Obras de Winnicott: Introducción primaria a la realidad externa: las primeras etapas 1948

Introducción primaria a la realidad externa: las primeras etapas 1948

Parece que el estudio del desarrollo del ser humano ya comenzó y poco a poco, espero, llegamos a etapas cada vez más lejanas en nuestro estudio del desarrollo del niño. Tal vez ustedes tengan la idea de que un ser humano comienza muy precozmente y su desarrollo constituye una sola línea sin lagunas. Cualquier laguna implica mala salud, y la salud significa en realidad que las cosas han seguido su propio ritmo y se han completado en el momento oportuno, en la medida en que razonablemente puede preverse que lo hagan. Estaba pensando en cómo ilustrar el motivo por el cual no hablaré de la teoría psicoanalítica del desarrollo. En parte se debe a que muchas cosas son bien conocidas y pueden leer acerca de ellas, y en parte a que no gravitan en el trabajo actual de ustedes. Es un poco más difícil hablar sobre la psicología normal, y estaba pensando en una ilustración. Tomemos el hecho de que a ciertas personas les preocupa la idea de ser golpeadas. Esto sucede mucho en su vida, y hay niños cuya preocupación por estas ideas se mezcla con la masturbación. Tenemos que ser capaces de hablar de estas cosas a fin de hablar de los castigos. Una mujer, molesta por estas particulares cuestiones, vino a la postre a psicoanálisis; era una persona enferma y quería hacer algo al respecto. Con paciencia, a lo largo del tiempo, se trabaja fuerte. En el curso del tratamiento resultó que en esas fantasías la paciente había guardado algo de la infancia que no pudo integrar a su personalidad: la parte agresiva de la relación con su madre, con el pecho y el cuerpo de la madre en los comienzos. Estas fantasías excitantes y muy agresivas vienen y destruyen la serena relación con el cuerpo de la madre. Para aclararlo un poco más, al revivir estas cosas en el marco especial del psicoanálisis la paciente descubrió que no podía tolerar, en su infancia, el ataque directo a algo tan hermoso y que sentía parte de sí misma, el cuerpo con el que estaba en contacto; y perdió casi todo, pero retuvo algo, porque cuando se frustraba sentía todo el odio y la destructividad hacia lo que la frustraba (botones, ataduras y demoras). Así que se separaron dos cosas, por un lado lo amante y complaciente, y por el otro el tomar lo que era dado. Esto a la larga se convirtió en una excitación derivada de los golpes, etcétera, come cuando el bebé es libre y encuentra el cuerpo de la madre, y su tensión instintiva lo lleva súbitamente a ser invadido por un deseo avasallador de intentar algo cruel. Es una situación difícil, inherente al desarrollo de todo niño y a la cual éste debe avenirse con ayuda de la madre y de las experiencias amorosas que ésta tiene con el bebé. La vida de una persona puede quedar perturbada por años y años a raíz de las dificultades que se inician en estos primeros tiempos. De ahí que yo haya otorgado especial importancia al desarrollo de la capacidad de consideración por el otro, y a los grandes problemas que plantea vinculados al desarrollo en el niño de su sentimiento de culpa, que es un gran paso adelante. Pasamos ahora a algunas de las primeras etapas. Ya he dicho que no es la comprensión psicoanalítica lo que necesitan al atender a los niños en la escuela y ayudarlos a proseguir en ese proceso de hacer frente a sus sentimientos de culpa. En ese caso ustedes intervienen no tanto por medio de la comprensión intelectual de su problema, sino como una persona importante en su vida. El niño tiene distintos tipos de sentimientos, y ustedes están ahí, continúan existiendo y le dan la oportunidad de sentirse complacido o apenado y, si lo desea, de reparar los daños que él cree haber causado. Las palabras «ustedes continúan existiendo a lo largo de un cierto período de la vida del niño» tienen más contenido de lo que parece. No es preciso que conozcan todo lo que le pasa al niño. Saben que le pasan muchas cosas y que si ustedes continúan existiendo, las superará. No se trata sólo de seguir viviendo: el niño llega a conocerlos y a darles cabida como seres humanos. Los lunes por la mañana no estarán de muy buen humor, pero de todos modos los viernes por la noche todo andará bien. En todo esto hay algo implícito, y es que lo que empieza en la infancia no termina ahí. En cada niño perdura, consolidando posiciones que siempre pueden volver a perderse y volver a recobrarse. Así que, si algo se puede decir de la infancia, es que continúa todo el tiempo. Si demostramos por qué es importante que un bebé disfrute de su baño, también estaremos demostrando por qué es importante que los niños se bañen en el mar y por qué es importante más adelante ofrecerles un baño y dejarlos que naden y se zambullan y tengan jabón a mano, etcétera. No es algo nuevo sino algo que se articula con la importancia del baño en los comienzos. Y si advertimos la importancia que tiene para el bebé que lo vean desnudo, también advertiremos lo importante que es para los niños mayores. Muy a menudo, la gente necesita del médico para que la vea. Una vez me horroricé cuando un psicólogo me comentó por qué se había dedicado a la psicología; me dijo: «No soporto ver el cuerpo de los niños». Una de mis dificultades como pediatra, al ocuparme de la orientación psicológica, es que me gusta ver los cuerpos de los niños, y siendo psiquiatra dejaría de verlos; tendría que enviar a los niños a algún amigo para que los examinara. Pero, por otro lado, no me gusta examinar solamente su cuerpo sin tener nada que ver con sus ideas y sentimientos. Por eso lo que prefiero es tener al chico delante y examinarlo entero. Ésta es una ventaja. En el caso de algunos niños, se vuelve realmente importante que una persona vea su cuerpo y su psicología como una misma cosa. Es muy gracioso que a veces, en nuestra labor como psiquiatras, queremos que a un adulto lo examine un médico, y tal vez no es examinado como corresponde y vuelve a nosotros. Recuerdo el caso de un hipocondríaco que siempre volvía a mí porque de acuerdo con el informe de los médicos no le encontraban nada malo. Todo estaba perfecto, pero no conseguía un médico que lo hiciera desnudarse como persona entera, incluidos sus genitales. Y como éstos no habían sido revisados, él estaba convencido de que todo el problema residía ahí. Como alguien me dijo una vez: «¡Al menos los osteópatas te hacen desvestir!». Para la gente es importante que la vean. En rigor, todo esto no es más que una disculpa, por estar hablándoles de las necesidades del bebé y de la temprana infancia a personas que se ocupan de niños. Ahora bien, para ciertos aspectos más primitivos del desarrollo humano, son más las cosas que se dan por sentadas; por ejemplo, que ustedes, los maestros, llegan a tiempo o siempre se demoran tres minutos, y no enseñan nada en la oscuridad. Si se largaran a enseñar a los niños en la oscuridad, ellos no sabrían dónde están ustedes y todo se confundiría con sus propias alucinaciones. Ustedes no podrían presentarles la realidad en la oscuridad, sería muy complicado. Si ellos fuesen ciegos, tal vez tuvieran alguna técnica especial para hacer frente a la oscuridad. Si quieren, podemos considerar todo lo que hacen y cuán importante es todo lo que hacen, al hablar de las etapas más tempranas del desarrollo del bebé. Simplifiquemos la cuestión del desarrollo primitivo y digamos que hay tres cosas que pueden diferenciarse. Una es establecer contacto con la realidad. La otra es sentir que uno vive en su cuerpo. Y la tercera es la integración de la personalidad. Estas tres cosas se superponen, pero nos dan indicios a los que aferrarnos. Tomemos la integración de la personalidad. Ya les he contado de la etapa en la que el niño hace un círculo y dice «ésta es una persona» y «mi mamá es otra persona, una persona parecida». Puede comenzar a conocer el mundo interno y el mundo externo, y que en el borde de ambos hay algo que es él. Esta línea demarcatoria entre lo interno y lo externo puede ser muy débil y apenas discernible; y podría afirmarse que al comienzo hay toda clase de cosas diferentes, lo que Llover llama «núcleos del yo»(1): toda una serie de cosas con respecto a las cuales el niño puede usar el «yo» y que son sólo un pequeño fragmento del «yo», como un dedo del pie que él se ve, un dedo de la mano que mueve, sus ganas de comer o el calor que emana de una bolsa de agua caliente. Esto incluye todo lo que hace intrusión en el niño y de lo cual éste es consciente, y que al principio no está separado externamente del self sino que sólo se separa de forma muy gradual. Todos estos trozos y fragmentos pasan a constituir un ser humano. ¡Qué importante es en esa etapa que la madre tenga al niño en su mente como persona íntegra, ya que él no es capaz de soportarse dividido en pedazos! Sin duda alguna, cuando los bebés tienen mucha hambre, están en medio de un ataque de hambre, se aglomeran y fluyen en algo que se parece a una totalidad. O si están muy enojados, las cosas se aglomeran en torno de ese enojo y por cierto que los fragmentos se reúnen. En los momentos de calma no hay línea demarcatoria entre lo interno y lo externo sino sólo montones de cosas separadas, el cielo que se ve detrás de los árboles, algo relacionado con los ojos de la madre, todo entrando y saliendo, deambulando. No hay necesidad alguna de integración. Es sumamente útil retener lo siguiente: sin eso, algo perdemos. Tiene que ver con estar en calma, descansado, relajado y sintiéndose uno con la gente y las cosas, cuando no existe excitación alrededor. Para que el mundo fluya entrando y saliendo sin un tomar hambriento o un dar enojado, los bebés precisan un manejo satisfactorio en los comienzos, en cuyo caso son capaces de manejarse bien con eso así como con las experiencias más excitantes. Pero hay niños que no lo manejaron, como la paciente a la que me referí. El ataque agresivo se mantuvo separado y se desarrolló hasta convertirse en una fantasía organizada de ser golpeada. Por otro lado, los que tuvieron una vida maravillosa, edificada sobre la base de la calma, pueden identificarse tranquilamente con la naturaleza y las personas. La integración de la personalidad se transforma en un logro a través de dos cosas. Una es la época de sentimientos aguzados, de una u otra índole, que hacen que el bebé se aglomere y se vuelva una persona, hambrienta o enojada. La otra es el manejo del niño. Trato de imaginármelo como lo que hace la madre cuando alza a su bebé. No lo levanta de uno de los dedos del pie. Primero hace algún ruido para darle tiempo, luego lo rodea con los brazos y de algún modo lo aglomera. No presupone que es un acróbata. Le muestra que ella sabe qué es lo que está pasando. Saltemos a una paciente que durante toda su niñez tuvo gran dificultad para establecer su identidad. Tenía que esconder su identidad a un padre de mente poderosa. Hizo un dibujo del padre cuando éste repentinamente la llamó. Dibujó a una nenita muy mansa, que parecía muy buena, y ahí no había absolutamente nada más que pequeños fragmentos de ella que corrían tratando de llegar a tiempo, fragmentos del perro en el que ella había depositado la mayor parte de sí misma, todos corriendo para tratar de agarrarse antes de que ella llegase hasta el padre, pero nunca podían, y ella permanecía como un trozo de carne inoperante. De todos modos, se colocó a sí misma en pequeñas cajas, detrás de otras cosas. (A veces era la paciente metida en una caja sobre un árbol.) Esto es para ilustrar que no sólo al comienzo estamos tratando con cosas, sino que decimos que cuando uno convoca a un niño, a dos niños, a la clase, uno está ahí, pero al otro hay que tomarlo como al bebé diseminado por todas partes a quien uno debe recoger en sí mismo, estar ahí, y estar en el momento oportuno. Uno no puede saber con certeza si uno es mejor que el otro. Son dos tipos diferentes. Cuando se trata con niños, es parecido a manejar a un bebé. Cuando uno se pone a recoger a un niño de seis años, tal vez el niño se haya especializado en ser parte de la naturaleza… un poeta. Para él la vida es un intercambio con el mundo. No puede acudir de inmediato cuando uno lo llama, permanecerá confundido a menos que uno realmente lo haga integrarse, y entonces de repente será un conglomerado. Hay, entonces, dos cosas que hacen que un niño se aglomere: una es la experiencia instintiva, y la otra, nuestro manejo del niño. Al dar a un niño algo con lo cual pueda ordenarse desde dentro, se le da toda clase de satisfacciones. Se les vuelve interesante lo que uno les enseña, y además uno los maneja de modo tal que haya alguna relación entre el aula y sus cuerpos. Creo que aquí puede traerse a colación la arquitectura. Un día me ayudó un arquitecto. Le pregunté: «¿Por qué será que la vieja calle Regent me gustaba, aunque no me daba cuenta, y en la nueva me siento muy diferente?». Me contestó: «En la antigua calle Regent, dondequiera que uno mirara, las proporciones eran similares a las del ser humano; por lo tanto la gente sentía que los edificios eran una extensión de ella misma. En cambio, los edificios actuales no guardan relación alguna con el ser humano salvo por azar, así que las personas se sienten como robots. Tienen que encontrar otras maneras de entrar en contacto». [Aquí se produjo una intervención de uno de los oyentes, de la que no tenemos registro grabado. Se formuló una pregunta sobre el edificio en que se daba esta charla, el cual formaba parte de la Casa del Senado de la Universidad de Londres.] Todo el mundo tiene derecho a opinar sobre el edificio donde nos encontramos. Tal vez a ciertas personas el edificio en que estamos les resulte muy querido y no me gustaría herir sus sentimientos, pero en el caso de los niños es distinto. ¿Sabían que hace un tiempo la doctora Susan Issacs tuvo aquí una escuela nursery? No sé qué pensarían los niños sobre las proporciones, pero no me parece que un edificio tan enorme como éste sea para traer niños. Con la temperatura, la ventilación, etcétera, uno trata a niños y crea las condiciones con las que ellos pueden identificarse como seres humanos. Pienso que muchos edificios de gran tamaño no guardan proporción con la gente; tienden a convertirse en un lugar con innumerables fragmentos, y cada persona no es sino uno de esos fragmentos. Este tema se parece al del niño que siente que vive en su cuerpo porque hay dos cosas: las experiencias del niño (patear, correr, comer, conocerse) que involucran a todo su cuerpo como lugar en el que vive, y luego el trato externo. No den por sentado que las personas viven fácilmente en sus cuerpos. Si alguien está muy cansado, no sería difícil que en lugar de estar donde está, se ausente de su cuerpo y no sepa, por ende, dónde empieza y dónde termina; como lo que conté antes de Lawrence de Arabia, quien después de estar cinco días encima de un camello dijo que se encontraba unos cuatro metros más arriba, montado en la oreja derecha del animal. Luego está la complicación de que todos hemos tenido diferencias en nuestro interior. Tomemos el ejemplo del hombre que perdió una pierna. Cuando no estaba cansado, no pasaba nada, pero si estaba cansado le volvían todos los recuerdos de su pierna. Así también todos somos muy diferentes, tenemos toda clase de diferencias internas, y si alguien revive intensamente una experiencia infantil, siente el cuerpo pesado y no sabe qué hacer con él. En esta foto pueden ver a la niña que dejó su cuerpo y no volvió a él durante tres días. Nunca había tenido un buen contacto con la realidad. Tenía un buen cerebro pero no lo utilizaba. La cabeza se le cayó y a la larga ella se fue. Era la más flácida de las criaturas, excepto donde vivía, que era en sus párpados y mandíbulas. Se la alimentaba por la nariz. Tenía los párpados siempre cerrados pero era posible observar que de vez en cuando los abría lo suficiente como para averiguar qué pasaba. En la actualidad ya camina, anda por todos lados, habla y hasta se ríe de los chistes. Éste es un caso extremo de lo que suele encontrarse en niños normales. Un niño tiene un ataque de hígado y se pone como muerto, flácido y ausente. Uno lo acuesta y… ¡es aterrador!: no bien lo hace, él se recobra en seguida y se pone a jugar con su patineta. Por lo que sabemos, no hay que alarmarse sino más bien ser capaz de dar cabida a estas cosas. (1) Se refiere al artículo de Edward Glover, «The Birth of the Ego. A Psychoanalytic Approach to the Classification of Mental Disorder», Journal of Mental Science, octubre de 1932; reimpreso en On the Early Deoelopment of the Mind, Londres, Imago Publishing Co. (luego Allen & Unwin), 1956.