LA TÉCNICA PSICOANALÍTICA DEL JUEGO: SU HISTORIA Y SIGNIFICADO (1955)

LA TÉCNICA PSICOANALÍTICA DEL JUEGO: SU HISTORIA Y SIGNIFICADO (1955)

I

Al ofrecer como introducción a este libro 1 un trabajo dedicado especialmente
a la técnica del juego, lo hice impulsada por la creencia de que
mi investigación con niños y adultos, y mi contribución a la teoría psicoanalítica
como un todo, derivan en última instancia de la técnica del juego
que desarrollé con niños pequeños. No significa esto que mi labor posterior
fuera una aplicación directa de la técnica del juego; pero la comprensión
que obtuve acerca del temprano desarrollo, de los procesos inconscientes,
y de la naturaleza de las interpretaciones por las que puede abordarse
el inconsciente, ha tenido una gran influencia en mi trabajo con niños
mayores y adultos.
Por lo tanto, señalaré brevemente las etapas de mi labor en relación
con la técnica psicoanalítica del juego, aunque no intentaré dar una síntesis
completa de mis hallazgos. En 1919, cuando comencé mi primer caso, ya
se había llevado a cabo algún trabajo psicoanalítico con niños, particularmente
por la Dra. Hug-Hellmuth 2 . Sin embargo, ella no intentó el psicoanálisis
de niños menores de seis años y, a pesar de que usó dibujos y ocasionalmente
el juego como material, no lo convirtió en una técnica específica.
Cuando comencé mi trabajo era un principio establecido que se debía
hacer un uso muy limitado de las interpretaciones. Con pocas excepciones,
los psicoanalistas no habían explorado los estratos más profundos del inconsciente
-en niños, tal exploración se consideraba potencialmente peligrosa-.
Esta cautela se reflejaba en el hecho de que entonces y, por mucho
tiempo, el psicoanálisis era considerado adecuado solamente para niños
desde el período de latencia en adelante 3 . Mi primer paciente fue un niño
de cinco años. Me referí a él con el nombre de "Fritz" en mis primeros trabajos
publicados 4 . Al principio creí que sería suficiente influir en la actitud
de la madre. Le sugerí que debía incitar al niño a discutir libremente con
ella las muchas preguntas no efectuadas que se encontraban obviamente en
el fondo de su mente e impedían su desarrollo intelectual. Esto tuvo un
buen efecto, pero sus dificultades neuróticas no fueron suficientemente
aliviadas y pronto decidimos que debía psicoanalizarlo. Al hacerlo, me
desvié de algunas de las reglas establecidas hasta entonces, pues interpreté
lo que pareció más urgente en el material que el niño me presentaba y mi
interés se focalizó en sus ansiedades y en sus defensas contra ellas. Este
nuevo enfoque me enfrentó en seguida con serios problemas. Las ansiedades
que encontré analizando este primer caso eran muy agudas, y a pesar
de que fortalecía mi creencia de estar en el camino correcto el observar una
y otra vez la atenuación de la ansiedad producida por mis interpretaciones,
a veces me perturbaba la intensidad de las nuevas ansiedades que manifestaba.
En una de esas ocasiones pedí el asesoramiento del Dr. Karl Abraham.
Me contestó que como mis interpretaciones habían producido frecuentemente
alivio y obviamente el análisis progresaba, no veía motivo
para cambiar el método de acceso. Me sentí alentada por su apoyo y, efectivamente,
en los días siguientes la ansiedad del niño, que había llegado a
un máximo, disminuyó considerablemente, conduciendo a mayor mejoría.
La convicción ganada en este análisis influyó vivamente sobre todo el curso
de mi labor analítica.
Hicimos el tratamiento en la casa del niño con sus propios juguetes.
Este análisis era el comienzo de la técnica psicoanalítica del juego, porque
desde el principio el niño expresó sus fantasías y ansiedades principalmente
jugando, y al aclararle consistentemente su significado, apareció material
adicional en su juego. Es decir, en esencia, ya usé con este paciente el
método de interpretación que se hizo característico de mi técnica. Este enfoque
corresponde a un principio fundamental del psicoanálisis: la libre
asociación. Al interpretar no sólo las palabras del niño sino también sus
actividades en los juegos, apliqué este principio básico a la mente del niño,
cuyo juego y acciones -de hecho, toda su conducta- son medios de expresar
lo que el adulto manifiesta predominantemente por la palabra. También me
guiaron siempre otros dos principios del psicoanálisis establecidos por
Freud, que desde el primer momento consideré como fundamentales: la
exploración del inconsciente es la tarea principal del procedimiento psicoanalítico,
y el análisis de la transferencia es el medio de lograr este fin.
Entre 1920 y 1923 reuní más experiencia con otros casos de niños,
pero una etapa decisiva en el desarrollo de la técnica del juego fue el tratamiento
de una niña de dos años y nueve meses a quien psicoanalicé en
1923. Di algunos detalles del caso de esta niña bajo el nombre de "Rita" en
mi libro El psicoanálisis de niños 5 . Rita padecía de terrores nocturnos y
fobia a animales, era muy ambivalente hacia su madre, aferrándose a ella
hasta tal punto que escasamente se la podía dejar sola. Tenía una marcada
neurosis obsesiva y por momentos se deprimía mucho. Su juego estaba inhibido
y su inhabilidad para tolerar frustraciones hacían su educación extremadamente
difícil. Yo tenía muchas dudas acerca de cómo enfrentar este
caso, ya que el análisis de una niña tan pequeña era un experimento completamente
nuevo. La primera sesión pareció confirmar mis presentimientos.
Cuando Rita quedó sola conmigo en su habitación, mostró en seguida
signos de lo que tomé por una transferencia negativa: estaba ansiosa y callada,
y muy pronto pidió salir al jardín. Lo consentí y salí con ella; puedo
agregar que lo hicimos bajo los ojos atentos de su madre y su tía, quienes
lo tomaron como una señal de fracaso. Se sorprendieron mucho cuando
volvimos a la habitación unos diez o quince minutos más tarde. La explicación
de este cambio era que mientras estábamos afuera yo había estado
interpretando su transferencia negativa (también eso en contra de la práctica
usual). Por algunas cosas que ella dijo, y porque estaba menos asustada
cuando nos encontramos afuera, concluí que estaba particularmente atemorizada
de algo que yo podía hacerle cuando estaba sola conmigo en la habitación.
Interpreté eso, y refiriéndome a sus terrores nocturnos, ligué su
sospecha de mí como una extraña hostil con su temor de una mujer mala
que la atacaría cuando se encontrase indefensa por la noche. Cuando minutos
después de esta interpretación, le sugerí que volviéramos a la habitación,
aceptó en seguida. Como ya lo dije, la inhibición de Rita al jugar era
marcada, lo único que hacía era vestir y desvestir obsesivamente a su muñeca.
Pero pronto comprendí las ansiedades subyacentes en sus obsesiones,
y las interpreté. Este caso fortaleció mi convicción creciente de que una
precondición para el psicoanálisis de un niño es comprender e interpretar
las fantasías, sentimientos, ansiedades y experiencias expresadas por el
juego o, si las actividades del juego están inhibidas, las causas de la inhibición.
Al igual que en el caso de Fritz, efectué el análisis en el hogar de la
niña y con sus propios juguetes; pero durante ese tratamiento, que duró
sólo unos pocos meses, llegué a la conclusión de que el psicoanálisis no
debería ser llevado a cabo en la casa del niño. Pues encontré que a pesar de
que ella tenía gran necesidad de ayuda y sus padres habían decidido que yo
debía intentar el psicoanálisis, la actitud de la madre hacia mi era muy ambivalente
y la atmósfera en general era hostil al tratamiento. Más importante
aun, descubrí que la situación de transferencia -piedra fundamental del
procedimiento psicoanalítico- sólo puede ser establecida y mantenida si el
paciente es capaz de sentir que la habitación de consulta o la pieza de juegos,
de hecho todo el análisis, es algo diferente de su vida diaria del hogar.
Pues sólo en tales condiciones puede superar sus resistencias a experimentar
y expresar pensamientos, sentimientos y deseos que son incompatibles
con las convenciones usuales y, en el caso del niño, que siente que están en
contraste con mucho de lo que se le ha enseñado.
Hice más observaciones significativas en el psicoanálisis de una niña
de siete años, también en 1923. Aparentemente sus dificultades neuróticas
no eran serias, pero su desarrollo intelectual había preocupado a sus padres.
No obstante ser bastante inteligente no podía estar al nivel del grupo
de su edad, le disgustaba la escuela, y algunas veces se ausentaba sin conocimiento
de los padres. Su relación con la madre, con la que había sido
afectuosa y confidente, había cambiado desde que empezó a ir a la escuela:
se había vuelto reservada y callada. Pasé unas pocas sesiones con ella sin
lograr mucho contacto. Era claro que le disgustaba la escuela, y por lo que
ella dijo desconfiadamente acerca de eso, como por otros detalles, pude
hacer algunas interpretaciones que produjeron algún material. Pero mi impresión
era que no conseguiría mucho más de ese modo. En una sesión en
que hallé nuevamente a la niña callada y ensimismada, la dejé diciendo que
regresaría en un instante. Fui a la habitación de mis hijos, recogí unos pocos
juguetes, autos, pequeñas figuras, algunos ladrillos y un tren, los puse
en una caja y volví junto a la paciente. La niña, que no tenía inclinación
por el dibujo u otras actividades, se interesó en los juguetes pequeños y
empezó a jugar en seguida. Por su juego concluí que dos de las figuras de
juguete representaban a ella y a un niño pequeño, un compañero de escuela
de quien ya había oído antes. Aparentemente había algo secreto en la conducta
de estas dos figuras y otros individuos de juguete eran presentados
como interfiriendo o mirando y se los dejaba de lado. Las actividades de
los dos juguetes condujeron a catástrofes, tales como su caída o choque
con autos. Repitió sus acciones con señales de ansiedad creciente. En este
punto interpreté, teniendo en cuenta los detalles de su juego, que alguna
actividad sexual parecía haber ocurrido entre ella y su amigo, y que eso le
hacía temer mucho ser descubierta, y por lo tanto desconfiaba de otras personas.
Señalé que mientras jugaba, ella se había vuelto ansiosa y pareció a
punto de interrumpir el juego. Le recordé que a ella le disgustaba la escuela,
y que eso podía conectarse con el temor de que la maestra descubriera
su relación con el compañero y la castigara. Por sobre todo estaba asustada
y por lo tanto desconfiaba de su madre, y ahora podía sentir del mismo
modo con respecto a mi. El efecto de esta interpretación sobre la niña fue
sorprendente: su ansiedad y desconfianza primero aumentaron, pero muy
pronto dieron lugar a un alivio evidente. Su expresión facial cambió, y a
pesar de que no admitió ni negó lo que yo había interpretado, mostró luego
su conformidad produciendo nuevo material y volviéndose mucho más libre
tanto en su juego como en su conversación; también su actitud hacia mí
fue mucho más amistosa y menos suspicaz. Por supuesto, la transferencia
negativa, alternando con la positiva, salió a la luz una y otra vez; pero desde
esta sesión en adelante, el análisis progresó bien. Simultáneamente me
informaron que hubo cambios favorables en su relación con la familia, en
particular con su madre. Su desagrado por la escuela disminuyó y se interesó
cada vez más en sus estudios, pero su inhibición en el aprendizaje,
que se fundaba en ansiedades profundas, sólo fue resuelta gradualmente en
el curso de su tratamiento.

II

He descrito cómo el uso de los juguetes que guardé especialmente
para el paciente niño en la caja en que por primera vez los presenté, probó
ser esencial para su análisis. Esta experiencia, al igual que otras, me ayudó
a decidir qué juguetes son más adecuados para la técnica psicoanalítica del
juego 6 . Consideré esencial tener juguetes pequeños, porque su número y
variedad permiten al niño expresar una amplia serie de fantasías y experiencias.
Es importante para este fin que los juguetes no sean mecánicos y
que las figuras humanas, variadas sólo en tamaño y color, no indiquen ninguna
ocupación particular. Su misma simplicidad permite al niño usarlos
en muchas situaciones diferentes, de acuerdo con el material que surge en
su juego. El hecho de que así él pueda representar simultáneamente una
variedad de experiencias y situaciones fantásticas y reales también hace
posible que lleguemos a poseer un cuadro más coherente de los trabajos de
su mente.
De acuerdo con la simplicidad de los juguetes, el equipamiento de la
habitación de juego es también simple. No tiene nada excepto lo necesario
para el psicoanálisis 7 . Los juguetes de cada niño son guardados en cajones
particulares, y así cada uno sabe que sólo él y el analista conocen sus juguetes,
y con ellos su juego, que es el equivalente de las asociaciones del
adulto. La caja en que por primera vez presenté los juguetes a la niña que
mencioné antes se convirtió en el prototipo del cajón individual, que es
parte de la relación privada e íntima entre el analista y el paciente, característica
de la situación de transferencia psicoanalítica.
No sugiero que la técnica psicoanalítica del juego dependa enteramente
de mi selección particular de material de juego. A menudo los niños
traen espontáneamente sus propios objetos y el juego con ellos entra como
cosa natural en el trabajo analítico. Pero creo que los juguetes provistos
por el analista debieran ser en general del tipo que he descrito, es decir
simples, pequeños y no mecánicos.
Sin embargo, los juguetes no son el único requisito para un análisis
del juego. Muchas de las actividades del niño se efectúan a veces en el lavatorio,
que está equipado con una o dos pequeñas tazas, vasos y cucharas.
A menudo él dibuja, escribe, pinta, corta, repara juguetes, etc. A veces, en
el juego, asigna roles al analista y a si mismo, tales como en el juego de la
tienda, del doctor y el paciente, de la escuela, de la madre y el hijo. En esos
pasatiempos, con frecuencia el niño toma la parte del adulto, expresando
con eso no sólo su deseo de revertir los roles, sino también demostrando
cómo siente que sus padres u otras personas con autoridad se comportan
con respecto a él -o deberían comportarse-. Algunas veces descarga su
agresividad y resentimiento siendo, en el rol del padre, sádico hacia el niño,
que es representado por el analista. El principio de interpretación sigue
siendo el mismo si las fantasías son presentadas por juguetes o por una
dramatización. Pues cualquiera que sea el material usado, es esencial que
se apliquen los principios analíticos subyacentes en la técnica 8 .
La agresividad se expresa de varios modos en el juego del niño, directa
o indirectamente. A veces rompe un juguete o, cuando es mas agresivo,
ataca con un cuchillo o tijeras la mesa o pedazos de madera; desparrama
agua o pintura y generalmente la habitación se convierte en un campo
de batalla. Es esencial permitir que el niño deje surgir su agresividad; pero
lo que cuenta más es comprender por qué en este momento particular de la
situación de transferencia aparecen impulsos destructivos y observar sus
consecuencias en la mente del niño. Pueden seguir sentimientos de culpa
muy poco después de que el niño ha roto, por ejemplo, una figura pequeña.
La culpa aparece no sólo por el daño real producido, sino por lo que el juguete
representa en el inconsciente del niño, por ejemplo, un hermano o
hermana pequeños, o uno de los padres. Algunas veces podemos deducir
de la conducta del niño hacia el analista, que no sólo culpa sino también
ansiedad persecutoria son la secuela de estos impulsos destructivos y que
él teme la represalia.
Usualmente he expresado al niño que no toleraría ataques a mí misma.
Esta actitud no sólo protege al psicoanalista sino que tiene también
importancia para el análisis. Pues si tales asaltos no son mantenidos dentro
de límites, pueden despertar excesiva culpa y ansiedad persecutoria en el
niño y por lo tanto agregar dificultades al tratamiento. Algunas veces se me
ha preguntado con qué método prevenía los ataques corporales, y pienso
que la respuesta es que cuidaba mucho no inhibir las fantasías agresivas
del niño; de hecho le daba oportunidad de representarlas de otras maneras,
incluyendo ataques verbales contra mí. Cuanto más a tiempo interpretaba
los motivos de la agresividad del niño, más podía mantener la situación
bajo control. Pero ocasionalmente, con algunos niños psicóticos, ha sido
difícil protegerse de su agresividad.

III

La actitud de un niño hacia el juguete que ha dañado es muy reveladora.
A menudo pone aparte ese juguete, que por ejemplo representa a un
hermano o a uno de sus padres, y lo ignora por un tiempo. Esto indica desagrado
del objeto dañado, por el temor persecutorio de que la persona atacada
(representada por el juguete) se haya vuelto vengativa y peligrosa. El
sentimiento de persecución puede ser tan fuerte que encubra los sentimientos
de culpa y depresión que el daño efectuado también produce. O pueden
también la culpa y la depresión ser tan fuertes que conduzcan a una intensificación
de sentimientos persecutorios. Sin embargo, un día el niño puede
buscar en su cajón el objeto dañado. Esto sugiere que hemos podido analizar
algunas importantes defensas, disminuyendo de ese modo los sentimientos
persecutorios y haciendo posible que se experimente el sentimiento
de culpa y la necesidad de la reparación. Cuando esto sucede podemos
notar también que ha habido un cambio en la relación del niño con el hermano
particular a quien el juguete representaba, o en sus relaciones en general.
Este cambio confirma nuestra impresión de que la ansiedad persecutoria
ha disminuido y de que, junto con el sentimiento de culpa y el deseo
de la reparación, aparecen sentimientos de amor que habían sido debilitados
por la ansiedad excesiva. Con otro niño, o con el mismo niño en una
etapa posterior del análisis, la culpa y el deseo de reparación pueden sobrevenir
muy poco después del acto de agresión, y se hace aparente la ternura
hacia el hermano o hermana que pueden haber sido dañados en la fantasía.
La importancia de tales cambios para la formación del carácter y la
relación con los objetos, como para la estabilidad mental, nunca serán exagerados.
Es una parte esencial del trabajo de interpretación que se mantenga a
compás con las fluctuaciones entre amor y odio; entre felicidad y satisfacción
por un lado y ansiedad persecutoria y depresión por el otro. Esto implica
que el analista no debiera mostrar desaprobación si el niño rompe un
juguete; sin embargo, no debe incitar al niño a expresar su agresividad ni
sugerirle que el juguete puede ser reparado. En otras palabras, debe permitir
que el niño experimente sus emociones y fantasías tal como ellas aparecen.
Siempre ha sido parte de mi técnica no ejercer influencia educativa o
moral, sino restringirme al procedimiento psicoanalítico que, para decirlo
en pocas palabras, consiste en comprender la mente del paciente y transmitirle
qué es lo que ocurre en ella.
La variedad de situaciones emocionales que pueden ser expresadas
por las actividades del juego son ilimitadas: por ejemplo, sentimientos de
frustración y de ser rechazado; celos del padre y de la madre o de hermanos
y hermanas; agresividad acompañando esos celos; placer por tener un
compañero y aliado contra los padres; sentimientos de amor y odio hacia
un bebé recién nacido o uno que está por nacer, así como la ansiedad resultante,
sentimientos de culpa y la urgencia de reparación. También hallamos
en el juego del niño la repetición de experiencias reales y detalles de la vida
de todos los días, frecuentemente entretejidos con sus fantasías. Es revelador
que algunas veces acontecimientos reales muy importantes en su
vida no logran entrar en el juego o en sus asociaciones, y que todo el énfasis
yace por momentos en otros acontecimientos aparentemente menores.
Pero estos últimos tienen gran importancia para él porque han permitido
ejercitar sus emociones y fantasías.

IV

Hay muchos niños que se encuentran inhibidos para jugar. Tal inhibición
no siempre les impide jugar completamente, pero muy pronto
pueden interrumpir sus actividades. Por ejemplo, me trajeron un niño pequeño
para una entrevista solamente (había un proyecto de análisis para el
futuro; pero en ese entonces los padres iban al extranjero con él). Yo tenía
algunos juguetes en la mesa y él se sentó y comenzó a jugar, lo que en seguida
condujo a accidentes, colisiones y gentes de juguete cayendo, a las
que él trataba de levantar otra vez. En todo esto el niño mostraba bastante
ansiedad, pero como no se planeaba aún ningún tratamiento, me contuve
de hacer una interpretación. Después de unos minutos dejó su silla, y diciendo
"Basta de juego", se fue. Creo que si éste hubiera sido el comienzo
de un tratamiento y yo hubiera interpretado la ansiedad manifiesta en sus
acciones con los juguetes y la correspondiente transferencia negativa con
respecto a mí, hubiese podido resolver su ansiedad lo suficiente como para
que él continuase jugando.
El siguiente ejemplo puede ser útil para mostrar algunas de las causas
de una inhibición de jugar. El niño, de tres años y nueve meses, a quien
me referí con el nombre de "Pedro" en El psicoanálisis de niños, era muy
neurótico 9 . Veamos algunas de sus dificultades: era incapaz de jugar, no
podía tolerar ninguna frustración, era tímido, quejumbroso y exagerado, y
por momentos agresivo y despótico, muy ambivalente respecto de su familia,
y con una gran fijación hacia su madre. Ella me dijo que Pedro había
desmejorado después de unas vacaciones durante las que, a la edad de die-
ciocho meses, compartió el dormitorio de sus padres y tuvo oportunidad de
observar su acto sexual. En esas vacaciones el niño se hizo muy difícil de
manejar, durmió mal y volvió a mojar la cama por las noches, cosa que no
había hecho durante algunos meses. Hasta entonces había jugado libremente,
pero desde ese verano dejó de jugar y se volvió muy destructivo con sus
juguetes; no hacía nada con ellos salvo romperlos. Poco después nació su
hermano, lo que aumentó sus dificultades.
En la primera sesión Pedro comenzó a jugar; en seguida hizo que
dos caballos dieran el uno contra el otro, y repitió la misma acción con diferentes
juguetes. También mencionó que tenía un hermano pequeño. Le
aclaré que los caballos y las otras cosas que habían chocado entre ellas representaban
personas, una interpretación que él primero rechazó y luego
aceptó. Hizo que los caballos se toparan nuevamente, diciendo que iban a
dormir, los cubrió con ladrillos, y agregó: "Ahora están bien muertos; los
he enterrado". Puso los autos en fila, dando el frente de cada uno con la
parte posterior del siguiente, fila que, como se aclaró más tarde en el análisis,
simbolizaba el pene del padre, y los hizo correr; súbitamente se puso
de malhumor y los desparramó por la habitación, diciendo: "Siempre rompemos
nuestros regalos de Navidad; no queremos ninguno". El destrozar
sus juguetes representaba en su inconsciente destrozar el órgano genital de
su padre. Durante esa primera hora rompió varios juguetes.
En la segunda sesión Pedro repitió algo del material de la primera
hora, en particular el topetazo entre los autos, caballos, etc., y habló otra
vez de su pequeño hermano, por lo cual interpreté que me estaba mostrando
cómo su mamá y su papá chocaron sus órganos genitales (por supuesto
usando su misma palabra para órganos genitales) y que él había pensado
que haciendo eso habían causado el nacimiento de su hermano. Esta interpretación
produjo más material, aclarando su muy ambivalente relación
hacia su pequeño hermano y su padre. Acostó a un hombre de juguete en
un ladrillo que llamó "cama", lo arrojó al suelo y dijo que estaba "muerto y
acabado". En seguida hizo lo mismo con dos hombres de juguete, eligiendo
figuras que ya había dañado. Interpreté que el primer hombre de juguete
representaba a su padre, a quien él quería sacar de la cama de su madre y
matar, y que uno de los dos hombres de juguete era nuevamente el padre y
el otro lo representaba a él, a quien su padre haría lo mismo. La razón por
la cual había elegido dos figuras dañadas era que sentía que tanto él como
su padre serían perjudicados si él atacaba a su padre.
Este material ilustra una cantidad de hechos, de los que sólo mencionaré
uno o dos. La experiencia de Pedro de presenciar el acto sexual de
sus padres hizo un gran impacto en su mente, y provocó fuertes emociones
tales como celos, agresividad y ansiedad; por eso fue la primera cosa que
expresó en su juego. No hay duda de que él ya no tenía conocimiento
consciente de esta experiencia, que estaba reprimida, y que sólo la expresión
simbólica de la misma era posible para él. Tengo razones para creer
que, si yo no hubiera interpretado que los juguetes chocando entre ellos
eran personas, él no podría haber producido el material que surgió en la
segunda hora. Además, si en la segunda hora no hubiese podido mostrarle
algunas de las razones de su inhibición para jugar, interpretando el daño
hecho a los juguetes, es muy probable que él hubiese dejado de jugar después
de romper los juguetes, como lo hacía en la vida diaria.
Hay niños que al empezar el tratamiento ni siquiera pueden jugar del
mismo modo que Pedro o el niño pequeño que vino para una sola entrevista.
Pero es muy raro que un niño ignore completamente los juguetes que se
encuentran en la mesa. Aun si se aleja de ellos, con frecuencia da al analista
alguna comprensión de sus motivos para no querer jugar. Pero también
hay otros modos por los que el analista del niño puede reunir material para
la interpretación. Cualquier actividad, tal como usar papel para garabatear
o para recortar, y todo detalle de la conducta, como cambios en la postura o
en la expresión facial, pueden dar una clave acerca de lo que pasa en la
mente del niño, posiblemente en conexión con lo que el analista ha sabido
por sus padres, acerca de sus dificultades.
He dicho mucho acerca de la importancia de las interpretaciones en
la técnica del juego y he dado algunos ejemplos para ilustrar su contenido.
Esto me lleva a una pregunta que se me ha hecho a menudo: "¿Son los niños
pequeños intelectualmente capaces de comprenderlas?" Mi propia experiencia
y la de mis colegas ha sido que las interpretaciones, si se relacionan
con puntos salientes del material, son perfectamente comprendidas.
Por supuesto, el analista de niños debe darlas tan sucinta y claramente como
sea posible, y debe usar las expresiones del niño al hacerlo. Pero si traduce
en palabras simples los puntos esenciales del material que le ha sido
presentado, entra en contacto con las emociones y ansiedades que son más
activas en ese momento; la comprensión consciente e intelectual del niño
es a menudo un proceso posterior. Una de las muchas experiencias interesantes
y sorprendentes del principiante en análisis de niños es encontrar en
niños aun muy pequeños una capacidad de comprensión que es con frecuencia
mucho mayor que la de los adultos. Hasta cierto punto esto se explica
porque las conexiones entre consciente e inconsciente son mucho
más estrechas en los niños pequeños que en los adultos, y porque las represiones
infantiles son menos poderosas. También creo que las capacidades
intelectuales del infante son menospreciadas con frecuencia, y que en realidad
él entiende más de lo que se cree.
Ilustraré lo que acabo de expresar con la respuesta de un niño pequeño
a las interpretaciones. Pedro, de cuyo análisis he dado algunos detalles,
había objetado con firmeza mi interpretación de que el hombre de ju-
guete que él había arrojado de la "cama" y que estaba "muerto y acabado"
representaba a su padre. (La interpretación de deseos de muerte contra una
persona amada despierta usualmente grandes resistencias, tanto en niños
como en adultos). En la tercera hora Pedro presentó material similar, pero
ahora aceptó mi interpretación y dijo pensativamente: "¿Y si yo fuera un
papá y alguien quisiera tirarme debajo de la cama y hacerme muerto y acabado,
qué pensaría yo de eso?" Esto muestra que él no sólo había elaborado,
comprendido y aceptado mi interpretación, sino que también había reconocido
bastante más. Comprendió que sus propios sentimientos agresivos
hacia su padre contribuyeron al temor que sentía por él, y también que
había proyectado sus propios impulsos en su padre.
Uno de los puntos importantes en la técnica del juego ha sido siempre
el análisis de la transferencia. Como sabemos, en la transferencia con
el analista el paciente repite emociones y conflictos anteriores. Mi experiencia
me ha enseñado que podemos ayudar al paciente fundamentalmente
remontando sus fantasías y ansiedades en nuestras interpretaciones de
transferencia adonde ellas se originaron, particularmente en la infancia y
en relación con sus primeros objetos. Pues reexperimentando emociones y
fantasías tempranas y comprendiéndolas en relación con sus primeros objetos
él puede, por decirlo así, revisar estas relaciones en su raíz, y de esa
manera disminuir efectivamente sus ansiedades.

V
Mirando atrás hacia los primeros años de mi labor, podría escoger
unos pocos hechos. Mencioné al comienzo de este trabajo que al analizar
mi primer caso infantil centré mi interés en sus ansiedades y en sus defensas
contra ellas. Mi énfasis en la ansiedad me condujo cada vez más profundamente
en el inconsciente y en la vida fantástica del niño. Este énfasis
particular era contrario al punto de vista psicoanalítico de que las interpretaciones
no debían ir muy hondo ni debían ser dadas frecuentemente. Persistí
en mi enfoque, a pesar de que implicaba un cambio radical en la técnica.
Entré en territorio virgen, pues hizo accesible la comprensión de las
tempranas fantasías, ansiedades y defensas infantiles, que en ese entonces
permanecían aún en gran parte inexploradas. Esto se me hizo claro cuando
comencé la formulación teórica de mis hallazgos clínicos.
Uno de los varios fenómenos que me sorprendieron en el análisis de
Rita fue la rudeza de su superyó. He descrito en El psicoanálisis de niños
cómo Rita acostumbraba representar el rol de una madre severa y castigadora,
que trataba muy cruelmente a la niña (representada por la muñeca o
por mí). Además, su ambivalencia hacia su madre, su extrema necesidad de
ser castigada, sus sentimientos de culpa y sus terrores nocturnos me llevaron
a reconocer que en esa niña de dos años y nueve meses -y muy claramente
remontándonos a una edad mucho más temprana-, operaba un áspero
e inflexible superyó. Confirmé este descubrimiento en los análisis de
otros niños pequeños y llegué a la conclusión de que el superyó aparece en
una etapa mucho más temprana de lo que Freud supuso. En otras palabras,
se me hizo claro que el superyó, tal como él lo concebía, es el efecto de un
desarrollo que se extiende por años. Como resultado de mayores observaciones,
reconocí que el superyó es algo que el niño siente operando internamente
de una manera concreta; que consiste en una variedad de figuras
construidas a partir de sus experiencias y fantasías y que se deriva de las
etapas en que introyectó a sus padres.
Estas observaciones a su vez me llevaron, en los análisis de niñas
pequeñas, al descubrimiento de la principal situación de ansiedad femenina:
se siente que la madre es el primer perseguidor que, como un objeto
externo e internalizado, ataca el cuerpo de la niña y toma de él sus niños
imaginarios. Estas ansiedades surgen de los ataques imaginados de la niña
al cuerpo de la madre, que tienen como fin robarle su contenido, es decir,
los excrementos, el pene de su padre, y los niños, y resultan en el temor de
venganza con ataques similares. Tales ansiedades persecutorias aparecían
combinadas o alternando con profundos sentimientos de depresión y culpa,
y estas observaciones me ayudaron a descubrir la parte vital que la tendencia
a la reparación desempeña en la vida mental. Reparación en este sentido
es un concepto más amplio que los conceptos de Freud de "anulación en
la neurosis obsesiva" y de "formación reactiva". Pues incluye los diversos
procesos por los que el yo siente que deshace un daño hecho en la imaginación,
restaura, preserva y revive objetos. La importancia de esta tendencia,
ligada como está a sentimientos de culpa, yace también en la gran contribución
que hace a todas las sublimaciones, y de este modo a la salud
mental.
Al estudiar los ataques imaginarios al cuerpo de la madre, pronto di
con impulsos anal y uretro-sádicos. Mencioné antes que reconocí la severidad
del superyó en Rita (1923) y que su análisis me ayudó mucho para
comprender el modo en que los impulsos destructivos hacia la madre se
convierten en la causa de sentimientos de culpa y persecución. Uno de los
casos en que la naturaleza anal y uretro-sádica de estos impulsos destructivos
se me aclaró, fue el de Trude, de tres años y tres meses de edad, a
quien analicé en 1924 10 . cuando vino a mí por tratamiento, sufría de varios
síntomas, tales como terrores nocturnos e incontinencia de orina y excrementos.
En la primera etapa de su análisis me pidió que fingiera estar en
cama y dormir. Ella entonces diría que iba a atacarme y que buscaría ex-
crementos en mis nalgas (según comprobé, los excrementos también representaban
niños) y que ella iba a sacarlos. Después de esos ataques se acurrucaba
en un rincón, jugando a que estaba en cama, cubriéndose con almohadones
(que protegían su cuerpo y que también representaban niños);
al mismo tiempo orinaba realmente y demostraba claramente que temía ser
atacada por mí. Sus ansiedades acerca de la peligrosa madre internalizada
confirmaron las conclusiones a que había llegado antes en el análisis de
Rita. Estos análisis fueron de corta duración, en parte porque los padres
pensaron que se había logrado suficiente mejoría 11 .
Poco después me convencí de que tales impulsos y fantasías destructivas
podían siempre remontarse a impulsos oral-sádicos. En realidad Rita
ya lo había manifestado bastante claramente. En una ocasión ennegreció un
pedazo de papel, lo hizo pedazos, arrojó los mismos en un vaso de agua
que llevó a la boca, como para beber del mismo, y dijo en voz baja: "mujer
muerta" 12 . En ese momento entendí que ese romper y mojar el papel expresaba
fantasías de atacar y matar a su madre, cosa que daba lugar a temores
de venganza. Ya he mencionado que fue con Trude que llegué a saber de la
naturaleza anal y uretro-sádica específica de tales ataques. Pero en otros
análisis, efectuados en 1924 y 1925 (Ruth y Pedro, ambos descritos en El
psicoanálisis de niños), también comprendí la parte fundamental que los
impulsos oral-sádicos desempeñan en las fantasías destructivas y en las
ansiedades correspondientes, encontrando así confirmación completa de
los descubrimientos de Abraham 13 en el análisis de niños pequeños. Estos
análisis, que me dieron mayor campo para la observación, ya que duraron
más que los de Rita y Trude 14 , me llevaron hacia una comprensión más
completa del rol fundamental de los deseos y ansiedades orales en el desarrollo
mental, normal y anormal 15 .
Como mencioné antes, ya había reconocido en Rita y Trude la internalización
de una madre atacada y por lo tanto temible: el rudo superyó.
Entre 1924 y 1926 analicé a una niña que estaba muy enferma 16 . A través
de su análisis aprendí mucho acerca de los detalles específicos de tal internalización
y de las fantasías e impulsos subyacentes en ansiedades paranoicas
y maníaco-depresivas. Pues llegué a entender la naturaleza oral y
anal de sus procesos de introyección y las situaciones de persecución interna
que engendraban. También supe más de los modos en que las perse-
cuciones internas influyen, por medio de la introyección, en la relación con
objetos externos. La intensidad de su envidia y su odio mostró inequívocamente
que éstos derivaban de la relación oral-sádica con el pecho de su
madre, y estaban entretejidos con los comienzos de su complejo de Edipo.
El caso de Erna me ayudó mucho a preparar el terreno para diversas conclusiones
que presenté en el Décimo Congreso Psicoanalítico Internacional
en 1927 17 , en particular la opinión de que la razón fundamental de la psicosis
es un temprano superyó, constituido cuando los impulsos y fantasías
oral-sádicos están en su punto culminante, idea que desarrollé dos años
más tarde, acentuando la importancia del sadismo oral en la esquizofrenia 18 .
Coincidiendo con los análisis ya descritos pude hacer algunas observaciones
interesantes con respecto a situaciones de ansiedad en varones.
Los análisis de niños y hombres confirmaron enteramente la idea de Freud
de que el temor a la castración es la principal ansiedad del varón, pero reconocí
que debido a la temprana identificación con la madre (la posición
femenina que se introduce en las primeras etapas del complejo de Edipo),
la ansiedad acerca de ataques en el interior del cuerpo es de gran importancia
en hombres como en mujeres, e influye y moldea de diversas maneras
sus temores de castración.
Las ansiedades derivadas de ataques imaginados al cuerpo de la madre
y al padre que se supone que ella contiene, probaron ser, en ambos
sexos, la razón fundamental de la claustrofobia (que incluye el temor de ser
aprisionado o enterrado en el cuerpo de la madre). La conexión de estas
ansiedades con el temor de castración puede verse, por ejemplo, en la fantasía
de que el pene se pierda o sea destruido dentro de la madre, fantasía
que puede resultar en impotencia.
Comprobé que los temores conectados con ataques al cuerpo de la
madre y a ser atacado por objetos externos e internos tenían una calidad e
intensidad particulares, que sugerían su naturaleza psicótica. Al explorar la
relación del niño con objetos internalizados se aclararon varias situaciones
de persecución interna y sus contenidos psicóticos. Además, el reconocimiento
de que el temor de venganza deriva de la propia agresividad individual
me condujo a sugerir que las defensas iniciales del yo se dirigen contra
la ansiedad producida por impulsos y fantasías destructivas. Una y
otra vez, cuando estas ansiedades psicóticas eran referidas a su origen, se
comprobaba que germinaban del sadismo oral. Reconocí también que la
relación oral-sádica con la madre y la internalización de un pecho devorado,
y en consecuencia devorador, crean el prototipo de todos los perseguidores
internos; y además que la internalización de un pecho herido y por lo
tanto temido, por un lado, y de un pecho satisfactorio y provechoso, por el
otro, es el núcleo del superyó. Otra conclusión fue que, a pesar de que las
ansiedades orales vienen primero, las fantasías y deseos sádicos de todas
las fuentes operan en una etapa muy temprana del desarrollo y se superponen
a las ansiedades orales 19 . La importancia de las ansiedades infantiles
que he descrito se mostró también en el análisis de adultos muy enfermos,
algunos de los cuales eran casos psicóticos límites 20 .
Hubo otras experiencias que me ayudaron a alcanzar otra conclusión.
La comparación entre la indudablemente paranoica Erna y las fantasías
y ansiedades que había encontrado en niños menos enfermos, que sólo
podrían ser calificados como neuróticos, me convenció de que las ansiedades
psicóticas (paranoicas y depresivas) son la razón fundamental de la
neurosis infantil. También hice observaciones similares en los análisis de
neuróticos adultos. Todas estas diferentes líneas de investigación resultaron
en la hipótesis de que las ansiedades de naturaleza psicótica forman
parte, en cierta medida, del desarrollo infantil normal, y se expresan y elaboran
en el curso de la neurosis infantil 21 . Sin embargo, para descubrir estas
ansiedades infantiles el análisis tiene que ser efectuado en los estratos
profundos del inconsciente, y esto se aplica tanto a adultos como a niños 22 .
Ya ha sido señalado en la introducción de este trabajo que me interesé
desde un principio en las ansiedades del niño y que por medio de la interpretación
de sus contenidos logré disminuir la ansiedad. Para lograrlo,
debía hacer uso completo del lenguaje simbólico del juego que reconocí
como parte esencial del modo de expresión del niño. Como hemos visto, el
ladrillo, la pequeña figura, el auto, no sólo representan cosas que interesan
al niño en sí mismas, sino que en su juego con ellas, siempre tienen una
variedad de significados simbólicos que están ligados a sus fantasías, deseos
y experiencias. Este modo arcaico de expresión es también el lenguaje
con el que estamos familiarizados en los sueños, y fue estudiando el juego
infantil de un modo similar a la interpretación de los sueños de Freud, como
descubrí que podía tener acceso al inconsciente del niño. Pero debemos
considerar el uso de los símbolos de cada niño en conexión con sus emociones
y ansiedades particulares y con la situación total que se presenta en
el análisis; meras traducciones generalizadas de símbolos no tienen significado.
La importancia que atribuí al simbolismo me condujo entonces -a
medida que pasaba el tiempo- a conclusiones teóricas acerca del proceso
de la formación de símbolos. El análisis del juego había mostrado que el
simbolismo permite al niño transferir no sólo intereses, sino fantasías, ansiedades
y sentimientos de culpa a objetos distintos de las personas 23 . De
ese modo el niño experimenta un gran alivio jugando y éste es uno de los
factores que hacen que el juego sea esencial para él. Por ejemplo, Pedro, a
quien me referí antes, me señaló, cuando interpreté su acción de dañar una
figura de juguete como representando ataques a su hermano, que él no
haría eso a su hermano real, sólo lo haría con su hermano de juguete. Mi
interpretación, por supuesto, le aclaró que era realmente a su hermano a
quien quería atacar; pero el ejemplo muestra que sólo por medios simbólicos
era él capaz de expresar sus tendencias destructivas en el análisis.
También concluí que, en los niños, una severa inhibición de la
capacidad de formar y usar símbolos, y, así, de desarrollar la fantasía, es
señal de una perturbación seria 24 . Sugerí que tales inhibiciones, y la
perturbación resultante en la relación con el mundo externo y con la
realidad, son características de la esquizofrenia 25 .
Como nota marginal puedo decir que me fue de gran valor desde el
punto de vista clínico y teórico analizar adultos y niños. De ese modo podía
observar las fantasías y ansiedades del infante operando aún en el adulto
y calcular en el niño pequeño cuál podía ser su desarrollo futuro. Com-
parando el niño severamente enfermo, el neurótico y el normal, y reconociendo
ansiedades infantiles de naturaleza psicótica como la causa de la
enfermedad en neuróticos adultos, llegué a las conclusiones que acabo de
describir 26 .

VI

Al remontar, en los análisis de adultos y niños, el desarrollo de impulsos,
fantasías y ansiedades hasta su origen, es decir, a los sentimientos
hacia el pecho de la madre (aun en niños que no fueron amamantados),
hallé que las relaciones con objetos comienzan casi al nacer y surgen con
la primera experiencia de la alimentación; además, que todos los aspectos
de la vida mental están ligados a relaciones con objetos. También se hizo
evidente que la experiencia que tiene el niño del mundo externo, que muy
pronto incluye su relación ambivalente hacia su padre y otros miembros de
la familia, está constantemente influida por -y a su vez influye en- el mundo
interno que está construyendo, y que situaciones externas e internas son
siempre interdependientes, ya que la introyección y proyección operan juntas
desde el comienzo de la vida.
Las observaciones de que en la mente del infante la madre primariamente
aparece como pecho bueno y pecho malo separados entre sí, y
que en unos pocos meses, con la creciente integración del yo, los aspectos
contrastantes comienzan a ser sintetizados, me ayudaron a comprender la
importancia de los procesos de separar y mantener aparte figuras buenas y
malas 27 , así como el efecto de tales procesos en el desarrollo del yo. La
conclusión, extraída de la experiencia, de que la ansiedad depresiva surge
como resultado de la síntesis que realiza el yo de los aspectos buenos y
malos, amados y odiados del objeto, me llevó a su vez al concepto de la
posición depresiva, que alcanza su punto álgido hacia la mitad del primer
año. La precede la posición paranoica, que se extiende por los tres o cuatro
primeros meses de vida y se caracteriza por ansiedad persecutoria y procesos
de separación 28 . Más tarde, en 1946 29 cuando reformulé mis ideas acerca
de los tres o cuatro primeros meses de vida, llamé a esta etapa (utilizando
una sugestión de Fairbairn) 30 la posición esquizo-paranoide y, elaborando
su significación, intenté coordinar mis hallazgos acerca de la separación,
la proyección, la persecución y la idealización.
Mi labor con niños y las conclusiones teóricas que extraje de la misma
influyó cada vez más en mi técnica con adultos. Siempre fue un
principio del psicoanálisis que el inconsciente, que se origina en la mente
infantil, tiene que ser explorado en el adulto. Mi experiencia con niños me
había llevado mucho más profundamente en esa dirección de lo que antes
se había hecho, y esto produjo una técnica que abrió el acceso a esos estratos.
En particular, mi técnica del juego me ayudó a ver qué material debía
ser interpretado en ese momento y el modo en que seria más fácilmente
transmitido al paciente; y algo de ese conocimiento lo podía aplicar al análisis
de adultos 31 . Como ha sido señalado antes, esto no significa que la
técnica usada con niños sea idéntica al enfoque de casos de adultos. Aunque
es posible retroceder hasta las etapas más tempranas, es de gran importancia,
al analizar adultos, tomar en cuenta el yo adulto, exactamente como
con los niños tenemos en mente el yo infantil de acuerdo con la etapa de su
desarrollo.
La mayor comprensión de las etapas más tempranas de desarrollo,
del rol de las fantasías, ansiedades y defensas en la vida emocional del infante
también ha iluminado los puntos de fijación de la psicosis adulta.
Como resultado ha abierto un nuevo camino para tratar pacientes psicóticos
con psicoanálisis. Este campo, en particular el psicoanálisis de pacientes
esquizofrénicos, necesita mucho más investigación; pero la labor realizada
en esta dirección por algunos psicoanalistas, que están representados
en este libro, parece justificar nuestras esperanzas en el futuro.