Winnicot: El concepto de trauma en relación con el desarrollo del individuo dentro de la familia (1965)

El concepto de trauma en relación con el desarrollo del individuo dentro de la familia (1965)

Fusión de dos versiones similares de un ensayo escrito en marzo y mayo de 1965. El vasto campo que abarca el término «la familia» ha sido estudiado de muchas maneras. Aquí intentaremos relacionar la función de la familia con la idea de trauma, lo cual implica estudiar el trauma como concepto de la metapsicologa. El nexo entre ambas ideas es que la familia brinda al niño en crecimiento una protección contra el trauma. Primero abordar el problema del trauma desde el ángulo clínico, y luego examinar brevemente la teoría del trauma. Un trauma que afecta a una paciente Intervine en el análisis y manejo del caso de una niña que se acercaba a la pubertad, y que padecía una incapacidad física entretejida con su perturbación emocional. Tuve la fortuna de que esta niña estuviese bajo una buena atención pediátrica durante el período en que se necesitó un tratamiento paralelo de carácter físico. Pude mantener contacto estrecho con ella mientras estuvo internada en el hospital. A raíz de la particular situación en que me encontraba, fui informado por la niña de que un perverso estaba visitando la sala de niños, pese al cuidado habitual que se pone en un buen hospital infantil. Me resultó difícil creerlo, y al principio tendí a compartir la sospecha de la propia niña en el sentido de que había tenido alucinaciones. Sin embargo, comuniqué de inmediato lo que ella me había contado, y a la postre quedó en claro que todo lo que me había contado había sucedido realmente. Naturalmente, quise que la niña volviera a su casa, pues, como de pronto se tornó obvio, la familia y el hogar de un niño son los que mejor pueden protegerlo de un trauma. Ahora bien, la propia niña no estaba en condiciones de considerar la posibilidad ya sea de ser trasladada al hogar o a otro hospital de las cercanas. De hecho, lo único que estaba a mi alcance era primero recuperarme del trauma yo mismo y luego dejar que el hospital se hiciera cargo del problema a su modo. Una vez establecidos los hechos, el hospital pronto tomó medidas y se restableció el sentimiento de seguridad. El material que la niña estaba produciendo a la sazón evidenciaba que se encontraba en la etapa prepúber. Por ejemplo, un dibujo significativo mostraba a una niña cándida, con un vestido de manga larga, a quien un leopardo negro estaba enseñado a bailar; la niña tenía los brazos extendidos, en la mano derecha llevaba dos manzanas que acababa de tomar para comerlas, y en la izquierda un pájaro azul. El contraste entre la niña inocente y el leopardo potencialmente siniestro era llamativo; esta hermosa figura describa la visión previa de la sexualidad que es dable encontrar en esa fase presexual. Fue en esta etapa del desarrollo de la niña que apareció en su vida el perverso, y todos los chicos del hospital quedaron en peligro. Podrá decirse que sólo ella comprendió el peligro; los demás, en general, se excitaron, manifestaron su temor a los fantasmas o interpretaron cualquier ruido como proveniente de un hombre que estaba trepando por la ventana, y ésta fue su manera de tratar el asunto. Mi paciente se hallaba en una situación especial por la posibilidad de informarme sobre todos los pormenores; debe señalarse que, aunque por cierto confiaba en sus padres, no pudo decirles nada de lo sucedido a ellos. En un comienzo ni siquiera pudo contárselo a las enfermeras, y cuando al fin se lo dijo a una, ésta tomó el asunto a la ligera y no lo comunicó a la jefa. También el progenitor de uno de los otros niños lo tomó a la ligera. En verdad, es casi imposible pensar que un perverso pueda ingresar de noche en la sala de niños de un hospital. La reacción natural consiste en renegarlo, o, alternativamente, en entregarse a una actividad reactiva frenética. Los padres se atreven a dejar a sus hijos en los hospitales sólo gracias a un proceso de idealización de éstos y de su personal; y mi larga experiencia en hospitales de niños me dice que los médicos, enfermeras y personal auxiliar no sólo se conducen de una manera confiable, sino que procuran reproducir las condiciones que se dan en la familia, destinadas a proteger a los niños de cualquier trauma severo. Pero… hete aquí que esta protección de los traumas severos no incluye la protección frente a traumas más sutiles, que para los niños y bebés pueden ser peores que aquellos otros traumas, severos que conmocionan a los adultos cuando ocasionalmente ocurren. En la familia, los tabúes contra el incesto que, generalmente operan impiden que se produzca un trauma severo del tipo del que aconteció en este caso. Mi pequeña paciente comentó: «Esto no es justo». Yo coincida totalmente con ella, y se lo dije. No supo poner en palabras la naturaleza cabal del trauma, el hecho de que la dulce inocencia propia de la fase del desarrollo emocional en que ella estaba, y que muy adecuadamente describió en su dibujo como un «ballet», fuese arruinada por la introducción prematura de la sexualidad de un hombre, vale decir, de una segunda persona percibida objetivamente. La imagen subjetiva del leopardo se trocó súbitamente en lo que la niña llamó «un hombre que se pone molesto». Pudo añadir que tal vez él fuese una persona muy humana, que posiblemente se sintiera sola, pero piar cierto le resultó molesto en el contexto del trauma y de su experiencia al respecto. Estoy en condiciones de agregar que la «inocencia» de esta niña no se vio dañada debido, en gran parte, al contacto estrecho que mantenía conmigo, un profesional en quien sabía que poda confiar tanto en los aspectos más graves como en los leves. No puedo afirmar, en cambio, que los otros niños no hayan sido dañados. Y, por supuesto, el factor constante que le permitió a ella creer en mí y usarme fue el hecho de que tuviese a su familia y de que confiase absolutamente en todos sus miembros. Si mi paciente no se vio afectada en forma negativa, también se debe a que en su análisis ha sido el trauma muy sutil, y no el severo, el significativo y el que ella pudo utilizar. Para ilustrar esto dar un ejemplo de una sesión típica en la que hubo un anticipo. La paciente se acostó en el diván como de costumbre y comenzó a hablar en voz muy baja de esto y de aquello. Según suele ocurrirme con ella, tena que acercarme bastante para poder orla. En esos momentos ella es muy sensible a cualquier cambio que se produzca en la habitación, y yo me cuido de introducir cambios que pudieran molestarla. En muchos aspectos, la paciente necesita tenerme bajo su control, y debo prestarle suma atención. Atiendo a sus necesidades avivando o reduciendo el fuego para que la temperatura sea exactamente la que ella quiere, o bien abriendo o cerrando la ventana, o quizá ofreciéndole pañuelos descartables u otros objetos cuya existencia ella conoce. Si las condiciones se aproximan a la perfección, empieza a querer hablarme, pero no hay ningún material que yo pueda usar, y sé (por experiencia) que si yo hablo la perturbar. Si digo algo, no importa qué, por ejemplo «necesitas que yo esté bajo tu control, como si una parte tuya…», antes de haber terminado de decirlo ya se ha puesto frenética, se ha encogido sobre sí misma y retraído, y se ha vuelto inconsolable. Grita y llora, y a todas luces ha sido herida profundamente. Hay envuelto en esto un factor temporal de modo tal que no puedo detenerme hasta saber que la fase quedó atrás; es preciso permitir que llegue a su término natural. Me ayuda mi comprensión teórica de lo que la Dra. Margaret Little llama la «transferencia delusional». No me veo obligado a traer nada severo, como la cuestión de este perverso y su invasión de la sala de los niños. Lo único que necesito es aceptar el rol que me ha sido asignado. De esta manera, dentro del ámbito de una fuerte transferencia negativa, la niña resulta herida y alcanza la congoja y el llanto, que por sí sola no podría alcanzar. Al fin la fase se resuelve sola y la paciente me puede decir: «Parecía enojado conmigo cuando me dijo…» Por entonces, la niña estaba saliendo de un episodio paranoide que seguí la siguiente pauta: 1. Yo me amoldaba a su idea de una persona que está bajo su control omnipotente y es casi una parte de ella. 2. Me «moví» apenas, y de inmediato quedó fuera de su control. 3. La parte siguiente fue inconsciente: ella me odió. 4. Estaba segura de que yo era un perseguidor. 5. Vio que esto había sido una delusión. 6. Pudo entonces, en muy pequeña medida, alcanzar el odio que me tena a mí (en quien confiaba) a raíz de mi mínima excursión fuera del ámbito de su omnipotencia. En esta experiencia, la paciente se había sentido real gracias a su congoja y llanto. Siempre siente espanto, pero durante un cuarto de hora sintió espanto por algo. Ya había llegado el momento de poner término a la sesión (que en esta oportunidad se había’ prolongado diez minutos más) y de que la paciente se preparase para irse. Esta clase de sesiones, en las que siente la mayor congoja, le producen cierta satisfacción, en tanto que otras le parecen irreales, sobre todo si se ha permitido disfrutar de alguna actividad y me ha hecho disfrutar a m; obteniendo as la falsa impresión de que todo anda bien en ella. No todo anda bien. Y después que se fue, me di cuenta de qué desde el principio ella sabía que esto poda suceder. Cuando comenzó la sesión dijo: «Me gustara que fuera uno de los momentos en que mamita vena a buscarme». YO conocía bien este signo y estaba preparado para lo que iba a suceder, aunque no poda prever qué forma tomara la desilusión de esta jornada. Mi tarea consista en primer lugar en cooperar con su proceso de idealización mía, y luego compartir el peso de la responsabilidad por la quiebra d esa idealización a raíz de su odio convertido para ella en la delusión de qué yo estaba enojado con ella. Un poco ella lgnora la ambivalencia de ésta manera. Se apreciar qué este trabajo lleva más atrás del problema derivado de las visitas del perverso, salvo que las palabras «Esto no es justo» suministren un nexo. No es justo que el objeto idealizado (subjetivo, casi) ponga de manifiesto su independencia, su suparatividad, su libertad respecto de su control omnipotente. Si este análisis tiene éxito, ello se deber a una larga serie de esos pequeños traumas puestos en escena por la paciente, y que incluyen fases de transferencia delusional. La experiencia traumática en una mujer A ningún analista le ser difícil encontrar ejemplos de estos hechos en su tarea clínica corriente. He aquí otro, correspondiente a mi práctica clínica de la misma semana. Una mujer adulta tiene una defensa muy bien organizada contra la esperanza. En un análisis previo y en el que está haciendo conmigo, nada se hizo consciente jamás. Todo cuanto ocurre ya había sido previsto por ella. El cuadro está dominado totalmente por una desesperación inalterable, de modo tal que esta mujer, potencialmente valiosa, acepta la derrota como un hecho y vive permanentemente en un estado de moderada depresión. Sabe que «el análisis no puede tener éxito». Esta situación se inició cuando al término de su niñez temprana, excepcionalmente feliz, murió súbitamente su padre y de inmediato su madre cayó en la melancolía. Esta melancolía ya estaba sin duda presente en la actitud excepcionalmente vivaz, risueña e imaginativa de esta mujer hacia su única hija, que perduró hasta que falleció su esposo. Luego, su melancolía continuó hasta su propia muerte. En la sesión que he escogido para comentar sucedió algo nuevo: la paciente sostuvo que la principal interpretación que le hice deba ser correcta y sin embargo ella no lo había previsto; por consiguiente, la interpretación fue «traumática», en el sentido de que rompió las defensas: Este trauma benigno era un reflejo del nuevo sentimiento de la paciente sobre el trauma maligno. A la sazón yo la estaba atendiendo sólo una vez por semana. La semana anterior a esta sesión ella tena que venir en un horario distinto del habitual; pero vino a la hora de costumbre, y cuando en la puerta le comunicaron que se había equivocado, se retiró. Una semana más tarde, en la sesión a que aludo, comenzó refiriéndose a esto, y dijo que la persona que la atendió en la puerta la había mirado con ojos críticos, casi como diciéndole: «Usted ha desobedecido». Continuó comentando cuánto simpatizaba con esa persona, que era casi siempre la que la reciba a la entrada. Prosiguió con el material depresivo corriente. Se había puesto contenta -dijo- de poder irse y no tener sesión. Comunicó asimismo otras cosas, la peor de las cuales era ésta: su amigo había reaccionado de una manera terrible ante algo que ella había dicho, vinculado con un niño adoptivo que era feliz, pero a quien no se le había informado que era adoptivo. Mi paciente le dijo a su amigo: «Bueno, espero que pronto logren decírselo al chico», tras lo cual su amigo se enojó muchísimo y achacó sus palabras a la actitud psiquiátrica ante la vida propia de las personas sometidas a un psicoanálisis. El malhumor del amigo había durado largo tiempo y era intolerable para ella. Lo mencionó como algo absolutamente devastador, pero ella siempre tena este mismo humor triste que reduce todo a lo mismo: algo potencialmente bueno, y hasta maravilloso, pero [que es] por supuesto arruinado. El material que traía esta paciente incluía otros ejemplos de ello. Uno tena que ver con una nueva versión de ese mismo incidente, que la llevó a un intento de suicidio. Había ido de buena fe a pedir en la universidad que le dieran otra oportunidad de hacer un trabajo especial, porque la habían reprobado en el examen, a raíz del peso que le significaba la melancolía de la madre; e imprevistamente, la acusaron de solicitar privilegios indebidos. Esto nos condujo a una nueva versión del momento del trauma original, cuando después de la muerte del padre acudió a ver a su madre esperando encontrar la mujer risueña de costumbre, y en cambio se vio. Ante una nueva persona, hosca e irrazonable, y que ya no mantenía con ella (quien a la sazón tena seis años) ninguna relación especial. Se advertir que, como yo ya me había habituado a prever en este análisis, el nuevo material no era, en rigor, nuevo; la paciente sabía ya todo esto desde siempre, pero ese da tuvo ganas de brindarme un cuadro más claro de lo que siempre había recordado con claridad: En ese momento sobrevino mi interpretación, que no hizo más que conectar esos ejemplos de traumas con el episodio de la puerta de mi casa, donde según ella la persona en lugar de hacerla pasar, le comunicó que se había equivocado. En este punto mi paciente experienció su primer «trauma» analítico, o «trauma benigno», si se me permite la expresión. Estaba pasmada: ella no había establecido esa conexión. Se daba cuenta de que ésta era válida, pero no pudo «asumirla» de inmediato. Ahora vea lo que no había visto antes, o sea, reconoció que en el centro del episodio de la puerta de mi casa había habido una delusión: de hecho, la persona que la recibió la atendió cordialmente, pero ella vio en su mirada una prohibición y acusación, y reaccionó como lo haría ante un perseguidor. (Esa persona me subrogaba en la transferencia, y de hecho en la sesión siguiente, cuando yo me mostraba comprensivo como de costumbre y por cierto no estaba enojado, ella dijo también al llegar a este punto que, por una u otra razón, le molestaba que yo fuese cordial con ella.) Es posible ahora ver la pauta, la misma pauta que he descrito antes con respecto a la sesión de la niña. Esta paciente adulta vena con todas las defensas bajas, «sabiendo» que se le iba a permitirla entrada. La persona que la atendió en la puerta estaría dentro del ámbito de su omnipotencia, formara parte del «ambiente previsible promedio»; pero no fue as. Hubo entonces un odio inconsciente hacia esa persona. Lo consciente fue la delusión de que esa persona la había criticado, y de ello la paciente escapó con júbilo, contenta de irse. Había experenciado ahora, en la «transferencia delusión al», la persecución que es un paso necesario hacia la experiencia del odio por un objeto bueno, esencia de la desilusión. Quizá por primera vez en una década de análisis, había logrado modificar las defensas, originalmente organizadas en relación con el súbito e impredecible cambio que se produjo en la madre luego de la impredecible muerte de su padre. Un ejemplo similar Little, «Delusional Transferenee»; W. R. Bion, «Attacks on Linking», lational Journal of Psycho Analysis, vol. 40 (1959); también en Bion, Second Thoughts, Londres, Heinemann Medical Books Ltd.,1967. [Trade. cast.: Volviendo a pensar, Buenos Aires, Horm, 1972.1 Winnicot hace referencia al valor del concepto de Uttle en Mependenoe in Infant-Care, in Child-Care and in the Psycho-Analytic Setting» (1963), incluído en The Maturational Proces_ ses and the Facilitating Enairnnment, Londres, Hogarth Press; Nueva York, International Universities Press, 1965. Añadir aquí un tercer ejemplo que vino a mis manos cuando estaba escribiendo estos apuntes. En un caso que estoy observando desde afuera, una mujer fue como de costumbre a su analista y oprimió el botón del timbre. Se hallaba en un estado especial, vinculado con la esperanza, siendo que esa persona es por lo regular desesperanzada. Evidentemente, el timbre no .son en un principio, de modo que volví a oprimirlo, y en esta ocasión alguien vino a abrir. Al entrar a sesión le dijo a su analista: «As que usted estuvo todo el tiempo aquí, mientras yo esperaba allá afuera!» (implícitamente le estaba diciendo: «Usted me odia!»). La analista no sabía qué había pasado, y se me comunica (tal vez erróneamente) que respondió: «Se da cuenta de lo que me está diciendo?» (de hecho, un reproche). A causa de esto la paciente cayó en la desesperación. Repasando este material, puede verse que la analista (tal como lo comunicó la paciente) no supo interpretar siguiendo los lineamientos de la transferencia delusional. Podrá haberse callado, o podría haber dicho: «Usted me odió cuando el timbre no sonó y nadie acudió a abrirle; pero nada supo sobre este odio que me tiene, y lo que vio fue un odio mío hacia usted». En esta ocasión, hice el experimento de transmitirle a la paciente este fragmento de información externa a su análisis. El resultado fue que record haber sentido un odio muy intenso y amargo hacia su analista tan pronto traspuso la puerta de calle y se encaminó hacia la sala. No podría habérmelo contado porque no se dio cuenta de esto, pero en todo caso «habría sido tan loco…» (transferencia delusional). Aquí opera el mismo mecanismo que en los otros casos mencionados. En cada uno de ellos se sufrió un trauma, y el odio se manifestó Clínicamente como una delusión de ser odiado. La consulta terapéutica Otro tipo de experiencia clínica que para mí estableció un nexo entre la idea de la familia y la-de trauma proviene de un estudio que estoy llevando a cabo sobre. Lo que denomino la Consulta terapéutica. Estoy tratando de mostrar que en un tipo muy corriente de casos de psiquiatra infantil hay posibilidades de efectuar una psicoterapia profunda y eficaz haciendo un uso cabal de una entrevista, o de un número limitado de ellas. Si mi tesis es correcta, se vuelve urgentemente necesario poder diagnosticarlos casos según que les sea o no aplicable este tratamiento. En este tipo de casos el niño puede estar muy gravemente perturbado desde el punto de vista clínico. Un denominador común de estos casos es la existencia de una familia en funcionamiento, o al menos de una situación familiar. En verdad, es improbable que este tipo de terapia rápida pueda operar cuando uno de los padres padece una enfermedad psiquiátrica grave, o si el hogar ya ha sido destruido o carece de una confiabilidad intrínseca. Dicho de otro modo, en tales casos el trabajo principal lo hace la familia y dentro de la familia; lo que hace el terapeuta es producir en el niño un cambio cualitativamente preciso y cuantitativamente suficiente como para permitirle a la familia volver a funcionar, en relación con el niño. Una vez enunciada esta idea, es fácilmente aceptada. Estos casos son importantes por cuanto guardan estrecha conexión con la terapia que todo el tiempo se lleva a cabo, con uno u otro niño, en una familia en funcionamiento, independientemente de que reciba ayuda profesional especializada o psiquiátrica. Breve descripción de un caso de psiquiatra infantil Cuando Phyllis tenía 16 años me la trajeron a causa de dificultades de personalidad que todavía no se habían organizado en una pauta mórbida. En el transcurso de una entrevista psicoterapéutica significativa, Phyllis dijo: «Siempre siento que estoy parada, o sentada sobre un chapitel de iglesia. Miro a mi alrededor y no encuentro apoyo en ninguna parte, simplemente hago equilibrio». A todas luces, esta angustia puede relacionarse con un temor a algo poco confiable durante la experiencia de Phyllis cuando niña; puede estar referida a algún tipo de falla de sostén por parte de la madre, en una poca en que Phyllis era inmadura, en el sentido de ser dependiente. Ahora bien, ocurre que yo había atendido ya a Phyllis cundo era pequeña, en rigor cuando tenía un año y nueve meses, y su madre estaba nuevamente embarazada de seis meses; y tomó notas del caso en esa ocasión. En esa poca se interrumpió su desarrollo regular y en verdad Phyllis nunca se recuperó bien. Al año y nueve meses le comunicaron que tena que ir a quedarse con su abuela (con quien mantenía una buena relación) mientras naciera el nuevo niño. Cabe presumir que, a esa edad, también pudo apreciar los cambios físicos en el cuerpo de su madre. Dos das después que le comunicaran esta noticia, reaccionó negándose a comer durante una semana y con gritos incesantes. A partir de entonces fue una criatura nerviosa e irritable, presentando algunos problemas para su manejo. Fue as que comenzó su enfermedad. Parecería que aquí estaban operando varios factores: 1. Phyllis era muy niña aún para hacer frente al embarazo de su madre y todo lo que éste significaba. Transmitir información a un niño de un año y nueve meses no es sencillo; o bien no recibe ningún mensaje, o bien el que recibe es un mensaje de cambio total en la actitud de los padres, o de súbita desilusión. 2. Tal vez sus padres no manejaron bien esta cuestión, aunque en general se conducían de manera sensible y poda contarse con ellos. 3. Anunciarle a la criatura el cambio ya previsto por ella a raíz de las alteraciones en la figura de su madre diciéndole «Te tendrás que ir a…» no fue quizá un buen método, tornando aún más difícil que lo normal, para un niño de esta edad, tramitar el embarazo de su madre identificándose con ésta. Veo en mis apuntes que poco después yo informaba que Phyllis estaba intentando, en verdad, parecerse a su mamá: había surgido en ella una compulsión a caminar pavoneándose con el vientre hacia afuera, en una torpe imitación de su madre. Sea cual fuere la causa, lo cierto es que en la poca en que su madre quedó embarazada, Phyllis sufrió una gran perturbación. Cabe presumir que se percató de que exista la amenaza de una «angustia impensable», esa angustia primitiva o arcaica que los bebés bien atendidos no experimentan efectivamente, hasta que ya están dotados como para hacer frente a la falla ambiental mediante el autocuidado (quehacer materno introyectado). Dichas angustias incluyen: cada perpetua; desintegración; despersonalización; desorientación. Me enteré de la reacción de- esta niña ante esa amenaza a su existencia en la poca en que tena un año y nueve meses, y fue interesante para mí que Phyllis me diera, a los 16 años, su versión más compleja de cómo se había percatado de dicha amenaza. Toda la vida había sentido que estaba «simplemente haciendo equilibrio». Las palabras «sobre el chapitel d un campanario de iglesia» no añaden nada de significación general, pero el hecho de que estuviera «parada o sentada» posiblemente derivase de sus experiencias efectivas en el regazo de la madre antes de cumplir los dos años, más o menos por la fecha en que nació su hermanita. Este ejemplo muestra que, al construir su familia, los padres ejercen por cierto una gran influencia en el desarrollo emocional de sus hijos. Cometen errores, pero también planifican, meditan acerca del mejor modo de presentarles ciertas ideas a los niños pequeños en el lenguaje más conveniente, y de mil maneras protegen a sus hijos de sufrir traumas. En el caso de que aquí nos ocupamos hubo un trauma localizado, y surgia un efecto en la personalidad de la niña. Los padres habían hecho todo lo que pudieron para enmendar lo sucedido tantos años atrás, pero necesitaban ayuda: Esta les fue brindada mediante una entrevista psicoterapéutica con la niña, en la cual su problema personal salió a la superficie del modo en que ella quiso. Esto es hacer la anamnesis con la mediación del niño, el único modo de usar realmente un historial clínico en el proceso terapéutico. Puede decirse que un tratamiento completo, en el que el trabajo principal realizado se relaciona con la neurosis de transferencia (o psicosis), es una larga anamnesis. En este caso los padres habían cargado con el peso de la enfermedad de la niña durante ocho años, y se mostraban capaces de continuar cargándolo y dispuestos a ello, pese a que ambos tenían considerables dificultades personales. No obstante, necesitaban sin duda una cierta cuota de ayuda, gracias a la cual la niña se volvió capaz de usar aquello que su familia poda ofrecerle a través de su funcionamiento normal. Breve descripción de otro caso de psiquiatra infantil Descrito en detalle como el Caso 17, Ruth», en Winnicott, Therapeutic Consultations in Child Psychiatry, Londres, Hogarth Press; Nueva York, Basic Books, 1971. [Trad. cast.: clínica psicoanalítica infantil, Buenos Aires, Horm, 1980.] He aquí la reacción de una niña algo mayor al nacimiento de una hermanita. Esa niña, de 8 años, pudo ponerme en contacto con la reacción que tuvo lugar a los 3 años, cuando sufrió un trauma debido a una concatenación de circunstancias. Por ciertas razones (que no es preciso exponer aquí) su madre enfermó físicamente y también contrajo una grave depresión cuando nació su hermanita. En verdad, durante algunas semanas, por esa poca esta niña debió experimentar el rechazo de su muy buena madre, ya que durante un tiempo ésta quedó tan perturbada que llegó a odiar a su nueva bebé y a su primera hija. En este período la bebé fue cuidada dentro de la familia principalmente por el padre, pese a lo cual sufrió un eclipse materno. Una pesadilla (que me fue relatada en una sola consulta terapéutica, cuando tena 8 años) la retrotrajo a esa fecha, cuando tena 3. La figura 1 muestra cómo se encaminó ella hacia la madre con el nuevo bebé, llevando «latas de alimento para bebés» y preparada a hacer frente a la nueva situación mediante varias identificaciones cruzadas -p. ej., siendo la mamá, siendo la bebé, y ayudando ella misma a que la bebé creciera-. Figura 1 Detalle de la Figura 1 reproducido a tamaño natural El rechazo que sufrió a raíz del trastorno puerperal de la madre invirtió esta situación, y la figura 2 la muestra en el momento de convertirse en una niña depravada. Un síntoma de su estado fue su compulsión a robar; al principio robaba latas de alimento para bebés, por las cuales desarrolló una peculiar afición. As pues, el primer dibujo ilustra la pesadilla y el segundo su recuerdo de ser efectivamente «depravada», o sea, de perder súbitamente el contacto con su madre. El tamaño del bebé disminuye, como consecuencia de que el alimento para bebés no alcanza su objetivo; y por detrás de la niña depravada hay agua, agua venenosa que amenaza con reducir de tamaño (lo opuesto a crecer) a la bebé, a la madre y a ella misma. El agua eran lágrimas amargas, lágrimas que no podan fluir de los ojos tristes, y también corresponde a la enuresis que durante un tiempo pasó a ser un síntoma manifiesto. Figura 2 Detalle de la figura 2 La primera figura, la pesadilla, muestra la esperanza, y la segunda la desesperación debida al rechazo, para el cual la pequeña no estaba en absoluto preparada. A consecuencia de la enfermedad psicosomática y depresiva de la madre, esta familia falló en cuanto a proteger a la niña del trauma en el momento del nacimiento de la bebé, de modo tal que su capacidad para identificarse con la madre sufrió un quebranto. En este caso la familia actuó bien con la bebé, y también, a la larga, se ocupó de la niña, salvo por lo que respecta a una parte en la que necesitó mi ayuda especializada. Bastó con una entrevista, luego de la cual la familia siguió adelante en su función de cuidar de estas dos niñas y de un tercer hijo, cuando llegó. Comentario general: La familia promedio está todo el tiempo evitando o resolviendo las perturbaciones que padece tal o cual hijo, por lo general sin recurrir a la ayuda profesional. Es sin duda un error que el psicoterapeuta usurpe el funcionamiento total de la familia, excepto que ésta se halle condenada al fracaso a raíz de algún defecto inherente. Si la familia funciona, el objetivo del terapeuta debe ser capacitar al niño traído al tratamiento para que haga uso de aquello que, en verdad, la familia puede hacer mejor y más económicamente que nadie, a saber, el amamantamiento psíquico general durante todo el período que se extiende hasta que tiene lugar la recuperación. Breve descripción de otro caso Descrito en detalle como el Caso 9, «Ashton, en Therapeutic Consultations in Child Psychiatry, ob. cit. El siguiente caso ilustra la capacidad de un niño para formular su problema personal. El desempeño escolar de un niño de características esquizoides comenzó a degradarse, pese a su alto nivel de inteligencia.

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