Obras de S. Freud: Carácter y erotismo anal (1908)

Nota introductoria:

El tema de este trabajo se ha vuelto hoy tan familiar que resulta difícil imaginar el asombro y la indignación que suscitó su primera publicación. Nos dice Ernest Jones (1955, págs. 331-2) que Freud ya había mencionado los tres rasgos de carácter asociados aquí con el erotismo anal en una carta a Jung del 27 de octubre de 1906; también lo hizo en unas consideraciones ante la Sociedad Psicoanalítica de Viena, el

6 de marzo de 1907. (Cf. Minutes, 1.) El dinero y la avaricia ya habían sido vinculados a las heces en una carta a Fliess del 22 de diciembre de 1897 (Freud, 1950a, Carta 79), AE, 1, pág. 315. Una parte del estímulo para el presente trabajo provino, sin duda, del análisis del «Hombre de las Ratas» (1909d), concluido poco tiempo atrás, si bien el particular nexo entre el erotismo anal y la neurosis obsesiva sólo fue sacado a la luz unos años después, en «La predisposición a la neurosis obsesiva» (1913i). Otro historial clínico, el del «Hombre de los Lobos» (1918b), dio lugar a una ulterior ampliación del tema aquí tratado, en «Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal» (1917c).

James Strachey

Entre las personas a quienes uno procura prestar auxilio mediante el empeño psicoanalítico, harto a menudo tropieza con un tipo singularizado por la conjunción de determinadas cualidades de carácter, al par que nos llama la atención, en la infancia de estas personas, el comportamiento de una cierta función corporal y de los órganos que en ella participan. Ahora ya no sé indicar qué ocasionamientos singulares me dieron la impresión de que entre aquel carácter y esta conducta de órgano existía un nexo orgánico, pero puedo aseverar que ninguna expectativa teórica contribuyó a esa impresión.

Una experiencia acumulada reforzó tanto en mí la creencia en ese nexo que me atrevo a comunicarlo.

Las personas que me propongo describir sobresalen por mostrar, en reunión regular, las siguientes tres cualidades: son particularmente ordenadas, ahorrativas y pertinaces. Cada uno de estos términos abarca en verdad un pequeño grupo o serie de rasgos de carácter emparentados entre sí. «Ordenado (1)» incluye tanto el aseo corporal como la escrupulosidad en el cumplimiento de pequeñas obligaciones y la formalidad. Lo contrario sería: desordenado, descuidado. El carácter ahorrativo puede aparecer extremado hasta la avaricia; la pertinacia acaba en desafío, al que fácilmente se anudan la inclinación a la ira y la manía de venganza. Las dos cualidades mencionadas en último término -el carácter ahorrativo y la pertinacia- se entraman con mayor firmeza entre sí que con la primera, el carácter «ordenado»; son también la pieza más constante de todo el complejo, no obstante lo cual me parece innegable que las tres se copertenecen.

De la historia de estas personas en su primera infancia se averigua con facilidad que les llevó un tiempo relativamente largo gobernar la incontinentia alvi {incontinencia fecal} y aun en años posteriores de la niñez tuvieron que lamentar fracasos aislados de esta función. Parecen haber sido de aquellos lactantes que se rehusan a vaciar el intestino cuando los ponen en la bacinilla, porque extraen de la defecación una ganancia colateral de placer (2); en efecto, indican que todavía años más tarde les deparó contento retener las heces, y recuerdan, si bien antes y más fácilmente acerca de sus hermanitos que de su persona propia, toda clase de ocupaciones inconvenientes con la caca que producían. De esas indicaciones inferimos, en su constitución sexual congénita, un resalto erógeno hipernítido de la zona anal; pero como concluida la niñez no se descubre en estas personas nada de tales flaquezas y originalidades, nos vemos precisados a suponer que la zona anal ha perdido su significado erógeno en el curso del desarrollo, y luego conjeturamos que la constancia de aquella tríada de cualidades de su carácter puede lícitamente ser puesta en conexión con el consumo del erotismo anal.

Sé que nadie osa dar crédito a un estado de cosas mientras parezca incomprensible, mientras no ofrezca algún abordaje a la explicación. Pues bien; podemos aproximar a nuestro entendimiento al menos lo fundamental de él con ayuda de las premisas que se expusieron en 1905 en Tres ensayos de teoría sexual. (3) Ahí he procurado mostrar que la pulsión sexual del ser humano es en extremo compuesta, nace por las contribuciones de numerosos componentes y pulsiones parciales. Aportes esenciales a la «excitación sexual» prestan las excitaciones periféricas de ciertas partes privilegiadas del cuerpo (genitales, boca, ano, uretra), que merecen el nombre de «zonas erógenas». Ahora bien, las magnitudes de excitación que llegan de estos lugares no experimentan el mismo destino todas ellas, ni en todas las épocas de la vida. En términos generales, sólo una parte favorece a la vida sexual; otra es desviada de las metas sexuales y vuelta a metas diversas, proceso este que merece el nombre de «sublimación». Hacia la época de la vida que es lícito designar como «período de latencia sexual», desde el quinto año cumplido hasta las primeras exteriorizaciones de la pubertad (en torno del undécimo año), se crean en la vida anímica, a expensas de estas excitaciones brindadas por las zonas erógenas, unas formaciones reactivas, unos poderes contrarios, .como la vergüenza, el asco y la moral, que a modo de unos diques se contraponen al posterior quehacer de las pulsiones sexuales. Ahora bien: el erotismo anal es uno de esos componentes de la pulsión que en el curso del desarrollo y en el sentido de nuestra actual educación cultural se vuelven inaplicables para metas sexuales; y esto sugiere discernir en esas cualidades de carácter que tan a menudo resaltan en quienes antaño sobresalieron por su erotismo anal -vale decir, orden, ahorratividad y pertinacia- los resultados más inmediatos y constantes de la sublimación de este. (4)

Desde luego, ni siquiera para mí es muy trasparente la necesidad íntima de este nexo. No obstante, puedo indicar algunas cosas que acaso sirvan de puntos de apoyo para su entendimiento. El aseo, el orden, la formalidad causan toda la impresión de ser una formación reactiva contra el interés por lo sucio, lo perturbador, lo que no debe pertenecer al cuerpo («Dirt is matter in the wrong place» (5)); en cambio, no parece tarea sencilla vincular la pertinacia con el interés por la defecación. Sin embargo, cabe recordar que ya el lactante puede mostrar una conducta porfiada ante la deposición de las heces, y que la estimulación dolorosa sobre la piel de las nalgas que se enlaza con la zona erógena anal es universalmente empleada por la educación para quebrantar la pertinacia del niño, para volverlo obediente. Entre nosotros todavía, lo mismo que en épocas antiguas, se usa como expresión de desafío y de escarnio desafiante un reto que tiene por contenido acariciar la zona anal, vale decir, que designa en verdad una ternura que ha caído bajo la represión. El desnudamiento del trasero figura la aminoración de ese dicho en gesto; en Götz von Berlichingen, de Goethe, los hallamos a ambos, el dicho y el gesto, en el lugar más apropiado como expresión del desafío. (6)

Los nexos más abundantes son los que se presentan entre los complejos, en apariencia tan dispares, del interés por el dinero y de la defecación. En efecto, como es bien sabido para todo médico que ejerza el psicoanálisis, las constipaciones más obstinadas y rebeldes de neuróticos, llamadas habituales, pueden eliminarse por este camino. El asombro que esto pudiera provocar disminuye si se recuerda que esta función ha demostrado responder también, de manera parecida, a la sugestión hipnótica. Ahora bien, en el psicoanálisis sólo se obtiene ese efecto cuando se toca en el paciente el complejo relativo al dinero, moviéndolo a que lo lleve a su conciencia con todo lo que él envuelve. Podría creerse que aquí la neurosis no hace más que seguir un indicio del lenguaje usual, que llama «roñosa», «mugrienta» (en inglés: «filthy» {«roñosa»}) a una persona que se aferra al dinero demasiado ansiosamente. (7) Sólo que esta sería una apreciación superficial en exceso. En verdad, el dinero es puesto en los más íntimos vínculos con el excremento dondequiera que domine, o que haya perdurado, el modo arcaico de pensamiento: en las culturas antiguas, en el mito, los cuentos tradicionales, la superstición, en el pensar inconciente, el sueño y la neurosis. Es fama que el dinero que el diablo obsequia a las mujeres con quienes tiene comercio se muda en excremento después que él se ausenta, y el diablo no es por cierto otra cosa que la personificación de la vida pulsional inconciente reprimida. (8) Y es consabida también la superstición que relaciona el descubrimiento de tesoros con la defecación; todos conocen la figura del «caga ducados (9)». Ya en la doctrina de la antigua Babilonia el oro es la caca del infierno (Mammon = ilu manman). (10) Por tanto, si la neurosis obedece al uso lingüístico, toma aquí como en otras partes las palabras en su sentido originario, pleno de significación; y donde parece dar expresión figural a una palabra, en la generalidad de los casos no hace sino restablecer a esta su antiguo significado. (11)

Es posible que la oposición entre lo más valioso que el hombre ha conocido y lo menos valioso que él arroja de sí {von sich werfen} como desecho («refuse» {en inglés}) haya llevado a esta identificación condicionada entre oro y caca.

Otra circunstancia concurre todavía a esta equiparación en el pensar del neurótico. Como ya sabemos, el interés originariamente erótico por la defecación está destinado a extinguirse en la madurez; en efecto, en esta época el interés por el dinero emerge como un interés nuevo, inexistente en la infancia; ello facilita que la anterior aspiración, en vías de perder su meta, sea conducida a la nueva meta emergente.

Si los nexos aquí aseverados entre el erotismo anal y aquella tríada de cualidades de carácter tienen por base un hecho objetivo, no será lícito esperar una modelación particular del «carácter anal» en personas que han preservado para sí en la vida madura la aptitud erógena de la zona anal; por ejemplo, ciertos homosexuales. Si no estoy errado, la experiencia armoniza bien en la mayoría de los casos con esta conclusión.

Sería preciso considerar, en general, si otros complejos de carácter no permitirán discernir su pertenencia a las excitaciones de determinadas zonas erógenas. En ese sentido, hasta ahora sólo he tenido noticia sobre la desmedida, «ardiente», ambición de los otrora enuréticos. (12) Por lo demás, es posible indicar una fórmula respecto de la formación del carácter definitivo a partir de las pulsiones constitutivas: los rasgos de carácter que permanecen son continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias, sublimaciones de ellas, o bien formaciones reactivas contra ellas. (13)

1) {«Ordentlich»; el campo de significación de esta palabra es muy amplio; además de lo mencionado en el texto, quiere decir también «metódico», «honrado», «decente».}
2) Cf. mis Tres ensayos de teoría sexual (1905d) [AE, 7, pág. 1691.]
3) [El presente párrafo procede en lo fundamental de dos pasajes: AE, 7, págs. 152 y sigs., y 160 y sigs.]
4) Como han sido las puntualizaciones sobre el erotismo anal de Tres ensayos de teoría sexual, justamente, las que provocaron particular escándalo a lectores incomprensivos, me permito intercalar en este lugar una observación que debo a un paciente de gran inteligencia: «Un conocido que ha leído su ensayo sobre «teoría sexual» comenta el libro y lo acepta en todas sus partes; sólo un pasaje de él -aunque desde luego entiende y aplaude su contenido- le resultó tan grotesco y cómico que se hubo de sentar y se rió durante un buen cuarto de hora. El pasaje en cuestión dice: «Uno de los mejores signos anticipatorios de rareza – o nerviosidad posteriores es que un lactante se rehuse obstinadamente a vaciar el intestino cuando lo ponen en la bacinilla, vale decir, cuando la persona encargada de su crianza lo desea, reservándose esta función para cuando lo desea él mismo. Lo que le interesa, desde luego, no es ensuciar su cuna; sólo procura que no se le escape la ganancia colateral de placer que puede conseguir con la defecación» [.AE, 7, pág. 169]. Lo que le provocaba tanta hilaridad era la imagen de ese lactante, sentado en la bacinilla, que reflexiona si debe consentir esa limitación a la libertad de su albedrío, personal y además se preocupa de que no se le escape la ganancia de placer de la defecación. Unos veinte minutos después, a la hora de merendar, mi conocido me espeta repentina e inopinadamente: «Escúchame, justamente ahora, viendo ante mí el cacao, se me ocurre una idea que siempre tenía de niño. Imaginaba que era el fabricante de cacao Van Houten» (lo pronunció «Van Hauten»), «y poseía un gran secreto para su preparación; toda la gente se empeñaba en arrancarme ese secreto de resonante éxito mundial, que yo mantenía celosamente. No sé por qué había dado en Van Houten. Probablemente sus avisos publicitarios eran los que más me impresionaban». Riendo, y en verdad sin que me llevara un propósito más hondo, yo apunté: «Wann haut’n die Mutler?» {«¿Cuándo cascaba la madre?»}. Sólo un rato después discerní que, de hecho, mi chiste en la palabra contenía la clave de aquel recuerdo infantil íntegro, aflorado de una manera repentina, que entonces concebí como un brillante ejemplo de fantasía encubridora. Conservando el elemento fáctico genuino (proceso de la nutrición) y sobre la base de asociaciones fonéticas («cacao», «Wann baut’n»), la fantasía de mi amigo calmaba la conciencia de culpa mediante una completa subversión de los valores en el contenido mnémico. (Traslado de atrás a adelante, la deposición del alimento se convierte en su ingestión, el contenido bochornoso y que debía esconderse pasa a ser un secreto de resonante éxito mundial.) Me resultó interesante aquí cómo a una defensa, que adoptó -es preciso reconocerlo- la forma atemperada de un reparo formal, le fue acercada desde el propio inconciente de la persona en cuestión, un cuarto de hora después y de manera involuntaria la prueba más definitiva de su calidad de tal».
5) {«La suciedad es materia ubicada en lugar equivocado».}
6) [La escena tiene lugar en el acto III, cuando Herald conmina a Götz a rendirse. En la posterior versión dramatizada de la obra se atemperó el tono de las palabras.]
7) [Este uso lingüístico ya había sido mencionado por Freud en una carta a Fliess, y volvió a aludir a él en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, pág. 214.]
8) Compárense la posesión histérica y las epidemias demoníacas. Esta aseveración es detenidamente fundamentada en la sección III de «Una neurosis demoníaca en el siglo xvii» (1923d); la legendaria trasformación del oro del diablo en excremento y la comparación que se hace poco más abajo con el «Dukatenscheisser» figuraban en la carta a Fliess del 24 de enero de 1897 (Freud, 1950a, Carta 57), AE, 1, pág. 284.
9) {«Dukatenscheisser», vulgarismo que significa «despilfarrador», «manirroto».}
10) Cf. Jeremías [ 1904a], 1906, pág. 216, y 1905, pág. 96: «»Mamon» (Mammon) es el babilónico «Manman», un apelativo de Nergal, el dios del mundo subterráneo. Según el mito oriental, trasmitido a las sagas y cuentos tradicionales de los pueblos, el oro es mierda del infierno; cf. Monotheistiscbe Strömungen innerhalb der babytonischen Religion [Jeremias, 1904b], pág. 16, n.1».
11) 10 [La forma en que esto sucede en los sueños se expone en un pasaje agregado en [909]a La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 408.]
12) [Parece ser esta la primera mención del nexo entre erotismo uretral y ambición. Ocasionalmente, Freud volvió sobre este nexo, por ejemplo en una oración agregada en 1914 a La interpretación de los sueños (1900a) , AE, 4, pág. 229, y en una nota al pie agregada en 1920 a Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, pág. 218. En una larga nota de El malestar en la cultura (1930a), AE, 21, pág. 90, vinculó el hallazgo aquí citado con otras dos ideas suyas fundamentales sobre la enuresis: su asociación simbólica con el fuego y su importancia como equivalente infantil de la masturbación. Véase también el trabajo, aun posterior, «Sobre la conquista del fuego» (1932a).]
13) [No en muchos lugares describió Freud la naturaleza del «carácter» y el mecanismo de su formación; entre ellos cabe mencionar un pasaje de Tres ensayos (1905d), AE-, 7, pág. 218, algunas acotaciones en «La predisposición a la neurosis obsesiva» (1913i), AE, 12, págs. 343-4, y en especial las consideraciones con que comienza el capítulo III de El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs. 30-3, y que en lo esencial se reproducen en la 32º de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a), AE, 22, pág. 84.]