Michel Foucault, La verdad y las formas jurídicas, segunda conferencia, historia de Edipo (segunda parte)

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Puede decirse, pues, que toda la obra es una manera de desplazar la
enunciación de la verdad de un discurso profético y prescriptivo de otro
retrospectivo: ya no es más una profecía, es un testimonio. Es también una
cierta manera de desplazar el brillo o la luz de la verdad del brillo profético y
divino hacia la mirada de algún modo empírica y cotidiana de los pastores. Entre
los pastores y los dioses hay una correspondencia: dicen lo mismo, ven la
misma cosa, pero no con el mismo lenguaje y tampoco con los mismos ojos.
Durante toda la tragedia vemos una única verdad que se presenta y se formula
de dos maneras diferentes, con otras palabras, en otro discurso, con otra
mirada. Sin embargo, estas miradas se corresponden. Los pastores responden
exactamente a los dioses; podríamos decir incluso que los simbolizan. En el
fondo, lo que los pastores dicen es aquello que los dioses ya habían dicho, sólo
que lo hacen de otra forma.
Estos son los dos rasgos fundamentales de la tragedia de Edipo: la
comunicación entre los pastores y los dioses, entre el recuerdo de los hombres y
las profecías divinas. Esta correspondencia define la tragedia y establece un
mundo simbólico en el que el recuerdo y el discurso de los hombres son algo así
como una imagen empírica de la gran profecía de los dioses.
Hemos de insistir sobre estos dos puntos para comprender el mecanismo de la
progresión de la verdad en Edipo.
En un lado están los dioses, en el otro los
pastores, pero entre ellos se sitúa el nivel de los reyes, o mejor, el nivel de
Edipo. ¿Cuál es su nivel de saber y qué significa su mirada?
En relación con esta cuestión, es preciso rectificar algunas cosas. Cuando se
analiza la obra suele decirse que Edipo es aquél que nada sabía, que era ciego,
que tenía los ojos vendados y la memoria bloqueada dado que nunca había
mencionado, e incluso parecía haber olvidado sus propios actos al matar al rey
en la encrucijada de los tres caminos. Edipo, hombre del olvido, hombre del nosaber,
un verdadero hombre del inconsciente para Freud. Bien sabemos que el
nombre de Edipo ha sido empleado para realizar múltiples juegos de palabras.
Sin embargo, no olvidemos que los mismos griegos habían ya señalado que en
?Æ*4B@LH tenemos la palabra @Æ*» que significa al mismo tiempo «haber
visto» y «saber». Quiero demostrar que Edipo, colocado dentro de este
mecanismo del FLμ$@8@<, de mitades que se comunican, juego de respuestas
entre los pastores y los dioses, no es aquél que no sabía sino, por el contrario,
aquél que sabía demasiado, aquél que unía su saber y su poder de una manera
condenable y que la historia de Edipo debía ser expulsada definitivamente de la
Historia.
El título mismo de la tragedia de Sófocles es interesante: Edipo y Edipo Rey,
?Æ*4B@LH JLD»<<@H. La palabra JLD»<<@H es de difícil traducción. En
efecto, la traducción no da cuenta del significado exacto. Edipo es el hombre del
poder, un hombre que ejerce cierto poder. Y es digno de tener en cuenta que el
título de la obra de Sófocles no sea Edipo, el incestuoso o Edipo, asesino de su
padre, sino Edipo Rey. ¿Qué significa la realeza de Edipo?
La importancia de la temática del poder se pone de relieve si recorremos el
curso de la obra: durante toda la pieza lo que está en cuestión es esencialmente
el poder de Edipo y es esto mismo lo que hace que éste se sienta amenazado.
En ningún lugar de la tragedia dice Edipo que es inocente; ni una sola vez afirma
haber hecho algo contra su voluntad o que cuando mató a aquel hombre no
sabía que se trataba de Layo. En suma, el personaje central del Edipo Rey de
Sófocles no invoca en ningún momento su inocencia o la excusa de haber
actuado de modo inconsciente.
Solamente en Edipo en Colona veremos a un Edipo ciego y miserable que gime
a lo largo de la obra diciendo: «Yo nada podía hacer. Los dioses me cogieron en
una trampa que no había previsto».
En Edipo Rey, Edipo no defiende en modo
alguno su inocencia, su problema es el poder y cómo hacer para conservarlo;
esta es la cuestión de fondo desde el comienzo hasta el final de la obra.
En la primera escena los habitantes de Tebas recurren a Edipo en su condición
de soberano para plantearle el problema de la peste. «Tú tienes el poder, debes
curarnos de la peste». Y él responde diciendo: «Tengo gran interés en curaros
de la peste, pues no sólo a vosotros afecta sino también a mí mismo, en mi
soberanía y mi realeza». Para Edipo entonces, la solución del problema es una
condición necesaria para conservar su poder y cuando comienza a sentirse
amenazado por las respuestas que surgen a su vuelta, cuando el oráculo lo
nombra y el adivino dice de manera más clara aún que él es el culpable, Edipo,
sin invocar su inocencia, comenta a Tiresias: «Tú deseas mi poder; has armado
una conspiración contra mí para privarme de mi poder».
A Edipo no le asusta la idea de que podría haber matado a su padre o al rey,
teme solamente perder su propio poder.
En la disputa con Creonte, éste le dice: «Trajiste un oráculo de Delfos pero lo
falseaste porque, hijo de Layo, tú reivindicas un poder que me fue dado». Aquí
también se siente Edipo amenazado por Creonte al nivel del poder y no de su
inocencia o culpabilidad. En todos estos enfrentamientos lo que está en
cuestión, desde el comienzo de la obra, es el poder.
Y cuando, al final de la obra, la verdad está a punto de ser descubierta, cuando
el esclavo de Corinto dice a Edipo: «No te inquietes, no es el hijo de Polibio»,
Edipo no pensará que al no ser hijo de Polibio bien puede ocurrir que sea hijo de
algún otro y tal vez, de Layo, dirá: «Dices eso para que me avergüence, para
hacer que el pueblo crea que soy hijo de un esclavo. Igualmente ejerceré el
poder; soy un rey como los otros». Una vez más es el poder. Y en su carácter de
jefe de justicia, como soberano, Edipo convocará en ese momento al último
testigo: el esclavo del Citerón. Amenazándolo con la tortura, le arrancará la
verdad, y cuando ya se sabe quién era Edipo y qué había hecho -parricidio, e
incesto con la madre-, ¿cuál es la respuesta del pueblo de Tebas? «Nosotros te
llamábamos nuestro rey», lo cual significa que el pueblo de Tebas, al mismo
tiempo que reconoce en Edipo a quien fue su rey, por el uso del imperfecto –
llamábamoslo- declara ahora destituido y lo despoja de los atributos de la
realeza.
Lo que está en cuestión es la caída del poder de Edipo. La prueba de ello es que
cuando Edipo pierde el poder en favor de Creonte, las últimas réplicas de la obra
todavía giran en torno al poder. La última palabra dirigida a Edipo antes de que
lo lleven al interior del Palacio es pronunciada por el nuevo rey, Creonte: «Ya no
trates de ser el señor». La palabra empleada es «D»J,4<, lo cual quiere decir que
Edipo debe dejar de dar órdenes. Y Creonte añade r»iD»4μF»H palabra que
quiere decir «después de haber llegado a la cima» pero que también es un juego
de palabras en el que la «»» tiene un sentido privativo: «no poseyendo más el
poder». r»iD»4μF»H significa al mismo tiemPo: «Tú que alcanzaste la cima y que
ahora has perdido el poder».
Después de esto interviene el pueblo que saluda a Edipo por última vez
diciendo: «Tú que eras iD»JLFμ@H», esto es, «tú que estabas en la cima del
poder». Sin embargo, el primer saludo del pueblo tebano a Edipo era:
«fiD»J<<@< ?\*4B@L», es decir, «¡Edipo todopoderoso!». Entre estos dos
saludos del pueblo se desarrolló toda la tragedia. La tragedia del poder y del
control del poder político. ¿Pero qué es este poder de Edipo? ¿Cómo se
caracteriza? Sus características están presentes en la historia, el pensamiento y
la filosofía griega de la época. Edipo es llamado #»F48,LH «<«>, el primero de los
hombres, aquel que tiene la iD»J,4″, aquel que detenta el poder y es por ello
JLD»<<@H. Tirano no ha de entenderse aquí en sentido estricto: Polibio, Layo y
todos todos los demás eran considerados también JLD»<<@H.
En la tragedia de Edipo aparecen algunas de las características de este poder.
Edipo tiene el poder, pero lo obtiene al cabo de una serie de historias y
aventuras que, de ser el hombre más miserable -niño abandonado, perdido,
viajero errante- lo convierten en el más poderoso. El suyo fue un destino
desigual, conoció la miseria y la gloria: tuvo su punto más alto cuando todos lo
creían hijo de Polibio y su condición más baja cuando se vio obligado a errar de
ciudad en ciudad, y más tarde volvió a la cima. «Los años que crecieron
conmigo -dice- me rebajaron a veces y otras me exaltaron».
Esta alternancia del destino es un rasgo característico de dos tipos de
personajes, el héroe legendario que perdió su ciudadanía y su patria y que
después de varias pruebas reencuentra la gloria, y el tirano histórico griego de
finales del siglo vi y comienzos del V. El tirano era aquel que después de haber
pasado por muchas aventuras y llegado a la cúspide del poder estaba siempre
amenazado de perderlo. La irregularidad del destino es característica del
personaje del tirano tal como es descrito en los textos griegos de esta época.
Edipo es aquél que después de haber conocido la miseria, alcanzó la gloria,
aquél que se convirtió en rey después de haber sido héroe. Pero si se convirtió
en rey fue porque había sido capaz de curar a la ciudad de Tebas matando a la
Divina Cantora, la Cadela que devoraba a todos aquellos que no conseguían
descifrar sus enigmas. Había curado a la ciudad, le había permitido -como se
dice en la obra- recuperarse, respirar cuando había perdido el aliento. Para
designar a esta. cura de la ciudad, Edipo emplea la expresión ÑD2TF»<,
«recuperar»; r»<@D2TF»< B@84<, «recuperar la ciudad», expresión que
encontramos en el texto de Solón. Solón, que no es un tirano sino más bien un
legislador, se vanagloriaba de haber recuperado la ciudad de Atenas a finales
del siglo vi. Esta es una característica común a todos los tiranos que surgen en
Grecia entre los siglos vii y vi: no sólo conocieron los puntos álgidos y bajos de
la suerte personal sino que además desempeñaron el papel de agentes de
recuperación por medio de una distribución económica ecuánime como Cípselo
en Corinto, o a través de una justa legislación, como es el caso de Solón en
Atenas. Son éstas, pues, dos características fundamentales del tirano griego que
aparecen en textos de la época de Sófocles o aún anteriores.
En Edipo se encuentran, además de estas características positivas de la tiranía,
otras que podrían considerarse negativas. Con ocasión de las discusiones que
mantiene con Creonte y Tiresias, e incluso con el pueblo mismo, se le reprochan
a Edipo varias cosas. Creonte, por ejemplo, le dice: «Estás equivocado. Te
identificas con esta ciudad, en la que no naciste. Imaginas que eres esta ciudad
y que te pertenece. Yo también formo parte de ella; no es sólo tuya». Si nos
atenemos a las historias que contaba Herodoto acerca de los tiranos griegos, en
particular acerca de Cípselo de Corinto, vemos que éste se consideraba dueño
de la ciudad, solía decir que Zeus se la había otorgado y que él la había
entregado a los ciudadanos. Esto mismo aparece en la tragedia de Sófocles.
Igual que Cípselo, Edipo no da importancia a las leyes y las sustituye por sus
órdenes, por su voluntad.
Esto está claro en sus afirmaciones: cuando Creonte
le reprocha que quiera exiliarlo diciendo que su decisión no es justa, Edipo
responde: «Poco me importa que sea o no justo; igualmente has de obedecer».
Su voluntad será la ley de la ciudad y es por ello que en el momento en que se
inicia su caída del poder el coro del pueblo le reprochará el haber despreciado la
JL60, la justicia. Por lo tanto, hay que ver en Edipo un personaje históricamente
bien definido, marcado, catalogado, caracterizado por el pensamiento del siglo v:
el tirano.
Este personaje del tirano no sólo se caracteriza por el poder sino también por
cierto tipo de saber. El tirano griego no era simplemente quien tomaba el poder;
si se adueñaba de él era porque detentaba o hacía valer el hecho de detentar un
saber superior, en cuanto a su eficacia, al de los demás. Este es precisamente el
caso de Edipo.
Edipo es quien consiguió resolver por su pensamiento, su saber,
el famoso enigma de la esfinge; y así como Solón puede dar efectivamente leves
justas a Atenas, puede recuperar la ciudad porque era F@n@H, sabio, así
también Edipo es capaz de resolver el enigma de la esfinge porque también él
es F@n@H.
¿Qué es este saber de Edipo? ¿Cuáles son sus notas? Durante toda la obra el
saber de Edipo se despliega en sus características: en todo momento dice que
él venció a los otros, que resolvió el enigma de la esfinge, que curó a la ciudad
por medio de eso que llama (<@μ0, su conocimiento o su J,i<0. Otras veces,
para designar su modo de saber, se dice aquel que encontró ¦LD0i». Esta es la
palabra que con mayor frecuencia utiliza Edipo para designar lo que hizo y está
intentando hacer ahora. Si Edipo resolvió el enigma de la esfinge es porque
encontró; si se quiere salvar nuevamente a Tebas es preciso de nuevo encontrar
,LD4Fi,4<. ¿ Qué significa ,LD4Fi,4<? En un comienzo esta actividad de
encontrar es muestra de la obra como algo que se hace en soledad. Edipo
insiste en ello una y otra vez: al pueblo y al adivino les dice que cuando resolvió
el enigma de la esfinge no se dirigió a nadie; al pueblo le dice: «Nada pudisteis
hacer para ayudarme a resolver el enigma de la esfinge, nada podíais hacer
contra la Divina Cantora». Y a Tiresias le dice: « ¿Qué clase de adivino eres que
ni siquiera fuiste capaz de liberar a Tebas de la esfinge? Cuando todos estaban
dominados por el terror yo solo liberé a Tebas; nadie me enseñó nada, no envíe
a ningún mensajero, vine personalmente». Encontrar es algo que se hace a
solas y también lo que se hace cuando se abren los ojos. Edipo es el hombre
que no cesa de decir: «Yo inquirí y como nadie fue capaz de darme
informaciones abrí ojos y oídos; yo vi». Utiliza frecuentemente el verbo @4*»,
que significa al mismo tiempo saber y ver. ?4*4B@LH es aquel que es capaz de
ver y saber. Edipo es el hombre que ve, el hombre de la mirada, y lo será hasta
el fin.
Si Edipo cae en una trampa es precisamente porque, en su voluntad de
encontrar postergó el testimonio, el recuerdo, la búsqueda de las personas que
vieron hasta el momento en que del fondo del Citerón salió el esclavo que había
asistido a todo y sabía la verdad.
El saber de Edipo es esta especie de saber de
experiencia y al mismo tiempo, este saber solitario, de conocimiento, saber del
hombre que quiere ver con sus propios ojos, solo, sin apoyarse en lo que se dice
ni oír a nadie: saber autocrático del tirano que por sí solo puede y es capaz de
gobernar la ciudad. La metáfora del que gobierna, del que conduce, es utilizada
frecuentemente por Edipo para describir lo que hace. Edipo es el conductor, el
piloto, aquél que en la proa del navío abre los ojos para ver. Y es precisamente
porque abre los ojos sobre lo que está ocurriendo que encuentra el accidente, lo
inesperado, el destino, la JL60. Edipo cayó en la trampa porque fue este hombre
de la mirada autocrática, abierta sobre las cosas.
Quisiera mostrar que en realidad Edipo representa en la obra de Sófocles un
cierto tipo de lo que yo llamaría saber-y-poder, poder-y-saber. Y porque ejerce
un poder tiránico y solitario -desviado tanto del oráculo de los dioses que no
quiere oír como de los que dice y quiere el pueblo- en su afán de poder y saber,
de gobernar descubriendo por sí solo, encuentra en última instancia los
testimonios de quienes vieron.
Vemos así cómo funciona el juego de las mitades y cómo, al final de la obra,
Edipo es un personaje superfluo, en la medida en que este saber tiránico de
quien quiere ver con sus propios ojos sin explicar a dioses ni hombres, permite
la coincidencia exacta de lo que habían dicho los dioses y lo que sabía el
pueblo.
Edipo, sin querer, consigue establecer la unión entre la profecía de los
dioses y la memoria de los hombres. El saber edípico, el exceso, el exceso de
poder, el exceso de saber, fueron tales que el protagonista se tornó inútil; el
círculo se cerró sobre él, o mejor, los dos fragmentos de la trama se acoplaron y
Edipo, en su poder solitario, se hizo inútil, su imagen se tornó monstruosa al
acoplarse ambos fragmentos. Edipo podía demasiado por su poder tiránico,
sabía demasiado en su saber solitario. En este exceso aún era esposo de su
madre y hermano de sus hijos: es el hombre del exceso, aquél que tiene
demasiado de todo, en su poder, su saber, su familia, su sexualidad. Edipo,
hombre doble, que estaba de más frente a la transparencia simbólica, de lo que
sabían los pastores y hablan
los dioses.
Por consiguiente, la tragedia de Edipo está muy cerca de lo que será, unos años
más tarde, la filosofía platónica. Platón restará valor al saber de los esclavos,
memoria empírica de lo que fue visto, en provecho de una memoria más
profunda, esencial, como es la memoria de lo que se vio en el ámbito de lo
inelegible. No obstante lo importante es aquello que será fundamentalmente
desvalorizado, descalificado, tanto en la tragedia de Sófocles como en la
República de Platón: el tema, o mejor el personaje, la forma de un saber político
que es al mismo tiempo privilegiado- y exclusivo. La figura señalada por la
tragedia de Sófocles o la filosofía de Platón, colocada en una dimensión
histórica, es la misma que aparece por detrás de Edipo F@n@H. Edipo el sabio,
el tirano que sabe, el hombre de la J,i<0, de la (<@μ0, es el famoso sofista,
profesional del poder político y el saber que existía efectivamente en la sociedad
ateniense correspondiente a la época de Sófocles. Pero más allá de esta figura,
lo que Platón y Sófocles señalan es otra categoría de personajes del que el
sofista era algo así como un pequeño representante, continuaci6n y fin histórico:
me refiero al personaje del tirano. En los siglos vi y vii el tirano era el hombre del
poder y del saber, aquel que dominaba tanto por el poder que ejercía como por
el saber que poseía. Por último, aun cuando no está presente en el texto de
Platón y tampoco en Sófocles, quien es mencionado es el gran personaje
histórico que existió efectivamente aunque colocado en un contexto legendario:
el famoso rey asirio.
En las sociedades indoeuropeas del Oriente mediterráneo, a finales del segundo
y comienzos del primer milenio, el poder político detentaba siempre cierto tipo de
saber. El rey y quienes lo rodeaban administraban un saber que no podía y no
debía ser comunicado a los demás grupos sociales, por el solo hecho de
detentar el poder. Saber y poder eran exactamente correspondientes,
correlativos, superpuestos. No podía haber saber sin poder, y no podía haber
poder político que no supusiera a su vez cierto saber especial.
Esta es la forma aislada por Dumézil en sus estudios sobre las tres funciones,
cuando mostró que la primera función, el poder político, correspondía a un poder
político mágico y religioso. El saber de los dioses, el saber de la acción que se
puede ejercer sobre los dioses o sobre nosotros, todo ese saber mágicoreligioso
está presente en la función política.
En el origen de la sociedad griega del siglo v que es, a la vez, el origen de
nuestra civilización se produjo un desmantelamiento de esta gran unidad
formada por el poder político y el saber. Los tiranos griegos, impregnados de
civilización oriental, trataron de instrumentar para su provecho el
desmantelamiento de esta unidad del poder mágico-religioso que aparecía en
los grandes imperios asirios. En alguna medida también los sofistas de los siglos
v y vi la utilizaron como pudieron, en forma de lecciones retribuidas con dinero.
Durante los cinco o seis siglos que corresponden a la evolución de la Grecia
arcaica asistimos a esta larga descomposición y cuando comienza la época
clásica -Sófocles representa la fecha inicial, el punto de eclosión- se hace
perentoria la desaparición de esta unión del poder y el saber para garantizar la
supervivencia de la sociedad. A partir de este momento el hombre del poder
será el hombre de la ignorancia. Edipo nos muestra el caso de quien por saber
demasiado, nada sabía. Edipo funcionará como hombre de poder, ciego, que no
sabía y no sabía porque podía demasiado.

Así, cuando el poder es tachado de ignorancia, inconsciencia, olvido, oscuridad,
por un lado quedarán el adivino y el filósofo en comunicación con la verdad, con
las verdades eternas de los dioses o del espíritu, y por otro estará el pueblo que,
aun cuando es absolutamente desposeído del poder, guarda en sí el recuerdo o
puede dar testimonio de la verdad. Así, para ir más allá de un poder que se
encegueció como Edipo, están los pastores que recuerdan y los adivinos que
dicen la verdad.
Occidente será dominado por el gran mito de que la verdad nunca pertenece al
poder político, de que el poder político es ciego, de que el verdadero saber es el
que se posee cuando se está en contacto con los dioses o cuando recordamos
las cosas, cuando miramos hacia el gran sol eterno o abrimos los ojos para
observar lo que ha pasado. Con Platón se inicia un gran mito occidental: lo que
de antinómico tiene la relación entre el poder y el saber, si se posee el saber es
preciso renunciar al poder; allí donde están el saber y la ciencia en su pura
verdad jamás puede haber poder político.
¡Hay que acabar con este gran mito! Un mito que Nietzsche comenzó a demoler
al mostrar en los textos que hemos citado que por detrás de todo saber o
conocimiento lo que está en juego es una lucha de poder. El poder político no
está ausente del saber, por el contrario, está tramado con éste.

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