Obras de S. Freud: Análisis de la fobia de un niño de 5 años. Historial clínico y análisis

Historial clínico y análisis

Estimado profesor: Le envío otro pequeño fragmento sobre Hans, pero esta vez,
desdichadamente, contribuciones para un historial clínico. Como lo leerá usted, en los últimos días se le ha desarrollado una perturbación nerviosa que nos tiene muy intranquilos a mi mujer y a mí porque no podemos hallar ningún medio para eliminarla. Me tomaré la libertad ( … ) de visitarlo mañana, no obstante lo cual le anticipo por escrito el material disponible.
Sin duda ha sido una hiperexcitación sexual por ternura de la madre, pero no sé indicar el
excitador de la perturbación. El miedo de que un caballo lo muerda por la calle parece
entramado de alguna manera con el hecho de que le asusta un pene grande. Como usted lo
sabe por una nota anterior, en su momento él reparó ya en el pene grande del caballo, y
entonces sacó la conclusión de que la mamá, puesto que es tan grande, por fuerza ha de tener un hace-pipí como el de un caballo.
No atino a hallar nada pertinente. ¿Habrá visto en alguna parte a un exhibicionista? ¿0 el todo se
anuda solamente a la madre? No nos resulta agradable que desde ahora empiece a plantear
enigmas. Salvo el miedo de andar por la calle, y su desazón al atardecer, sigue siendo el
mismo, divertido, alegre.
No haremos nuestros ni la comprensible preocupación del padre ni sus primeros intentos de
explicación, sino que examinaremos, para empezar, el material comunicado. Es que nuestra
tarea no consiste en «comprender» enseguida un caso clínico; sólo habremos de conseguirlo
tras haber recibido bastantes impresiones de él. Provisionalmente dejaremos nuestro juicio en
suspenso {in Schwebe}, y prestaremos atención pareja {gleich} a todo lo que hay para observar.
Pues bien; he aquí las comunicaciones iniciales, de los primeros días de este año de 1908:
Hans (4 ¾ años) aparece a la mañana llorando; la mamá le pregunta por qué llora, y él dice:
«Cuando dormía he pensado tú estabas lejos y yo no tengo ninguna mami para hacer
cumplidos».
Por tanto, un sueño de angustia.
Algo parecido le he notado ya en el verano en Gmunden. Al anochecer, las más de las veces se
iba a la cama con un talante muy sentimental, y una vez hizo la observación (aproximada): «Si
yo no tuviera ninguna mami, si tú te fueras», o cosa parecida; no lo recuerdo con exactitud. Por
desgracia, cuando él estaba con ese talante elegíaco, la mamá lo acogía siempre en su lecho.
Más o menos el 5 de enero se llegó temprano a la mamá, que estaba en la cama, y le dijo con
esa ocasión: «¿Sabes tú? Tía M. ha dicho: «Pero qué lindo pichilín tiene»». (La tía M. se
había alojado en nuestra casa unas cuatro semanas antes; cierta vez vio cómo mi mujer
bañaba al muchacho, y de hecho le dijo quedamente eso a mi mujer. Hans la oyó, y procuraba
aprovecharlo.)
El 7 de enero va, como de costumbre, al Stadtpark con la niñera; por la calle empieza a
llorar y pide que lo lleven a casa, quiere «hacer cumplidos» con la mami. Cuando en casa le
preguntan por qué no quiso seguir y se puso a llorar, no quiere decir nada. A la tarde está alegre
como de costumbre; al anochecer tiene visible angustia, llora y no se lo puede separar de la
mamá; una y otra vez quiere hacerse cumplidos con ella. Después recobra la alegría y duerme
bien.
El 8 de enero, mi propia mujer lo saca de paseo para ver qué pasa con él, y lo lleva a
Schönbrunn, adonde le gusta mucho ir. De nuevo empieza a llorar, no quiere seguir camino,
tiene miedo. Al fin va, pero por la calle, es visible, siente angustia. En el viaje de regreso de
Schonbrunn dice a la madre, tras mucha renuencia: «Tuve miedo de que un caballo me
mordiera». (De hecho, en Schónbrunn se intranquilizó cuando vio un caballo.) Al anochecer me
dicen que tuvo un ataque parecido al del día anterior, con pedido de hacer cumplidos. Se lo
tranquiliza. Dice llorando: «Sé que mañana me llevarán de nuevo a pasear», y luego: «El caballo
entrará en la pieza».
Ese mismo día, la mamá le pregunta: «¿Te pasas la mano por el hace-pipí?». Y sobre eso, él
dice: «Sí, cada anochecer, cuando estoy en la cama». Al día siguiente, 9 de enero, le previenen,
antes de la siesta, que no se pase la mano por el hace-pipí. Preguntado al despertar, dice que
se la pasó durante un ratito.
Sería ese, pues, el comienzo de la angustia así como el de la fobia. Desde ahora reparamos en
que tenemos buen fundamento para separarlas entre sí. Por lo demás, el material parece en un
todo suficiente para orientarnos, y ningún otro punto temporal es tan favorable al entendimiento
como este estadio inicial que, por desdicha, las más de las veces se descuida o se silencia. La perturbación se introduce con unos pensamientos tiernos-angustiados, y luego con un sueño de angustia. Contenido de este último: perder a la madre, de suerte que él ya no pueda hacerse cumplidos con ella. Es fuerza, pues, que la ternura hacia la madre se haya acrecentado enormemente. Es el fenómeno básico de su estado. Recordemos además, por vía confirmatoria, sus dos intentos de seducir a la madre, el primero de los cuales se produjo
todavía en el verano, y el segundo, un simple encomio de su genital, poco antes de que estallara su angustia a andar por la calle. Es esta acrecentada ternura por la madre lo que súbitamente se vuelca en angustia; lo que, según nosotros decimos, sucumbe a la represión {esfuerzo de desalojo}. Todavía no sabemos de dónde proviene el empuje para la represión; acaso resulte meramente de la intensidad de la moción, no dominable para el niño; acaso cooperen otros poderes que todavía no discernimos. Más tarde lo averiguaremos. Esta angustia, que corresponde a una añoranza erótica reprimida, carece al comienzo de objeto, como toda angustia infantil: es todavía angustia y no miedo. El niño [al comienzo] no puede saber de qué tiene miedo, y cuando Hans, en el primer paseo con la muchacha, no quiere decir de qué tiene miedo, es que tampoco él lo sabe. Dice lo que sabe, que por la calle le falta la mamá con quien pueda hacerse cumplidos, y que no quiere apartarse de la mamá. Deja traslucir así, con toda
sinceridad, el sentido primero de su aversión a andar por la calle.
Por otra parte, sus estados, por dos veces sucesivas repetidos al anochecer antes de
acostarse, estados angustiados y, no obstante, de nítida coloración tierna, prueban que al
comienzo de la enfermedad contraída no existía una fobia a andar por la calle o a pasear, ni
tampoco a los caballos. Entonces, el estado del anochecer no quedaría explicado; en efecto,
¿quién piensa, antes de dormir, en la calle y el paseo? En cambio, es por completo trasparente
que al anochecer se angustia mucho, pues antes de meterse en cama lo asalta, reforzada, la
libido, cuyo objeto es la madre y cuya meta podría ser dormir junto a la madre. Es que ha hecho la experiencia de que en virtud de esos talantes podía, en Gmunden, mover a la madre a que lo acogiera en su lecho, y le gustaría conseguir lo mismo en Viena. De pasada, no olvidemos que en Gmunden estaba a veces solo con ella, pues el padre no podía pasar ahí las vacaciones íntegras; además, allí distribuía su ternura entre sus compañeros de juego, amiguitos y amiguitas, y al f altarle estos aquí, su libido pudo regresar de nuevo entera a la madre.
La angustia corresponde entonces a una añoranza reprimida, pero no es lo mismo que la
añoranza; la represión cuenta también en algo. La añoranza se podría mudar en satisfacción
plena aportándole el objeto ansiado; para la angustia esa terapia no sirve, ella permanece
aunque la añoranza pudiera ser satisfecha, ya no se la puede volver a mudar plenamente en
libido: la libido es retenida en la represión por alguna cosa. Es lo que se muestra
en Hans a raíz del segundo paseo, cuando la madre lo acompaña. Ahora está con la madre, a
pesar de lo cual tiene angustia, es decir, una añoranza de ella no saciada. Es cierto que la
angustia es menor, se lo puede mover a pasear, mientras que a la muchacha de servicio la
obligó a volver a casa; y, además, la calle no es el lugar conveniente para «hacerse cumplidos»
o lo que el pequeño enamorado gustara de hacer. Pero la angustia ha resistido la prueba y
ahora se ve precisada a hallar un objeto. En ese paseo se exterioriza por primera vez el miedo a ser mordido por un caballo. ¿De dónde viene el material de esta fobia? Probablemente, de
aquellos complejos todavía desconocidos que contribuyeron a la represión y mantienen en
estado reprimido la libido hacia la madre. Es todavía. un enigma de este caso, cuyo ulterior
desarrollo hemos de perseguir para hallar su solución. El padre ya nos ha proporcionado ciertos puntos de apoyo que quizá sean confiables: Hans observa a los caballos siempre con interés a causa de su hace-pipí grande, es fuerza que la mamá tenga un hace-pipí como el de un caballo,
etc. Así, se creería, el caballo es sólo un sustituto de la mamá. Pero, ¿qué significa que Hans al anochecer exteriorice el miedo de que el caballo entre en la pieza? Una tonta idea angustiada de un niño pequeño, se dirá. Pero la neurosis no dice nada tonto, como tampoco lo dice el sueño. Insultamos siempre que no comprendemos algo. Es un modo de facilitarse la tarea.
De esta tentación debemos guardarnos todavía en otro punto. Hans ha confesado que su pene le ocupa con fines de placer todas las noches antes de dormirse. «¡Ah! -dirá el médico
práctico-. Ahora todo está claro. Todo está en su sitio: el niño se produce un sentimiento
masturbatorio de placer». Pero eso en modo alguno nos explica su angustia; al contrarío, la
vuelve más enigmática. Estados de angustia no son provocados por masturbación; no lo son,
en general, por una satisfacción. Y además tenemos derecho a suponer que nuestro Hans,
ahora de 4 ¾ años, se permite ese contento desde hace ya un año cada anochecer, y nos
enteraremos de que justamente ahora se encuentra en la lucha por deshabituarse, lo cual
condice mejor con la represión y la formación de angustia.
También debemos tomar partido en favor de su buena, y por cierto que harto cuidadosa, madre.
El padre la inculpa, no sin una apariencia de justicia, de haber contribuido al estallido de la
neurosis por su ternura hipertrófica y su aquiescencia demasiado frecuente a recibir al niño en
su lecho; nosotros, de igual modo, podríamos reprocharle haber apresurado el advenimiento de la represión por su enérgico rechazo de sus cortejos («Es una porquería»). Pero ella
desempeña un papel fijado por el destino, y está en situación difícil.
Convine con el padre en que dijera al muchacho que lo del caballo era una tontería y nada más.
Y que la verdad era que quería muchísimo a la mamá, y pretendía ser recibido por ella en su
cama. Y que ahora tenía miedo de los caballos por haberse interesado tanto en el hace-pipí de
ellos. Además, {Hans} había notado que era incorrecto ocuparse tan intensamente del hace-pipí,
aun del propio, y esa era una intelección acertadísima. Por otro lado, propuse al padre
internarse por el camino del esclarecimiento sexual. Puesto que, según estábamos autorizados
a suponer por la prehistoria del pequeño, su libido adhería al deseo de ver el hace-pipí de la
mamá, el padre debía sustraerle esa meta comunicándole que esta, y todas las otras personas
del sexo femenino, como podía saberlo bien respecto de Hanna, no poseían hace-pipí alguno.
Le dije que este último esclarecimiento se lo debía impartir en una oportunidad conveniente, a
raíz de alguna pregunta o manifestación de Hans.
Las siguientes noticias sobre nuestro Hans abarcan el período del 1º al 17 de marzo. La pausa de un mes hallará pronto su explicación.
Al esclarecimiento sigue un periodo más tranquilo en que es posible mover a Hans, sin gran
dificultad, a que vaya de paseo al parque todos los días. Su miedo a los caballos se muda más y más en la compulsión a mirarlos. Dice: «Tengo que ver a los caballos y entonces me da
miedo».
Después de una influenza, que lo postra en cama por dos semanas, la fobia vuelve a reforzarse tanto que no se lo puede mover a salir; a lo sumo va al balcón. Todos los domingos viaja conmigo aLainz, porque ese día se ven muy pocos carruajes por la calle y él solamente
tiene que recorrer un corto trecho hasta la estación de ferrocarril. Cierta vez en Lainz se rehusa
a salir a pasear fuera del jardín porque frente a él está estacionado un carruaje. Después de otra semana que se ve obligado a pasar en casa porque lo operaron de amígdalas, vuelve a
reforzársele mucho la fobia. Es cierto que va al balcón, pero no sale a pasear, vale decir, tan
pronto llega a la puerta de calle da la vuelta rápidamente.
El domingo 1º de marzo, en el camino a la estación ferroviaria, se desarrolla la siguiente plática:
Yo procuro volver a explicarle que los caballos no muerden: El: «Pero caballos blancos
muerden; en Gmunden hay un caballo blanco que muerde. Si uno le acerca los dedos,
muerde». (Me llama la atención que diga «los dedos» en lugar de «la mano».) Después cuenta
la siguiente historia, que yo reproduzco en el orden de su secuencia: «Cuando Lizzi tuvo que
partir de viaje {wegiabren}, un carruaje con un caballo blanco se detuvo frente a su casa; iba a
llevar el equipaje a la estación». (Lizzi, según él me cuenta, es una niñita que vivía en una casa
vecina.) «El padre de Lizzi estaba cerca del caballo, y el caballo volvió la cabeza (para tocarlo),
y él dijo a Lizzi: «No le pases los dedos al caballo blanco, de lo contrario te morderá»». Yo le digo
sobre eso: «Escucha, me parece que no es un caballo lo que tú tienes en la mente, sino un hace-pipí, al que no se le debe pasar la mano».
El: «Pero un hace-pipí no muerde».
Yo: «Quizá, quizá», tras lo cual él quiere probarme vivamente que en realidad fue un caballo
blanco.
El 2 de marzo, cuando otra vez está con miedo, le digo: «¿Sabes una cosa? La tontería -así
llama él a su fobia- perderá fuerza si sales de paseo más a menudo. Ahora es tan intensa
porque tu enfermedad no te ha dejado salir de casa».
El: «¡Oh, no!, es tan intensa porque me sigo pasando todas las noches la mano por el
hace-pipí».
Médico y paciente, padre e hijo, coinciden entonces en atribuir al hábito onanista el principal
papel en la patogénesis del estado presente. Pero tampoco faltan indicios sobre la
significatividad de otros factores.
El 3 de marzo ha ingresado en nuestra casa una muchacha nueva que despierta su particular
complacencia. Como ella lo deja montarse a caballito mientras limpia las habitaciones él la
llama sólo «mi caballo» y de continuo la toma del vestido gritándole «¡sucio!». El 10 de marzo,
más o menos, dice a esta niñera: «Si haces esto o aquello, tendrás que sacarte toda la ropa,
también la camisa». (Quiere decir, como castigo, pero es fácil discernir tras ello el deseo.)
Ella: « ¡Bah! ¿Y qué hay con eso? Me haré a la idea de que no tengo ni para vestidos».
El: «Pero si eso es una chanchada; uno ve entonces el hace-pipí».
¡La antigua curiosidad volcada a un nuevo objeto y, como conviene a los tiempos de la
represión, encubierta con una tendencia moralizante!
El 13 de marzo por la mañana digo a Hans: «¿Sabes una cosa? Si no te pasas más la mano
por el hace-pipí, la tontería se te irá yendo».
Hans: «Pero si ya no me paso más la mano por el hace-pipí».
Yo: «Pero sigues teniendo ganas de hacerlo».
Hans: «Sí, vaya, pero «tener ganas» no es «hacer», y «hacer» no es «tener ganas»».(!!)
Yo: «Para que no tengas más ganas, hoy te daremos una bolsa de dormir».
Tras ello nos vamos a la puerta de casa. Tiene miedo, sí, pero visiblemente aliviado por la
perspectiva de que la lucha le será más fácil, dice: «Bueno; mañana, cuando tenga la bolsa de
dormir, se me pasará la tontería». De hecho, tiene mucho menos miedo a los caballos y,
bastante tranquilo, deja que pasen los carruajes.
El domingo siguiente, 15 de marzo Hans había prometido viajar conmigo a Lainz. Primero se
revuelve, pero al fin accede a ir. En la calle, por ser pocos los carruajes, se siente visiblemente
bien, y dice: «Qué lindo que el buen Dios ya ha soltado al caballo». Por el camino le explico que su hermana no tiene un hace-pipí como él. Niñitas y señoras no tienen hace-pipí. La mamá no tiene, Anna tampoco, etc.
Hans: «¿Tú tienes un hace-pipí?».
Yo: «Naturalmente, ¿qué te habías creído?».
Hans (tras una pausa): «Pero si las nenas no tienen un hace-pipí, ¿cómo hacen pipí?».
Yo: «No tienen un hace-pipí como el tuyo. ¿Todavía no has visto, cuando bañan a Hanna?».
Durante todo el día está muy contento, viaja en trineo, etc. Sólo hacia el atardecer se desazona
de nuevo y parece tener miedo a los caballos.
Al anochecer, el ataque nervioso y la necesidad de hacer cumplidos son menores que los días
previos. La jornada siguiente, la mamá lo lleva consigo por la ciudad y él tiene gran miedo en la calle. Al otro día, se queda en casa y está muy contento. La mañana que sigue, se levanta,
angustiado, alrededor de las seis. Preguntado qué le ocurre, cuenta: «Me he pasado el dedo un poquitito por el hace-pipí. Entonces he visto a mami toda desnuda en camisa, y ella ha dejado ver el hace-pipí. Le he mostrado a Grete, a mi Grete, lo que hace mamá, y le he mostrado mi hace-pipí. Entonces he sacado rápido la mano del hace-pipí». Ante mi objeción de que sólo puede decir «en camisa» o «toda desnuda», Hans dice: «Ella estaba en camisa, pero la camisa era tan corta que le he visto el hace-pipí».
El todo no es un sueño, sino una fantasía onanista, por lo demás equivalente a un sueño. Lo que hace hacer a la mamá sirve, evidentemente, para su justificación: «Sí mami muestra el
hace-pipí, yo también puedo hacerlo».
Por esta fantasía ya podemos averiguar dos cosas: la primera, que la reprimenda de la madre
surtió en su momento un intenso efecto sobre él, y la segunda, que al comienzo no acepta
el esclarecimiento de que las mujeres no tienen un hace-pipí. Lamenta que deba ser así, y se
aferra a él en la fantasía. Quizá tenga también sus razones para denegar creencia al padre por
el momento.
Informe semanal del padre:
Estimado profesor: Le adjunto la continuación de la historia de nuestro Hans, un fragmento muy, interesante. Quizá me tome la licencia de visitarlo el lunes en su consultorio y, en lo posible, llevaré a Hans conmigo -suponiendo que él lo consienta-. Hoy le he preguntado: «¿Quieres ir conmigo el lunes a casa del profesor, .que te puede sacar la tontería? ».
El: «No».
Yo: «Pero si él tiene una nenita muy hermosa». Tras eso condescendió bien dispuesto y
contento. Domingo 22 de marzo. Para ampliar el programa dominical, propongo a Hans viajar primero a Schónbrunn, y sólo a mediodía ir de ahí a Lainz. Entonces él no tiene sólo que salvar a pie el camino desde nuestra casa hasta la estación Hauptzollamt del ferrocarril metropolitano, sino también desde la estación Hietzing a Schönbrunn, y desde aquí nuevamente hasta la estación Hietzing del tranvía a vapor, trayectos que él en efecto recorre apartando con rapidez la vista tan pronto se acercan caballos; es evidente que se siente angustiado. Al apartar la vista sigue un consejo de la mamá.
En Schönbrunn muestra miedo a animales que de ordinario miraba sin asustarse. Así, se niega absolutamente a entrar en el edificio donde está la jirafa; tampoco quiere ver al elefante, que de ordinario le daba mucho gusto. Tiene miedo a todos los animales grandes, mientras que se divierte mucho con los pequeños. Entre los pájaros, esta vez siente miedo del pelícano, lo cual antes no ocurría; opino que es, evidentemente, a causa de su tamaño.
A raíz de ello le digo: «¿Sabes por qué tienes miedo a los animales grandes? Los animales
grandes tienen un hace-pipí grande, y en verdad le tienes miedo al hace-pipí grande».
Hans: «Pero si nunca he visto el hace-pipí de los animales grandes».
Yo: «Pero sí el del caballo, y el caballo también es un animal grande».
Hans: «¡Oh! El del caballo muchas veces. Una vez en Gmunden, cuando el carruaje estaba
estacionado delante de la casa, una vez frente a la Aduana».
Yo: «Cuando eras pequeño, probablemente entraste en Gmunden en un establo. . . ».
Hans (interrumpiéndome): «Sí, todos los días, cuando los caballos volvían a la casa, yo iba al
establo … ».
Yo: « … y probablemente tuviste miedo por haber visto alguna vez el gran hace-pipí del caballo,
pero no necesitas tener miedo. Los animales grandes tienen un hace-pipí grande, los animales
pequeños, un hace-pipí pequeño».
Hans: «Y todos los hombres tienen un hace-pipí, y el hace-pipí crece conmigo cuando yo me
hago grande; ya está crecido».
Con esto concluye la plática. Los días siguientes el miedo parece otra vez un poco mayor;
apenas si osa estar frente a la puerta de calle, adonde lo llevan después de comer.
El dicho consolador de Hans arroja luz sobre la situación y nos permite corregir un poco las
aseveraciones del padre. Es verdad que siente angustia ante los animales grandes porque ellos lo fuerzan a considerar su gran hace-pipí, pero en rigor no se puede decir que a su vez tenga miedo del hace-pipí grande. Antes, en efecto, su representación de este último poseía un definido tinte placentero, y con todo celo intentaba procurarse su visión. Ese contento se le
estropeó luego por el universal trastorno {Verkehrung} de placer hacia displacer, que, por un
camino no esclarecido aún, ha afectado toda su investigación sexual; y se le estropeó además
-cosa más clara para nosotros- en virtud de ciertas experiencias y ponderaciones cuyos
resultados fueron penosos. De su consuelo «el hace-pipí crece conmigo cuando yo me hago
grande» se puede inferir que en sus observaciones él comparaba de continuo, y ha quedado
muy insatisfecho con el tamaño de su propio hace-pipí. Los animales grandes le recuerdan ese
déficit, y por esta razón le resultan desagradables. Pero parece probable que toda esa ilación de pensamiento no le pueda devenir conciente con claridad, por lo cual esa sensación penosa se le muda en angustia; así, su angustia presente se edifica tanto sobre el placer de antaño como sobre el displacer actual. Una vez establecido el estado de angustia, esta última devora todas las otras sensaciones; y a medida que la represión avanza, mientras más son empujadas a lo inconciente las representaciones portadoras de afecto que ya habían sido concientes, todos los afectos pueden mudarse en angustia.
La rara puntualización de Hans «ya está crecido», en el contexto del consuelo, permite colegir
muchas cosas que él no puede declarar, y por cierto no ha declarado en este análisis. Agregaré
un complemento tomado de mis experiencias en análisis de adultos, esperando que la
intercalación no se juzgará violenta ni arbitraria. «Ya está crecido»: entendido como porfía y
consuelo, hace pensar en la vieja amenaza de la madre, que le cortarían el hace-pipí si
continuaba ocupándose de él. En aquel momento, cuando él tenía 3 ½ años, la amenaza no
produjo efecto alguno. Respondió, impávido, que entonces haría pipí con la cola. Y se ajustaría
por entero al comportamiento típico que la amenaza de castración adquiriera vigencia ahora,
con efecto retardado {nachträglich}, y él entonces, 1¼ año después, estuviera con la angustia
de ser despojado de esa querida pieza de su yo. Tales efectos retardados de mandamientos y
amenazas recibidos en la niñez se pueden observar en otros casos clínicos, donde el intervalo
llega a abarcar un decenio y más todavía. Hasta conozco casos en los cuales la «obediencia de
efecto retardado» de la represión {esfuerzo de desalojo} desempeña la parte principal en el
determinismo de los síntomas patológicos.
El esclarecimiento que Hans ha recibido hace poco, a saber, que las mujeres efectivamente no
poseen ningún hace-pipí, no pudo tener otro resultado que el de conmoverle su confianza en sí
mismo y despertarle el complejo de castración. Por eso se revolvió contra esa comunicación y
por eso ella no produjo éxito terapéutico: ¿Conque realmente existen seres vivos que no poseen
un hace-pipí? ¡No sería entonces tan increíble que le quitaran el suyo; que, por así decir, lo
hicieran mujer!.
La noche del 27 al 28, Hans nos sorprende levantándose de su cama en la oscuridad y
metiéndose en la nuestra. Su habitación está separada de nuestro dormitorio por un retrete. Le
preguntamos por qué, si acaso ha tenido miedo. Dice: «No, mañana lo diré»; se duerme en
nuestra cama y luego es retirado a la suya. Al día siguiente lo interrogo para averiguar por qué
vino a nosotros en la noche, y tras alguna renuencia se desarrolla este diálogo, que enseguida
pongo por escrito estenográficamente:
El: «En la noche había en la habitación una jirafa grande y una jirafa arrugada, y la grande ha
gritado porque yo le he quitado la arrugada. Luego dejó de gritar, y entonces yo me he sentado
encima de la jirafa arrugada».
Yo (asombrado): «¿Qué? ¿Una jirafa arrugada? ¿Cómo era? ».
El: «Así». (Coge rápido un papel, lo hace un bollo, y me dice:) «Así estaba arrugada».
Yo: «¿Y te has sentado encima de la jirafa arrugada? ¿Cómo?».
Torna a enseñármelo, se sienta en el suelo.
Yo: «¿Por qué viniste al dormitorio?».
El: «Yo mismo no lo sé».
Yo: «¿Has tenido miedo?».
El: «No, seguro que no».
Yo: «fue un sueño el de las jirafas?».
El: «No, no lo he soñado; me lo he pensado. A todo me lo he pensado. Ya desde antes estaba
levantado».
Yo: «¿Qué quiere decir «una jirafa arrugada»? Sabes bien que a una jirafa no se la puede
comprimir como a un pedazo de papel».
El: «Sí que lo sé. Lo he creído simplemente. Por supuesto que no hay nada así en el mundo.
La arrugada está toda tirada sobre el piso y yo la he quitado, la he tomado con las
manos».
Yo: «¿Qué? ¿A una jirafa tan grande se la puede tomar con las manos?».
El: «A la arrugada yo la he tomado con la mano».
Yo: «¿Y dónde estaba la grande entretanto?».
El: «Mira, la grande estaba parada más allá».
Yo: «¿Qué has hecho con la arrugada?».
El: «La he tenido un poquito en la mano hasta que la grande dejó de gritar, y cuando la grande
dejó de gritar me le he sentado encima».
Yo: «¿Por qué la grande ha gritado?».
El: «Porque yo le había quitado a la pequeña». (Advierte que yo anoto todo, y pregunta:), «¿Por
qué escribes eso?».
Yo: «Porque se lo envío a un profesor que te puede quitar la tontería».
El: «Ajá. Entonces seguro has escrito que mami se sacó la camisa, y también se lo das al
profesor».
Yo: «Sí, pero él no comprenderá cómo crees tú que se puede arrugar a una jirafa».
El: «Dile simplemente que yo mismo no lo sé, y entonces él no preguntará; pero sí pregunta qué
es la jirafa arrugada, puede escribirnos, y nosotros le escribiremos, o le escribimos ahora
mismo, yo no lo sé».
Yo: «¿Por qué viniste a la noche?».
El: «Eso no lo sé».
Yo: «Dime rápido en qué piensas ahora».
El (bromeando): «En un jugo de frambuesas».
Yo: «¿Y en qué más?».
El: «En un fusil para disparar».»
Sus deseos
Yo: «¿De verdad no lo has soñado?».
El: «Seguro que no; no, lo sé terminantemente ».
Sigue contando: «Mami me ha pedido mucho tiempo que le dijera por qué he ido a la noche.
Pero no he querido decírselo porque al comienzo me daba vergüenza. ante mami».
Yo: «¿Por qué?».
El: «Eso no lo sé».
En efecto, mi mujer le inquirió toda la mañana, hasta que él contó la historia de la jirafa.
Ese mismo día, el padre encuentra la resolución de la fantasía de la jirafa.
La gran jirafa soy yo o, más bien, el pene grande (el cuello largo); la jirafa arrugada, mí mujer o,
más bien, su miembro; he ahí, por tanto, el resultado del esclarecimiento.
Jirafa: véase la excursión a Schönbrunn. Por otra parte, tiene colgada sobre su cama la imagen de una jirafa y de un elefante.
El todo es la reproducción de una escena que en los últimos días se desarrolla casi todas las
mañanas. Hans siempre acude temprano a nosotros, y mi esposa no puede dejar de tomarlo
por algunos minutos consigo en el lecho. Sobre eso yo siempre empiezo a ponerla en guardia,
que es mejor que no lo tome consigo («La grande ha gritado porque yo le he quitado la
arrugada») , y ella replica esto y aquello, irritada tal vez: que eso es un absurdo, que unos
minutos no pueden tener importancia, etc. Entonces Hans permanece un ratito junto a ella.
(«Entonces la jirafa grande dejó de gritar, y luego yo me senté encima de la jirafa arrugada».)
La solución de esta escena conyugal trasportada a la vida de las jirafas es, pues: él sintió en la noche añoranza de la mamá, añoranza de sus caricias, de su miembro, y por eso vino al
dormitorio. El todo es la continuación del miedo al caballo.
Sólo sé agregar a la perspicaz interpretación del padre: El «sentarse encima» es
probablemente la figuración de Hans para el «tomar posesión». Ahora bien, el todo es una
fantasía de porfía, anudada con una satisfacción por el triunfo sobre la resistencia paterna.
«Grita todo lo que quieras, lo mismo mami me toma en la cama y mami me pertenece». Tras
ella se colige, pues, lo que el padre conjetura: la angustia de no gustarle a la mamá porque su
hace-pipí no puede medirse con el del padre.
A la mañana siguiente, el padre cosecha la confirmación de su interpretación.
Domingo 29 de marzo. Viajo con Hans a Lainz. En la puerta me despido de mi mujer en broma:
«Adiós, Jirafa Grande». Hans pregunta: «¿Por qué jirafa?». Yo respondo: «La mami es la jirafa
grande», tras lo cual Hans dice: «¿No es cierto que sí? ¿Y Hanna es la jirafa arrugada? ».
En la estación de ferrocarril le explico la fantasía de las jirafas, sobre lo cual él responde: «Sí,
eso es correcto»; y como yo le digo que la jirafa grande soy yo, pues el cuello largo le ha
recordado a un hace-pipí, él dice: «Mami tiene también un cuello como una jirafa, yo he visto
cómo se lavaba el blanco cuello».
El lunes 30 de marzo, por la mañana temprano, Hans viene a mí y dice: «Escucha, hoy me he
pensado dos cosas. ¿La primera? He estado contigo en Schonbrunn junto a los carneros, y
entonces nos colamos por debajo de las cuerdas, y le hemos dicho eso al guardián a la entrada del jardín, y él nos ha atrapado». La segunda la ha olvidado.

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