Obras de M. Klein: Inhibiciones y dificultades en la pubertad (1922)

Inhibiciones y dificultades en la pubertad (1922)

Es bien sabido que al entrar en la pubertad los niños presentan con mucha frecuencia dificultades psicológicas y notables cambios en su personalidad.

Mis reflexiones, en este trabajo, se centrarán sobre los problemas de los varones, dejando para otra ocasión los problemas del desarrollo en las niñas.

Las dificultades de los varones pueden adecuadamente ser atribuidas a la falta de un equipamiento psíquico necesario para manejar su maduración sexual y los cambios físicos que implica. Abrumado por su sexualidad, se siente a merced de sus deseos y de impulsos que no puede satisfacer. Debe soportar una pesada carga psicológica. Pero esta explicación es insuficiente para una completa comprensión de las preocupaciones y problemas profundos y variados que encontramos en esta edad.

Algunos varones que tenían un carácter confiable y alegra se tornan de pronto, o bien gradualmente, desafiantes, misteriosos, se rebelan en el hogar o en la escuela y permanecen inmunes tanto a la ternura como a la severidad. Algunos pierden la ambición y el placer de aprender y sus fracasos escolares son motivo de preocupación, así como otros preocupan por sus malsanos accesos de aplicación. Los maestros con experiencia conocen que, tras ambas conductas, hay una autoestima tambaleante o dañada.

La pubertad pone de relieve un gran número de conflictos de variada intensidad, muchos de los cuales ya existían tenuemente y por ello permanecían ocultos; ahora pueden aparecer en forma extrema e incluso alcanzar manifestaciones tales como el suicidio o actos criminales. Si además tanto padres como maestros no son capaces de responder a las aumentadas exigencias de este periodo, el daño que sufre el púber será aun mayor. Muchos padres serán permisivos con sus hijos cuando lo que necesitan es que se les pongan límites, o bien fallarán al no alentarlos cuando buscan su apoyo. Muy a menudo ciertos maestros, que sólo toman en cuenta el éxito en los exámenes, descuidan investigar las causas de los fracasos y carecen de comprensión frente al esfuerzo que éstos significan.

No hay duda de que los adultos comprensivos facilitan el progreso del niño, pero también es un error sobrestimar los efectos del ambiente en la resolución de las dificultades. Todos los esfuerzos de los padres más amantes y comprensivos pueden fracasar debido a la ignorancia de qué es lo que atormenta al niño; del mismo modo, los maestros más experimentados y hábiles se verán desorientados si no saben qué es lo que subyace tras los problemas del adolescente.

Por lo tanto, resulta urgente investigar más allá de los acontecimientos físicos y mentales obvios, en áreas que son desconocidas tanto para el adulto como para el propio niño; en otras palabras, se deben descubrir las causas inconscientes mediante la inapreciable ayuda del psicoanálisis, que tanto nos ha enseñado al respecto.

Freud reconoció, al tratar adultos neuróticos, la enorme importancia de la neurosis infantil. Tanto él como sus discípulos recogieron, a lo largo de muchos años de tratar adultos, pruebas convincentes de que la etiología de la enfermedad mental debe buscarse en la temprana infancia. Es en esa época cuando se forma el carácter y se establecen los factores patológicos que más tarde provocan la enfermedad, cuando determinadas situaciones la desencadenan actuando sobre una estructura psíquica inestable. Es así como niños que parecían sanos o a lo sumo algo nerviosos pueden sufrir después serios quebrantos en condiciones de cierta exigencia. En esos casos se pone de manifiesto que la frontera entre «sano» y «enfermo», «normal» y «anormal» nunca ha sido bien definida. Esta fluidez de los límites es un carácter general que constituye uno de los más importantes descubrimientos de Freud, quien estableció que la diferencia entre «normal» y «anormal» es sólo cuantitativa y no de estructura, hallazgo empírico constantemente confirmado en nuestro trabajo.

Como consecuencia de nuestro prolongado desarrollo cultural, estamos dotados desde el nacimiento de la capacidad de reprimir los instintos, los deseos y su imaginería, es decir, radiarlos de la conciencia y hundirlos en nuestro inconsciente. Allí permanecen vivos y activos, con toda su potencialidad de provocar, si la represión fracasa, una amplia variedad de enfermedades. Las fuerzas de la represión actúan principalmente sobre los instintos más prohibidos, especialmente los sexuales. La «sexualidad» debe ser comprendida en su sentido más amplío, tal como la ha definido el psicoanálisis. La teoría de Freud nos enseña que la sexualidad es activa desde el comienzo de la vida, buscando el placer en sus comienzos mediante los «instintos parciales», sin estar al servicio de la procreación como en el adulto.

Los deseos sexuales infantiles y sus fantasías se vinculan con los objetos más cercanos y significativos, es decir, los padres, especialmente el del sexo opuesto. Todo niño normal experimentará un apasionado amor por su madre y declarará su deseo de desposaría, por lo menos alguna vez entre los tres y los cinco años de edad. Si tiene una hermana, ésta reemplazará pronto a la madre como objeto deseado (1).

Estas declaraciones, que nadie toma en serio, evidencian deseos y pasiones que, aunque inconscientes, tienen gran importancia para su desarrollo. Su naturaleza incestuosa evoca una severa constricción social, dado que su realización causaría regresión y disolución culturales. Por consiguiente, están destinadas a ser reprimidas y a formar en el inconsciente el complejo de Edipo, al que Freud denominó complejo nuclear de las neurosis. La mitología y la poesía (2)demuestran la universalidad de los deseos que condujeron a Edipo a matar a su padre y a cometer incesto con su madre, y el psicoanálisis, tanto de personas enfermas como sanas, revela que existe en la vida fantasiosa de todos.

La tempestuosa corriente instintiva que surge en la pubertad incrementa las dificultades del adolescente con sus complejos y entonces éste puede desfallecer.

La batalla entre los deseos y fantasías que tratan de ser admitidos en la conciencia y las fuerzas represivas del yo agotan sus fuerzas. El fracaso del yo puede causarle problemas e inhibiciones de toda índole y aun enfermedades. En circunstancias favorables, las fuerzas en lucha logran un cierto equilibrio. El resultado final determinará para siempre las características de su vida sexual, siendo por consiguiente decisivo para su futuro desarrollo, sobre todo si tenemos en cuenta que la tarea a cumplir durante la pubertad es organizar los incoherentes instintos parciales del niño hacia las funciones procreativas. Pari passu el niño debe desligarse internamente de los lazos incestuosos que lo unen a su madre, si bien ellos constituirán la base del modelo de su futuro amor. También es necesario un cierto grado de separación externa de su fijación a los padres, para convertirse en un hombre activo, vigoroso e independiente.

No es extraño pues que el individuo que en la pubertad debe realizar la onerosa tarea propuesta por su desarrollo psicosexual pueda llegar a sufrir de inhibiciones más o menos duraderas. Muchos maestros experimentados me informan que los niños difíciles, cuando maduran y se tornan buenos, amables y trabajadores, parecen sufrir de una disminución de su vitalidad, curiosidad y receptividad previas. ¿Qué pueden hacer los padres y maestros para ayudar a los niños en su lucha? El hecho de comprender los motivos de sus problemas tiene por sí mismo un efecto favorable sobre el trato. El dolor y la irritación lógicamente causados por sus actitudes desafiantes, su desamor y mala conducta, serán más tolerables. Los maestros reconocerán la transferencia hacia ellos de la rivalidad edípica del niño con su padre. En el análisis de varones púberes se puede observar con cuánta frecuencia los maestros se convierten en objetos de excesivo amor y admiración, así como de odio y agresión inconscientes. El remordimiento y la culpa que les ocasionan estos últimos sentimientos también forman parte de la relación con el maestro.

La oscuridad y confusión de sus emociones pueden causar en el niño un disgusto que a veces llega hasta el martirio por la escuela y Por todo lo que sea aprendizaje. La bondad y comprensión del maestro pueden ayudarlo, y la inalterable confianza de éste puede fortalecer la autoestima del niño y moderar sus sentimientos de culpa. Una situación favorable en estas circunstancias se produce cuando tanto los padres como los maestros han podido lograr un clima de libertad para hablar sobre los problemas sexuales, siempre y cuando el niño desee. Las advertencias amenazadoras sobre cuestiones sexuales, especialmente la masturbación, práctica universal durante la pubertad, naturalmente deben ser evitadas. Es mucho mayor el daño que ellas causan que cualquier beneficio concebible.

Lily Braun, en su magnífico libro Memorias de una socialista, describe cómo trató durante su embarazo de crear una relación amistosa con sus hijos adolescentes para esclarecerlos sexualmente. Sus intentos fueron rechazados burlonamente, y ésa puede ser la suerte que corran los más talentosos intentos de educación sexual. El rechazo o la reserva pueden ser insuperables. Las oportunidades de educar a los niños tempranamente nunca volverán a presentarse, pero si se intenta, es posible aliviar y hasta hacer desaparecer muchas dificultades.

Habiendo agotado estos recursos nada más pueden hacer los padres y maestros, por lo que deberá buscarse entonces una asistencia más eficaz.

Esta se encontrará en el psicoanálisis, cuya ayuda permitirá buscar la causa de los problemas y remover sus malsanas consecuencias. La técnica psicoanalítica, afinada a través de los años, permite descubrir las causas, hacerlas conscientes y ayudar así a lograr un equilibrio entre las demandas conscientes e inconscientes.

Mi trabajo con niños me ha convencido de que el psicoanálisis de niños y de adolescentes, correctamente conducido, no es más peligroso para un niño que para un adulto. La tan extendida preocupación de que el psicoanálisis disminuye la espontaneidad de los niños es refutada por la práctica. Por lo contrario, muchos niños han recuperado su alegría, perdida en el pozo de sus conflictos, gracias al análisis. Aun a una edad muy temprana el análisis no causa daño ni convierte a los niños en seres asociales e incivilizados, sino que, inversamente, al liberarlos de sus inhibiciones, les permite el pleno uso de todos sus recursos emocionales e intelectuales, puestos al servicio de su desarrollo cultural y social.

Notas

(1) Meta Schoepp en su libro My book and I (Berlín, Conkordia, Deutsch Verlaganstalt, 1910; Mein Junge und Ich) nos ha brindado un hermoso ejemplo del romance de un niño con su madre y de sus celos del padre. Un tema similar aparece en The Book of my little brother de Geiretam (Berlín, Verlag Fischer, Das Buch vom Buederchen).

(2) Bastarán algunas citas de un rico acervo de material ilustrativo: «Si el pequeño salvaje fuese librado a sus impulsos y pudiese integrar la fuerza de su pasión de los treinta con la sinrazón de la infancia, mataría a su padre y deshonraría a su madre» (Diderot: El sobrino de Rameau).

«Llamé a las puertas de su henchido corazón: la castidad decreta que se deben rechazar los deseos de la Naturaleza, ser el rival del padre, ser el amante de la madre» (Lessing: Graugir) Eckerman consideraba en Conversaciones con Goethe, 1827, que sólo el amor de una niña por su hermano puede ser puro y asexual. «Creo, dijo Goethe, que el amor de dos hermanas es aun mas puro y casto. Por lo que sabemos pueden haber existido innumerables instancias de inclinaciones sensuales entre hermanos y hermanas que pueden haber sido conscientes o desconocidas para ambos».

«Amada… ¿cómo llamarte? Necesitaría una palabra que incluyera el significado de Amiga, Hermana, Adorada, Novia y Esposa» (Carta a la Condesa Auguste zu Stolberg, 26/1/1775).

Estas citas han sido tomadas del libro de Otto Rank, Das Inzestmotiv in Dichtung und Sage, Liepzig y Viena, Deutike, 1912. En él trata exhaustivamente la influencia del complejo de Edipo en la mitología y la poesía.