Obras de Winnicott, La psicología de la locura: una contribución psicoanalítica, 1965

La psicología de la locura: una contribución psicoanalítica, 1965

Trabajo preparado para la Sociedad Psicoanalítica Británica, octubre de 1965. L’La práctica del psicoanálisis durante treinta y cinco años no puede sino dejar sus huellas. En mi caso, hubo cambios en mi formulación teórica que traté de enunciar a medida que se iban consolidando en mí. Con frecuencia, lo que yo descubría ya había sido descubierto, y hasta mejor enunciado, por Freud o por otros psicoanalistas, o por poetas y filósofos, lo cual no me ha disuadido de continuar escribiendo (y de leer ante algún público, cuando dicho público existe) la última criatura de mi cerebro. En este momento estoy enfrascado en la idea de que la teoría psicoanalítica tiene algo que aportar con respecto a la teoría de la locura, o sea, la locura que se presenta clínicamente ya sea bajo la forma del miedo a la locura, o como alguna otra especie de manifestación insana. Trataré de enunciar esto, aunque termine comprobando que sólo estoy enunciando algo que es (psicoanalíticamente) obvio. Nosotros tenemos la única formulación realmente útil que existe sobre la forma en que el ser humano se desarrolla psicológicamente desde el ser inmaduro y absolutamente dependiente que es al comienzo hasta el adulto maduro y relativamente independiente. La teoría es demasiado compleja y resulta difícil enunciarla de modo sucinto, y sabemos que hay grandes lagunas en nuestra comprensión. No obstante, la teoría existe, y con ella el psicoanálisis ha hecho una contribución que goza de aceptación general, aunque habitualmente no es reconocida. A menudo se ha dicho, con referencia a la teoría psicoanalítica, que en el desarrollo del niño normal hay un período de psiconeurosis. Sería más correcto sostener que en el apogeo de la fase del complejo de Edipo, antes de que se inicie el período de latencia, es previsible que se presenten toda clase de síntomas en forma transitoria. En rigor, a esta edad la normalidad puede describirse en función de esa sintomatología, de modo tal que la anormalidad se asocia con la ausencia de algún tipo de síntoma o la canalización de la sintomatología en una dirección única. En esta fase no son las defensas mismas las que constituyen la anormalidad, sino su rigidez. Las defensas en sí no son anormales, y el individuo las organiza a medida que emerge de la dependencia hacia una existencia independiente, basada en el sentimiento de identidad. Esto pasa a primer plano de una manera nueva y significativa en la adolescencia. Es en esta fase cuando la provisión cultural, tal cual se manifiesta esta en el ambiente inmediato del niño o en las pautas familiares, altera la sintomatología, aunque desde luego no produce las mociones y angustias subyacentes. Lo que en este contexto se llaman «síntomas» no tendría que ser denominado así en la descripción de un niño, ya que la palabra síntoma connota patología. Cabe mencionar dos cuestiones colaterales. Una de ellas, muy interesante, es expuesta por Erik Erikson, quien muestra que una comunidad puede moldear lo que aquí llamamos sintomatología en direcciones que a la larga resultan valoradas positivamente por dicha comunidad (1). La segunda tiene que ver con el efecto de una ruptura del ambiente inmediato del niño en esta etapa, que lo vuelve incapaz de desplegar toda la variedad de síntomas apropiados, o lo obliga a adecuarse a algún aspecto del medio o a identificarse con él, perdiendo así experiencia personal. A este amplio ámbito de manifestaciones pertenecientes al período de prelatencia es aplicable la temática de la sintomatología perversa polimorfa de la niñez, descrita por Paula Heimann (2); manifestaciones que denominaríamos síntomas si se presentaran clínicamente cuando el individuo ya ha alcanzado la edad en que, según se presume, es un adulto. Es comprensible que surgiera la idea de que, según la teoría psicoanalítica, todos los niños son psiconeuróticos, pero un examen más atento revela que esto no forma parte de la teoría. No obstante, podemos diagnosticar enfermedad en niños de esta edad, y a esa enfermedad habría que llamarla psiconeurótica porque no es psicótica; y comprobamos que la base de nuestro diagnóstico no es la observación de la sintomatología sino una evaluación cuidadosa de la organización defensiva, en especial su rigidez generalizada o localizada. Con la extensión posterior de la teoría psicoanalítica debido a los nuevos trabajos sobre la psicología del yo y sobre el estadio de dependencia absoluta del niño respecto de su madre; etc., hemos llegado a una nueva temática: Alcanzamos diversas teorías que conectan la práctica psicoanalítica con la terapia de la psicosis. En este contexto se entiende por «psicosis» la enfermedad que tiene su punto de origen en las etapas del desarrollo individual anteriores al establecimiento de la pauta de la personalidad individual. Es obvio que el auxilio del yo recibido de la figura o figuras parentales es de suprema importancia en esta primerísima etapa que, empero, puede describirse en función del, infante individual, a menos que haya una deformación producida por una falla ambiental o una anormalidad. El psicoanálisis ha llegado ahora a ocuparse de la etiología de la enfermedad que está dentro del territorio de la esquizofrenia (adviértase que en este contexto es preciso saltar por encima de los problemas que plantea la etiología de la tendencia antisocial y de la depresión, cada una de las cuales exige un tratamiento por separado). Hay una enorme resistencia, en especial entre los psiquiatras que no son de orientación psicoanalítica, a considerar que la esquizofrenia es psicológica, vale decir, que al menos teóricamente puede ser objeto de prevención y de curación. En cualquier caso, los psiquiatras tienen sus propios problemas. Cada uno de ellos debe atender una inmensa cantidad de casos graves, y está siempre amenazado por la posibilidad de que se suicide alguno de, los pacientes que se encuentran bajo su cuidado inmediato; además, están los pesados fardos asociados con la responsabilidad por la certificación acerca del estado del paciente, y con la prevención del asesinato y el maltrato de niños, por ejemplo. Por otra parte, el psiquiatra debe hacer frente a la presión social, ya que todos los individuos que tienen que ser protegidos de sí mismos o aislados de la sociedad quedan inevitablemente a su cuidado, yen definitiva no puede negarse a atenderlos, Puede rehusarse a atender. un caso, pero eso significará que tendrá que hacerlo algún otro colega. No cabe esperar que la psiquiatría acoja con beneplácito el estudio de un paciente psicótico individual, siendo que dicho estudio parece mostrar que la etiología de la enfermedad no depende totalmente de la herencia, aunque la herencia y los factores constitucionales son a menudo importantes. Sea como fuere, la tendencia imperante en el estudio psicoanalítico de la psicosis apunta a la teoría de un origen psicológico. Curiosamente, parecería que en la primerísima etapa de las psicosis, o sea, cuando la dependencia es absoluta, no sólo opera el factor hereditario sino también un factor ambiental. Dicho en otros términos, las tensiones y sobrecargas internas propias de la vida e inherentes al vivir y al crecer parecen encontrarse, típicamente, en la normalidad relacionada con la psiconeurosis -que sería la evidencia de una falla-, mientras que al profundizar en la etiología del psicótico, uno se encuentra con dos tipos de factores externos: la herencia (que para el psiquiatra es algo externo) y la distorsión ambiental en la fase de dependencia absoluta del individuo. En otras palabras, la psicosis está vinculada con las distorsiones en la fase de formación de la pauta de la personalidad, en tanto que la psiconeurosis corresponde a las dificultades experimentadas por individuos cuyas pautas de personalidad pueden darse por sentadas, en el sentido de que están constituidas y son suficientemente sanas. La extrema complejidad de la teoría o teorías sobre el desarrollo de la primera infancia ha llevado a la gente a formular un interrogante que es semejante a éste: «¿Son todos los niños neuróticos?». La nueva pregunta es: «¿Todo bebé está loco?». No es posible responder, a esta pregunta en unas pocas palabras, pero en primera instancia la respuesta tiene que ser sin duda negativa. La teoría no hace suya la idea de que exista una fase de locura en el desarrollo infantil. Sin embargo, hay que dejar abierta la posibilidad de que se formule una teoría en la cual cierta experiencia de la locura (cualquiera sea el significado atribuido a ésta palabra) sea universal; esto implicaría que, por más que un niño esté muy bien atendido en su muy temprana infancia, es imposible suponer que no haya habido oportunidades de que su personalidad, tal como está integrada en un momento dado, sufriera una tensión excesiva. Debe concederse, no obstante, que en líneas generales hay dos tipos de seres humanos: los que no arrastran consigo una experiencia significativa de derrumbe o quebrantamiento psíquico en su muy temprana infancia y los que sí la arrastran, y por ende deben huir de dicha experiencia, flirtear con ella, temerle y, hasta cierto punto, estar siempre preocupados por esta amenaza. Cabe afirmar, verdaderamente, que esto nos es justo. Importa enunciar ese hecho:. el estudio psicoanalítico de la locura, sea cual fuere el significado de ésta, se realiza principalmente sobre la base del análisis de los llamados «casos fronterizos». No es probable que los progresos en la comprensión de la psicosis provengan del estudio directo de enfermos muy gravemente quebrantados por la locura. Así pues, la labor actual de los analistas está sujeta a la crítica de que lo que es válido para un caso fronteriza puede río serlo para un caso de derrumbe de locura organizada. De todos modos; por el momento es preciso trabajar en lo que se pueda como desarrollo natural de la aplicación de la técnica psicoanalítica a los aspectos más profundamente perturbados de la personalidad de nuestros pacientes. Parece improbable que haya alguna locura que corresponda enteramente al presente. Esta manera de concebir la locura recibió una importante corroboración de los trabajos sobre la parálisis general progresiva. Esta enfermedades causada por una perturbación orgánica del cerebro, pese a lo cual es posible hallar en la psicología del paciente una enfermedad que le pertenece específicamente a él y a su carácter y personalidad, cuyos detalles derivan de su historia temprana. Así también un tumor cerebral puede producir una enfermedad psíquica, que es como si estuviera latente en el individuo pero sólo pudo volverse manifiesta a raíz de la enfermedad orgánica. Caso clínico: Un chico al que atiendo fue llevado al hospital porque en la escuela los demás niños habían empezado a intimidarlo. El desarrollo de esta tendencia a ser intimidado fue en él gradual y constante, y precisamente ese desarrollo constante hizo pensar en que tal vez existiera una causa física de enfermedad. Pocos meses después del momento, indefinido, en que comenzó el problema, ya era una persona que provocaba persecución y castigos. Padecía de un quiste en la «silla turca» y a medida que éste fue aumentando de tamaño y dando origen agresión intercraneal con papiledema, se convirtió en un caso paranoide cabal. Extirpado el quiste, poco a poco volvió a ser como era antes de la enfermedad, ajeno ,a toda tendencia paranoide. El quiste no pudo empero ser totalmente extirpado, y después de unos años la enfermedad retornó junto con un nuevo aumento de tamaño de aquél. En la actualidad, Ronald Laing y sus colaboradores están haciéndonos observar que la esquizofrenia puede ser el estado normal en un sujeto que ha crecido o está creciendo dentro de un ambiente dominado por personas con rasgos esquizofrénicos. El material clínico de Laing es muy convincente, aunque hasta ahora no ha hecho extensiva la argumentación lógica por él utilizada a un examen de la misma cuestión en términos de la relación parento-filial tal corno se da en el período de dependencia absoluta o casi absoluta. Si ampliara su obra en esta dirección, estaría próximo a una elucidación significativa’ de la etiología de la esquizofrenia. Entretanto, está haciendo observaciones importantes sobre ciertos pacientes esquizofrénicos, y su labor puede ser aplicada ya al campo del manejo-tratamiento de algunos enfermos mentales a quienes se rotula de esquizofrénicos. En mi artículo «La psicosis y el cuidado del niño», que produje en 1952, me sorprendí a mí mismo al afirmar que la esquizofrenia es una enfermedad generada por una deficiencia ambiental, o sea, una enfermedad que depende más que la psiconeurosis de determinadas anormalidades del ambiente. Cierto es que hay asimismo poderosos factores. hereditarios en algunos casos de esquizofrenia, pero debe recordarse que desde una perspectiva puramente psicológica los factores heredados son ambientales, o sea, externos a la vida y la experiencia de la psique individual. En dicho artículo yo me aproximaba más a una enunciación sobre la locura de lo que pretendo hacer aquí y ahora. En mi enfoque de esta temática central pero muy simple, deseo incorporar también la ideé del miedo a la locura. Este miedo es algo que domina la vida de muchos de nuestros pacientes. Sobre este tema, he escrito algo que puede considerarse como un axioma: la locura temida es una locura que ya ha sido experienciada. En mi opinión, este enunciado contiene una verdad importante, pero no es del todo verdadero. Es preciso modificarlo, lo cual me llevará al punto central del presente trabajo. Prosiguiendo con el tema en estos términos, diré que una proporción significativamente grande de personas -algunas de las cuales están bajo atención analítica o psiquiátrica- viven en estado de miedo que puede reconducirse a un miedo a la locura: Tal vez cobre la forma de un miedo a la incontinencia, o a gritar, en público, o tal vez el individuo, sienta pánico -o miedo al pánico, que es peor aún-; puede experimentar asimismo la sensación de una catástrofe inminente, así como otros diversos miedos graves, cada uno de los cuales contiene un elemento ajeno a la lógica. Por ejemplo, un paciente puede estar dominado por un miedo a morirse que nada tiene que ver con el miedo a la muerte, sino que es exclusivamente un miedo a morirse sin que en ese momento haya nadie presente, o sea, nadie preocupado por él de un modo directamente derivado de las primerísimas relaciones parentofiliales. Estos pacientes pueden organizar su vida de manera de no quedar nunca a solas. Al tratar de recibir lo que estos pacientes quieren comunicarnos cuando le damos una oportunidad (como lo hacemos especialmente en el psicoanálisis), nos encontramos con un miedo a una locura que vendrá. Es valioso para nosotros, aun cuando no lo sea de hecho para el paciente, saber que el miedo no es a una locura que vendrá sino a una locura que ya ha sido experienciada. Es el miedo a un retorno de la locura. Cabría esperar que una interpretación de acuerdo con estos lineamentos mejoraría la situación, pero en verdad es improbable que cause algún alivio en el paciente, salvo en la medida en que a éste pueda aliviarlo la comprensión intelectual de lo que probablemente sobrevendrá en el curso ulterior del análisis. La razón de que no obtenga alivio es que a él le interesa recordar la locura experienciada. De hecho, puede insumir mucho tiempo recordar y revivir ejemplos de locura, que son como recuerdos encubridores. El paciente tiene necesidad de recordar la locura original, pero ocurre que ésta corresponde a una etapa muy temprana, antes de que se hubieran organizado en el yo los procesos intelectuales capaces de abstraer las experiencias catalogadas y presentarlas a la memoria consciente para su uso. En otras palabras, la locura que tiente que ser recordada sólo puede serlo reviviéndola. Como es natural, cuando un paciente intenta revivir la locura se presentan enormes dificultades, una de las cuales es encontrar un analista que comprenda lo que está pasando. En el estado actual de nuestros conocimientos, es muy difícil para un analista recordar, :ante esta clase, de experiencia, que la finalidad del paciente es llegar hasta la locura, o sea, enloquecer dentro del -encuadre. analítico; y que eso es para él lo más próximo al recordar. A fin de organizar el encuadre para ello, a veces el paciente tiene que enloquecer de una manera más superficial, o sea, tiene que organizar lo que la Dra. Little denomina una «transferencia delirante», y el analista debe aceptar esa transferencia delusional y entender cómo opera. Por ejemplo, una niña que asiste a la escuela trae al análisis la idea de que le dan demasiada tarea para el hogar y se siente sobreexigida. Lo trae como un material muy urgente, que contribuye a hacerle sentir una agonía extremada; con fuertes dolores de cabeza y horas enterasen que se la pasa gritando. Me ha podido confesar que, en realidad, su maestra no le exige demasiado, y también que no es tanta la tarea para el hogar. No es siquiera posible que al interpretarle yo mencione la idea de una maestra estricta que agobia a su alumna. En términos de la maestra y la tarea para el hogar, lo que esta paciente me está diciendo es que yo la agobio, y cualquier palabra que provenga, de mí, incluso una interpretación correcta, es una persecución. La finalidad del ejercicio es que sin llegar a enloquecer demasiado en el sentido secundario de la palabra, esta paciente puede alcanzar la reexperiencia de la locura original; o al menos llegar a una agonía tan extrema que esté próxima a la locura original. En un caso como éste, cualquier tentativa del analista por obrar con cordura o con lógica destruye el único camino de regreso que el paciente puede forjarse hacia esa locura que necesita recuperar mediante la experiencia, ya que no puede recuperarla mediante el recuerdo. Así pues, el analista tiene que ser capaz de tolerar sesiones enteras, y aun largos períodos de análisis, durante los cuales no es aplicable la lógica a ninguna descripción de la transferencia. El paciente se halla, en estos casos, sometido a la compulsión de llegara la locura, compulsión que surge a partir, de cierto impulso básico de los pacientes a convertirse en normales. Compulsión que es levemente más intensa que la necesidad de apartarse de ella. De ahí que, fuera del tratamiento; no hay ningún resultado natural. El individuo está atrapado para siempre. en un conflicto, mantiene un delicado equilibrio entre el miedo a la locura y la necesidad de estar loco. A veces es un alivio que acontezca la tragedia y el paciente enloquezca, pues si se da cabida a una recuperación natural, habrá «recordado» hasta cierto punto la locura original. Sin embargo, esto nunca es del todo así, aunque puede ser cierto en grado suficiente como para que el derrumbe dé lugar a un alivio clínico. Se apreciará que si en un caso así se pretende abordar el derrumbe con una urgencia psiquiátrica de curar, la finalidad de aquél se pierde por completo, ya que al derrumbarse el paciente perseguía un fin positivo y su colapso no es tanto una enfermedad como un primer paso hacia la salud. A esta altura es menester recordar las premisa básica de la teoría psicoanalítica, según la cual las defensas se organizan en torno de la angustia. Cuando tenemos ante nosotros a un enfermo, lo que apreciamos clínicamente es la organización defensiva, y sabemos bien que no podremos curarlo mediante el análisis de las defensas; aunque gran parte de nuestra labor se dedique precisamente a eso. La cura sólo sobreviene si el paciente puede llegar hasta la angustia en torno de la cual se organizaron las defensas. Pueden presentarse muchas versiones subsiguientes de esto mismo, y el paciente llegará a ellas una tras otra, pero sólo curará si alcanza el estado de derrumbe original. Ahora es necesario tratar de explicar por qué está incorrectamente enunciado el axioma según el cual el miedo a la locura es el miedo a la locura que ya ha sido experienciada. Ante todo, hay un punto sobre el cual tenernos que ser bien claros, y es que la frase «miedo a la locura» por lo común remitiría al miedo que cualquiera podría o debería tener al pensaren la locura; no sólo el horror de la enfermedad misma; con todos los padecimientos psíquicos que entraña sino también los efectos sociales que tiene el derrumbe psíquico -que la comunidad teme, y por ende odia,- sobre el individuo y aun sobre su familia. Tal es el significado obvio de las palabras aquí empleadas; por lo cual se vuelve indispensable acotar que, en este estudio en particular, se las utiliza de un modo distinto: Empleamos esas mismas palabras para describir lo que nos es dable descubrir sobre la motivación inconsciente de pacientes que hace mucho que están en análisis, o que por uno u otro medio (tal vez .por el paso del tiempo y el proceso de crecimiento) han podido llegara soportar y superar angustias, inconcebibles en su situación original. En segundo lugar, esa enunciación es errónea aun- dentro del marco especial en que se la utiliza en este capítulo. No es verdaderamente válido- decir, que el. paciente está tratando de recordar la locura que sucedió ya y en torno de la cual se organizaron las defensas. La razón reside en que en el sitio original donde se organizaron las defensas la locura no fue experienciada, ya que, por la naturaleza misma de lo que aquí se examina, el individuo no estaba en condiciones de experimentarla. Surgió un estado de cosas que implicó un derrumbe de las defensas, defensas que eran apropiadas para la edad del individuo y el marco dentro del cual se mueve. Aquí hay que tener en cuenta si hubo una figura parental que ofreciera un soporte yoico, y si éste fue o no confiable. En el caso más simple posible, hubo una fracción de’ segundo durante la cual se experienció la amenaza de la locura, pero en este nivel la angustia es impensable- Su intensidad desborda toda descripción y de inmediato se organizan nuevas defensas, de modo tal, que en verdad, la locura no llega a experienciarse. Pero, por otro lado, la locura es, potencialmente, un hecho. Trataré de ofrecer una analogía. Vi cómo plantaban enana escudilla el bulbo de un jacinto y pensé: «Encerrado en ese bulbo hay un aroma maravilloso». Por supuesto, sabía que no hay en el bulbo ningún sitio en el que pudiera encerrarse un aroma. Si se sometiera el bulbo a una disección no se obtendría la experiencia del aroma de los jacintos, por más que se alcanzara el punto apropiado. No obstante hay en el bulbo un aroma potencial que, a la larga, cuando se abra la flor, se transformará en su fragancia característica. Esta no es más que una analogía, pero puede ofrecer una imagen de lo que estoy procurando enunciar. Una parte importante de mi tesis es que si la locura o derrumbe de las defensas originales pudiera experienciarse, sería indescriptiblemente dolorosa. Lo más cerca que podemos estar de eso nos lo brinda lo que conocernos sobre la angustia psicótica, como desintegración sentimientos de irrealidad falta de capacidad de relacionarse despersonalización o falta de cohesión psicosomática funcionamiento intelectual escindido caída perpetua terapia electroconvulsiva en la que el pánico es el sentimiento generalizado, que puede incluir cualquiera de los elementos anteriores. Sin embargo, si observamos podremos apreciar que toda vez que alcanzamos clínicamente estas cosas; sabemos que hay allí cierta organización yoica capaz de sufrirlas, lo cual implica seguir sufriendo como para percatarse del sufrimiento. Hay que suponer que el núcleo de la locura tiene que ser mucho peor, por el hecho de que al individuo le es imposible experienciarla; ya que por definición carece de una organización yoica para contenerla y, por tanto, experimentarla. Quizás sea útil recurrir a un símbolo X, y decir que el bebé o niño pequeño cuenta con una organización yoica apropiada a su estadio de desarrollo, y entonces algo ocurre como reacción ante una intrusión (un factor externo al que se le dio cabida a través de un funcionamiento fallido del ambiente) y se genera ese estado de cosas llamado X Este estado puede dar lugar a una reorganización de las defensas, ya sea en una oportunidad o en muchas, o incluso en oportunidades sucesivas que van creando una pauta. La organización defensiva nos brinda el cuadro clínico y sobre esa base formulamos el diagnóstico. A su vez, la organización defensiva depende hasta cierto punto, en cuanto a sus características, de una contribución del ambiente. Lo absolutamente personal del individuo es X. Llego así a un intento de reformulación de mi axioma original. El sujeto que en el curso del tratamiento alcanza estos estados se empeña repetidamente en alcanzar X, pero por supuesto sólo puede aproximarse a ello tanto como se lo permita su nueva fortaleza yoica sumada al soporte yoico que recibe en la transferencia. La prosecución del análisis significa que el paciente continuamente se afana en alcanzar nuevas experiencias en la dirección de X, y por lo que he descrito estas experiencias no pueden rememorarse corno recuerdos: deben ser vividas en la relación transferencial, y clínicamente se presentan como locuras localizadas. Al analista lo sorprende permanentemente comprobar que el paciente es capaz de enloquecer más y más, durante unos minutos o durante toda la hora, dentro del encuadre del tratamiento, y a veces su locura desborda los limites de la sesión. Se requiere de considerable experiencia y coraje para saber dónde está parado uno en esas circunstancias, y apreciar el valor que tiene para el paciente acercarse cada vez más a la X que le pertenece únicamente a él. Pero si el analista no es capaz de contemplar las cosas de este modo, sino que por temor, o por .ignorancia; o por los inconvenientes que le trae tener entre manos a un paciente tan enfermo,. tiende a-desperdiciar estos sucesos del tratamiento, no podrá curar al paciente. Continuamente procurará modificar la transferencia delirante, o llevar al paciente de un modo u otro hacia la cordura, en vez de posibilitar que la locura se convierta en una experiencia manejable a partir de la cual el sujeto pueda’ tener una recuperación espontánea. Vistas así las cosas, la psiquiatría basada en la satisfacción de necesidades sociales y en el tratamiento de gran cantidad de pacientes se halla, en la actualidad, en una fase en la que está batallando contra un enemigo equivocado, como lo pone de relieve la obra de Ronald Laing y sus colaboradores. No importa que a veces discrepemos con su teoría, o con la forma en que la exponen; de todas maneras, la tesis que sostengo en este artículo me fuerza a acoger con beneplácito muchas de las enunciaciones de estos profesionales que trabajan en el mismo campo. Es lamentable que la teoría que aquí propongo, por más que sea correcta, no pueda por cierto dar origen a un progreso psicoterapéutico inmediato. Quienes se encuentran con esta problemática en su práctica psicoanalítica no hallarán en este detalle de teoría una posibilidad de mejorar su labor mañana mismo. A lo sumo, en verdad, podrá darles cierta comprensión y desde luego conducirlos a mayores profundidades. Sin embargo, hay algunos casos en que el paciente sigue tratando de obtener ayuda de nosotros sin que podamos alcanzar un punto final satisfactorio, y por supuesto esos casos son de diversa especie; sugiero que una de esas especies puede comprenderse mejor sobre la base de la tesis que expongo, y la ventaja reside en que si el analista comprende lo que está pasando, puede soportar las considerables tensiones propias de este tipo de tarea. Desgraciadamente, sólo hay un modo de eludir dichas tensiones, y es merced a un mejor diagnóstico que permita evitar tomar aquellos casos que, inevitablemente, nos obligarán a sumergirnos en esas aguas profundas. Entonces, si de hecho encontramos un método por el; cual pueda evitarse tomar en tratamiento estos casos, debemos ser sinceros y admitir sin ambages que, incluso en nuestra teoría, necesitamos la ayuda de la psiquiatría, a la que en algún sentido despreciamos porque no se basa en la psicología, o sea, por sus tratamientos físicos. Sé me ha ocurrido, aunque puedo estar equivocado, que la aceptación general de esa idea que estoy promulgando, en caso de llegar hasta la literatura que lee el público inteligente, brindaría algún alivio. Aunque es imposible hacer pronósticos, me parece que el miedo al derrumbe está muy generalizado, y si se aceptase la idea de que el derrumbe al que se teme es un derrumbe que ya hizo lo peor, existiría al menos la posibilidad de limar los filosos bordes de ese miedo. Notas: (1) Erik H. Erikson, Childhood and Society, Nueva York, Norton, 1950. [Trad. cast.: Infancia y sociedad, Buenos Aires, Hormé, 1959.] (2) Paula Heimann, «A Contribution to the Re-evaluation of the Oedipus Complex: The Early Stages°, International Journal of Psycho-Analysis, vol. 33, 1952; también en Melanie Klein y otros, New Directions in PsychoAnalysis, Londres, Karnac Books, 1977. [Trad. cast.: Nuevas direcciones en psicoanálisis, Buenos Aries, Paidós, 1965.]