Escritos de Lacan: De un designio

Las muestras que siguen de nuestro seminario nos incitan a comunicar al lector alguna idea del designio de nuestra enseñanza.

Estos textos conservan aún la violencia de la novedad que aportaban. Se medirá su riesgo comprobando que sus problemas siguen estando en el orden del día, cuando les hemos aportado una elaboración que no ha dejado de afirmarse en su crítica ni en su construcción.

Releyéndolos, nos complace encontrar en ellos tal suspensión sobre la represión a la que interesa la palabra signor, a la cual en la hora actual viene a hacer eco una cuestión que se nos plantea sobre el lugar donde se sitúa el término olvidado, precisable en los términos de nuestra topología: ¿es el muerto evocado más abajo por nuestra dirección de la cura o el discurso del Otro tal como lo fundó el informe de Roma?

A esta tarea en progreso, añadamos las dificultades personales que pueden obstaculizar el acceso de un sujeto a una noción como la Verwerfung en la medida precisamente en que más se interesa en ella. Drama cotidiano donde se recuerda que esta enseñanza que abre a todos su teoría tiene por prenda la formación del psicoanalista.

Aquí se plantearía la cuestión de la dimensión de su influencia de: atenernos en primer lugar al hecho de que estos dos trozos hayan sido extraídos del primer número agotado de la revista La Psychanalyse, donde la parte concedida a nuestros textos sólo mide imperfectamente, por su exceso mismo, el cuidado que les hablamos dedicado.

¿Cómo evaluar lo que se impuso de la necesaria complejidad de semejante empresa, en el terreno de una exigencia de, cuyo estatuto vamos a hablar?

No es decirlo todo comprobar que tal o cual desmonte invectivo levantando aquí su polvo seguiría siendo de actualidad.

Podría sugerirse igualmente que el aire de esa revista retuvo al campo francés en la pendiente del deslizamiento del que dan fe los Congresos Internacionales del psicoanálisis. Y sucede a veces, que del extranjero nos regresa el asombro de su naufragio.

Es inútil apuntar la retractación interna que la guió desde su liminar.

Nada rebasa aquí ni contraviene el orden de importancia que hemos tomado recientemente de un Witz de nuestra cosecha: la publica descensión.

Los dos textos presentes merecen otra consideración, por ser de la hechura de nuestro seminario, habiendo enmarcado la contribución que Jean Hyppolite, entonces oyente nuestro, tuvo la amabilidad de aportar a petición nuestra bajo la especie de un comentario sobre la Verneinung de Freud.

Se encontrará este texto, por el permiso que para ello nos dio graciosamente el autor, reproducido en apéndice. Si ha insistido en que se precisara su carácter de memorial, se verá que el escrúpulo con que se ha preservado el carácter de notas descarta todo malentendido, para por lo mismo se apreciará el valor que tiene para nosotros.

Porque dejarse conducir así por la Ietra de Freud hasta el relámpago que ella necesita, sin darle cita de antemano, no retroceder ante el residuo, recobrado al final, de su punto de partida de enigma, e incluso no considerarse satisfecho al término de la trayectoria del asombro por el cual se entró, en esto consiste la garantía que nos aportaba un Iógico avezado de lo que constituía nuestra búsqueda, cuando desde ya tres años pasados, pretendíamos autorizarnos en un comentario literal de Freud.

Esta exigencia de lectura no tiene la vaguedad de la cultura que podría creerse puesta en cuestión en cita.

El privilegio dado a la Ietra de Freud no tiene en nosotros nada de supersticioso. Cuando se toma uno libertades con ella es cuando se le aporta una especie de sacralización muy compatible con su reducción a un uso de rutina.

Que todo texto, ya se proponga como sagrado o como profano, vea crecer su literalidad en prevalencia de lo que implica propiamente de enfrentamiento de la verdad, es algo cuya razón de estructura muestra el descubrimiento de Freud.

Precisamente en lo que la verdad que aporta, la del inconsciente, debe a la Ietra del Ienguaje, a lo que nosotros llamamos el significante.

Esto, si nos da cuenta incidentalmante de la calidad de escritor de Freud, es decisivo sobre todo para interesar al psicoanalista tanto como sea posible en el lenguaje, como en aquello que eI determina en el sujeto

Esto es también ol motivo de las colaboraciones que habíamos obtenido para nuestro primer número, o sea Martin Heidegger con su artículo Logos, si bien hubo de lanzarnos a audacias de traductor, Emile Benvoniste con su crítica de una referencia de Freud, una vez más eminente en mostrarse, en lo más profundo de lo efectivo, regido por el lenguaje.

Este el motivo, y no ninguna vana semejanza de diálogo, incluso y sobre todo filosófico: en psicoanálisis no tenemos por que ensanchar el horizonte y los espíritus.

Entre las ilustres vecindades que reunimos un instante para conferencias que estimulaban nuestro designio, ninguna que no estuviese destinada, por lo que su tarea propia implicaba de estructuralista, a acentuarlo para nosotros. Digámoslo: la estupidez calificada que puso término a ello, sintiéndose ofendida, anulaba ya la empresa al no ver en ella sino propaganda.

¿Qué resorte lleva pues al psicoanalista a echar su ancla en otro sitio? Si el acercamiento a lo reprimido se acompaña de resistencias que dan la medida de la represión, como nos lo dijo Freud, esto implica por lo menos una estrecha relación entre los dos términos. Esta relación muestra aquí funcionar de rebote.

El efecto de verdad que se entrega en el inconsciente y en el síntoma exige del saber una disciplina inflexible en la prosecución de su contorno, pues este contorno va en contra de intuiciones demasiado cómodas para su seguridad.

Este efecto de verdad culmina en una velación irreductible donde se señala la primacía del significante, y sabemos por la doctrina freudiana que nada más real toma en éI mayor parte que el sexo. Pero el sujeto sólo tiene sobre ello un asidero sobredeterminado: el deseo es deseo de saber, suscitado por una causa conexa a la formación de un sujeto, por medio de la cual esta conexión sólo se liga al sexo mediante un sesgo torpe. Expresión en la que se reconoce la topología con la cual intentamos cernirla.

Resulta de ello la presentificación necesaria de un agujero que no hay que situar ya en lo trascendental del conocimiento, lugar en suma muy cómodo para trasponerlo por un retroceso, sino en un lugar más próximo como para empujarnos a olvidarlo.

A saber: allí donde el ser, por muy dado a rehuir su gozo que se muestre en la prueba, no por ello implica menos ni de manera menos permanente que haya acceso al derecho, Pretensión que no escapa a la comicidad, si no es por la angustia que provoca la experiencia que la reduce

Curiosamente, es por este callejón sin salida como se explica el éxito de Freud: se renuncia a comprenderlo para no encontrarse en tal callejón, y «su lenguaje» como se dice para reducir un discurso a lo verbal, viene a florecer en el fraseo del se más la cífugo.

¿Quien se asombrará, aparte de ese se, de que el psicoanalista de a Freud el mismo éxito, cuando, succión más bien de su pensamiento por esa hendidura que se abre en él mucho más próxima por tomar en su práctica la insistencia de una indecente intimidad, aúna su horror de forzarlo ordinariamente a la morosa operación de obstruirlo?

Por donde se llega a no manejar ya nada de cada una de las junturas delicadas que Freud toma de lo más sutil de la lengua, sin moldear en ellas de antemano las imágenes confusas en que se precipitan sus más bajas traducciones,

En una palabra, se lee a Freud como se escribe en psicoanálisis; que no es decir poco.

Se ve pues que la consigna con que nos hemos armado del retorno a Freud, no tiene nada que ver con el retorno a las fuentes que podría aquí tanto como en cualquier otro sitio no significar sino una regresión.

Incluso tratándose de corregir una desviación demasiado manifiesta para no confesarse como tal en todas las vueltas, no sería sino dar lugar a una morosidad externa, aunque saludable.

Nuestro retorno a Freud tiene un sentido muy diferente por referirse a la topología del sujeto, la cual sólio se elucida por una segunda vuelta sobre sí mismo. Debo volver a decirlo todo sobre otra faz para que se cierre lo que esta encierra, que no es ciertamente el saber absoluto, sino aquella posición desde donde el saber puede invertir efectos de verdad. Sin duda es de una sutura practicada un momento en esa juntura de donde ha sacado su certidumbre lo que hemos logrado en absoluto de ciencia. ¿No hay también aquí con que tentarnos a una nueva operación allí donde esa juntura sigue abierta, en nuestra vida?

Este doble giro del que damos la teoría, da ocasión en efecto a que otra costura ofrezca un nuevo borde. Aquella por la cual resalta una estructura mucho más propia que la antigua esfera para responder de lo que se propone al sujeto como de dentro y de fuera.

Cuando Freud en un texto célebre produce justamente Ananké y Logos, ¿iremos a creer que es por gusto del efecto o para devolver al pie plano su pie firme ofreciéndole la marcha de los pies en tierra?

El temible poder que Freud invoca para despertarnos del sueño en que lo tenemos entumecido, la gran Necesidad no es otra que la que se ejerce en eI Logos y que éI es el primero en iluminar con la luz naciente de su descubrimiento.

Es la repetición misma, cuya figura éI renueva para nosotros tanto como Kierkegaard: en la división del sujeto, destino del hombre científico. Apartemos otra confusión: nada que ver con el eterno retorno.

La repetición es la única que es necesaria, y la que está a nuestro cargo, aunque no pudiésemos con ella, de todas formas seguiría perteneciendo a nuestro índice el gobierno de su espiral cerrada.