Obras de Winnicott: El delincuente y el transgresor habitual Comienzos de la década de 1940

El delincuente y el transgresor habitual Comienzos de la década de 1940

Esta observación acerca de la psicología del comportamiento antisocial sólo puede entenderse cabalmente si se le acredita al autor su disposición a estudiar los factores internos. Lo que he de decir concierne a los factores externos y su importancia en la etiología de la enfermedad antisocial, pero es incuestionable que a mi juicio lo importante para comprender a cualquier ser humano es su desarrollo interno. La razón por la cual deseo hablar sobre el factor externo en este medio es simplemente que resulta sumamente importante. Aunque no estoy totalmente de acuerdo con Bowlby en cuanto a los detalles, creo que el trabajo que leyó ante la Sociedad Psicoanalítica (1) dice algo que yo ya había aprendido, a partir del material clínico, antes de escucharlo. Dice que «en más de la mitad de una serie de casos, hubo en los primeros cinco años de vida del niño una separación de la madre que duró más de seis meses». Mi manera de expresarlo sería: «Ser un niño no querido, ser pasado de una persona a otra en los primeros meses de vida, predispone a la enfermedad antisocial». Sin embargo, nuestras concepciones coinciden, a punto tal que deseo poner de relieve una de las aseveraciones de Bowlby. Es cierto que separar a un niño de su madre antes de que sea capaz de mantenerla viva en su mente tiene que ser malo para cualquier niño, y puede provocar cualquier tipo de trastorno, según la psicología del niño en el momento de la separación. Sin embargo, debo decir que el material clínico observado a lo largo de veinte años me ha conducido a pensar que la enfermedad antisocial es más bien una enfermedad de niños normales perturbados por su medio, en tanto que (por ejemplo) la enfermedad maníaco-depresiva es más bien una enfermedad interna del niño, no vinculada etiológicamente a un hecho ambiental grosero. Sé que si esto se examina con mayor detenimiento habría que hacer más discriminaciones, pero creo que este enunciado, tal como está, puede ser valioso. Resulta claro que si bien el estudio de la enfermedad maníaco-depresiva se puede realizar de la mejor manera, obviamente, mediante el psicoanálisis de los pacientes que la padecen, el estudio de la delincuencia no puede tener éxito mediante el psicoanálisis de los delincuentes. El psicoanálisis de delincuentes es una tarea sumamente peligrosa, y si algún día los delincuentes serán curados por el psicoanálisis, esto sucederá a raíz del psicoanálisis de las personas normales y de los maníaco-depresivos, así como por el estudio de los factores etiológicos externos que aparecen en los historiales. Quisiera decir que un delincuente es un revolucionario potencial, que está a sus anchas en la guerra. Allí gana medallas al mérito, y en tiempos de paz puede sublimar sus dificultades dedicándose al acto perfectamente social de la actividad revolucionaria. Digo «social» aunque, por supuesto, el orden social para el cual trabaja es un orden nuevo, futuro, ideal. Podría afirmarse que la persona antisocial es el crítico por excelencia. Siempre sabe cómo deberían ser las cosas, y la gente nunca está a la altura de lo que él pretende. En realidad, no hay ser más encantador que el típico niño delincuente en el período en que nos ha idealizado y antes de que le hayamos fallado. ¿Y qué espera de nosotros? Espera que estemos contentos de que nos robe, de que nos fatigue, espera que adoremos el hecho de que arme un revoltijo en cualquier parte y que estemos siempre presentes para controlar su exhibición de fuerza, de modo tal que él no necesite protegerse o proteger a los demás. En suma, aún está esperando a la madre ideal de su infancia, que nunca tuvo. Pero el problema es que cree en ella. Un niño normal, en cambio, ha tenido realmente la experiencia de su madre cuando era bebé y es capaz de sentir esa satisfacción. Cree en su satisfacción, porque la ha experimentado, y trata de recobrarla en su vida. Por lo tanto, no es necesariamente idealista e izquierdista, más bien es la desesperación de las organizaciones revolucionarias. Como se verá, esta cuestión de la quiebra de la vida familiar puede fácilmente constituir un problema. Baste recordar el horror de la perturbación de la vida familiar en la Rusia comunista, tal como se manifestó fuertemente en los primeros años de la revolución. Es probable que Rusia deba dejar pasar aún esta generación antes de alcanzar la estabilidad, pues el carácter revolucionario tiene que ser antisocial, salvo que pueda participar en una revolución. Es presumible que un izquierdista político desprecie francamente la vida familiar, pero a mi entender el peligro viene más bien de la derecha; las personas que más enardecidamente protestaron contra la quiebra de la familia en Rusia son las más propensas, según mi punto de vista, a aprovechar las actuales circunstancias poco comunes para quebrar la vida familiar en Inglaterra. Esto constituiría un retorno de lo reprimido, una inversión de la moral, como es previsible encontrar en tiempos de guerra, aunque uno de todos modos querría evitarla. Si se me preguntase cuál es la mejor manera de sembrar semillas que a la postre germinen en revolución, diría que es una quiebra total de la familia como la que se proyecta con los planes de evacuación. Esto puede o no tener sentido, pero no olvido mi experiencia clínica sobre la relación entre no ser querido al comienzo de la vida y la posterior tendencia antisocial. (1) John Bowlby, «Forty-four Juvenile Thieves: Their Characters and Homelife», International Journal of Psycho-Analysis, vol. 25 (1944), págs. 1-57, 207228. (Publicado con el mismo título en Londres, Tindall & Cox, 1946) .