Obras de D. Winnicott: John Bowlby II. Debate sobre la aflicción duelo en la infancia (1953)

John Bowlby II. Debate sobre la aflicción duelo en la infancia (1953)

A Two-Year-0ld Goes to Hospital [Un niño de dos años va al hospital], realizado junto con James y Joyce Robertson.

Me resulta muy difícil tomar parte en este debate, pese a lo cual quiero hacerlo. El Dr. Bowlby ha hecho una generosa referencia a mí y a mis escritos, y ha estudiado también los escritos de muchos analistas y etólogos.
¿De qué tengo que quejarme? Lo cierto es que no creo que haya comprendido algunas cosas que yo considero importantes. Debo tratar de ser claro.
Casi habría preferido que él manifestase su propia opinión con independencia de la de otros autores, ya que eso nos permitiría apelar a nuestro propio criterio en cuanto a las derivaciones de su teoría. En todo caso, un genuino redescubrimiento de viejos datos o de viejas teorías no perjudicaría a nadie: siempre surge algo nuevo y valioso cuando las antiguas cosas se enuncian de otra manera. Sin embargo, el Dr. Bowlby parece ansioso por mostrar en qué suplanta él a los autores analíticos anteriores, y pienso que en esto resulta poco convincente. Es una lástima, ya que el Dr. Bowlby tiene cosas importantes que aportar. Nunca me canso de decir y repetir que su propaganda en favor de que se eviten las interrupciones innecesarias en la relación madre-hijo ha dado la vuelta al mundo, aunque pienso también que el elemento propagandístico generó necesariamente una moda en la crianza infantil, y las inevitables reacciones que siguen a la propaganda y a la conversación exagerada.
Por otro lado, quiero sumarme al afán del Dr. Bowlby por ampliar las bases de la enseñanza del análisis de niños, ya que creo que corremos peligro de aprobar, en nuestra capacitación de analistas de niños, a hombres y mujeres que (en algunos casos) tienen muy poca experiencia en niños y en su crianza. Algo estorba el camino, empero, y todavía no sé cuán serio es este obstáculo. Respecto del capítulo del libro en que Bowlby se ocupa del pesar, me siento sumamente incómodo, y deseo examinar las razones de mi incomodidad.
Permítaseme decir, ante todo, que en la década del veinte no era habitual referirse a la idea de la tristeza. Yo la tomé de Merril Middlemore, quien trabajó conmigo a comienzos de la década del treinta. Le bastó mirar el rostro de un niño que era paciente mío y dijo: «un caso de melancolía». Hasta entonces, ese término se empleaba para referirse a niños que hallaban difícil vivir, pero de pronto noté que estaba aguardándonos la palabra «depresión» para ser usada en la descripción de los estados clínicos de niños y de bebés, y rápidamente modifiqué mi vocabulario.
Por esa época yo comenzaba a conocer los mecanismos de la depresión y las defensas antidepresivas gracias a Melanie Klein, quien venía pisando fuerte desde diez años atrás o más, y me posibilitó incluir en mi teoría y en mi trabajo analíticos las observaciones que yo había hecho en varios centenares de niños cuyo trastorno psicológico se había iniciado en las primeras semanas, o aun en los primeros días de su vida, y ya eran casos psiquiátricos cabales antes de que madurase el complejo de Edipo. Y bien, fue en esa temprana época de mi trabajo junto a Melanie Klein cuando aprendí acerca de las etapas de la aflicción, de la protesta, y de la renegación de la aflicción y la depresión tal como se muestra en la defensa maníaca. Nunca fui un gran lector, pero la obra El psicoanálisis de niños de Melanie Klein, la leí dos veces de cabo a rabo (en Dartmoor) tan pronto apareció en inglés. Lo que sé es que Bowlby no es el primero en descubrir la gradual transformación de la aflicción en indiferencia.
Mis discrepancias con Melanie Klein tienen que ver con mi sensación de que al hablarnos de los mecanismos tempranos lo hace de un modo tal que nos lleva a pensar que se está refiriendo a bebés reales. Pero Bowlby me impulsa a brindar mi apoyo a Klein, aunque ella no lo necesite ni lo desee.
Lo mismo siento respecto de Anna Freud, cuya obra conocí mucho después que la de Melanie Klein.
Realmente no me importa mucho lo que ella y Dorothy Burlingham han escrito; es un milagro el hecho mismo de que lo hayan escrito. Lo importante fue el trabajo que realizaron en condiciones que exigían un alto grado de coraje personal. Recuerdo cuáles eran las condiciones imperantes en Londres durante el segundo año de guerra, y el refugio antiaéreo en la guardería de guerra que tenía que cumplir corle los requisitos de los ministerios.
Este trabajo no se llevó a cabo para escribir algún día un libro titulado Los niños en la época de la guerra: un año de labor con internados en una guardería de guerra, sino porque la señorita Freud sabía que los bebés separados de sus madres a temprana edad eran incapaces de alcanzar nada tan normal como la aflicción, y algo había que hacer. Le envié a la señorita Freud el primer caso, ¡y me alegré de tener algún sitio donde poder enviar a ese niño!
Tal vez se perciban en todo esto las emociones que movilizó en mí el intento de Bowlby, obviamente genuino, de ser equitativo con todos.
Lo que cabe suponer que Bowlby nos brinde es la idea de que los bebés humanos, como los animales, pueden ser simplemente afectados, en un comienzo, por alguna condición ambiental de modo tal que sonrían sin haber experimentado primero el estado de ánimo que nosotros (por una proyección) pensamos que deberían tener para poder sonreír. Esta no es sino una extensión de la idea de que la sonrisa del niño puede ser provocada tocándole la cara, o por el viento. Quiero manifestar que he procurado afanosamente utilizar estas ideas en mi labor analítica, y no he comprobado que afecten mi trabajo ni siquiera con adultos que han hecho una regresión a la dependencia infantil: el mejor material, a mi entender, para hacer observaciones sobre los fenómenos de la infancia y la crianza. Correré el riesgo de que algún día se piense que soy un viejo anticuado, y diré que en mi opinión la contribución de la etología es para el analista un callejón sin salida. Me gusta la etología por todo lo que nos cuenta sobre los animales, pero sigo pensando que Bowlby ha fracasado notoriamente en mostrarnos cómo aplica sus concepciones sobre los tempranos reflejos infantiles al área del desarrollo representada por la película Un niño de dos años va al hospital. Cuando el niño tiene un año ya sabemos mucho sobre él, y la complejidad de los dos años es enorme si recordamos toda la elaboración de la fantasía inconsciente y del conflicto inconsciente. Considero que cualquiera que intente agregar algo a lo que sabemos sobre las reacciones de un niño de dos años ante la pérdida objetal debe mostrar primero que sabe qué significa hacer el análisis de un niño de dos años, o del niño de dos años que hay en el paciente de cualquier edad. Más concretamente, pienso que Bowlby ha omitido referirse al pasaje de una relación con un objeto subjetivo, a una relación con un objeto que es percibido objetivamente. Esto corresponde particularmente al período posterior a los primeros seis meses, y se completa en buena medida a los dos o tres años (con enormes variaciones de un niño a otro). Este proceso de desilusión es propio de la salud, y no es posible referirse a la pérdida de objeto de un bebé sin referirse a la etapa de desilusión y a los factores positivos o negativos en los primeros estadios de este proceso, que dependen de la capacidad de la madre para posibilitar al bebé la ilusión sin la cual la desilusión carece de sentido.
El corolario de Bowlby deja todo esto de lado al decir que existe un fenómeno muy simple de pérdida de objeto, parecido a la falta de un reflejo por ausencia de estímulo.
La cuestión que Bowlby examina es tanto más rica de lo que él parece sugerir, que temo que perdamos de vista todo lo que puede significar esa reacción ante la pérdida si nos vemos envueltos en una controversia sobre cuervos o patos.
Una de mis dificultades reside en que el Dr. Bowlby sostiene que su tesis es que «la pérdida de la figura materna en el período que va desde los seis meses, aproximadamente, hasta los tres, cuatro o más años es un acontecimiento de alta potencialidad patógena debido a los procesos de duelo a que habitualmente da origen, los cuales a esta edad toman fácilmente un curso patológico».
Me pregunto si estará dispuesto a reformular esto. La pérdida de la figura materna no es, sin duda, patógena a raíz de los procesos de duelo. Esto excluiría en su totalidad el concepto del duelo como logro. Hemos llegado a concebir una larga serie de delicados mecanismos al final de los cuales el bebé arriba a la capacidad de hacer un duelo. Si las cosas van mal, pensamos que se ha perdido esa capacidad, que se ha perdido algo logrado en el curso del desarrollo emocional del individuo.
Como resultado de la obra de Melanie Klein, concretamente, es mucho lo que podemos decir sobre la patología de los niños pequeños y las personas mayores cuya capacidad para el duelo ha sido sometida a una sobrecarga.
La importancia de las enseñanzas de Melanie Klein que llevaban por título «La defensa maníaca» me impresionó tanto, que elegí ese tema para el trabajo ( 2 ) con que aspiré a la titularidad de la Sociedad Psicoanalítica Británica tal como yo entiendo la expresión «defensa maníaca», ella abarca todos los procesos de renegación del duelo, que se conserva empero como depresión teórica. Yo mismo procuré participar en el desarrollo del concepto ulterior acerca del efecto más profundo que tiene la pérdida objetal o la falta de yo auxiliar, y lo enuncié con referencia a las condiciones emocionales primitivas utilizando los términos «pérdida de contacto con la realidad externa», «pérdida de la relación entre la psique y el soma» y «desintegración». En mi trabajo sobre estas cuestiones tal vez me apoyé mucho en la labor ajena. En el lenguaje que uso para describir el desarrollo emocional de los bebés antes del establecimiento gradual de su capacidad para hacer el duelo, o en su transcurso, no encuentro cabida para estas palabras que el propio Bowlby subraya, «debido a los procesos de duelo a que habitualmente da origen [la pérdida de la figura materna]«. El duelo implica madurez emocional y salud. Por lo tanto, me parece que Bowlby no ha sido cuidadoso en su enunciación de esta tesis central, sobre la cual descansa todo el resto de su artículo.
Quisiera escoger uno o dos puntos más para comentarlos. Uno de ellos tiene que ver con la evaluación que hace Bowlby de la parte de la teoría de Melanie Klein que ella llama «posición depresiva». Bowlby parece dar a entender que Melanie Klein se refiere a la relación del bebé con un objeto parcial. Ahora bien, me parece que si es así, interpreta en forma completamente equivocada toda la teoría. En primer lugar, el objeto parcial es un objeto total desde el punto de vista del bebé, salvo en la medida en que éste se encuentre escindido o desintegrado. Creo que lo esencial de la posición depresiva es la articulación gradual, en la mente del niño, del limitado objeto del deseo instintivo y del objeto total de la personalidad total de la figura materna. Claramente, la relación del bebé con el objeto parcial sólo es una parte de la historia. Por esta razón algunos de nosotros tratamos de persuadir a Melanie Klein para que no situara su posición depresiva en una fecha demasiado temprana, ya que la posición depresiva connota un estado de cosas muy complicado, o sea, el pleno reconocimiento de la madre como ser humano y la conexión que hay entre esto y el pecho como parte de ella.
Dicho sea de paso, no parece haber motivos para que no se use la palabra «pecho» al hablar en estos términos, con el fin de designar cualquier clase de elemento de contención o parte de la madre con la que el niño se familiariza. En la obra de Klein se hace frecuente mención al ataque que el bebé lanza sobre el cuerpo. Esta es la fantasía del bebé, pero nosotros usamos nuestras propias palabras, y entonces podemos decir «cuerpo» o «pecho» o lo que nos plazca. Contemplando la infancia desde un momento posterior de la niñez, como hacemos en psicoanálisis, llegamos a la idea de un pecho que es un cuerpo y un útero y una vagina y una vejiga y una cabeza y un músculo bíceps. La cuestión fundamental no se ve afectada por nuestro uso de estas palabras.
Quisiera mencionar brevemente uno o dos puntos más. Uno es que Bowlby no parece haber dejado espacio aquí, en su enunciación, para el simbolismo y para el establecimiento (en la salud) de objetos que hacen las veces del self de la madre. Sabe, por supuesto, que cuando a un niño se lo separa de su madre el trauma no está a menudo en la pérdida de la madre, sino en la pérdida de esa cosa que yo llamo objeto transicional. Sabe también que si el niño pierde a la madre durante un período demasiado prolongado el objeto transicional comienza a perder su valor de símbolo. Estas cosas están en el centro mismo del tema de la reacción frente a la pérdida de la madre, y son para nosotros mucho más importantes que el estudio de los animales, incluso de los animales que emplean objetos transicionales.
Me da la impresión que el Dr. Bowlby habla como si no existiera nada semejante a la fantasía en la temprana infancia. Sin embargo, los psicoanalistas nos vemos constantemente sorprendidos por la gran cantidad de fantasías que se remontan a una edad temprana. El conflicto inconsciente parece no tener cabida en la psicología de Bowlby; tampoco deja espacio para el concepto de que el objeto muere y revive dentro del bebé, o sea, en el aparato psíquico, alojado por el bebé sano en el cuerpo en funcionamiento. Como consecuencia de estas omisiones, no parece haber lugar en la psicología de Bowlby para describir a esos niños que, a raíz de groseros errores de manejo en sus primerísimas etapas, nunca se aproximan a algo tan sano como la capacidad para hacer el duelo y tal vez ni siquiera llegan a la integración en ninguna etapa.
Otro punto: en el período al que Bowlby hace especial referencia (seis meses a tres o cuatro años) el niño se halla en el proceso de pasar de un objeto subjetivo a un objeto percibido objetivamente. Bowlby pisaría terreno muy firme si advirtiese que es particularmente importante para el bebé que no haya cambios externos mientras tiene lugar este proceso de objetivación, o como quiera llamárselo. En tal caso su argumentación seguiría los lineamientos con los que estamos familiarizados en la Sociedad [Psicoanalítica Británica], y se conectaría con el concepto del establecimiento del principio de realidad.
Quiero destacar que, en mi opinión, sería erróneo deducir de esto que el objeto subjetivo puede perderse impunemente. Este es un tema muy complejo, que no es posible tratar en pocas palabras. Parecería que el objeto subjetivo de los primeros meses puede cambiar a ojos del espectador y sin embargo no cambiar para el bebé. Por ejemplo, es dable reemplazar un biberón por otro, y aun reemplazar el pecho por el biberón. Muchas otras cosas permanecen semejantes. El bebé puede ser alimentado por la misma persona o haber un cambio de personas cuyas técnicas, empero, se superponen en grado suficiente, Pese a esta flexibilidad, correspondiente a las relaciones de objeto de los primeros meses, durante los cuales el objeto es subjetivo, creo que la pérdida del objeto subjetivo es una gran catástrofe, algo que pertenece al orden de cosas que designamos con las palabras «angustia psicótica», o la «falta básica» de la terminología de Balint, o la falla del yo auxiliar en el período en que el yo del bebé sólo extrae su fuerza del auxilio confiable de la figura materna, etc. En este ámbito, entramos en el debate del origen de la psicosis infantil y de la proclividad al trastorno psicótico, que puede presentarse en cualquier edad de la vida del individuo.
Notas:
(1) El trabajo del Dr. Bowlby fue leído en una reunión científica de la Sociedad Psicoanalítica Británica en octubre de 1959 y posteriormente publicado en The Psycho-Analytic Study of the Child, vol. 15 (1960). Entre los papeles dejados por Winnicott se hallaron dos versiones dactilografiadas de su contribución al debate; las incluimos a ambas aquí debido a que difieren sustancialmente. La primera llevaba arriba, escrita con lápiz, la leyenda: «Sólo leer fragmentos», y la segunda la leyenda «Más o menos como se lo dijo. D.W.W.
(2) Este trabajo data de 1935 y fue incluido en Through Paediatrics to PsychoAnalysis Londres, Tavistock, 1958; Nueva York, Basic Books, 1975; Londres, Hogarth Press, 1975 cap. 11. [Trad. cast.: Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia, 1979.].