Obras de Paulo Freire: PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO: Primeras Palabras

PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO (1970)

PRIMERAS PALABRAS
Las páginas que aparecen a continuación y que proponemos como una
introducción a la pedagogía del oprimido son el resultado de nuestras
observaciones en estos tres años de exilio. Observaciones que se unen a las
que hiciéramos en Brasil, en los varios sectores en que tuvimos la oportunidad
de desarrollar actividades educativas.
Uno de los aspectos que observamos, sea en los cursos de capacitación
que hemos realizado y en los cuales analizamos el papel de la concienciación,
sea en la aplicación misma de una educación liberadora es el del “miedo a la
libertad”, al que haremos referencia en el primer capítulo de este ensayo.
No son pocas las veces en que los participantes de estos cursos, en una
actitud con la que manifiestan su “miedo a la libertad”, se refieren a lo que
denominan el “peligro de la concienciación”. “La conciencia crítica, señalan, es
anárquica.” A lo que otros añaden: “¿No podrá la conciencia crítica conducir al
desorden? Por otra parte, existen quienes señalan: “¿Por qué negarlo? Yo temía
a la libertad. Ya no la temo.”
En una oportunidad en que participaba un hombre que había sido obrero
durante largo tiempo, se estableció una de estas discusiones en la que se
afirmaba lo “peligroso de la conciencia crítica”. En lo más arduo de la
discusión, este hombre señaló: “Quizás sea yo, entre los señores, el único de
origen obrero. No puedo decir que haya entendido todas las palabras que aquí
fueron expresadas, pero si hay una cosa que puedo afirmar: llegué a este curso
como un ser ingenuo y, descubriéndome como tal, empecé a tornarme crítico.
Sin embargo, este descubrimiento ni me hizo fanático ni me da tampoco la
sensación de desmoronamiento”. En esa oportunidad, se discutía sobre la
posibilidad de que una situación de injusticia existencial, concreta, pudiera
conducir a los hombres concienciados por ella a un “fanatismo destructivo”, o a
una sensación de desmoronamiento total del mundo en que éstos se encontraban.
La duda, así definida, lleva implícita una afirmación que no siempre
explica quién teme a la libertad: “Es mejor que la situación concreta de
injusticia no se transforme en un ‘percibido’ claro en la conciencia de quienes la padecen”.
Sin embargo, la verdad es que no es la concienciación la que puede
conducir al pueblo a “fanatismos destructivos”. Por el contrario, al posibilitar
ésta la inserción de los hombres en el proceso histórico, como sujetos, evita los
fanatismos y los inscribe en la búsqueda de su afirmación.

“Si la toma de conciencia abre camino a la expresión de las
insatisfacciones sociales, se debe a que éstas son componentes reales de una
situación de opresión.” (2)
El miedo a la libertad, del que, necesariamente, no tiene conciencia quien
lo padece, lo lleva a ver lo que no existe. En el fondo, quien teme a la libertad
se refugia en la “seguridad vital”, para usar la expresión de Hegel, prefiriéndola
a la “libertad arriesgada” (3)
Son pocos, sin embargo, quienes manifiestan explícitamente este recelo a
la libertad. Su tendencia es camuflarlo en un juego mafioso aunque a veces
inconsciente. Un juego engañoso de palabras en el que aparece o pretende
aparecer como quien defiende la libertad y no como quien la teme.
Sus dudas y preocupaciones adquieren, así, un aire de profunda seriedad.
Seriedad de quien fuese celador de la libertad. Libertad que se confunde con el
mantenimiento del statu quo. De ahí que, si la concienciación implica poner en
tela de juicio el statu quo, amenaza entonces la libertad.
Las afirmaciones sostenidas a lo largo de este ensayo, desposeídas de todo
carácter dogmático, no son fruto de meros devaneos intelectuales ni el solo
resultado de lecturas, por interesantes que éstas fueran. Nuestras afirmaciones
se sustentan siempre sobre situaciones concretas. Expresan las reacciones de
proletarios urbanos, campesinos y hombres de clase media a los que hemos
venido observando, directa o indirectamente, a lo largo de nuestro trabajo
educativo. Nuestra intención es la de continuar con dichas observaciones a fin
de ratificar o rectificar, en estudios posteriores, puntos analizados en este
ensayo introductorio.
Ensayo que probablemente provocará en algunos de sus posibles lectores,
reacciones sectarias.
Entre ellos habrá muchos que no ultrapasarán, tal vez, las primeras
páginas. Unos, por considerar nuestra posición frente al problema de la
liberación de los hombres como una posición más, de carácter idealista,
cuando no un verbalismo reaccionario.
Verbalismo de quien se “pierde” hablando de vocación ontológica, amor,
diálogo, esperanza, humildad o simpatía. Otros por no querer o no poder
aceptar las críticas y la denuncia de la situación opresora en la que los
opresores se “gratifican”.
De ahí que éste sea, aun con las deficiencias propias de un ensayo
aproximativo, un trabajo para hombres radicales. Estos, aunque discordando
en parte a en su totalidad de nuestras posiciones, podrán llegar al fin de este ensayo.
Sin embargo, en la medida en que asuman, sectariamente, posiciones
cerradas, “irracionales”, rechazarán el dialogo que pretendemos establecer a
través de este libro.
La sectarización es siempre castradora por el fanatismo que la nutre. La
radicalización, por el contrario, es siempre creadora, dada la criticidad que la
alimenta. En tanto la sectarización es mítica, y por ende alienante, la
radicalización es crítica y, por ende, liberadora. Liberadora ya que, al implicar
el enraizamiento de los hombres en la opción realizada, los compromete cada
vez más en el esfuerzo de transformación de la realidad concreta, objetiva.
La sectarización en tanto mítica es irracional y transforma la realidad en
algo falso que, así, no puede ser transformada.
La inicie quien la inicie, la sectarización es un obstáculo para la
emancipación de los hombres.
Es doloroso observar que no siempre el sectarismo de derecha provoca el
surgimiento de su contrario, cual es la radicalización del revolucionario.
No son pocos los revolucionarios que se transforman en reaccionarios por
la sectarización en que se dejen caer, al responder a la sectarización
derechista.
No queremos decir con esto, y lo dejamos claro en el ensayo anterior, que
el radical se transforme en un dócil objeto de la dominación.
Precisamente por estar inserto, como un hombre radical, en un proceso de
liberación, no puede enfrentarse pasivamente a la violencia del dominador.
Por otro lado, el radical jamás será un subjetivista. Para él, el aspecto
subjetivo encarna en una unidad dialéctica con la dimensión objetiva de la
propia idea, vale decir, con los contenidos concretos de la realidad sobre la que
ejerce el acto cognoscente. Subjetividad y objetividad se encuentran, de este
modo, en aquella unidad dialéctica de la que resulta un conocer solidario con
el actuar y viceversa. Es, precisamente, esta unidad dialéctica la que genera un
pensamiento y una acción correctos en y sobre la realidad para su
transformación.

El sectario, cualquiera que sea la opción que lo orienta, no percibe, no
puede percibir o percibe erradamente, en su “irracionalidad” cegadora, la
dinámica de la realidad.
Esta es la razón por la cual un reaccionario de derecha, por ejemplo, al
que denominamos “sectario de nacimiento” en nuestro ensayo anterior,
pretende frenar el proceso, “domesticar” el tiempo y, consecuentemente, a los
hombres. Esta es también la razón por la cual al sectarizarse el hombre de
izquierda se equivoca absolutamente en su interpretación “dialéctica” de la
realidad, de la historia, dejándose caer en posiciones fundamentalmente
fatalistas. Se distinguen en la medida en que el primero pretende “domesticar”
el presente para que, en la mejor de las hipótesis, el futuro repita el presente
“domesticado”, y el segundo transforma el futuro en algo preestablecido, en
una especie de hado, de sino o destino irremediable. En tanto para el primero
el hoy, ligado al pasado, es algo dado e inmutable, para el segundo el mañana
es algo dado de antemano, inexorablemente prefijado. Ambos se transforman
en reaccionarios ya que, a partir de, su falsa visión de la historia, desarrollan,
unos y otros, formas de acción que niegan la libertad. El hecho de concebir
unos el presente “bien comportado” y otros el futuro predeterminado, no
significa necesariamente que se transformen en espectadores, que crucen los
brazos, el primero esperando con ello el mantenimiento del presente, una
especie de retorno al pasado, y el segundo a la espera de que se instaure un
futuro ya “conocido”.
Por el contrario, cerrándose en un “circulo de seguridad” del cual no
pueden salir, ambos establecen su verdad. Verdad que no es aquella de los
hombres en la lucha por construir el futuro, corriendo los riesgos propios de
esta construcción. No es la verdad de los hombres que luchan y aprenden, los
unos con los otros, a edificar este futuro que aún no está dado, como si fuera el
destino, como si debiera ser recibido por los hombres y no creado por ellos.
En ambos casos la sectarización es reaccionaria, porque unos y otros se
apropian del tiempo y, sintiéndose propietarios del saber, acaban sin el pueblo
que no es sino una forma de estar contra él.
En lo que se refiere al sectario de derecha, cerrándose en “su” verdad, no
hace sino lo que le es propio. Por el contrario el hombre de izquierda que se
sectariza y encierra, es la negación de si mismo y pierde su razón de ser.
Uno en la posición que le es propia; el otro en la que lo niega, girando
ambos en torno a “su” verdad, sintiéndose avalados por .su seguridad, frente a
cualquier cuestionamiento. De ahí que les sea necesario considerar como una
mentira todo lo que no sea su verdad.
El hombre radical, comprometido con la liberación de los hombres, no se
deja prender en “círculos de seguridad” en los cuales aprisiona también la
realidad. Por el contrario, es tanto más radical cuanto más se inserta en esta
realidad para, a fin de conocerla mejor, transformarla mejor.
No teme enfrentar, no teme escuchar, no teme el descubrimiento del
mundo. No teme el encuentro con el pueblo. No teme el diálogo con él, de lo
que resulta un saber cada vez mayor de ambos. No se siente dueño del tiempo,
ni dueño de los hombres, ni liberador de los oprimidos. Se compromete con
ellos, en el tiempo, para luchar con ellos por la liberación de ambos.
Si, como afirmáramos, la sectarización es lo propio del reaccionario, la
radicalización es lo propio del revolucionario. De ahí que la pedagogía del
oprimido, que implica una tarea radical, y cuyas líneas introductorias
intentamos presentar en este ensayo, implica también que la lectura misma de
este libro no pueda ser desarrollada por sectarios.
Deseo terminar estas “Primeras Palabras” expresando nuestro
agradecimiento a Elza, nuestra primera lectora, por su comprensión y su
estimulo constante a nuestro trabajo, que es también suyo. Agradecimientos
que extendemos a Almino Affonso, Ernani M. Fiori, Flavio Toledo, João
Zacariotti, José Luis Fiori, Marcela Gajardo, Paulo de Tarso Santos, Plinio
Sampaio y Wilson Cantoni, por las criticas que hicieran a nuestro trabajo. Los
vacíos y errores en que hayamos podido incurrir continúan siendo, sin
embargo, de nuestra exclusiva responsabilidad. Agradecemos, asimismo, a
Silvia Peirano por la dedicación y cariño con que dactilografió nuestros
manuscritos.
Finalmente, con respecto a Marcela Gajardo y José Luis Fiori, nos es grato
declarar que ellos vienen siendo, en nuestra vida de educador, el mejor
testimonio de la tesis que defendemos en este libro, la de que educadores y
educandos, en la educación como práctica de la libertad, son simultáneamente
educadores y educandos los unos de los otros. De ellos he sido muchas veces,
además de educador, un buen educando a lo largo del trabajo que juntos
hemos desarrollado en Chile.

PAULO FREIRE
Santiago de Chile, otoño de 1969

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Notas:
2- Francisco Weffor, Prefacio a La educación como práctica de la libertad, ICIRA, Santiago de Chile, 1969.
3- “Solamente arriesgando la vida se mantiene la libertad… El individuo que no ha arriesgado la
vida puede sin duda ser reconocido como persona que no ha alanzado la verdad de este
reconocimiento como autoconciencia independiente.” Fenomenología del espíritu, Fondo de
Cultura Económica, México. 1966, p. 116.