Obras de Winnicott: El comunicarse y el no comunicarse que conducen a un estudio de ciertos opuestos

El comunicarse y el no comunicarse que conducen a un estudio de ciertos opuestos

Dos versiones distintas de este trabajo fueron leídas, respectivamente, ante la San Francisco Psychoanalytic Society en octubre de 1962, y la British Psycho-Analytical Society en mayo de 1963 Todo punto del pensamiento es el centro de un mundo intelectual. (Keats) He comenzado con esta observación de Keats porque sé que mi escrito contiene solamente una idea, una idea más bien obvia, y he aprovechado la oportunidad para volver a presentar mi formulación de las etapas tempranas del desarrollo emocional del infante humano. En primer lugar describiré las relaciones objetales y sólo gradualmente pasaré al tema del comunicarse. Mientras preparaba este escrito, sin ningún punto de partida estipulado, para leerlo ante una sociedad extranjera, pronto llegué, para mi sorpresa, a comprometerme con la afirmación del derecho a no comunicarse. Esta era una protesta surgida del centro de mi ser ante la fantasía terrorífica de ser infinitamente explotado. En otro lenguaje, ésta sería la fantasía de ser comido o tragado. En el lenguaje de este escrito, se trata de la fantasía de ser descubierto. Existe una considerable literatura sobre el silencio del paciente en psicoanálisis, pero yo no lo estudiaré ni resumiré aquí y ahora. Tampoco intento abordar con amplitud el tema de la comunicación, y de hecho me permito una considerable libertad de acción al seguir a mi tema allí donde me lleve. Finalmente, daré cabida a un tema subsidiario: el estudio de los opuestos. En primer lugar, creo que necesito renunciar a algunas de mis ideas sobre la relación objetal temprana. La relación objetal El examen directo de la comunicación y de la capacidad para comunicarse permite ver que ellas están estrechamente ligadas con el establecimiento de relaciones objetales. Relacionarse con un objeto es un fenómeno complejo; el desarrollo de la capacidad para relacionarse con los objetos no es de ningún modo una cuestión de simple proceso madurativo. Como siempre, la maduración (en psicología) requiere y depende de la calidad del ambiente facilitador. Cuando la escena no es dominada por la privación ni la deprivación y, en consecuencia, el ambiente facilitador puede darse por sentado en la teoría de las etapas más tempranas y formativas del crecimiento humano, en el individuo se desarrolla gradualmente un cambio en la naturaleza del objeto. El objeto, que es al principio un fenómeno subjetivo, se convierte en un objeto percibido objetivamente. Este proceso lleva tiempo, y deben pasar meses, e incluso años, antes de que las privaciones y deprivaciones puedan ser acomodadas por el individuo sin ninguna distorsión de los procesos esenciales básicos para la relación objetal. En esta etapa temprana, el ambiente facilitador le proporciona al infante la experiencia de omnipotencia. Por esto entiendo más que el control mágico; entiendo que la expresión incluye los aspectos creativos de la experiencia. La adaptación al principio de realidad se produce naturalmente a partir de la experiencia de omnipotencia, es decir, dentro del ámbito de una relación con los objetos subjetivos. Margaret Ribble (1943), que se introduce en este campo, pasa por alto, a mi juicio, una cosa importante, que es la identificación de la madre con su infante (lo que yo denomino el estado temporario de «preocupación materna primaria»). Esta autora escribe: El infante humano en el primer año de vida no debe tener que enfrentar la frustración o privación, pues estos factores de inmediato provocan una tensión exagerada y estimulan actividades defensivas latentes. Si los efectos de tales experiencias no son contrarrestados hábilmente, pueden resultar trastornos de conducta. Para el bebé debe predominar el principio de placer, y lo que podemos hacer con seguridad es introducir equilibrio en sus funciones y facilitarlas. Sólo después de que se ha llegado a un grado considerable de madurez, podemos educar al infante para que se adapte a lo que en tanto adultos conocemos como principio de realidad. Ribble se refiere a la cuestión de las relaciones objetales, o satisfacciones del ello, pero pienso que también podría suscribir las ideas más modernas sobre la relacionalidad del yo. El infante que experimenta omnipotencia bajo la égida del ambiente facilitador crea y recrea el objeto, incorpora gradualmente el proceso y reúne un respaldo mnémico. Sin duda, lo que finalmente se convierte en el intelecto afecta la capacidad del individuo inmaduro para realizar esta muy difícil transición entre la relación con los objetos subjetivos y la relación con objetos percibidos objetivamente; yo he dicho que lo que en última instancia genera los resultados en los tests de inteligencia afecta la capacidad del individuo para sobrevivir a fracasos relativos en el ámbito del ambiente adaptador. En la salud, el infante crea lo que en realidad está alrededor de él esperando ser descubierto. Pero en la salud el objeto es creado, no descubierto. Yo he estudiado en diversos escritos este aspecto fascinante de la relación objetal normal; entre esos escritos se encuentra el titulado «Transitional Objects and Transitional Phenomena» (1915). Un objeto bueno es inútil para el infante a menos que él mismo lo haya creado. ¿Diré acaso «creado por necesidad»? Pero para crearlo, el objeto debe ser descubierto. Esto es una paradoja, y hay que aceptarla como tal, sin intentar otro enunciado inteligente que parezca eliminarla. Existe otro punto importante si uno considera la ubicación del objeto. El cambio del objeto de «subjetivo» a «percibido subjetivamente» es impulsado por las insatisfacciones más eficazmente que por las satisfacciones. La satisfacción derivada de una comida tiene, en este sentido del establecimiento de relaciones objetales, menos valor que, por así decirlo, tropezar con el objeto en el camino. La gratificación instintiva le proporciona al infante una experiencia personal y en poco afecta la posición del objeto; he atendido a un paciente esquizoide adulto en el que las satisfacciones eliminaban al objeto; ese paciente no podía tenderse en el diván porque esto reproducía para él la situación de las satisfacciones infantiles que eliminaban la realidad externa o la externalidad de los objetos. He descripto esto en otras palabras, diciendo que los infantes se sienten «engañados» por una comida satisfactoria; es posible encontrar que la angustia de una madre que amamanta se basa en el miedo a que el infante no haya quedado satisfecho y ella sea atacada y destruida. Después de haber comido, el infante satisfecho no es peligroso por algunas horas, ha perdido la catexia objetal. En cambio, la agresión experimentada por el infante, la propia del erotismo muscular, del movimiento y de las fuerzas irresistibles que chocan con objetos firmes, esta agresión, decimos, y las ideas ligadas a ella, se prestan al proceso de ubicar al objeto, a ubicarlo como separado del self, y en esa medida el self comienza emerger como entidad. En el desarrollo anterior al logro de la fusión, hay que dar cabida a la conducta del infante reactiva a las fallas del ambiente facilitador, o de la madre-ambiente, y esto puede asemejarse a la agresión; en realidad, es desazón. En la salud, cuando el infante logra la fusión, el aspecto frustrante de la conducta del objeto es valioso para educar con respecto a la existencia de un mundo «no-yo». Las fallas de la adaptación tienen valor en la medida en que el infante puede odiar al objeto, es decir, puede retener la idea del objeto como potencialmente satisfactorio, mientras reconoce que ese objeto no ha logrado comportarse satisfactoriamente. Según yo lo entiendo, ésta es buena teoría psicoanalítica. Lo que suele pasarse por alto en los enunciados de esta clase de teoría es el inmenso desarrollo que se produce en el infante para lograr la fusión y para que, en consecuencia, la falla ambiental desempeñe su papel positivo, permitiéndole al infante empezar a conocer un mundo que es repudiado. Deliberadamente no digo «externo». En el desarrollo sano hay una etapa intermedia, en la cual la experiencia más importante del paciente en relación con el objeto bueno o potencialmente gratificador es el rechazo de ese objeto. Este rechazo forma parte del proceso de la creación del objeto. (Esto genera un problema verdaderamente formidable para el terapeuta en la anorexia nerviosa.) Son nuestros pacientes quienes nos enseñan estas cosas, y me resulta algo molesto presentar estas opiniones como si me pertenecieran personalmente. Todos los analistas tienen esta misma dificultad; para nosotros ser originales es más difícil que para cualquier otra persona, porque verdaderamente todo lo que decimos nos lo han enseñado ayer, aparte de que escuchamos recíprocamente nuestras conferencias y discutimos ciertas cuestiones en privado. En nuestro trabajo, sobre todo en el trabajo con los aspectos esquizoides de la personalidad -más que con los aspectos psiconeuróticos-, si intuimos que sabemos algo, aguardamos a que el paciente nos lo diga y al hacerlo encuentre creativamente la interpretación que nosotros podríamos haberle dado; si somos nosotros quienes interpretamos, sobre la base de nuestra perspicacia y experiencia, el paciente tiene que rechazar o destruir nuestra idea. Una paciente de anorexia me está enseñando la sustancia de lo que escribo en este momento. La teoría de la comunicación Estas cuestiones, aunque las he expuesto en los términos de la relación objetal, parecen en realidad incidir en el estudio de la comunicación, porque naturalmente en el propósito y en los medios de la comunicación se produce un cambio cuando cambia el objeto, pasando de subjetivo a percibido objetivamente, a medida que el niño abandona poco a poco el ámbito de la omnipotencia como experiencia de vida. En la medida en que el objeto es subjetivo, para la comunicación con él resulta innecesario que sea explícito. En la medida en que el objeto es percibido objetivamente, la comunicación es explícita o bien muda. Entonces aparecen dos cosas nuevas: el uso y disfrute por el individuo de los modos de la comunicación, y el self que no se comunica, o núcleo personal del self que es un verdadero aislado. Esta argumentación se complica por el hecho de que el infante desarrolla dos tipos de relaciones al mismo tiempo: la relación con la madre-ambiente, y la relación con el objeto, que se convierte en la madre-objeto. La madre-ambiente es humana y la madre-objeto es una cosa, aunque también es la madre o parte de ella. Sin duda, la intercomunicación entre el infante y la madre-ambiente es hasta cierto punto sutil, y su estudio nos obligaría a abordar tanto a la madre como al infante. Voy a tocar el tema, pero sin desarrollarlo. Es posible que para el infante haya comunicación con la madre-ambiente; la pone de manifiesto la experiencia de la inconfiabilidad de la madre. El infante está quebrantado, y la madre puede tomar este hecho como una comunicación, si es capaz de ponerse en el lugar de la criatura y reconocer ese quebranto en el estado clínico del infante. Cuando la confiabilidad de la madre domina la escena, puede decirse que el infante se comunica por el simple hecho de «seguir siendo», y seguir desarrollándose en concordancia con los procesos personales de maduración, pero esto apenas merece el nombre de «comunicación». Volviendo al relacionamiento objetal: a medida que el niño pasa a percibir objetivamente al objeto, adquiere sentido para nosotros contrastar la comunicación con uno de sus opuestos. El objeto percibido objetivamente El objeto percibido objetivamente va convirtiéndose poco a poco en una persona con objetos parciales. Dos opuestos de la comunicación son: (1) Un no comunicarse simple. (2) Un no comunicarse activo o reactivo. El primer opuesto es fácil de comprender. El no comunicarse simple es como reposar. Se trata de un estado por derecho propio, que se convierte en comunicación y vuelve a ser no comunicación con la misma naturalidad. Para estudiar el segundo opuesto es necesario pensar tanto en los términos de la patología como en los de la salud. Me referiré en primer lugar a la patología. Hasta ahora he dado por sentado el ambiente facilitador, perfectamente adaptado a la necesidad que surge del ser y de los procesos de la maduración. En la psicopatología que necesito para esta argumentación, la facilitación ha fallado en algún aspecto y en alguna medida, de modo que en cuanto a la relación objetal, el infante ha desarrollado una escisión. Con una de las mitades escindidas, el infante se relaciona con el objeto que se presenta, para lo cual crea lo que he denominado un self falso o sumiso. Con la otra mitad de la escisión, el infante se relaciona con un objeto subjetivo, o con fenómenos basados en experiencias corporales, escasamente influidos por un mundo percibido objetivamente. (¿No es esto lo que vemos en la clínica, por ejemplo, como movimiento autista de balanceo? ¿No es lo que vemos en un cuadro abstracto, un punto muerto de la comunicación, sin validez general?) De este modo introduzco la idea de una comunicación con objetos subjetivos y, al mismo tiempo, el concepto de una no comunicación activa con lo que es percibido objetivamente por el infante. No parece haber duda de que, a pesar de su inutilidad desde el punto de vista del observador, la comunicación en punto muerto (con objetos subjetivos) da la sensación de ser real. En cambio, la comunicación con el mundo tal como se realiza desde el self falso no se siente real; no es una verdadera comunicación, porque en ella no participa el núcleo del self, lo que podría denominarse self verdadero. Ahora bien, estudiando el caso extremo llegamos a la psicopatología de la enfermedad grave, la esquizofrenia infantil; no obstante, lo que hay que examinar es la pauta de todo esto en la medida en que es posible hallarla en el individuo más normal, en el individuo cuyo desarrollo no ha sido distorsionado por una falla grosera del ambiente facilitador y en quien los procesos madurativos tuvieron oportunidad de producirse. Es fácil ver que en el caso de las enfermedades más leves, en las cuales hay algo de patología y algo de salud, debe esperarse una no comunicación activa (repliegue clínico), porque la comunicación se vincula muy fácilmente con algún grado de relación objetal falsa o sumisa; para restablecer el equilibrio es necesario que periódicamente prevalezca la comunicación silenciosa o secreta con objetos subjetivos, que da la sensación de ser real. Estoy postulando que en la persona sana (madura en lo concerniente al desarrollo de la relación objetal) tiene que haber algo que equivalga al estado de la persona escindida, en la cual una parte se comunica silenciosamente con los objetos subjetivos. Cabe la idea de que el relacionarse y comunicarse significativamente es silencioso. No es necesario que la salud verdadera se describa sólo en función de los residuos que deja en las personas sanas lo que podría haber sido una pauta enfermiza. Deberíamos poder formular un enunciado positivo del empleo sano de la no comunicación en la instauración del sentimiento de lo real. Para hacerlo, tal vez tengamos que hablar en los términos de la vida cultural del hombre, que es el equivalente adulto de los fenómenos transicionales de la infancia y la niñez temprana. En el ámbito cultural, la comunicación se realiza sin referencia al estado de ser del objeto -sea subjetivo o percibido objetivamente-. En mi opinión, el psicoanalista no tiene ningún otro lenguaje para referirse a los fenómenos culturales. Puede hablar sobre los mecanismos mentales del artista, pero no sobre la experiencia comunicativa del arte y la religión, a menos que esté dispuesto a una negociación menuda en el ámbito intermedio cuyo antepasado es el objeto transicional del infante. Creo que en los artistas de todo tipo puede detectarse un dilema intrínseco, propio de la coexistencia de dos tendencias: la necesidad urgente de comunicarse y la aún más urgente necesidad de no ser descubierto. Esto podría explicar el hecho de que nos resulte inconcebible un artista que llegue al final de la tarea que ocupa su naturaleza total. En las primeras fases del desarrollo emocional del ser humano, la comunicación silenciosa concierne al aspecto subjetivo de los objetos. Supongo que esto se vincula con el concepto Freudiano de realidad psíquica y de inconsciente que nunca puede hacerse consciente. Yo añadiría que en la salud existe un desarrollo directo desde esa comunicación silenciosa hasta el concepto de experiencia interior que Melanie Klein ha expuesto con tanta claridad. En las descripciones de casos realizadas por Melanie Klein, se muestra que ciertos aspectos del jugar de un niño, por ejemplo, son experiencias «interiores»; es decir que ha habido una proyección en gran escala de una constelación de la realidad psíquica interior del niño, de modo que la habitación, la mesa y los juguetes son objetos subjetivos, y el niño y el analista están ambos en esa muestra del mundo interior. Lo que está fuera de la habitación está fuera del niño. Este es un terreno familiar en psicoanálisis, aunque diversos analistas lo describen de distintos modos. Se relaciona con el concepto de «período de luna de miel» al inicio del análisis, y con la claridad especial de algunas de las primeras sesiones. También está relacionado con la dependencia en la transferencia, y converge con el trabajo que yo mismo realizo en la explotación total de las primeras sesiones en el tratamiento breve de niños, especialmente de niños antisociales con los cuales el análisis completo no es factible, ni siquiera siempre aconsejable. Pero mi propósito en este escrito no es ponerme en clínico, sino llegar a una versión muy temprana de lo que Melanie Klein denominaba «interno». Al principio, la palabra «interno» no puede utilizarse en el sentido de Klein, puesto que el infante aún no ha establecido adecuadamente un límite yoico ni tiene todavía el dominio de los mecanismos mentales de la proyección y la introyección. En esta etapa temprana, «interno» sólo significa personal -y «personal» en la medida en que el individuo es una persona con un self en camino hacia un estado evolucionado-. El ambiente facilitador, o el yo auxiliar de la madre que brinda apoyo al yo inmaduro del infante, son todavía partes esenciales del niño como criatura viable. En la reflexión sobre la psicología del misticismo, es habitual concentrarse en la comprensión del repliegue del místico en un mundo interior personal de introyecciones refinadas. Tal vez no se ha prestado suficiente atención a la retirada del místico a una posición en la cual puede comunicarse en secreto con objetos y fenómenos subjetivos, gracias a lo cual se siente más real y, de tal modo, equilibra la pérdida de contacto con el mundo de la realidad compartida. Una paciente soñó que dos amigas eran funcionarias de aduanas en el lugar donde ella trabajaba. Revisaban con cuidado absurdo todas las pertenencias de la paciente y sus compañeros. Después ella, por accidente, atropellaba con un automóvil una gran vidriera. Ciertos detalles del sueño demostraban que no sólo esas dos mujeres no tenían ningún derecho a estar allí revisando, sino que además se ponían en ridículo por su manera de escudriñarlo todo. Resultaba claro que la paciente se burlaba de ellas: no llegarían al self secreto. Representaban a la madre que no le permite a su hija tener su secreto.