Obras de Winnicott, Las influencias grupales y el niño inadaptado: el aspecto escolar 1955

Las influencias grupales y el niño inadaptado: el aspecto escolar 1955

Conferencia pronunciada en la Asociación de Profesionales
para los Niños Inadaptados, abril de 1955
Me propongo estudiar aquí algunos aspectos de la psicología de los grupos, lo cual tal vez nos
ayude a comprender mejor los problemas inherentes al manejo grupal de los niños inadaptados.
Consideremos en primer lugar al niño normal, que vive en un hogar normal, tiene metas y asiste a la
escuela con el deseo de aprender, y que es capaz de encontrar su propio ambiente e incluso ayudar a mantenerlo, desarrollarlo o modificarlo. En cambio, el niño inadaptado necesita un medio donde se ponga el acento en el manejo más que en la enseñanza, la cual constituye algo secundario y a veces especializado, que se asemeja más a la enseñanza diferencial que a la instrucción en asignaturas escolares. En otras palabras, en el caso del niño inadaptado, «escuela» tiene el significado de «albergue»; y por tal motivo los que se ocupan del manejo de niños antisociales no son maestros que caprichosamente añaden un pequeño toque de comprensión humana, sino psicoterapeutas de grupo que aprovechan la ocasión para enseñar algo. Por lo tanto, los conocimientos sobre la formación de grupos son de gran importancia para su trabajo.
Los grupos y la psicología de los grupos constituyen un tema muy amplio, del que he seleccionado
una tesis central: la base de la psicología grupal es la psicología individual, y en particular la de la
integración personal del individuo Por ende, comenzaré con una breve descripción de la tarea que
significa la integración individual.
El desarrollo emocional individual
La psicología surgió de un tremendo caos a partir de la idea, ahora aceptada, de que existe un
proceso ininterrumpido de desarrollo emocional, el cual se inicia antes del nacimiento y se mantiene
durante toda la vida, hasta que llega la muerte como consecuencia de la vejez. Esta teoría
constituye la base de todas las escuelas de psicología y brinda un principio que resulta aceptable
para todas ellas. Tal vez existan violentas discrepancias con respecto a uno u otro punto, pero esta simple idea de continuidad en el crecimiento emocional sirve para mancomunarnos a todos.
Partiendo de esta base, podemos estudiar la forma que adopta el proceso y las diversas etapas en
las que existe peligro, sea que éste tenga un origen interno (los instintos) o externo (las fallas
ambientales).
Todos aceptamos la afirmación general de que cuanto más nos internamos en la exploración de
este proceso individual, más importancia asume el factor ambiental. Esto implica aceptar el principio
de que el niño pasa de la dependencia a la independencia. En condiciones normales, esperamos
que el individuo llegue gradualmente a identificarse con grupos cada vez más amplios, sin perder su propia identidad ni su espontaneidad individual. Si el grupo es demasiado grande, el individuo
quedará aislado; y si es demasiado restringido, perderá su sensación de pertenecer a una
comunidad.
Nos esforzamos enormemente por ofrecer ampliaciones graduales del significado de la palabra
grupo cuando tratamos de crear clubes y otras organizaciones adecuadas para los adolescentes, y juzgamos los resultados en la medida en que cada niño llega a identificarse sucesivamente con los diversos grupos sin experimentar una pérdida excesiva de su individualidad. Organizamos
asociaciones de niños exploradores y guías para los preadolescentes, con sus correspondientes
divisiones infantiles para niños de 8 a 11 años, o sea aquellos que están atravesando el período de
latencia. La escuela primaria constituye una ampliación y una prolongación del hogar. Cuando se
trata de proporcionar una escuela al niño de menos de dos años, vemos que aquélla está integrada
con el hogar y que no atribuye demasiada importancia a la instrucción, porque lo que un niño
necesita a esa edad son oportunidades organizadas para el juego y condiciones controladas para
iniciarse en la vida social. Aceptamos que para el niño de esa edad el verdadero grupo es su hogar y, en lo que respecta al bebé, sabemos que una interrupción en la continuidad del manejo familiar resulta desastrosa. Si examinamos las etapas iniciales de este proceso, vemos que el bebé
depende enormemente del cuidado de la madre, de su presencia permanente y de su
supervivencia. La madre debe hacer una adaptación suficientemente buena a las necesidades del
niño, pues de lo contrario éste inevitablemente desarrollará defensas que distorsionarán el proceso; por ejemplo, la criatura deberá asumir las funciones del medio si éste no resulta confiable, de modo que existe un self verdadero que está oculto, y no vemos más que un falso self dedicado a la doble tarea de ocultar al auténtico y someterse a las exigencias que el mundo le plantea
permanentemente.
En un período más temprano, el bebé está en brazos de la madre y sólo comprende el amor que se
expresa en términos físicos, es decir, a través de ese sostén humano y vital. Aquí encontramos la
dependencia absoluta, y en esta etapa tan temprana no existen defensas contra las fallas
ambientales, salvo la suspensión del proceso del desarrollo y la psicosis infantil.
Consideremos ahora lo que ocurre cuando el medio tiene una actitud adecuada, que siempre
responde a las necesidades concretas de ese momento. El psicoanálisis se ocupa
fundamentalmente (y así debe hacerlo) de la satisfacción de las necesidades instintivas (el yo y el
ello), pero en este contexto nos interesa más la provisión ambiental que posibilita todo lo demás,
esto es, en este momento nos interesa concretamente la madre que sostiene al bebé y no la madre
que alimenta al bebé. ¿Qué es lo que se manifiesta en el proceso del crecimiento emocional
individual cuando este sostén y el manejo general son suficientemente buenos?
De todo lo que observamos, lo que nos interesa fundamentalmente aquí es esa parte del proceso
que llamarnos integración. Antes de la integración, el individuo no está organizado, es un mero
conjunto de fenómenos sensoriomotores, a los que el ambiente otorga cierta cohesión. Después de
la integración, el individuo Es o sea, el bebé se ha convertido en una unidad, puede decir Yo soy (si
pudiera hablar). Ahora el individuo tiene una membrana que lo delimita, de modo que repudia todo
lo que no es él mismo, y lo vuelve externo a él; tiene ahora un «adentro» en el que pueden
acumularse recuerdos de experiencias y construirse la estructura infinitamente compleja inherente
al ser humano.
No importa que este desarrollo se realice de golpe o gradualmente a lo largo de un prolongado
período; lo cierto es que existe un antes y un después, y que, de por sí, esto hace que el proceso se convierta en un hecho trascendental.
No cabe duda de que las experiencias instintivas contribuyen en gran medida al proceso de
integración, pero también es fundamental que exista ese medio suficientemente bueno, alguien que
sostenga al niño y se adapte a sus necesidades cambiantes. Esa persona sólo puede estar movida por el tipo de amor que conviene a esta etapa, un amor que entraña poder identificarse con el bebé y sentir que vale la pena adaptarse a sus necesidades. Decimos que la madre se consagra a su hijo, temporaria pero auténticamente; y ella está dispuesta a hacerlo con todo gusto, hasta tanto su bebé deje de necesitarla.
Sugiero que ese momento en que el niño puede decir Yo soy es un momento muy doloroso; el
nuevo individuo se siente infinitamente expuesto. Sólo puede soportar, o más bien arriesgar, ese Yo soy si se siente rodeado por los brazos de alguien.
Quisiera agregar que en ese momento es conveniente que la psique y el cuerpo ocupen los mismos lugares en el espacio, de modo que la membrana que lo delimita no sea tan sólo un límite para la psique en un sentido metafórico, sino también la piel de su cuerpo. «Expuesto» equivale entonces a «desnudo».
Antes de la integración hay un estado en que el individuo sólo existe para quienes lo observan. Para el niño, el mundo exterior no está diferenciado, ni hay tampoco un mundo personal o interno ni una realidad interna. Después de la integración el bebé comienza a tener un self. Antes de la
integración, lo único que puede hacer la madre es prepararse para el momento en que el bebé la
repudie; después de ella, puede ofrecerle apoyo, calor, cuidado amoroso y ropas (y pronto
comenzará a satisfacer los instintos del bebé).
También en este período previo a la integración existe un área entre la madre y el niño que es
madre y niño a la vez. Si no se presentan inconvenientes serios, esta zona se divide poco a poco en dos: la parte que el niño a la larga repudia y la que en un determinado momento reclama. Pero es
inevitable que subsistan vestigios de esta área intermedia, cosa que observamos más tarde en la
primera posesión a la que el niño se aferra afectivamente, y que tal vez sea un trozo de frazada,
una servilleta, un pañuelo de la madre, etc. A los objetos de este tipo los he denominado «objetos
tradicionales», y lo importante aquí es que dichos objetos son, simultáneamente, una creación del
niño y una parte de la realidad externa. Por tal razón, los padres los respetan aun más que a. los
ositos, las muñecas y los juguetes que aparecen poco después. El niño que pierde ese objeto
transicional pierde al mismo tiempo la boca y el pecho, las manos y la piel de la madre, la
creatividad y la percepción objetiva. Este objeto es uno de los puentes que ponen en contacto a la
psique individual con la realidad externa.
Del mismo modo, resulta inconcebible que, antes de la integración, el bebé pudiera existir siquiera
sin, un quehacer materno suficientemente bueno. Sólo después de la integración podemos afirmar
que, si la madre falla, el niño muere de frío, o decae cada vez más, o estalla como una bomba de
hidrógeno y destruye al self y al mundo a un mismo tiempo.
El niño recién integrado está, entonces, en el primer grupo. Antes de esta etapa sólo existe una
formación primitiva pregrupal, en la que los elementos no integrados se mantienen unidos gracias a
un medio del que aún no se han diferenciado, y que es la madre que sostiene al niño.
Un grupo constituye un logro del Yo soy, y constituye una hazaña peligrosa para el bebé. En las
etapas iniciales necesita protección, a fin de que el mundo externo repudiado no tome represalias
contra el nuevo fenómeno y lo ataque desde todos los sectores y en todas las formas concebibles.
Si continuáramos este estudio de la evolución del individuo, comprobaríamos de qué manera el
crecimiento personal cada vez más complejo complica el cuadro del crecimiento grupal; pero, por el
momento, sigamos examinando las consecuencias de nuestro supuesto básico.
La formación de grupos
Hemos llegado a la etapa de una unidad humana integrada y, al mismo tiempo, la de alguien que
podríamos llamar la madre que proporciona protección, y que conoce muy bien el estado paranoide
inherente a esa nueva integración. Confío en que lo que quiero decir resultará claro si utilizo los
términos «unidad individual» y «protección materna».
Los grupos pueden originarse en cualquiera de los dos extremos implícitos en estos términos:
i) Unidades superpuestas.
ii) Protección.
i) La base de la formación grupal madura es la multiplicación de unidades individuales. Diez
personas, todas ellas bien integradas, superponen sus diez integraciones y, en cierta medida,
comparten una membrana demarcatoria. Dicha membrana representa ahora la piel de cada
miembro individual. La organización que cada individuo aporta en términos de integración personal
tiende a mantener desde adentro la entidad grupal, lo cual significa que el grupo se beneficia con la
experiencia personal de los individuos, cada uno de los cuales ha sido cuidado durante el momento
de la integración y protegido hasta alcanzar la capacidad de protegerse a sí mismo.
La integración del grupo implica al comienzo cierta amenaza de persecución, por lo cual cierto tipo
de persecución puede producir en forma artificial la formación de un grupo, pero no de naturaleza
estable.
ii) En el otro extremo, un conjunto de personas relativamente no integradas puede recibir protección, y ello da lugar a que se forme un grupo. Aquí el funcionamiento grupal no nace de la acción de los individuos sino de la protección. Los individuos pasan por tres etapas:
a) Se alegran de recibir protección y adquieren confianza. b) Comienzan a explotar la situación, se
vuelven dependientes y hacen una regresión a la etapa de no integración. c) Cada uno de ellos por
su cuenta comienza a alcanzar cierta integración, y en esas circunstancias utiliza la protección que le ofrece el grupo y que necesita debido a sus temores de persecución. Los mecanismos de
protección se ven sometidos a un tremendo esfuerzo. Algunos de estos individuos alcanzan la
integración personal y están así en condiciones de pasar al otro tipo de grupo, en el que los
individuos mismos instrumentan el funcionamiento grupal. Otros no pueden curarse con la terapia
de protección únicamente, y siguen necesitando ser manejados por una institución pero sin
identificarse con ella.
Al examinar un grupo es posible determinar cuál de los extremos predomina. La palabra
«democracia» se utiliza para describir el agrupamiento más maduro, y la democracia sólo puede
aplicarse a un conjunto de personas adultas en el que la gran mayoría ha alcanzado integración
personal, además de ser maduras en otros sentidos.
Los grupos adolescentes pueden alcanzar cierto grado de democracia bajo supervisión, pero es un
error esperar que la democracia madure entre los adolescentes, aun mando cada uno de ellos sea
maduro. En el caso de niños sanos, la protección debe ser manifiesta, al tiempo que se proporciona a los individuos todas las oportunidades necesarias para que contribuyan a la cohesión grupal mediante el empleo de las mismas fuerzas que promueven la cohesión en las estructuras yoicas individuales. El grupo limitado favorece la contribución individual.
El funcionamiento grupal con el niño inadaptado
El estudio de las formaciones grupales constituidas por adultos, adolescentes o niños sanos ayuda
a comprender el problema del manejo grupal con niños enfermos, entendiéndose por ello
inadaptados.
Esta desagradable palabra, inadaptación, significa que, en algún momento del pasado, el medio no
logró adaptarse adecuadamente al niño, por lo cual éste se vio obligado a hacerse cargo de la
protección y a perder así identidad personal, o bien debió obligar a alguien a hacerse cargo de esa
protección, a fin de contar con una nueva oportunidad para alcanzar integración personal.
El niño antisocial tiene dos alternativas: aniquilar su verdadero self o convulsionar a la sociedad
hasta que ésta le proporcione protección. En el segundo caso, Si encuentra protección el verdadero self puede aflorar nuevamente, y es mejor vivir en una prisión que aniquilarse en un sometimiento carente de sentido.
En términos de los dos extremos descritos, resulta evidente que ningún grupo de niños inadaptados se mantendrá unido merced a la integración personal de sus miembros. Ello se debe en parte a que el grupo está compuesto por adolescentes o niños, que son seres humanos inmaduros, pero sobre todo a que tales niños, en mayor o menor medida, no están integrados. Por lo tanto, cada uno de ellos experimenta una necesidad de protección anormalmente intensa porque está enfermo –
precisamente por esa causa- esto es, por alguna falla en este aspecto del proceso de integración
que tuvo lugar en algún momento del pasado.
¿Qué podemos hacer, entonces, para asegurarnos de que lo que les brindamos a estos niños se
adapta a sus necesidades cambiantes a medida que avanzan hacia la salud? Existen dos métodos
posibles:
i) Según el primero, un albergue aloja al mismo grupo de niños y es responsable de ellos; les
proporciona lo que necesitan en las diversas etapas de su desarrollo. Al comienzo, el personal les
brinda protección y el grupo es un grupo de protección. En él, los niños (después de un período de
«luna de miel») empiezan a empeorar y, con suerte, llegan al nivel más bajo de la no integración. Por
fortuna, éste es un proceso lento en el que los niños se usan recíprocamente, de modo que por lo
común siempre hay un niño que está peor que los otros en un momento dado. (¡Qué tentador
resultaría poder ir librándose cada vez de ese niño en particular, con lo cual se fallaría siempre en el momento crítico!)
Gradualmente, y uno tras otro, los niños comienzan a alcanzar la integración personal y, en el curso de cinco a diez años siguen siendo los mismos, pero se han convertido en una nueva clase de grupo. Se puede entonces comenzar a abandonar la técnica de protección, y el grupo empieza a integrarse en virtud de las fuerzas tendientes a la integración que existen en cada individuo.
El personal está siempre preparado para restablecer la protección, como sucede cuando, por
ejemplo, un niño roba en su primer empleo, o de alguna otra manera manifiesta síntomas del temor
inherente al logro tardío del Yo soy o del estado de independencia relativa.
ii) Utilizando el otro método, un grupo de albergues trabaja en forma conjunta. Cada uno de ellos es
clasificad) conforme a la naturaleza de la tarea que realiza, y conserva ;u tipo. Por ejemplo:
El albergue de tipo A proporciona un 100% de protección.
El albergue de tipo B proporciona un 90% de protección.
El albergue de tipo C proporciona un 65% de protección.
El albergue de tipo D proporciona un 50% de protección.
El albergue de tipo E proporciona un 40% de protección.
Los niños conocen los diversos albergues que constituyen el grupo a través de visitas
intencionalmente planeadas, y se realizan asimismo intercambios de personal. Cuando un niño en
un albergue de tipo A alcanza cierto grado de integración personal, pasa al que le sigue en la
escala. Así, los niños que evolucionan llegan finalmente a un albergue de tipo E, que está en
condiciones de proteger al adolescente que se lanza al mundo.
En tal caso, el grupo de albergues está protegido a su vez por alguna autoridad y por una comisión
especial, lo embarazoso del segundo método es que los miembros de los distintos albergues no
lograrán comprenderse recíprocamente a menos que se reúnan y se los mantenga plenamente
informados en cuanto al método utilizado y su eficacia. El albergue de tipo B que ofrece un 90 por
ciento de protección y se encarga de las tareas más desagradables será objeto de cierta
desvalorización; en él habrá escapadas y momentos de alarma. El albergue de tipo A estará en
mejor situación porque allí no existe la libertad individual; todos los niños parecerán felices y bien
alimentados, y los visitantes los seleccionarán como la mejor entre las cinco categorías. Su director
se verá obligado a ser dictatorial, y sin duda pensará que los fracasos en los otros albergues
obedecen a una falta de disciplina. Pero los niños que viven en el albergue de tipo A ni siquiera han
emprendido la marcha; simplemente se están preparando para iniciarla.
En los albergues de tipo B y C, donde los niños están tirados en el suelo, no pueden ponerse en pie, se niegan a comer, se hacen caca en los pantalones, roban toda vez que experimentan un impulso amoroso, torturan a los gatos, matan ratones y los entierran para poder tener un cementerio adonde ir a llorar, debería haber un aviso: no se admiten visitas. Los directores de estos albergues tienen a su cargo la permanente tarea de proteger almas desnudas, y son testigos de tanto sufrimiento como el que puede observarse en los hospitales mentales para adultos. ¡Qué difícil resulta conservar un buen personal en semejantes condiciones!
Resumen
Entre todo lo que podría decirse acerca de los albergues como grupos, he preferido referirme a la
relación que existe entre el trabajo grupal y el mayor o menor grado de integración personal de los
niños individuales. Creo que se trata de una relación básica: en el caso positivo, los niños traen
consigo sus propias fuerzas integradoras; en el negativo, el albergue proporciona protección, que es algo así como proveer de ropa a un niño desnudo y sostener en forma humana y personal a un
bebé recién nacido.
Si existen confusiones en cuanto a la clasificación del factor de integración personal, es imposible
que un albergue cumpla eficazmente su tarea. Las enfermedades de los niños inadaptados
predominan, y los más normales, que podrían contribuir al trabajo grupal, no cuentan con una
oportunidad para hacerlo, ya que es necesario proporcionar protección todo el tiempo y en todas
partes.
Creo que esta excesiva simplificación del problema se verá justificada si puedo ofrecer un lenguaje
simple para una mejor clasificación de los niños y de los albergues. Quienes trabajan en estos
últimos se convierten en blanco permanente de la venganza, ante hechos provocados por
innumerables fallas ambientales tempranas en las que no tuvieron la menor intervención. Para que
puedan resistir el tremendo esfuerzo que significa tolerar esto e incluso, en algunos casos, corregir las fallas pasadas gracias a su tolerancia, deben al menos saber qué es lo que están haciendo y por qué no siempre tienen éxito.
Clasificación de los casos
Partiendo de la base de que se aceptan las ideas que he propuesto, podemos entonces internarnos gradualmente en la complejidad del problema de los grupos. Concluiré con una clasificación esquemática de los distintos tipos de casos.
a) Los niños que están enfermos en el sentido de que no han logrado integrarse en unidades, por lo cual no pueden aportar nada a un grupo.
b) Los niños que han desarrollado un falso self, cuya función es establecer y mantener contacto con el medio y, al mismo tiempo, proteger y ocultar el verdadero self. En estos casos, hay una
integración aparente, que se pierde en cuanto se la acepta como real y se le exige una
contribución.
c) Los niños que están enfermos en el sentido de mostrarse retraídos. Aquí se ha alcanzado la
integración y la defensa consiste en una reorganización de, las fuerzas benignas y malignas. Estos
niños viven en su propio mundo interno, que es artificialmente benigno aunque alarmante debido a
la acción de la magia. Para ellos el mundo externo es maligno o persecutorio.
d) Los niños que conservan una integración personal mediante un énfasis exagerado en la
integración, y una defensa frente a la amenaza de desintegración que consiste en establecer una
personalidad fuerte.
e) Los niños que han contado con un manejo temprano suficientemente bueno y han podido utilizar
un mundo intermedio con objetos que asumen importancia porque representan, a un mismo tiempo,
objetos valiosos externos e internos. No obstante, han experimentado una interrupción de la
continuidad en el manejo al punto de impedir el uso de esos objetos intermedios. Estos niños son
las criaturas «complejas depravadas» habituales, cuya conducta desarrolla cualidades antisociales
toda vez que vuelven a abrigar esperanzas. Roban y anhelan recibir afecto y pretenden que
aceptemos sus mentiras. En el mejor de los casos, hacen una regresión general o localizada, como
mojarse en la cama, lo cual representa una regresión momentánea en relación con un sueño. En el
peor de los casos, obligan a la sociedad a tolerar sus síntomas de esperanza, aunque no pueden
obtener beneficios inmediatos de sus síntomas. No encuentran lo que anhelan a través de los robos pero, eventualmente, y debido a que alguien tolera esos robos, en cierta forma pueden renovar su convencimiento de que tienen derecho de reclamarle algo al mundo. Este grupo incluye toda la gama de la conducta antisocial.
f) Los niños que han tenido un comienzo pasablemente bueno pero sufren los efectos de figuras
parentales con quienes sería inadecuado que se identificaran. Aquí encontramos innumerables
subgrupos, algunos ejemplos de los cuales son: i) Madre caótica. ii) Madre deprimida. iii) Padre
ausente. iv) Madre ansiosa. v) Padre que aparece como una figura severa sin haberse ganado el
derecho a serlo. vi) Progenitores que se pelean, a lo cual se le suma el hacinamiento y el hecho de
que el niño duerma en la habitación de los padres, etc.
g) Niños con tendencias maníaco-depresivas, con un elemento hereditario o genético, o sin él.
h) Niños que son normales excepto cuando se encuentran en fases depresivas.
i) Niños con temores de persecución y una tendencia a dejarse avasallar o a avasallar a los demás.
En los varones, esto puede constituir la base de actividades homosexuales.
j) Niños que son hipomaníacos, en los que la depresión está latente o bien encubierta por trastornos psicosomáticos.
k) Todos los niños que están suficientemente integrados y socializados como para padecer, cuando enferman, las inhibiciones, compulsiones y organizaciones defensivas contra la angustia y que, en general, se clasifican bajo el término de psiconeurosis.
l) Por último, los niños normales, por los que entendemos aquellos que, frente a anormalidades
ambientales o situaciones de peligro, pueden utilizar cualquier mecanismo de defensa, pero que no
se ven llevados a utilizar un tipo particular de mecanismo de defensa debido a distorsiones en el
desarrollo emocional personal.