Homeostasis e insistencia. 5 de Diciembre de 1954

Homeostasis e insistencia. 5 de Diciembre de 1954

Idolatría. Auto-cuenta del sujeto. Heterotopa de la conciencia. El análisis del yo no es el análisis del inconsciente al revés .

Si quisiera expresar con una imagen lo que aquí buscamos, comenzar a por alegrarme de que, estando las obras de Freud a nuestro alcance, no me veo obligado, salvo inesperada intervención de la divinidad, a ir a buscarlas en algún Sina; dicho de otro modo, a dejarlos solos demasiado pronto. A decir verdad, en lo más denso del texto de Freud vemos siempre reproducirse algo que, sin ser exactamente la adoración del becerro de oro, es sin embargo una Idolatría. Lo que aquí procuro hacer es arrancarlos de ella de una vez para siempre. Espero hacer lo suficiente para que un día esaparezca vuestra inclinación a utilizar formulaciones con imagenes en demasía.

En su exposición de anoche, nuestro estimado Leclaire no se prosternó quizás ante el becerro, pero algo de eso hubo. Todos ustedes lo percibieron: el hecho de que mantenga ciertos términos de referencia es de esa índole. La necesidad de utilizar imágenes es por cierto v lida en la exposición científica, así como en otros terrenos, pero quizá no tanto como se cree. Y en ningún sitio encubre más trampas que en el dominio donde nos hallamos, el de la subjetividad. Cuando se habla de la subjetividad, la dificultad radica en no entificar al sujeto.

Opino que, con el propósito de mantener en pie su construcción-y este propósito explica que nos haya presentado su modelo como una pirámide, bien asentada sobre su base y no sobre su vértice-, Leclaire nos ha hecho del sujeto un dolo No pudo dejar de representarlo.

Esta reflexión viene a insertarse oportunamente en el proceso de nuestra demostración, centrada en la pregunta: Qué es el sujetos, que se plantea simultáneamente, a partir de la aprehensión ingenua y de la formulación científica, o filosófica, del sujeto.

Retomemos las cosas en el punto en que los dejó la vez pasada, es decir, el momento en que el sujeto aprehende su unidad.

El cuerpo fragmentado encuentra su unidad en la imagen del otro, que es su propia imagen anticipada: situación dual donde se esboza una relación polar pero no-simétrica.

Esta disimetría ya nos está indicando que la teoría del yo en psicoanálisis no coincide en forma alguna con la concepción docta del yo, la cual, por el contrario, se asocia a una cierta aprehensión ingenua que antes califiqué como propia de la psicología, históricamente fechable, del hombre moderno.

Interrumpí en el momento en que les mostraba que este sujeto, en definitiva, es nadie(5) El sujeto es nadie. Está descompuesto, fragmentado. Se bloquea, es aspirado por la imagen, a la vez engañosa y realizada del otro, o también su propia imagen especular.

Ah , encuentra su unidad. Aduenñándome de una referencia tomada del más moderno de esos ejercicios maquinísticos que tanta importancia poseen en el desarrollo de la ciencia y el pensamiento, les representó esta etapa del desarrollo del sujeto con un modelo que ofrece la característica de no idolificarlo en forma alguna. En el punto en que los dejó , el sujeto estaba en ninguna parte. Teníamos nuestras dos peque as tortugas mecánicas, una de las cuales estaba bloqueada ante la imagen de la otra. Supusimos, en efecto, que mediante una parte reguladora de su mecanismo-la c lula fotoeléctrica, por ejemplo; pero dejemos eso, no estoy aquí para hacerles cibernética, ni siquiera imaginaria-, la primera máquina dependa de la imagen de la segunda, estaba suspendida de su funcionamiento unitario y, por consiguiente, cautivada por sus movimientos.

De ahí un círculo, que puede ser amplio, pero cuyo enlace esencial está dado por esa relación imaginaria entre dos.

Les hice ver las consecuencias de este círculo en lo tocante al deseo. Entendámonos:

cual podrá ser el deseo de una máquina si no el de volver a beber en las fuentes de energía? Una máquina no puede más que alimentarse, y esto es lo que hacen los nobles animalitos de Grey-Walter. No se han construido, y tampoco concebido, máquinas que se reprodujesen: ni siquiera se estableció un esquema de su sistema de símbolos. Por lo tanto, el único objeto de deseo que podemos suponer en una máquina es su fuente de alimentación. Pues bien: si cada una está fijada sobre el punto a dónde va la otra, habrá necesariamente colisión en alguna parte.

A este punto habíamos llegado. Supongamos ahora en nuestras máquinas un aparato de registro sonoro, y supongamos que una gran voz-bien podemos pensar que alguien vigila su funcionamiento, el legislador-interviene para regular la danza que hasta el momento no era más que una ronda y podía desembocar en resultados catastróficos. Se trata de introducir una regulación simbólica, cuyo esquema tienen ustedes en la subyacencia matemática inconsciente de los intercambios de las estructuras elementales. La comparación termina aquí, porque no vamos a entificar al legislador: será un dolo más. Dr. LECLAiRE:-Disc iperne, pero querrá dar una respuesta. Si mostró propensión a idolificar al sujeto es porque pienso que es necesario, que no se puede hacer otra cosa. Pues bien, es usted un peque o idólatra. Bajo del Sina y rompo las Tablas de la Ley. Dr. LECLAiRE:-Djeme terminar. Tengo la impresión de que al rechazar esa entificación, muy consciente, del sujeto, tendemos, y usted, tiende, a trasladar dicha idolificación a otro punto. No se tratar entonces del sujeto, sino del otro, de la imagen, del espejo. Los . Usted no es el único. Sus preocupaciones trascendentalistas lo llevan a cierta idea sustancialista del inconsciente. Otros tienen una concepción idealista, en el sentido del idealismo crítico, pero también piensan que hago volver aquello que expulso. aquí hay más de uno formado en la filosofía, digamos, tradicional, y para quien la aprehensión de la conciencia por s misma es uno de los pilares de su concepción del mundo. Esto es algo que indudablemente no se puede tratar a la ligera, y la vez pasada les advertí perfectamente que daba el paso de cortar el nudo gordiano, optando por dejar radicalmente de lado todo un punto de vista. Alguien que se encuentra aquí , y cuya identidad no tengo por qué revelar, después de mi última conferencia me dijo: Esa conciencia, me parece que tras habérnosla maltratado mucho, usted la reintroduce con esa voz que restablece el orden, y que regula la danza de las máquinas. Nuestra deducción del sujeto exige, sin embargo, que situemos esa voz en alguna parte del juego interhumano. Decir que es la voz del legislador será, sin duda, una idolificación, de un orden elevado ciertamente, pero indubitable. No es más bien la voz Qui se conna t quand elle soune / N’etre plus la voix de personne / Tant que des ondas et des bois?

Valry est hablando aquí del lenguaje. Y tal vez, en efecto, en última instancia habrá que reconocer esa voz como la voix de personne.

Por eso en el encuentro pasado optó por decirles que nos vemos llevados a exigir que la palabra ordenadora la tome la máquina. Y, apresurándome, como sucede a veces al final de un discurso que tengo que cerrar, pero cuya reanudación debo a la vez esbozar, decía lo siguiente: supongan que la máquina pueda contarse a s misma. En efecto, para que funcionen las combinaciones matemticas que ordenan los intercambios objetales-en el sentido en que antes los defin -es preciso que en la combinatoria cada una de las máquinas pueda contarse a s misma.

Qué quiero decir con esto? Dónde se cuenta a s mismo el individuo en función subjetiva, sino en el inconsciente? Es este uno de los fenómenos más manifiestos que descubre la experiencia Freudiana. Consideren el muy curioso juego que Freud menciona al final de la Psicopatología de la vida cotidiana, y que consiste en invitar al sujeto a que diga números al azar. Las asociaciones que al respecto se le ocurren ponen al descubierto significaciones que resuenan tan bien con su rememoración, su destino, que, desde el punto de vista de las probabilidades, su elección va mucho más allá de todo lo que puede esperarse del puro azar.

Si los filsofos me ponen en guardia contra la materialización del fenómeno de la conciencia, porque nos hace perder un inestimable punto de apoyo para la aprehensión de la originalidad radical del sujeto-esto, en un mundo estructurado a lo Kant, e incluso a lo Hegel, porque Hegel no abandonó la función central de la conciencia aunque nos permita librarnos de ella-, por mi parte pondré en guardia a los filósofos contra una ilusión no desvinculada de la que pone en evidencia ese test tan significativo, divertido, y tan de su poca, llamado Binet y Simon.

Se espera detectar la edad mental de un sujeto-la verdad sea dicha, una edad mental no tan efmera-proponiendo a su aceptación frases absurdas como, por ejemplo, la siguiente: Tengo tres hermanos, Pablo, Ernesto y yo. Hay ciertamente una ilusión de esta clase en el hecho de creer que la circunstancia de que el sujeto se cuente a s mismo sea una operación de conciencia, una operación atribuida a una intuición de la conciencia transparente a s misma. El modelo no es por lo demás un voco, y no todos los filósofos lo describieron en la misma forma.

No pretendo criticar la forma en que esto se hace en Descartes, porque ah la dialéctica está gobernada por un objetivo, la demostración de la existencia de Dios, de suerte que, a fin de cuentas, al cogito se le da un valor existencial fundamental aislándolo arbitrariamente.

En cambio, no será difícil probar que, desde el punto de vista existencialista, la aprehensión de la conciencia por s misma está, en último extremo, desamarrada de cualquier aprehensión existencial del yo. El yo no se muestra ah más que como una experiencia particular, ligada a condiciones objetivables, en el seno de esa inspección que se cree es sencillamente la reflexión de la conciencia sobre s misma. Y el fenómeno de la conciencia no posee ningún carácter privilegiado en una tal aprehensión. Se trata de librar nuestra noción de la conciencia de toda hipoteca en cuanto a la

aprehensión del sujeto por s mismo. Es un fenómeno no dirá contingente en relación con nuestra deducción del sujeto, sino heterotópico, y por esta razón me entretuve dándoles un modelo del propio mundo físico. En los fenómenos subjetivos verán que la conciencia aparece siempre con una gran irregularidad. En la inversión de perspectiva que impone el análisis, su manifestación aparece siempre ligada a condiciones más físicas, materiales, que psíquicas.

As , acaso no incumbe el fenómeno del sueño al registro de la conciencia? Un sueño es algo consciente. Ese tornasol imaginario, esas imágenes cambiantes son por entero de igual índole que ese lado ilusorio de la imagen sobre el que insistimos a propósito de la formación del yo. El sueño se asemeja mucho a una lectura en el espejo, procedimiento de adivinación de los más antiguos y que también puede emplearse en la técnica hipnótica. Fascinándose en un espejo, y de preferencia un espejo tal como fue siempre, desde el comienzo de la humanidad hasta una poca relativamente reciente: más oscuro que claro, espejo de metal pulido, el sujeto puede lograr revelarse a s mismo muchos elementos de sus fijaciones imaginarias. Entonces, dónde está la conciencia? En qué sentido buscarla, situarla? En más de un pasaje de su obra Freud plantea el problema en términos de tensión psíquica, y procura saber según que mecanismos es investido y desinvestido e sistema conciencia. Su especulación-vean el Proyecto y la Metapsicología-lo lleva a considerar que es una necesidad discursiva considerar al sistema conciencia como excluido de la dinámica de los sistemas psíquicos. El problema queda para l sin resolver, y deja al futuro la tarea de aportar al respecto una claridad que se le escapa. Tropieza, manifiestamente, con un callejón sin salida.

Aquí estamos, pues, confrontados con la necesidad de un tercer polo, que es precisamente lo que nuestro amigo Leclaire intentaba sostener ayer en su esquema triangular.

Es verdad, nos hace falta un triángulo. Pero hay mil formas de operar sobre un triángulo.

Un triángulo no es por fuerza una figura s lida que descansa sobre una intuición. También es un sistema de relaciones. En matemáticas, realmente s lo se empieza a manejar el triángulo a partir del momento en que, por ejemplo, ninguno de sus bordes tiene privilegio. Aquí estamos, pues, en busca del sujeto en tanto que se cuenta a s mismo. El problema es saber dónde está. Que está en el inconsciente, al menos para nosotros, analistas, creo es a lo que los he conducido en el punto al que estoy llegando. Sr. LEFEBVRE-PONTALIS: a Dos palabras, pues creo haberme reconocido en el anónimo interlocutor que le hizo notar que tal vez estaba usted escamoteando la conciencia comienzo s lo para reencontrarla mejor al final. Nunca dije que el cogito fuera una verdad intocable, y que se poda definir al sujeto por esa experiencia de transparencia total de s a s mismo Nunca dije que la conciencia agotara toda la subjetividad, lo cual por otra parte ser a realmente difícil con la fenomenología y el psicoanálisis, sino simplemente que el cogito representaba una suerte de modelo de la subjetividad, es decir que hacía muy sensible la idea de que tiene que haber alguien para quien la palabra como tiene un sentido. Y esto parecía usted omitirlo. Porque cuando escogió su fábula de la desaparición de los hambres, sólo olvidó una cosa: que era preciso que los hombres volviesen, para captar la relación entre el reflejo y la cosa reflejada Si no, si se considera el objeto en s mismo y la película registrada por la c mara, no es más que un objeto. No es un testigo, no es nada. De igual modo, en el ejemplo de los números dichos al azar, para que el sujeto se percata de que estos números dichos por l al azar no son tan casuales, hace falta un fenómeno que podemos llamar como usted quiera, pero que se me parece mucho a la conciencia. No se trata simplemente del reflejo de lo que el otro le dice. Me es difícil ver por qué es tan importante demoler la conciencia si al final se la vuelve a traer. Lo importante no es demoler la conciencia: no buscamos producir aquí estrepitosas caídas de vidrios. Se trata de la extrema dificultad de dar mediante la experiencia anal tica una formulación del sistema de la conciencia que corresponda a lo que Freud llama referencia energética, de la dificultad para situarla en el interjuego de los diferentes sistemas psíquicos Este a o, el objeto central de nuestro estudio es el yo. Hay que despojar al yo del privilegio que recibe de una cierta evidencia; de mil maneras trato de indicarles que esta evidencia no es sino una contingencia histérica. El lugar que ha ocupado en la deducción filosófica es una de sus más claras manifestaciones. La noción del yo extrae su evidencia actual de un cierto prestigio conferido a la conciencia en tanto que experiencia nica, individual, irreductible. La intuición del yo guarda, en cuanto centrada sobre una experiencia de conciencia, un carácter cautivante, del que es menester desprenderse para acceder a nuestra concepción del sujeto.

Intento apartarlos de su atracción, a fin de permitirles captar finalmente dónde está, para Freud, la realidad del sujeto. En el inconsciente, excluido del sistema del yo, el sujeto habla.

La cuestión es saber si entre los dos sistemas, el sistema del yo-del que en determinado momento Freud llegó a decir que era lo único organizado que había en el psiquismo-y el sistema del inconsciente, hay equivalencia. Acaso es su oposición del orden de un s y un no, de una inversión, de una pura y simple negación? Sin duda alguna el yo nos dice muchas cosas por la va de la Verneinung. Por qué razón, ya que estamos, no vamos a leer simplemente el inconsciente cambiando de signo todo lo que se relata? Todavía no se ha llegado a eso, pero s a algo similar.

La introducción de su nueva tópica por Freud fue entendida como el regreso del viejo y querido yo; hay textos, y de los mejores analistas, que lo atestiguan, hasta Los mecanismos de defensa de Anna Freud, escritos diez a os después. Fue una verdadera liberación, una explosión de júbilo: Ah, por fin de vuelta, Vamos a poder ocuparnos de l, nos lo tenemos el derecho, también es lo aconsejado. As se expresa la señorita Freud al comienzo de los Mecanismos de defensa. Debe decirse que el hecho de ocuparse de otra cosa en lugar del yo era para los analistas una experiencia hasta tal punto extra a, que lo sentían como una prohibición de ocuparse de l.

Es evidente que Freud siempre habló del yo. Y esta función le interés siempre muchísimo, en tanto que exterior al sujeto. En el análisis de las resistencias encontramos el equivalente de lo que llaman análisis del material? Operar sobre las formas de actuar del yo, o explorar el inconsciente, acaso son del mismo orden?