Obras de S. Freud: Introducción del narcisismo (1914), Capítulo III

Introducción del narcisismo (1914)

III

Las perturbaciones a que está expuesto el narcisismo originario del niño, las reacciones con que se defiende de ellas y las vías por las cuales es esforzado al hacerlo, he ahí unos temas que yo querría dejar en suspenso como un importante material todavía a la espera de ser trabajado; su pieza fundamental puede ponerse de resalto como «complejo de castración» (angustia por el pene en el varón, envidia del pene en la niña) y abordarse en su trabazón con el influjo del temprano amedrentamiento sexual. La indagación psicoanalítica, que nos habilitó para perseguir los destinos de las pulsiones libidinosas cuando, aisladas de las pulsiones yoicas, se encuentran en oposición a estas, nos permite en este ámbito unas inferencias retrospectivas a una época y a una situación psíquica en que ambas clases de pulsiones emergían como intereses narcisistas actuando todavía de consuno en unión inseparable.

Alfred Adler [1910] extrajo de esta trama su «protesta masculina», que él ha elevado a la condición de fuerza impulsora casi exclusiva de la formación del carácter y de la neurosis, al paso que no la funda en una aspiración narcisista, y por tanto todavía de naturaleza libidinosa, sino en una valoración social. En la investigación psicoanalítica se ha admitido desde el comienzo mismo la existencia e importancia de la «protesta masculina», pero, en contra de Adler, se sostuvo que era de naturaleza narcisista y que tenía su origen en el complejo de castración. Atañe a la formación del carácter, en cuya génesis interviene junto a muchos otros factores, pero es por completo inapropiada para esclarecer los problemas de las neurosis, a los que Adler no quiere atender sino en cuanto al modo en que sirven al interés del yo. juzgo totalmente imposible colocar la génesis de la neurosis sobre la base estrecha del complejo de castración, por grande que sea la fuerza con que añora en ciertos hombres entre las resistencias a la curación de la neurosis. Por último, conozco también casos de neurosis en los cuales la «protesta masculina» (o bien, en nuestra doctrina, el complejo de castración) no desempeña papel patógeno alguno o ni siquiera aparece (1).

La observación del adulto normal muestra amortiguado el delirio de grandeza que una vez tuvo, y borrados los caracteres psíquicos desde los cuales hemos discernido su narcisismo infantil. ¿Qué se ha hecho de su libido yoica? ¿Debemos suponer que su monto íntegro se insumió en investiduras de objeto? Esta posibilidad contradice manifiestamente toda la trayectoria de nuestras elucidaciones; ahora bien, también aquí la psicología de la represión nos presta alguna referencia para elaborar una respuesta diversa.

Tenemos sabido que mociones pulsionales libidinosas sucumben al destino de la represión patógena cuando entran en conflicto con las representaciones culturales y éticas del individuo. Nunca entendimos esta condición en el sentido de que la persona tuviera un conocimiento meramente intelectual de la existencia de esas representaciones; supusimos siempre que las acepta como normativas, se somete a las exigencias que de ellas derivan. La represión, hemos dicho, parte del yo; podríamos precisar: del respeto del yo por sí mismo. Las mismas impresiones y vivencias, los mismos impulsos y mociones de deseo que un hombre tolera o al menos procesa concientemente, son desaprobados por otro con indignación total o ahogados ya antes que devengan concientes (2). Ahora bien, es fácil expresar la diferencia entre esos dos hombres, que contiene la condición de la represión, en términos que la teoría de la libido puede dominar. Podemos decir que uno ha erigido en el interior de sí un ideal por el cual mide su yo actual, mientras que en el otro falta esa formación de ideal. La formación de ideal sería, de parte del yo, la condición de la represión (3).

Y sobre este yo ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. El narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto (4) del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.

Conviene indagar las relaciones que esta formación de ideal mantiene con la sublimación. La sublimación es un proceso que atañe a la libido de objeto y consiste en que la pulsión se lanza a otra meta, distante de la satisfacción sexual; el acento recae entonces en la desviación respecto de lo sexual. La idealización es un proceso que envuelve al objeto; sin variar de naturaleza, este es engrandecido y realzado psíquicamente. La idealización es posible tanto en el campo de la libido yoica cuanto en el de la libido de objeto. Por ejemplo, la sobrestimación sexual del objeto es una idealización de este. Y entonces, puesto que la sublimación describe algo que sucede con la pulsión, y la idealización (5) algo que sucede con el objeto, es preciso distinguirlas en el plano conceptual.

La formación de un ideal del yo se confunde a menudo, en detrimento de la comprensión, con la sublimación de la pulsión. Que alguien haya trocado su narcisismo por la veneración de un elevado ideal del yo no implica que haya alcanzado la sublimación de sus pulsiones libidinosas. El ideal del yo reclama por cierto esa sublimación, pero no puede forzarla; la sublimación sigue siendo un proceso especial cuya iniciación puede ser incitada por el ideal, pero cuya ejecución es por entero independiente de tal incitación. En los neuróticos, precisamente, encontramos las máximas diferencias de tensión entre la constitución del ideal del yo y la medida en que sublimaron sus pulsiones libidinosas primitivas, y en general los idealistas son mucho más reacios que los hombres de modestas miras a convencerse del inadecuado paradero de su libido. Además, la formación de ideal y la sublimación contribuyen en proporciones por entero diversas a la causación de la neurosis. Según tenemos averiguado, la formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor de la represión. La sublimación constituye aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión (6).

No nos asombraría que nos estuviera deparado hallar una instancia psíquica particular cuyo cometido fuese velar por el aseguramiento de la satisfacción narcisista proveniente del ideal del yo, y con ese propósito observase de manera continua al yo actual midiéndolo con el ideal. (7) Si una instancia así existe, es imposible que su descubrimiento nos tome por sorpresa; podemos limitarnos a discernir sus rasgos y nos es lícito decir que lo que llamamos nuestra conciencia moral satisface esa caracterización. Admitir esa instancia nos posibilita comprender el llamado delirio de ser notado {Beachtungswahn} o, mejor, de ser observado {Beobachtungswahn}, que con tanta nitidez añora en la sintomatología de las enfermedades paranoides, y que puede presentarse también como una enfermedad separada o entreverada con una neurosis de trasferencia. Los enfermos se quejan de que alguien conoce todos sus pensamientos, observa y vigila sus acciones; son informados del imperio de esta instancia por voces que, de manera característica, les hablan en tercera persona. («Ahora ella piensa de nuevo en eso»; «Ahora él se marcha».) Esta queja es justa, es descriptiva de la verdad; un poder así, que observa todas nuestras intenciones, se entera de ellas y las critica, existe de hecho, y por cierto en todos nosotros dentro de la vida normal. El delirio de observación lo figura en forma regresiva y así revela su génesis y la razón por la cual el enfermo se rebela contra él.

La incitación para formar el ideal del yo, cuya tutela se confía a la conciencia moral, partió en efecto de la influencia crítica de los padres, ahora agenciada por las voces, y a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y, como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio (los prójimos, la opinión pública).

Grandes montos de una libido en esencia homosexual fue ron así convocados para la formación del ideal narcisista del yo, y en su conservación encuentran drenaje y satisfacción. La institución de la conciencia moral fue en el fondo una encarnación de la crítica de los padres, primero, y después de la crítica de la sociedad, proceso semejante al que se repite en la génesis de una inclinación represiva nacida de una prohibición o un impedimento al comienzo externos. Las voces y esa multitud que se deja indeterminada son traídas ahora a la luz por la enfermedad, a fin de reproducir en sentido regresivo la historia genética de la conciencia moral. Ahora bien, la rebelión frente a esa instancia censuradora se debe a que la persona, en correspondencia con el carácter fundamental de la enfermedad, quiere desasirse de todas esas influencias, comenzando por la de sus padres, y retirar de ellas la libido homosexual. Su conciencia moral se le enfrenta entonces en una figuración regresiva como una intromisión hostil de fuera.

La queja de la paranoia muestra también que la autocrítica de la conciencia moral coincide en el fondo con esa observación de sí sobre la cual se edifica. Esa misma actividad psíquica que ha tomado a su cargo la función de la conciencia moral se ha puesto también al servicio de la exploración interior que ofrece a la filosofía el material de sus operaciones intelectuales. Quizás esto no sea indiferente para la formación de sistemas especulativos, distintiva de la paranoia. (8)

Sin duda será importante para nosotros poder discernir también en otros ámbitos los indicios de la actividad de esta instancia de observación crítica que se aguza en la conciencia moral y en la introspección filosófica. Aduzco aquí lo que Herbert Silberer ha descrito como el «fenómeno funcional», una de las pocas adiciones de indiscutible valor que se han hecho a la doctrina del sueño. Como es sabido, Silberer mostró que en estados intermedios entre el dormir y la vigilia es posible observar directamente la trasposición de pensamientos en imágenes visuales, pero que en esas condiciones no suele sobrevenir una figuración del contenido conceptual, sino del estado (de buena predisposición, fatiga, etc.) en que se encuentra la persona que pugna por no dormirse. Análogamente, ha mostrado que muchas claves de los sueños y segmentos del contenido de estos no significan otra cosa que la autopercepción del dormir y el despertar. Ha puesto en descubierto, por tanto, la contribución de la observación de sí -en el sentido del delirio paranoico de observación- a la formación del sueño. Esta contribución es inconstante; probablemente yo la descuidé por el hecho de que en mis sueños no desempeña un gran papel; en personas dotadas para la filosofía, habituadas a la introspección, quizá sea muy nítida (9).

Recordemos que, según hemos descubierto, la formación del sueño se origina bajo el imperio de una censura que constriñe a los pensamientos oníricos a desfigurarse. Ahora bien, no imaginamos esa censura como un poder particular, sino que escogimos esta expresión para designar un aspecto de las tendencias represoras que gobiernan al yo: su aspecto vuelto a los pensamientos oníricos. Si nos internamos más en la estructura del yo, podemos individualizar también al censor del sueño (10) en el ideal del yo y en las exteriorizaciones dinámicas de la conciencia moral. Y si este censor mantiene además alguna vigilancia durante el dormir, comprenderemos que la premisa de su actividad, la observación de sí y la autocrítica, pueda contribuir al contenido del sueño con elementos como «ahora está demasiado adormilado para pensar», «ahora se despierta». (11)

Desde aquí podemos intentar la discusión del sentimiento de sí {Selbstgefühl} en la persona normal y en el neurótico.

El sentimiento de sí se nos presenta en primer lugar como expresión del «grandor del yo», como tal, prescindiendo de su condición de compuesto {Zusammengesetzheit}. Todo lo que uno posee o ha alcanzado, cada resto del primitivo sentimiento de omnipotencia corroborado por la experiencia, contribuye a incrementar el sentimiento de sí.

Si introducimos nuestra diferenciación entre pulsiones sexuales y pulsiones yoicas, tendremos que admitir que el sentimiento de sí depende de manera particularmente estrecha de la libido narcisista. Para ello nos apoyamos en estos dos hechos fundamentales: en las parafrenias aquel aumenta, mientras que en las neurosis de trasferencia se rebaja; y en la vida amorosa, el no-ser-amado deprime el sentimiento de sí, mientras que el ser-amado lo realza. Hemos indicado ya que el ser-amado constituye la meta y la satisfacción en la elección narcisista de objeto (12).

Además, es fácil observar que la investidura libidinal de los objetos no eleva el sentimiento de sí. La dependencia respecto del objeto amado tiene el efecto de rebajarlo; el que está enamorado está humillado. El que ama ha sacrificado, por así decir, un fragmento de su narcisismo y sólo puede restituírselo a trueque de ser-amado. En todos estos vínculos el sentimiento de sí parece guardar relación con el componente narcisista de la vida amorosa.

La percepción de la impotencia, de la propia incapacidad para amar a consecuencia de perturbaciones anímicas o corporales, tiene un efecto muy deprimente sobre el sentimiento de sí. Según yo lo discierno, aquí ha de buscarse una de las fuentes de esos sentimientos de inferioridad que de tan buena gana proclaman los aquejados de neurosis de trasferencia. Empero, la fuente principal de este sentimiento está en el empobrecimiento del yo que es resultado de la enorme cuantía de las investiduras libidinales sustraídas de él, vale decir, del deterioro del yo por obra de las aspiraciones sexuales que han eludido el control.

Adler [1907] ha sostenido con acierto que la percepción de las propias inferioridades de órgano actúa como acicate sobre una vida anímica productiva y, por vía de la sobrecompensación, provoca un rendimiento extra. Empero, sería una completa exageración que, siguiendo las huellas de Adler, se quisiese reconducir todo buen rendimiento a esta condición de la originaria inferioridad de órgano. No todos los pintores están aquejados de fallas en la vista, no todos los oradores fueron al comienzo tartamudos. Sobrados son los ejemplos de un rendimiento excelente sobre la base de una dotación de órgano privilegiada. Para la etiología de las neurosis, la inferioridad y la atrofia orgánicas desempeñan ínfimo papel, el mismo, digamos, que el material perceptivo actual tiene para la formación del sueño. La neurosis se sirve de ellas a guisa de pretexto, como lo hace con todos los otros factores idóneos. No acabamos de, creer a una paciente neurótica que, según asevera, contrajo la enfermedad porque era fea, deforme, sin encantos, de suerte que nadie pudo amarla, cuando nos alecciona mejor el caso de la neurótica siguiente, que persevera en la neurosis y en la repulsa de lo sexual aunque parece más apetecible que el promedio, y en efecto es apetecida. La mayoría de las mujeres histéricas se cuentan entre las exponentes atractivas y aun hermosas de su sexo, y, por otra parte, la frecuencia de tachas, atrofias de órgano y defectos en los estamentos inferiores de nuestra sociedad no produce efecto alguno en cuanto a multiplicar las enfermedades neuróticas en ese ambiente.

Las relaciones del sentimiento de sí con el erotismo (con las investiduras libidinosas de objeto) pueden exponerse en algunas fórmulas, de la siguiente manera: Hay que distinguir dos casos, según que las investiduras amorosas sean acordes con el yo o, al contrario, hayan experimentado una represión. En el primer caso (la aplicación de la libido de manera acorde con el yo), el amar es apreciado como cualquier otra función del yo. El amar en sí, corno ansia y privación, rebaja la autoestima, mientras que ser-amado, hallar un objeto de amor, poseer al objeto amado, vuelven a elevarla. En el caso de la libido reprimida, la investidura de amor es sentida como grave reducción del yo, la satisfacción de amor es imposible, y el re-enriquecimiento del yo sólo se vuelve posible por el retiro de la libido de los objetos. El retroceso de la libido de objeto al yo, su mudanza en narcisismo, vuelve, por así decir, a figurar (13) un amor dichoso, y por otra parte un amor dichoso real responde al estado primordial en que libido de objeto y libido yoica no eran diferenciables.

La importancia de este asunto y la imposibilidad de abarcarlo justificarán que agreguemos ahora algunos enunciados de manera más dispersa.

El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y engendra una intensa aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por medio del desplazamiento de la libido a un ideal del yo impuesto desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante el cumplimiento de este ideal.

Simultáneamente, el yo ha emitido las investiduras libidinosas de objeto. El yo se empobrece en favor de estas investiduras así como del ideal del yo, y vuelve a enriquecerse por las satisfacciones de objeto y por el cumplimiento del ideal.

Una parte del sentimiento de sí es primaria, el residuo del narcisismo infantil; otra parte brota de la omnipotencia corroborada por la experiencia (el cumplimiento del ideal del yo), y una tercera, de la satisfacción de la libido de objeto.

El ideal del yo ha impuesto difíciles condiciones a la satisfacción libidinal con los objetos, haciendo que su censor [cf. AE, 14, pág. 94] rechace por inconciliable una parte de ella. Donde no se ha desarrollado un ideal así, la aspiración sexual correspondiente ingresa inmodificada en la personalidad como perversión. Ser de nuevo, como en la infancia, su propio ideal, también respecto de las aspiraciones sexuales: he ahí la dicha a la que aspiran los hombres.

El enamoramiento consiste en un desborde de la libido yoica sobre el objeto. Tiene la virtud de cancelar represiones y de restablecer perversiones. Eleva el objeto sexual a ideal sexual. Puesto que, en el tipo del apuntalamiento (o del objeto), adviene sobre la base del cumplimiento de condiciones infantiles de amor, puede decirse: Se idealiza a lo que cumple esta condición de amor.

El ideal sexual puede entrar en una interesante relación auxiliar con el ideal del yo. Donde la satisfacción narcisista tropieza con impedimentos reales, el ideal sexual puede ser usado como satisfacción sustitutiva. Entonces . se ama, siguiendo el tipo de la elección narcisista de objeto, lo que uno fue y ha perdido, o lo que posee los méritos que uno no tiene (cf. el punto c [ AE, 14, pág. 87]). En fórmula paralela a la anterior se diría: Se ama a lo que posee el mérito que falta al yo para alcanzar el ideal. Este remedio tiene particular importancia para el neurótico que por sus excesivas investiduras de objeto se ha empobrecido en su yo y no está en condiciones de cumplir su ideal del yo. Busca entonces, desde su derroche de libido en los objetos, el camino de regreso al narcisismo, escogiendo de acuerdo con el tipo narcisista un ideal sexual que posee los méritos inalcanzables para él. Es la curación por amor, que él, por regla general, prefiere a la analítica. Y aun no puede creer en otro mecanismo de curación; las más de las veces lleva a la cura la expectativa de ese mecanismo, y la dirige a la persona del médico que lo trata. Este plan de curación es estorbado, desde luego, por la incapacidad para amar en que se encuentra el enfermo a consecuencia de sus extensas represiones. Si mediante el tratamiento se ha podido levantar estas en cierto grado, se obtiene a menudo este involuntario resultado: el enfermo se sustrae del ulterior tratamiento para elegir un objeto de amor y confiar a la convivencia con la persona amada su completo restablecimiento. Podríamos contentarnos con este desenlace si no trajera consigo todos los peligros de la oprimente dependencia respecto de ese salvador.

Desde el ideal del yo parte una importante vía para la comprensión de la psicología de las masas. Además de su componente individual, este ideal tiene un componente social; es también el ideal común de una familia, de un estamento, de una nación. Ha ligado, además de la libido narcisista, un monto grande de la libido homosexual de una persona, (14) monto que, por ese camino, es devuelto al yo, La insatisfacción por el incumplimiento de ese ideal libera libido homosexual, que se muda en conciencia de culpa (angustia social). La conciencia de culpa fue originariamente angustia frente al castigo de parte de los padres; mejor dicho: frente a la pérdida de su amor; después los padres son remplazados por la multitud indeterminada de los compañeros. La frecuente causación de la paranoia por un agravio al yo, por una frustración de la satisfacción en el ámbito del ideal del yo, se vuelve así más comprensible, como también el encuentro de formación de ideal y sublimación en el interior del ideal del yo, la involución de las sublimaciones y el eventual remodelamiento de los ideales en los casos de contracción de una parafrenia.

Notas:
1- En una carta fechada el 30 de setiembre de 1926 en respuesta a una pregunta del doctor Edoardo Weiss (quien amablemente nos ha informado sobre aquella), Freud escribió: «Su pregunta referente a lo que yo digo en «Introducción del narcisismo«, acerca de si existen neurosis en que el complejo de castración no desempeñe papel alguno, me deja perplejo. Ya no sé en qué pensaba yo en esa época. Hoy no sabría indicar neurosis alguna en que no se encontrara este complejo, y por cierto no escribiría así esa oración. Pero como nuestro panorama sobre la totalidad de este campo es todavía imperfecto, preferiría no pronunciarme de manera definitiva en ninguno de ambos sentidos» (Freud, 1970a).  Para otras críticas a los puntos de vista de Adler sobre la «protesta masculina», cf. «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), supra, págs. 52-3.
2- Cf. «La represión» (1915d), infra, pág. 145.
3- Véase un comentario sobre esta frase en una nota al pie de Psicología de las masas (1921c), AE, 18, pág. 124, n. 3.
4- En las ediciones anteriores a 1924 decía: « … es sólo el sustituto … »
5- Freud vuelve sobre el tema de la idealización en Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 106-7.
6- La posible relación entre la sublimación y la trasformación de la libido de objeto en libido narcisista es abordada por Freud en El yo y el ello (1923b), AE, 19, pág. 32.
7- Freud desarrollaría más tarde el concepto de superyó a partir de una combinación de esta instancia con el ideal del yo. Cf. el capítulo XI de Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 122 y sigs., y el capítulo II de El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs. 21 y sigs.
8- Agregaré, sólo a modo de conjetura, que la formación y refuerzo de esta instancia observadora podrían contener en su interior también la posterior génesis de la memoria (subjetiva) y del factor temporal, que no rige para los procesos inconcientes. [Estos puntos se aclaran más en «Lo inconciente» (1915e), infra, págs. 186 y 184.]
9- Cf. Silberer, 1909 y 1912. En 1914, cuando escribió el presente artículo, Freud agregó un examen mucho más extenso de este fenómeno a La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, págs. 499-501.
10- Aquí y al comienzo de la frase siguiente, así como también infra, pág. 97, Freud utiliza la forma personal, «Zensor», en lugar de la que emplea casi siempre («Zensur», «censura»). Véase una nota al pie del pasaje de La interpretación de los sueños citado en la nota anterior (AE, 5, pág, 501, n. 23). La diferencia entre ambas palabras es claramente establecida en la 26° de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, pág. 390: «A la instancia de observación de sí la conocemos como el censor yoico, la conciencia moral; es la misma que por las noches ejerce la censura sobre los sueños».
11- No puedo decidir aquí si la separación de esta instancia censora del resto del yo puede proporcionar un fundamento psicológico a la división filosófica entre conciencia y autoconciencia.
12- Este tema se amplia en Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 107-8.
13- «Darstellt». En la primera edición, «hersiellt», «establecer».
14- La importancia de la homosexualidad en la estructura de los grupos sociales se había insinuado ya en Tótem y tabú (1912-13), AE, 13, pág. 146, y vuelve a mencionarse en Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 118n. y 134.