Obras de Winnicott: El desarrollo de la capacidad de preocuparse por el otro 1962

El desarrollo de la capacidad de preocuparse por el otro 1962

Trabajo presentado ante la Sociedad Psicoanalítica de Topeka

el 12 de octubre de 1962; publicado por primera vez en 1963

El origen de la capacidad de preocuparse por otro presenta un problema complejo. La preocupación es un aspecto importante de la vida social. Los psicoanalistas solemos buscar sus orígenes en el desarrollo emocional del individuo. Queremos conocer la etiología de la preocupación, el punto exacto de su aparición dentro del proceso de desarrollo del niño, por qué algunos individuos no logran afirmar su capacidad de preocuparse y cómo se pierde el sentimiento de preocupación parcialmente afianzado.

La palabra «preocupación» se utiliza para referirse, en positivo, al mismo fenómeno al que se alude en negativo con la palabra «culpa». El sentimiento de culpa es una angustia vinculada con el concepto de ambivalencia; implica cierto grado de integración del yo individual, que posibilita la conservación de la imago del objeto bueno junto con la idea de su destrucción. La preocupación entraña una integración y un desarrollo más avanzados y se relaciona de modo positivo con el sentido de responsabilidad del individuo, sobre todo con respecto a las relaciones en que han entrado las mociones instintivas.

La preocupación se refiere al hecho de que el individuo cuida o le importa el otro, siente y acepta la responsabilidad. Si tomamos la enunciación de la teoría del desarrollo en su nivel genital, podríamos decir que la preocupación por el otro es la base de la familia: ambos cónyuges asumen la responsabilidad por el resultado del acto sexual, más allá del placer que él les produce. En la vida imaginativa global del individuo, el tema de la preocupación plantea cuestiones aun más amplias: la capacidad de preocuparse está detrás de todo juego y trabajo constructivos, es propia de la vida sana y normal, y merece la atención del psicoanalista.

Hay muchos motivos para creer que la preocupación -con su sentido positivo- aparece en la fase más temprana del desarrollo emocional del niño, en un período anterior al del clásico complejo de Edipo, que implica una relación entre tres individuos, cada uno de los cuales es percibido por el niño como una persona completa. Empero, es innecesario señalar con exactitud el momento de su aparición; a decir verdad, la mayoría de los procesos iniciados en la temprana infancia nunca se afianzan por entero en esa etapa de la vida, sino que continúan fortaleciéndose con el crecimiento… y éste persiste en la niñez tardía, en la edad adulta y hasta en la vejez.

El origen de la capacidad de preocuparse suele describirse en términos de la relación entre la madre y el bebé, y situarse en un momento en que el hijo ya es una unidad establecida y percibe a su madre (o a la figura materna) como una persona completa. Este avance pertenece esencialmente al período de relación bicorporal.

En toda descripción del desarrollo del niño se dan por sobrentendidos ciertos principios. Deseo señalar que tanto en el campo de la psicología como en el de la anatomía y la fisiología, los procesos de maduración constituyen la base del desarrollo del bebé y el niño. No obstante, en el desarrollo emocional es obvio que deberán cumplirse determinadas condiciones externas para que el niño pueda realizar su potencial de maduración. En otras palabras, el desarrollo depende de la existencia de un ambiente suficientemente bueno; cuanto más atrás nos remontemos en nuestro estudio del bebé, tanto más cierta será la imposibilidad de que se cumplan las etapas tempranas de su desarrollo sin un quehacer materno suficientemente bueno.

Habrán acontecido muchas cosas en el desarrollo del bebé, antes de que podamos empezar a referirnos a la preocupación. La capacidad de preocuparse es una cuestión de salud, una capacidad que, una vez establecida, presupone una organización compleja del yo que sólo puede concebirse como un doble logro: en el cuidado del bebé y el niño, por un lado, y en sus procesos de crecimiento interior, por el otro. Para simplificar el tema que deseo examinar, daré por sentado que en las etapas tempranas de su desarrollo el niño está rodeado de un ambiente suficientemente bueno. La capacidad de preocuparse es, pues, siguiente a unos complejos procesos, de maduración cuya efectivización depende de que se preste un cuidado suficientemente bueno al bebé y al niño.

Entre las muchas etapas descritas por Freud y los psicoanalistas Freudianos debo escoger una que hace necesario el uso de la palabra «fusión», entendiéndose por tal el logro de un grado de desarrollo emocional en el que el bebé experimenta mociones eróticas y agresivas simultáneas hacia un mismo objeto. Por el lado erótico hay una doble búsqueda de satisfacción y de objeto; por el lado agresivo hay un complejo de rabia, que se vale del erotismo muscular, y de odio, que entraña la conservación de la imago de un objeto bueno con fines comparativos. El impulso agresivo-destructivo tomado en su totalidad contiene, además, una forma primitiva de relación de objeto en la que el amor lleva implícita la destrucción del objeto amado. Esta explicación adolece, por fuerza, de cierta vaguedad; sin embargo, para seguir mi razonamiento no necesito saberlo todo acerca del origen de la agresión, porque doy por sentado que el bebé ha adquirido la capacidad de combinar las dos experiencias (erótica y agresiva), y de hacerlo con respecto a un mismo objeto.

Dicho de otro modo, ha llegado hasta la ambivalencia.

Cuando esta ambivalencia se incorpora de hecho al proceso de desarrollo de un bebé, éste adquiere la capacidad de experienciarla tanto en la fantasía como en la función corporal de la que aquélla fue originariamente una elaboración. Además, el bebé empieza a relacionarse a sí mismo con objetos que presentan cada vez menos el carácter de fenómenos subjetivos y, cada vez más, el de elementos percibidos objetivamente como «distintos de mi». Ha empezado a establecer un self, una unidad que está contenida físicamente dentro de la envoltura corporal de la piel y, a la vez, está integrada psicológicamente. En la psique del hijo, la madre se ha convertido en una imagen coherente a la que se le puede aplicar el término de «objeto total». Esta situación, al principio precaria, podría denominarse «la etapa de Humpty Dumpty» ( 1 ): el muro sobre el que Humpty Dumpty se ha sentado precariamente es la madre, que ha dejado de ofrecerle su regazo.

Este adelanto implica un yo que empieza a independizarse de la madre como yo auxiliar. Ya puede decirse que el bebé tiene un interior y, por ende, un exterior. Ha nacido el esquema corporal, que cobra complejidad a un ritmo acelerado. De aquí en adelante el bebé lleva una vida psicosomática.

La realidad psíquica interior, que Freud nos enseñó a respetar, se transforma para el bebé en una cosa real: ahora, él siente que la riqueza personal reside dentro del self. Esta riqueza personal se desarrolla a partir de la experiencia simultánea de amor y odio que lleva implícito el acceso a la ambivalencia, cuyo enriquecimiento y refinamiento conducen, a su vez, al surgimiento de la preocupación.

Me parece útil postular que para el bebé inmaduro existen dos madres, a las que podría denominar «madre-objeto» y «madre-ambiente». No deseo inventar designaciones que se anquilosen con el tiempo, tornándose rígidas y obstructivas, pero creo poder utilizarlas en este contexto para describir la enorme diferencia que existe -desde la perspectiva del bebé- entre estos dos aspectos de su crianza: la madre vista como objeto, o sea, como el objeto parcial que puede satisfacer las necesidades urgentes del bebé, y la madre vista como la persona que lo resguarda de lo imprevisible y suministra un cuidado activo, en cuanto a la manipulación y el manejo general del niño. En mi opinión, lo que hace el bebé cuando su ello ha alcanzado el punto máximo de tensión, así como el uso que da entonces al objeto, difieren mucho del modo en que ese mismo bebé usa a la madre como parte del ambiente global ( 2 ).

Conforme a esta terminología, la madre-ambiente recibe todo cuanto pueda llamarse afecto y coexistencia sensual, en tanto que la madre-objeto pasa a ser el blanco de la experiencia excitada, respaldada por la burda tensión de los instintos. Sostengo que la preocupación aparece en la vida del bebé como una experiencia muy compleja y sutil, dentro del proceso de reunión de la madreobjeto y la madre-ambiente en la psique del bebé. El suministro ambiental conserva su importancia vital, si bien el bebé comienza a adquirir la capacidad de tener esa estabilidad interior propia del desarrollo de la independencia.

En circunstancias favorables, cuando el bebé llega hasta el grado necesario de desarrollo personal acontece una nueva fusión. Por un lado tenemos la experiencia y fantasía plenas de la relación de objeto basada en el instinto; el bebé usa el objeto sin detenerse a pensar en las consecuencias, o sea, lo usa en forma incompasiva (si utilizamos el término como una descripción de nuestra visión personal de lo que está pasando). Por el otro, como elemento paralelo, tenemos la relación más tranquila entre el bebé y la madre-ambiente. Cuando ambas se aúnan, se produce un fenómeno complejo al que deseo referirme especialmente.

Veamos cuáles son las circunstancias favorables necesarias en esta etapa. Primera: la madre debe continuar viva y disponible no sólo físicamente, sino también en el sentido de no tener otro motivo de inquietud. Segunda: el bebé debe advertir que la madre-objeto sobrevive a los episodios impulsados por los instintos, que a esta altura han cobrado toda la fuerza de las fantasías del sadismo oral y demás resultados de la fusión. Tercera: la madre-ambiente cumple una función especial, cual es la de seguir siendo ella misma, sentir empatía hacia su bebé, estar presente para recibir el gesto espontáneo del hijo y mostrarse complacida.

La fantasía que acompaña las mociones del ello incluye el ataque y la destrucción. Además de imaginarse que come el objeto, el bebé quiere apoderarse de su contenido. Si el bebé no destruye el objeto no es porque lo proteja, sino debido a la capacidad de supervivencia del objeto mismo.

Este es un aspecto de la cuestión.

El otro aspecto se refiere a la relación del bebé con la madre-ambiente. Esta puede proteger a su hijo a tal extremo que el bebé se inhiba o se aparte de ella. Desde este punto de vista, la experiencia del destete contiene un elemento positivo para el bebé; además, ésta es una razón por la que algunos bebés dejan de mamar por sí solos.

En circunstancias favorables, el bebé va adquiriendo una técnica para resolver esta forma compleja de ambivalencia. Experimenta un sentimiento de angustia porque, si consume a la madre, la perderá; empero, esta angustia se ve modificada por el hecho de que el bebé puede aportarle algo a la madre-ambiente. El hijo confía cada vez más en que tendrá la oportunidad de contribuir con algo, de darle algo a la madre-ambiente, y esta confianza lo capacita para soportar la angustia. A1 soportarla altera la calidad de esta angustia, transformándola en sentimiento de culpa.

Las mociones instintivas conducen primeramente al uso incompasivo de los objetos y, luego, a un sentimiento de culpa soportado y mitigado por la contribución a la madre-ambiente que el bebé puede hacer en el término de algunas horas. Asimismo, la presencia confiable de la madreambiente le ofrece al hijo la oportunidad de dar y reparar, capacitándolo para experienciar las mociones de su ello con una audacia cada vez mayor (en otras palabras, libera la vida instintiva del bebé). De este modo, la culpa no se siente sino que permanece en un estado latente o potencial y sólo aparece (como tristeza o depresión) si no se presenta la oportunidad para reparar.

Una vez establecida la confianza en este ciclo benigno y en la expectativa de una oportunidad de dar y reparar, el sentimiento de culpa relacionado con las mociones del ello sufre una nueva modificación. Para designarla, necesitamos un término más positivo: por ejemplo, «preocupación».

En esta nueva fase el bebé adquiere la capacidad de preocuparse, de asumir la responsabilidad por sus impulsos instintivos y por las funciones correspondientes. Este proceso suministra uno de los elementos constructivos fundamentales del juego y el trabajo, pero en el proceso evolutivo fue la oportunidad de dar y contribuir la que hizo posible que el bebé fuera capaz de preocuparse.

Vale la pena señalar un detalle, especialmente con respecto al concepto de angustia «soportada»: a la integración más estática de las etapas anteriores se ha sumado la integración en el tiempo. La madre es quien hace que el tiempo transcurra (éste es un aspecto de su funcionamiento como yo auxiliar), pero el bebé cobra un sentido personal del tiempo que al principio sólo abarca un lapso breve. Este sentido del tiempo es similar a la capacidad del bebé de mantener viva la imago de la madre en su mundo interior, el cual contiene además los elementos fragmentarios, benignos y persecutorios, derivados de las experiencias instintivas. La longitud del lapso por el que un hijo puede mantener viva la imago materna en su realidad psíquica interior depende, en parte, de los procesos de maduración y también del estado en que se encuentre su organización defensiva interna.

He bosquejado algunos aspectos de los orígenes de la preocupación, correspondientes a las etapas tempranas en que la presencia constante de la madre tiene un valor específico para el bebé: el de posibilitarle la libre expresión de la vida instintiva. Empero, el hijo debe lograr este equilibrio una y otra vez. Tomemos el caso evidente del manejo de la adolescencia o el caso, igualmente obvio, del paciente psiquiátrico, para quien a menudo la laborterapia marca un punto de partida hacia una relación constructiva con la sociedad. O bien consideremos el caso de un médico y sus requerimientos: ¿en qué situación quedaría si lo depriváramos de su trabajo? Igual que otras personas, él necesita de sus pacientes, necesita tener la oportunidad de utilizar sus habilidades adquiridas.

No me explayaré sobre el tema de la falta de desarrollo de la preocupación o la pérdida de la. capacidad de preocuparse cuando ésta ya ha quedado casi establecida, pero no del todo. Para ser breve, diré que si la madre-objeto no sobrevive, o la madre-ambiente no suministra una oportunidad de reparación confiable, el bebé perderá la capacidad de preocuparse y la reemplazará por angustias y defensas más primitivas, tales como la escisión o la desintegración. Hablamos a menudo de la angustia de separación, pero en este trabajo he intentado describir lo que acontece entre la madre y su bebé, y entre los padres y sus hijos, cuando no hay una separación y no se corta la continuidad externa del cuidado del niño. He tratado de explicar lo que ocurre cuando se evita la separación.

(1) Alude a una canción infantil inglesa, cuyo protagonista (Humpty Dumpty) es un huevo que cae desde un lugar elevado y se hace añicos.

(2) Harold Searles ha desarrollado recientemente este tema en su libro The Non-Humnan Environment in Normal

Development and Schizophrenia, Nueva York, International Universities Press, 1960.