Obras de Winnicott: La cuerda: una técnica de comunicación

La cuerda: una técnica de comunicación

Trabajo publicado por primera vez en el Journal of Child Psychology and Psychiatry, I, págs. 49-52.

En marzo de 1955, un niño de siete años fue llevado por su padre y su madre al Departamento de Psicología del Hospital de Niños de Paddington Green. Los acompañaban otros dos miembros de la familia: una niña deficiente mental de diez años que asistía a una escuela E.S.N. y una niña pequeña, más bien normal, de cuatro años. El caso nos había sido derivado por el médico de la familia, en razón de que una serie de síntomas indicaban en el niño un trastorno del carácter. A los fines de esta descripción omitiremos los detalles que no sean inmediatamente pertinentes para nuestro tema principal. Un test de inteligencia le asignó a este niño un C.I. de 108.

Primero tuve con los padres una larga entrevista en la que ellos me proporcionaron un cuadro claro del desarrollo del niño y de las distorsiones de ese desarrollo. No obstante, omitieron un detalle importante, que surgió en la entrevista con el niño mismo.

No resultaba difícil advertir que la madre era depresiva, y me informó que había estado hospitalizada por esa razón. Por lo que me dijeron los padres me enteré de que la madre había cuidado al niño hasta que nació la hermanita, cuando él tenía tres años y tres meses. Esa había sido la primera separación de importancia; la siguiente se produjo a los tres años y once meses, cuando la madre tuvo que someterse a una operación quirúrgica. Cuando el niño tenía cuatro años y nueve meses, la madre se internó en un hospital mental durante dos meses, y durante ese período él fue bien cuidado por su tía materna. En esa época todas las personas que cuidaban al niño concordaban en que era muy difícil, aunque presentaba rasgos muy buenos. Era proclive a los cambios súbitos, y a asustar a la gente diciendo, por ejemplo, que iba a cortar en pedacitos a la hermana de la madre. Desarrolló muchos síntomas curiosos, tales como una compulsión a lamer cosas y personas; hacía ruidos guturales también compulsivos; a menudo se negaba a ir de cuerpo y después provocaba un desastre.

Resultaba obvio que la deficiencia mental de su hermana mayor lo angustiaba, pero la distorsión de su desarrollo parecía haberse iniciado antes de que ese factor se volviera significativo.

A continuación de la entrevista con los padres, pasé a la entrevista personal con el niño. Estaban presentes dos asistentes sociales psiquiátricos y dos visitadores. En el primer contacto, el niño no daba ninguna impresión de anormalidad, y en seguida entró en un juego de garabatos conmigo. (En ese juego yo trazo una especie de dibujo con líneas espontáneas e invito al niño a que vea algo; después es él quien traza los garabatos y soy yo quien a mi turno extraigo de ellos un dibujo.)

En este caso particular, el juego produjo un curioso resultado. De inmediato se puso de manifiesto la pereza del niño, y también que casi todo lo que yo hacía era traducido por él en algo asociado con una cuerda. Entre sus diez dibujos aparecieron: un lazo, un látigo largo, un látigo de jinete, una cuerda de yo-yo, una cuerda en un nudo, otro látigo de jinete, otro látigo largo.

Después de esta entrevista con el niño, tuve una más con los padres, y los interrogué acerca de la preocupación del paciente por la cuerda. Se alegraron de que trajera a colación el tema, al que ellos no se habían referido porque no estaban seguros de que tuviera importancia. Dijeron que el niño se obsesionaba con todo lo que tuviera que ver con una cuerda; de hecho, cada vez que entraban en una habitación era posible que descubrieran que él había atado las sillas y las mesas; por ejemplo, podían encontrar un almohadón unido con una cuerda a la chimenea. Manifestaron que la preocupación del niño por las cuerdas había ido desarrollando gradualmente una característica nueva, que estaba preocupándolos mucho más de lo corriente. Poco tiempo antes había anudado una cuerda en torno a la garganta de la hermana (esa hermana cuyo nacimiento provocó la primera separación entre él y la madre).

Yo sabía que en este tipo particular de entrevista mis oportunidades para actuar eran limitadas: no sería posible ver a los padres o al niño más que una vez cada seis meses, pues la familia vivía en el campo. Por lo tanto, intervine como sigue. Le expliqué a la madre que su hijo experimentaba miedo a la separación, que trataba de negar la separación usando una cuerda, del mismo modo que uno trataría de negar su separación respecto de un amigo utilizando el teléfono. Ella se manifestó escéptica, pero yo añadí que si llegaba a encontrar algún sentido a lo que yo le decía, me gustaría que abordara el tema con el niño en un momento conveniente, haciéndole saber a él lo que yo había comentado y después desarrollando el tema de la separación según fuera su respuesta.

No tuve más noticias de la familia hasta que volvieron a verme al cabo de seis meses. La madre no me informó por iniciativa propia lo que había hecho, pero yo la interrogué y ella supo relatarme lo que había sucedido poco después de la visita anterior. Le había parecido que lo que yo dije era tonto, no obstante lo cual una noche tocó el tema con el niño y descubrió que él estaba ansioso por hablar sobre su relación con ella y acerca de su temor a que perdieran contacto. Entre los dos hicieron un resumen de todas las separaciones en que la mujer pudo pensar, y las respuestas del niño la convencieron enseguida de que lo que yo había dicho era correcto. Además, desde esa conversación con el hijo, el juego con la cuerda había cesado. Dejó de unir objetos como lo hacía antes. La madre mantuvo con el hijo muchas otras conversaciones sobre su sensación de separación, e hizo un muy importante comentario: tenía la impresión de que la separación más importante había sido la pérdida que había experimentado el niño cuando ella estuvo gravemente deprimida; dijo que no se trataba sólo del alejamiento físico, sino de la falta de contacto con el niño debida a que estaba totalmente absorbida por otras cuestiones.

En una entrevista posterior, la madre me hizo saber que un año después de su primera conversación con el hijo, éste volvió a jugar con la cuerda y a atar objetos en la casa. En efecto, ella tenía que ingresar en un hospital para operarse y le dijo: «Juegas con la cuerda, por lo que veo que te preocupa que yo me vaya, pero esta vez sólo estaré ausente unos pocos días, y la operación no es importante». Después de esta conversación, cesó la nueva fase de juego con la cuerda.

Me he mantenido en contacto con esta familia, y la he ayudado con respecto a diversos detalles de la escolaridad del niño y otras cuestiones. Ahora bien, cuatro años después de la primera entrevista, el padre me informó sobre una nueva fase de preocupación por la cuerda, asociada con otra depresión de la madre. Esta fase duró dos meses, y desapareció cuando toda la familia se fue de vacaciones, al tiempo que mejoraba la situación global en el hogar (el padre había encontrado trabajo después de un período de desempleo). Con esto se vinculó una mejoría del estado de la madre. El padre proporcionó un interesante detalle adicional, relacionado con el tema que estamos considerando. Durante esa fase reciente, el niño había hecho con la cuerda algo que el padre consideró significativo, porque demostraba cuán íntimamente conectadas estaban todas esas cosas con la angustia patológica de la madre. Un día volvió a la casa y encontró al muchachito colgado de una cuerda, cabeza abajo. El cuerpo estaba totalmente inerte y él interpretaba muy bien el papel de muerto.

El padre comprendió que no debía darse por enterado, de modo que pasó una media hora en el jardín, inventándose tareas extravagantes; al cabo de ese tiempo el niño se aburrió e interrumpió el juego. Este hecho constituyó una gran puesta a prueba de la falta de angustia del padre. Pero al día siguiente el niño volvió a colgarse, esa vez de un árbol que se veía desde la ventana de la cocina. La madre se precipitó presa de una grave conmoción y segura de que el chico se había ahorcado.

El siguiente detalle adicional podía ser útil para la comprensión del caso. Aunque este niño, que ahora tiene once años, está desarrollándose como «tipo rudo», es muy tímido y se ruboriza con facilidad. Tiene algunos ositos que para él son niños. Nadie se atreve a decirle que se trata de juguetes. Les es leal, les dedica mucho afecto, y les confecciona unos pantalones cosidos con prolijidad. Según el padre, esta especie de familia parece procurarle una sensación de seguridad; él actúa como la «madre». Cuando vienen visitas se lleva rápidamente todos los ositos a la cama de la hermana, porque no quiere que ningún ajeno conozca la existencia de esa familia. Además presenta renuencia a defecar, o una tendencia a conservar las heces. Por lo tanto, no resulta difícil conjeturar que tiene una identificación materna basada en su propia inseguridad en relación con la madre, y que esto podría evolucionar como homosexualidad. Del mismo modo la preocupación por la cuerda podría convertirse en una perversión.

Comentario

Parece apropiado el comentario siguiente:

(1) La cuerda puede verse como una extensión de todas las otras técnicas de comunicación. Las cuerdas unen, así como ayudan a envolver objetos y a sujetar material no integrado. En este aspecto, tiene un significado simbólico para todos; la exageración del uso de la cuerda puede fácilmente corresponder al inicio de una sensación de inseguridad, o a la idea de una falta de comunicación. En este caso particular, es posible detectar una anormalidad que se desliza en el empleo de la cuerda por el niño, y resulta importante encontrar un modo de puntualizar el cambio capaz de pervertir ese empleo.

Parece posible llegar a esa puntualización tomando en cuenta el hecho de que la función de la cuerda está pasando de la unión a una negación de la separación. Como negación de la separación se convierte en una cosa en sí misma, algo con propiedades peligrosas y que es preciso dominar. En este caso, la madre parece haber sido capaz de abordar el uso de la cuerda por el niño inmediatamente antes de que fuera demasiado tarde, cuando todavía había esperanzas. Si ya no hay esperanzas y la cuerda representa una negación de la separación, surge un estado de cosas mucho más complejo, difícil de curar, a causa de los beneficios secundarios provenientes de la habilidad que se desarrolla cuando hay que manipular un objeto para llegar a dominarlo.

De modo que este caso presenta un interés especial si hace posible la observación del desarrollo de una perversión.

(2) El material que hemos expuesto también permite ver una función posible de los padres. Cuando se puede recurrir a ellos, están en condiciones de actuar con gran economía, sobre todo si se tiene presente que nunca habrá una cantidad suficiente de psicoterapeutas para tratar a todas las personas que lo necesitan. Esta era una buena familia que había atravesado un período difícil debido al desempleo del padre; que había sido capaz de asumir una responsabilidad total por una niña retrasada, a pesar de las tremendas desventajas familiares y sociales que esto entraña, y que había sobrevivido a las fases agudas de la enfermedad depresiva de la madre, incluso la de hospitalización. En una familia con esas características tiene que haber mucha fuerza, y sobre esa base se tomó la decisión de invitar a los padres a emprender la terapia de su propio hijo, con la cual ellos mismos aprendieron mucho, pero necesitaban que se los informara acerca de lo que estaban haciendo. También necesitaban que su éxito fuera apreciado y que todo el proceso se verbalizara. El hecho de haber visto a su hijo salir de una enfermedad les ha dado confianza en su capacidad para abordar las otras dificultades que surgen de tiempo en tiempo.

Resumen

Se ha realizado la descripción breve de un caso para ilustrar la compulsión de un niño a utilizar cuerdas, primero tratando de comunicarse simbólicamente con la madre a pesar del repliegue de ella durante fases depresivas y después como una negación de la separación. En tanto símbolo de la negación de la separación, la cuerda se convirtió en una cosa temible que había que dominar, y de tal modo se pervirtió su uso. En este caso la propia madre realizó la psicoterapia, mientras el psiquiatra le explicaba su tarea.