereda. De una manera compleja (que ha sido objeto de muchos estudios), el desarrollo,
especialmente al comienzo, depende de una provisión ambiental suficientemente buena. Un ambiente suficientemente bueno es, podría decirse, el que favorece las diversas tendencias individuales heredadas de modo tal que el desarrollo se produce conforme a esas tendencias. Tanto la herencia como el ambiente son factores externos si se los considera desde el punto de vista del desarrollo emocional del individuo, es decir, desde el punto de vista de la psicomorfología. (Más de una vez me he preguntado si con este término podría evitarse el empleo desmañado de la palabra «psicología» seguida de la palabra «dinámica».)
Resulta útil postular que el ambiente suficientemente bueno comienza con un alto grado de
adaptación a las necesidades individuales del bebé. Por lo general, la madre puede proveer esa
adaptación a causa de que se encuentra en un estado especial, que yo he denominado de
preocupación maternal primaria. A ese estado se lo conoce también por otros nombres, pero aquí
estoy utilizando mi propio término descriptivo. La adaptación disminuye en consonancia con la
creciente necesidad del bebé de experimentar reacciones a la frustración. Una madre sana es
capaz de diferir su función de fracasar en adaptarse hasta que el bebé ha adquirido la capacidad de reaccionar con rabia a sus fracasos en lugar de ser traumatizado por ellos. Un trauma representa la ruptura de la continuidad de la línea de la existencia del individuo. Sólo en una continuidad de existir puede el sentido del self, de la propia realidad, el sentido de ser, llegar a establecerse como rasgo de la personalidad individual.
Relaciones entre el bebé y la madre
En el comienzo, cuando el bebé está viviendo en un mundo subjetivo, la salud no puede
describirse en relación con el individuo solamente. Más tarde podremos pensar en un niño sano que se encuentra en un ambiente malsano, pero estas palabras no tienen sentido en el comienzo; lo tienen cuando el bebé se ha vuelto capaz de evaluar objetivamente la realidad, de distinguir
claramente el yo del no-yo y lo real compartido de los fenómenos de la realidad psíquica personal, y posee en alguna medida un ambiente interno.
A lo que me refiero es al proceso que opera en ambas direcciones y se caracteriza porque el bebé
vive en un mundo subjetivo y la madre se adapta para proporcionar a cada bebé una ración básica
de la experiencia de omnipotencia. Lo cual implica, en esencia, una relación vital.
El ambiente facilitador
El ambiente facilitador y las progresivas modificaciones con las que se tiende a adaptarlo a las
necesidades individuales podrían ser objeto de un capítulo separado dentro del estudio de la salud.
En él se examinarían las funciones del padre complementarias de las de la madre, así como la
función de la familia y su manera cada vez más compleja (a medida que el niño se va haciendo
mayor) de introducir el principio de realidad, al mismo tiempo que fomenta la autonomía del niño.
Pero no es mi propósito estudiar aquí la evolución del ambiente.
Zonas erógenas
En el primer medio siglo de Freud, cualquier consideración sobre la salud tenía que hacerse en
función de la etapa de instalación del ello conforme al predominio sucesivo de las zonas erógenas.
Esto aún sigue siendo válido. La jerarquía es bien conocida: comienza con la primacía oral, siguen
las primacías anal y uretral, luego la etapa fálica o «de la jactancia» (que es tan difícil para las niñas), y por último la fase genital (de tres a cinco años), en la que la fantasía abarca todo lo que
corresponde al sexo adulto. Nos sentimos muy satisfechos cuando un niño se ajusta a este
esquema de desarrollo.
A continuación, el niño sano presenta las características del período de latencia, en el que las
posiciones del ello no avanzan y los impulsos del ello encuentran escaso respaldo en el sistema
endocrino. El concepto de salud se asocia aquí a la existencia de un período de educabilidad, y en
este período los sexos tienden con bastante naturalidad a segregarse. Estas cuestiones deben
mencionarse porque es saludable tener seis años a los seis, y diez a los diez.
Después llega la pubertad, casi siempre anunciada por una fase prepuberal en la que a veces se
manifiesta una tendencia homosexual. A los 14 años el niño o la niña, incluso sanos, que no han
entrado apaciblemente en la pubertad, pueden verse sumidos en un estado de confusión y duda. La palabra «abatimiento» suele emplearse en estos casos. Pero debe destacarse que estos tropiezos del niño o la niña púber no son signo de enfermedad.
La pubertad llega como un alivio y al mismo tiempo como un fenómeno inmensamente perturbador
que sólo ahora estamos comenzando a comprender. En la actualidad los púberes de ambos sexos
pueden experimentar la adolescencia como un período de maduración, en compañía de quienes
están pasando por el mismo trance; y la difícil tarea de discriminar lo que corresponde a la salud de
lo que corresponde a la enfermedad en la adolescencia ha debido enfrentarse esencialmente en el
período de posguerra. Los problemas, por supuesto, no son nuevos.
Sólo pedimos que quienes llevan a cabo esa tarea pongan énfasis en la solución de los problemas
teóricos más bien que en la de los problemas reales de los adolescentes, los cuales, pese a lo
molesta que resulta su sintomatología, son quizá los más capacitados para descubrir el modo de
salvarse a sí mismos. El paso del tiempo es importante. El adolescente no debe ser curado como si
estuviera enfermo. Creo que ésta es una parte fundamental de la caracterización de la salud. Lo
cual no significa negar que pueda haber enfermedad durante la adolescencia.
Algunos adolescentes sufren muchísimo, de modo que sería cruel no ofrecerles ayuda. A los 14
años es común que piensen en el suicidio, y la tarea a su cargo es la de tolerar la interacción de
varios fenómenos dispares: su propia inmadurez, los cambios que trae la pubertad, su idea del
sentido de la vida, sus ideales y aspiraciones, a lo que se añade la desilusión personal respecto del mundo de los adultos, que para ellos es esencialmente un mundo de componendas, de valores
falsos y de desatención de lo que realmente importa. Cuando abandonan esta etapa, los
adolescentes de ambos sexos comienzan a sentirse reales, adquieren un sentido del self y un
sentido de ser. Esto es salud. Del ser deriva el hacer, pero no puede haber un hago antes de un
soy, y éste es el mensaje que nos transmiten.
No es necesario alentar a los adolescentes que experimentan problemas personales y tienden a
asumir una actitud de desafío aunque sigan siendo dependientes; ciertamente, no lo necesitan.
Recordemos que el período final de la adolescencia es la edad de los estimulantes logros en la
aventura, y por lo tanto el paso de un muchacho o una muchacha de la adolescencia a los
comienzos de una identificación con la paternidad y con la sociedad responsable es algo que vale la pena observar. Nadie puede pretender que «salud» es sinónimo de «comodidad». Esto es verdad
sobre todo en la zona de conflicto entre la sociedad y su sector de adolescentes.
Al avanzar, comenzamos a utilizar un lenguaje distinto. Esta sección se inició en relación con los
impulsos del ello y finaliza en relación con la psicología del yo. Es muy útil para el individuo que la
pubertad le aporte una posibilidad de potencia viril, o de su equivalente en el caso de las
muchachas, es decir, cuando la genitalidad plena es ya un rasgo, habiendo sido alcanzada en la
realidad del juego a la edad que precede al período de latencia. Sin embargo, en la pubertad
muchachos y muchachas no caen en el engaño de pensar que los impulsos instintuales son lo único que importa; esencialmente lo que les interesa es ser, ser en algún lugar, sentirse reales y alcanzar cierto grado de constancia objetal. Necesitan ser capaces de dominar sus instintos en lugar de ser destruidos por ellos.
La madurez o la salud en función del acceso a la genitalidad plena asume una forma especial
cuando el adolescente se convierte en un adulto que puede llegar a ser padre. Es adecuado que un muchacho que desea ser como su padre sea capaz de tener ensueños heterosexuales y de utilizar plenamente su potencia genital; también lo es que una muchacha que desea ser como su madre sea capaz de tener ensueños heterosexuales y de experimentar el orgasmo genital durante el coito.
La piedra de toque es: ¿puede la experiencia sexual ir unida al afecto y al más amplio significado de la palabra «amor»?
La mala salud en estos aspectos es un fastidio, y las inhibiciones pueden obrar de un modo
destructivo y cruel. La impotencia puede dañar más que la violación. Sin embargo, una
caracterización de la salud basada en las posiciones del ello no se considera hoy satisfactoria.
Aunque es más fácil describir el proceso evolutivo a partir de la función del ello que a partir de la
compleja evolución del yo, este último método no puede ser omitido. Debemos intentar hacerlo de
ese modo.
Cuando no hay madurez en la vida instintual, la consecuencia puede ser la mala salud en el ámbito
de la personalidad, el carácter o la conducta. Pero debemos ser cuidadosos y comprender que el
sexo puede obrar como una función parcial, de tal modo que, aunque en apariencia esté
funcionando bien, es posible constatar que la potencia y su equivalente femenino agotan en vez de
enriquecer al individuo. No nos dejemos engañar fácilmente al respecto, puesto que no observamos
al individuo ateniéndonos a su conducta ni a los fenómenos superficiales: estamos dispuestos a
examinar -la estructura de su personalidad y su relación con la sociedad y los ideales.
Quizás en cierta época los psicoanalistas tendían a relacionar la salud con luz ausencia de
trastornos psiconeuróticos, pero en la actualidad no es así. Ahora necesitamos criterios más sutiles.
Sin embargo, no es preciso desechar lo anterior cuando la relacionamos -como lo hacemos hoy-
con la libertad dentro de la personalidad, la capacidad de experimentar confianza y fe, la formalidad
y la constancia objetal, la liberación del autoengaño, y también con algo que no tiene que ver con la
pobreza sino con la riqueza como cualidad de la realidad psíquica personal.
El individuo y la sociedad
Si damos por supuesto un éxito razonable en materia de capacidad instintual, vemos que la persona
relativamente sana tiene que enfrentar nuevas tareas. Por ejemplo, su relación con la sociedad, que
es una extensión de la familia. Digamos que el hombre o la mujer sanos son capaces de alcanzar
una identificación con la sociedad sin perder demasiado de su impulso individual o personal. Por
supuesto que habrá pérdida, en el sentido de que habrá control del impulso personal, pero el caso
extremo de una identificación con la sociedad que implique la pérdida total del sentido del self y de
la propia importancia no es normal en absoluto.
Si ha quedado en claro que no estamos de acuerdo con la idea de que la salud sea simplemente la
ausencia de trastornos psiconeuróticos -es decir, de perturbaciones relacionadas tanto con el
avance de las posiciones del ello hacia la genitalidad plena como con la organización de la defensa
respecto de la ansiedad en las relaciones interpersonales- podemos afirmar, en este contexto, que
salud no es comodidad. Los temores, los sentimientos conflictivos, las dudas y las frustraciones son
tan característicos en la vida de una persona sana como los rasgos positivos. Lo importante es que
esa persona siente que está viviendo su propia vida y asumiendo la responsabilidad de sus actos y
omisiones y es capaz de atribuirse el mérito cuando triunfa y la culpa cuando fracasa. Una manera
de expresarlo es decir que el individuo ha pasado de la dependencia a la independencia o a la
autonomía.
Lo que tenía de insatisfactorio la caracterización de la salud basada en las posiciones del ello era la
ausencia de la psicología del yo. La consideración del yo nos hace retroceder a las etapas
pregenitales y preverbales del desarrollo individual, y a la provisión ambiental (es decir, la
adaptación específica a las necesidades primitivas propias de la más temprana infancia).
En este punto tiendo a pensar en términos de sostén. El vocablo se refiere al sostén físico de la vida
intrauterina, y gradualmente va ampliando su campo de aplicación para designar la totalidad del
cuidado adaptativo del bebé, incluida su manipulación. Finalmente, el concepto puede extenderse
hasta abarcar la función de la familia, y lleva a la idea de la asistencia individualizada que es la base
de la asistencia social. El sostén lo puede proporcionar satisfactoriamente una persona que no
tenga el conocimiento intelectual de lo que está sucediendo en el individuo; lo que se necesita es la
capacidad de identificarse, de saber qué es lo que siente el bebé.
En un ambiente que lo sostiene suficientemente bien, el bebé puede desarrollarse de acuerdo con
las tendencias heredadas. El resultado es una continuidad de existencia que se convierte en un
sentido de existir, en un sentido del self, y a su debido tiempo conduce a la autonomía.
El desarrollo en las etapas tempranas
Desearía referirme ahora a lo que sucede en las etapas tempranas del desarrollo de la
personalidad. Aquí la palabra clave es integración, aplicable a casi todas las tareas evolutivas. La
integración conduce al bebé al estado de unidad, al pronombre personal «yo», al número uno; esto
hace posible el yo soy, que confiere sentido al yo hago.
Como podrá apreciarse en lo que sigue, tengo en mente tres cosas a la vez. Pienso en el cuidado
del bebé. También en la enfermedad esquizoide. Además, estoy buscando un modo de expresar en
qué puede consistir la vida para los niños y los adultos saludables. Entre paréntesis, diría que una
característica de la salud es que el adulto nunca deja de desarrollarse emocionalmente.
Daré tres ejemplos. En el caso del bebé, la integración es un proceso de complejidad creciente que
se desarrolla con su propio ritmo. En el trastorno esquizoide, el fenómeno de la desintegración es
un rasgo distintivo, en especial el temor a la desintegración y la organización patológica de defensas
con una función de alarma contra la desintegración. (La demencia por lo general no es una
regresión, ya que carece del elemento de confianza que es propio de ésta, sino un complejo plan de
defensas destinado a impedir que se repita la desintegración.) La integración como proceso similar
al que se da en el bebé reaparece en el análisis del paciente fronterizo.
En el adulto, la integración amplía su significado hasta incluir la integridad. Una persona sana puede
admitir la desintegración en los períodos de descanso, distensión y ensoñación, así como aceptar el
malestar que la acompaña, sobre todo porque la distensión está vinculada con la creatividad, y por
lo tanto el impulso creativo surge y resurge a partir del estado de no integración.
La defensa organizada contra la desintegración despoja al individuo de lo que constituye una
precondición del impulso creativo, y en consecuencia le impide llevar una vida creativa. (1)
La asociación psicosomática
Una tarea subsidiaria en el desarrollo del bebé es la coexistencia psicosomática (dejando de lado el
intelecto por el momento). Gran parte del cuidado físico que se prodiga al bebé -sostén,
manipulación, baño, alimentación y demás- apunta a facilitarle la obtención de un psiquesoma que
viva y funcione en armonía consigo mismo.
Volviendo a la psiquiatría, una característica de la esquizofrenia es la tenue conexión que existe
entre la psique (o como quiera que se la llame) y el cuerpo y sus funciones. La psique puede
ausentarse del cuerpo durante largos períodos, y también proyectarse.
En el estado de salud, el empleo del cuerpo y todas las funciones corporales son fuente de placer,
especialmente en el caso de los niños y los adolescentes. También aquí hay una relación entre el
trastorno esquizoide y la salud. Es triste que personas sanas tengan que vivir en cuerpos deformes,
enfermos o gastados, o que pasen hambre o sufran fuertes dolores.
NOTA: Se presenta aquí otra complicación: el intelecto, o sea la parte de lamente que puede
escindirse y ser utilizada a un alto costo en términos de una vida saludable. Un buen intelecto es sin
duda algo maravilloso, específicamente humano, pero no hay razón para que lo asociemos
estrechamente con la idea de salud. El estudio del lugar que ocupa el intelecto en relación con el
área que estoy analizando es un tema importante, pero no corresponde tratarlo aquí.
Relaciones objetales
El establecimiento de relaciones con objetos es algo que puede considerarse bajo el mismo ángulo
que la coexistencia de la psique y el soma y el vasto tema de la integración. El proceso de
maduración impulsa al bebé a relacionarse con objetos, pero sólo lo logrará si el mundo le es
presentado de manera adecuada. La madre, poniendo en juego su capacidad de adaptación,
presenta el mundo al bebé de tal modo que éste recibe al comienzo una ración de la experiencia de
omnipotencia, lo cual constituye una base apropiada para su posterior avenimiento con el principio
de realidad. Se da aquí una paradoja, por cuanto en esta fase inicial el bebé crea el objeto, que sin
embargo ya estaba allí, pues de lo contrario el bebé no lo hubiera creado. Es una paradoja que se
debe aceptar, no resolver.
Ahora apliquemos todo esto al campo de la enfermedad mental y a la salud en la edad adulta. En la
enfermedad esquizoide, la formación de relaciones objetales fracasa; el paciente se relaciona con
un mundo subjetivo o es incapaz de relacionarse con objetos ajenos al self. Ideas delirantes
confirman la omnipotencia. El paciente se muestra retraído, desconectado, confundido, aislado,
irreal, sordo, inaccesible, invulnerable y demás.
En la salud, gran parte de la vida tiene que ver con diversas clases de relaciones objetales y con
una alternancia entre la formación de relaciones con objetos externos y con objetos internos.
Cuando ha alcanzado la plenitud, este proceso concierne a las relaciones interpersonales, pero el
residuo de la formación creativa de relaciones no se pierde, y en consecuencia cada aspecto del
relacionarse con objetos resulta estimulante.
En este ámbito la salud incluye la idea de una vida excitante y la magia de la intimidad. Todas estas
cosas se complementan y contribuyen a que el individuo se sienta real, sienta que es y que las
experiencias realimentan su realidad psíquica personal, enriqueciéndola y confiriéndole
posibilidades. Como consecuencia, el mundo interno de la persona sana, aunque relacionado con el
mundo externo o real, es personal y posee una vivacidad que le es propia. Las identificaciones
introyectivas y proyectivas son incesantes. De ello se deduce que la pérdida y la mala suerte (y
también la enfermedad, como ya lo he mencionado) pueden ser más terribles para las personas
sanas que para las psicológicamente inmaduras o deformadas. La salud, debemos admitirlo,
encierra sus propios riesgos.
Recapitulación
Llegados a este punto en el desarrollo del tema, tenemos que asumir la carga de examinar nuestros
términos de referencia. Tenemos que decidir si hemos de limitar nuestro examen del significado de
la salud a las personas que son saludables desde el comienzo, o ir más allá e incluir también a
aquellas que, portadoras de un germen de mala salud, han sido capaces de salir adelante, en el
sentido de alcanzar finalmente un estado de salud al que no les era posible acceder fácil y
naturalmente., Creo que debemos incluir esta última categoría. Explicaré brevemente lo que quiero
decir.
Dos clases de personas
Considero útil dividir el universo de personas en dos clases. Están aquellas que nunca fueron
«abandonadas» cuando eran bebés y que, en este sentido, tienen buenas probabilidades de disfrutar
de la vida y del vivir. También están aquellas que tuvieron una experiencia traumática del tipo que
resulta del abandono ambiental y que deben cargar durante toda su vida con el recuerdo (o el
material para el recuerdo) del estado en que se encontraban en los momentos del desastre.
Probablemente se enfrentarán con tensiones y ansiedad, y quizá también con la enfermedad.
Reconocemos que existen otras que no mantienen la tendencia hacia el desarrollo saludable y
cuyas defensas están rígidamente organizadas; esa rigidez garantiza por sí sola que no
progresarán. No podemos ampliar el significado de la palabra «salud» de modo que abarque también
esa situación.
Hay, sin embargo, un grupo intermedio. En una exposición más completa de la psicomorfología de
la salud incluiríamos a aquellos que han tenido experiencias de angustia impensable o arcaica y
cuyas defensas los protegen más o menos exitosamente contra el recuerdo de esa angustia, pero
que no obstante aprovechan cualquier oportunidad que se presente para enfermar y sufrir un
colapso a fin de aproximarse a aquello que era impensablemente terrorífico. No es frecuente que el
colapso produzca un efecto terapéutico, pero debemos reconocer que hay en él un elemento
positivo. A veces lleva a una especie de cura, y entonces la palabra «salud» vuelve a ser pertinente.
Parece haber una tendencia al desarrollo saludable que subsiste aun en estos casos, y si las
personas que he incluido en la segunda categoría se las ingenian para dejarla obrar, aunque lo
hagan tardíamente, todavía pueden mejorar. Pueden, entonces, ser incluidas entre las personas
sanas.
La huida a la cordura
Debemos recordar que la huida a la cordura no equivale a la salud. La salud es tolerante con la
mala salud; de hecho, le resulta provechoso estar en contacto con la mala salud en todos sus
aspectos, especialmente con la enfermedad llamada esquizoide, y también con la dependencia.
A mitad de camino entre los dos extremos constituidos por el primer grupo o grupo afortunado y el
segundo grupo o grupo desafortunado (en lo que se refiere a la provisión ambiental temprana) se
encuentra una elevada proporción de personas que ocultan exitosamente una relativa necesidad de
sufrir un colapso, pero que en realidad no lo sufren a menos que intervenga como factor
desencadenante alguna circunstancia del ambiente. Puede tratarse de una nueva versión del
trauma, o de que un ser humano digno de confianza haya suscitado esperanzas.
De modo que debemos preguntarnos: ¿a quiénes de entre todas estas personas que se
desempeñan satisfactoriamente a pesar de lo que llevan consigo (genes, fallas ambientales
tempranas y experiencias desdichadas) incluiremos entre los sanos? Debemos tener en cuenta que
de este grupo forman parte muchas personas desagradables que, impulsadas por la angustia,
alcanzan logros excepcionales. Tal vez sea difícil convivir con ellas, pero lo cierto es que hacen
avanzar al mundo en diversas áreas de la ciencia, el arte, la filosofía, la religión o la política. No me
corresponde dar la respuesta, pero debo estar preparado para esta legítima pregunta: ¿qué decir de
los genios de este mundo?
Verdadero y falso
En esta difícil categoría en la que el colapso potencial domina la escena hay un caso especial que
probablemente no nos causa tanta inquietud. (Pero en los asuntos humanos nada es
incuestionablemente definido y ¿quién puede decir dónde termina la salud y dónde comienza la
enfermedad?) Me refiero a las personas que, para enfrentar al mundo, inconscientemente han
sentido la necesidad de organizar una fachada, un falso self, cuya finalidad es la de proteger al self
verdadero. (El self verdadero ha sido traumatizado y nunca debe ser hallado y herido nuevamente.)
La sociedad se deja engañar fácilmente por el falso self y debe pagar por ello un precio elevado.
Desde nuestro punto de vista el falso self, aunque eficaz como defensa, no es un aspecto de la
salud. Responde al concepto kleiniano de defensa maníaca: hay depresión pero ésta se niega a
través de un proceso inconsciente, de modo que los síntomas de la depresión son reemplazados
por lo opuesto (lo bajo por lo elevado, lo pesado por lo ligero, lo oscuro por lo blanco o lo luminoso,
lo muerto por lo vivo, la indiferencia por el entusiasmo y así sucesivamente).
Esto no es salud pero incluye un aspecto saludable en lo que se refiere a los días festivos, y tiene
también una vinculación afortunada con la salud, por cuanto para las personas que están
envejeciendo y para los ancianos la actividad y vivacidad juveniles son un medio permanente, y sin
duda legítimo, de contrarrestar la depresión. En la salud el talante grave se relaciona con las
pesadas responsabilidades que llegan con la edad, responsabilidades que habitualmente los
jóvenes no conocen.
Debo mencionar asimismo el tema de la depresión, un precio que pagamos por la integración. No
me es posible repetir aquí lo que he escrito sobre el valor de la depresión, o más bien sobre la salud
que es inherente a la capacidad de deprimirse, dado que el humor depresivo está muy próximo a la
capacidad de sentirse responsable, culpable, afligido, y de alegrarse plenamente cuando las cosas
marchan bien. La depresión, por terrible que sea, debe respetarse como prueba de integración
personal.
En la mala salud hay fuerzas destructoras que, cuando actúan dentro del individuo, fomentan el
suicidio, y cuando actúan fuera, provocan ideas delirantes de persecución. No estoy sugiriendo que
esos elementos sean parte de la salud. No obstante, en un estudio de la salud es preciso incluir la
seriedad o gravedad -afín con la depresión- propia de los individuos que han madurado, en el
sentido de que han logrado la integración. Esos son los individuos en los que podemos encontrar
una personalidad rica y llena de posibilidades.
Omisiones
Debo omitir el tema puntual de la tendencia antisocial. Es algo que se relaciona con la deprivación,
es decir, con una época buena que llegó a su fin durante una fase de crecimiento en la que el niño
podía advertir los resultados de ese cambio pero no hacerles frente.
No es éste el lugar adecuado para hablar de la agresión. Permítaseme decir, sin embargo, que son
los miembros enfermos de la comunidad los que se ven forzados por motivaciones inconscientes a
hacer la guerra y a lanzarse al ataque como defensa contra ideas delirantes de persecución, o bien
a destruir el mundo, un mundo que, uno por uno y separadamente, los aniquiló en su infancia.
La finalidad de la vida
Por último me referiré a la vida que la persona sana está en condiciones de vivir. ¿Cuál es la
finalidad de la vida? No necesito conocer la respuesta, pero podemos convenir en que se relaciona
más con el hecho de ser que con el sexo. Como dijo Lorelei, «besarse está muy bien, pero un
brazalete de diamantes dura para siempre». (2)
Ser y sentirse real tienen que ver fundamentalmente con la salud, y sólo si podemos dar por
sentado el ser estaremos en condiciones de ir más allá, en pos de las cosas más positivas.
Sostengo que no se trata sólo de un juicio de valor, que hay un vínculo entre la salud emocional del
individuo y el sentirse real. La mayoría da por sentado el hecho de sentirse real, pero, ¿cuál es el
precio que deben pagar por ello? ¿En qué medida no están negando una realidad, a saber, que
quizá corren el riesgo de sentirse irreales, de sentirse poseídos, de sentir que no son ellos mismos,
de sufrir una caída interminable, de estar privados de toda orientación, de estar desligados de su
cuerpo, de ser aniquilados, de no ser nada ni estar en ningún lugar? La salud y la negación son
incompatibles.
Las tres vidas
Mis últimas palabras serán para referirme a las tres vidas que viven las personas sanas.
1. La vida en el mundo, en la que las relaciones interpersonales son la clave, incluso en lo que se
refiere a la utilización del ambiente no humano.
2. La vida de la realidad psíquica personal (o interior, según se la llama a veces). Es aquí donde una
persona es más rica que otra, más profunda y más interesante cuando es creativa. Incluye los
sueños (o aquello de lo que surge el material de los sueños).
Ambas son conocidas por ustedes, y es sabido que tanto una como la otra pueden utilizarse como
defensa: el extravertido necesita encontrar fantasía en la vida, y el introvertido puede volverse
independiente, invulnerable, aislado y socialmente inútil. Pero hay otra área de que la salud humana
puede disfrutar, que es difícil de clasificar para la teoría psicoanalítica: