Raza y nación en la psicología social argentina (Eugenesia)

Eugenesia e higiene mental: Raza y nación en la psicología social argentina

Eugenesia e higiene mental: usos de la psicología en la Argentina, 1900-1940
Ana María Talak (UBA, Argentina)

Capítulo de: Miranda, Marisa y Vallejo, Gustavo, Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino, Siglo XXI de Argentina Editores, Buenos Aires, 2005, pp. 563-599.

5. Raza y nación en la psicología social argentina.

Según Bertoni [29], si bien la formación de la nacionalidad constituyó un proceso más largo, cuyos planteos se incrementaron con el movimiento romántico de 1830 y luego acompañaron la construcción del Estado nacional, entre 1880 y 1900 dos factores aceleraron su ritmo: la inmigración masiva en un momento de expansión económica, y una nueva etapa en la formación de nacionalidades en Europa que incluyó la expansión colonialista imperialista. Los problemas se volvieron más graves y la solución a aquellas cuestiones pareció encontrarse para los grupos dirigentes en la afirmación de la nación y en la formación de una nacionalidad propia.

Los estudios históricos que han abordado el tema de la nacionalidad en las primeras décadas del siglo XX, han señalado una relación estrecha entre la inmigración masiva y la nacionalidad, subrayando la aceptación o el rechazo de los inmigrantes por parte de la sociedad local. De ahí la existencia de dos tipos de actitudes diferentes en los planteos referidos a las diferencias raciales: la actitud xenófoba, que desvalorizaba y hasta rechazaba a los inmigrantes puede ser vista como una actitud extendida en la sociedad nativa, o bien, sólo como la expresión de grupos reducidos de la elite, entre los cuales se ubicarían Manuel Gálvez y José María Ramos Mejía.

En este contexto, la noción de raza estuvo presente de diversas maneras en los modos de abordar las diferencias humanas desde discursos provenientes de campos intelectuales heterogéneos. La historia, la medicina, la criminología, la educación, la psicología y la psicología social tuvieron, no obstante, problemas en común que atravesaban las divisiones disciplinares. La noción de raza fue usada para interpretar el momento presente de la sociedad argentina en relación a su pasado y a sus posibilidades futuras. Se trataba de desarrollar una interpretación histórica que permitiera encontrar la clave de la evolución colectiva, a la vez que despejara el sentido de una identidad nacional en construcción. De mirada al futuro, se podía exaltar la formación de una nueva nacionalidad que recogiera los aportes de las razas europeas, y que desdeñaba la contaminación racial de origen mestizo. De mirada al pasado, se podía valorizar la relación con España, y las tradiciones religiosas y campestres, y mirar entonces un futuro contaminado por la «mezcla de razas» que la inmigración suponía.

La degeneración constituyó una noción que, más allá de las diferencias entre posiciones individuales, perduró varias décadas como representación de una degradación mental generalizada. La idea de una degeneración racial sólo puede verse como la contraparte de un ideal racial que variaba según las dos actitudes antes mencionadas: en un caso se trataba de una degeneración a causa de la raza indígena, y en el otro de una degeneración cosmopolita, fruto de la mezcla de razas. Dado que la idea de una raza pura chocaba contra la heterogeneidad de orígenes de la población argentina, el problema se planteaba también en términos de cuál era la mezcla más adecuada.

Por ejemplo, el médico Lucas Ayarragaray[30] sostenía que las deficiencias políticas de la Argentina se debían a la constitución hereditaria de su población, y debían ser tratadas como un problema de «psicología biológica«. Decía que la composición racial del país, dadas sus propensiones degenerativas, dificultaba el desarrollo de instituciones políticas propias de los países más avanzados de Occidente. Para él la única esperanza de mejora era la inmigración europea. El Dr. Revilla[31], a su vez, sostenía que había una relación constante entre la fisiología cerebral de un pueblo y su civilización, es decir, su fisiología social. Estas modificaciones, por lo tanto, no podían improvisarse ni apresurarse. Sin embargo, consideraba que el continente sudamericanco sería el crisol de razas que daría finalmente el tipo perfecto al que se podía asperar. J. Ingenieros consideraba superiores a las razas blancas, por la organización social y cultural logradas en los últimos siglos. Y esperaba que en los próximos años se terminara de conformar una «raza blanca argentina«. «Nacionalidad argentina implica, pues, sociológicamente raza argentina (…) Está en formación: no se han extinguido todavía los últimos restos de las razas indígenas y de la mestización colonial» [32].

Si la definición de la nacionalidad quedaba vinculada a la formación de una raza superior y estable, la creciente regulación estatal de las políticas sanitarias desde las últimas décadas del siglo XIX, como ya se señaló, asumió la tarea de intervenir en los factores que obstaculizaran ese desarrollo. El entramado discursivo, que articulaba ideas eugenésicas, de defensa social y de higiene pública, permitió sostener a la vez ideas biologicistas y deterministas, por un lado, y concepciones y prácticas interventoras, destinadas a modificar las costumbres y el medio a través de la educación y la profilaxis mental, por el otro. Las diferencias de clases o grupos sociales eran interpretadas como diferencias entre razas inferiores y superiores. Vinculada a la idea de defensa social, la idea de defensa racial exigía la separación de aquellos seres racialmente inferiores de aquellos superiores destinados a la conducción y al mejoramiento de la raza. Esta preocupación por el mejoramiento de la raza, asociada a veces a nacionalidades, o a grupos sociales, se instaló en la agenda política y médica, y fue objeto de medidas preventivas (higiénicas) y profilécticas (eugenésicas) en el sentido descrito anteriormente.

La idea de razas bien diferenciadas, asociadas en general a nacionalidades, junto con las ideas de «mezcla de razas» (con su valoración positiva o negativa) y de «razas en formación», y de «degeneración racial», articularon entonces ideas sobre el papel determinante de la herencia y el problema de cuánto era posible esperar de la influencia ambiental. La herencia de carácter orgánico y la herencia psicológica, aún con los factores nuevos introducidos por las «modificaciones adquiridas», exigían al menos el tiempo necesario, prolongado, de las generaciones para mostrar sus cambios. La acentuación de los aspectos hereditarios se manifestó en perspectivas más pesimistas de interpretación ensayística de la historia, basadas fundamentalmente en una psicología social no académica. Ejemplo de ello es la obra Nuestra América de Carlos Octavio Bunge, de 1903, en la cual el análisis de las razas es la base de la interpretación de la sociedad y la nación. En las razas que conformaron la sociedad argentina Bunge veía los elementos de la degeneración de la nación. Por su parte, José María Ramos Mejía en Las multitudes argentinas, de 1899, en contra de la tesis de la degeneración hereditaria, sugirió la posibilidad de una recuperación gradual de los pueblos en la medida en que se modificaran las condiciones de existencia. El inmigrante, como componente de un tipo de multitud, era el ejemplo del tipo más desvalorizado pero a la vez al que le reconocía gran potencialidad de cambio, si recibía una educación «nacional y estable». Ingenieros podía anunciar, en 1915 el alumbramiento próximo de una «raza argentina», blanca y civilizada [33]. Pero otros médicos, por ejemplo Arturo Rossi y Arturo Ameghino, en los Anales de Biotipología, Eugenesia y Medicina social, que incluía a Gonzalo Bosch en el comité de dirección, radicalizaron esa óptica, difundiendo y defendiendo una visión selectiva y excluyente. Mariano Castex, en la presentación de los Anales, retomaba el tema de la «raza del porvenir» pero su perspectiva, fundada en la eugenesia e inspirada en la obra que Nicola Pende venía desplegando en la Italia fascista, no era el de la integración sino el de la diferencia y la segregación.

Si bien Ingenieros hablaba de «razas inferiores» (negros, indígenas) y en el pensamiento criminológico consideraba la alternativa de la exclusión para algunos delincuentes apoyado en la teoría de la defensa social, no llegó a un planteo generalizado de la selección y la exclusión en el ámbito psiquiátrico, como lo sostuvo Ameghino. Esto muestra, según Vezzetti, que el fundamento de estas diferencias debe buscarse no tanto en las ideas «científicas» de herencia, raza y sociedad, como en las concepciones políticas de los autores[34]. De las promesas vislumbradas en esa «raza argentina» inventada por José Ingenieros a la concepción excluyente de Arturo Ameghino se registró un cambio en el fundamento político del saber sobre la sociedad: un núcleo de ideas reaccionarias y el elitismo restrictivo sostenía el estrechamiento de miras, esa visión alarmada sobre los desórdenes en la sociedad. Esta línea médica socialmente conservadora y reaccionaria, que se desprendió en la década del ’30 de esas primeras ideas del pensamiento biopolítico social, nacido en la tradición genéricamente positivista, se mantuvo lejos de la inspiración socialista de Ingenieros, la cual tuvo en cambio mayor continuidad en el proyecto «sociopsiquiátrico» de Gregorio Bermann, quien se consideró a sí mismo discípulo de Ingenieros.

En el ámbito de la psicología evolutiva académica, desde la primera década del siglo XX, se estudiaban ciertos fenómenos o aptitudes psíquicas según las variables de la edad, sexo y raza. En esta última categoría, se identificaban diversas nacionalidades extranjeras de los niños, o bien, la nacionalidad de origen de los padres. No obstante la permanencia de esta clasificación durante varias décadas, las conclusiones de los estudios no tenían referencias específicas que se pudieran atribuir a esta variable «racial». Sin embargo, en La crisis de la pubertad (1918), Mercante sostenía que uno de los mayores problemas de la educación de los jóvenes argentinos y de su orientación vocacional, era la composición étnica mezclada, de razas poco evolucionadas (por ejemplo, las indígenas) con otras más evolucionadas, de origen europeo, cuyas tendencias luchaban entre sí y lo alejaban de las actividades intelectuales.

Estos debates que venían desde principios del siglo XX, recibieron en la década de 1930, el impacto de las leyes eugenésicas impuestas por Hitler en Alemania, a partir de 1933, y de las leyes racistas contra la comunidad judía. Las leyes abiertamente racistas, así como la idea misma de «raza aria», fueron condenadas, pero no ocurrió lo mismo con las leyes eugenésicas, unánimemente elogiadas por el grupo de médicos de los Anales de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social, revista que celebraba a su vez la obra de Nicola Pende. La revista incluía a los médicos más conocidos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. En este sentido, Hugo Vezzetti ha mostrado la singularidad de la posición de Gregorio Bermann, quien no formaba parte del elenco de los Anales y, publicó en la revista Psicoterapia, por él fundada, la única crítica ideológica al nuevo rumbo de la psicoterapia alemana bajo el nazismo.

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