Obras de Winnicott: La píldora y la luna

La píldora y la luna

(Esta conferencia fue pronunciada en la Liga Progresista el 8 de noviembre de 1969) (1) En realidad yo nunca tomé la píldora, y es muy poco lo que sé al respecto. Pero cuando me pidieron que hablara sobre ella pensé que era una idea estupenda, y al principio parecía que era exactamente lo que yo deseaba hacer hablar de la píldora y del yo progresista. Creo que lo que me falta es inclinación por la propaganda. Sería agradable tenerla y entregarse a ella con entusiasmo y esperar que como resultado de lo que uno dice nadie volverá a tomar la píldora o nadie dejará de tomarla. Hace unos años expresé mi punto de vista en algo que publiqué en New Society (2) sobre la fase de apatía y desaliento de la adolescencia, pero, por supuesto, era un ensayo muy avanzado para la época, ya que las cosas cambian muy rápidamente, ¿no creen? Hace unos diez años la gente decía que muy pronto la píldora sería razonablemente segura y accesible y que cambiaría el panorama para los adolescentes y para todos los padres. Lo ha hecho, en efecto, y es difícil recordar el tiempo en que no era así. Lo interesante es pensar en cómo encaja esto imaginativamente en el esquema de las cosas. Supongo que no hemos cumplido realmente nuestra tarea en lo que se refiere al aspecto imaginativo de la cuestión. Días pasados me tomé un respiro -tenía muy pocos pacientes-, me senté en el suelo, que es el mejor lugar para sentarse, con un bolígrafo y un papel, y pensé: ahora haré un bosquejo de lo que voy a decir el sábado. Es fácil, porque sé lo que quiero decir, conozco los límites y las cosas que debo anotar, a, b, c, etcétera. ¡Y en todo el día no pasó nada! Lo único que resultó fue una poesía. Y la voy a leer para ustedes porque me sorprendió, pero yo no sé escribir versos, de modo que realmente no tiene ninguna utilidad. Le puse por título «La muerte silenciosa». ¡Oh tonta píldora para gente sana! ¿Por qué no esperar a conocer la voluntad de Dios? Lo que está vacío con el tiempo se llenará Y la colina preñada será arrasada. ¡Hombres! Sálganse con la suya, háganle un Jack a Jill. ¡Muchachas! Beban cuanto deseen de su clorofila. No teman un percance, saben lo que tienen que hacer, conocen una apacible y silenciosa forma de matar… la píldora De modo que, ciertamente, tomaré mi pluma: no pierdan el tiempo con la tonta píldora. Simplemente esperen hasta que lo que tenga que suceder suceda Y entonces paguen la factura. Era algo que tenía en la mente cuando comencé a escribir. Me recordó el proceso de hacer algo con un trozo de madera. Es como si pensáramos «Voy a hacer una escultura de madera», y tomáramos una gubia y un pedazo de madera de olmo y trabajáramos en él y de pronto tuviéramos la talla de una bruja frente a nosotros. Esto no significa que nos propusiéramos hacer una bruja; más bien la actividad en el medio alteró lo que estábamos haciendo y terminamos sorprendiéndonos a nosotros mismos. Comprobamos que nos salió una bruja porque el olmo hizo que las cosas sucedieran así. El proceso se puede trasponer a cualquier otra cosa -a cualquier forma artística-,incluso si resulta un poema tonto, como el mío. Nos provoca sorpresa porque hemos hecho algo inesperado. Por lo tanto, pongamos el poema a un lado y veamos qué ocurre con él. Ahora volvamos al otro lado de las cosas: la lógica consciente. Gran parte de nuestra vida es decididamente tediosa y demasiado simplificada porque olvidamos el inconsciente, lo hacemos a un lado o nos acordamos de él sólo los domingos por la mañana. Determinamos qué es lo lógico: tenemos que hacerlo. Somos gente civilizada, utilizamos nuestro intelecto, nuestra mente y nuestra objetividad. Tenemos capacidad para prever cuántas personas habrá en el mundo en el año 2000, y exactamente en qué fecha en la India ya no cabrá un alfiler. Pero no necesitamos trasladarnos a la India: podemos estimar en qué fecha ya no cabrá un alfiler en Londres. Ya estamos llegando a eso en lo que se refiere a los automóviles. De modo que podemos pensar en función de la lógica de la situación: ¿es lógico tener muchos hijos (prescindiendo de si la gente está en condiciones de criarlos), y es lógico abarrotar nuestro país con un exceso de niños? Y podemos decir: «No, no lo es». Muy bien; entonces cada pareja tendrá sólo dos hijos, o tres en caso de que alguno sea mongólico o muera de poliomielitis. Pero alguien dirá: «Entonces tengamos cuatro en caso de que yo desee muchísimo un varón y haya tenido tres niñas en serie». Sea como fuere, las cifras empiezan a subir nuevamente, y muy pronto estaremos de vuelta en el punto de partida, cuando teníamos tantos hijos como vinieran. Y tal vez ustedes comprueben que están comenzando a formarse una opinión sobre sus inhibiciones – sus inhibiciones sexuales, que quizá lleven a que no haya más niños- y de pronto descubran que están hablando de lo puramente inconsciente. En cierto sentido las inhibiciones sexuales son tan interesantes, constructivas y útiles a la sociedad como las compulsiones sexuales, de modo que todos nos estamos describiendo recíprocamente y esperando no salir demasiado mal librados. Ustedes han reflexionado mucho sobre el tema y no necesito referirme a cosas que ya saben. Estamos hablando de la población mundial, de la capacidad de ganar dinero y de educar a nuestros hijos, y dé si queremos proporcionarles una educación común o tenemos que ser capaces de enviarlos a lo que, a nuestro juicio, es una escuela que conviene a este niño particular pero podría no convenir a nadie más. Todo gira en torno de pensar detenidamente las cosas, y a Dios gracias tenemos un cerebro y podemos pensar detenidamente las cosas y obrar en consecuencia. La lógica del asunto nos lleva a reconocer que es sensato no tener una cantidad ilimitada de hijos, y esta opinión quizá la comparta incluso alguien que haya tenido una docena. Hay un modo de analizar esta cuestión de pensar cuidadosamente y de lo que ocurre en realidad, y nos damos cuenta de que la correlación entre ambas cosas no es muy elevada. Pensamos cuidadosamente y vemos lo que ocurre y las dos cosas se relacionan de un modo nuevo. Por lo tanto, veamos ahora un caso. Se trata de una muchacha de 16 años; lo que necesitaba de mí era que le dijese que tenía una lesión cerebral. Comenzó la vida con una desventaja: al nacer estaba azul porque tenía el cordón umbilical enrollado en el cuello. Estuvo a punto de morir, y cuando superó el trance sus células cerebrales habían sufrido un daño. No estaba muy dañada: tenía simplemente una personalidad superficial contra la que había estado luchando durante toda su vida. Tan pronto como ingresaba en una escuela, todo el mundo le decía: «Si te esforzaras podrías hacerlo mejor». De modo que ella se esforzaba e intentaba mejorar una y otra vez, pero nadie le decía: «Todo esto tiene poco que ver con el problema». Era muy bonita y atractiva y muy precoz emocionalmente. Cuando vino a verme traía un libro y me dijo: «Estoy leyendo este libro y me parece muy interesante», y el libro era interesante. Pero uno podía darse cuenta de que a ella le resultaba difícil ver en el libro lo que hubiéramos visto ustedes y yo, porque no podía captarlo, no lo captaba, no del todo. Jugamos a hacer garabatos entre ambos, alternándonos, y a uno de sus garabatos obviamente había que convertirlo en una cabeza y un cuerpo, y había una cosa en él, una cuerda. Le dije: «Hay una cuerda alrededor de ese niño, hay una soga alrededor de su cuello». Ocurrió por casualidad cuando jugábamos de ese modo, y seguimos el juego. Entonces me dijo: «A propósito, yo nací con un cordón alrededor del cuello». Se lo habían contado. «Mira», le contesté, «aquí está dibujado». «¿De veras?», dijo. A ella el dibujo no le había hecho pensar en eso. Pero en el transcurso del juego surgió ese material, y haciendo averiguaciones me enteré de que había sucedido realmente; no se trataba de una leyenda familiar. De modo que hablamos sobre ello y le dije: «Mira (no intenté protegerla), naciste con esa cosa alrededor del cuello, estabas azul y quedaste dañada al nacer, y has estado luchando y tratando de progresar a pesar de eso. Tienes una capacidad cerebral limitada, pero es un problema que a veces mejora con el tiempo, y si eres capaz de esperar tal vez descubras que puedes hacer algo al respecto; aún no lo sé. Pero el hecho es que tu problema no consiste en que no te estés esforzando, sino en que tienes el cerebro dañado». Volvió a su casa, y su reacción fue decirle a la gente: «Creo que alguien me entendió por fin». De una situación enormemente compleja surgió tan sólo eso, y a partir de entonces las cosas cambiaron para ella. Establecimos una relación muy buena; ahora me puede usar y hago que la cuiden de modo que pueda llevar una vida normal, sin que nadie espere de ella que haga lo que no puede hacer, porque se requeriría un grado de rendimiento en su personalidad y en su capacidad intelectual que está fuera de su alcance. De tanto en tanto tiene crisis terriblemente agudas, y cuando eso sucede trastorna a la familia y a quienquiera que esté cerca, incluso a los animales. Sus padres no la pueden tener en la casa porque, aunque la quieren mucho, no soportan que su hogar se vea súbitamente perturbado cuando ella se enfrenta con algo que es incapaz de tolerar. De modo que un día me telefonearon y me pidieron que la fuera a ver, lo que hice de inmediato. El motivo de la crisis era el siguiente (ahora volvemos al tema de la píldora). Ella había ido a una fiesta. No suele hacerlo porque es muy atractiva y siempre hay alguien que lo advierte sin tardanza, y a los diez minutos lo está pasando estupendamente y la fiesta es magnífica, pero, ¿qué pasa luego? Ella no es capaz de manejarlo. Tiene ideas muy firmes acerca de lo que le agrada y de lo que le desagrada, de lo que está bien y lo que está mal, y también instintos muy fuertes. Pero esta vez conoció a un hombre que le gustaba. Eso era lo importante. Lo que le hacía muy difícil rechazarlo. De modo que si después de la fiesta no se acostaba con él, no habría sabido cono enfrentar la frustración; no es capaz de hacerlo mediante el trabajo del sueño ni de otro modo. Permaneció con él toda la noche pero lo rechazó, y él la respetó. Ella se sintió destrozada, desilusionada porque él no la había violado, asumiendo toda la responsabilidad; también porque lo respetaba y sabía que si sus amigos se enteraban de que había pasado la noche con ella y no la había poseído, lo despreciarían. Lo había puesto en la situación de tener que volver a su casa y mentir o bien decir: «Ella no quiso», lo que no sería nada bueno. Respetaba todo esto, se sentía destrozada, en un estado terrible, y había trastornada a sus familiares, quienes, aunque habituados a esas situaciones, estaban desorientados. Dicho sea de paso, el hombre era negro, un africano, lo cual no parecía establecer ninguna diferencia para la familia. No era ésa la raíz del problema, aunque a ella la excitaba la idea de hacer el amor con un negro. Pero esto es algo que habría que analizar pon separado. De modo que el hombre actuó con corrección, y eso la trastornó hasta el frenesí y al mismo tiempo le produjo un tremendo alivio; estaba desgarrada por un conflicto que no podía dominar. «Sabe». me dijo. «el problema es que todo esto no tiene nada que ver con el sexo; tiene que ven con la píldora. Todas mis amigas toman la píldora. Si yo no puedo tomarla me siento inferior y pueril.» Sus padres le habían dicho que sólo podría tomar la píldora cuando, después de haber estarlo en tratamiento durante algún tiempo, iniciara una relación con alguien con quiera fuera a convivir. Pensaban que era un buen recurso para aplazar la cuestión, de modo que le dijeron: «Nada de píldoras todavía, y nada de anticonceptivos; tienes que contenerte». En realidad, el caso es que para esta chica de 16 años la píldora era un tremendo símbolo de status. Si hubiera estado tomando la píldora, se habría sentido bien. Las personas como ella piensan que si algo fuera diferente, todo estaría bien. «Si tuviera la píldora», me dijo, «no la tomaría; pero tengo que tenerla. Y si mi dicen que tengo sólo 16 años y que no puedo usarla, tengo que ir y conseguirla. Puedo conseguirla, y entonces la tomaré, y eso es todo.» Ella es así porque todo está exagerado por el hecho de que su realidad interna carece de una profundidad que le facilite elaborar las cosas. Cuando ingresó en el establecimiento al que concurre ahora, que es bastante bueno, vino a verme y me dijo: «He pasado el día más hermoso de mi vida». «¿Qué hiciste?», le pregunté, pensando que habría hecho el amor con una serie de negros. «Caminamos por la orilla de un arroyo encantador y atrapamos renacuajos», me contestó. Sin embargo, desde su punto de vista, no tener la píldora y que se la le prohibieran era algo intolerable. Todo estaba exagerado. Creo que a veces podemos mirar las cosas de ese modo y comprender. Les hablaré de otro caso. Una mujer muy inteligente, que en su niñez había sufrido depravación, viene a verme con regularidad. Se casó y tuvo hijos, pero actualmente está divorciada y se siente muy sola. Al mejorar con el tratamiento comenzó a soltarse un poco, y entonces un hombre la invitó a cenar. Bien, ella ahora es libre, puede salir a cenar, se sintió muy contenta con la invitación. Y entonces, por supuesto -no me explico cómo llegan a ocurrir esas cosas-, de un modo u otro se encontraron juntos en una habitación. «No sé en qué piensa la gente en estos días», me dijo. «En 1969 parecen pensar que todo el mundo toma la píldora. No he pensado en el sexo durante diez años y no tomo la píldora. El no llevaba consigo ningún anticonceptivo, de modo que tuve que recurrir al viejo pretexto de la menstruación». Pero la idea le parecía muy extraña, ¿comprenden? Decía: «¡Qué cosa más rara! Un hombre quiere dormir con una mujer y presume que ella toma la píldora. Es el lenguaje de 1969, ¿no es así?». Esto tiene que ver con el hecho de considerar las cosas desde el punto de vista de la lógica, aunque la mujer de quien les hablo es muy inteligente y puede considerarlas desde diferentes puntos de vista. Lo que intento mostrarles es que en mi opinión hay una zona no resuelta en la que la lógica y los sentimientos, la fantasía inconsciente y demás no concuerdan. No se relacionan adecuadamente entre sí, no se aclaran recíprocamente y tienen que mantenerse separados, y nosotros debemos tolerar las contradicciones. Por supuesto, podemos resolver cualquier problema refugiándonos en el área del intelecto escindido. Allí, en algún lugar, estamos libres de sentimientos: somos dialécticos, podríamos decir. Oponemos esto a aquello y de ese modo resolvemos cualquier problema imaginable. O lo resolveremos algún día. Pero si no nos refugiamos en el intelecto escindido, ¿no creen que tendríamos que decir: «Bien, algunos problemas son insolubles y debemos tolerar las tensiones»? Es lo que estoy tratando de mostrar con el ejemplo de la muchacha que tenía limitaciones porque al nacer había sufrido una lesión cerebral. Le resultaba difícil tolerar las tensiones que inevitablemente nos acompañan y que hacen que dudemos de todo y que valoremos la duda. Porque la certidumbre y la cordura son terriblemente aburridas. Por supuesto que la locura también lo es, pero hay algo que la mayoría de las personas pueden tolerar en cierta medida: la incertidumbre. Deseo referirme ahora a algo sobrecogedor, aunque seguramente ustedes ya se lo habrán dicho a sí mismos, de modo que lo que voy a decir no tiene nada de destacado ni de original. Digo que estamos hablando de matar bebés. No de matar bebés porque sean anormales, porque sean mongólicos, espásticos o defectuosos. A los que lo son los protegemos sin demora, les prodigamos cuidados especiales, nos ayudamos mutuamente para hacerlo. Estamos hablando de matar bebés al margen de esta complicación. Es un tema delicado, y de inmediato comprobamos que no queremos pensar en él. Estamos hablando de la lógica de Malthus y de su sensatez, y no queremos que nos fastidien con todo eso. Pero, les pregunto, ¿no tendría que preocuparnos esta cuestión? Cuando era niño y tenía ratones, si manoseaba a las crías, la madre decía: «Bien, los devolveré al lugar de donde salieron», de modo que se los comía y empezaba de nuevo. Los gatos hacen lo mismo. No creo que lo hagan los perros, pero a los perros se les ha enseñado durante un millón de años a no ser lobos, de modo que están domesticados, a menos que tengan la rabia. Creo que mi ratona estaba resolviendo el problema cuando decía: «No necesito de ninguna píldora, porque si me parece que estos bebés no van a poder crecer en un ambiente adecuado, que huelen como las manos de ese niño, simplemente me los como y empiezo de nuevo». Así de sencillo. Creo -aunque no estoy seguro, porque en estos casos es difícil deslindar la realidad de la mitología- que hubo una época en que los aborígenes de Australia se comían a algunos de sus hijos (3). Esta era su manera de resolver el problema de población. Y no lo hacían porque odiasen a los niños. De lo que estoy hablando es de que cuando se considera que el ambiente no puede proporcionar los recursos necesarios para sostener a tantos niños, siempre se encuentra un método, sea cual fuere. Hasta hace poco el mundo contaba con un método muy bueno. Las personas morían como moscas de disentería y otras enfermedades, pero vinieron los médicos y dijeron: «No tienen por qué morir de disentería, malaria, ni ninguna otra enfermedad o epidemia». Por lo tanto, debe pensarse en la población de otro modo, porque ya no es posible dejar que Dios se encargue de matar a todo el mundo, por así decirlo, aunque, por supuesto, podemos hacer la guerra y la gente puede matarse entre sí de esa manera. Si hemos de ser lógicos, tendremos que abordar un tema difícil: ¿a qué bebés mataremos? ¿A partir de qué edad se los puede considerar seres humanos? La mayoría de las personas están de acuerdo en que cuando nacen a término son seres humanos. Por consiguiente, no los mataremos. Entonces pensamos en el período inmediatamente anterior al nacimiento y decimos: «No mataremos a los bebés viables». Acudimos a los médicos y les preguntamos: «¿A qué edad es viable un bebé?». Y ellos dicen que es viable cuando tiene un peso determinado, un kilo ochocientos, un kilo cuatrocientos, un kilo doscientos, y gradualmente siguen rebajando, como en una subasta a la inversa. De modo que pedimos la opinión de los médicos en cuanto a qué es homicidio y qué no lo es, retrocedemos un poco más en el tiempo y decimos: «De acuerdo. Aborto. Está decidido». Justamente ahora estoy asesorando a una joven que es feliz en su matrimonio pero también muy inestable, y cuando su marido fue reclutado y enviado al Este supe que ella no sería capaz de manejar la situación. Por lo tanto no me sorprendí cuando me llamó por teléfono y me dijo: «Mire, estoy embarazada, no me gusta el hombre, odio la idea de romper mi matrimonio y me siento aterrada». No pude comunicarme con el padre inmediatamente y por lo tanto hice que abortara. Lógicamente todo el mundo está muy contento de que así haya sido, y la joven estaba en condiciones de recibir a su marido cuando éste regresó, y tuvieron otros dos hijos y el hogar no quedó desbaratado por la presencia en él de un extraño nacido de una aventura amorosa no deseada que ella no pudo evitar porque no tiene capacidad para soportar ciertas cosas que le suceden. Todo es muy lógico. Pero, ¿y la joven? Aún se siente acongojada por haber dado muerte al niño que llevó durante tres meses en su seno, pero puede soportarlo, y puedo hablar con ella al respecto y ella sabe que se siente muy mal por lo que pasó. De modo que no se trata sólo de lógica, ¿no es así? Hubo un homicidio. Estamos hablando de algo realmente tremendo. Retrocediendo más aún en el tiempo, está el caso de una muchacha a quien se le pidió, cuando tenía 18 años, que colaborara en un hospital psiquiátrico. El hospital estaba ansioso por ayudar a todos los jóvenes internados en él, de modo que la pusieron en estrecho contacto con un joven, un esquizofrénico, y ella le hizo mucho bien, les puedo asegurar. Sólo que, al mismo tiempo, quedó embarazada. La madre de la chica pensó que el hospital había actuado con mucha irresponsabilidad y le prohibió a la hija que siguiera yendo a ayudar en el sector. Y dijimos: «Bien, esta joven debe abortar sin pérdida de tiempo». Hice todos los arreglos, y tuve que insistir, porque lo que sucede en estos casos es que los médicos dicen: «Hay que pensarlo bien», y uno vuelve dos meses después y la madre ya ha comenzado a orientarse hacia el bebé, y para entonces un aborto resultaría traumático. A menudo ya es demasiado tarde y después ella tendrá que cargar con un bebé no deseado y habrá en el mundo un bebé que no fue deseado, lo cual es un terrible problema. Como quiera que sea, apresuré las cosas y sorteé todos los obstáculos, y la joven se libró del bebé cuando aún no había comenzado a orientarse hacia él. De modo que está muy bien y no experimenta culpa gracias a que se hizo todo eso. Actualmente proyecta casarse con el joven ex esquizofrénico y piensan tener hijos cuando se sientan más afirmados. Lo que pido es que retengamos el aspecto emocional y fantaseado de las cosas sin privarnos del extremo de la lógica, porque creo en la objetividad y en mirar de frente las cosas y hacer algo al respecto, pero no en cultivar el aburrimiento olvidando la fantasía inconsciente. Esta no es muy popular, ya se sabe. Nadie muestra menos tolerancia hacia ella que el público corriente. El extremo de la lógica nos ha dado la píldora y su uso, y sé que es muy importante y me doy cuenta de que el mundo puede usarla. Pero lo que sugiero es que todos nos sentimos insatisfechos si eso es todo lo que hacemos al respecto, y tenemos que advertir que la píldora es lo que he llamado «La muerte silenciosa». Mi «poema» encierra una buena dosis de conflicto y no resuelve nada, pero me lleva en forma inesperada a lo que no sabía en absoluto que iba a decir: que en la imaginación la píldora es la muerte silenciosa de los bebés. La gente tiene que ser capaz de experimentar sentimientos al respecto. Conozco bien el tema porque me ocupo de los niños. Veamos lo que ocurre con el hijo menor de una familia. He comprobado que ese niño ha matado a todos los otros que no nacieron después de él. En muchos casos debe hacer frente a un terrible sentimiento de culpa por haber matado a todos los otros niños. De modo que todo esto nos resulta familiar una vez que nos hemos habituado a la fantasía que impera en la vida de los niños. Tal vez piensen que lo que he estado diciendo es: «Muy bien, vamos a poner en claro que la píldora mata bebés, de modo que, por supuesto, no debemos usarla»; pero no es así. Digo tan sólo: «De modo que, por supuesto, reconocemos que en ocasiones decimos; `Sí, matamos bebés, pero lo hacemos de una manera tremendamente respetable». No porque los odiemos; no se trata de eso. Matamos bebés porque no podemos proporcionarles un ambiente adecuado en el que puedan crecer. Pero abordamos cosas muy primitivas cuando recurrimos a la destrucción, la cual se vincula a las relaciones objetales. En cierto sentido son las relaciones objetales, más que el odio, lo que lleva a la destrucción. Mi problema es que no puedo orientarme hacia un tema sin concentrarme y desarrollar tensión, y cuando estoy hablando sobre un tema en cualquier parte, al igual que otras personas, sueño con él. Anoche tuve dos sueños. En el primero, yo estaba en una reunión. No como ésta, sino más bien como el congreso psicoanalítico celebrado este año en Roma, al que no asistí. Había allí una familia completa: hombres, mujeres y niños. Había muchísima gente. Todo estaba saliendo bien cuando de pronto la hija de la familia irrumpió como una tromba. Entró precipitadamente y se puso a telefonear a todos lados, incluso al hotel, diciendo: «¡Mamá perdió su cartera! (quiero que entiendan esto: tal vez la vuelva a encontrar, pero mientras esté perdida todos tenemos que buscarla». Todo el mundo se declaró en huelga -nada de congreso, nada de nada- y se puso a buscar la cartera de mamá. He aquí, pues, algo que debemos tolerar si pensamos en el contenido imaginativo de usar la píldora: lamentablemente, no puede impedirse que incluya la fantasía de que la mujer pierde su feminidad. El otro sueño fue, creo, un sueño masculino. Me interesó porque había un objeto blanco muy hermoso: la cabeza de un niño. No era una cabeza esculpida, sino la representación bidimensional de una escultura. En el sueño me dije a mí mismo: «El efecto de claroscuro está tan bien logrado que podemos despreocuparnos del grado de exactitud con que se ha representado esa cabeza y reflexionar sobre algo más que está allí implícito: el significado de lo claro y lo oscuro». Antes de despertar me dije también: «No tiene nada que ver con lo blanco y lo negro del problema de los negros, sino con un nivel más profundo: lo blanco y lo negro que hay en el ser humano». De eso se trataba. Y entonces comprendí -ya que actualmente me levanto a menudo durante la noche y me agrada mucho la Luna- que sin duda se trataba de la Luna. Y también supe que era la Luna porque de pronto pensé: «¡Maldición! ¡Hay una bandera norteamericana allí!». Y cuando empecé a recuperar la lógica me di cuenta de que había vuelto al tema de la menstruación y de la mujer que dijo: «Tuve que recurrir de nuevo a la menstruación». El hecho es que aquí estamos frente a algo muy primitivo que tiene que ver con la Luna y su relación con las mujeres y con el modo como el mundo se ha desarrollado. Terminé diciendo: «La prueba que debe superar nuestra civilización en la actualidad -la prueba cambia de día en día-, la prueba hoy es: ¿podemos, como poetas, recuperarnos del alunizaje norteamericano?». Dice la canción: «Te di la Luna, muy pronto te cansarás de ella». Yo ya estoy cansado de ella, totalmente. Pero cuando los poetas comiencen a escribir nuevamente sobre la Luna como si nadie la hubiera hollado, como si significara muchas cosas -como significa para ustedes y para mí cuando la vemos en el cielo, cuando vemos sus fases, su majestad y su misterio-, entonces podremos volver a la época en que desentrañábamos lo que todo ello significa, en que sabíamos lo que significan lo claro y lo oscuro. Si somos capaces de volver a la poesía y recuperarnos del desembarco norteamericano en la Luna antes de que lo hagan en Venus, podremos creer que aún hay esperanzas para nuestra civilización. Curioso modo es éste de terminar mi conferencia cuando en realidad estoy hablando de la píldora. Pero desde mi punto de vista, como nunca vi una y ciertamente nunca la he tomado, la píldora podría muy bien parecerse a la Luna. Tal vez sean cosas de mi imaginación. Alunizaje Se dice Que llegaron a la Luna Plantaron una bandera una bandera rígida, por supuesto (allí no soplan los dioses) II Listos y audaces Yo hubiera temido Sentido pánico Dudado Cometido un error Perdido el conocimiento Saltado, gritado, reído, sufrido Un ataque de nervios Pero no ellos III ¿Qué Luna? Imaginaron un espacio, Idearon, en una computadora, Una complejidad casi infinita, y entonces Exploraron su finitud. Después Hicieron pie en ella, plantaron una bandera rígida, Y volvieron a casa llevándose unas piedritas, pero no para que jueguen los niños IV ¿Acaso algo ha cambiado? ¿Es ésta la pauta del triunfo del hombre, el sello de su grandeza, el punto culminante de la civilización, lo que dará impulso a la vida cultural humana? ¿Es éste el momento de entronizar un dios que se siente complacido por sus esfuerzos creativos? V No para mí Esa no es mi Luna Símbolo de la fría pureza Señora de las mareas La que regula las fases del cuerpo femenino el faro inconstante pero predecible para el pastor astrónomo, que variablemente ilumina la negra noche o engendra murciélagos, fantasmas, brujas y cosas que espantan VI Esa no es la Luna de la ventana mágica Del sueño personal de Julieta en el balcón (Voy, nodriza) VII Mi Luna no tiene una bandera Ninguna bandera rígida Su vida está en su activa belleza En su luz variable En su luminosidad. . . NOTAS: (1) Sólo se conserva la grabación efectuada en esa oportunidad, y el lector no dejará de notar el carácter informal del lenguaje utilizado. Al doctor Winnicott le agradaba hablar en la Liga Progresista y el público disfrutaba oyéndolo; esto se advierte claramente en la grabación, era las risas y ruidos de un auditorio entusiasta. Lamentablemente, en unos pocos pasajes esos ruidos ciertas observaciones que el doctor Winnicott intercaló a causa, posiblemente, de su vacilación en abordar en público un tema tan difícil y a la vez tan serio. Ha sido, pues, necesario introducir algunas modificaciones, pero éstas consisten principalmente en supresiones; no hay palabras ni frases que no sean del disertante, y el orden en que éste presentó el material ha sido respetado estrictamente. El título original de la conferencia era «La píldora». Pero el sueño que el doctor Winnicott narra en la parte final, lo mismo que las palabras con que concluye su disertación, parecían llevar naturalmente al poema que escribió sobre el alunizaje de julio de 1969. Por lo tanto hemos incluido el poema al final y modificado el título en atención a él. (2) 25 de abril de 1963. Véase también: «Adolescente: Struggling Through the Doldrums», en The Family and Individual Development, Londres, Tavistock Publications, 1965. (3) J. G. Frazer menciona en La rama dorada que en algunas tribus de Nueva Gales del Sur existía la costumbre de comer al primogénito. Donald Winnicott, 1896-1971