Obras de S. Freud: Histeria (1888) La terapia de la neurosis – Resumen

La terapia de la neurosis.

Es difícil exponerla en breves palabras. En ninguna otra enfermedad puede el médico obtener logros tan milagrosos o quedar tan impotente. Desde el punto de vista de la terapia, es preciso distinguir tres tareas: el tratamiento de la predisposición histérica, de estallidos histéricos (histeria aguda) y de síntomas histéricos singulares (histeria local). En el tratamiento de la predisposición histérica, el médico tiene cierto margen de maniobra; si bien no es posible cancelarla, sí lo es adoptar medidas profilácticas para que los ejercicios físicos y el cuidado de la salud no queden relegados por la formación intelectual; puede desaconsejarse que se someta el sistema nervioso a rendimientos excesivos, tratar la anemia o clorosis ‘ que parece prestar un particular refuerzo a la inclinación a contraer neurosis, y, por último, reducir la significatividad de síntomas histéricos leves. El médico debe guardarse de manifestar de manera demasiado nítida su interés por estos últimos, pues así los alentaría. Un trabajo intelectual serio, aunque sea agotador, rara vez vuelve a alguien histérico; en cambio, sí puede hacerse este reproche a la educación que se imparte en los mejores estamentos de la sociedad y que procura el refinamiento de la sensación y la sensibilidad. En esta medida, el método de generaciones médicas anteriores, que trataban las manifestaciones histéricas en jóvenes como malas costumbres y faltas de la voluntad, y las castigaban con amenazas, no era malo, si bien no respondía a intuiciones correctas. Para el tratamiento de neurosis en niños, se consigue más con un rechazo autoritativo que con cualquier otro método. Por cierto que si se trasfiere este tratamiento a la histeria de adultos y a casos graves no se logrará nada. En el tratamiento de histerias agudas, en que la neurosis produce de continuo nuevos fenómenos, la tarea del médico es ardua; con facilidad se cometen errores, y los éxitos son raros. La primera condición para lograrlos es, como regla, alejar al enfermo de su medio habitual y aislarlo del círculo en que se generé el estallido. Estas medidas no sólo son benéficas por sí mismas, sino que además posibilitan una severa vigilancia médica y esa atención intensa del enfermo sin la cual el médico nunca conseguirá éxito alguno en el tratamiento de histéricos. Por lo general, el histérico o la histérica no es el único enfermo nervioso dentro del círculo familiar; el susto o la tierna simpatía de los progenitores y otros parientes no hace más que acrecentar la excitación o, en caso de mudanza psíquica del enfermo, su inclinación a producir síntomas más intensos. Por ejemplo, sí un ataque se produjo varios días seguidos a determinada hora, la madre regularmente lo esperará en ese momento, con temor preguntará al niño si ya se siente mal, y de ese modo asegurará el advenimiento del fenómeno temido. Sólo en casos rarísimos se consigue mover a los allegados para que muestren una calma total y una aparente indiferencia frente a los ataques histéricos del niño; las más de las veces, es preciso trocar la familia por la residencia en un instituto médico, a lo cual los allegados suelen ofrecer tan grande resistencia como los enfermos mismos. Bajo la impresión de las percepciones diversas que el paciente tiene en el sanatorio, de la cordial y optimista confianza del médico, quien pronto le trasferirá su convicción de que la neurosis no es peligrosa y curará rápido, así como manteniendo al enfermo alejado de todas las excitaciones del ánimo que contribuyen al estallido de la histeria, y aplicándole toda clase de medios terapéuticos vigorizantes (masajes, faradización general, hidroterapia), se asistirá a la disipación de las más graves histerias agudas, que habían producido un desarreglo total, físico y moral, del enfermo. En pocos meses, ellas dejarán sitio a la salud. Como método de tratamiento de la histeria en sanatorios ha adquirido gran fama en los últimos años, y merecidamente, la llamada cura de reposo de Weir Mitchell (conocida también como «cura de Playfair»); consiste en la conjunción de aislamiento en reposo absoluto con una aplicación sistemática de masajes y faradización general (1); para ello es tan imprescindible la asistencia de una enfermera instruida, como el permanente influjo del médico. Esta cura reviste enorme valor para la histeria porque conjuga acertadamente el «traitement m oral» con una mejoría del estado general de nutrición; pero no se la debe considerar sistemáticamente completa en sí; antes bien, los recursos principales siguen siendo el aislamiento y el influjo del médico, y entre los recursos auxiliares no se pueden descuidar, amén de los masajes y la electricidad, los demás métodos terapéuticos. Lo mejor será, tras guardar cama de cuatro a ocho semanas, aplicar hidroterapia y gimnasia, y recomendar un abundante movimiento. En otras neurosis, por ejemplo la neurastenia, el éxito de esta cura es mucho más incierto; descansa meramente en el valor de la sobrealimentación -toda vez que se la logre con un tracto intestinal neurasténico- y del reposo; en la histeria, el éxito es a menudo maravilloso y duradero. El tratamiento de un síntoma histérico singular no ofrece ninguna perspectiva de éxito mientras subsista una histeria aguda; los síntomas removidos tienen recidivas o son sustituidos por otros nuevos; médico y enfermo terminan por fatigarse. Diversa es la situación cuando los síntomas histéricos son restos de una histeria aguda ya trascurrida, o emergen dentro de una histeria crónica, como localizaciones de la neurosis, con un ocasionamiento particular. Sobre todo, se debe desaconsejar en este caso cualquier medicación interna, y poner en guardia frente al uso de narcóticos. Recetar narcóticos en una histeria aguda no es más que un grave error médico. -En el caso de una histeria local y residual, no siempre se podrán evitar los medicamentos internos; ahora bien, su efecto es inseguro: unas veces se produce con maravillosa prontitud, otras es nulo, y parece depender sólo de la autosugestión del enfermo o de su fe en que sobrevendrá. En otros casos, se puede optar entre un tratamiento directo o uno indirecto del padecer histérico. Este último consiste en dejar a un lado la afección local y empeñarse en obtener un influjo terapéutico general sobre el sistema nervioso, para lo cual uno recomendará la estadía al aire libre, la hidroterapia, la electricidad (de preferencia, franklinización), el mejoramiento de la sangre por medicación de arsénico y hierro. En el tratamiento indirecto es preciso atender también a la eliminación de las fuentes de irritación de naturaleza física toda vez que las haya. Por ejemplo, unos espasmos gástricos pueden tener por base un catarro gástrico leve, un enrojecimiento de la laringe o una inflamación de los cornetes nasales pueden producir una pertinaz tussis hysterica. En cuanto a saber si, de hecho, alteraciones en los genitales ofrecen tan a menudo la fuente irritatoria para síntomas histéricos, realmente parece dudoso. Los casos respectivos tendrían que examinarse con más severo espíritu crítico. El tratamiento directo consiste en la eliminación de la fuente de irritación psíquica para los síntomas histéricos, y es comprensible que las causas de la histeria se busquen en el representar inconciente. Para este tipo de tratamiento, se instila al enfermo en la hipnosis una sugestión cuyo contenido es la eliminación de su padecimiento. Por ejemplo, una tussis nervosa hysterica se cura oprimiendo la garganta del enfermo hipnotizado y asegurándole que se ha quitado el estímulo para la tos; una parálisis histérica del brazo, constriñéndolo, en la hipnosis, a mover cada una de las partes del miembro paralizado. Más eficaz todavía es un método que Josef Breuer fue el primero en practicar en Viena; consiste en reconducir al enfermo, hipnotizado, a la prehistoria psíquica del padecer, constreñirlo a confesar {bekennen} la ocasión psíquica a raíz de la cual se generó la perturbación correspondiente. Este método de tratamiento es de reciente data, pero brinda éxitos terapéuticos que de otro modo no se alcanzan. Es el más adecuado a la histeria, porque imita fielmente el mecanismo siguiendo el cual se generan y disipan estas perturbaciones. En efecto, muchos síntomas histéricos que han resistido a todo tratamiento desaparecen de manera espontánea bajo el influjo de un motivo psíquico suficiente (p. ej., una parálisis de la mano derecha queda cancelada sí en un altercado el enfermo siente el impulso de dar una bofetada a su contrincante), o de una excitación moral, de un terror, de una expectativa (p. ej., en un lugar de peregrinación), o, por último, a raíz de una subversión de las excitaciones dentro del sistema nervioso tras un ataque de convulsiones. El tratamiento psíquico directo de síntomas histéricos llegará a ser el más utilizado cuando en los círculos médicos se comprenda mejor la sugestión (Bernheim-Nancy). – Por el momento no se puede decidir con exactitud en qué medida participaría el influjo psíquico en algunos otros procedimientos que parecen físicos. Por ejemplo, es posible curar contracturas sí se consigue producir una trasferencia {transfert) por medio de un magneto. Con una trasferencia repetida, la contractura se debilita y termina por desaparecer (2).

Resumen.

A modo de síntesis se puede decir: la histeria es una anomalía del sistema nervioso que descansa en una diversa distribución de las excitaciones, probablemente con formación de un excedente de estímulo dentro del órgano anímico. Su sintomatología muestra que este excedente de estímulo es distribuido por representaciones concientes o inconcientes. Todo cuanto varíe la distribución de las excitaciones dentro del sistema nervioso es capaz de curar perturbaciones histéricas; tales intervenciones son en parte de naturaleza física, en parte directamente psíquicas.