Obras de S. Freud: Acciones obsesivas y prácticas religiosas (1907)

Acciones obsesivas y prácticas religiosas (1907).

Nota introductoria:

El presente artículo fue escrito en febrero de 1907 para el primer número de una revista dirigida por J. Bresler y G. Vorbrodt. En la reunión que celebró la Sociedad Psicoanalítica de Viena el 27 de febrero, Freud informó que había enviado una contribución para ese número inaugural, así como también que Bresler lo había invitado a codirigir la revista y él aceptó. De hecho, su nombre aparece en la nómina (bastante larga) de asesores del consejo de redacción. En su biografía, Jones (1955, pág. 380) señala que el trabajo fue leído por Freud ante la Sociedad el día 2 de marzo, pero se trata de un error. (Cf. Sociedad Psicoanalítica de Viena, Minutes, 1)

Es esta la primera incursión de Freud en la psicología de la religión, y, como apunta en su «Breve informe sobre el psicoanálisis» (1924f), AE, 19, págs. 217-8, ella significó dar un paso definido, que lo llevaría, cinco años más tarde, a la profundización del tema en Tótem y tabú (1912-13). Aparte de esto, el trabajo reviste gran interés por ser el primer examen de la neurosis obsesiva desde el período de Breuer, unos diez años atrás. Se esboza aquí el mecanismo de los síntomas obsesivos, que habría de esclarecerse mejor en el historial clínico del «Hombre de las Ratas*» (1909d), cuyo tratamiento, no obstante, Freud no había iniciado aún cuando escribió este artículo.

James Strachey.

Por cierto que no soy el primero que reparó en la semejanza entre las llamadas acciones obsesivas de los neuróticos y las prácticas mediante las cuales el creyente da testimonio de su fe. Me lo certifica el nombre de «ceremonial» que se ha dado a algunas de esas acciones obsesivas. Ahora bien paréceme que esa semejanza es algo más que meramente superficial, a tal punto que de una intelección sobre la génesis del ceremonial neurótico sería lícito extraer conclusiones por analogía con respecto a los procesos anímicos de la vida religiosa.

La gente que pone en práctica acciones obsesivas o un ceremonial pertenece, junto a quienes padecen de un pensar, un representar, impulsos, etc., obsesivos, a una particular unidad clínica, para cuya afección es usual la designación de «neurosis obsesiva» {«Zwangsneurose»}. (1) Pero no se intente derivar de su nombre la especificidad de este padecer, pues en rigor fenómenos anímicos patológicos de otra clase poseen igual título al llamado «carácter obsesivo». Por el momento, la noticia detallada sobre tales estados debe hacer las veces. de una definición; en efecto, hasta hoy no se ha conseguido presentar el criterio distintivo de la neurosis obsesiva, probablemente situado en un nivel profundo, a pesar de que sentimos su presencia en todas sus exteriorizaciones.

El ceremonial neurótico consiste en pequeñas prácticas, agregados, restricciones, ordenamientos, que, para ciertas acciones de la vida cotidiana, se cumplen de una manera idéntica o con variaciones que responden a leyes. Tales actividades nos hacen la impresión de unas meras «formalidades», nos parecen carentes de significado. De igual manera se le presentan al propio enfermo, pese a lo cual es incapaz de abandonarlas, pues cualquier desvío respecto del ceremonial se castiga con una insoportable angustia que enseguida fuerza a reparar lo omitido. Tan ínfimas como las acciones ceremoniales mismas son las ocasiones y actividades adornadas, dificultadas y en todo caso sin duda retardadas por el ceremonial; por ejemplo, vestirse y desvestirse, meterse en cama, la satisfacción de las necesidades corporales. Puede describirse el ejercicio de un ceremonial sustituyéndolo de algún modo por una serie de leyes no escritas. Por ejemplo, para un ceremonial de meterse en cama: la banqueta tiene que encontrarse en determinada posición ante la cama, y sobre ella la ropa doblada, en cierto orden; el cubrecama tiene que estar arrollado a los pies, tiesas las sábanas, las almohadas dispuestas de tal o cual modo, y el cuerpo mismo en una postura estipulada con exactitud; sólo entonces uno tiene permitido dormirse. En casos leves, el ceremonial se asemeja bastante a la exageración de un orden habitual y justificado. Pero la particular escrupulosidad de la ejecución y la angustia si es omitida singularizan al ceremonial como una «acción sagrada». Los hechos que lo perturban se soportan mal, las más de las veces, y casi siempre están excluidas la publicidad y la presencia de otras personas mientras se lo consuma.

Cualquier actividad puede convertirse en una acción obsesiva en el sentido lato si es adornada con pequeños agregados, ritmada con pausas y repeticiones. No se espere hallar un nítido deslinde entre el «ceremonial» y las «acciones obsesivas». Estas últimas casi siempre provienen de un ceremonial. Además de estos dos rasgos, forman el contenido de esta enfermedad prohibiciones e impedimentos (abulias) que, en verdad, no hacen más que continuar la obra de las acciones obsesivas no permitiendo al enfermo en modo alguno ciertas cosas, y permitiéndole otras sólo bajo obediencia a un ceremonial prescrito,

Es curioso que tanto compulsión como prohibición (el tener que hacer algo y el no tener permitido hacerlo) sólo afecten, al comienzo, a las actividades solitarias de los seres humanos, y durante largo tiempo dejen intacta su conducta social; a ello se debe que los enfermos puedan habérselas con su padecer y ocultarlo años y años como si fuera un asunto privado. Y por esta misma razón el número de personas que padecen de tales formas de la neurosis obsesiva es mucho mayor que el de los casos notorios para los médicos. Además, numerosos enfermos ven facilitada esta ocultación por la circunstancia de ser capaces de cumplir sus deberes sociales durante una parte del día, después que, a hurtadillas como Melusina (2), consagraron algunas horas a su secreto obrar.

Fácilmente se advierte dónde se sitúa la semejanza entre el ceremonial neurótico y las acciones sagradas del rito religioso: en la angustia de la conciencia moral a raíz de omisiones, en el pleno aislamiento respecto de todo otro obrar (prohibición de ser perturbado), así como en la escrupulosidad con que se ejecutan los detalles. Igualmente notables, empero, son las diferencias, tan flagrantes algunas que vuelven sacrílega la comparación misma: la mayor diversidad indivídual de las acciones ceremoniales [neuróticas] por oposición a la estereotipia del rito (rezo, prosternación, etc.), el carácter privado de aquellas por oposición al público y comunitario de las prácticas religiosas, pero, sobre todo, esta diferencia: los pequeños agregados del ceremonial religioso se entienden plenos de sentido y simbólicamente, mientras que los del neurótico aparecen necios y carentes de sentido. Aquí la neurosis obsesiva ofrece una caricatura a medias cómica, a medias triste, de religión privada. Empero, justo esta diferencia, la más tajante, entre ceremonial neurótico y religioso se elimina si con ayuda de la técnica psicoanalítica de indagación uno penetra las acciones obsesivas hasta entenderlas. (3) Esta técnica destruye de manera radical la apariencia de que fueran necias y carentes de sentido, y descubre el fundamento de tal apariencia. Se averigua que las acciones obsesivas, por entero y en todos sus detalles, poseen sentido, están al servicio de sustantivos intereses de la personalidad y expresan sus vivencias duraderas y sus pensamientos investidos de afecto. Y lo hacen de dos maneras: como figuraciones directas o simbólicas; según eso, se las ha de interpretar histórica o simbólicamente.

No puedo omitir aquí algunos ejemplos destinados a ilustrar la tesis enunciada. Quien esté familiarizado con los resultados de la investigación psicoanalítica de las psiconeurosis no se sorprenderá al enterarse de que lo figurado por las acciones obsesivas o el ceremonial deriva del vivenciar más íntimo, a menudo del vivenciar sexual de la persona afectada.

a. Una muchacha observada por mí estaba bajo la compulsión de vaciar y llenar varias veces la jofaina después de lavarse. El significado de esta acción ceremonial residía en la frase proverbial: «No arrojes el agua sucia antes de tener agua limpia». La acción estaba destinada a amonestar a su amada hermana y disuadirla de divorciarse de su desagradable marido hasta no haber anudado vínculos con un hombre que le fuera más grato.

b. Una señora que vivía separada de su marido obedecía al comer a la compulsión de dejar lo mejor; de un trozo de carne asada, por ejemplo, gozar sólo los bordes. Esta renuncia se explicó por la fecha de su génesis. Fue al día siguiente de aquel en que puso término al comercio conyugal con su esposo, vale decir, en que renunció a lo mejor.

c. Esta misma paciente podía sentarse, en verdad, en un único sillón, y sólo dificultosamente levantarse de él. Por referencia a determinado detalle de su vida conyugal, el sillón simbolizaba para ella al marido a quien guardaba fidelidad. Para explicar su compulsión halló la frase: «Es tan difícil separarse de algo (marido, sillón) sobre lo cual uno se ha sentado… ».

d. En un tiempo solía repetir una acción obsesiva particularmente llamativa, y carente de sentido. Se precipitaba desde su dormitorio a otra habitación en mitad de la cual había una mesa, disponía de una cierta manera el mantel; luego llamaba a la mucama, quien no podía menos que situarse ante la mesa, y volvía a despacharla con algún encargo indiferente. En los empeños por esclarecer esta compulsión, se le ocurrió que el mantel en cuestión tenía una mancha, y ella disponía las cosas todas las veces de manera que la mucama tuviera que verla. El todo era entonces una reproducción de una vivencia de su matrimonio, que luego dio a su pensamiento un problema por resolver. La noche de bodas su marido se vio aquejado por una desgracia no inhabitual. Se halló impotente y «varias veces durante la noche corrió desde su dormitorio al de ella» para repetir el intento y ver si aún podía conseguirlo. Por la mañana manifestó que pasaría vergüenza ante la mucama del hotel que hiciera las camas, y por eso tomó un frasco de tinta roja y vertió su contenido sobre la sábana, pero tan torpemente que la mancha roja se produjo en un lugar harto inapropiado para su propósito. Ella, pues, escenificaba la noche de bodas con aquella acción obsesiva. «Mesa y cama» (4), juntas, constituyen el matrimonio.

e. También fue susceptible de esclarecimiento histórico su compulsión de anotar el número de cada billete de banco antes de entregarlo. En la época en que todavía abrigaba el propósito de abandonar a su marido si hallaba otro, más digno de confianza, admitió ser cortejada, en un lugar veraniego, por un caballero sobre cuyas serias intenciones empero dudaba. Necesitó un – día dinero sencillo, y le rogó que le cambiara una pieza de cinco coronas. Lo hizo él, se guardó la pieza mayor y manifestó, galante, que nunca se separaría de esta pues le había venido de su mano. Y bien; en posteriores encuentros ella estuvo tentada de exhortarlo a que le enseñara la pieza de cinco coronas, como si fuera para convencerse de que su cortejo merecía crédito. Pero omitió hacerlo por la buena razón de que no es posible diferenciar entre sí cuños de igual valor. Así, la duda quedó irresuelta, y le dejó como secuela la compulsión de anotar los números de los billetes de banco, que los diferencian individualmente de todos los otros del mismo valor. (5)

Estos pocos ejemplos, escogidos de mi cuantiosa experiencia, sólo están destinados a ilustrar la tesis de que en las acciones obsesivas todo posee sentido y es interpretable. Lo mismo vale para el ceremonial en sentido estricto, sólo que la prueba requeriría en este caso una comunicación más circunstanciada. En modo alguno se me escapa cuán distantes nos hallamos, con estos esclarecimientos de acciones obsesivas, del círculo de ideas de la religión.

Es uno de los requisitos de la condición de enfermo que la persona que obedece a la compulsión la practique sin conocer su significado -al menos su principal significado-. Sólo por el empeño de la terapia psicoanalítica se le hacen concientes el sentido de la acción obsesiva y, con este, los motivos que la pulsionan a ella. Enunciamos esta sustantiva relación de las cosas diciendo que la acción obsesiva sirve a la expresión de motivos y representaciones inconcientes. Ahora bien, en esto parece residir una nueva diferencia respecto de la práctica religiosa. Sin embargo, téngase en cuenta que por lo común también el individuo piadoso practica el ceremonial de la religión sin inquirir por su significado, aunque el sacerdote y el investigador puedan estar familiarizados con el sentido del rito, las más de las veces simbólico. Pero todos los creyentes ignoran los motivos que esfuerzan a la práctica de la religión, o estos están subrogados en su conciencia por unos motivos que se aducen en su lugar como pretexto.

El análisis de las acciones obsesivas ya nos ha ofrecido una suerte de intelección sobre su causación y sobre el encadenamiento de los motivos decisivos para ellas. Puede decirse que quien padece de compulsión y prohibiciones se comporta como si estuviera bajo el imperio de una conciencia de culpa de la que él, no obstante, nada sabe; vale decir, de una conciencia inconciente de culpa, como se puede expresarlo superando la renuencia que provoca la conjunción de esas palabras. (6) Esta conciencia de culpa tiene su fuente en ciertos procesos anímicos tempranos, pero halla permanente refrescamiento en la tentación, renovada por cada ocasión reciente; y por otra parte genera una angustia de expectativa siempre al acecho, una expectativa de desgracia que, por medio del concepto del castigo, se anuda a la percepción interna de la tentación. En los comienzos de la formación del ceremonial, todavía le deviene conciente al enfermo que está forzado a hacer esto o aquello para que no acontezca una desgracia, y por regla general aún es nombrada a su conciencia la índole de la desgracia que cabe esperar. El nexo, en todos los casos demostrable, entre la ocasión a raíz de la cual emerge la angustia de expectativa y el contenido con el que ella amenaza ya está oculto para el enfermo. El ceremonial comienza, entonces, como una acción de defensa o de aseguramiento, como una medida protectora.

A la conciencia de culpa del neurótico obsesivo corresponde la solemne declaración de los fieles: ellos sabrían que en su corazón son unos malignos pecadores; y las prácticas piadosas (rezo, invocaciones, etc.) con que introducen cualquier actividad del día y, sobre todo, cualquier empresa extraordinaria parecen tener el valor de unas medidas de defensa y protección.

Uno obtiene una visión más profunda sobre el mecanismo de la neurosis obsesiva si aprecia el hecho primero que está en su base: este es, en todos los casos, la represión de una moción. pulsional {Triebregung (7)} (de un componente de la pulsión sexual) que estaba contenida en la constitución de la persona, tuvo permitido exteriorizarse durante algún tiempo en su vida infantil y luego cayó bajo la sofocación. Una especial escrupulosidad dirigida a la meta de la pulsíón nace a raíz de su represión, pero esta formación psíquica reactiva no se siente segura, sino amenazada de continuo por la pulsión que acecha en lo inconciente. El influjo de la pulsión reprimida es sentido como tentación, y en virtud del propio proceso represivo se genera la angustia, que se apodera del futuro como una angustia de expectativa. El proceso de la represión que lleva a la neurosis obsesiva debe calificarse de imperfectamente logrado, y amenazado cada vez más por el fracaso. Por eso cabe compararlo con un conflicto que no se zanja; se requieren siempre nuevos empeños psíquicos para contrabalancear el constante esfuerzo de asalto de la pulsión. (8) Así, las acciones ceremoniales y obsesivas nacen en parte como defensa frente a la tentación, y en parte como protección frente a la desgracia esperada. Para la tentación, las acciones protectoras parecen resultar pronto insuficientes; emergen entonces las prohibiciones destinadas a mantener alejada la situación de tentación. Unas prohibiciones sustituyen a unas acciones obsesivas, según se ve, del mismo modo como una fobia tiene el cometido de ahorrar un ataque histérico. Por otro lado, el ceremonial figura la suma de las condiciones bajo las cuales se permite otra cosa, todavía no absolutamente prohibida, en un todo semejante esto al modo en que el ceremonial eclesiástico del matrimonio significa para el creyente la permisión del goce sexual, de lo contrario pecaminoso. Es parte de la índole de la neurosis obsesiva, así como de todas las afecciones parecidas, que sus exteriorizaciones (síntomas, entre ellos también las acciones obsesivas) cumplan la condición de un compromiso entre los poderes anímicos en pugna. Por eso siempre devuelven también algo del placer que están destinadas a prevenir, sirven a las pulsiones reprimidas no menos que a las instancias que las reprimen. Y aun, con el progreso de la enfermedad, estas acciones, en su origen dirigidas más bien a preparar la defensa, se aproximan más y más a las acciones prohibidas mediante las cuales la pulsíón tuvo permitido exteriorizarse en la niñez.

De estas constelaciones, acaso reencontraríamos lo siguiente en el ámbito de la vida religiosa: también la formación de la religión parece tener por base la sofocación de ciertas mociones pulsionales, la renuncia a ellas; no obstante, no se trata, como en la neurosis, de componentes exclusivamente sexuales, sino de pulsiones egoístas, perjudiciales para la sociedad, a las que por otra parte no les falta, las más de las veces, un aporte sexual. Y en cuanto a la conciencia de culpa como derivación de una tentación inextinguible, y a la angustia de expectativa como angustia ante castigos divinos, se nos han vuelto notorias en el campo religioso antes que en el de la neurosis. Quizás a causa de los componentes sexuales entreverados, quizás a consecuencia de unas propiedades universales de las pulsiones, la sofocación de estas resulta insuficiente y no concluible. Y hasta en las personas pías son más frecuentes que en el neurótico unas recaídas plenas en el pecado, y fundamentan una nueva modalidad de quehacer religioso, las acciones expiatorias, cuyo correspondiente hallamos en la neurosis obsesiva.

Como vimos, un carácter peculiar y desvalorizador de la neurosis obsesiva es que el ceremonial se ligaba a pequeñas acciones de la vida cotidiana y se exteriorizaba en necios preceptos y limitaciones de aquellas. Sólo se comprende este llamativo rasgo en la configuración del cuadro patológico cuando se averigua que el mecanismo del desplazamiento psíquico, descubierto por mí por primera vez en la formación del sueño gobierna los procesos anímicos de la neurosis obsesiva. Ya en los pocos ejemplos que he dado de acciones obsesivas es trasparente cómo, por medio de un desplazamiento desde lo genuino, sustantivo, hacia algo pequeño que lo sustituye, por ejemplo desde el marido al sillón, se establecen el simbolismo y el detalle de la ejecución. Esta inclinación al desplazamiento es lo que hace variar de continuo el cuadro de los fenómenos patológicos y -por último lleva a convertir lo que en apariencia es ínfimo en lo más importante y urgente. No se puede desconocer que en el ámbito religioso hay una parecida tendencia al desplazamiento del valor psíquico, y por cierto en el mismo sentido, de suerte que poco a poco las minucias del ceremonial se convierten en lo esencial de la práctica religiosa, en detrimento de su contenido de ideas. Por eso las religiones están expuestas a reformas restauradoras, que se empeñan en restablecer la originaria proporción entre los valores.

El carácter de compromisos que presentan las acciones obsesivas en su calidad de síntomas neuróticos será el que menos nítidamente se discierna en el obrar religioso correspondiente. Y, sin embargo, también nos veremos remitidos a este rasgo de la neurosis si recordamos cuán a menudo todas las acciones que la religión prohíbe -exteriorizaciones de las pulsiones sofocadas por la religión- se llevan a cabo en nombre de ella y en su pretendido beneficio.

De acuerdo con estas concordancias y analogías, uno podría atreverse a concebir la neurosis obsesiva como un correspondiente patológico de la formación de la religión, calificando a la neurosis como una religiosidad individual, y a la religión, como una neurosis obsesiva universal. La concordancia más esencial residiría en la renuncia, en ambas subyacente, al quehacer de unas pulsiones dadas constitucionalmente; la diferencia más decisiva, en la naturaleza de estas pulsiones, que en la neurosis son exclusivamente sexuales y en la religión son de origen egoísta.

Una progresiva renuncia a pulsiones constitucionales, cuyo quehacer podría deparar un placer primario al yo, parece ser una de las bases del desarrollo de la cultura humana. (9) Una parte de esta represión de lo pulsional es operada por las religiones, que inducen al individuo a sacrificar a la divinidad su placer pulsional. «La venganza es potestad mía», dice el Señor. En el desarrollo de las religiones antiguas uno cree discernir que mucho de aquello a que el hombre había renunciado como «impiedad» fue cedido a Dios y aun se lo permitía en nombre de El, de suerte que la cesión a la divinidad fue el camino por el cual el ser humano se liberó del imperio de pulsiones malignas, perjudiciales para la sociedad. Por eso en modo alguno se debe al azar que a los antiguos dioses se les atribuyeran todas las cualidades humanas -con los desaguisados que de ellas se siguen- en una medida ¡limitada, ni es una contradicción que a pesar de ello no estuviera permitido justificar la propia impiedad por el ejemplo divino.

Notas:
(1) Cf. Lówenfeld, 1904. Según el citado autor, el término «Zwangsvorstellung» («representación obsesiva» o simplemente «obsesión») fue introducido por Krafft-Ebing en 1867. El mismo Löwenfeld opina que el concepto y la expresión «neurosis obsesiva» fueron creados por Freud; este empleó por primera vez dicha expresión en una obra impresa en su primer trabajo sobre la neurosis de angustia (1895b), AE, 3, págs. 97-8, si bien ya la había utilizado en una carta a Fliess del 7 de febrero de 1894 (Freud, 1950a, Carta 16).
(2) [Según una leyenda medieval, hada de las aguas que llevaba una vida secreta como sirena.]
(3) Véase la recopilación de mis trabajos breves sobre la teoría de las neurosis publicada en 1906 {SammIung kleiner Schriften zur Neurosenlehre aus den Jahren 1893-1906, trabajos reunidos en su mayoría en el volumen 3 de la presente edición}.
(4) En alemán, «Tisch und Bett» se emplea con ese sentido. En inglés existe análogamente la frase «bed and board» {«cama y comida»}, proveniente de un término del bajo latín que designaba el matrimonio. G. Freud (1913d), AE, 12, pág. 298, n. 4.
(5) Freud volvió a ocuparse con gran extensión de este caso (la acción obsesiva descrita en el punto d) en la 17º de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17).
(6) [Parece ser esta la más temprana referencia al «sentimiento inconciente de culpa», que habría de desempeñar un papel tan importante en escritos posteriores de Freud -p. ej., en el último capítulo de El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs. 51-3- No obstante, el concepto ya había sido propuesto mucho antes, en la sección 11 de «Las neuropsicosis de defensa» (1894a), AE, 3, págs, 169-74, allanando el camino a la frase luego acuñada.]
(7) Aparentemente, es la primera oportunidad en que apareció en una obra de Freud este término, uno de los más utilizados por él.
(8) [Se anticipa en este pasaje el concepto de «contrainvestidura», desarrollado en la sección IV de «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 178 y sigs.]
(9) [Esta idea fue ampliada en «La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna» (1908d)