Obras de Winnicott: Los hijos adoptivos al llegar a la adolescencia (1955)

Los hijos adoptivos al llegar a la adolescencia (1955)

Debería sentirme más contento, al dirigirme hoy a ustedes, si tuviese alguna queja concreta acerca de los procedimientos de adopción, alguna inquietud que no me deje tranquilo o algún interés particular. Como no sucede nada de esto, debo confrontar mi propia experiencia con la de ustedes, plenamente consciente de que están dedicados a las prácticas de la adopción y muy al tanto del problema clínico. En mi propia labor, veo a adolescentes adoptados y puedo comparar sus problemas con los de la adolescencia común, así como con los problemas emocionales de todas las edades, lo cual tal vez me sitúa en una posición algo especial.

Hay ciertas cosas que todos los aquí presentes podemos dar por sentadas. Primero, que la adopción es buena y a menudo tiene éxito. Segundo, que se ahorrara muchas dificultades si al niño se le dice a temprana edad que ha sido adoptado, y a la inversa, que surgen muchos trastornos por la demora en suministrarle esta información. Tercero, que es importante la estabilidad y la continuidad del hogar, cuestión ésta que afecta a todos los niños.

Hace poco, un inspector de casos en período probatorio me pidió que atendiera a una chica de 18 años, Miriam. quien aparentemente había declarado que yo era la cínica persona que la había sabido ayudar. \o obstante. lo primero que me comentó en la entrevista es que desde que yo le había dicho que era una hija adoptiva, diez años atrás, nunca pudo ser feliz. Yo aún la recordaba, así como recordaba que le di esta información en contra de la postura tomada por sus padres adoptivos. Estaba seguro de que ella necesitaba de que se le dijera eso y tenía la certeza de que ya lo había adivinado. Así que, según ella, le arruiné la vida. Hasta ese momento había sido muy feliz, y luego recibió ese golpe… descargado por mí. Sin embargo, cuando precisó ayuda pensó en mí. Creo que esto ilustra el valor de decirle sinceramente la verdad a un niño, como a cualquiera.

Esta chica huraña de 18 años me contó que quería mucho a sus padres adoptivos, y que podía producirse una apertura en su propia vida si tan sólo ella lo permitía; pero no era capaz de superar el sentimiento de haber sido engañada. Nos quedamos sentados largamente en silencio; nadie hablaba ni se movía. Pero ella no perdía el tiempo: estaba reflexionando y aprovechando mi buena disposición a involucrarme en su dilema. Me relató que su padre real casi siempre estaba borracho; que se había vuelto a casar y vivía en el vecindario. La madre real había muerto de cáncer, y Miriam fue recogida cuando era bebé por una mujer que era jefa de su madre en el lugar donde ésta trabajaba.

Invité al funcionario a cargo del período probatorio a que visitara al padre y le pidiera algún objeto que hubiera pertenecido a la madre biológica para entregárselo a la hija. Le dio una fotografía y un collar. Le advertí al funcionario que tal vez Miriam no se entusiasmase mucho al recibir estos presentes, y hasta podría sobrevenir un período de derrumbe anímico por el dolor que esto podía causarle, ya que Miriam estaba tratando de encontrar a su madre real para hacer el duelo por ella. Cuando se le entregaron esas cosas en un sobre, lo puso en su cartera sin siquiera abrirlo. Pero a partir de ese episodio hubo cambios en su vida; el más importante fue que si antes se la veía afligida, sin fe y al mismo tiempo temerosa de irse a dormir sin rezar sus plegarias, luego recobró su vida religiosa, que siempre había tenido importancia para ella. Aún dista de estar bien, pero comenzó a trabajar con otras chicas de su edad y su situación actual es satisfactoria. El tribunal le pidió a la madre adoptiva, que había vivido con la niña por períodos desde que ésta tenía un año, que no le dijera que era adoptada ni le dejara ver a su padre. En todo ese tiempo, la relación con sus padres adoptivos había sido excelente y sin tropiezos; los quería mucho y los consideraba muy buenos amigos. Miriam se parece bastante a su madre real, lo cual ayuda.

Estos niños necesitan información, pero la información sola no basta. Necesitan además contar con una persona confiable, que se ponga de su lado en su búsqueda de la verdad y comprenda que tienen que experimentar la emoción propia de la verdadera situación. Miriam se sentía engañada, pero si se la ayuda puede, en lugar de ello, ser sobrecogida por el dolor, y sólo así alcanzar el amor de su madre y su propia capacidad de amar. En otros casos, la emoción adecuada tal vez sea la ira, el asco, el horror o la exasperación, según cuáles hayan sido las circunstancias de la adopción.

En los inicios de la pubertad sobreviene una nueva necesidad de verdades fácticas. No puede intentarse estudiar ningún problema de la adolescencia si no se reconoce como base esta nueva pulsión instintiva, que es biológica. El varón crece y cobra nueva forma su genitalidad, y adquiere una nueva capacidad de excitación; la niña tiene su menstruación, la invaden nuevos sentimientos en las relaciones personales y ha de vérselas con el rápido crecimiento de sus pechos, que quizá le enorgullezca exhibir o le dé vergüenza poseer. La pubertad fuerza a cada niño a adoptar una nueva orientación con respecto al mundo. Esto es tanto más difícil por cuanto el niño no ve muy lejos lo que le espera y no quiere pensar en la inminencia del matrimonio, como tan fácilmente puede ocurrir con los espectadores. Hay una fase de la adolescencia que tiene valor en sí, y que hace que los adolescentes deseen juntarse, con una actitud que es una mezcla de desafío y de dependencia. Los adultos pueden perjudicarlos si suponen, por su comportamiento, que son adultos, o si los ridiculizan por su infantilismo. Esto es válido, sobre todo, para la esfera del sexo, ya que en el adolescente vemos la valoración del tacto, por ejemplo, que es propia del bebé unida a juegos sexuales semejantes a los del adulto. Los juegos sexuales tienen un valor inherente, y al principio no implican la planificación a largo plazo de un nuevo hogar.

Esta fase adolescente pronto queda atrás, pero merece un serio estudio como fenómeno normal, y ha sido algo soslayada en la bibliografía psicológica.

En la adolescencia, los niños adoptados no son iguales a los otros niños, por más que pretendamos lo contrario.

Tienden a perderse las delicadas primeras etapas de la fase adolescente y a pasar con demasiada premura a la idea adulta de las relaciones sexuales, socializadas por el matrimonio. Alternativamente, tal vez reaccionen frente a esto exagerando su desafío y uniéndose en bandas con otros chicos y chicas desafiantes de la misma edad en algún grupo que se vuelve molesto. A los niños adoptados la adolescencia les plantea más tensiones que a los otros niños, y en mi experiencia esto se debe a la ignorancia sobre su origen personal, que acarrea varios efectos adversos. Primero, esta ignorancia se mezcla con el misterio habitual del coito, la fecundación, el embarazo y el nacimiento, e interfiere en la índole delicada del juego sexual adolescente, tornándolo al niño torpe y cohibido. Segundo, puede llevar a que se ponga un acento excesivo en los procesos de socialización, los diversos ritos de iniciación, los exámenes de ingreso, etcétera; y cuando aparece la idea del matrimonio, quizá surjan dudas de si la pareja elegida será capaz de soportar la noticia cuando al final uno se la comunique.

Finalmente, al llegar el deseo de tener hijos, el hijo adoptivo se preocupará mucho por las cuestiones hereditarias y la transmisión de factores genéticos desconocidos. Se distorsionan así los problemas corrientes que asedian a todo adolescente, y las cuestiones secundarias se vuelven problemas importantes.

Es absolutamente necesario que se les diga a los niños adoptivos cuáles fueron los hechos de su vida. Otros niños se las ingeniarán para averiguar las cosas aquí y allí, y jugar con la imaginación y el mito; pero los adoptivos tienen que tener respuestas cabales y ser ayudados para que formulen las preguntas adecuadas. No basta con que se les cuente que el bebé crece dentro de su mamá. Necesitan saber de qué manera los instintos complican las relaciones afectivas, así como descripciones anatómicas y físicas; y precisan tiempo para asimilar lo que se les diga. A veces, los problemas vinculados a la adopción se aclaran con sólo suministrar una información sexual completa y apropiada.

Para aprender acerca del sexo -que es otro modo de aprender acerca de los orígenes-, los dolescentes necesitan entablar una relación con alguien maduro y confiable. Los padres adoptivos pueden o no ser capaces de hacer frente a este problema central de manejo. En general, los adolescentes precisan a alguien ajeno a la familia, con quien puedan ver su hogar desde cierta distancia, evaluarlo y criticarlo. El niño adoptivo tal vez encuentre muy peligroso usar con este fin a sus amigos, y de hecho no es raro que sucedan cosas sorprendentes en una amistad cuando se da esta información sobre la adopción. Surge la necesidad de una relación profesional con un extraño, que no se preocupe directamente de la conducta, los logros o los aspectos morales, sino que pueda ser usado para explorar ciertas ideas. Los niños que viven en su hogar biológico tienen un enorme alivio del tabú que pesa en éste sobre la experiencia sexual; pero en el caso del niño adoptivo, como no existen lazos de sangre, su sentimiento de tabú está debilitado, así como la seguridad inherente a las relaciones internas de un hogar natural.

Quisiera suspender por un momento el supuesto de que ser adoptado es mejor que estar en un hogar sustituto, y comparar ambos procedimientos. Hace algunos años era cierto que lo mejor, para un bebé que no tenía un hogar propio, era la adopción. Las alternativas eran azarosas, y si hay algo que el niño no sabe afrontar es lo fortuito. Pero hoy los niños deprivados están atendidos por un servicio público dirigido por el Estado y cumplido por trabajadores bien instruidos. En un hogar sustituto el niño se halla en una situación relativamente segura, cuenta con un profesional que mantiene contacto con él en representación de la Comisión de los Niños y, en la medida en que sea bueno para él, lo vincula a lo que quede de su hogar real. Para aclarar este punto, quisiera sugerir que existen tres categorías de adopción: 1. El niño es recogido lo antes posible cuando es bebé, y criado en un buen hogar; «decirle la verdad» es algo que se negocia bien; y sus padres adoptivos se preocupan por él y buscan consejo, si es necesario, recurriendo a los canales normales, como lo harían para sus propios hijos.

2. La adopción es complicada o tardía, pero el niño tuvo un buen comienzo. Los problemas que surgen tienen que ver con el hecho de que el niño ha conocido a otras personas que lo cuidaron, y posiblemente a uno de sus progenitores o a ambos. ¿Se toman los recaudos para un trabajo asistencial permanente en este tipo de adopciones, tanto más complejas que las primeras?

3. El niño ya se halla perturbado en el momento de la adopción. Hay muchos casos en esta categoría, y los padres que no se hacen cargo del niño desde el comienzo probablemente tengan que suministrarle mayores cuidados que al niño normal. Es dable que los padres adoptivos y sustitutos deban actuar todo el tiempo como psicoterapeutas, y quizás esta tarea los supere. La adolescencia genera en esta categoría problemas de adopción peculiares, y el profesional suele ingresar en la escena sólo después de producirse el derrumbe.

Las medidas que se adecuan a los casos de la primera categoría quizá no sean buenas para los de la tercera. Si es así, hay que declararlo, por mucho que deseemos preservar las medidas existentes en favor de las buenas adopciones que he incluido en la primera categoría, cuyo carácter se alteraría si los asistentes sociales que conocieron el caso en el pasado continúan visitando el hogar.

Uno podría resolver el problema dirigiendo a todos los niños perturbados a hogares sustitutos. ¡Qué difícil es, empero, diagnosticar las perturbaciones emocionales en la temprana infancia! A los pocos meses de vida, o aun semanas, un manejo conflictivo puede haber producido un alto grado de enfermedad. Aunque esto parezca muy distante de los problemas de la adolescencia, es uno de los inconvenientes esenciales de la adopción.

Parece que en un hogar sustituto se reconoce la situación y se trata de hacer lo mejor posible a partir de una mala situación, en tanto que en uno adoptivo se pretende simular que lo que sucede es muy natural. En este punto, la adolescencia nos encuentra en falta. Los padres adoptivos, tal vez incapaces de hacer frente a la muy especial necesidad de ayuda del adolescente, no tienen a nadie que los asesore. ¿El suministro de una ayuda idónea tendrá que ir siempre precedido de un derrumbe? En un hogar sustituto, el niño tiene la ventaja de contar con la ayuda continua positiva del servicio profesional, y los padres sustitutos suelen valorar esta ayuda externa, si les es ofrecida con tacto.

¿Qué puede hacer el profesional? El adolescente necesita averiguar cosas acerca del mundo real, y esa parte importante de éste que gira en torno del enriquecimiento general de las relaciones por obra del instinto. Los niños adoptivos necesitan esto muy especialmente, pues se sienten inseguros sobre su origen. ¿De qué manera puede ser de ayuda en esto el profesional a los padres adoptivos? Esto me lleva a otra cuestión: ¿qué posibilidades existen de indagar en el pasado cuando esto parece conveniente? ¿No estoy en lo cierto al pensar que si sobreviene un derrumbe puede haber muchas dificultades, a raíz de la confusión general sobre los pormenores reales de la vida temprana del niño?

Casi todo lo fáctico es valioso, y cuando el niño está próximo al derrumbe la necesidad es tan urgente que incluso hechos desagradables pueden traer alivio. El problema radica en el misterio y la mezcla consecuente de los hechos con la fantasía, así como en la carga potencial que lleva el niño de las emociones de amor, ira, horror, asco, siempre inminentes pero que nunca se experimentan. Si la emoción no es experimentada, jamás se la puede dejar atrás.

Se dice que la ubicación en un lugar imparcial «tiene a veces un éxito sorprendente». ¿Se debe acaso a que en muchos de estos lugares hay una suerte de continuidad, y se dispone de los datos porque los padres adoptivos nunca se hicieron plenamente cargo? Es la diferencia que hay entre una concesión por tiempo prolongado y un título de propiedad que da plenos poderes; el elemento de los «plenos poderes» presente en una adopción bien establecida puede ser un obstáculo cuando, en la pubertad, el niño debe conocer la verdad, no sólo acerca del sexo sino de su origen personal.

Como es obvio, algunos padres seguirán prefiriendo la adopción, así como algunos niños seguirán necesitándola. Según sabemos, el Informe Curtis le da prioridad entre las formas de abordar los casos de niños deprivados. Sin embargo, cabe plantearse esta interesante pregunta: ¿es un signo de mayor madurez en una pareja casada preferir la adopción o preferir constituir un hogar sustituto? Hace diez años yo habría dicho que era un signo de madurez preferir la adopción; pero hoy la respuesta no resulta clara. Si se dispone de buenos servicios profesionales y éstos se hallan debidamente reconocidos, puede ser un signo de madurez preferir el ofrecimiento de un hogar sustituto, sobre todo si el bebé no fue recogido casi desde su nacimiento.

Los padres adoptivos tienen problemas personales cuando sus hijos llegan a la pubertad. Tanto para ellos como para los hijos, cobra importancia que la barrera del incesto sea sólo una cuestión legal, no basada en los lazos sanguíneos. Los padres adoptivos comparten con los padrastros y las madrastras una particular dificultad, a saber la de no poderse identificar con sus hijos adoptivos o hijastros en el mismo nivel profundo que con sus hijos biológicos. Cuando sus hijos comienzan a tener amoríos, es posible que los padres adoptivos sufran trastornos, aunque los «novios» sean chicos o chicas de la misma edad; la significación profunda es una cuestión inconsciente.

Sin duda, al llegar a la adolescencia muchos hijos adoptivos se dan cuenta de que si hubieran podido elegir no habrían optado por los padres que se les asignó; pero así como los padres adoptivos tienen que correr un riesgo, también los hijos adoptivos deben hacerlo. Si contemplamos el cuadro en su conjunto, cabe decir que en la mayoría de los casos la adopción funciona bien, pero hay que reconocer que para algunos adolescentes sus hogares adoptivos son insoportables. ¿Cómo pueden estos niños ponerse en contacto con quienes estarían en condiciones de ayudarlos?

Tal vez se piense que la quiebra de un hogar adoptivo ha de ser forzosamente una catástrofe; según mi experiencia, no encontré mayores disturbios en los hijos adoptivos afectados por esto que en los emás niños.

Mencionaré como ejemplo el caso de un chico cuyos padres adoptivos se divorcian. Uno de ellos se casa de nuevo, y además entre las otras personas en quien el chico podría confiar hubo también muchos divorcios. Se las arregló muy bien, y continúa haciendo uso personal de todos aquellos adultos que no le demostraron directamente ser poco confiables. Este chico fue adoptado cuando tenía pocos días de vida, y tanto su infancia como su niñez temprana fueron muy buenas. Se le informó tempranamente de su adopción.

Resumiendo: todos los niños reorientan su vida en la pubertad, y los hijos adoptivos enfrentan a esta edad una tarea especial y necesitan ayuda especializada. También los padres adoptivos necesitan ayuda para el manejo de sus sentimientos, removidos por las nuevas capacidades de estos hijos que en rigor no son de su carne y sangre. Está además el problema subsidiario de la posición que ocupa el asistente social en su búsqueda de los datos reales, y si goza de acceso al hogar adoptivo antes de que el niño se transforme en un paciente y la adopción en un caso problemático.

Preguntas al público

Pregunta: ¿Ha habido alguna prueba de que las perturbaciones emocionales de la temprana infancia afectaran a los niños más adelante?

Respuesta: Mi impresión es que cuando en los inicios todo va bien, gran parte de lo que pasa entonces es obliterado por las experiencias posteriores y pierde significación; pero si las cosas andan mal, todo lo que alguna vez anduvo mal se torna significativo. Muchos niños están ya tan perturbados a los pocos meses que es predecible cómo serán de adultos. Por ejemplo, casi siempre las grandes dificultades alimentarias de la niñez posterior tienen raíz emocional; y el trastorno puede remontarse con certeza a ciertos períodos, quizás al de la introducción de los alimentos sólidos o el pasaje del pecho al biberón, pero a veces al primer día en que la madre y el bebé no pudieron establecer una relación sobre esa base. Así que hay niños que necesitan psicoterapia porque ya sufrieron alguna anormalidad cuando tenían unas pocas semanas o meses. Muchos son atendidos por sus propios padres, quienes los consideran «difíciles»; esta atención forma parte del proceso continuo de la crianza y a los padres les gusta dispensarla. Si un niño adoptado fue recogido cuando tenía unos pocos días, tal vez los padres atribuyan todo lo que luego anda mal a algo que hicieron ellos, y traten de enmendarlo; pero si se llevan un niño que tuvo dificultades en sus primeras semanas o meses, estarán cargando con los errores de otros, lo cual le da a su tarea un carácter totalmente diferente.

Pregunta: ¿Se podrían prevenir los derrumbes de la adolescencia llevando a cabo investigaciones y charlas con un supervisor en las primeras etapas, de modo tal que los padres adoptivos fueran advertidos sobre las posibles dificultades posteriores?

Respuesta: Lo ideal es que se les diga a los padres qué dificultades les esperan, y que ellos deseen saberlo; pero en la práctica primero hay que averiguar qué clase de personas son, como para no desalentarlos con cualquier cosa que no parezca «normal» y grata. La gente elabora la idea de la adopción, y el hijo que quieren es el que les llega en el momento en que han llegado a la fase apropiada. Es equivalente al embarazo: un estado de suma sensibilidad. En tal momento no puede aplicarse ninguna regla procedente de los libros: tenemos que saber cuánto están en condiciones de asumir los padres. Si pueden asumirlo, se les debe decir.

Pregunta: ¿Sería correcto decirle a quienes adoptan un niño: «Este niño no fue querido, ustedes tendrán que darle amor; pero debido a su deprivación temprana de eso tan vital, pueden toparse con problemas más adelante, quizás en la adolescencia»?

Respuesta: Sería mejor sugerirles qué pueden hacer para ayudarlo. Por ejemplo, decirles: «Este niño ha sido descuidado, y en los próximos meses o años ustedes tendrán que brindarle mayor afecto que el que habitualmente ofrecen a los niños comunes». Hay dos clases de cuidados que se le brindan a un bebé: uno tiene que ver con la alimentación, etcétera, y el otro es del tipo que los padres comprenden mejor si se lo llama «sostener al bebé». Si les decimos: «Este niño no fue adecuadamente sostenido; se lo dejó caer», lo que queremos decirles es, literalmente, que se le abrió la tierra debajo y que no tuvo seguridad en ninguna parte; que hay una caída infinita, la cual puede reaparecer en cualquier momento, y surgirá en sus pesadillas y dibujos posteriormente. Quienes adopten un niño así no solamente deben atenderlo sino que tendrán que brindarle exageradamente todo lo vinculado al cuidado de un niño, para que se sienta bien sostenido y seguro. Puede explicárseles que a todos los niños les resulta difícil la adolescencia, y que tal vez los padres precisen ayuda; en tal caso, pueden venir a charlar.

Pregunta: La mayoría de las personas que adoptan niños les dan a éstos profusamente todo lo que tienen. ¿No puede esto mismo provocarles trastornos, a los padres y al hijo, durante la adolescencia?

Respuesta: Tenemos que diferenciar entre la gratificación de los deseos y la satisfacción de las necesidades. Existen ciertas necesidades absolutas, sobre todo en los inicios, como no dejar que el chico se caiga, no permitir que su cabeza se ladee bruscamente cuando se lo está bañando, etcétera. Por más que se exagere en estas cosas esenciales, no se va a malcriar al niño de la misma manera en que se lo hace si cuando pide un caramelo se le dan dos. Pero a veces hay motivos para «malcriar» al niño. Tal vez después de la etapa en que fue malcriado haya que arreglar algún otro descalabro, pero puede ser necesario hacerlo para que supere sus primeras dificultades.

Pregunta: ¿Qué ocurre con la situación especial que se produce en la adolescencia cuando un niño adoptado es hijo biológico de uno de sus progenitores pero no del otro, y consecuentemente llega a saber que es hijo ilegítimo?

Respuesta: Una dificultad permanente en contarle a un niño algo relativo a su pasado es que se entera de su ilegitimidad. Lo peor se da cuando es el producto de un incesto (el hijo de un hermano y ermana, supongamos). Ninguna regla adecuada para ese chico servirá para otro; sería mucho mejor que nadie supiera nada al respecto. Es muy difícil para cualquier chico soportar una información de esta índole, y no recuerdo haberla proporcionado nunca. En cuanto a la ilegitimidad común, creo que la información sexual ayuda en este problema: de ahí que estos niños necesiten conocer los hechos ligados al sexo. Si el niño ya está en un embrollo en cuanto a sus orígenes, es terrible para él enterarse de su ilegitimidad; pero si los niños conocen los hechos y pueden aceptar los conocimientos de la anatomía, la fisiología y la psicología del amor, el matrimonio y la vida, en ese contexto tolerarán el hecho de su ilegitimidad. El verdadero problema no es que el niño haya sido ilegítimo sino que haya tenido un buen comienzo en la vida, un desarrollo emocional satisfactorio: un niño con un buen comienzo puede soportar saber que es ilegítimo. Cuando no puede soportarlo, el problema no radica meramente en la ilegitimidad sino en la suma de todas las dificultades relacionales, a raíz de un manejo temprano embrollado.

Pregunta: ¿Qué debe decírsele al hijo de una mujer casada? ¿No es malo para él enterarse de que su madre ha estado casada y podría tener otros hijos viviendo con ella, y sentir que él ha sido rechazado para que sus padres y hermanos pudieran estar seguros? ¿Es suficiente con decirle a ese hijo que su madre y su padre no estaban casados, lo que era cierto?

Respuesta: En estos casos la pregunta es: si uno retiene o deforma la verdad, ¿puede evitar el perjuicio? Los niños poseen una extraña habilidad para llegar a conocer los hechos a la larga, y si comprueban que la persona en quien han confiado los engañó, esto les preocupará más que lo que hayan descubierto. Los hechos están bien porque son los hechos; lo terrible es no saber si algo es un hecho, una fantasía o un misterio. Un niño que ha sido bien atendido en las primeras etapas y tuvo un buen desarrollo emocional necesita enfrentar todo el asunto y vivir las emociones propias de la situación real; también necesita ser conducido por un profesional que esté ligado a él en ese momento. Eso es mejor que si ese descubrimiento queda para siempre como posibilidad futura.

Pregunta: ¿A qué edad debe buscársele un hogar al niño? Según la Ley de Adopción vigente en Irlanda, el consentimiento de la madre no tiene validez hasta que el niño cumple los seis meses, y existen otros inconvenientes legales y de otro tipo en la asignación precoz de un hogar.

Respuesta: Creo que el primer día es mejor que el segundo, el segundo mejor que el tercero, etcétera. Sin duda que hay en la práctica muchos tropiezos y escollos, pero los padres ven de una manera tan distinta las dificultades por las que son responsables (sabiendo que son responsables por las cosas buenas), que a mi juicio toda demora es un estorbo.

Pregunta: ¿El amamantamiento cumple un papel? Una asignación demasiado temprana del niño lo suprime.

Respuesta: Si tomamos literalmente la palabra «amamantamiento» podemos meternos en un lío. En los escritos psicológicos, se designa con ese nombre el tipo de cuidado propio de la atención personal de la madre. En rigor, no es necesario que el niño tome la leche materna; la madre puede criarlo perfectamente sin ella. Todo depende de cómo lo haga. Hay en esta pregunta dos complicaciones. Primero, ¿debe empezarse por dar el pecho y luego pasar al biberón, o si va a haber una adopción es mejor no dar el pecho en absoluto? Sobre esto tenemos mucho que aprender aún, pero desde el punto de vista del niño creo que si se va a interrumpir el amamantamiento, es mejor no comenzarlo. Sin embargo, he comprobado que incluso unos pocos días de amamantamiento son algo que jamás se olvida. En los casos normales, la lactancia es un enriquecimiento; en los anormales, no siempre se puede remediar su falta. La segunda complicación es que aunque desde el punto de vista del niño tal vez sea mejor prescindir del amamantamiento, desde el punto de vista de la madre éste puede ser muy importante. Es posible completar el amamantamiento antes de la adopción. Esto tal vez tenga sentido; pero en ese lapso se crea entre dos seres humanos una relación muy potente, y es previsible que el bebé haga el duelo por la pérdida de su madre, la persona más importante del mundo para él -más aún, todo su mundo-. No obstante, es dable negociar eficazmente esta situación, siempre y cuando el bebé haya sido bien atendido, «bien sostenido».

Pregunta: ¿Qué ocurre con la herencia del niño cuya madre gesta cada dos años un niño y lo entrega en adopción Las dificultades de la adolescencia, ¿no reflejan a menudo el verdadero carácter de los padres de la criatura?

Respuesta: Quizás haya involucrados factores genéticos, pero no quisiera dejan el asunto ahí, pues el motivo por el cual una persona gesta un bebé cada dos años es tan complicado que no podría decir que es heredado en absoluto. Por ejemplo, bien puede haber ocurrido que la madre fue pasando de mano en mano ella misma cuando era bebé, de modo tal que perdió por completo el contacto con su propia madre o con una madre sustituta y no lo recobró nunca. O bien la chica puede pertenecer a un grupo de bajo coeficiente intelectual, y para ella la vida es más simple de esa manera. Sin conocer los antecedentes, no me atrevería a decir en modo alguno que este tipo de comportamiento está genéticamente determinado; es más probable que obedezca a alguna falla en el desarrollo emocional que a la herencia.