Obras de S. Freud: Análisis de la fobia de un niño de 5 años. Historial clínico y análisis IV

Historial clínico y análisis IV

Hans: « ¡Sí! ».
Yo: «¿Te gustaría pegarles a los caballos como mami le pega a Hanna? Eso también te gusta».
Hans: «A los caballos no les hace nada cuando vino les pega». (Es lo que yo le había dicho una
vez para morigerar su miedo cuando fustigaban caballos.) «Una vez lo hice realmente. Una vez
tuve el látigo y azoté al caballo y el caballo se tumbó e hizo barullo con las patas».
Yo: «¿Cuándo?».
Hans: «En Gmunden».
Yo: «¿Un caballo real? ¿Estaba uncido al carruaje?». Hans: «Estaba fuera del carruaje».
Yo: «¿Dónde fue, pues?».
Hans: «Yo lo he sujetado para que no saliera trotando {davonrennen}». (Desde luego, todo esto
suena inverosímil.)
Yo: «¿Dónde fue eso?».
Hans: «Junto al aljibe».
Yo: «¿Quién te lo permitió? ¿El cochero lo dejó ahí parado {stehen}?».
Hans: «Era un caballo del establo».
Yo: «¿Y cómo llegó hasta el aljibe?».
Hans: «Yo lo conduje».
Yo: «¿Desde dónde? ¿Desde el establo?».
Hans: «Yo lo conduje afuera porque lo quería azotar». Yo: «¿No había nadie en el establo?».
Hans: «Oh, sí; estaba Loisl» (se refiere al cochero de Gmunden) .
Yo: «¿Y él te lo ha permitido?».
Hans: «Se lo pedí, le dije que me gustaría, y él dijo que tenía permiso para hacerlo».
Yo: «¿Qué le dijiste?».
Hans: «Si tenía permiso para tomar el caballo y azotarlo y gritarle. El ha dicho «Sí»».
Yo: «¿Y lo has azotado mucho?».
Hans: «Lo que te acabo de contar no es verdad».
Yo: «De ello, ¿qué es verdad?».
Hans: «Nada de eso es verdad, sólo te lo he contado en broma».
Yo: «¿Nunca has conducido un caballo fuera del establo?».
Hans: «¡Oh, no!».
Yo: «Pero lo has deseado».
Hans: «Oh, deseado sí, me lo he pensado».
Yo: «¿En Gmunden?».
Hans: «No, sólo aquí. A la mañana temprano ya me lo he pensado, cuando estaba todo vestido;
no, a la mañana temprano en la cama».
Yo: «¿Por qué nunca me lo contaste?».
Hans: «No se me pasó por la cabeza».
Yo: «Se te ha ocurrido porque lo has visto en las calles».
Hans: «¡Sí!».
Yo: «En verdad, ¿a quién te gustaría más pegarle: a mami, a Hanna o a mí?».
Hans: «A mami».
Yo: «¿Por qué?».
Hans: «Me gustaría pegarle».
Yo: «¿Cuándo has visto tú que alguien le pegue a una mami?».
Hans: «Todavía no lo he visto nunca, en mi vida lo he visto».
Yo: «Y a pesar de eso te gustaría hacerlo. ¿Cómo querrías hacerlo?».
Hans: «Con el batidor de alfombras». (Con él suele amenazar pegarle la mamá.)
Por hoy fue preciso interrumpir la plática.
En la calle, Hans me manifestó que diligencias, carros mudanceros y carros carboneros eran
carruajes de cesta de cigüeña.
Vale decir, pues: mujeres grávidas. El arranque sádico inmediatamente anterior no puede dejar
de tener algún nexo con nuestro tema.
21 de abril. Hoy a la mañana, Hans cuenta haber pensado: «Un tren estaba en Lainz y yo he
viajado con la abuela de Lainz hacia la estación Hauptzollamt. Tú aún no habías bajado del puente y el segundo tren estaba ya en St. Veit(66). Cuando acabaste de bajar, el tren ya estaba
ahí y hemos subido».
(Ayer Hans estuvo en Lainz. Para llegar al andén es preciso pasar sobre un puente. Desde el
andén se ven los rieles hasta la estación de St. Veit. La cosa es un poco oscura. Parece
indudable que originariamente Hans ha pensado: «El se ha ido de viaje con el primer tren, que
yo he perdido; luego, de Unter St. Veit ha venido un segundo tren, con el que yo he viajado
detrás {nachfahren)». Ha desfigurado una pieza de esta fantasía de fugitivo, de suerte que al fin
dice: «Ambos hemos partido de viaje {wegfahren} sólo con el segundo tren».
Esta fantasía se relaciona con la última no interpretada, aquella en que empleamos demasiado
tiempo para ponernos la ropa en la estación, y el tren parte.)
A la siesta, frente a la casa. Hans se mete de pronto en ella cuando se acerca un carruaje de
dos caballos, en el que yo no logro descubrir nada extraordinario. Le pregunto qué le pasa. Dice:
«Como los caballos son tan arrogantes, tuve miedo de que se tumbaran». (El cochero los
llevaba con la rienda corta, de suerte que avanzaban con pasos cortos levantando la cabeza:
realmente tenían una marcha arrogante.)
Le pregunto quién, en verdad, es tan arrogante.
El: «Tú, cuando yo voy a la cama de mami».
Yo: «¿Deseas, entonces, que yo me tumbe?».
El: «Sí, que despojado» (quiere decir descalzo, como Fritzl en su momento) «tropieces con una
piedra y te salga sangre y por lo menos yo pueda estar un poquito solo con mami. Cuando
subas a casa, podré alejarme rápido de al lado de mami para que tú no me veas».
Yo: «¿Puedes recordar quién tropezó con la piedra?».
El: «Sí, Fritzl».
Yo: «Cuando Fritzl se cayó, ¿qué pensaste? ».
El: «Que ojalá volaras por el aire tú con la piedra».
Yo: «¿Te gustaría mucho entonces quedarte con mami? ».
El: «¡Sí!».
Yo: «En verdad, ¿por qué echo pestes yo?».
El: «No lo sé». (!!)
Yo: «¿Por qué?».
El: «Porque estás celoso».
Yo: «¡Eso no es verdad!».
El: «Sí, es verdad, estás celoso, lo sé. Eso tiene que ser verdad».
Infiero que no lo ha impresionado mucho mi explicación de que sólo los niños muy pequeños
van a la cama de la mamá, mientras que los grandes duermen en su propia cama.
Conjeturo que el deseo de «embromar» al caballo, vale decir, pegarle, gritarle, no se dirige a la
mamá, como él indicó, sino a mí. Sin duda sólo sacó a relucir a la mamá porque no quería
confesarme lo otro. En los últimos días me demuestra particular ternura.
Con la superioridad que uno tan fácilmente adquiere «con efecto retardado» {«nachträglich»},
corregiremos al padre: el deseo de Hans de «embromar» al caballo es de articulación doble,
está compuesto por una concupiscencia oscura, sádica, sobre la madre, y un claro esfuerzo de
venganza contra el padre. Este último no podía ser reproducido antes que, dentro de la trama
del complejo de gravidez, la concupiscencia no apareciera primero en su serie. En efecto, en la
formación de la fobia desde los pensamientos inconcientes sobreviene una condensación; por
eso el camino del análisis nunca puede repetir la vía de desarrollo de la neurosis.
22 de abril. Hoy a la mañana Hans ha vuelto a pensar algo: «Un muchacho de la calle ha viajado
en el carrito y el guarda ha venido y ha desvestido al muchacho hasta dejarlo todo desnudo y lo
abandonó ahí hasta la mañana, y a la mañana el muchacho dio 50.000 florines al guarda para
que le permitiera viajar en el carrito».
(Enfrente de nuestra casa corre el ferrocarril del Norte. Sobre una vía de maniobras hay
estacionada una zorra, en la cual una vez Hans vio viajar a un muchacho de la calle, cosa que
él también quiso hacer. Le dije que no estaba permitido, pues vendría el guarda. Un segundo
elemento de la fantasía es el deseo reprimido de desnudez.)
Ya desde hace algún tiempo notamos que la fantasía de Hans crea «bajo el signo del tráfico
{Verkehr}» y consecuentemente avanza desde el caballo, que tira del carro, hasta el ferrocarril.
Así, con el tiempo, a toda fobia a andar por la calle se le asocia la angustia al ferrocarril.
A mediodía me entero de que Hans ha jugado toda la mañana con una muñeca de goma a la
que llamó Grete. Por la abertura en que alguna vez estuvo fijado el pito de latón ha introducido
un pequeño cortaplumas, y luego le abrió las piernas a la muñeca para hacer que el
cortaplumas cayera. Dijo a la niñera, señalándole entre las piernas de la muñeca: «Mira, aquí
está el hace-pipí».
Yo: «En verdad, ¿a qué has jugado hoy con la muñeca? ».
El: «Le he separado las piernas, ¿sabes por qué? Porque ahí dentro había un cuchillito que
mami tenía. Se lo he metido adentro donde chilla el botón y luego le he separado las piernas
y de ahí ha salido».
Yo: «¿Por qué le has separado las piernas? ¿Para poder ver el hace-pipí?».
El: «Estaba ahí primero, también he podido verlo». Yo: «¿Por qué le has metido el cuchillo?».
El: «No sé».
Yo: «¿Cómo es ese cuchillito?».
Me lo trae.
Yo: «¿Acaso has pensado que es un niño pequeño?». El: «No, no me he pensado nada, pero la
cigüeña, me parece, se ha conseguido una vez un niño pequeño … o alguien».
Yo: «¿Cuándo?».
El: «Una vez. Lo he escuchado, o no lo he escuchado nada, ¿o me he equivocado al decirlo?».
Yo: «¿Qué significa equivocarse al decirlo?».
El: «Que no es verdad».
Yo: «Todo lo que uno dice es un poquito verdadero». El: «Bueno, un poquitito».
Yo (después de una transición): «¿Cómo te has pensado que vienen los pollos al mundo?».
El: «Pues es la cigüeña quien los hace crecer, la cigüeña hace crecer los pollos. . . no, el buen
Dios».
Le explico que los pollos ponen huevos y de los huevos salen a su vez pollos.
Hans ríe.
Yo: «¿Por qué ríes?».
El: «Porque me agrada lo que me cuentas».
Dice haber visto ya eso.
Yo: «¿Dónde, pues?».
Hans: «¡En ti!».
Yo: «¿Dónde he puesto yo un huevo?».
Hans: «En Gmunden, en la hierba has puesto tú un huevo y de pronto ha saltado fuera un pollo.
Una vez has puesto un huevo, yo lo sé, lo sé terminantemente. Porque mami me lo ha dicho».
Yo: «Le preguntaré a mami si eso es verdad».
Hans: «Eso no es verdad, pero yo he puesto una vez un huevo, de ahí ha saltado fuera un
pollo».
Yo: «¿Dónde?»’.
Hans: «En Gmunden me he acostado en la hierba, no, me he arrodillado, y entonces los niños
no espiaban y de pronto a la mañana temprano yo he dicho: «¡Busquen, niños, ayer he puesto
un huevo!». Y de pronto han mirado y de pronto han visto un huevo y del huevo ha salido un
pequeño Hans. ¿De qué te ríes? Mami no lo sabe y Karolin no lo sabe porque nadie ha mirado y
de pronto yo he puesto un huevo y de pronto estaba eso ahí. De verdad. Papi, ¿cuándo crece un
pollo desde el huevo? ¿Cuando uno lo deja estar? ¿Hay que comerlo? ».
Le aclaro eso.
Hans: «Bueno, dejémosólo con la gallina, entonces crece un pollo, Empaquémosólo en la cesta y
hagámosólo viajar a Gmunden».
Con un golpe audaz, Hans se ha apropiado de la conducción del análisis, pues los padres
vacilaban en darle los esclarecimientos que eran procedentes desde hacía mucho tiempo; y en
una brillante acción sintomática comunica: «Vean ustedes, así me represento yo un
nacimiento». Lo que él dijo a la sirvienta acerca del sentido de su juego con la muñeca no era
sincero; frente al padre, rechaza directamente que sólo quisiera ver el hace-pipí. Después que
el padre le hubo relatado, por así decir como un, pago a cuenta, la génesis de los pollos a partir
del huevo, su insatisfacción, su desconfianza y su mejor saber se aúnan en una soberbia
parodia que en sus últimas palabras se eleva a clara alusión al nacimiento de la hermanita.
Yo: «¿A qué jugaste con la muñeca?».
Hans: «Le he dicho Grete».
Yo: «¿Por qué?».
Hans: «Porque le he dicho Grete».
Yo: «¿Cómo jugaste con ella?».
Hans: «La he cuidado como a un niño de verdad».
Yo: «¿Te gustaría tener una nenita?».
Hans: «Oh, sí. ¿Por qué no? Me gustaría conseguir una, pero mami no debe conseguir ninguna;
eso no me gustaría».
(Ya ha expresado esto a menudo. Teme que un tercer niño lo relegue todavía más.)
Yo: «Sólo una señora puede tener un hijo».
Hans: «Yo consigo una nenita».
Yo: «¿Y de dónde la consigues?».
Hans: «Bueno, de la cigüeña. Ella saca la nenita, y la nenita pone de pronto un huevo y del
huevo sale todavía una Hanna, todavía una Hanna. De Hanna viene todavía una Hanna. No, sale
una Hanna».
Yo: «¿Te gustaría tener una nena?».
Hans: «Sí, el año que viene me consigo una, también se llamará Hanna».
Yo: «¿Por qué mami no debe tener ninguna nena?».
Hans: «Porque quiero tener una nena yo».
Yo: «Pero tú no puedes tener ninguna nena».
Hans: «Oh, sí; un varón consigue una nena, y una nena consigue un varón».
Yo: «Un varón no tiene hijos. Hijos los tienen sólo las señoras, las mamis».
Hans: «¿Y por qué yo no?».
Yo: «Porque el buen Dios ha dispuesto así las cosas».
Hans: «¿Por qué tú no te consigues una? Oh, sí; ya te la conseguirás, sólo tienes que esperar».
Yo: «Mucho tiempo tendré que esperar».
Hans: «Pero yo te pertenezco a ti».
Yo: «Pero mami te ha traído al mundo. Perteneces entonces a mami y a mí».
Hans: «¿Pertenece Hanna a mí o a mami?»,
Yo: «A mami».
Hans: «No, a mí. ¿Y por qué no a mí y a mami?».
Yo: «Hanna pertenece a mí, a mami y a ti».
Hans: «¡Bueno, así!».
Desde luego, al niño le faltará una pieza esencial para entender las relaciones sexuales
mientras el genital femenino no sea descubierto.

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