Obras de Anna Freud. Normalidad y patología en la niñez: Evaluación del desarrollo. CAP III (La evaluación de la normalidad en la niñez)

Normalidad y patología en la niñez: Evaluación del desarrollo.

(Versión castellana de Humberto Nágera)

III –  LA EVALUACION DE LA NORMALIDAD EN LA NIÑEZ

EL DESCUBRIMIENTO TEMPRANO DE LOS AGENTES PATOGENOS: PREVENCION y PRONOSTICO

Para el analista de niños, la reconstrucción del pasado
del paciente o el rastreo de los síntomas hasta sus orígenes en
los primeros años de vida constituye una tarea muy diferente
de la detección de los agentes patógenos antes de que éstos
hayan comenzado su tarea nociva; de la evaluación del grado
de progreso normal de un niño pequeño; del pronóstico de su
desarrollo; de interferir con el tratamiento del niño; de guiar
a los padres; o en general de prevenir las neurosis, las psicosis
y la asocialidad. Mientras que el entrenamiento reconocido para
la terapia psicoanalítica prepara al analista de niños para llevar
a cabo las primeras tareas señaladas, aún no se ha preparado
un plan de estudios oficial para que logre cumplir todas las
demás.
El interés en los problemas del pronóstico o de la prevención
conduce inevitablemente al estudio de los procesos men-
tales normales opuesto al estudio de los patológicos, o a la transición
insensible entre los dos estados que concierne al analista
de adultos. Este conocimiento de lo normal al que Ernst Kris
(1951) denominó campo «subdesarrollado» o «problemático»
del psicoanálisis, se ha ampliado considerablemente gracias a
las extrapolaciones teóricas de los hallazgos clínicos realizados
por Heinz Hartmann y Ernst Kris. También se debe mucho a la
creciente importancia de los principios y presunciones de la
psicología psicoanalítica del niño dentro del pensamiento metapsicológico,
que «comprende el campo total del desarrollo, normal
y anormal’:’ (Ernst Kris, 1951, pág. 15). El analista de adultos
en su trabajo clínico tiene poco interés en el concepto de
normalidad, excepto de manera marginal, en cuanto se refiere
al funcionamiento (en el amor, el sexo y en el buen rendimiento
en el trabajo ). En contraste, el analista de niños que
considera el desarrollo progresivo como la función más esencial
de un inmaduro, está profunda y centralmente comprometido
con la integridad o el trastorno, es decir, la normalidad o anormalidad
de este proceso vital. x
Como ya lo he indicado desde hace varios años (1945) se
puede evaluar el grado de desarrollo y las necesarias indicaciones
terapéuticas en el niño a través del escrutinio, por un
lado, de los impulsos libidinales y agresivos, y por el otro, del
yo y del superyó de la personalidad infantil por medio de signos
que indiquen, según la adaptación del yo, su precocidad o su
retardo. Con la secuencia de las fases de la libido y una lista
de las funciones del yo en el trasfondo de su mente, esta tarea
no es en modo alguno imposible ni siquiera difícil de realizar
para el analista de niños. Pero las indicaciones que así se obtienen
son más útiles para establecer el diagnóstico y para revelar
el pasado que para decidir las cuestiones relativas a lo
normal o las perspectivas futuras, y demuestran de manera satisfactoria
las formaciones y soluciones de compromiso que se
han logrado en la personalidad del paciente; pero no incluyen
señales de cuáles son las oportunidades que existen para mantener,
mejorar o disminuir su nivel de rendimiento.
LA TRASLACION DE LOS HECHOS EXTERNOS
A LAS EXPERIENCIAS INTERNAS
Los analistas, en la medida en que se los considera expertos
en niños, deben enfrentar una multitud de interrogantes que
el público les plantea, acerca de la crianza de los niños y de
las decisiones que los padres deben tomar en relación con la
vida de sus hijos y que pueden resultarles conflictivas. El hecho
de que las consultas se refieren a situaciones de la vida diaria
no es razón para delegar las respuestas en quienes carecen de
entrenamiento analítico y se ocupan habitualmente de la vida
mental normal (tales como los mismos padres, los pediatras, las
enfermeras, las maestras jardineras, las maestras, los funcionarios
de bienestar social, las autoridades educacionales, etc.),
En efecto, los interrogantes planteados circunscriben precisamente
aquellos campos en que pueden aplicarse con gran provecho
las teorías psicoanalíticas desde el punto de vista preventivo.
Los siguientes constituyen algunos ejemplos.
¿Debe la madre cuidar en forma exclusiva a su pequeño, y
la madre sustituta significa un peligro para el desarrollo del
niño? Si el niño está al cuidado exclusivo de la madre, ¿cuándo
puede comenzar a dejarlo durante cortos períodos para tomarse
un descanso o para atender al esposo, a los hijos mayores, a sus
propios padres, etc.? ¿Cuáles son las ventajas de amamantarlo
comparadas con la alimentación a biberón o de la alimentación
según la solicite el apetito del niño frente al sistema de horarios
rígidos de comidas? ¿Cuál es la mejor edad para comenzar el
entrenamiento del control de esfínteres? ¿A qué edad es beneficiosa
la inclusión de otros adultos o niños como compañeros de
juegos? ¿Cuál es la edad adecuada para su ingreso al jardín de
infantes? Si se requiere una intervención quirúrgica (hernia,
circuncisión, amigdalectomía, etc.) y si existe la posibilidad de
elegir el momento, ¿es mejor llevarla a cabo cuando el niño es
muy pequeño o ya mayorcito? ¿Qué tipo de escuela (formal o
informal) es más adecuada para qué tipo de niño? ¿Cuándo
debe comenzar su educación sexual? ¿Existen edades determinadas
para tolerar con mayor facilidad el nacimiento de un
hermano? ¿Qué actitud tomar frente a sus actividades autoeróticas?
¿Debe permitírsele el chupeteo del dedo, la masturbación,
etc., sin control y sería válida la misma actitud en relación
con los juegos sexuales infantiles? ¿Debe permitirse libremente
la expresión de agresión? ¿Cuándo y de qué manera
debe informarse al niño adoptivo de su adopción? y en este caso
¿se les debe hablar de sus padres verdaderos? ¿Cuáles son las
ventajas y desventajas de las escuelas para alumnos externos
e internos? Y finalmente, ¿existe un momento específico durante
el proceso de la adolescencia en el que sea conveniente
para el joven «alejarse» (Anny Katan, 1937) de su hogar correspondiendo
al distanciamiento emocional de sus padres?
Frente a cualquiera de estas preguntas, aun las que en
apariencia son más simples, la reacción del analista tiene un
doble carácter. Como resulta obvio, no basta con señalar que
no existen respuestas generales aplicables para todos los niños,
sino solamente respuestas particulares que se adaptan a un
niño específico; ni tampoco que no pueden basarse tales respuestas
en la edad cronológica, dado que los niños difieren tanto
en la rapidez de su crecimiento emocional y social como en el
momento en que empiezan a sentarse, caminar, hablar, etc., y
en sus edades mentales; o incluso que no es suficiente evaluar
el nivel del desarrollo del niño cuya conducta es consultada.
Consideraciones de este tipo constituyen sólo una parte de su
tarea y quizá sea la más simple. La otra parte, no menos esencial,
consiste en la evaluación del significado psicológico de la
experiencia o de las exigencias a las que los padres intentan
someter al niño.
Mientras los padres consideran sus planes a la luz de la
razón, la lógica y las necesidades prácticas, el niño los experimenta
según su realidad psíquica, es decir de acuerdo con los
complejos, afectos, ansiedades y fantasías que esos mismos planes origman y que corresponden a las distintas fases de su
desarrollo. La tarea del analista consiste, por consiguiente, en
señalar a los padres las discrepancias que existen entre la interpretación
del adulto y la que hace el niño de estos hechos,
explicándoles las formas y niveles específicos de funcionamiento
que son característicos de la mentalidad infantil.
CUATRO CAMPOS DIFERENTES ENTRE EL NIÑO
Y EL ADULTO
Existen varios campos en la mente del mno de los que
parecen derivarse estos «malentendidos» de las acciones adultas.
Ante todo, el punto de vista «egocentrista» que gobierna
las relaciones del infante con el mundo de los objetos. Antes
de que haya sido alcanzada la fase de la constancia objetal, el
objeto, es decir la persona que cumple las funciones de madre,
no es percibido por el niño como poseedor de una existencia
independiente y propia, sino sólo en relación con el papel que
tiene asignado dentro del esquema de las necesidades y deseos
del niño. En consecuencia, todo lo que sucede en el objeto, o al
objeto, se interpreta desde el punto de vista de la satisfacción
o frustración de estos deseos. Las preocupaciones de la madre,
su interés por otros miembros de la familia, por el trabajo u
otras cosas, sus depresiones, enfermedades, ausencias, incluso
su muerte, son transformadas en experiencias de rechazo y
deserción. Por la misma razón, el nacimiento de un hermano se
interpreta como una infidelidad por parte de los padres, como
una expresión de la falta de satisfacción y la crítica de sus
padres hacia su propia persona; en resumen, como un acto hostil
al cual el niño responde a su vez con hostilidad y desilusión
que se expresa a través de exigencias o en un retraimiento emocional
con sus consecuencias negativas.
Existe en segundo lugar la inmadurez del aparato sexual
infantil que no le deja al niño alternativa, sino que lo fuerza
a traducir los hechos genitales adultos en pregenitales. Esto
explica la razón de que las relaciones sexuales entre los padres
se interpreten como escenas brutales de violencia y conduce a
todas las dificultades que resultan de la identificación con la
supuesta víctima o el supuesto agresor, que se revelan posteriormente
en la incertidumbre con respecto a su propia identidad
sexual. Ello explica también, como lo sabemos desde hace
mucho tiempo, el fracaso relativo y la desilusión de los padres
con respecto a la información sexual de los hijos. En lugar de
aceptar los hechos sexuales de la manera razonable con que se
les explica, el niño no p úede evitar traducirlos en términos que
concuerdan con su experiencia, es decir, convertirlos en las
llamadas «teorías sexuales infantiles» de inseminación a través
de la boca (como en los cuentos), el nacimient o a través del
ano, la castración de la mujer durante las r elaciones sexuales,
etcétera.
En tercer lugar, están todas aquellas circunstancias en
donde la falta de comprensión por parte del niño está basada
no en su carencia absoluta de razonamiento, sino más bien en
la relativa debilidad de los procesos secundarios del pensamiento
cuando se comparan con la intensidad de los impulsos
y las fantasías . Un niño pequeño, después del segundo afio de
vida, puede entender muy bie n, por ejemplo, la importancia
de los hechos médicos, reconocer el rol beneficioso del médico
o del cirujano, la necesidad de tomar las medicinas al margen
de su sabor desagradable, de respetar ciertos regímenes dietéticos
o hacer reposo en cama, etc. Sólo que no podemos esperar
que se mantenga esta comprensión. A medida que la visita
del médico o la operación se acercan, la razón naufraga y la
mente del niño se inunda de fantasías de mutilación,castración,
asalto violento, etc. El hecho de que deba permanecer en
cama se convierte en prisión, la dieta en una privación oral
intolerable; los padres que permiten que sucedan todas esas
cosas desagradables (en su presencia o ausencia) cesan de ser
figuras protectoras y se convierten en hostiles, contra las cuales
el niño descarga su hostilidad, enojo o agresión.’
Finalmente, existen algunas diferencias básicas y significativas
entre el funcionamiento de la mente infantil y la del
adulto. Menciono como la más representativa la diferente evaluación
del tiempo en las distintas edades. El sentido de la duración
del tiempo, largo o corto, de un determinado período,
parece depender de que la medida se tome por medio del funcionamiento
del ello o del yo. Los impulsos del ello, por definición,
no toleran la demora ni la espera; estas últimas actitudes
son introducidas por el yo y, entre ellas, postergar la acción
(por interpolación de los procesos del pensamiento) es tan característica como la urgencia de gratificación para el ello. La
manera como el niño experimente un período determinado
dependerá, por consiguiente, no sólo de su duración real medida
objetivamente por el adulto con el calendario y el reloj, sino
de las relaciones subjetivas internas del ello o del yo sobre el
dominio de su funcionamiento. Estos últimos factores decidirán
si los intervalos fijados con respecto a la alimentación, la ausencia
de la madre, la duración de la asistencia al jardín de
infantes, la hospitalización, etc., le parezcan cortos o largos,
tolerables o intolerables, resultando por lo tanto nocivos o inofensivos con respecto a sus consecuencias.
El egocentrismo, la inmadurez de la vida sexual, la preponderancia
de los derivados del ello sobre las respuestas del yo,
la diferente evaluación del tiempo son características de la
mente infant il que pueden explicar muchas de las insensibilidades
aparentes de los padres, por ejemplo su dificultad para
trasladar los hechos externos a experiencias internas. En consecuencia,
la información de los padres sobre los antecedentes
del niño en las entrevistas diagnósticas es superficial y enga-
. ñosa. Los informes pueden contener explicaciones acerca «de
una batalla en relación con la alimentación de pecho que duró
poco tiempo»; «del rechazo inicial del niño en el segundo año
de vida, de un sustituto de la madre durante la enfermedad de
ésta»; o del niño «que desconoció a la madre momentáneamente
cuando ésta retornó de la maternidad con el nuevo bebé»; de la
«pasajera infelicidad del niño en el hospital», etcétera,»
Se requiere toda la ingenuidad del diagnosticador y algunas
veces un período de tratamiento analítico para poder reconstruir,
desde las descripciones, los conflictos dinámicos que yacen
detrás del cuadro clínico superficial y que a menudo son los
responsables del cambio de curso de la vida emocional infantil,
desde la relación positiva, el cariño normal hacia los padres, al
retraimiento, el resentimiento y la hostilidad; del sentimiento de
haber sido altamente apreciado al de ser rechazado como un
objeto sin valor alguno, etcétera.
EL CONCEPTO DE LAS LINEAS DEL DESARROLLO
Para ofrecer respuestas útiles a las consultas de los padres
en relación con los problemas del desarrollo, las decisiones externas
bajo consideración deben trasladarse a su significado
interno, lo cual no es posible, como mencionamos más arriba,
si se consideran aisladamente el desarrollo de los impuls os y
del yo, aunque esto es necesario para el propósito de r ealizar
análisis clínicos y disecciones t eóricas.
Hasta ahora, en nuestra teoría psicoanalítica, las secuencias
del desarrollo se han establecido solamente en relación con
ciertos aspectos particulares circunscriptos de la personalidad
del niño. Con respecto al desarrollo de los impulsos sexuales,
por ejemplo, poseemos la secuencia de las fases Iibidinales (oral,
anal, fálica, período de latencia, preadolescencia, genitalidad
adolescente) que, a pesar de su considerable super posición,
corresponden de manera aproximada con edades específicas.
En relación con los impulsos agresivos somos menos precisos
y por lo general nos contentamos con correlacionar las expresiones
agresivas específicas con las fases específicas de la libido
(tales como morder, escupir y devorar con la- fase oral; las
torturas sádicas, golpear, patear, destruir con la fase anal; la
conducta arrogante, dominante con la fase fálica; la falta de
consideración, la crueldad mental, las explosiones asociales con
la adolescencia, etc.) . Del lado del yo, las conocidas fases y
niveles del sentido de la realidad en la cronología de la actividad
defensiva y en el crecimiento del sentido moral, establecen
una norma. Los psicólogos miden y clasifican las funciones
intelectuales por medio de escalas de distribución relacionadas
con la edad, en los diferentes tests de inteligencia.
No hay duda de que necesitamos para realizar nuestras
evaluaciones algo más que estas escalas seleccionadas del desarrollo
que son válidas solamente para aspectos aislados de la
personalidad del niño y no para su totalidad. Lo que buscamos
es la interacción básica entre el ello y el yo y sus dIstmtos m’:
veIes-dé- de sarrolio’, ‘ y también las secuencias de fas mismas dE
acuerdo con la edad que»en importancia, frecuencia y regularidad
son comparables con las secuencias de maduración del
desarrollo de la libido o el gradual desenvolvimiento de las
funciones del yo. Naturalmente, es.tas secuenci?s de~
entre los dos aspectos de la personalidad pueden determinarse
si ambos son bien conocidos, como sucede por ejemplo en relación
con las fases de la libido y las expresiones agresivas del
ello y las correspondientes actitudes de relaciones objetales del
yo . Así podemos rastrear las combinaciones que conducen desde
la completa dependencia emocional del niño hasta la comparativa
autesuñciencia, madurez sexual y de relaciones objetales
del adulto, una línea graduada de desarrollo que provee la base
indispensable para la evaluación de la madurez o inmadurez
emocional, la normalidad o la anormalidad.
Aunque quizá son más difíciles de establecer, existen líneas
similares de desarrollo cuya validez puede demostrarse para
casi todos los campos de la personalidad individual. En cada
caso trazan el gradual crecimiento del niño desde las actitudes
dependientes, irracionales, determinadas por el ello y los objetos
hacia un mayor control del mundo int erno y del externo
por el yo. Estas líneas, a las que contribuyen el desarrollo del
ello y del yo conducen, por ejemplo, desde las experiencias del
lact ant e con la amamantación y el destete, hasta la actitud racional,
antes que emotiva, del adulto hacia la alimentación;
desde el entrenamiento del control esfinteriano impuesto al
niño por las presiones ambientales, hasta el control más o
menos integrado y establecido del adulto; desde la fase en que
el niño comparte la posesión de su cuerpo con la madre hasta
la exigencia del adolescente de su independencia y propia determinación
en cuanto a la disposición de su cuerpo; desde el
concepto infantil egocentrista del mundo y de los otros seres
humanos hasta el desarrollo de sentimientos de empatía, mutualidad
y compañerismo con los otros niños; desde los primeros
juegos de carácter erótico con su propio cuerpo y con el cuerpo
de su madre a través de los objetos de transición (Winnicott,
1953) hasta los juguetes, los juegos, los hobbies y finalmente
hacia el trabajo, etcétera.
Cualquiera que sea el nivel alcanzado por el niño en algunos
de estos aspectos, representa el resultado de la interacción
entre el desarrollo de los impulsos y el desarrollo del yo, del
superyó y de sus reacciones frente a las influencias del medio,
es decir, entre los procesos de maduración, adaptación y estructuración.
Lejos de constituir aDsiracclOnes t eón cas, as 1:ñeaS
del desarrollo en el sentido que aquí se les atribuye, son realidades
históricas que en conjunto proporcionan un cuadro convincente
de los logros de un determinado niño o, por otro lado,
de los fracasos en el desarrollo de su personalidad.
Prototipo de una línea del desarrollo: desde la dependencia hasta
la autosuficiencia emocional y las relaciones objetales adultas
Para establecer el prototipo, hay una línea básica de desarrollo
sobre la que han dirigido su atención los analistas desde
las etapas iniciales. Se trata de la secuencia que conduce desde
la absoluta dependencia del recién nacido de los cuidados de la
madre, hasta la autosuficiencia, material y emocional, del adulto
joven, para la cual las fases sucesivas del desarrollo de la libido
(oral, anal, fálica) simplemente forman la base congénita de .
maduración. Estas etapas han sido bien comprobadas en los
análisis de adultos y de niños y también a través de la observación
analítica directa de niños, y se pueden enumerar aproximadamente
en la forma siguiente:
1. La unidad biológica de la pareja madre-hijo, con el narcisismo
de la madre extendido al niño, y el hijo incluyendo
a la madre como parte de su milieu narcisista
interno (Hoffer, 1952), período que además se subdivide
(de acuerdo con Margaret Mahler, 1952) en las fases
autistas, simbióticas y de separación-individuación con
ciertos riesgos específicos del desarrollo inherentes a
.cada una de estas fases;
2. la relación anaclítica con el objeto parcial (Melanie
Klein) o de satisfacción de las necesidades, que está
basada en la urgencia de las necesidades somáticas del
niño y en los derivados de los impulsos, y que es intermitente
y fluctuante, dado que la catexis del objeto
se libera bajo el impacto de deseos imperiosos y es vuelta
a retraer tan pronto como se los ha satisfecho;
3. la etapa de constancia objetal, que permite el mantenimiento
de una imagen interna y positiva del objeto,
independiente de la satisfacción o no de los impulso~;
4. la relación ambivalente de la fase preedípica sádicoanal,
caracterizada por las actitudes del yo de depender,
torturar, dominar y controlar los objetos amados;
5. la fase fálico-edípica completamente centralizada en el
objeto, caracterizada por una actitud posesiva hacia el
progenitor del sexo contrario (o viceversa), celos por
rivalidad hacia el progenitor del mismo sexo, tendencia
a proteger, curiosidad, deseo de ser admirado y actitudes
exhibicionistas; en las niñas la relación fálico-edípica
(masculina) hacia la madre precede a la relación edípica
con el padre;
6. el período de latencia, es decir, la disminución postedípica
de la urgencia de los impulsos y la transferencia
de la libido desde la figura paterna hacia sus compañeros,
grupos comunitarios, maestros, líderes, ideales impersonales
e intereses de objetivo sublimado e inhibido,
con fantasías que demuestran la desilusión y denigración
a su respecto («r omance familiar», fantasías equivalentes,
etcétera);
7. el preludio preadolescente de la «rebeldía de la adolescencia»,
es decir, el retorno a conductas y actitudes anteriores,
especialmente del objeto parcial, de la satisfacción
de las necesidades y del tipo ambivalente;
8. la lucha del adolescente por negar, contrarrestar, aflojar
y cambiar los vínculos con sus objetos infantiles, defendiéndose
contra los impulsos pregenitales y finalmente
estableciendo la supremacía genital con la catexis Iíbídinal
transferida a los objetos del sexo opuesto, fuera
del círculo familiar.
Mientras que los detalles de estas posiciones han formado
parte durante mucho tiempo del conocimiento común en los
círculos analíticos, su importancia en relación con los problemas
prácticos está siendo investigada cada vez más en los últimos
años. Por ejemplo, con respecto a las controvertidas consecuencias
de la separación del niño de la madre, de los padres o del
hogar, una rápida mirada al desenvolvimiento de esta línea
de desarrollo será suficiente para demostrar de manera convincente
la razón de reacciones comunes a las respectivas consecuencias
patológicas frente a hechos tan variados como lo demuestra
la experiencia y que están relacionados con las realidades
psíquicas variables del niño en los diferentes niveles.
Las interferencias con el vínculo biológico de la relación madrehijo
(fase 1), debidas a cualquier motivo, darán lugar a una
separación de la ansiedad propiamente dicha (Bowlby, 1960) ;
la incapacidad de la madre para cumplir con su rol como organismo
estable para la satisfacción de necesidades y para brindar
confort (fase 2) determinará trastornos en el proceso de individuación
(MahIer, 1952) o una depresión anaclítica (Spitz,
1946) u otras manifestaciones carenciales (Alpert, 1959) o el
precoz desarrollo del yo (James, 1960) o lo que se ha denominado
un «falso yo» (Winnicott, 1955). Las relaciones libidinales
insatisfactorias con objetos inestables o por cualquier razón
inadecuados durante la fase de sadismo anal (fase 4) trastornarán
la fusión equilibrada entre la libido y la agresión y darán
origen a una agresividad, una destrucción, etc., incontrolables
(A. Freud, 1949). Es solamente después que se ha alcanzado
la constancia objetal (fase 3) que la ausencia externa del objeto
se sustituye, al menos en parte, con la presencia de una imagen
interna que permanece estable; para fortalecer esta determinación
pueden extenderse las separaciones temporales, en proporción
al progreso de la constancia objetal, Por consiguiente,
aun cuando sea imposible señalar la edad cronológica en que
pueden tolerarse las separaciones, aquélla puede establecerse
de acuerdo con la línea del desarrollo cuando las separaciones
se adecuen al yo y no sean traumáticas, un punto de importancia
práctica en relación con las vacaciones de los padres, la hospitalización
del niño, la convalecencia, el ingreso al jardín de
infantes, etcétera.»
También hemos aprendido otras lecciones de carácter práctico
gracias a esta secuencia del desarrollo, tales como las siguientes:
– que la actitud de marcado apego durante el segundo
año de la vida (fase 4) es el resultado de la ambivalencia preedípica,
y no de los exagerados mimos maternales;
– que no es realista, por parte de los padres, esperar durante
el período preedípico (hasta el final de la fase 4) las
relaciones objetales mutuas que pertenecen sólo al siguiente
n ivel de desarrollo (fase 5) ;
3 Si por «duelo» entendemos no las diversas manifestaciones de
la ansiedad, la aflicción y las disfunciones que acompañan a la pérdida
del objeto en sus fases iniciales, sino el proceso doloroso y gradual
de la separación de la libido de la imagen interna, es claro que no
podemos esperar que esto ocurra antes de establecerse la constancia
objetal (fase 3).
– que ningún niño se puede integrar completamente con
un grupo hasta que la libido se haya transferido desde los padres
a la comunidad (fase 6). Cuando la resolución del complejo
de Edipo se demora y la fase 5 se prolonga como resultado de
una neurosis infantil, serán comunes los trastornos de adaptación
al grupo, la pérdida de interés, las fobias escolares (escolaridad
diurna) y la extrema añoranza del hogar (alumnos
internos) ;
– que las reacciones en relación con la adopción son más
severas durante la última parte del período de latencia (fase
6) cuando, de acuerdo con el proceso de desilusión normal de
los padres, todos los niños sienten como si fueran adoptados y
las emociones relacionadas con la adopción real se mezclan
con la presencia del «romance familiar»;
– que las sublimaciones vislumbradas en el nivel edípico
(fase 5) y desarrolladas durante el período de latencia (fase 6)
pueden desaparecer en la preadolescencia (fase 7) no a través
de trastornos del desarrollo o de la educación, sino debido a
la fase que corresponde a la regresión hacia niveles anteriores
(fases 2, 3 Y 4);
– que es tan antirreal por parte de los padres oponerse a
la liberación del vínculo existente con la familia o a la lucha
contra los impulsos pregenitales del adolescente (fase 8) como
quebrar el vínculo biológico durante la fase 1 u oponerse a las
manifestaciones autoeróticas pregenitales durante las fases 1, 2,
3, 4 Y 7.
Algunas líneas del desarrollo hacia la independencia corporal
El hecho de que el yo del individuo comienza inicialmente
y sobre todo como un yo corporal, no significa que él niño alcanza
la independencia en cuanto al cuidado de su cuerpo con anterioridad
a su autosuficiencia emocional o moral. Al contrario: la
posición narcisista de la madre con respecto al cuerpo de su hijo
coincide con los deseos arcaicos del niño de sumergirse en la
madre, y la confusión de los límites corporales que se deriva del
hecho de que en las etapas vitales iniciales la distinción entre
el mundo interno y el externo se basa no en la realidad objetiva,
sino en las experiencias subjetivas de placer y displacer. Por
consiguiente, mientras que el pecho de la madre, su cara, sus
manos, su pelo pueden ser tratados (o maltratados) por el infante
como si fueran partes de sí mismo, el hambre, el cansancio, la
falta de confort del niño le conciernen a la madre en igual medida.
Aunque durante la época de la primera infancia la vida
del niño está dominada por sus necesidades corporales y derivados,
la cantidad y calidad de las gratificaciones y frustraciones
están determinadas no por el niño sino por influencias ambientales. Las únicas excepciones a esta regla son las gratificaciones
autoeróticas que desde el principio están bajo su control y, por
consiguiente, le conceden una independencia limitada del mundo
objetal. Contrapuestos, como lo demostraremos más adelante, se
encuentran los procesos de la alimentación, del sueño, de la evacuación,
de la higiene corporal y de la prevención de daño o
enfermedad, procesos que deben sufrir un complicado y largo
desarrollo antes de convertirse de interés propio del individuo
en crecimiento.
Desde la lactancia a la alimentación racional
El niño debe superar una larga línea de desarrollo antes
de alcanzar el punto en que es capaz, por ejemplo, de regular
de modo activo y racional la ingestión de alimentos, tanto en
cantidad como en calidad, de acuerdo con sus propias necesidades
y apetito, y de manera independiente de sus relaciones
con la persona que lo alimenta y de sus fantasías conscientes
e inconscientes. Los pasos .que sigue son aproximadamente los
siguientes:
1. La etapa de la lactancia de pecho a biberón, según un
horario fijado o de acuerdo con su exigencia, con las
dificultades comunes debidas en parte a las fluctuaciones
normales del apetito y a los trastornos intestinales
y, en parte, a las actitudes y ansiedades de la madre;
la interferencia en la satisfacción de sus necesidades
originada por períodos de hambre, por largas esperas
para comer, por el racionamiento de la comida o por
la ingestión forzada de alimentos que determinan los
primeros trastornos -a menudo perdurables- en la
relación positiva del niño con la alimentación. El placer
en el chupeteo aparece como un predecesor, un producto
colateral, un sustituto o una interferencia con respecto
a la alimentación;
2. el destete iniciado por el niño o por la madre. En el
último caso y especialmente sí tiene lugar en forma
abrupta, la protesta del niño por la privación oral produce
resultados negativos con respecto al placer normal
en la comida. Pueden presentarse dificultades con la
introducción de sólidos, cuyos nuevos sabores y consistencias
se reciben con agrado o rechazo;
3. la transición de que lo alimenten a comer por sí mismo,
empleando utensilios o no, cuando «comida» y «mamá»
aún se identifican entre sí;
4. comer por sí solo usando cuchara, tenedor, etc., con el
desacuerdo de la madre acerca de la cantidad, a menudo
desplazado hacia el problema de los modales en la mesa;
las comidas como un campo de batalla general en el
que tienen lugar las dificultades de la relación madrehijo;
el deseo ardiente por caramelos como una fase sustitutiva
adecuada para los placeres orales; el rechazo de
ciertos alimentos como resultado del entrenamiento anal,
es decir, de la recientemente adquirida formación reactiva
de disgusto;
5. la desaparición gradual de la razón comida-madre en el
período edípico. Las actitudes irracionales hacia la comida
son determinadas ahora por las teorías sexuales
infantiles, es decir, las fantasías de la inseminación a
través de la boca (el temor de ser envenenado), del embarazo
(el temor de engordar), de los partos anales (temor
de ingestión y evacuación), así como por formaciones
reactivas contra el canibalismo y el sadismo;
6. la gradual desaparición de la sexualización de la comida
durante el período de latencia, con abstención o con el
aumento del placer que acompaña al acto de comer. Al
aumentar las actitudes racionales hacia la comida y la
propia determinación en todo lo que a ella concierne,
son decisivas las primeras experiencias en esta línea
de desarrollo para determinar los hábitos de la alimentación
adulta, los gustos, preferencias, así como las adicciones
ocasionales o las aversiones relacionadas con la
comida y la bebida.
Las reacciones del infante en la fase 2 (es decir, el destete
y la introducción de alimentos con sabores y consistencias nuevos)
reflejan por primera vez sus inclinaciones, bien hacia el
progreso y la intrepidez (que ve con gusto todas las experiencias
nuevas) o la tenaz aferración a los placeres ya existentes ·
(que hace que todos los cambios y nuevas experiencias se perciban
como peligros y privaciones) . Cualquiera que sea la
actitud que domine los procesos de la alimentación, ésta también
ejercerá influencias importantes en otros campos del desarrollo.
La relación comida-madre que persiste durante las fases 1 a 4
fundamenta la convicción subjetiva de la madre de que el
rechazo del niño hacia la comida está dirigido personalmente
en contra de ella, es decir, expresa el rechazo del niño por la
atención y los cuidados maternos, convicción que origina una
hipersensibilidad durante los procesos alimentarios sobre la
que se basan las batallas de la alimentación con respecto a la
madre. También explica por qué en estas fases el rechazo y
el extremo disgusto demostrado con respecto a ciertos alimentos
desaparecen por la sustitucíón temporaria de la madre para
alimentar al niño. Entonces los niños comen cuando están en
el hospital, en la escuela o de visita, sin que esto varíe en modo
alguno las dificultades en el hogar a este respecto cuando la
madre está presente. También esta observación explica la razón
de que las separaciones traumáticas de la madre sean seguidas
a menudo por rechazos del alimento (rechazo del sustituto materno)
o por excesos alimentarios (cuando el niño considera a
la comida como un sustituto del cariño maternal).
Los trastornos de la alimentación de la fase 5 que no están
relacionados con objetos externos pero que se originan en conflictos
estructurales internos, no se afectan por la presencia .
o ausencia física de la madre, hecho que puede utilizarse para
establecer el diagnóstico diferencial.
Después de la fase 6, cuando la personalidad madura es
la responsable de la alimentación, las dificultades previas con
la madre pueden ser reemplazadas por un desacuerdo interno
entre el deseo manifiesto de comer y la incapacidad inconscientemente
determinada de tolerar ciertas comidas, es decir los
diversos trastornos digestivos y el disgusto por ciertos alimentos,
de carácter neurótico.
De la incontinencia al control de los esfínteres
Puesto que la finalidad expresa de esta línea de desarrollo
no es la supervivencia relativamente intacta de los derivados
de los impulsos sino el control, la modificación y transformación
de las tendencias uretrales y anales, se pueden observar
claramente los conflictos entre el ello, el yo, el superyó y las
fuerzas ambientales:
1. La duración de la primera fase, durante la cual el niño
tiene completa libertad con respecto a la evacuación, se
determina no por el grado de maduración alcanzado, sino
por influencias ambientales, es decir, por la decisión
materna de interferir, también a su vez presionada por
necesidades personales, familiares, sociales y médicas.
En las condiciones actuales, esta fase puede durar desde
unos pocos días (el entrenamiento comienza inmediatamente
después del nacimiento y está basado en reflejos
condicionados) hasta los dos o tres años (el entrenamien to
basado en la relación con los objetos y en el control
del yo).
2. Encontraste con la fase primera, la segunda fase se
inicia por un avance en la maduración. El papel dominante
en la actividad de los impulsos se traslada desde
la zona oral a la anal y debido a esta transición el niño ,
aumenta su oposición a cualquier interferencia relacionada
con sus emociones vitales. En esta fase, los productos
de la evacuación se encuentran grandemente catectizados con la libido y como se consideran objetos
preciosos, el niño les otorga un carácter de «regalo» que
entrega a la madre como un signo de amor; puesto que
reciben también una carga agresiva, constituyen instrumentos
por medio de los cuales se descargan las
desilusiones, la rabia y la agresión en las relaciones
con los objetos. En correspondencia con esta doble carga
de estos productos, la actividad del niño hacia el mundo
objetal, alrededor del segundo año de la vida, está dominada
por la ambivalencia, es decir, por violentas fluctuaciones
entre el amor y el odio (libido y agresión no
. fusionadas entre sí). Este hecho está equiparado con
respecto al yo por la curiosidad dirigida hacia el interior
del organismo, por el placer en la suciedad y el desorden,
en modelar, en los juegos de retención como vaciar y
llenar, acumular objetos así como dominar, poseer, destruir,
etc. Mientras que las tendencias observadas durante
esta fase son bastante uniformes, los hechos reales
varían de acuerdo con la actitud de la madre. Si mantiene
su sensibilidad con respecto a las necesidades del
niño con las que está tan identificada como en lo referente
a la alimentación, entonces podrá mediar hábilmente
entre las exigencias higiénicas del medio y las
tendencias uretrales o anales opuestas de su niño; en este
caso el entrenamiento del control esfinteriano progresará
gradualmente, con tranquilidad y sin trastornos. Por
otra parte, establecer esta empatía con el niño durante
la fase anal puede ser imposible para la madre debido
a su propio control de esfínteres, sus formaciones reactivas
de disgusto, la tendencia al orden, la minuciosidad
u otros elementos obsesivos en su personalidad. Si estos
elementos la dominan, la madre impondrá las exigencias
para el control esfinteriano de manera severa y sin
concesiones, dando origen al comienzo .de una batalla
en la que el niño está tan determinado a defender su
derecho a evacuar caundo lo desee, como la madre en
entrenarlo para que logre la limpieza y la regularidad,
es decir, los rudimentos sine qu a non de la socialización.
3. En una tercera fase, el niño acepta e incorpora las actitudes
de la madre y el ambiente con respecto al entrenamiento
esfinteriano convirtiéndolas por medio de identificaciones,
en una parte integral de las exigencias de
su yo y superyó; desde ese momento en adelante el
control de esfínteres será un precepto interno y se crearán
barreras internas contra los deseos uretrales y anales
a través de la actividad defensiva del yo en las formas familiares bien conocidas de represión y formaciones
reactivas. La repugnancia, el orden, el aseo, el
disgusto por las manos sucias, etc., protegen contra el
retorno de lo reprimido; la puntualidad, la escrupulosidad
y la fidelidad son productos laterales de la regularidad
anal; la inclinación al ahorro y a coleccionar
son evidencias del alto valor de las materias fecales
desplazado hacia otros objetos. En suma, en este período
tiene lugar la modificación y transformación de largo
alcance de los derivados de los impulsos pregenitales
anales que -si se mantienen dentro de límites normales-
suministran a la personalidad una estructura de
cualidades sumamente valiosas.
Es importante recordar, en relación con estos progresos,
que se basan en identificaciones e internalizaciones
y como tales, no son totalmente seguros antes
de la l:esCllu.d6n del cample)a <le «E<li»po. «El control anal
preedípico permanece vulnerable y en especial al comienzo
de la tercera fase depende de los objetos y de
la estabilidad de las relaciones positivas del niño con
ellos. Por ejemplo, el niño que se entrena en el uso del
orinal o del inodoro en su casa no quiere utilizarlos en
lugares extraños, lejos de la madre. Un niño que está
seriamente desilusionado de su madre o separado de
ella, o que sufre de cualquier forma de pérdida de objeto
puede no sólo perder la apetencia internalizada de estar
limpio, sino que puede reactivar el empleo agresivo de
la incontinencia. Ambas tendencias, conjuntamente, pueden
originar incidentes de incontinencia que se consideran
como «accidentes».
4. Sólo durante la cuarta fase se asegura por completo el
control de los esfínteres, cuando éste ya no depende de
las relaciones objetales y alcanza el estadio de intereses
totalmente neutralizados y autónomos del yo y del superyó.»
De la irresponsabilidad hacia la responsabilidad
en el cuidado corporal
La satisfacción de las necesidades físicas esenciales, tales
como la alimentación y la evacuación 5 que permanece durante
años bajo el control externo y que surge tan lentamente, corresponde
con la manera lenta y gradual con que el niño asume
la responsabilidad del cuidado y la protección de su propio
cuerpo contra posibles daños. Como ya lo he descripto en detalle
anteriormente (A. Freud, 1952) , el niño que está bien atendido
por su madre deposita en ella la mayoría de estos cuidados,
mientras adopta actitudes indiferentes y desinteresadas o de
absoluta indiferencia, como un arma que utiliza en las batallas
contra su madre. Sólo el niño que no disfruta de una adecuada
atención maternal o el huérfano, adoptan el rol de la madre
en lo que se refiere a los hábitos higiénicos saludables y juegan
«a la mamá» con sus propios cuerpos, como los hipocondríacos.
Con respecto a la línea de desarrollo positivo y progresivo,
también aquí existen varias fases consecutivas que deben distinguirse
entre sí, aunque nuestro conocimiento actual no es
tan detallado como en otros campos.
1. Durante los primeros meses y debido al progreso de
maduración, la agresión se dirige desde el propio cuerpo
hacia el mundo exterior. Este paso vital limita la autolesión
por morderse, rasguñarse, etc., aunque también
pueden observarse indicios posteriores de estas tendencias
en muchos niños, como remanentes de esta fase.»
El progreso normal se debe, en parte, al establecimiento
de barreras contra el dolor, en parte como la respuesta
del niño a la catexis libidinal de la madre con respecto
a su cuerpo, con una catexis narcisista de sí mismo (según
Hoffer, 1950).
2. A continuación se producen avances en el funcionamiento
del yo, tales como la orientación en el mundo exterior,
la comprensión de causa y efecto, el control de deseos
peligrosos en beneficio del principio de la realidad.
Junto con las barreras contra el dolor y la catexis
narcisista del cuerpo, estas funciones del yo recientemente
adquiridas protegen al niño de los peligros externos
tales como el agua, el fuego, las alturas, etc. Pero
existen muchos casos en los cuales -debido a la deficiencia
de cualquiera de estas funciones del yo- este
progreso se retarda y el niño permanece vulnerable y
expuesto si no es protegido por los adultos.
3. La última fase normalmente está caracterizada por la
aceptación voluntaria de las reglas de higiene y sanitarias.
En lo que concierne a evitar alimentos nocivos,
a comer en exceso y a mantener el cuerpo aseado no es
concluyente desde que las actitudes importantes en este
sentido pertenecen más bien a las vicisitudes de los
componentes instintivos orales y anales, que a esta línea
de desarrollo. Esta situación es diferente con respecto a
la salud y a la obediencia de las órdenes del médico
sobre la ingestión de medicinas o restricciones motrices
o dietéticas. El miedo, el sentido de culpa, la angustia
de castración pueden, por supuesto, motivar a todo niño
a cuidar (es decir, temer) la seguridad de su cuerpo.
Cuando no están bajo la influencia de estos factores,
los niños normales son irresponsables y rebeldes en lo
que a la salud se refiere. A juzgar por las frecuentes
quejas de las madres, los niños se comportan como si
consideraran un derecho personal el poner en peligro
su salud mientras que le dejan a la madre la responsabilidad
de protegerlos y sanarlos, actitud ésta que a
menudo persiste hasta el final de la adolescencia y que
quizá represente los últimos vestigios de la simbiosis
original entre madre e hijo.
Otros ejemplos de líneas del desarrollo
Hay muchos otros ejemplos de líneas de desarrollo, como
las dos descriptas más arriba, de las que el analista conoce cada
paso y que pueden seguirse sin dificultad bien hacia detrás por
medio de la reconstrucción del cuadro adulto, o hacia adelante
por medio de la exploración analítica longitudinal y la observación
del niño.
Desde el egocentrismo al compañerismo
Cuando se describe el desarrollo infantil en este aspecto,
se puede establecer la siguiente secuencia:
1. Una perspectiva egoísta y narcisista orientada hacia el
mundo objetal en la que los otros niños no figuran en
absoluto o son percibidos solamente en sus roles como
perturbadores de la relación madre-hijo y como rivales
en el amor de los padres.
2. Los otros niños considerados como objetos inanimados,
es decir, como juguetes que pueden ser manipulados,
maltratados, buscados o descartados según sus estados
de humor, sin esperar respuesta positiva o negativa a
este tratamiento.
3. Los otros niños considerados como colaboradores para
realizar una actividad determinada tal como jugar, const
ruir, destruir, cometer travesuras, etc. La duración de
esta sociedad está determinada por la tarea a realizar y
es secundaria a ella.
4. Los otros runos considerados como socios y objetos con
derecho propio a quienes el niño puede admirar, temer
o competir con ellos, a los cuales ama u odia, con cuyos
sentimientos se identifica, cuyos deseos reconoce y a
menudo respeta, y con quienes ‘ puede compartir posesiones
sobre una base de igualdad.
Durante las primeras dos fases, aun cuando el bebé sea
estimado y tolerado por los hermanos mayores, es asocial por
necesidad, a pesar de todos los esfuerzos que realice la madre
en sentido contrario; puede tolerar la vida comunitaria con
otros niños en esta etapa, pero no será provechosa. El tercer
estadio representa el requerimiento mínimo de socialización,
bajo la forma de aceptación de los hermanos dentro de la comunidad
hogareña o de ingreso al jardín de infantes integrando
un grupo de su misma edad. Pero sólo la cuarta fase equipa al
niño para el compañerismo y para entablar amistades y enemistades
de todo tipo y duración.
Desde el cuerpo hacia los juguetes y desde el juego
hacia el trabajo
1. El juego es al principio una actividad que proporciona
un placer erótico, comprometiendo a la boca, los dedos,
la visión, la total superficie de la piel. Se lleva a cabo
en el propio cuerpo (juego autoerótico) o en el cuerpo
de la madre (por lo general relacionado con la alimentación)
sin que exista una clara distinción entre estos
dos campos ni un orden o precedencia al respecto.
2. Las propiedades del cuerpo de la madre y del niño se
transfieren a ciertas sustancias de consistencia suave tales
como un pañal, una almohada, una alfombra, un
osito de felpa, que sirven como primer objeto de juego,
un objeto de transición (según Winnicott, 1953) cateetizado
.tanto por la libido narcisista como por la objetal.
3. El apego a un objeto de transición específico se desarrolla
en un interés menos discriminado por juguetes suaves
de varios tipos que, como objetos simbólicos, son acariciados
y maltratados alternativamente (catectizados con
libido y agresión). Al ser objetos inanimados y por lo
tant o sin reacciones, permiten al niño de dos años expresar
la gama completa de su ambivalencia hacia ellos.
4. Los juguetes suaves desaparecen gradualmente, excepto
par a dormir, mientras que, como objetos de transición,
siguen facilitando el pasaje del niño desde la participación
activa en el mundo exterior hasta el retraimiento
narcisista necesario para lograr el sueño.
Durante el día, son reemplazados cada vez en mayor
proporción por material de juegos que no posee en
sí mismo el estado objetal pero que sirve a las actividades
del yo y a las fantasías subyacentes. Estas actividades
gratifican de manera directa un componente instintivo
o están investidas con energía instintiva que
ha sido desplazada y sublimada, y cuya secuencia cronológica
es aproximadamente la siguiente:
a) juguetes que ofrecen la oportunidad para ciertas actividades
del yo, como llenar-vaciar, abrir-cerrar, encastrar,
revolver, etc., y cuyo interés se desplaza
desde los orificios del cuerpo y sus funciones;
b) juguetes que pueden rodar y que contribuyen al placer
de la motricidad que experimenta el niño;
e) materiales de construcción que ofrecen iguales oportunidades
para construir y destruir (en correspondencia
con las tendencias ambivalentes de la fase
sádico-anal) ;
d) juguetes que sirven para expresar tendencias y actitudes
masculinas y femeninas, utilizados:
1. en juegos solitarios en los que el niño gusta representar
un papel determinado,
2. para actividades exhibicionistas con el objeto edípico
(sirviendo al exhibicionismo fálico),
3. para la escenificación de situaciones variadas del
complejo de Edipo en el juego del grupo (siempre
que se haya alcanzado la fase 3 de la línea de
desarrollo hacia el compañerismo).
La expresión de la masculinidad puede lograrse a
través de actividades del yo tales como la gimnasia y
la acrobacia, en las que todo su cuerpo y su manipulación
habilidosa representan, exhiben y proveen el placer
simbólico de actividades y destreza físicas.
5. La satisfacción directa o desplazada obtenida de la misma
actividad lúdica va dejando cada vez más lugar al
placer por el producto final de las actividades, que ha
sido descripto en la psicología académica como el placer
de la tarea cumplida, del problema resuelto, etc. Para
algunos autores esto constituye un requisito indispensable
para lograr un buen rendimiento escolar (Bühler,
1935).
La manera exacta en que este placer de la tarea
cumplida está ligado con la vida instintiva del niño es
aún un problema no resuelto en nuestro pensamiento
teórico, aunque parecen claros varios factores operantes,tales como la imitación y la identificación en la relación
madre-hijo inicial, la influencia del ideal del yo, el vuelco
pasivo a activo como un mecanismo de defensa y adaptación,
la apetencia interna hacia la maduración, es
decir, hacia el desarrollo progresivo.
El placer en el logro, ligado solamente de manera
secundaria con las relaciones objetales y presente en
todos los bebés como una capacidad latente, se demuestra
de manera práctica con el método de Montessori.
En este método de jardín de infantes, el material de
juego se selecciona para brindar al niño la mayor cantidad
posible de autoestima y gratificación al completar
una tarea o resolver un problema independientemente,
y se puede observar que los niños responden de manera
positiva a estas oportunidades casi desde el segundo año
de la vida en adelante.
Cuando esta fuente de gratificación no se conecta
en el mismo grado con la ayuda de determinadas disposiciones
externas, el placer que se deriva de su logro
permanece directamente conectado con el elogio y la
aprobación brindada por el mundo de los objetos; y
la satisfacción por el producto obtenido ocupa un lugar
preponderante sólo en una fecha posterior, probablemente
como resultado de la internalización de las fuentes
externas que regulaban la autoestima.
6. La capacidad lúdica se convierte en laboral.» cuando se
adquieren varias facultades complementarias como:
a) el control, la inhibición o modificación de los impulsos
para utilizar determinados materiales de manera
agresiva o destructiva (sin arrojarlos, desbaratarlos,
revolverlos, acumularlos) y emplearlos en forma positiva
y constructiva (construir, planificar, aprender,
y -en la vida en comunidad-e- compartir);
b) llevar a cabo planes preconcebidos con una mínima
relación de ausencia de placer inmediato, las frustraciones
que pudieran surgir, etc., y el mayor interés
por el placer en el desenlace final;
e) lograr, por consiguiente, no sólo la transición desde
el placer instintivo primitivo hacia el placer sublimado
junto con un alto grado de neutralización de
la energía empleada, sino también la transición desde
el principio del placer hacia el principio de la realidad, una evolución que es esencial para desempeñar
con éxito el trabajo durante el estado de latencia, en
la adolescencia y en la madurez.
De la línea del desarrollo corporal hacia el juguete y desde
el juego hacia el trabajo, basados especialmente en sus fases
posteriores, se deriva una cantidad de importantes actividades
para el desarrollo de la personalidad, tales como el soñar despierto,
las aficiones (hobbies) y ciertos juegos.
Soñar despierto: Cuando los juguetes y las actividades relacionados
con los deseos van desapareciendo en la profundidad,
éstos que al principio se ponían en acción con la ayuda
de objetos materiales, es decir eran satisfechos en el juego,
pueden elaborarse en la imaginación en forma de ensoñaciones
conscientes, fantasías que pueden persistir hasta la adolescencia
y aun en etapas posteriores.
Juegos estructurados: El origen de muchos juegos deriva
de las actividades grupales imaginativas durante el período ed ípico
(véase la fase 4, d, 3) del cual se desarrollan en expresiones
altamente formalizadas y simbólicas de tendencias hacia el
ataque agresivo, la defensa, la competencia, etc. Desde que
están gobernados por reglas inflexibles alas que deben someterse
los participantes, los niños no pueden participar en ellos
hasta tanto no hayan adquirido algún grado de adaptación a
la realidad y cierta tolerancia a las frustraciones y, naturalmente,
nunca antes de haber alcanzado la fase 3 de la línea
de desarrollo hacia el compañerismo.
Los juegos pueden requerir un equipo especial (no juguetes)
y en razón de su valor simbólico fálico, por ejemplo
masculino-agresivo, son altamente valorados por el niño.
En muchos juegos de competencia el propio cuerpo y la
destreza del niño se desempeñan como instrumentos indispensables.
La eficiencia y el placer lúdicos son, por consiguiente, logros
de naturaleza compleja que dependen de la contribución
de muchos campos de la personalidad infantil, tales como la
dote y la integridad del aparato motor, una catexis positiva del
cuerpo y sus capacidades, la aceptación de compañerismo y
actividades de grupo, el empleo positivo de la agresión controlada
al servicio de la ambición, etc. De manera correspondiente,
la función en estas áreas está abierta a un gran número de
trastornos que pueden originarse por dificultades e insuficiencias
en el desarrollo de cualquiera de ellas, así como de las
inhibiciones en determinadas fases del desarrollo, de la agresión
anal y de la masculinidad fálico-edípica.
Aficiones: En la mitad del camino entre el juego y el trabajo
se encuentran los hobbies que tienen ciertos caracteres comunes con ambas actividades. Con el juego comparten las
siguientes características:
a) de ser emprendidos con propósitos placenteros y con
un relativo desprecio a las presiones y necesidades externas;
b) de perseguir fines desplazados, es decir, sublimados pero
que no se encuentran muy alejados de la gratificación
de impulsos eróticos o agresivos;
e) de perseguir estos fines con una combinación de energías
instintivas no modificadas y en distintos estados
y grados de neutralización.
Las aficiones aparecen por vez primera al comienzo del
estado de latencia (colecciones, · investigaciones primarias, especialización
de intereses), sufren todo tipo de modificaciones
de contenido, pero persisten bajo una forma específica de actividad
a lo largo de toda la existencia.
La correspondencia entre las líneas del desarrollo
Si examinamos en detalle nuestras nociones con respecto
a la normalidad descubriremos que esperamos una estrecha correspondencia
de crecimiento entre las distintas líneas de desarrollo.
En términos clínicos, esto significa que para tener una
personalidad armoniosa el niño que ha alcanzado un nivel específico
en la secuencia hacia la madurez emocional (por ejemplo,
co ñstáiicía objetal) debería haber alcanzado los niveles correspondleñtes
en-el desarrollo hacia la independencia corporal
(tales como el control de esfínteres, el debilitamiento de los
vínculos entre la alimentación y la madre), en la línea hacia
el compañerismo, el juego constructivo, etc. Mantenemos la
esperanza de esta norma a pesar de que la experiencia nos presenta
muchos ejemplos opuestos. Indudablemente que un gran
número de niños se ajustan a una pauta muy irregular de crecimiento.
Pueden haber alcanzado un alto nivel en algunos aspectos
(madurez de las relaciones emocionales, independencia
corporal, etc.) mientras que están at.rasados en otros (continúan
apegados a los objetos de transición, a los juguetes afelpados,
o en el desarrollo del compañerismo quizá persistan en
tratar a sus compañeros como molestias o como objetos inanimados).
Algunos hiñas están bien desarrollados en cuanto a los
procesos secundarios del pensamiento, la verbalización, el juego,
el trabajo y la vida en el grupo mientras que permanecen
en un estado de dependencia con relación al manejo de sus
procesos corporales, etcétera.
Esta carencia de equilibrio en las líneas del desarrollo origina
suficientes dificultades en la niñez como para justificar
una investigación más detallada de las circunstancias que las
motivan, especialmente en 10 que concierne a la medida en que
intervienen los factores congénitos y ambientales.
En todos estos casos nuestra tarea no consiste en aislar
estos dos factores y en atribuir a cada uno un determinado campo
de influencia, sino en trazar sus interacciones, que pueden
describirse de la siguiente manera:
Suponemos que en todos los niños de constitución normal
y sin daño orgánico las líneas de desarrollo a que nos hemos
referido más arriba están incluidas en su constitución como
Posibilidades,·nherentes. Lo que la constitución d. etermi.na e. n. .
el campo de ello son, nafiifálmente, las secuencias de la ma,-
d~r<;,c.~ón ~n ~ . desarr?_y.~_de .la libido y a agf€sió!;] e~ el ca:rr:po
del yo, CIertas tendencias innatas no tan claras DI tan bien
estúdíadas hacia la organización, defensa y estructuración; quizá
también, aunque a este respecto sabemos menos aún, algunas ,.
diferencias cuantitativas determinadas del énfasis en el progreso
en una dirección TI otr~El resto, es decir aquello que selecciona
determinadas líneas especiales durante el desarrollo,
tenemos que buscarlo en las influencias accidentales del ambiente.
En el análisis de niños mayores y en las reconstrucciones
de los análisis de adultos hemos encontrado estas fuerzas
formando parte de la personalidad de los padres, de sus acciones
e ideales, la atmósfera familiar, el impacto del medio cultural
en su totalidad. En la observación analítica de los niños
pequeños se ha demostrado que son los intereses y predilecciones
individuales de la madre los que actúan como estimulantes.
En las etapas vitales iniciales, por lo menos, el niño parece
concentrarse en el desarrollo a lo largo de aquellas líneas que
.reciben más ostensiblemente una respuesta de cariño y aprobación
por parte de la madre, es decir, el placer maternal espontáneo
con respecto a los logros del hijo y en contraposición
la negligencia hacia otras líneas, para las que no existen estas
manifestaciones de aprobación y placer. Esto significa que las
actividades que la madre aplaude son repetidas con mayor frecuencia,
reciben una carga libidinal y son por consiguiente mucho
más estimuladas hacia un desarrollo completo.
Por ejemplo, parece haber diferencias en cuanto a la edad
en que el niño comienza a hablar y en la calidad de la verbalización
inicial si la madre, por razones de su propia estructura
personal, se relaciona con su niño no a través de canales
corporales sino hablándole. Algunas madres no encuentran placer
en la creciente tendencia a la aventura y en la turbulencia
corporal del niño, y sus momentos más Íntimos y felices transcurren
cuando el niño sonríe. Hemos visto por lo menos una
madre cuyo niño sonreía con exceso en sus contactos con el
ambiente. No ignoramos que el contacto inicial con la madre
a través de su canto fiene consecuencias sobre las actitudes
posteriores hacia la música y puede promover aptitudes musicales
especiales. Por otra parte, el desinterés pronunciado de
la madre por el cuerpo de su niño y en el desarrollo de su
motricidad puede tener como resultado que el niño sea torpe
y falto de gracia en sus movimientos, etcétera.
Mucho antes de estas observaciones infantiles, el psicoanálisis
ya conocía que las depresiones de la madre durante los
dos primeros años de vida del niño crean en éste una t endencia
a la depresión (aunque quizá no se manifieste hasta años muy
posteriores) . Lo que sucede es que estos niños logran un sentimiento
de unidad y armonía con la madre no por medio de
los progresos en su desarrollo sino reproduciendo en sí mismos
el estado de ánimo de la madre.
Todo esto no significa sino que las tendencias, inclinaciones,
predilecciones (incluyendo la tendencia a la depresión, a
las actitudes masoquistas, etc.) que se encuentran en todos los
seres humanos pueden erotizarse y estimularse a través del establecimiento
de vínculos emocionales entre el niño y su primer
objeto.
El desequilibrio entre las líneas del desarrollo así originado
no tiene carácter patológico. La falta moderada de armonía
prepara el terreno para las innumerables diferencias que existen
entre los individuos desde edad temprana, es decir, producen
una cantidad de variaciones de la normalidad que debemos tener
en cuenta.
Aplicaciones:
El ingreso al jardín de infantes, como ejemplo
Para retornar a los problemas y los interrogantes planteados
por los padres que mencionamos más arriba:
Con los argumentos previos in mente, el analista de niños
no necesita responderlos basándose en la edad cronológica, factor
que en psicología no es concluyente; o en la comprensión intelectual
del niño de una situación determinada, que es un concepto
diagnóstico unilateral. En su reemplazo, puede considerar
las diferencias psicológicas básicas entre la madurez y la inmadurez
según las líneas del desarrollo. La disposición con que
el niño tiende a enfrentar hechos tales como el nacimiento de
un nuevo hermano, la hospitalización, el ingreso a la escuela,
etc., se considera entonces como el resultado directo del progreso
de su desarrollo en todas las líneas que están relacionadas
con esa experiencia específica. Si se han cumplido las etapas
adecuadas, las circunstancias tendrán un resultado beneficioso
y constructivo para el niño; en caso contrario, sea en todas o
sólo en algunas de las líneas, el niño se sentirá perplejo y oprimido
y ningún esfuerzo de los padres, maestros o enfermeras
podrá prevenir su inquietud, su infelicidad y su sentimiento
de fracaso, que a menudo asumen proporciones traumáticas.
Este «diagnóstico del niño normal» puede ser ilustrado con
un ejemplo práctico, tomando (uno entre tantos) el problema
de señalar cuáles son las circunstancias de desarrollo bajo las
cuales el niño está dispuesto a ausentarse de su hogar transitoriamente
por vez primera, o a separarse de la madre y formar
parte de un grupo en el jardín de infantes sin sufrir demasiado
y con resultados beneficiosos. J
EL nivel requerido en la línea «desde la dependencia hasta
la autosuficiencia emocional»
En un pasado no distante se opinaba que un niño que hubiese
alcanzado la edad de tres años y medio debería ser capaz
de separarse de su madre a la puerta de entrada del jardín de
infantes en el día de su ingreso y que podría adaptarse al
nuevo ambiente físico, a los maestros nuevos y compañeros,
todo ello durante la primera mañana. Se pretendía desconocer
la inquietud de los nuevos alumnos; se consideraban poco importantes
el llanto por sus madres y su falta inicial de participación
y cooperación. Lo que sucedía entonces era que
la mayoría de los niños pasaban a través de una fase inicial
de infelicidad extrema, después de la cual se adaptaban a la
rutina del jardín. Algunos niños invertían la secuencia de estos
hechos: comenzaban con un período de aceptación y de aparente
placer que de pronto, para sorpresa de padres y maestros,
concluía una semana después en intensa infelicidad, sin
participar de las actividades. En estos casos, la reacción demorada
se debía a la lentitud intelectual para comprender las circunstancias
externas. El hecho importante en relación con
ambos tipos de reacción es que anteriormente no se consideraba
de modo alguno la forma en que los períodos individuales respectivos
de inquietud y desolación afectaban internamente a
cada niño y, aun más importante, que esos períodos eran aceptados
como inevitables.
Examinados desde el actual punto de vista, sólo son inevitables
si se desestiman las consideraciones que conciernen al
desarrollo. Si al ingresar al jardín un niño de cualquier edad
cronológica todavía se encuentra en la primera o segunda etapas
de esta línea del desarrollo, la separación del hogar y de la
madre, aunque sea por períodos cortos, es inadecuada y contraria
a sus necesidades más vitales; la protesta y el sufrimiento
en estas condiciones son legítimos. Si ha alcanzado al menos
constancia objetal (fase 3), la separación de la madre será
menos desconcertante y el niño estará preparado para establecer
relaciones con gente I}-ueva y para aceptar nuevos riesgos y
aventuras. Aun entonces, el cambio debe ser gradual, en pequeñas dosis; los períodos de independencia no demasiado prolongados
y al comienzo debe dejarse librado a la decisión del
niño la posibilidad de retornar a la madre si así lo prefiere.
El nivel requerido en la línea hacia la. independencia
corporal
Algunos runos no se encuentran cómodos en el jardín de
infantes porque son incapaces de disfrutar de las comidas o
bebidas que le ofrecen o de usar el inodoro para orinar o defecar.
Esta situación no depende en realidad del tipo de comida
ofrecido o de las reglas con relación al uso del artefacto sanitario,
aunque el niño por lo general utiliza su falta de familiaridad
como una racionalización. La diferencia real entre la
capacidad para su adaptación o su inadaptación corresponde al
desarrollo. En la línea de la comida es necesario que haya alcanzado
por lo menos la fase 4, es decir, alimentarse por sí
mismo; en la línea del control de los esfínteres que haya alcanzado
la fase 3.
El nivel requerido en la línea hacia el compañerismo
El niño que no haya alcanzado por lo menos el nivel en
que considera a los otros niños como colaboradores en el juego
(fase 3) será un elemento molesto dentro del grupo del jardín
y se sentirá desdichado. Llegará a ser un miembro constructivo
y destacado en el grupo tan pronto como aprenda a aceptar
a los otros niños como socios con derecho propio, paso que le
permite también formalizar verdaderas amistades (fase 4). En
efecto, si el desarrollo en este aspecto no ha superado los
niveles inferiores, no debería aceptarse su inscripción en el
jardín o si ha sido inscripto, se debe permitir que interrumpa
su asistencia habitual.
El nivel requerido en la línea desde el juego al trabajo
El niño por lo general ingresa al jardín de infantes al comienzo
de la fase en que «el material de juegos sirve a las
actividades del yo y a las fantasías subyacentes» (fase 4), Y
asciende gradualmente por la escala del desarrollo, atravesando
la secuencia de los juguetes y sus materiales hasta que al concluir
el jardín se encuentra en los comienzos del «trabajo»,
que es un requisito previo necesario para ingresar a la escuela
primaria. Al respecto, la tarea del maestro consiste en adaptar
las necesidades de trabajo del niño y su expresión al material
ofrecido, evitando el aburrimiento o el fracaso que se originan
por haber esperado demasiado antes de ofrecerlos o por anticiparse
al nacimiento de la necesidad.
En cuanto a la capacid»ad del niño para comportarse adecuadamente
en el jardín de infantes depende no sólo de las líneas
del desarrollo descriptas sino también en general de las
interrelaciones entre su ello y su yo.
En algún lugar de su mente, aun la más tolerante de las
maestras jardineras lleva consigo la imagen del alumno «ideal»
del jardín que no exhibe signos de impaciencia o inquietud; que
pide lo que desea en vez de apoderarse de ello; que puede esperar
su turno; que queda satisfecho con su participación; que
no tiene rabietas y que puede tolerar desilusiones. Aun cuando
ningún niño desplegará todas estas formas de conducta, se encontrarán
en el grupo, en uno u otro alumno, con respecto a
uno u otro aspecto de la vida diaria. En términos analíticos
esto significa que durante ese período los niños aprenden a
dominar sus impulsos y afectos en vez de encontrarse sometidos
a su merced. Los instrumentos del desarrollo de que disponen
pertenecen sobre todo al crecimiento del yo: el avance desde el
funcionamiento de procesos primarios a los secundarios, es
decir, la capacidad de interpolar el pensamiento, el razonamiento
y la anticipación del futuro entre el deseo y la acción dirigida
a su logro (Hartmann, 1947); el progreso desde el principio del
placer al principio de la realidad. La ayuda proviene del ello con
la fase de adecuación del yo -probablemente determinada por
factores orgánicos-, que disminuye la urgencia de los impulsos.
A continuación analizaremos, relacionado con la «escala de
regresión» infantil normal (Ernst Kris, 1950, 1951), el hecho
de que no debería esperarse que ningún niño pequeño mantenga
su mejor nivel de rendimiento o conducta durante un tiempo
prolongado. Estas declinaciones temporarias en el nivel de funcionamiento,
aun cuando ocurran con facilidad y frecuencia,
no afectan la selección del niño para ingresar al jardín de infantes.
LA REGRESION COMO UN PRINCIPIO
DEL DESARROLLO NORMAL
Las líneas del desarrollo y sus desarmonías descriptas más
arriba no son en sí responsables de todas las complejidades que
se presentan durante la niñez, y especialmente de no todos
los obstáculos y detenciones que impiden su curso uniforme.
Existe un progresivo crecimiento desde el estado de inmadurez
al de madurez sobre líneas congénitas determinadas pero
influidas y moldeadas a cada paso por las condiciones ambientales,
noción con la que estamos familiarizados en el crecimiento
orgánico, donde los procesos anatómicos, fisiológicos y neurológicos
están en constante flujo. Lo que estamos acostumbrados
a ver en el cuerpo es que el crecimiento procede en una línea
progresiva y directa hasta que se alcanza la edad adulta, solamente
interferida por enfermedades o -lesion es graves y finalmente,
por los procesos destructivos e involutivos de la vejez.
No hay duda de que un movimiento progresivo similar subyace
al desarrollo psíquico, es decir, que en el desenvolvimiento
de la acción instintiva, los impulsos, los afectos, la razón
y la moralidad, el individuo también sigue caminos determinados
previamente y, sujeto a circunstancias ambientales, prosigue
hasta su término. Pero la analogía entre los dos campos no
puede extenderse más allá. Mientras que normalmente, en el
lado físico, el desarrollo progresivo es la única fuerza innata
que opera, del lado mental invariablemente tenemos que contar
con un segundo conjunto de influencias complementarias
que trabajan en dirección opuesta, es decir, las fijaciones y las
regresiones. Sólo el reconocimiento de ambos movimientos, progresivo
y regresivo, y de sus interacciones, provee explicaciones
satisfactorias de los hechos relacionados con las líneas del
desarrollo descriptas más arriba.
Tres tipos de regresión
En un apéndice (1914) de La interpretaciórt de los sueños
(1900) se distinguen tres tipos de regresión: a) topográfica,
en que las excitaciones tienen dirección retrógrada, desde el
extremo motor al sensorial del aparato mental, hasta que -alcanza
el sistema perceptivo; éste es el proceso regresivo que
produce la satisfacción de deseos alucinatorios en lugar de los
procesos racionales del pensamiento; b) temporal, como un
salto atrás hacia viejas estructuras psíquicas; c) formal, que
determina que los métodos primitivos de expresión y representación
reemplacen a los contemporáneos. Se establece en este
sentido que estas «tres clases de regresión son en el fondo una
misma cosa, y coinciden en la mayoría de los casos, pues lo más
antiguo temporalmente es también lo primitivo en el orden
formal, y lo más cercano en la topografía psíquica al final de
la percepción» (S. Freud, Obras Completas, vol. 1). A pesar
de sus similitudes, para nuestros propósitos actuales las acciones
de los distintos tipos de regresión son lo suficientemente
distintas como para analizarlas y tratarlas de manera separada
en relación con los aspectos variados de la personalidad del
individuo inmaduro y aun cuando fuesen más subdivididas.
Para facilitar el pensamiento en nuestro lenguaje metapsicológico
habitual comienzo por traducir el concepto topográfico
previo del aparato mental en términos estructurales más
actuales. La referencia de La inteypretación de los sueños entonces
debería leerse de la siguiente manera: que la regresión
puede ocurrir en cualquiera de las tres partes de la estructura
de la personalidad, tanto en el ello como en el yo o en el superyó;
y que pueden estar comprometidos no sólo el contenido
psíquico, sino también los métodos de funcionamiento; que la
regresión temportü sobreviene en relación con impulsos de
fines determinados, con las representaciones objetales y con
el contenido de las fantasías; las regresiones topográfica y formal
afectan las funciones del yo, los procesos secundarios del
pensamiento, el principio de la realidad, etcétera.
La regresión en el desarrollo de los impulsos y de la libido
La regresión que se ha estudiado más estrechamente en
análisis es la temporal en el desarrollo de los impulsos y de la
libido. Este tipo afecta por un lado la elección de objetos y las
relaciones con ellos, con el consiguiente retorno a los que jugaron
un rol inicial importante y a las expresiones más infantiles
de dependencia. Por otro lado, la organización de los impulsos
puede estar afectada en su totalidad y revertida a niveles
pregenitales iniciales y a las manifestaciones agresivas que
los acompañan. La regresión en este aspecto se considera basada
en características específicas del desarrollo de los impulsos,
es decir, en el hecho de que mientras la libido y la agresión
se movilizan hacia adelante desde un nivel al siguiente y cateetizan
los objetos que deparan la satisfacción en cada fase, ninguna
de las etapas de esta línea se abandona por completo como
sucede con los procesos orgánicos. Mientras que una parte de
la energía de los impulsos sigue un curso progresivo, otras cantidades
variables permanecen rezagadas, ligadas a fines y objetos
de épocas anteriores y crean los llamados puntos de fijación
(al autoerotismo y al narcisismo, a las distintas fases de
la relación madre-hijo, a la dependencia preedípica y edípica,
a los placeres orales y al sadismo oral, a las actitudes sádicoanales
o pasivo-masoquistas, a la masturbación fálica, al exhibicionismo
a las actitudes egocentristas, etc.). Los puntos de fijación
pueden determinarse por cualquier tipo de experiencia
traumática, sea por frustración o por gratificación excesivas
en cualquiera de estos niveles, pudiendo existir con distintos
grados de conciencia, represión o inconsciencia. Este hecho es
menos importante para el desenlace del desarrollo que los que,
cualquiera que sea la causa y en cualesquiera de los dos estados
anteriores, tengan la función de ligar y retener la energía de
los impulsos, y por consiguiente empobrezcan su funcionamiento
y las relaciones objetales posteriores.
Las fijaciones y regresiones siempre se han considerado
interdependientes.» En virtud de su misma existencia y de acuerdo
con la cantidad de libido y agresión con que están catectizados,
los puntos de fijación ejercen una atracción retrógrada
constante sobre la actividad de los impulsos, atracción que se
hace sentir durante todas las primeras ‘etapas del desarrollo y
también en la madurez.
Las complicaciones de la regresión sexual pueden demostrarse
mejor en todo caso clínico que se estudie y se describa
con gran detalle, aunque las consideraciones que conciernen a
este fenómeno están por lo general demasiado abreviadas y
por consiguiente son incompletas. No es suficiente decir que un
niño en el nivel fálico-edípico «ha regresado a la fase anal u
oral» bajo el impacto de la angustia de castración. Lo que se
debe describir de manera complementaria es la forma, el alcance
y la significación del movimiento regresivo que ha tenido
lugar. La consideración anterior puede significar en sus formas
más simples nada más que el niño ha abandonado la rivalidad
con el padre y la fantasía de poseer a la madre edípica, habiendo
reactivado además su concepción preedípica de ella con el correspondiente
apego excesivo, exigencias, actitudes mortificantes,
mientras que todo lo demás se mantiene sin cambios; continúa
considerándola como una persona con derechos propios
y la descarga de las excitaciones anales y orales relacionadas
con ella durante la masturbación fálica. Este concepto también
puede significar que la regresión ha afectado además el nivel
mismo de las relaciones objetales. En este caso se abandona la
constancia objetal y se reviven las actitudes anaclíticas (u
objeto parcial): la importancia personal del objeto amado es
eclipsada nuevamente por la importancia de satisfacer un componente
instintivo, relación que es normal alrededor del segundo
año de vida pero que, en edades posteriores y en la madurez,
produce relaciones objetales superficiales y promiscuas. Existe
una tercera posibilidad: que la regresión incluya también el
método de descarga de la excitación sexual. Cuando así sucede,
la masturbación fálica desaparece completamente y es reemplazada
por los impulsos de comer, beber, orinar o defecar en
el momento de máxima excitación.
Obviamente, ‘las manifestaciones más serias son aquéllas
en que se producen las tres formas simultáneas de regresión
sexual (del objeto, del fin y del método de descarga),»
Regresiones en el desarrollo del yo
Como analistas nos hemos familiarizado tanto con la constante
interacción entre las fijaciones de los impulsos y las regresiones,
que debemos cuidarnos para no cometer el error casi
automático de considerar los procesos regresivos del yo y del
superyó como correspondientes. Mientras que los primeros están
determinados sobre todo por la persistente adhesión de los impulsos
a todos los objetos y posiciones que han producido satisfacción
en algún momento, este rasgo no es compartido por
las regresiones del yo que se basan en principios diferentes y
siguen reglas distintas.
Regresiones transitorias del yo durante el desarroHo normal
El movimiento retrógrado del desarrollo normal de las funciones
que se presenta en todos los niños es bien conocido para
todos aquellos que tratan con pequeños y su educación en capacidades
prácticas. Para éstos, la regresión funcional se da
por sentada como una característica común de la conducta infantíl.»?
Actualmente, cuando se estudian en detalle, se puede demostrar
que las tendencias regresivas están relacionadas con
todos los logros importantes del niño: en las funciones del yo
que controlan la motricidad, la prueba de la realidad, la integración,
el habla; en la adquisición del control esfinteriano; en
los procesos secundarios del pensamiento y el dominio de la
ansiedad; en los elementos de adaptación social, como la tolerancia
de frustraciones, el control de los impulsos, los modales;
en las exigencias del superyó, como la honestidad, la justicia
con respecto a los demás, etc. En todos estos aspectos la capacidad
individual de cada niño para actuar a un nivel comparativamente
alto no es garantía de que su rendimiento sea estable
y continuo. Por el contrario: el retorno ocasional a una conducta
más infantil debe ser aceptado como un signo normal. Por
consiguiente, decir tonterías o aun adoptar el lenguaje de un
bebé tiene derecho a un lugar específico en la vida del niño,
paralelo al lenguaje racional y alternando con éste. Los hábitos
higiénicos no se adquieren al instante, sino que toman un largo
camino a través de una serie interminable de avances, retrocesos
y accidentes. El juego constructivo con juguetes alterna
con el desorden, la destrucción y el juego erótico corporal. La
adaptación social se interrumpe periódicamente por regresiones
al egoísmo puro, etc. En efecto, lo que nos sorprende no son los
retrocesos sino los logros repentinos ocasionales y los avances.
Estos progresos pueden estar relacionados con la alimentación
y toman la forma de un súbito rechazo del pecho materno y la
transición hacia el biberón, la cuchara o la taza, o de los líquidos
a los sólidos; desaparecen de manera súbita a una edad
posterior el disgusto y los caprichos por determinados alimentos.
También sabemos que suceden en relación con los hábitos,
como el súbito abandono de chuparse el dedo, o de los objetos
de transición, de las disposiciones fijadas para dormirse, etc.
En el entrenamiento del control esfinteriano existen ejemplos
de un cambio casi instantáneo de la encopresis y enuresis al
control absoluto de esfínteres; con respecto a la agresión, su
desaparición de un día para otro reemplazada por una conducta
tímida, retraída y desconfiada. Pero aunque estas transformaciones
son convenientes para el medio, el diagnosticador las
observa con sospecha y las relaciona no con el flujo ordinario
del desarrollo progresivo sino con influencias y ansiedades traumáticas
que aceleran indebidamente su curso normal. De acuerdo
con la experiencia, el método lento de ensayo y error, la
progresión y la regresión temporaria son más convenientes
para el desarrollo de la salud mental.
El deterioro del funcionamiento de los procesos secundarios
durante las horas de vigilia del niño
Este reconocimiento práctico de la ubicuidad de las regresiones
del yo en la vida normal del niño no se relacionó durante
muchos años con un tratamiento correspondiente del tema en
la bibliografía analítica. Personalmente me ha interesado este
problema por largo tiempo y lo presenté a la Sociedad Psicoanalítica
de Viena en la década de 1930 en un breve trabajo titulado
«El deterioro del funcionamiento de los procesos secundarios
mientras el niño está despierto». Concluí entonces que estos
deterioros se manifiestan en muchas situaciones que comparten
un factor común: el control del yo de las funciones mentales
está disminuido por una razón u otra, como por ejemplo:
a) En el análisis de niños, como en toda condición analítica,
se toman ciertas disposiciones con la intención de apoyar
al niño para que reduzca sus defensas y controles y aumente
la libertad de las fantasías, de los impulsos y de los procesos
preconscientes e inconscientes. En estas condiciones se puede
demostrar de qué manera el juego infantil y sus expresiones
verbales pierden gradualmente las características de procesos
secundarios del pensamiento como la lógica, la coherencia, la racionalidad,
y despliegan en cambio los caracteres del funcionamiento
de los procesos primarios, como generalizaciones, desplazamientos,
repeticiones, distorsiones y exageraciones. Un determinado
tema de importancia que inicialmente ocupa un lugar
lógico en una fantasía o juego estructurado puede súbitamente
descontrolarse y aparecer conectado con cada elemento de la
construcción, no importa cuán forzada e inadecuada sea la relación;
o puede intensificarse hasta el absurdo. Pasamos a dar
ejemplos tomados del análisis pasado y actual: un niño de
cinco años representaba en sus juegos con muñecos el elemento
de «pelea» de una manera tentativa y juiciosa, haciendo que
los distintos miembros de la pequeña familia de muñecos se
envolvieran en discusiones los unos con los otros; pero a medida
que el juego progresaba el elemento de pelea se hizo incontrolable
y se extendió desde las personas a los objetos inanimados
hasta que en el momento de mayor intensidad todos los muebles
estaban comprometidos y el fregadero de la cocina estuvo
envuelto en una batalla salvaje «mano a mano» con la mesa y
los armarios. De modo similar el dibujo de un barco de batalla
de un niño puede incluir uno o dos cañones colocados en posiciones
correctas, mientras que en los dibujos siguientes aumentan
en número y están colocados en cualquier parte hasta que
todo el barco, por encima y por debajo del agua, está erizado
con ellos.P Los ítems como morder, que aparecen primero en
fantasías relacionadas con algún animal salvaje como el tigre
o cocodrilo, pueden abandonar el lugar donde se encuentran
«confinados» por representación simbólica y una vez libres del
control del yo, manifestarse en cualquier lugar, con todo el
mundo y todas las cosas mordiéndose unas a otras, etcétera.
b) Casi idénticas manifestaciones pueden demostrarse fuera
del medio analítico en la conducta normal del niño a la hora
de acostarse durante el período de transición desde la actividad
hasta que está dormido, cuando aun los niños más razonables
y bien adaptados comienzan a enojarse, gimotear, decir tonterías,
apegarse a la madre y a exigir la atención física que
recibían cuando eran más pequeños. Aquí también lo que llama
la atención especialmente es el aumento en la desorganización
de los procesos del pensamiento, la perseveración de una palabra
o frase, la labilidad general de los afectos demostrada en los
cambios casi instantáneos del humor que fluctúan de la hilaridad hasta el llanto. Para el estudioso de la regreslOn, difícilmente
puede existir un cuadro más convincente del deterioro
gradual del yo y del fracaso de desempeñar una función después
de la otra hasta que finalmente todas las funciones del
yo cesan y el niño se duerme.
e) En realidad, mi primer encuentro con estas manifestaciones
sucedió cuando aún asistía a la escuela. Me recuerdo
vívidamente a mí misma cuando pertenecía a un grupo de alumnos
de sexto grado que se encontraba exhausto por el horario
continuado de clases sucesivas sin ningún intervalo de descanso.
Aunque éramos muy sensibles y atentos en el comienzo de la
mañana, hacia la quinta o sexta hora esta atención se debilitaba
y las palabras más inocentes de cualquier persona producían
salvajes estallidos de risa y de conducta descontrolada. Los
maestros que tenían la desgracia de dictar clases en esas horas
denunciaban indignados a la clase de niñas como «una manada
de gansos tontos». Yo comprendía nuestro cansancio y me sorprendía
que nos hiciera comportar tontamente, pero lo único
que podía hacer entonces era archivar este hecho en mi memoria
para explicarlo más adelante.
Otras regresiones del yo bajo stress
Aunque mis descripciones despertaron poco o ningún interés
en la Sociedad Vienesa en aquel momento (y no fueron publicadas),
el tema ha sido discutido en fecha posterior por varios
analistas. Después de observar la conducta de pequeños en el
jardín de infantes, Ernst Kris introdujo el concepto y el término
«escala de regresión», y demostró con ejemplos que mientras
el niño es más joven, más corto es el período durante el
cual su rendimiento es óptimo. Esto explica el hecho bien conocido
empíricamente por las maestras jardineras, de que la
actividad y la atención de sus alumnos es menor hacia el final
de la mañana en relación con su comienzo y la razón de que
estas regresiones afecten la manipulación del material de juego
(retorno desde la fase de juego constructivo dominada por el yo,
hacia la fase del juego desordenado, agresivo y destructivo dominada
por los impulsos); las relaciones sociales (el retorno
desde la colaboración con los compañeros y la consideración
debida, hacia el egoísmo y la tendencia a las querellas); y la
tolerancia a las frustraciones (disminución del control del yo
sobre los impulsos con el aumento resultante de la urgencia de
la actividad instintiva).
Otras publicaciones señalan situaciones de stress además
del cansancio como factores operativos en la regresión funcional,
aunque en estos casos la regresión del yo por lo general
acompaña la regresión simultánea de los impulsos o la precede
o es consecuencia de aquélla. Estos trabajos se refieren por una
parte a la influencia del dolor somático, la fiebre, la incomodidad
física de cualquier tipo y señalan el hecho de que en lo que
respecta a la alimentación y los hábitos del sueño, el entrenamiento
del control esfinteriano, el juego y la adaptación en
general, los niños enfermos tienen que ser considerados y tratados
como si fracasaran por una situación potencialmente regresiva,
con una marcada reducción o hasta suspensión de su
capacidad funcional adecuada al yo (A. Freud, 1952) . Por otra
parte, desde 1940 en adelante se ha prestado cada vez mayor
atención al efecto resultante del dolor somático originado por
situaciones traumáticas, ansiedad y sobre todo el sufrimiento
del niño pequeño cuando es separado de sus primeros objetos
amorosos (angustia de separación). Las severas regresiones de la
libido y del yo que se producen por estas causas, han sido estudiadas
y descriptas en detalle en niños internados en hogares
durante la guerra, y en otras instituciones residenciales, hospitales,
etcétera.»
Existe una característica que distingue a las regresiones
del yo independiente de los variados factores etiológicos. En
contraste con la regresión de los impulsos, el movimiento retrógrado
en la escala del yo no retrocede a posiciones previamente
establecidas puesto que no existen puntos de fijación.
En su Iugar vuelve a trazar, paso a paso, el camino seguido durante
el curso del desarrollo, observación confirmada por el
hallazgo clínico de que en las regresiones del yo el logro último
alcanzado es el que invariablemente desaparece primero.» ,
Regresiones del yo como resultado de la actividad defensiva
Otro tipo de empobrecimiento de las funciones del yo merece
describirse como una «regresión», aunque por lo general
no se incluya en esta categoría.
A medida que el yo del niño crece y mejora en su funcionamiento,
su mayor toma de conciencia del mundo interno y
externo lo hace entrar en contacto con muchos aspectos dolorosos
y desagradables; el dominio creciente del principio de ‘ La
realidad disminuye la expresión del deseo; el mejor progreso
de la memoria conduce a la retención no sólo de las experiencias
agradables sino también de las dolorosas y atemorizantes;
la función sintética prepara el terreno para los conflictos entre
las distintas operaciones internas, etc..El flujo resultante del displacer
y de la ansiedad es más intenso de lo que un ser humano
puede tolerar, y en consecuencia es mantenido a distancia por
medio de los mecanismos de defensa que actúan para proteger
al yo.
Por consiguiente, la negación interfiere en la exactitud de
las percepciones del mundo externo por medio de la exclusión
de lo fastidioso. La represión tiene el mismo efecto en el mundo
interno al retraer la catexis consciente de los elementos desagradables.
Las formaciones reactivas toman el lugar de las
sensaciones ingratas importunas. Estos tres mecanismos interfieren
en la memoria, es decir, con su funcionamiento imparcial,
independiente del placer y del displacer. La proyección
es contraria a la función sintética al eliminar de la imagen de
la personalidad los elementos que provocan ansiedad, atribuyéndolos
al mundo objetal.
En suma, mientras que las fuerzas de maduración y adaptación
presionan hacia el aumento de la eficiencia gobernada
por la realidad, en todas las funciones del yo las defensas
contra el displacer trabajan en dirección opuesta e invalidan a
su vez las funciones del yo. En este campo también, por consiguiente,
el movimiento constante hacia adelante y hacia atrás,
progresión y regresión, alternan e interactúan entre sí.
Regresiones temporarias y permanentes de los impulsos del yo
En las consideraciones anteriores está sobreentendido que
las regresiones de los impulsos así como las del yo y del superyó
son procesos normales que tienen su origen en la flexibilidad
inmadura del individuo y que constituyen respuestas útiles
frente a las tensiones de un determinado momento, siempre
accesibles al niño para enfrentar situaciones que de otro modo
podrían resultarle intolerables.v Por consiguiente, sirven simultáneamente
a los procesos de adaptación y defensa y ambas
funciones contribuyen al mantenimiento del estado de normalidad.
Lo que no se ha remarcado de manera suficiente hasta el
momento es que este aspecto beneficioso de la regresión se
refiere sólo a aquellos casos en que el proceso es temporario y
espontáneamente reversible. El empobrecimiento de la función
debido al cansancio desaparece entonces de modo automático
después del descanso o el sueño; si fue determinado por frustraciones,
dolor, inquietud, las posiciones de los impulsos de
adecuación del yo o los métodos de funcionamiento del yo se
autorrestablecen tan pronto como se haya suprimido la causa
de tensión, o al menos poco después.» Pero sería un optimismo
indebido de nuestra parte esperar una reversión tan favorable
en la inmensa mayoría de los casos. A menudo son tan frecuentes,
en especial después de tensiones de naturaleza traumática,
ansiedades, enfermedades, etc., que una vez establecidas; las
regresiones se hacen permanentes; la energía de los impulsos
se desvía entonces de los fines adecuados al yo, y las funciones
del yo y del superyó restan empobrecidas, de modo que todo desarrollo
progresivo posterior estará severamente lesionado. Cuando
esto sucede, la regresión deja de ser un factor beneficioso
del desarrollo normal y se convierte en un agente patógeno.
Desgraciadamente, en nuestra apreciación clínica de las regresiones
cómo procesos en franca evolución progresiva, es casi
imposible establecer en el caso de un niño determinado si el
peligroso paso del carácter transitorio al permanente ya ha sido
dado o si puede aún esperarse la reinstalación espontánea de
los niveles previamente alcanzados. Hasta este momento no
conozco opinión al respecto, a pesar de que la decisión acerca
de la anormalidad del niño puede depender de esta diferenciación.
La regresión y las líneas del desarrollo
Retornando nuevamente al concepto de las líneas del desarrollo:
Una vez que aceptamos la regresión como un proceso normal,
también aceptamos que el movimiento a lo largo de estas
líneas se produce en dos direcciones. Durante todo el período
del crecimiento tenemos que considerar legítimo para el niño
la reversión periódica, la pérdida de los controles después de
haberse establecido, la reinstalación de pautas anteriores con
respecto al sueño y la alimentación (por ejemplo, durante una
enfermedad), la búsqueda de protección y seguridad (especialmente
en casos de ansiedad e intranquilidad) por medio
del retorno a formas primitivas de protección y confort en la
relación simbiótica y preedípica con la madre (especialmente
a la hora de acostarse). Lejos de interferir en el desarrollo progresivo
será beneficioso para liberarlo, si el movimiento retrógrado
no se bloquea por completo con la desaprobación del
medio y con represiones y restricciones internas.
Al desequilibrio en la personalidad del niño originado por
el desarrollo en grados diferentes de las variadas líneas que
progresan hacia la madurez, tenemos que agregar el desnivel
determinado por las regresiones de los diversos elementos de
la estructura y de sus combinaciones. Sobre estas bases, resulta
más fácil comprender por qué existen tantas desviaciones del
crecimiento y del cuadro promedio de un niño hipotéticamente
«normal». Con las interacciones entre la progresión y la regresión,
ambas de naturaleza tan compleja, las disarmonías, los
desequilibrios, en suma, las complejidades del desarrollo, se
tornan innumerables las variaciones de La normalidad.

Notas:
1 Véase a este respecto Anna Freud (1952), Joyce Robertson
(1956) .
2 Ejemplos tomados del Servicio Diagnóstico de la Hampstead
Child-Therapy Clinic.
Véase H. Hartmann (1950 b) sobre la «autonomía secundaria
del yo».
5 También el sueño.
6 Estos remanentes no deben confundirse con el posterior «vuelco
de la agresión contra sí mismo» que no constituye una deficiencia de
la maduración, sino un mecanismo de defensa utilizado por el yo bajo
el impacto de conflictos.
7 Intentamos aquí no una definición del trabajo con todos sus
significados sociales y psicológicos, sino una simple descripción de los progresos en el desarrollo del yo y el control de los impulsos que se asemejan a los requisitos previos necesarios para toda adquisición individual de la capacidad de trabajo.
8 «Cuanto más considerable haya sido la fijación durante el curso
del desarrollo, más dispuesta se hallará la función a eludir las dificultades exteriores por medio de la regresión, retrocediendo hasta los elementos fijados . .. » (S. Freud, 1916-16, Obras Completas, vol. n .)
9 Durante el proceso analítico de niños es fácil distinguir entre
los pacientes que pr oducen (o luchan por suprimir) la erección en momentos significativos y aquellos otros que deben correr al inodoro
para orinar o defecar o que necesitan con urgencia tomar un vaso de
agua o chupar caramelos.
S. Freud señaló en «Historia de una neurosis infantil» (1918,
escrita en 1914) que el método de descarga de la excitación sexual es
de extrema significación para evaluar el estado de la constelación
sexual del niño: «El hecho de que nuestro infantil sujeto produjera
como signo de su ‘excitación sexual una deposición debe ser considerado como un carácter de su constitución sexual congénita. Toma en el acto una actitud pasiva demostrándose más inclinado a una ulterior identificación con la mujer que con el hombre» (S. Freud [1918 (1914) J, Obras Comrpletas, vol. Il).
10 Hay un dicho popular que dice que «los niños dan dos pasos
hacia adelante y uno hacia atrás».
11 Esto, por supuesto, tiene un carácter defensivo que aquí ignoramos.
12 Véase a este respecto A. Freud y D. Burlingham (1943, 1944),
John Bowlby (1960), James Robertson (1958), René Spitz (1945, 1946)
Y otros.
13 Véanse las observaciones con respecto a la pérdida del habla,
del entrenamiento esfinteriano, etc., en niños separados de sus madres
14 De acuerdo con la formulación de René Spitz.
15 Después de una enfermedad, separación, hospitalización, transcurren
períodos de duración variable entre el retorno de las condiciones normales externas y’ el restablecimiento de los niveles propios de
la edad con respecto a los impulsos y al yo.

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