Obras de Winnicott: La ausencia de un sentimiento de culpa 1966

La ausencia de un sentimiento de culpa 1966

Disertación dirigida a la Asociación para la Salud Mental de Devon y Exeter,

fechada el 10 de diciembre de 1966

Creo innecesario describir la idea convencional del bien y el mal. En un ambiente dado (madre, familia, hogar, grupo cultural, escuela, etc.) esto es bueno y aquello no es bueno. Los niños encajan sus propias ideas dentro de este código para someterse a él, o bien se rebelan y sostienen opiniones opuestas en algún aspecto. Poco a poco esta situación se altera, ya sea porque se vuelve tan compleja que el código pierde sentido o porque el niño madura, afirmando su sentido del self y su derecho a tener opiniones personales acerca de todo. El niño maduro todavía experimenta el placer o la necesidad de poder cotejar sus ideas con el código aceptado, aunque sólo sea para saber cómo están las cosas entre él y la comunidad. Este es un rasgo permanente que caracteriza incluso al adulto maduro.

En este tipo de exposición surge muy pronto el interrogante de hasta qué punto el código moral se enseña y hasta qué punto es innato. Dicho en términos prácticos: ¿hay que esperar a que nuestro hijo use el orinal o combatir su incontinencia desde el principio? Para responder a preguntas como ésta, el investigador debe ahondar en la vida del niño en desarrollo y estudiar la sutilísima acción recíproca entre la tendencia evolutiva o proceso de maduración personal o heredado, por un lado, y el ambiente facilitador, representado por seres humanos que algunas veces se adaptan a las necesidades del niño y otras fracasan humanamente en su intento de adaptación, por el otro.

Si emprendemos tal estudio, pronto nos topamos con dos doctrinas cuyas posiciones extremas son muy disímiles y, de hecho, inconciliables:

a) No podemos arriesgarnos. ¿Cómo sabemos que en el niño en desarrollo hay factores innatos que tienden a favorecer el advenimiento de un sentido de lo que está bien y de lo que está mal? El riesgo es demasiado grande. Debemos implantar un código moral en esa alma virgen, antes de que el niño llegue a una edad en la que pueda oponernos resistencia. Luego, si la suerte nos ayuda, los preceptos morales que hemos adoptado como «revelados» aparecerán en todos aquellos que no estén dotados en exceso de lo que podríamos llamar «pecado original».

En el polo opuesto encontramos el siguiente punto de vista:

b) Los únicos preceptos morales válidos son los que nacen del individuo. Después de todo, el código moral «revelado» que sustentan los partidarios de la otra posición extrema fue elaborado, a lo largo de los siglos o milenios, por miles de generaciones de individuos ayudados por algunos profetas. Más vale seguir esperando hasta que cada niño, por medio de procesos naturales, adquiera un sentido personal del bien y del mal. Lo importante no es la conducta, sino los sentimientos que puede tener un niño con respecto a lo que está bien y a lo que está mal, aparte de los que le dicte la sumisión.

No hace falta que intentemos reconciliar a los partidarios de estas dos opiniones extremas. Será mejor que tratemos de mantenerlos separados para que no se encuentren y riñan, pues nunca podrán ponerse de acuerdo.

Me gusta creer en la existencia de un modo de vida basado en la premisa de que, en última instancia, las normas morales ligadas a la sumisión tienen poco valor; lo que vale es el sentido personal de lo que está bien y de lo que está mal que posee el niño. Abrigamos la esperanza de verlo evolucionar en él, junto con todo lo demás que evoluciona, impelido por los procesos heredados que conducen a todo tipo de crecimiento. A partir de esta premisa, reconocemos las dificultades y nos abocamos a su estudio para aprender a enfrentarlas en la teoría y en la práctica.

En términos prácticos y simples, supongamos que una madre tiene dos hijos que aprenden a controlar sus esfínteres en forma natural, para gran conveniencia de ella, pero el tercero sigue orinándose, ensuciándose y causándole dolores de espalda. Cuando esta madre piensa en su tercer hijo, quizá se detenga a reflexionar acerca de la moralidad innata y se pregunte cómo hará para exigirle sumisión a ese niño sin destruir su alma.

Si aplicamos este tercer enfoque, debemos tener muy en cuenta los siguientes hechos:

1) Al principio el bebé se halla en un estado de dependencia absoluta, pero pronto pasa a una dependencia casi absoluta y, luego, a una relativa, siguiendo una tendencia a la independencia.

Este proceso se apoya considerablemente en la capacidad de los padres, madres, etc., cuya eficiencia nunca puede exceder los límites humanos (la perfección no tiene sentido), que adoptan por fuerza actitudes diferentes hacia los distintos niños y que experimentan un cambio constante a causa de su propio crecimiento, sus propias experiencias emocionales y su propia vida privada, que estarán viviendo o habrán dejado a un lado temporariamente por amor al bebé que están criando.

2) Cada hijo difiere del precedente y del siguiente, en el sentido de que lo heredado es personal; ni siquiera los hermanos gemelos tienen tendencias heredadas idénticas, aunque pueden ser similares. Por lo tanto, las experiencias recogidas en el reducido campo de la relación entre la madre y el bebé no son generales, sino específicas, y esto aun haciendo abstracción de las anormalidades.

3) Hay anormalidades de diversos grados: en un caso las circunstancias favorecen las experiencias tempranas; en otro, ocurren intrusiones que provocan reacciones burdas. Nuestra hipotética madre de tres hijos tal vez no tuvo tropiezos técnicos graves durante la crianza de los dos primeros, pero con el tercero tuvo un tropiezo -en el sentido literal del término-, estuvo a punto de quebrarse la muñeca y debió atender su lesión antes de responder a una sutil comunicación del bebé, indicadora de una necesidad que ella habría atendido de manera natural si en ese momento no hubiese estado preocupada por sus propios problemas… que, por supuesto, el bebé no podía percibir ni comprender. Es posible que la madre y su tercer hijo se acostumbren a una pauta de procedimiento que podría expresarse así: «De acuerdo. Puedo confiar en ti como lo hacía antes, siempre y cuando aceptes mi derecho a posponer ni¡ sumisión con respecto a la higiene». Las madres -y los progenitores en general- se pasan el tiempo practicando una psicoterapia eficaz, en relación con las fallas inevitables de las técnicas que aplican y sus efectos en el curso de la vida de cada bebé.

Nosotros, los observadores, somos propensos a advertirles que están «malcriando» al hijo. Con esto los reprendemos del mismo modo en que la gente censura al psicoterapeuta que da cierta libertad a un niño durante la sesión de terapia, o aun a quienes intentan comprender la conducta antisocial en vez de extirparla por la fuerza, como sería su deber… según ellos creen.

Si examinamos algunos ejemplos bastante normales de niños que crecen en un medio en el que las relaciones humanas son bastante confiables, podremos estudiar el modo en que se desarrolla en cada niño el sentimiento de lo que está bien y de lo que está mal, y sacar provecho de lo aprendido.

Aunque el tema es enormemente complejo, ya no estamos perdidos en alta mar o, al menos, ya conocemos los faros que pueden orientarnos.

Si Freud señaló el valor del concepto del superyó como un área de la psique muy influida por las figuras parentales introyectadas, Melanie Klein desarrolló el concepto de las formaciones superyoicas tempranas, que aparecen hasta en la psique del bebé y son relativamente independientes de las introyecciones parentales. Naturalmente, no puede haber una independencia de las actitudes parentales, como podemos comprobarlo cada vez que vemos a un bebé que extiende la mano para asir algún objeto y contiene su impulso para evaluar, ante todo, la actitud de la madre. Dicha actitud puede ser loca, o sana. Supongamos que la madre manifiesta alarma porque su bebé tiende la mano hacia una cacerola verde; su actitud es sana si la cacerola contiene agua hirviendo, pero es loca si la madre cree que todo recipiente verde puede contener arsénico.

Inevitablemente, todas estas situaciones dejarán perplejo al bebé por un tiempo, hasta que empiece a convertirse en un «científico». ¡Dichoso el niño cuya madre es al menos consistente! En un trabajo anterior ( 1 ) procuré resumir el concepto de Posición Depresiva formulado por Melanie Klein (el cual, aunque mal designado, es importante en el presente contexto) y me es imposible volver a tratarlo en esta disertación. No obstante, pienso que así como un bebé o un niño de corta edad se transforma a veces en un ente completo, una unidad, un todo integrado, alguien que si pudiera expresarse diría «Yo soy», del mismo modo puede presentarse una situación en la que existe un sentido de responsabilidad personal. En tal caso, cuando dentro de sus relaciones el niño tiene ideas e impulsos destructivos (p. ej., yo te amo, yo te como), asistimos al nacimiento evidente y natural de un sentimiento personal de culpa. Como dijo alguna vez Freud, el sentimiento de culpa habilita al individuo para ser verdaderamente malvado. En la pauta que nos ocupa, el niño tiene un impulso, tal vez muerde algo (o come un bizcocho), le viene a la mente la idea de comer el objeto (digamos el pecho materno) y entonces se siente culpable («¡Dios mío, qué malo y detestable soy!»).

De todo esto nace el impulso de ser constructivo.

Si en la pauta está ausente el sentimiento de culpa del niño, éste no llega a admitir ese impulso, sino que tiene miedo y se inhibe con respecto a la totalidad del sentimiento que va formándose alrededor de dicho impulso.

He arribado, pues, al tema de la ausencia de un sentimiento de culpa. En mi razonamiento me he remontado desde lo que Melanie Klein denominó Posición Depresiva, que es un logro del desarrollo sano, hasta el bebé cuyo grado de experiencia no ha hecho posible que se creara tal situación, por cuanto:

1) La falta de confiabilidad de la figura materna hace que cualquier esfuerzo constructivo resulte vano; en consecuencia, el sentimiento de culpa se vuelve intolerable y el niño se ve impelido a retornar a la inhibición o a perder el impulso que, de hecho, forma parte del amor primitivo.

2) Peor aún: las experiencias tempranas no han posibilitado la realización del proceso innato que conduce hacia la integración; por consiguiente, no existe en el niño ninguna unidad, ni se siente totalmente responsable por nada. Tiene impulsos e ideas que afectan su conducta, pero nunca se puede decir: «Este bebé tuvo el impulso de comer el pecho materno». (Propongo este ejemplo para no salirme del campo limitado al que artificiosamente me he reducido, con fines ilustrativos.)

Me es difícil saber cómo puedo ahondar más en mi tema aquí y ahora, en el poco tiempo de que dispongo. Querría llamarles la atención con respecto al caso especial del niño afectado por la tendencia antisocial que tal vez está en vías de convertirse en un delincuente. En este caso, más que en ningún otro, la gente nos dice: «Este muchacho (o esta chica) no tiene el menor sentido moral, carece de todo sentimiento clínico de culpa». Empero, nosotros refutamos esta idea, porque descubrimos su falsedad cuando tenemos una oportunidad de investigar psiquiátricamente al niño, sobre todo en la etapa previa al afianzamiento de los beneficios secundarios. La aparición de estos beneficios va precedida de una etapa en la que el niño necesita ayuda y se desespera porque dentro de él hay algo que lo compele a robar y destruir.

Este proceso se atiene de hecho a la siguiente pauta:

a) todo marchaba suficientemente bien para el niño;

b) algo alteró tal estado de cosas;

c) el niño se vio abrumado por una carga que excedía su capacidad de tolerancia y sus defensas yoicas se derrumbaron;

d) el niño se reorganizó, apoyándose en una nueva pauta de defensa yoica de menor calidad;

e) el niño empieza a recobrar las esperanzas y organiza actos antisociales, esperando compeler así a la sociedad a retornar con él a la posición en que se hallaban ambos cuando se deterioró la situación, y a reconocer el hecho;

f) si esto sucede (ya sea luego de un período de cuidados especiales en el hogar o, en forma directa, durante una entrevista psiquiátrica), el niño puede dar un salto regresivo hasta el período previo al momento de la deprivación y redescubrir tanto al objeto bueno como el buen ambiente humano que lo controlaba a él, cuya existencia, en principio, lo habilitó para experimentar impulsos (incluidos los destructivos).

Se advertirá que esta última fase es difícil de cumplir, pero ante todo se debe comprender y aceptar el principio general. En realidad, cualquier madre o padre con varios hijos sabe cuán reiteradamente ocurre, y da resultado, esta enmienda mediante el empleo de técnicas adaptativas específicas y temporarias.

Por difícil que nos resulte aplicar estas ideas, es preciso que desechemos de plano la teoría de la posible amoralidad innata del niño. Esta carece totalmente de significado desde el punto de vista del estudio del individuo que se desarrolla conforme a los procesos de maduración heredados, entrelazados en todo momento con el funcionamiento del ambiente facilitador.

Por último, permítanme presentarles algunas de las cosas que nos enseñan nuestros pacientes esquizoides, o que ellos necesitan que sepamos. En varios sentidos, estos pacientes son más moralistas que nosotros pero, por supuesto, se sienten terriblemente incómodos. Quizá prefieran seguir sintiéndose incómodos, en vez de «curarse». Cordura es sinónimo de transigencia y, para ellos, en esto radica el mal. Las relaciones sexuales extraconyugales carecen de importancia, comparadas con la traición al self. Es cierto (y creo poder demostrarlo) que las personas cuerdas se relacionan con el mundo por medio de lo que yo llamo el engaño; o, mejor dicho, si existe en el individuo una cordura éticamente respetable, apareció en su más temprana infancia, cuando el acto de engañar no tenía importancia alguna. El bebé crea el objeto con el que se relaciona, pero ese objeto ya estaba allí; por ende, en otro sentido, el bebé encuentra primero el objeto y luego lo crea.

Sin embargo, esto no es suficientemente bueno. Cada niño debe ser capacitado para crear el mundo o, de lo contrario, éste carecerá de significado; la técnica adaptativa de la madre permite que el niño sienta esta creación como un hecho. Cada bebé debe tener una experiencia de omnipotencia suficiente, pues sólo así podrá adquirir la capacidad de ceder esa omnipotencia a la realidad externa o a un principio divino.

De esto se infiere que el único acto real de comer se basa en no comer. La creación de los objetos y del mundo adquiere significado a partir de la no creatividad y el aislamiento. La compañía sólo se disfruta como un progreso con respecto al aislamiento esencial, ese mismo aislamiento que reaparece cuando el individuo muere.

Algunas personas deben pasar la vida entera no siendo, en un esfuerzo desesperado por hallar un fundamento para ser. Para los individuos esquizoides -ante quienes me siento humilde, aunque dedico mucho tiempo y energías a tratar de curarlos por lo incómodos que se sienten- todo lo falso (p. ej., estar vivo por sumisión) es malo. Podría ilustrar esta idea, pero quizá sea mejor limitarme a su enunciación. Si alguien puede espigar algo de esta recopilación desprolija, ojalá lo que recoja tenga valor… Como ven, acabo recayendo en el concepto del sentimiento de culpa, tan fundamental para la naturaleza humana que algunos bebés mueren a causa de él o, si no pueden morir, organizan un self sumiso o falso que traiciona el verdadero self en tanto parece triunfar en áreas que los observadores consideran valiosas.

Las mores de la sociedad local son simples distracciones, comparadas con estas fuerzas poderosas, que aparecen en la vida y en las artes, así como en términos de integridad. Ustedes deben saber que sus hijos adolescentes -algunos de ellos pacientes psiquiátricos- se preocupan más por no traicionarse a sí mismos que por el hecho de si fuman o no, o si malgastan o no malgastan su tiempo durmiendo. Salta a la vista que ellos excluyen de manera tajante las soluciones falsas (lo mismo hacen los niños de corta edad, aunque su actitud es menos discernible).

Este es un hecho desagradable pero cierto; es una verdad sumamente perturbadora. Si quieren gozar de una vida tranquila, les recomiendo no tener hijos (ya deben hacerse cargo de ustedes mismos, y eso puede darles suficiente trabajo) o zambullirse de cabeza en la parentalidad no bien los tengan, cuando (si los ayuda la suerte) lo que ustedes hagan pueda impeler quizás a esos individuos más allá de la breve fase de engaño, antes de que lleguen a una edad suficiente para afrontar el principio de realidad y el hecho de que la omnipotencia es subjetiva. No sólo es subjetiva, sino que además, como fenómeno subjetivo, es una experiencia efectiva… bueno, lo es al principio, cuando todo marcha suficientemente bien.

(1) D. W. Winnicott, «The Depressive Position in Normal Emotional Development» (1954-1955), en Through Paediatrics

to Psycho-Analysis, Londres, Hogarth Press, 1975.

Donald Winnicott, 1896-1971