Obras de Winnicott: La madre de devoción corriente, 1966

La madre de devoción corriente, 1966

(1970) Me propongo examinar el lugar de la monarquía en Gran Bretaña. Aunque no poseo un conocimiento particular de la bibliografía sobre la institución monárquica ni me especializo en historia, creo tener una excusa válida para mi intento, y es que la monarquía es algo con lo que convivimos y sobre lo que nos mantenemos constantemente informados a través de la televisión, la prensa popular, las conversaciones con los choferes de taxi y el intercambio de opiniones con los amigos en el bar. Vivo muy cerca del Palacio de Buckingham y me entero, viendo izada la bandera, de que la reina está en él. Pero la pregunta permanente y vital que todo el mundo se formula hoy en Gran Bretaña es: ¿Ha salvado Dios a la reina? Lo que hay detrás es el dicho «¡El rey ha muerto, que viva el rey!», importante porque implica que la monarquía sobrevive a la muerte del monarca reinante. Este es el punto capital. Como se habrá advertido, aunque no soy demasiado sentimental en lo que respecta a la realeza y las familias reales, tomo muy en serio la existencia de la monarquía, puesto que creo que sin ella la vida en Gran Bretaña sería muy diferente, sin entrar a considerar esta otra cuestión: ¿un sistema distinto de gobierno sería mejor o peor? Sin entrar a considerar tampoco los complejos aspectos de una evaluación objetiva de la cualidades personales de un rey o una reina determinados. Como paso preliminar a la reflexión sobre la monarquía y su lugar en la comunidad, es natural que nos formulemos esta pregunta: ¿qué dice la gente común cuando se la aborda de manera adecuada y se le da la oportunidad de expresar una opinión personal? En su mayoría manifiestan dos tipos de actitud: la que se basa en los sentimientos y la conversacional. La actitud conversacional es la que encuentra expresión en el juego que llamamos hablar. La verbalización nos permite explorar muchas posibilidades, y en un debate podemos sostener simultáneamente opiniones opuestas y discutir sólo por placer. En este tipo de exposición de actitudes, sin duda valioso, la mayoría de las personas deja de lado la tremenda complicación que significan las motivaciones inconscientes. Al inconsciente se lo considera una molestia, algo que arruina la diversión. El inconsciente tiene que ver con el psicoanálisis y con el tratamiento de las personas enfermas. En el bar decimos lo que creemos saber y aportamos racionalizaciones que pasan por razones. Y es preferible que no tomemos las cosas demasiado en serio, ya que si lo hiciéramos tal vez nos encontraríamos haciendo el amor o la guerra antes de haber tenido tiempo de decir «amén». La conversación seria, sin embargo, es prueba de civilización, y debe exhortarse a quienes conversan a que tomen en cuenta el inconsciente. La actitud basada en los sentimientos, siendo, como es, una respuesta total, incluye al inconsciente. Pero las personas no pueden, de buenas a primeras, actuar de acuerdo con lo que sienten como personas totales. En la actitud verbalizada respecto del lugar de la monarquía en nuestra cultura, demasiado a menudo la cuestión de la realeza es tratada como un cuento de hadas. Algunos piensan que ese cuento de hadas es agradable, satisfactorio, y que enriquece nuestra vida cotidiana. Otros, que es una práctica escapista, que debilita nuestra decisión de cambiar lo que hay de malo en la economía, de hacer algo respecto de las viviendas malas o inadecuadas, la soledad de los ancianos, el desvalimiento de los disminuidos físicamente, la miseria y la pobreza o la tragedia de las persecuciones motivadas por prejuicios. Tal actitud puede resumirse en la palabra «escapismo», y sobre esta base se condena el cuento de hadas. En estrecha correspondencia se encuentra el término «sentimental», que califica la actitud de quienes nunca despiertan del todo a la realidad, no son capaces de ver el horror de los tugurios y se refugian en la ficción. Los que emplean el término «escapismo» desprecian a los sentimentales; éstos no saben qué hacer exactamente con los del otro bando, hasta que un día, perplejos, se encuentran involucrados en una situación política, por ejemplo en una revolución que para ellos carece de sentido. El uso inconsciente de la monarquía La suposición en que se apoya lo que estoy diciendo es difícil de comprender o imaginar. Concierne a la base de la existencia del individuo humano y al aspecto más fundamental de las relaciones objetales. El axioma es el siguiente: lo que es bueno siempre está siendo destruido. Esto incluye el concepto de intención inconsciente. La verdad que encierra es de algún modo similar a la que encierra el dicho «La belleza está en el ojo del que contempla» (1). Esta es una de las realidades de la vida. Se observa en nuestro himno nacional: «¡Dios salve a la reina (al rey)!» ¿Los salve de qué? Es fácil pensar que se alude a salvarlos de algún enemigo, aunque el tema se trata debidamente en otros versos. (Lo de «sus viles triquiñuelas» suena divertido, pero sabemos que no es lo esencial del asunto.) A lo que los seres humanos no pueden dejar en paz es a lo bueno: tienen que conseguirlo y destruirlo. Supervivencia que no depende de la preservación Es pertinente preguntarse: ¿por qué existen las cosas buenas si su existencia y su bondad provocan a la gente y pueden llevar a que se las destruya? Hay una respuesta que alude a las cualidades de las cosas buenas: éstas pueden sobrevivir. La supervivencia es posible gracias a las propiedades de las cosas buenas que permanentemente están siendo destruidas. Porque sobreviven se las ama, se las valora e incluso se las venera. Han superado la prueba de que se las usara despiadadamente y de haber sido el objetivo, que no hicimos nada por proteger, de nuestros impulsos e ideas más primitivos. La monarquía es puesta a prueba constantemente. Puede sobrevivir en los momentos difíciles gracias al apoyo de los realistas o los legitimistas, pero en última instancia todo depende de los reyes y las reinas, cuya ascensión al trono no es el fruto de una decisión personal. Aquí es donde interviene el principio hereditario. Ese hombre (o esa mujer) no ocupa el trono porque así lo haya decidido, ni porque lo hayamos decidido nosotros, ni porque haya sido votado o tenga méritos para ocuparlo, sino por derecho de herencia. Vistas las cosas de ese modo, es casi un milagro que la monarquía haya subsistido en Gran Bretaña por más de un milenio. Ha habido momentos de incertidumbre, falta de herederos, personas no queridas o no queribles entronizadas de grado o por fuerza, y se ha derramado sangre de reyes. Pero muy pocas veces cesó la monarquía; tanto es así que inmediatamente pensamos en Cromwell, quien quizás haya contribuido a hacer comprender al país que un buen dictador puede ser peor que un mal rey. Dos consideraciones importantes inspira el hecho de que sobreviva una cosa buena que ha estado expuesta a toda la gama de sentimientos sin contar con protección (la cual implicaría la inhibición de los impulsos y la postergación del momento de la verdad, de la prueba real). I. Una de estas consideraciones se refiere a los individuos involucrados en cada momento. La supervivencia de la cosa (en este caso la monarquía) la hace valiosa y permite que gente de todo tipo y edad advierta que la voluntad de destruir no tiene que ver con el odio sino con una clase primitiva de amor, y que la destrucción sólo ocurre en la fantasía inconsciente o en los sueños que cada uno forja mientras duerme. Si la cosa es destruida, lo es en la realidad psíquica interna personal. En la vida de vigilia, la supervivencia del objeto, sea cual fuere, produce alivio y un sentimiento de confianza desconocido hasta entonces. Queda en claro que, a causa de sus propias cualidades, las cosas pueden sobrevivir, a pesar de nuestros sueños y de la escenografía de destrucción de nuestra fantasía inconsciente. El mundo comienza a existir como un lugar por derecho propio; un lugar en el que vivir y no un lugar temible o en el que uno se sienta coartado o perdido o con el que se deba tratar sólo en los momentos de ensoñación o fantaseo. Gran parte de la violencia que hay en el mundo tiene que ver con el intento de lograr una destrucción que en sí misma no es destructiva, a menos, claro está, que el objeto no consiga sobrevivir o se sienta impulsado a vengarse. De modo que para el individuo es muy valiosa la supervivencia de las cosas más importantes, una de las cuales es, en nuestro país, la monarquía. La realidad se vuelve más real, y menos peligroso el impulso de exploración primitiva. La otra consideración tiene que ver con la política. En un país que no sea demasiado grande, que tenga una historia y que, en lo posible, sea una isla (con el mar por toda frontera), se puede mantener una dualidad, un sistema político integrado por un gobierno al que es factible cambiar periódicamente y una monarquía indestructible («¡El Rey ha muerto, que viva el Rey!»). Es obvio -y sin embargo debe ser repetido cada tanto- que el funcionamiento del sistema democrático parlamentario (conceptualmente opuesto a la dictadura) depende de la supervivencia de la monarquía, y pari passu la supervivencia de la monarquía depende de que la gente esté convencida de que votando puede acabar con un gobierno en una elección parlamentaria o librarse de un primer ministro. Damos por sentado aquí que el derrocamiento de un gobierno o un primer ministro debe basarse en los sentimientos expresados mediante una votación secreta y no en encuestas (de Gallup u otras), ya que las encuestas no reflejan los sentimientos profundos, la motivación inconsciente ni las tendencias en apariencia ilógicas. El rechazo de un gobernante o un partido político implica algo menos inmediato: la elección de otro jefe político. En el caso de la monarquía, la cuestión está resuelta de antemano. De este modo la monarquía puede inspirar una sensación de estabilidad en un país que atraviesa por una etapa turbulenta, que es lo que periódicamente debería ocurrir. El lugar de la persona que ocupa el trono Por fortuna la supervivencia de la monarquía no depende de la psicología ni de la comprensión lógica, ni tampoco del hábil discurso de un filósofo o un líder religioso. En última instancia, depende de la persona que ocupa el trono. Sería interesante examinar la teoría que puede construirse en torno de estos fenómenos tan significativos. Todo el tiempo somos conscientes de que, aunque una monarquía esté basada en mil años de historia, basta un día para destruirla. Pueden destruirla una falsa teoría o el periodismo irresponsable. Pueden acabar burlonamente con su existencia quienes sólo ven en ella un cuento de hadas, un ballet o un juego, cuando en realidad están contemplando un aspecto de la vida misma. Ese aspecto de la vida debe ser explicado claramente, porque en general no se lo toma en cuenta en la conversación descriptiva. Tiene que ver con la zona intermedia en que se produce la transición del sueño a la vigilia y de la vigilia al sueño. Este es el lugar para el juego y la experiencia cultural, así como el lugar que ocupan los objetos y fenómenos transicionales, testimonios de la buena salud psiquiátrica (2). Aunque la teoría de la personalidad y la vida humanas se elabora principalmente en función de las alternativas del sueño personal y la realidad compartida, si observamos sin preconceptos veremos que la mayor parte de la vida de los adultos, adolescentes, niños, niños pequeños y bebés transcurre en esa zona intermedia. La civilización misma podría describirse partiendo de esta base. Es preferible que el estudio de esa zona se realice en primer término con bebés cuidados por una madre suficientemente buena y un padre que lleva una apropiada vida hogareña. He explicado tan claramente como me es posible que lo que caracteriza a la zona de fenómenos transicionales es la aceptación de la paradoja que vincula la realidad externa con la experiencia interior. Es una paradoja que nunca debe resolverse. En relación con el bebé que aferra un pedazo de género o un osito de felpa esenciales para su tranquilidad y felicidad, símbolo de una madre o un elemento materno (o paterno) permanentemente disponibles, nunca expresamos la duda: ¿creaste eso o encontraste algo que ya estaba allí? Aunque la pregunta es pertinente y significativa, la respuesta no lo es. En lo que respecta a la monarquía, el hombre o la mujer que ocupa el trono es el sueño de cada cual, y sin embargo es una persona dotada de todas las características humanas. Sólo si estamos muy alejados de esa mujer, la reina, podemos soñar y situarla en la zona del mito. Si estuviéramos muy próximos a ella, es de suponer que nos resultaría difícil prolongar el sueño. Para mí, como para muchos millones de personas, esa mujer representa mi sueño y al mismo tiempo es un ser humano a quien puedo ver, mientras espero sentado en un taxi, cuando sale en su auto del Palacio de Buckingham para cumplir alguna función que es parte del rol que le fue asignado por el destino y en el que la mantenemos la mayoría de nosotros. Mientras maldigo por la demora que me hará llegar tarde a mi cita, sé que necesitamos la formalidad, la deferencia y las molestias del «sueño convertido en realidad». Posiblemente la mujer que es la reina también odia todo eso alguna vez, pero nunca nos enteramos, porque casi no tenemos acceso a los detalles de su vida y la persona de esta mujer particular, lo cual es necesario para que se mantenga su significado de sueño. Sin su significado de sueño, sería una vecina más. Por supuesto que intentamos levantar el velo. Disfrutamos leyendo acerca de la reina Victoria e inventamos historias a la vez sentimentales y procaces, pero en el centro de todo eso se encuentra una mujer (o un hombre) que tiene o no tiene la capacidad de sobrevivir, de existir sin reaccionar ante la provocación ni la seducción, hasta que, llegada la hora de su muerte, un sucesor designado por herencia asume esa terrible responsabilidad. Es una responsabilidad terrible porque es irreal en su completa realidad, porque donde hay vida puede haber muerte, porque en el momento crucial hay aislamiento, un grado de soledad que no tiene paralelo. Cuando examinamos esta zona intermedia en la que vivimos y jugamos, en la que somos creativos, no debemos resolver la paradoja sino tolerarla. Para aclarar este punto cabe hacer referencia a los cuadros de la Corona. Estos cuadros, que tienen un inmenso valor artístico, fueron coleccionados por la reina y sus antepasados durante siglos, y son de su propiedad. Pero al mismo tiempo pertenecen a la nación -a cada uno de nosotros-,porque la reina es nuestra reina y la encarnación de nuestro sueño. Si la monarquía fuera abolida, de inmediato esa colección de objetos encantadores se convertiría en una lista de mercancías tasadas en un catálogo, que pasarían a manos de cualquiera que tuviese abundancia de libras o dólares en un momento determinado. Tal como están las cosas, con la reina representándonos en la propiedad, no necesitamos pensar en falsos términos de valor monetario.. Resumen En consecuencia, la supervivencia de la monarquía depende: de sus cualidades intrínsecas; de su prescindencia en los altercados políticos (generalmente de carácter verbal) que se producen en el Parlamento o durante los comicios; de su dependencia respecto de nuestro sueño o nuestro potencial inconsciente total; de su dependencia de las cualidades de la mujer (o el hombre) que ocupa el trono y las características de la familia real, así como de cuestiones aleatorias de vida o muerte por accidente o enfermedad; de la salud psiquiátrica general de la comunidad, incluida una proporción no demasiado alta de personas resentidas a causa de la deprivación o enfermas a causa de las privaciones que sufrieron en sus relaciones más tempranas; de factores geográficos, y así sucesivamente. Sería un error creer que vamos a preservar lo que consideramos bueno. En última instancia será la capacidad de supervivencia del monarca real lo que decide el asunto. En la actualidad, al parecer, somos afortunados. Somos capaces de apreciar la tensión que acompaña al gran honor y privilegio de ocupar el trono de este país, un país no demasiado grande, rodeado por el mar, que una canción describía como «una agradable y un poco estrecha islita». Conclusión Mi tesis es que no se trata de salvar la monarquía. Es más bien a la inversa. La existencia ininterrumpida de la monarquía es una de las indicaciones que tenemos de que aquí y ahora se cumplen las condiciones que hacen posible que la democracia (que es un reflejo de los asuntos familiares en un marco social) caracterice el sistema político y tornan muy improbable el surgimiento de una dictadura, sea benévola o maligna (ambas se basan en el miedo). En tales condiciones los individuos, si son emocionalmente sanos, pueden desarrollar un sentimiento de ser, realizar parte de su potencial personal, y jugar. NOTAS: (1) La exposición más completa de Winnicott sobre las cuestiones aquí tratadas se encontrará en «The Use of an Object», en Playing and Reality, Londres, Tavistock Publications, 1971; Nueva York, Basic Books, 1971; Harmondsworth, Penguin Books, 1985. (2) Véase Playing and Reality, ob. cit., en especial el capítulo 1, «Transitional Objects and Transitional Phenomena». Donald Winnicott, 1896-1971