El trastrabarse (cuarta parte)

El trastrabarse

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36. Inserto aquí otro caso de trastrabarse, cuya interpretación no exige un arte consumado. «El profesor de anatomía se empeña en explicar las cavidades nasales, capítulo muy difícil de la esplacnología, como se sabe. A su pregunta sobre si los oyentes habían comprendido sus explicaciones, se oyó un «Sí» general. Y apunta sobre esto el profesor, conocido por su arrogancia: «Apenas puedo creerlo, pues las personas que entienden sobre las cavidades nasales pueden contarse, en una ciudad de millones de habitantes, con un dedo … perdón, con los dedos de una mano»». 37. En otra ocasión, este mismo profesor de anatomía manifestó: «En el caso de los genitales femeninos, a pesar de muchas Versuchungen {tentaciones) … Perdón: Versuche (experimentos} … ». 38. Al doctor Alfred Robitsek, de Viena, debo la referencia a dos casos de trastrabarse, tomados de un antiguo autor francés, que reproduzco sin traducir en su idioma original (Brantôme (1527-1614), Vies des Dames galantes, «Discours Second»): «Si ay-Je cogneu une très belle et honneste dame de par le monde, qui, devisant avec un honneste gentilhomme de la cour des allaires de la guerre durant ces civiles, elle luy dit: «J’ay ouy dire que le roy a faict rompre tous les c … de ce pays là». Elle vouloit dire les ponts. Pensez que, venant de coucher d’avec son mary, ou songeant à son amant, elle avoit encor ce nom frais en la bouche. et le gentilhomme s’en eschauffa en amours d’elle pour ce mot. »Une autre dame que j’ai cogneue, eníretenant une autre grand dame plus qu’elle, et luy louant et exaltant ses beautez, elle luy dil après: «Non, madame, ce que ¡e vous en dis, ce n’est point pour vous adultérer»; voulant dire adulater, comme elle le rhabilla ainsi: pensez qu’elle songeoit á adultérer».* 39. También hay, desde luego, ejemplos más modernos para la génesis de segundas interpretaciones de carácter sexual por trastrabarse: La señora F. cuenta sobre su primera clase en el curso de lengua. «Es interesantísimo, el maestro es un inglés muy joven. Enseguida, en la primera hora, me dio a entender durch die Bluse {a través de la blusa} (se corrige: «durch die BIume», o sea, «metafóricamente», «de manera indirecta»), que prefería darme clases individuales». (Storfer.) En el procedimiento psicoterapéutico de que yo me valgo para resolver y eliminar síntomas neuróticos, muy a menudo se plantea la tarea de pesquisar, desde unos dichos y ocurrencias del paciente producidos como al acaso, un contenido de pensamiento que por cierto se empeña en ocultarse, pero que no puede dejar de denunciarse inadvertidamente de las maneras más variadas. Y para esto, el trastrabarse suele prestar los más valiosos servicios, como podría yo demostrarlo con los más convincentes, al par que curiosísimos, ejemplos. Así, los pacientes hablan de su tía y la llaman de manera consecuente, y sin notar que se trastraban, «mi madre»; o designan a su marido como su «hermano». De esta manera me hacen notar que han «identificado» entre sí a esas personas, las han incluido en una misma serie, lo cual implica el retorno de un mismo tipo en su vida afectiva. -Otro ejernplo: Un joven de veinte años se presenta en mi consultorio con las palabras «Yo soy el padre de N. N., a quien usted ha tratado. Perdón, quiero decir que soy el hermano; él tiene cuatro años más que yo». Comprendo que por medio de ese desliz quiere expresar que él, como su hermano, ha enfermado por culpa del padre; y, como aquel, demanda curación, pero es en verdad el padre quien estaría más urgido de ella. – En otros casos, una coordinación de palabras que suene insólita o un modo de expresarse que parezca forzado bastarán para descubrir la participación de un pensamiento reprimido en el dicho del paciente, que responde a una motivación otra. Así, en las perturbaciones gruesas del habla y en estas otras más finas que aun pueden subsumirse en el «trastrabarse», hallo que no es el influjo de unos «efectos de contacto entre los sonidos», sino el de unos pensamientos situados fuera de la intención del dicho, lo decisivo para la génesis del desliz y lo que permite iluminar la equivocación sobrevenida en el habla. No querría poner en duda las leyes según las cuales los sonidos ejercen efectos de alteración recíproca; mas no me parece que posean suficiente eficacia para perturbar por sí solas la pronunciación correcta del dicho. En los casos que he estudiado rigurosamente y he profundizado, ellas no constituyen sino el mecanismo preformado del que se sirve, por razones de comodidad, un motivo psíquico más lejano, pero sin restringirse a la esfera de influencia de esas interrelaciones [fonéticas]. En una gran serie de sustituciones , el trastrabarse prescinde por completo de tales leyes fonéticas. En esto me encuentro en pleno acuerdo con Wundt, quien de igual modo conjetura que las condiciones del trastrabarse son complejas y rebasan en mucho los efectos de contacto fonético. Si bien considero comprobados estos «influjos psíquicos más distantes», según la expresión de Wundt, no tengo por lo demás reparo alguno en admitir también que en el caso de un decir apurado y de una atención un poco distraída las condiciones del trastrabarse se pueden reducir fácilmente a los límites definidos por Meringer y Mayer. Sin embargo, para una parte de los ejemplos recopilados por estos autores parece más probable una resolución más compleja. Escojo el caso antes citado. «Es war mir auf der Schwest … Brust so schwer». ¿Ha ocurrido simplemente aquí que «schwe» suplantara {verdrängen} a «bru», de igual valencia, como una anticipación de sonido? No se puede desechar, sin embargo, que los fonemas de «schwe» fueran habilitados para esta su saliencia en virtud de una particular relación. Esta no podría ser otra que la asociación: «Schwester – Bruder» {«hermana – hermano»} o, todavía más, «Brust der Schwester» {«pecho de la hermana»}, que nos traslada a otros círculos de pensamiento. Y este auxiliar, invisible tras la escena, es el que presta al inocente «schwe» el poder cuyo triunfo se exterioriza como equivocación en el habla. Respecto de otros casos de trastrabarse, se puede suponer que la asonancia con palabras y significados obscenos es el perturbador genuino. La desfiguración y deformación deliberadas de las palabras y giros idiomáticos, de que tanto gustan las personas mal educadas, no se propone otra cosa que recordar lo prohibido a partir de una ocasión inocente; y este jugueteo es tan común que no nos asombraría que se abriera paso también de manera inadvertida y contraria a la voluntad. Ejemplos como «Eischeissweibchen», por Eiweissscheibchen; «Apopos Fritz», por à propos(134); «Lokuskapitäl», por Lotuskapitäl(135), etc., y quizá también las «Alabüsterbachse» (Alabasterbüchse) de Santa Magdalena pertenezcan a esta categoría. «Los invito a eructar {por «brindar»} a la salud de nuestro jefe», no parece sino una parodia inadvertida como eco de una deliberada. Si yo fuera el jefe en cuyo homenaje se cometió ese lapsus en el discurso del brindis, sin duda reflexionaría en lo sabios que eran los romanos cuando permitían a los soldados del emperador triunfante manifestar en canciones burlescas su íntima inquina hacia el festejado. – Meringer refiere, sobre sí mismo, que a un hombre a quien llamaban con el familiar apelativo honorífico de «Senexl» o de «altes {viejo} Senexl», él le dijo una vez: «Prost {Salud}, Senex altesl!». Y él mismo se espantó por ese equívoco. Acaso podamos interpretar su sentimiento si reparamos en cuán cerca está «altesl» del insulto «alter Esel» {«burro viejo»}. Serios castigos interiores se imponen al que comete una falta de respeto contra los mayores (o sea, reducido a la infancia, contra el padre). Espero que el lector no ha de descuidar la diferencia de valor entre estas interpretaciones, cuya prueba es imposible, y los ejemplos que yo mismo he recopilado y elucidado mediante unos análisis. No obstante, sí calladamente confío en mi expectativa de que aun los casos en apariencia simples de trastrabarse puedan reconducirse a la perturbación por efecto de una idea sofocada a medías y situada fuera del nexo intentado, me inclina a ello una puntualización de Meringer, muy merecedora de tenerse en cuenta. Dice este autor: «Cosa asombrosa, nadie quiere admitir que se trastrabó». Hay personas muy sinceras y honestas que se ofenden si se les dice que se habrían trastrabado. No me atrevo a conceder a esta tesis una generalidad tan grande como la que supone el «nadie» de Meringer; pero tiene su significado el asomo de afecto que va adherido a la mostración del trastrabarse, y que evidentemente es de la índole de la vergüenza. Corresponde equipararlo al enojo que nos produce no recordar un nombre olvidado y al asombro que nos causa la persistencia de un recuerdo en apariencia nimio y en todos los casos señala la participación de un motivo en el advenimiento de la perturbación. La tergiversación de nombres equivale a un improperio cuando acontece de manera deliberada, y es posible que tenga el mismo significado en toda una serie de casos en que aflora como un trastrabarse inadvertido. La persona que, según informa Mayer, dijo cierta vez «Freuder» en lugar de Freud, por haber pronunciado poco antes el nombre de «Breuer», y en otra oportunidad habló del método de Freuer-Breud, era por cierto un colega a quien tal método no entusiasmaba particularmente. Más adelante, entre los deslices en la escritura, comunicaré un caso de desfiguración de nombre que no reclama en verdad un esclarecimiento diverso. (ver nota)(140) En estos casos tiene injerencia como elemento perturbador una crítica que debe ser dejada de lado porque en ese momento no corresponde a la intención del que habla. A la inversa(141), la sustitución de nombre, la apropiación del nombre ajeno, la identificación por vía de trastrabarse en el nombre, significan un reconocimiento que por razones cualesquiera debe quedar por el momento entre bambalinas. Sándor Ferenczi nos refiere, de sus años de estudiante, una vivencia de esta índole: «En el primer año de la escuela secundaria tuve que recitar en público (o sea, ante toda la clase), y por primera vez en mi vida, una poesía. Estaba bien preparado, y quedé estupefacto cuando, apenas hube empezado, me interrumpió un estallido de risas. El profesor me explicó luego aquella rara acogida, y era que dije muy bien el título de la poesía, «Aus der Ferne» {«De la lejanía»}, pero como autor no mencioné al poeta real, sino a mí mismo. El nombre de aquel es Alexander (Sándor [en húngaro]) Petöfi. La identidad de su nombre de pila con el mío favoreció la confusión, pero la genuina causa de esta fue sin duda que en mi secreto deseo yo me identificaba por entonces con el celebrado héroe-poeta. Aun concientemente le profesaba un amor y una estima rayanos en la idolatría. Además, tras esta operación fallida se esconde, desde luego, todo el dichoso complejo de la ambición». Una identificación parecida por medio de permutación de nombre me fue comunicada por un médico joven que, lleno de timidez y respeto, se presentó con estas palabras al famoso Virchow: «Doctor Virchow». El profesor se volvió asombrado a él, y le preguntó: «Pero, ¿usted también se llama Virchow?». Yo no sé cómo justificó su desliz el joven ambicioso: si halló la salida elegante de decir que, considerándose él tan pequeño al lado del gran nombre, el suyo propio no pudo menos que írsele de la mente; o si tuvo la osadía de confesar que esperaba ser algún día tan grande hombre como Virchow, y pedía por eso al señor consejero áulico que no lo tratara tan despreciativamente. Es posible que uno de estos dos pensamientos -o quizá los dos al mismo tiempo- confundieran a nuestro joven en el acto de presentarse. Por motivos personalísimos debo dejar sin decidir si al caso que ahora citaré le es aplicable una interpretación semejante. En el Congreso Internacional de Amsterdam, de 1907, la doctrina sobre la histeria por mí sustentada fue objeto de vivos debates. Me contaron que uno de mis más enérgicos oponentes se trastrabó repetidas veces en su catilinaria contra mí dirigida, poniéndose en mi lugar y hablando en mi nombre. Dijo, por ejemplo: «Breuer y yo han demostrado, como se sabe … », cuando sólo pudo haberse propuesto decir «Breuer y Freud» . El nombre de este oponente no muestra la menor semejanza fonética con el mío. Este ejemplo, así como muchos otros de permutación de nombre, nos advierte que el trastrabarse puede prescindir enteramente de la facilidad que la homofonía le proporciona, y abrirse paso con el solo apoyo de unos escondidos vínculos de contenido. En otros casos, más importantes, lo que fuerza a trastrabarse y aun a sustituir lo intentado por su opuesto es una autocrítica, una contradicción interior a lo que uno mismo exterioriza. Asombrados, vemos entonces cómo el texto de un juramento cancela el propósito de este, y cómo la equivocación en el habla pone en descubierto la insinceridad interior. El trastrabarse se vuelve aquí un recurso para la expresión mímica, claro que en muchos casos para la de aquello que no se quería decir: se vuelve un medio de traicionarse a sí mismo. Por ejemplo, cierto individuo, que en sus relaciones con la mujer no prefiere el comercio llamado normal, interviene de pronto en una plática acerca de una muchacha a quien motejan de coqueta {kokett}: «Ya le quitaría yo esa costumbre de koëttieren». No hay duda: sólo la palabra «koitieren» {«tener coito»} pudo provocar aquella alteración de la intentada «kokettieren» {«coquetear»). – O este otro caso: «Tenemos un tío que desde hace meses está muy mortificado porque nunca lo visitamos. Aprovechando la ocasión de que él se mudó de domicilio, nos presentamos en su casa después de largo tiempo. En apariencia se alegra mucho con nuestra visita y, muy afectuoso, nos dice al despedirnos: «Espero que en lo sucesivo los vea todavía más raramente»». Las contingencias favorables del material lingüístico suelen engendrar casos de trastrabarse que producen el efecto desarmante de un desenmascaramiento, o un resultado de total comicidad. Así en los siguientes, observados y comunicados por el doctor Reitler: «»¿Usted misma ha aulgepatu {palabra inexistente, por aulgeputzt, ‘arreglado’} ese encantador sombrero nuevo?», preguntó una dama a otra con tono admirativo.

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