Obras de M. Klein: OBSERVANDO LA CONDUCTA DE BEBÉS (1952)

OBSERVANDO LA CONDUCTA DE BEBÉS (1952)

 I

Las conclusiones teóricas presentadas en el capitulo anterior fueron extraídas del trabajo psicoanalítico con niños pequeños (1) . Deberíamos esperar que esas conclusiones fueran corroboradas por observaciones de la conducta de bebés durante el primer año de vida. Pero esta corroboración tiene sus limitaciones, porque, como sabemos, los procesos inconscientes sólo en parte se revelan por la conducta, sea en bebés o en adultos. Teniendo en cuenta esta observación, podemos lograr en nuestro estudio de los bebés cierta confirmación de los descubrimientos psicoanalíticos. Muchos detalles de la conducta de los bebés, que antes escaparon a la observación o permanecieron enigmáticos, se han hecho más comprensibles y significativos, gracias a nuestro mayor conocimiento de los tempranos procesos inconscientes; en otras palabras, se ha agudizado nuestra facultad de observación en este campo particular. Es indudable que la incapacidad de hablar de los bebés obstaculiza nuestro estudio de ellos, pero hay muchos detalles del desarrollo emocional temprano que podemos reunir por otros medios distintos del lenguaje. Pero si queremos comprender al bebé, necesitamos no sólo mayor conocimiento, sino también plena empatía con el, basada en el estrecho contacto entre nuestro inconsciente y el suyo. Propongo ahora considerar algunos detalles de la conducta del bebé a la luz de las conclusiones teóricas expresadas en diversos capítulos de este libro. Como aquí apenas tomare en cuenta las múltiples variaciones que existen dentro de la gama de las actitudes fundamentales, mi descripción está destinada a ser bastante simplificada. Además, toda inferencia que pueda yo extraer sobre el desarrollo posterior debe quedar limitada por la siguiente consideración: desde el comienzo de la vida postnatal, y en cada estadío del desarrollo los factores externos afectan la evolución incluso en adultos, como sabemos las actitudes y el carácter pueden estar favorable o desfavorablemente influidos por el ambiente y circunstancias, y esto se aplica en mayor medida a los niños. Por consiguiente, al relacionar con el estudio de los bebés las conclusiones extraídas de mi experiencia psicoanalítica. sólo estoy sugiriendo posibles, o podría decirse, probables líneas de desarrollo. El bebé recién nacido sufre de ansiedad persecutoria, provocada por el proceso de nacimiento y la pérdida de la situación intrauterina. Un parto prolongado o dificultoso está destinado a intensificar esta ansiedad. Otro aspecto de esta situación de ansiedad es la necesidad impuesta al bebé de adaptarse a condiciones totalmente nuevas. Estos sentimientos se alivian en cierto grado por las diversas medidas tomadas para darle calor, ayuda y bienestar y particularmente por la gratificación que siente al recibir el alimento y al succionar el pecho. Estas experiencias, culminando en la primera experiencia de succión, inician, como podemos suponer, la relación con la madre «buena». Parece que en alguna medida estas gratificaciones tienden a compensar por la pérdida del estado intrauterino. Desde la primera experiencia de lactancia en adelante, perder y recuperar el objeto amado (el pecho bueno) se convierte en una parte esencial de la vida emocional infantil. Las relaciones del bebé con su primer objeto, la madre, y con la comida, están desde el principio mutuamente ligadas. Por consiguiente, el estudio de las pautas fundamentales de actitud hacia la comida parece el mejor acceso a la comprensión de los bebés (2) . La actitud inicial hacia la comida varía desde una aparente ausencia de voracidad hasta una gran avidez. Por ello recapitulare brevemente en este punto algunas de mis conclusiones sobre la voracidad: sugerí en el capítulo anterior que la voracidad surge cuando en la interacción entre los impulsos libidinales y agresivos estos últimos se refuerzan, la voracidad puede aumentar desde el principio por la ansiedad persecutoria. Por otra parte, como he señalado, las primeras inhibiciones en la alimentación pueden atribuirse también a la ansiedad persecutoria: esto significa que en algunos casos la ansiedad persecutoria aumenta la voracidad y en otros casos la inhibe. Como la voracidad es inherente a los primeros deseos dirigidos al pecho, influye vitalmente en la relación con la madre y en las relaciones objetales en general.

II

En la actitud hacia la succión se advierten considerables diferencias en los bebés, incluso durante los primeros días de vida (3) , y se hacen más pronunciadas con el transcurso del tiempo. Por supuesto que tenemos que considerar plenamente cada detalle de la forma en que la madre alimenta y trata al bebé. Se observa que una actitud inicialmente promisoria hacia la comida puede ser desbaratada por condiciones adversas de la lactancia; mientras que a veces dificultades en la lactancia pueden ser mitigadas por el amor y la paciencia de la madre (4) . Algunos niños que, aunque buenos lactantes, no son marcadamente voraces, muestran indudables signos de amor y de progresivo interés por la madre en una etapa muy temprana, actitud que contiene algunos de los elementos esenciales de una relación objetal. He visto bebés que a las tres semanas interrumpían la mamada brevemente para jugar con el pecho de la madre o mirar su rostro. He observado también bebés muy pequeños, incluso en el segundo mes, descansar despiertos después de mamar, en la falda de la madre, mirarla, escuchar su voz y responderle con su expresión facial; era como una conversación amorosa entre la madre y el bebé. Esta conducta implica que la gratificación está tan relacionada con el objeto que da la comida como con la comida misma. Signos marcados de relación objetal en época temprana, con placer por la comida, son según creo buenos augurios para las futuras relaciones con los demás y para el desarrollo emocional en general. Podríamos concluir que en estos niños la ansiedad no es excesiva, en comparación con la fortaleza del yo, esto es, que el yo está en alguna medida capacitado para soportar la frustración y la ansiedad, y para manejarlas. Al mismo tiempo, estamos obligados a suponer que la capacidad de amor innata que se muestra en una relación objetal temprana sólo puede desarrollarse libremente porque la ansiedad no es excesiva. Es interesante considerar desde este punto de vista la conducta de algunos bebés en sus primeros días de vida, tal como fue descrita por Middlemore con la denominación de «lactantes soñolientos satisfechos» (5). Ella explica en los siguientes términos la conducta de estos bebés: «Como su reflejo de succión no fue inmediatamente provocado, eran libres de acercarse al pecho en diversas formas». Estos bebés se alimentaban bien al cuarto día y eran muy suaves en su acercamiento al pecho… «parecía que les gustaba chupar y agarrar con la boca el pezón, tanto como les gustaba mamar. Un resultado interesante de la precoz distribución del sentimiento placentero era el hábito de jugar. Un niño soñoliento empezaba cada mamada prefiriendo jugar con el pezón antes que mamar. Durante la tercera semana, la madre se las ingenió para aplazar el juego acostumbrado hasta el final de la mamada, y esto continuó durante diez meses de lactancia, para deleite de madre e hijo» (Loc. cit.). Como los «lactantes soñolientos satisfechos» se convirtieron en buenos lactantes y continuaron jugando durante la mamada, yo supondría que en ellos la relación con el primer objeto (el pecho) fue desde el principio tan importante como la gratificación extraída de la succión y de la comida. Uno podría ir aun más lejos. Puede deberse a factores somáticos el hecho de que en algunos bebés el reflejo de succión no sea inmediatamente estimulado, pero hay buenas razones para creer que también están involucrados procesos mentales. Yo sugeriría que el acercamiento suave al pecho, precediendo al placer de la succión, puede también en cierta medida ser consecuencia de la ansiedad. Me he referido en el capítulo anterior a mi hipótesis de que las dificultades en la lactancia que aparecen al principio de la vida pueden estar vinculadas a la ansiedad persecutoria. Los impulsos agresivos del bebé hacía el pecho tienden a convertirlo en su mente en el objeto devorador o semejante a un vampiro, y esta ansiedad podría inhibir la voracidad y en consecuencia el deseo de succionar. Entonces, yo sugeriría que el «lactante soñoliento satisfecho» puede manejar esta ansiedad refrenando el deseo de succionar hasta que haya establecido una relación libidinal segura con el pecho, chupándolo y tomándolo con la boca. Esto implicaría que desde el comienzo de la vida postnatal algunos bebés tratan de contrarrestar la ansiedad persecutoria por el pecho «malo» estableciendo una relación «buena» con el pecho. Los bebés que en un estadío tan temprano son ya capaces de volverse en forma llamativa hacia el objeto parecen tener, como he sugerido más arriba, una fuerte capacidad de amar. Consideremos desde este punto de vista otro grupo que describe Middlemore. Ella observó que cuatro de siete «lactantes satisfechos activos» mordían el pezón, y que estos bebés «no mordían el pezón para tratar de asirlo mejor; los dos bebés que mordían con más frecuencia tenían fácil acceso al pecho». Además, «los bebés activos que muerden el pezón a menudo disfrutan algo al morder; su morder era deliberado y muy distinto del mascar y roer de los bebés insatisfechos…» (6) . Esta temprana expresión de placer al morder podrían llevarnos a concluir que en estos niños los impulsos destructivos no estaban refrenados y por consiguiente no quedaban impedidas la voracidad y el deseo libidinal de succionar. Sin embargo. incluso estos bebés no eran tan desenfrenados como podría parecer, porque tres de siete «rechazaron algunas de sus primeras mamadas con luchas y chillidos. A veces gritaban ante el más suave manipuleo y contacto con el pezón, en tanto que al mismo tiempo aparecía la evacuación; pero a veces a la mamada siguiente estaban succionando con dedicación» (7). Esto, creo, indica que la voracidad puede ser reforzada por la ansiedad, en contraste con los »lactantes soñolientos satisfechos», en los que la ansiedad hace que se refrene la voracidad. Middlemore mencionó que de los siete bebés »soñolientos satisfechos» que observó, seis eran manipulados muy suavemente por sus madres, mientras que algunos «lactantes insatisfechos» provocaban la ansiedad de la madre y ella se impacientaba. Tal actitud aumenta necesariamente la ansiedad del niño y se establece entonces un circulo vicioso. En lo que respecta a los «lactantes soñolientos satisfechos», si, como he sugerido, la relación con el primer objeto es utilizada como método fundamental para contrarrestar la ansiedad, cualquier perturbación en la relación con la madre está destinada a provocar ansiedad y puede llevar a graves dificultades en la incorporación del alimento. La actitud de la madre parece importar menos en el caso de los «lactantes satisfechos activos», pero esto puede ser engañoso. Tal como yo lo veo, en estos bebés el peligro no yace tanto en la perturbación de la alimentación (aunque incluso en niños muy voraces aparecen inhibiciones en la alimentación) como en el menoscabo de la relación objetal. La conclusión es que es de la mayor importancia el trato paciente y comprensivo de la madre desde los primeros días en adelante. Esto se ve con mayor claridad gracias al incremento de nuestros conocimientos sobre la vida emocional temprana. Como he señalado: «El hecho de que una buena relación con la madre y con el mundo exterior ayuda al bebé a superar sus primeras ansiedades paranoides, arroja nueva luz sobre la importancia de las primeras experiencias. Desde sus comienzos, el análisis ha acentuado siempre la importancia de las primeras experiencias del niño, pero me parece que sólo desde que sabemos más sobre la naturaleza y contenido de sus primeras ansiedades y el interjuego constante entre sus experiencias reales y su vida de fantasía, podemos comprender plenamente por qué el factor externo es tan importante» (8) . A cada paso pueden reducirse o aumentarse las ansiedades persecutoria y depresiva, por la actitud de la madre; y el grado en que en el inconsciente del niño prevalecerán figuras protectoras o persecutorias, está fuertemente influido por sus experiencias reales, principalmente con su madre, aunque pronto también con el padre y con otros miembros de la familia.

III

El estrecho vínculo entre el bebé y la madre se centra en la relación con el pecho. Aunque desde los primeros días en adelante el bebé reacciona también a otros aspectos de la madre -su voz su rostro, sus manos-, las experiencias fundamentales de felicidad y amor, de frustración y odio, están inextricablemente ligadas al pecho de la madre. Este vínculo temprano con ella que se fortifica a medida que el pecho se instala firmemente en el mundo interno, influye básicamente en todas las otras relaciones, en primer lugar con el padre; subyace a la capacidad de formar cualquier apego profundo y fuerte hacia una persona. En los bebés alimentados con mamadera, la mamadera puede tomar el lugar del pecho si es administrada en una situación que se aproxima a la alimentación por el pecho, esto es, si hay un contacto físico estrecho con la madre y el bebé es tratado y alimentado en forma cariñosa. En esas condiciones el bebé puede ser capaz de establecer dentro de si un objeto que siente como la fuente primordial de lo bueno. En este sentido incorpora a sí el pecho bueno, proceso que subyace a una relación segura con la madre. Parecería, sin embargo, que la introyección del pecho bueno (y la madre buena) difiere en alguna forma entre los niños alimentados al pecho y los que no lo son. Está más allá del marco del presente capitulo elaborar estas diferencias y su efecto en la vida mental (Véase la nota Nº 1). En mi descripción de relaciones objetales muy tempranas me he referido a niños que son buenos lactantes pero que no muestran excesiva voracidad. Algunos bebés muy voraces dan también signos tempranos de un progresivo interés por las personas en el que sin embargo, puede detectarse una similitud con su actitud voraz hacia la comida. Por ejemplo, la necesidad imperiosa de la presencia de personas a menudo parece relacionarse menos con la persona que con la atención deseada. Estos niños apenas pueden soportar que se los deje solos y parecen necesitar constantemente gratificación por medio de comida o atención. Esto indicaría que la ansiedad refuerza la voracidad y que hay una falla tanto para establecer firmemente el objeto bueno en el mundo interno como para construir la confianza en la madre como objeto externo bueno. Esta falla puede anunciar futuras dificultades, por ejemplo, una voraz y ansiosa necesidad de compañía, que va a menudo asociada al temor de estar solo, y puede resultar en relaciones objetales inestables y transitorias que pueden describirse como »promiscuas».

Continúa en ¨OBSERVANDO LA CONDUCTA DE BEBÉS (1952), segunda parte¨

Notas:

[1] También el análisis de adultos, si se lo lleva a capas profundas de la mente, aporta material similar y proporciona pruebas convincentes sobre los estadíos tanto tempranos como posteriores del desarrollo.
[2] Sobre la importancia fundamental de los rasgos orales para la formación del carácter, véase Abraham: “La formación del carácter en el nivel genital del desarrollo de la libido” (1925).
[3] Michael Balint (en “Individual Differences in Early Infancy”, págs. 57-59, 81-117) legó a la conclusión, a partir de la observación de 100 bebés con edades comprendidas entre los cinco días y los ocho meses, de que el ritmo de succión varía de un bebé a otro. Cada bebé tiene su ritmo o ritmos individuales.
[4] Debemos tener en cuenta, sin embargo, que por mas importantes que sean estas primeras
influencias, el impacto del ambiente es de la mayor importancia en cada estadío del desarrollo del niño. Incluso efectos positivos de la primera crianza pueden ser hasta cierto punto anulados por experiencias nocivas posteriores, así como dificultades del principio pueden ser disminuidas por posteriores influencias benéficas. Al mismo tiempo debemos recordar que algunos niños parecen tolerar condiciones externas insatisfactorias sin que su carácter y estabilidad mental sean gravemente perjudicados, mientras que otros, a pesar de un ambiente favorable, tienen dificultades graves y persistentes.
[5] The Nursing Couple, págs. 49-50.
[6] Middlemore sugiere que los impulsos de morder intervienen en la conducta agresiva del bebé hacia el pezón mucho antes de que tenga dientes, e incluso aunque raramente sujete el pezón con sus encías. En relación con esto (loc. Cit., pág. 58-9) remite a Waller (sección “Breast Feeding” en The Practitioner’s Encyclopaedia of Midwifery and the Diseases of Women), quien “habla de bebés excitados que muerden con enojo el pecho, y que lo atacan con doloroso vigor”.
[7] Loc. cit., págs. 47-8.
[8] “Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos”.